Cada uno celebra las Navidades a su modo: el patriarca vitalicio de Cuba corta las comunicaciones y la banda terrorista ETA corta en España todo lo que puede. Más allá de la diferencia meramente táctica entre el lechón asado en púa y el bacalao a la vizcaína, lo importante es esa comunión espiritual, esa interpretación común de estas fiestas familiares, y el modo de celebrarlas: reventando un par de familias a bombazos o tiros en la nuca; o, si ya la edad no te recomienda andar en esos trotes, suprimir la reunión virtual de dos millones de familias. Cuestión de escala más o menos.
En la pasada Cumbre de Panamá, y arriesgando sus buenas relaciones con España, uno de sus socios comerciales, Fidel Castro se negó a condenar el terrorismo de ETA, alegando que la declaración incluyera también «el terrorismo de estado aplicado contra Cuba por el Imperialismo Yanqui». La comunidad internacional quedó escandalizada, y cierta izquierda nostálgica española se recluyó en sus habitaciones privadas para no hablar del tema. Pero habría sido muy fácil explicarlo.
Tanto Fidel Castro como ETA sufren alergia a las urnas. Quizás sospechen como Borges, que la democracia es un abuso estadístico; y prefieren el abuso a secas. Ambos confían más en la elección del enemigo, el tiro en la nuca y la guerrilla, que en las insulsas elecciones. Ambos tienen un pasado presuntamente marxista, «izquierdoso» al menos. Y ambos han resbalado hacia un nacionalismo excluyente, de atalaya sitiada, al mejor estilo Milosevich —otro de sus amiguetes internacionales—. ETA, con una representatividad mínima en las urnas, consigue su resonancia a bombazos, el presidente cubano, con un peso mínimo a escala internacional, acapara titulares a golpes de escándalo, arbitrariedades y escaramuzas. Los chicos de ETA, que dicen amar al País Vasco hasta el martirologio, están dejando a su paso un país dividido por el terror y el odio, una economía de donde huyen los capitales, y un éxodo de profesionales que se mudan a las antípodas para respirar en paz y hablar sin miedo. Cualquier semejanza no es pura coincidencia. Ambos no saben qué hacer con la paz. Gobernar un país hacia la prosperidad y la felicidad de sus habitantes, es una tarea tediosa y dura. Echar discursos inflamados de patriotismo y declarar el estado de sitio, convocar la obediencia cuartelaria para salvar la patria, es más fácil. La beligerancia perpetua es el mejor método de gobierno, razón por la que Fidel Castro cultiva con esmero el mantenimiento del embargo, ese regalo para justificarlo todo, que las administraciones norteamericanas le renuevan cada cuatro años. ¿Alguien imagina a los chicos de ETA cambiando su emocionante vida de pistoleros, por un horario de ocho a cinco en una fábrica? ¿Y a Fidel Castro sin una guerrita de vez en cuando?
Entonces, ¿a alguien le resulta incomprensible que Fidel Castro se niegue a condenar a ETA?
Decididamente, cada uno celebra las Navidades a su modo.
El pasado 15 de diciembre, Francisco Cano Consuegra recorrió durante dos horas y media en su Citroen C15 la ciudad de Terrassa, cerca de Barcelona. Trasladó a dos de sus operarios, un amigo lo acompañó parte del trayecto, se detuvo en semáforos, cruzó ante colegios en plena jornada escolar. A las diez y media enfiló por una calle inclinada, momento en que se activó el mecanismo de oscilación de la bomba lapa que había permanecido bajo su coche durante toda la mañana. La explosión se escuchó a un kilómetro, la parte inferior del cuerpo fue literalmente arrancada y ETA cumplió la sentencia que había dictado desde la sombra contra este fontanero de 45 años, casado y con dos hijas, para hacerle pagar su crimen: ser el único concejal del Partido Popular en Viladecavalls.
Cinco días más tarde, el guardia urbano Juan Miguel Gervilla de 38 años, observó a las 7.45 am, en la concurrida avenida Diagonal de Barcelona, un Fiat rojo que interrumpía el tráfico en un carril de la calzada lateral. Se dirigió hacia los dos hombres que empujaban el coche averiado, para ayudarlos a despejar en breve la vía. Ese fue su delito. Sin mediar palabra, le descerrajaron dos tiros en la cabeza que ocasionaron su muerte instantánea. Juan Miguel Gervilla salvó con su vida a quién sabe cuántos; algo que no consuela a su viuda y a sus dos huérfanos. En el coche se encontró una bomba con más de 13 kilos de explosivos, lista para activarse.
Entre esos dos sucesos distan apenas cinco días, el lunes 18, como un macabro sandwich, la policía vasca desactivó una bomba con 3,5 kilos de dinamita colocada en un ascensor de la Facultad de Periodismo de la Universidad del País Vasco. Durante media hora subió y bajó la bomba en el ascensor repleto sin que nadie se percatara. Incluso activaron por control remoto su mecanismo. De no haber fallado el detonador, todos los ocupantes del ascensor habrían muerto en el acto, una parte del edificio se habría derrumbado, las puertas metálicas habrían actuado como metralla, y las enormes cristaleras habrían estallado en una nube de cuchillos. En el edificio se encontraban a esa hora unas 400 personas. Su delito: ser periodistas indóciles a la verdad revelada por ETA. Gracias a un detonador defectuoso, ETA no logró superar su récord de Hipercor en 1987, cuando mató a 22 personas cuyo delito fue acudir de compras al hipermercado ese día.
En el hipotético caso de que ETA gobernara el País Vasco, podrían solicitar al presidente cubano la receta de esa bomba de silencio colocada en todos los órganos de prensa cubanos, y cuyo detonador no ha fallado en cuarenta años.
Si hurgamos en los orígenes de toda barbarie histórica, encontraremos nobles motivaciones. Cobertura frecuente de razones inconfesables. La evangelización sirvió de excusa para la colonización de América. La pureza de la fe, para la Inquisición. En nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad se inventó la guillotina. El nacional-socialismo convocó, en nombre de los intereses del pueblo llano, la mayor carnicería de la historia. La felicidad de la clase obrera sirvió de coartada al stalinismo. Y cuatro millones de vietnamitas fueron salvados del comunismo mediante el sistema más irrevocable: asesinándolos.
Por eso no es nada asombroso que el etarra Francisco Mujika Garmendia, Pakito, afirmase en cierta ocasión al diario Egin, que el propósito de ETA es la paz. (Fidel Castro acaba de firmar un acuerdo con Putin por el desarme universal). Claro que mientras la mayoría del pueblo vasco no acepte las reivindicaciones que propone ETA, «todas las formas de lucha son legítimas». De modo que su estrategia electoral queda clara: No se trata de ganar votantes, convenciéndolos con un proyecto. Proceder por exclusión es más irrevocable: Una vez asesinado el 85% de la población vasca, ETA alcanzará la mayoría. Siempre en nombre del pueblo vasco. Y ahora también de Dios, dado que según Alvarez Santacristina, Txelis, su condición etarra se basa en sus «convicciones cristiana-evangélicas». Razones que también fueron útiles a Hernán Cortés y a Torquemada.
Fidel Castro, por su parte, mantiene a la oposición en libertad condicional, entre presidio y presidio; intentando convencerlos de que sigan el caminito de Guarena de sus dos millones de compatriotas y se vayan a ejercer la democracia donde la haya. Abogando siempre, eso sí, por la felicidad de nuestro pueblo, la paz mundial y quizás pronto hablará en nombre de Dios. Se demuestra que los etarras son meros aprendices: aún no han logrado quitarse del medio a dos millones de adversarios. Claro que cuando lo hacen, optan por el más irreversible de los exilios.
Tanto en la botánica como en la historia, las raíces suelen quedar lejos de las ramas. Y el envilecimiento de las ramas, tarde o temprano seca las raíces. Ni la raíz medicinal sirve de coartada a la hoja urticante, ni el fin justifica los miedos.
ETAs amistades
9 01 2001Comentarios : Leave a Comment »
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ETA: camino hacia la nada
1 08 2000Tras la puerta de muchas casas, tanto en el Caribe como en Brasil, pende un ojo enorme de oscura pupila. Un ojo que ve el daño y lo prevee. Puede que el País Vasco herede esta costumbre antillana y disponga en breve de ojos electrónicos que todo lo ven o, al menos, eso afirman sus promotores. Quizás, como las chismosas de barrio, vean lo prescindible y pestañeen ante lo esencial. La electrónica padece esas manías.
La policía explosiona una mochila en Córdoba, un etarra revela en Francia su verdadera identidad… No pasa un día sin ETA en la prensa nacional. Sus objetivos no serán muy claros (más bien tenebrosos), pero tienen un gran sentido del marketing. Directa o indirectamente, imponen su presencia. Y fueran cuales fueran sus fines (al menos los originales), en este caso los medios injustifican los fines. De modo que, a veces, me recuerdan ciertos grupos musicales que componen (¿componen?) puro ruido, desafinan y gruñen con un suspiro de voz, pero se pintan de verde, salen con el culo afuera y se orinan durante los conciertos. Alguno comprará sus discos, aunque sea por curiosidad zoológica.
Si un día se dejara de mencionar a ETA, si sus tiros en la nuca y sus bombas en hipermercados no ocuparan un sitio en los periódicos, perderían cuando menos la mitad de su sentido, que es intentar ocultar con mucho ruido las pocas nueces; desaparecería el efecto de ponderación de su escaso voto a puro bombazo. Sabemos que son cuatro gatos, pero maúllan toda la noche y no dejan dormir a los diez mil trabajadores, que no son empresarios del terror ni administradores de la extorsión, y deberán ganarse mañana el salario sudando la camisa.
Hace algunos años y más allá del Atlántico conocí por pura casualidad en una fiesta a dos jóvenes. ¿Españoles?, pregunté. La respuesta fue inmediata y cortante: «No. Vascos». Mis nociones geográficas tardaron algo en recomponerse. Sus ideas eran una mezcla de marxismo pasado por M&M (Mao y Marcusse) ─más cerca de los hermanos Marx que de Don Karl─, malas traducciones de Nietsze, racismo victoriano con vaqueros y camisola progre, y un regionalismo feroz,digno de la Baja Edad Media. Puro folklore político. Su equivalencia de ETA con la guerrilla latinoamericana me dejó un tanto extrañado. Jamás supe si eran etarras o simpatizantes. Tampoco qué hacían allí.
Ignoro si aquel coctel ideológico responde a la alambicada filosofía del etarra tipo. Pero descubrí más tarde que es un coctel Molotov y mata personas cuyo único delito es estar cerca de la bomba.
Es demasiado fácil decir: son unos asesinos, y asumirlo como un accidente genético.Sus argumentos de grupo sanguíneo y formas craneales me repugnan. Los crematorios de Treblinka, la conquista de América y la esclavitud funcionaron con ese combustible. Los vascos tienen sangre roja, masa encefálica gris y muchas buenas ideas transitando entre las neuronas.Es lo único que importa.Y hablar hoy de un Euskadi colonial bajo la corona española resulta risible para un latinoamericano, que de eso sí sabemos. Y mucho.
Según aquellos jóvenes, se trata de instaurar un Estado nacionalista y socialista en Euskadi. ¿Nacional-socialista?, pregunté. Pero eran impermeables al humor tropical, y solemnes como adolescentes queriendo entrar a un cine porno. No era una dictadura del proletariado sensu stricto ─ver manuales (hoy, casi exclusivamente en manuales)─, porque el proletariado, sobre todo los inmigrantes de otras regiones, estaba ─según ellos─ corrompido, aburguesado, y habría que «reeducarlo» o «neutralizarlo» para instaurar el nuevo Estado. Enseñar a las masas a pensar por su cuenta (no pude precisar si por cuenta propia o por cuenta de ellos). En síntesis: una especie de «dictadura contra el proletariado».
Imbuidos de una fe mesiánica, blindados contra la duda, sumidos en la implementación de los medios para lograr sus fines, los fines se habían desdibujado (de ahí su incoherencia), suplantados por los medios. Y pensé que donde haya paro, marginalidad, corrupción y diferencias sociales, usted toma a un joven marcado por la angustia y dotado con toda la rebeldía de su adolescencia, le coloca en el cerebro cuatro dogmas rotundos e indiscutibles, y en las manos una metralleta con que dar por zanjada cualquier discusión, y el joven descubre que la metralleta es su argumento, su derecho al voto y al veto. No es raro que la use. Gamberros hay en todas partes. Es la cultura de la violencia. Pero cuando esa necesidad destructiva es dotada de una presunta coartada ideológica, se convierte en un arma letal. La manada hace al lobo. Aparecen los especialistas de la muerte y la ideología se reduce al procedimiento exacto de colocar las cargas, la relojería del detonador y el montaje táctico de la operación. La víctima es deleznable: un mero accidente en el camino luminoso hacia la sociedad futura. Y a propósito, ¿qué sociedad era? No importa.Olvida eso. Ya veremos cuando llegue.
Sonaría ridículo, si no fuera trágico.
“ETA: Camino hacia la nada”; en: Diario de Jaén, Jaén, España, 24 de agosto, 1996, p. 23.
“El camino de ETA hacia la nada”; en: El Nuevo Herald, Miami, agosto, 2000.
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Remember, Sampson, Remember
1 12 1997Remember The Maine
(William R. Hearst, 1895)
Acodado en la amura, en esta noche del 2 de julio de 1898, el Almirante William Thomas Sampson (Palmyra, NY, 9-2-1840) contempla un prodigioso espectáculo que quizás nunca se repita: la entrada a la bahía de Santiago de Cuba iluminada desde el mar por los potentes reflectores del Iowa, sobre la que se ciernen, flotando en conos de luz, los altos artillados del Morro y la Socapa: colmillos de la bahía. Sampson lamenta que fracasara el intento de cegar la entrada hundiendo el Merrimac, reduciendo la escuadra de Cervera a cuatro patos en un estanque. Sabe que tras la victoria fulminante de Dewey en Filipinas, los lectores adictos al sensacionalismo de Hearst y Pulitzer claman por otra batallita que arrase a la marina española de este lago (norte)americano, el Caribe. El presidente Adams ya codició públicamente la Isla en 1820 y, en 1823, el doctrinario Monroe exponía una curiosa geografía: “el cabo Florida y Cuba forman parte de la desembocadura del Mississippi y de los demás ríos que desembocan en el Golfo de Méjico”; de modo que en el 26 logró frustrarse el intento de independizar las islas por las naciones latinoamericanas reunidas en el Congreso de Panamá. Una república antiesclavista a sus puertas era intolerable para el Sur; no así comprarla, como propuso en el 53 el Documento de Ostende ─pero entonces el Norte no estaba dispuesto a adquirir una milla más de territorio esclavista y sureño─. Después de la derrota confederada, el presidente Cleveland apostó por la autonomía de Cuba como paso previo a la anexión, y no reconoció la beligerancia de los cubanos, a pesar de que España, con 210.000 soldados, es incapaz de evitar que 34.500 mambises dominen las tres cuartas partes del territorio. Cleveland aducía que los cubanos “no tienen un gobierno civil”. Pero al Almirante le consta que no es cierto. Recuerda la grata impresión que le causó, en las dos entrevistas que sostuvieron, el General Calixto García: alto, elegante, culto, y portando como una condecoración la cicatriz del tiro con que intentó suicidarse antes que caer prisionero. Las palabras de los políticos, piensa Sampson, tienen un doble fondo, como baúles de mago. Y recuerda el mensaje del presidente MacKinley al Congreso del 11 de abril:
“Comprometer a los Estados Unidos a reconocer a un gobierno en Cuba podría sujetarnos a molestas y complicadas condiciones (…) a la aprobación o desaprobación de dicho Gobierno; tendríamos que someternos a su dirección, asumiendo el papel de mero aliado amistoso”.
El Almirante sabe que la opinión pública norteamericana apuesta por la independencia de la Isla, como los senadores Bailey, Stewart y sobre todo Redfield Proctor, quien se refirió a “la capacidad de de sus muchos patriotas y educadores [cubanos], los grandes sacrificios realizados, el temperamento pacífico de su pueblo, y las aptitudes para un buen gobierno propio…. y la estabilidad de las instituciones republicanas”. Y que, al cabo, lograrían la inclusión de la Enmienda Teller, según la cual
“…los Estados Unidos (…) niegan que tengan ningún deseo ni intención de ejercer jurisdicción, ni soberanía, ni de intervenir en el gobierno de Cuba, si no es para su pacificación, y afirman su propósito de dejar el dominio y gobierno de la Isla al pueblo de éste, una vez realizada dicha pacificación”.
Enmienda aprobaba con el apoyo de honrados partidarios de la lucha cubana, convencidos antiimperialistas, y de los intereses tabacaleros y azucareros que temen el ingreso de Cuba en la Unión. Poco antes de morir, en 1902, Sampson escuchará el rumor, recogido documentalmente por algunos historiadores, de que los representantes cubanos, por medio de un tal Samuel Janey, compraron conUS$2.000.000en bonos al 6%, emisión 1896-97 (que no se harían efectivos de no hacerse efectiva la República), los votos de algunos políticos. El 31 de diciembre de 1932, la República de Cuba deberá aún, por ese concepto, US$7.650. Tampoco el decrépito Sherman, Secretario de Estado, está por la anexión (propone que Cuba se anexe a México); ni los demócratas: Su plataforma electoral hablaba de “nuestra simpatía hacia el pueblo de Cuba en su heroica batalla por la libertad y la independencia”, aunque otros, en The Evening Post of NY, invocan sin cesar el peligro negro, como Cleveland y su Secretario Olney, que anunciaban la partición de la Isla en una república blanca y otra negra, comentando que lo mejor sería sumergir la Isla durante un tiempo, para así adquirirla, pero sin cubanos. Qué fauna, piensa Sampson. Ni los articulistas de The Manufacturer, porque al adquirir la Isla, Estados Unidos adquiriría una población “con todos los defectos de la raza paterna, más el afeminamiento, la pereza, la moral deficiente, la incapacidad para la ciudadanía, falta de fuerza viril y de respeto propio” y una negrada al nivel de la barbarie, de modo que “el negro más degradado de Georgia está mejor preparado para la presidencia que el negro común de Cuba para la ciudadanía americana”. Habría entonces que “americanizar a Cuba por completo, cubriéndola con gente de nuestra propia raza”. Como recomendaba al General Miles, jefe supremo del ejército, el Subsecretario de Guerra, J. G. Breckenridge:
“Es evidente que la inmediata anexión de estos elementos [la población cubana] a nuestra propia Federación sería una locura y, antes de hacerlo, debemos limpiar el país (…) destruir todo lo que esté dentro del radio de acción de nuestros cañones (…) concentrar el bloqueo, de modo que el hambre y su eterna compañera, la peste, minen a la población civil y diezmen al ejército cubano.
‘Este ejército debe ser empleado constantemente en reconocimientos y acciones de vanguardia, de modo que sufra entre dos fuegos, y sobre él recaerán las empresas peligrosas y desesperadas”
Sampson se encoge de hombros: Esos mismos políticos le prohibieron bombardear La Habana.
Cuando el Almirante Sampson presidió la comisión investigadora del hundimiento del Maine, ya barruntaba que en breve se vería frente a la flota de Cervera. Al cabo, el presidente MacKinley decidió apelar a
“la causa de la humanidad, la defensa de la vida e intereses de ciudadanos norteamericanos radicados en Cuba, los gravísimos perjuicios al comercio y negocios mercantiles de nuestros ciudadanos, la destrucción gratuita de la propiedad y la devastación de la Isla”.
Ya las exportaciones de Cuba a Estados Unidos habían ascendido de 54 a 79 millones de dólares entre el 90 y el 93, y las importaciones, desde 18 a 24 millones sólo entre 1892 y 1893. Ello cuadruplicaba el comercio de la Isla con su Metrópoli. Más la creciente importación de maquinaria norteamericana tras la abolición. Y los 50 millones invertidos, según el Secretario Olney, la mitad en la industria azucarera, devastada ahora por la guerra. Inadmisible, piensa el Almirante. Sin olvidar lo que afirmaba hace dos meses el Senador Thurston: “La guerra con España aumentará los negocios y ganancias (…) una acción en una empresa americana valdrá más dinero del que vale hoy”.
Pero en lo que debe concentrar su atención hoy el almirante Sampson es en la reunión que tendrá mañana con el General William Rufus Shafter (Galesburg, Michigan, 16-10-1835, 140 kilos) ─si la montaña no viene a mi…─, traído a la carrera desde la Florida para que con sus tropas de tierra tomara las fortificaciones que guardan la entrada de la bahía y así poder desmantelar las minas y entrar a por el combate final con Cervera. El Almirante monta en cólera de nuevo al recordar el mensaje de Shafter: que fuerce con mis buques la entrada de la bahía para evitar más bajas a los suyos. Es increíble que no se dé cuenta: sus infantes son reemplazables; nuestros barcos, no. Y si no puede, que solicite ayuda al hermano que Jesse James, que se ofreció a invadir Cuba con sus cowboys; o a Búfalo Bill, que proponía pacificar la Isla con indios salvajes. Qué pintorescos. Y Sampson sonríe a su pesar. Mañana aclararemos las cosas, o decidirá Washington. Al dirigirse a su camarote, el jefe de la escuadra norteamericana ignora que una decisión más grave impide esta noche dormir a Cervera: desvelado en cubierta, mira a los hombres que han de morir mañana.
Mientras navega hacia Siboney a bordo del Nueva York para reunirse con Shafter en la mañana espléndida de este domingo 3 de julio de 1898, jaspeada aún a tramos por girones de la niebla nocturna, Sampson se pregunta cómo una España venida a menos se ha embarcado en esta guerra contra la Unión. Les costará el doble de lo que habrían ganado vendiendo la Isla a su debido tiempo, calcula. Quizás el presidente Sagasta estuviera de acuerdo con Martínez Campos, quien, según el Cónsul inglés en Santiago de Cuba, confesó en octubre del 95 su deseo de que Estados Unidos reconociese la beligerancia de los cubanos. Iremos a la guerra y, con algunos buques hundidos, España abandonará Cuba sin más descrédito y con el honor nacional a salvo. Perder una guerra con la potencia del siglo XX no es lo mismo que perderla frente a un puñado de insurrectos.
Pero Sampson no puede distraerse más en divagaciones políticas, porque escucha el disparo de una pieza naval y se dirige corriendo a cubierta para presenciar desde lejos como el primer buque de Cervera, el María Teresa, sale de la bahía a toda máquina. Da orden de girar en redondo y enfila hacia la batalla inminente con el mal presentimiento de que Schley, su eterno rival quedado al mando mientras él bajaba a tierra, dirigirá la batalla que él lleva un mes preparando y con la sensación de ridículo por ser el primer almirante que conducirá una batalla naval en botas de montar y espuelas.
Se acerca a toda máquina al escenario del combate, lo suficiente para ver como Schley desde el Brooklyn eleva las señales, transmitiendo las órdenes de combate, y se ve aparecer, directamente hacia los barcos norteamericanos, para eludir el bajo que existe en la entrada, al Vizcaya, al Cristóbal Colón y al Almirante Oquendo. Cerrando la marcha, vienen los cazatorpederos Furor y Plutón. Rebasada la boca, los buques tuercen inmediatamente a estribor, intentando alejarse hacia Occidente. Ahora el María Teresa, con Cervera a bordo, enfila directamente contra el buque insignia norteamericano, el que más estorba la salida española por cerrar el círculo al oeste. Dispuesto viene el almirante a partirlo en dos con tal de abrir brecha a los suyos. Y Sampson contempla maldiciendo la extraña maniobra que hace ahora Schley ─ya le costará un expediente disciplinario─: El Brooklyn gira a estribor, alejándose de la batalla, y abriendo paso a Cervera. Dispuesto a perseguir a los españoles ─como diría Schley─, pero a prudencial distancia. Y cruzándose en la ruta de los otros barcos norteamericanos que vienen a toda máquina en persecución del enemigo. El Texas tiene que frenar con toda su potencia para evitar un choque, y la escuadra queda por un momento en completo desorden ante la desesperación de Sampson, que aún dista de darles alcance. El humo de las andanadas de ambos bandos nubla toda visión, y durante un buen rato no puede saber qué está ocurriendo. Al cabo, una ráfaga de brisa despeja la humareda, y puede ver al Plutón y al Furor. Sólo con ellos se cumplió su plan original: hundirlos uno por uno en la boca. Especialista en torpedos, Sampson respira aliviado. Y recuerda aquel torpedo que en Charleston hundió su Patapsco. Salvó la vida de milagro.
Prosigue la caza rumbo al oeste. Pero el Nueva York lleva quince minutos de retraso respecto a su escuadra, enzarzada con los navíos españoles que huyen a toda máquina pegados a la costa y disparando sus cañones de popa. El María Teresa está tocado de muerte: los puentes y cubiertas de madera arden, las piezas rodeadas de llamas hacen imposible la defensa. Un proyectil ha roto los conductos de agua e impide sofocar el incendio. Las municiones estallan, causando más estrago que las ajenas. Cuando embarranca en la costa, sólo quedan tres barcos enemigos. El siguiente no tarda en encallar, envuelto en llamas hasta la cofa. Fuerza al máximo la máquina del Nueva York, y logra acortar ligeramente la distancia, lo suficiente para ver cómo nueve millas más adelante embarranca el Vizcaya, acribillado. Milla a milla va dando alcance al resto de sus buques, lanzados tras el último español, el Colón, muy marinero y que los aventaja claramente en velocidad. Será difícil impedirle refugio en la bahía de Cienfuegos. Habrá que entrar en su busca (si las defensas de tierra y las minas no lo impiden), piensa Sampson. La persecución se prolonga. Tres horas más tarde, advierte con sorpresa un parón del enemigo. Piensa en una avería de las máquinas. No sospecha que el Colón ha quemado su última paletada de carbón de alta calidad. El carbón inferior que cargó en Santiago anula su única ventaja. Todos los buques le cañonean; incluso el Nueva York logra cuatro disparos. Al fin, el último buque de la escuadra española gira lentamente a estribor y encalla.
Tras 9.433 cañonazos de la escuadra norteamericana, Sampson comunica: “La flota a mis órdenes ofrece al país como regalo por la fiesta nacional del cuatro de julio la totalidad de la flota de Cervera”.
“Después de un combate desigual con fuerzas más que triples de las mías, toda mi escuadra quedó destruida (…) Hemos perdido todo y necesitaré fondos”, informa Cervera, prisionero en el Iowa.
La escuadra española es ya puro recuerdo. El Imperio, nostalgia. La Historia Made In USA acaba de empezar frente a la costa sudoriental cubana.
“Remember, Sampson, Remember”; en: El País. Memorias del 98, Madrid, diciembre, 1997.
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Incondicionales
22 10 1997Cierta tarde de 1987 fui citado por alguien que se autodenominó un “empresario español de izquierdas” residente en La Habana, con el propósito de “discutir la situación cubana” (sic). Ante un propósito de esa envergadura, no pude menos que asistir a la cita. Establecido desde tiempos inmemoriales en Canadá, el “empresario español de izquierdas” estaba a la sazón casado con Aitana Alberti, hija del poeta. Tras años haciendo buenos negocios con las autoridades cubanas, decidió jubilarse en la Isla. En pago quizás por los servicios prestados, le cedieron una casa que aburguesaba de sólo mirarla, en la Quinta Avenida de Miramar. Aquella cena casi termina a botellazos de Tío Pepe, porque el tío se negó a aceptar ni la más dulce crítica al gobierno cubano. Insinuó que los cubanos éramos una pandilla de indolentes y apáticos malagradecidos, incapaces de retribuir con veinticinco horas diarias de sudor y silencio lo que hacían por nuestro bien los sufridos líderes de la Revolución. Tres meses más tarde, recibí su segunda llamada. Me pedía reunirnos, pero no mencionó “la situación cubana”. Ante mi rotunda negativa a “discutir [con él] la situación”, ni siquiera la de Borneo, se limitó a preguntarme por qué los jóvenes cubanos no se lanzaban a la calle para derrocar la tiranía. (¿Pensaría en su propio pasado de guerrillero antifranquista en las Rocosas? ¿Recordaría su estrategia para derrocar al caudillo desde el río San Lorenzo con el mando a distancia?). Me limité a recomendarle que buscara en el atlas la dirección exacta de Casa del Carajo.
Una anécdota entre miles sobre quienes deciden por control remoto qué es aceptable para los nativos y qué deben soportar con estoica resignación geopolítica. Cierto que han pasado muchos años, Primavera Negra de 2003 incluida, y que hoy muchísimos españoles de buena fe y de izquierdas escuchan y comprenden. Pero todavía quedan defensores a ultranza (como enemigos a ultranza) que editan la realidad a la medida de sus deseos, sospechan a cada hombre y mujer de la Isla como el obrero y la koljosiana de Moscovia, pero mulatos, machete y Cohíba en alto. Los que miran a cada exiliado como a un presunto fascista-anexionista —anexionista a Estados Unidos, todavía si soñáramos con volver a la Madre Patria—. Y no todos son iguales. Hay subespecies:
Los devotos son los más potables. Aferrados al mito, monjes de clausura de la Revolución Mundial, trazaron un día la derrota ideológica de su vida y se niegan a maniobrar el timón, ni aunque la derrota los conduzca a la derrota. Tres pulgadas de blindaje cubren sus oídos. Creen a ciencia cierta lo que creen. Recitan cada noche, antes de acostarse, los versículos del Manifiesto Comunista, y se persignan ante la imagen de Don Karl. No discutir con esta subespecie. La fe no admite ni exige razones. La fe es un mullido colchón donde los agraciados duermen sin angustias ni dudas. Sospechan que el derrumbe del socialismo no es tal. La humanidad está dando marcha atrás sólo para coger impulso antes del salto definitivo hacia la felicidad vaticinada por la Santísima Trinidad del Materialismo Dialéctico. Mi padre pertenecía a esa raza. A mediados de los 80, Fidel Castro, lanzó el Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas. Cuando mi padre veía en la tele a Fidel Castro criticando el estado de los hospitales, de las carreteras o del transporte, como si hubiera estado ausente del país quince años, prefería apagarla para no ver a Fidel criticando la obra de Fidel. En realidad, los hospitales eran el seudónimo en clave de ciertos tecnócratas y políticos ambiciosos de segunda generación, advenedizos que no aplaudían de buen grado las “iluminaciones” voluntaristas del Comandante en Jefe. Una vez hallados los culpables, dejó de “rectificar” y sumió al país de nuevo en la curva sinuosa de sus planes, campañas y batallas.
Los noventiocheros: Por puro espíritu antiimperialistayanqui, aplauden irrestrictamente cuanto ocurre en Cuba. Si a Washington le molesta, ¡Arriba La Habana! Si a Washington algún día le place, ¡Abajo La Habana! Un espíritu anti yanqui muy en consonancia con las celebraciones del 98 —en eso del masoquismo histórico nos parecemos: unos celebran la derrota del 98 en Cuba, y otros, la derrota del 53 en El Moncada—. Un antiimperialismo que recuerda la indignación de hace un siglo, cuando el imperio yanqui venía a arrebatarles SU Cuba, sin respetar que la tradición imperialista de España databa de mucho antes que las Trece Colonias se libraran del imperialismo inglés.
Los nostálgicos: Sufren una adhesión sentimental a Fidel Castro: les recuerda a aquel caballero español venido de la Reconquista, abandonando comercio e industria, por viles, a los otros europeos, para dedicarse a la guerra y a la gloria. Al cabo, por falta de industria y de comercio, perdió las guerras y se quedó con la gloria, que según nutricionistas anglosajones, tiene 0,0 calorías por gramo
Los neocolonialistas de izquierda: Aplauden con displicencia cuanto sucede en Cuba por razones de puro desprecio primermundista disfrazado de solidaridad. Para qué quieren los cubanos más de 80 gr. de pan diarios, si en Ruanda muchos niños no conocen el pan, para qué necesitan libertad de expresión si quizás lo que expresen no valga la pena, ni sabrían qué hacer con la democracia. Fíjate sino en los buenos salvajes de otros confines cuando se les concede media uña de libertad. Además del desastre ecológico: ¿En qué papel imprimiríamos las ofertas del Corte Inglés si los sudacas tuvieran acceso al papel higiénico, y cada chino comprara diariamente el periódico? Esta subespecie limpia la vitrocerámica con el Che de Korda en los paños de cocina.
Por último, esa delicatesen de la repostería ideológica: los castristas de derechas: Empresarios nostálgicos de la bélle époque, que cantan en la ducha de cara al sol y ven en este caudillo reminiscencias del otro, que Dios tenga en su santa gloria. Empresarios que conocen el lema: “Dentro del fidelismo, todo; fuera del fidelismo, nada”. Y temen (con razón), como sus bisabuelos, el desembarco de Wall Street. Fachas reciclados, neoliberales high tech, monopolistas reconvertidos al libre mercado. Una fauna indigerible aún para el electorado levemente zurdo de esta España es recibida en La Habana con beneplácito de cofrades. Los extremos no se tocan. Se funden.
“Incondicionales”; en: Prensa del Caribe; Madrid. 22 de octubre, 1997, p. 15.
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Fidelidad a plazo fijo
1 09 1997En su reciente artículo de Caribe, «Teoría política de la corrupción», Carlos J. Báez Evertsz define a la corrupción como procedimiento y práctica universal de la clase política (no de todos los políticos, por supuesto, aunque la sabia Vox Populi no suele concederles la presunción de inocencia), manejando el tema a escala global con una soltura que no oso. Pero su lectura me ha conducido a la pregunta, no tan fácil de responder como quisieran los indios y los cowboys: ¿Existe corrupción en la clase política cubana?
Si tomamos como referente el escándalo de la Lookheed en Alemania. el affaire Mario Conde, la «piñata» de los dirigentes sandinistas cuando perdieron las elecciones o la fortuna que levantaron Trujillo y Fulgencio Batista con el sudor de sus cargos, no. Tomemos en cuenta que en una sociedad donde el ciudadano «disfruta» la cartilla de racionamiento más larga de que se tienen noticias, un Ferrari sería tan escandaloso como La Veneno en una reunión anual de Oxford, y un jet particular sería un OVNI. Máxime cuando entre los postulados iniciales de la Revolución estaba la igualdad (que llegó a leerse como igualitarismo), y el borrón y cuenta nueva con el pasado, que se tildaba en bloque y sin excepciones de corrupto ─recuerdo que las clases de historia republicana que recibí en cuarto grado eran lo más parecido a Alí Babá y los cuarenta ladrones─. El fervor de los 60 impuso la proletarización (al menos aparente) de la clase política, que hizo del caqui verde oliva y gris (fuese militar o civil) el uniforme institucional. Su incuestionable honradez y desprendimiento quedaba fuera de dudas: habían aprobado con sobresaliente el detector de burgueses que fue la Sierra Maestra.
Aceptemos también que un jefe de Estado debe recibir, dada la estatura de su posición, una vivienda acorde, escolta, coches y toda la parafernalia; como en menor escala, los más altos (pero no tan altos) cargos. Hasta ahí, normal. Pero ya desde 1959, los cuarteles se convirtieron en escuelas, y muchas viviendas abandonadas por los burgueses (con todo su contenido), en viviendas de los más listos guerrilleros, y los coches y algunos yates, etc., etc. (para que esto no parezca un inventario). Ramiro Valdés llegó a decir que quienes se habían jugado lo más excepcional, la vida, por la Patria, tenían derecho a una retribución excepcional. Hay que decir, para ser justos, que Ramiro ha sido siempre consecuente con sus ideas. De modo que la Patria pagó sin rechistar ese derecho de pernada. No en balde el Che, tan temprano como en 1964, y precisamente en una reunión del Ministerio del Interior, lanzó aquello de que «contrarrevolucionario es aquel señor que valiéndose de sus cargos…», que debió ruborizar a todos los presentes.
Pero aún cuando aceptáramos aquello como botín de guerra, pasó el tiempo y pasó que la pobreza se institucionalizó, la libreta se eternizó, la miseria digna se convirtió en el modus vivendi nacional, y fue defendida con fervor, como paradigma de igualdad. Así y todo, el funcionariado no estaba dispuesto a aceptar grandes responsabilidades con un salario que sólo superaba al de un médico en un 10-20%, de modo que mientras defendía el racionamiento, creó un intrincado sistema para violar el racionamiento: tiendas «especiales», viajes de servicio con dietas serviciales, distribución discrecional de viviendas y autos, más la sustracción pura de medios destinados a sus empresas y ministerios. Llegó un momento que se instituyó como parámetro económico el «faltante», cuyos parámetros «normales» oscilaban entre 10-15%. Quien robara dentro de lo «aceptable» no era sancionado. Quien no tuviera «faltante» era destacado en la prensa como un ejemplo, una rara avis digna de ingresar al Zoológico Nacional. Así, los casos más sonados de corruptos caídos han coincidido sospechosamente con personajes políticamente inconvenientes. Desde los 60 hasta Luis Orlando Domínguez o Aldana, por no llenar demasiados folios. O el ajuste global de cuentas de las Fuerzas Armadas al Ministerio del Interior tras el Caso Ochoa. Pero lo más curioso es que sólo se descubra al corrupto en ese instante y no mientras traficaba cocaína, regalaba decenas de casas y coches, abría cuentas en Panamá, embutía fajos de dólares en su caja fuerte, o disfrazaba de soldados a «niñas» que volvían de las fiestas porno en Luanda incluso condecoradas. Y eso en un país donde «siempre hay un ojo que te ve», un ojo del poder que, al parecer, padece presbicia, porque divisa la corrupción en Miami, pero no en el ministerio de los bajos. Y sólo ahora (ingenuo de mí) me pregunto ¿a quién beneficia esa presbicia? Por supuesto que, en primera instancia, al corrupto. Pero, a su vez, el corrupto sabe que El Poder (sólo hay un Poder con mayúscula) lo sabe y, por tanto, paga el precio de su libertad condicional, que puede ser derogada al menor asomo de incontinencia política. Sabe que no se le exige probidad (aunque los haya), ni siquiera eficacia en el ejercicio de su cargo (aunque también los haya), sino (y sobre todo), incondicionalidad. Y mientras más ineficaz y torpe sea el «cuadro político» (nunca mejor dicho), más incondicional deberá ser para garantizar la pensión vitalicia de que disfruta y que en ningún sitio de la galaxia le otorgarán por sus servicios. Pero nada de esto ocurre «in vitro». Hay 22 millones de ojos que lo ven. Y aprenden cada día del ejemplo, que es el mejor sistema pedagógico. Pero eso es otro costal de harina, que rebasaría las dos cuartillas.
Un proceso que se ha intensificado y ha buscado nuevas rutas en la Era del Dólar, arrimándose al amparo de las empresas mixtas y el turismo. Un regreso al verde que sólo muy lejanamente recuerda el verde olivo de los 60, cuando un ministro que se preciara debía embarrarse un poco el caqui del uniforme antes de entrar a la Junta de Administración, para resultar así más proletario.
“Fidelidad a plazo fijo”; en: Prensa del Caribe. Año 1, n.º 3, Madrid, septiembre, 1997, p. 15.
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Etiquetas: corrupción, Cuba
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Ruidos
12 03 1997Casi el 40% de los encuestados por el Centro de Estudios de Ordenación Territorial y Medio Ambiente considera la contaminación acústica el problema ecológico que más les afecta. Y no es para menos. El tráfico, las fábricas, los bares y discotecas son los primeros generadores de ruido, cuyos efectos se multiplican gracias al trazado urbanístico irracional, o al de las zonas que se edificaron en una época más silenciosa. Ruidos que afectan al sistema cardiovascular, neurofísico, sensorial y digestivo; disminuyen la productividad laboral y aumentan la agresividad, incluso en los niños, que también sufren una merma en su capacidad de concentración.
Cuando un domingo de camping redescubrimos ese sucedáneo del silencio que es la música de la naturaleza ─el viento entre las ramas, el trino de los pájaros, un mugido lejano─, podemos estar demasiado encallecidos para disfrutarlo. Porque escuchar el silencio también requiere su aprendizaje. De modo que existen ya sanatorios donde el primer tratamiento es el silencio, y locales donde el ejecutivo sometido a stress puede disfrutar media hora en una cámara insonorizada por un precio módico.
Pero hay otra forma de contaminación sonora que las estadísticas medioambientales suelen soslayar: la contaminación retórica. Somos bombardeados cada día con millones de declaraciones y discursos. Nuestra clase política intenta explicarnos continuamente su verdad. El método más eficaz para ocultarnos la verdad. Llenan de palabras cada minuto de silencio. Porque el silencio es peligroso: insta a pensar. Y ya se sabe que la economía requiere productores competitivos; la política, votantes. Pensar es siempre un ejercicio disidente.
Veintiocho mil millones de pesetas necesitaría la Junta de Andalucía para resolver el problema de la contaminación acústica en la Comunidad: silenciadores, aislamientos de fachadas, pantallas acústicas en las vías rápidas y mejora en las instalaciones de aire acondicionado. Nadie ha estimado el costo que supondría eliminar las palabras superfluas.
“Ruidos”; en: Diario de Jaén, Jaén, España, 12 de marzo, 1997, p. 30.
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Etiquetas: contaminación acústica
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Ciberpesetas
20 02 1997El dinero electrónico promete hacernos la vida más fácil. Bastará cargar la tarjeta e introducirla en los dispositivos de lectura, para que podamos adquirir desde la barra de pan a los cigarrillos sin manipular una peseta. Con ese dinero se podrá comprar por teléfono o vía Internet, e incluso la televisión digital nos anuncia nuevos aparatos donde bastará insertar el monedero, para adquirir instantáneamente el nuevo chirimbolo que nos oferta la Tienda en Casa. Podremos transferir dinero para ciertos usos y no para otros, aumentar la velocidad y disminuir el costo de las transacciones; convertirnos en nuestros propios banqueros. El dinero podrá moverse con sigilo y rapidez por la red informática planetaria, dejando a la policía económica como el pescado en la tarima: con los ojos abiertos pero sin ver nada. Cosa que seguramente aprovecharán quienes se dedican a la higiénica tarea de lavar dinero. La red podría convertirse en el detergente universal. Y ya los falsificadores no tendránque afanarse en copiar los minuciosos dibujos de los billetes y las marcas de agua. Bastará que descubran los códigos electrónicos, con lo cual el ciberdelincuente se pondrá a la orden del día. Algunos aseguran que en 10 años sólo el 20% de los gastos familiares se pagarán en dinero contante y sonante. Otros van más lejos y auguran la desaparición del dinero tradicional, reducido a mera curiosidad numismática, dado que una cajetilla de Ducados costará 170 bytes. Falta que de aquí a allá tengamos trabajo, y por tanto dinero, electrónico o no, que ir a gastar en los hipermercados del ciberespacio.
“Ciberpesetas”; en: Diario de Jaén, Jaén, España, 20 de febrero, 1997, p. 27.
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Etiquetas: dinero electrónico
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Españoles
7 02 1997Una información de Europa Press da cuenta de que el 64,4% de los votantes del PNV y la mitad de los votantes de CiU aseguran sentirse poco o nada orgullosos de ser españoles, en contraste con el 95,8% de los votantes del PP, el 92,7% de los votantes del PSOE y el 80% de los de IU, orgullosos de su españolidad.
En algunos confines del planeta, nacionalidad y país son conceptos coincidentes; en otros, no. Y España no es una excepción. Si la nación surgió como bastión para la defensa de una cultura y una identidad frente a culturas e identidades vecinas; el país es una institución geopolítica en cuyos orígenes hay, con gran asiduidad, violencia de sobra. Por no hablar del colonialismo que parceló África y América en latifundios de propiedad europea, engendrando al cabo países que poca o ninguna relación tienen con las naciones originales, porque para el conquistador todos los nativos eran iguales.
Hoy resurgen los nacionalismos, con secuelas a veces nefastas, como demuestran los Balcanes o África. Frente al capital sin fronteras, la comunicación global, la red informática que cubre el globo y la movilidad sin precedentes de los seres humanos; se levantan nuevas trincheras para defender el microespacio. Y tienen su derecho. Pero, como dijera hace un siglo José Martí, «trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra». Es natural que frente a la internacionalización financiera y cultural algunos decidan guarecerse en sus naciones. El hombre tardó siglos en atreverse a perder de vista la costa y conquistar los mares abiertos, y ante barruntos de tormenta siempre busca puerto seguro, tierra conocida. Que se rescate un folklore, una cultura, incluso una lengua, puede ser enriquecedor para todos los hombres. Pero, como demuestran desde hace siete siglos los suizos, escindidos en tres naciones y cuatro idiomas en un territorio menor que Andalucía, identidad no equivale a enemistad, y nacionalidad puede ser complemento de convivencia. De modo que cualquier suizo dirá ante todo que es suizo, unidad que engloba y concilia la diversidad, antes que tichinés o suizo alemán. Pueden sentirse orgullosos de su patria chica, pero más aún de la patria grande que es un resultado de la convivencia, la tolerancia y la aceptación de los fueros ajenos.
Y no equiparo, porque la historia de cada país es diferente. Pero sería conveniente que cada uno de esos vascos o catalares reflexionara por exclusión: Si de pronto dejara de ser español y se convirtiera en cuidadano de una Cataluña independiente o de una República Euskadi, ¿le faltaría algo? ¿Podría reescribir su identidad y su cultura, su historia y su economía prescindiendo de esa España de la que no se siente orgulloso? ¿Lograría extraer de sus tradiciones, de su folklore y sus costumbres todo lo que no fuera estrictamente catalán o vasco, sin mutilarlos en esencia? Aunque no soy un experto en el tema, sospecho que no.
Pero pudiéramos ir más allá, hacia la esencia de la pregunta que hacen los encuestadores y cuya validez discuto. ¿Puede uno sentirse orgulloso, en bloque, de ser español, o chino o senegalés? ¿Tendría que sentirme orgulloso por igual de Hernán Cortés y del Padre de las Casas, de Franco y de la Pasionaria, de Cervantes y de Mario Conde, de la defensa de Cádiz y de la ocupación de Flandes, de la colonización del Nuevo Mundo y de la transición democrática? De hecho, un español tiene sobradas razones para sentirse orgulloso de su cultura y su idiosincrasia, de sus monumentos y sus tradiciones; pero sobre todo deberá sentirse orgulloso de su condición humana, esa que nos iguala no importa cual sea el color de la piel, la geografía del cráneo o el tipo sanguíneo.
“Españoles”; en: Diario de Jaén, Jaén, España, 7 de febrero, 1997, p. 28.
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Etiquetas: España, nacionalismo
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Metástasis del poder
30 01 1997La ciencia española está de fiesta.
Como demuestra el artículo publicado recientemente en la revista Nature, los equipos dirigidos por los españoles Piero Crespo Baraja y Xosé Bustelo, en el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos y en la Universidad de Stony Brook respectivamente, han descubierto el mecanismo molecular que emplea el oncogen vav para transmitir instrucciones cancerígenas a las células sanas. De modo que si se lograra bloquear esa información, las células sanas seguirían a su aire, sin hacer el menor caso al perverso vav.
La noticia nos alegra a todos, especialmente a los que hacemos una vida insana y nicotínica. Desde hoy encenderemos el próximo ducado con un pelín más de esperanza de llegar a viejos.
Lo que parece más difícil de descubrir, y aunque se descubra sería aún más difícil de erradicar, es el mecanismo mediante el cual el oncogen del poder transmite información cancerígena a un político sano y altruista ─que creía en su misión de cambiar (para mejor) el mundo─, alentándolo a un crecimiento desmedido de su ambición, a una necesidad multiplicada de poder que (quizás se diga a si mismo) mañana le permitirá transformar (para mejor y más rápido, dado que posee más medios con qué hacerlo) el mundo; sin importar las componendas, trapacerías y corruptelas que sean necesarias; porque el oncogen del poder tiene la rara propiedad de deprimir prejuicios morales y barreras éticas. Hasta que la naturaleza social obra lo suyo (aunque no siempre), y el político, al fin, hace metástasis.
“Metástasis del poder”; en: Diario de Jaén, Jaén, España, 30 de enero, 1997, p. 25.
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Etiquetas: cáncer, poder, política
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