Tasaciones

4 12 2013

Madre, yo al oro me humillo,

Él es mi amante y mi amado,

Pues de puro enamorado

Anda continuo amarillo.

Francisco de Quevedo y Villegas

Me escribe un amigo de Cuba que cuenta con un par de titulaciones, está profesionalmente bien situado y recibe a fin de mes su estipendio en pesos devaluados. Se queja de “las diferencias sociales marcadas por Don Dinero” y de cómo el talento, la calificación y las titulaciones (que según él determinaban la estratificación en el pasado) han devenido hoy factores secundarios en el hit parade  de la tasación social.  Un semianalfabeto con una ponchera o una paladar exitosa mira por encima del hombro al infeliz neurocirujano cuyas destrezas y saberes tasa el Estado a la baja.

Se queja mi amigo de que “Todo depende de lo que tengas. Tanto tienes, tanto vales. Algo muy jodido en una sociedad como ésta, que se construyó sobre otros valores”. Y concluye que esa es la razón fundamental de que “todos los jóvenes quieran emigrar, no importa para dónde. El problema es que no ven futuro y eso es difícil de aceptar”. Y al final de su carta aventura la hipótesis de que a mi llegada a España, 20 años atrás, debí chocar horrorizado con esta estratificación patrocinada por el dinero.

Mi amigo insiste en creer que, en sus días de gloria, el sistema estuvo dictado por el altruismo, la ponderación de los valores estoicos que sugería el libro de estilo ideológico y la postergación de las recompensas materiales, diferidas hacia un futuro tan incierto como el paraíso dibujado por los sermones de un párroco medieval. Y que eso era un ecosistema feliz. Francamente, yo no sé si él añora ese momento idílico del pasado (que escapó de incógnito por alguna esquina de mi adolescencia, porque no lo recuerdo), o si añora su propia juventud, cuando tener 20 años era un tesoro que suplía todas las carencias.

En realidad, había dos libros de estilo. En el primero, para uso exclusivo del Comité de Redacción, se daban por aprendidos los valores estoicos –quienes arriesgaron su única vida por el bien de la patria, deberán gozar sin limitaciones la segunda parte– y podía pasarse a la repartición del botín incautado al enemigo en fuga: autos de último modelo, yates de recreo, casas en Miramar, Varadero, cotos privados de caza. Pero Miramar es finito, de modo que el resto de la plantilla deberá atenerse al libro de estilo apto para todos los públicos, y conformarse con su foto en el mural como vanguardia de la empresa.

En 1973, cuando yo ingresé al tercer año de la carrera en la Universidad de Oriente, todavía coleteaba un suceso que había conmocionado el curso anterior a toda la universidad. Dos estudiantes, amigos por entonces del hijo del comandante Guillermo García, máxima autoridad en Santiago de Cuba, solían visitar la casa de su amigo para estudiar juntos. En una asamblea denunciaron que mientras el pueblo santiaguero pasaba hambre y las guaguas aparecían con menos asiduidad que los ovnis, en esa casa se vivía en un microclima de lujo. Se armó tal trifulca, que Fidel Castro insistió en reunirse con ellos en asamblea abierta y concluyó allí que el único error de Guillermo García fue permitir que entraran en su casa aquellos dos malagradecidos. Una lección magistral de sabiduría política, “porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias”, como dijo en su día Martí a Mercado.

De modo que cuando llegué a España no sufrí un shock ante un país donde había una diferencia de clases dictada por el dinero. Había ricos y pobres, efectivamente, pero también una extensa clase media integrada por profesionales, obreros altamente calificados, funcionarios de la administración pública. Sin yate ni jet particular, son dueños de su casa, desayunan, almuerzan y comen (dieta mediterránea), sus hijos estudian en las universidades, se operan en buenos hospitales, se jubilan y disfrutan un mes de vacaciones pagadas al año.

Las nuevas reglas del juego decían que si me esforzaba, si encontraba un trabajo, si era laborioso e inteligente, podría alcanzar esas mismas metas. Era más de lo que me ofrecía la sociedad anterior donde, efectivamente, las diferencias entre ricos y pobres estaban mucho más enmascaradas de puertas adentro, bien fuera la puerta de caoba de una mansión del Laguito o la de bagazo en un tugurio de La Habana Vieja; pero donde yo podía ser el más inteligente de la clase, el más estudioso y el más laborioso, y de todos modos no conseguiría nada a menos que fuera “confiable”. Algunos traían ya la confiabilidad en el ADN, al ser hijos de, hermanos de, nietos de. Cuando entrevisté a los estudiantes del Instituto de Relaciones Internacionales, el 98% eran confiables por defecto: una antología de ADN Revolucionario. Otros se ganaban esa confiabilidad mediante declaraciones de fe o, en el mejor de los casos, prudentes silencios.

Quienes no nos atuvimos a esa regla de oro de la acumulación originaria del capital político, sabíamos que no pasaríamos de clase media sospechosa, sujeta a continuas revisiones, cuando no expulsiones y vetos para ascender en el escalafón. España exigía sudor y neuronas, no declaraciones. De modo que no, amigo mío, no fue tan traumático.

Las diferencias sociales marcadas por Don Dinero han existido siempre y me temo que seguirán existiendo. Sin pretender el monopolio de la verdad, creo que son deseables si incentivan la productividad, la creatividad, la innovación, el talento, el espíritu emprendedor, la excelencia, y con ello el crecimiento económico del país y la riqueza colectiva. Son perversas cuando se juega con las reglas trucadas y no se premia a los que más aportan, sino a los más astutos, fulleros o inescrupulosos, capaces de usufructuar en beneficio propio el trabajo ajeno sin aportar valores añadidos.

Una de las grandes diferencias entre el capitalismo de primer mundo y el de tercero, es que en el primero hay una extensa clase media con poder adquisitivo, derechos y deberes, que no sólo constituye una importante sociedad civil sino también un motor económico. En el modelo tercermundista, una microscópica élite suele ser propietaria del país, mientras la gran mayoría malvive en la miseria. Esta última es una sociedad en equilibrio inestable, cuando no a punto del estallido. Un modelo que, desgraciadamente, dada la connivencia entre los poderes políticos y el capital financiero, se está extendiendo al primer mundo. En las grandes empresas financieras de Wall Street, las retribuciones de algunos ejecutivos pueden multiplicar por 500 el menor salario de la empresa. Y eso en un sector cuyo único producto no son automóviles ni viandas sino espejismos. De modo que quienes producen bienes, innovan y reconfiguran este mundo, suelen ser peor retribuidos que quienes revenden, no ya las cosas, sino la imagen de las cosas. Los comerciantes de humo.

Si el dueño de un chiringuito decide ponerse un salario de diez mil euros, es su dinero y quebrará en breve. Por eso seguramente no lo hará. Cuando los gerentes de las compañías, meros empleados contratados por  el Consejo de Administración en nombre de la junta de accionistas, se atribuyen a sí mismos bonus, indemnizaciones millonarias y salarios de escándalo, poco les importa el destino de la compañía que deben guiar. Siguen el modelo del cargo público cuya primera tarea es ordeñar la teta del Estado hasta que se seque, del alcalde recién electo cuya primera medida es duplicarse el sueldo, o del banquero que cobra copiosa indemnización por llevar una institución pública a la quiebra.

Por eso Occidente está llegando, con esta crisis, a un momento de inminente cambio: el ciudadano está cansado de elegir políticos que después no se consideran servidores públicos, sino de sí mismos o, en todo caso, del capital financiero y los grupos de presión a quienes nadie ha elegido. A pesar de la campaña alarmista de la patronal Economiesuisse y de los partidos de derechas, en marzo pasado, el 68% de los suizos aprobó en referendo limitar los salarios excesivos, los «paracaídas dorados» y las indemnizaciones de los directivos de las grandes empresas. Aunque el 24 de noviembre el 65% de los suizos votó contra la iniciativa 12:1 para limitar a 12 veces el menor salario la retribución de los ejecutivos, ideas similares están floreciendo por todas partes: el movimiento 15M, la Tasa Tobin, la eficaz persecución del billón de euros anuales de fraude fiscal en la UE y, lo más difícil, el cierre de los paraísos fiscales que, según Tax Justice Network, no están encabezados por las Islas Caimán o las Bahamas, sino por  Delaware, el pequeño estado norteamericano donde tienen su sede la mitad de las compañías que cotizan en Wall Street. Y en segundo lugar, Luxemburgo, Suiza y la City de Londres.

Hace poco, en la Universidad Complutense de Madrid, un estudiante latinoamericano me preguntó si yo creía que el capitalismo tal y como lo conocemos es la solución para la humanidad. Espero que no, le respondí, sino una etapa de tránsito hacia un sistema mejor, más libre, solidario y participativo, y que premiará a los más aptos, no a los más pillos. No se trata de derogar la democracia imperfecta para establecer una dictadura perfecta llena de buenas intenciones y que al final ya sabemos cómo acaba, sino de implementar los mecanismos para una democracia efectiva, un verdadero gobierno de la mayoría, donde los políticos no pasen de ser empleados, servidores públicos que deben rendir cuentas a la junta de accionistas: los electores. Con Internet y las redes sociales, disponemos de las herramientas para crear redes de gobierno participativo, continuo, que no se limite a unas elecciones cada cuatro años.

Pero Cuba ni siquiera ha alcanzado ese conflicto. Su mayor problema hoy no es que haya diferencias importantes de ingresos, sino, de nuevo, los factores que determinan esa desigualdad. Si ayer la confiabilidad política determinaba que te tocara una mansión de Miramar o un apartamento en Alamar (el factor común es el mar, pero no es lo mismo “mira” que “ala”), ahora la diferencia está en que tú seas un pobre neurocirujano o un flamante analfabeto dueño de una paladar. El gobierno prohíbe a los profesionales ejercer sus oficios por cuenta propia porque sabe que en la nueva sociedad del conocimiento sólo el talento es un valor añadido seguro. El resto lo fabrican los chinos a bajo costo. De modo que si se repite en la isla la historia soviética o la piñata sandinista, si el general X, administrador de la empresa Cubaguanex, despierta una mañana como dueño, dispondrá de 500 ingenieros para ofrecer a sus presuntos clientes filete intelectual a precio de ternilla. Si ahora se permitiera a esos ingenieros trabajar por su cuenta, estos podrían hacerle la competencia desleal al desvalido e indefenso Estado cubano. Así, la lista de los oficios permitidos parece un edicto de algún Capitán General del siglo XIX: forrador de botones, hojalatero, arriero, reparador de colchones, aguador, cantero. Por eso el más interesado en emigrar no es el albañil, sino el doctor.

Den Xiaoping dijo hace muchos años, parafraseando a Winston Churchill, que el socialismo es el camino más largo entre el capitalismo y el capitalismo. El peligro de esta política de redistribución de la riqueza es que mientras se recorre ese camino (muy lentamente; dada su juventud nuestros generales no tienen apuro) y llega el momento en que no les quede más remedio que liberalizar el trabajo de los profesionales, ya no haya demasiados en activo, porque el éxodo, sobre todo de profesionales jóvenes, es galopante. Si algo puede marcar la diferencia en el futuro de Cuba es el talento que se ha educado durante el último medio siglo y que ahora se desangra hacia geografías más promisorias, como apunta con razón mi amigo. Y me temo que seguirá teniendo razón, a menos que  los generales se preocupen un poco más por el destino de la infantería y menos por el puesto de mando. Lamentablemente, basta un repaso a la historia para comprender que los generales suelen prodigar a la tropa un afecto meramente estadístico.





Intrascendencia

4 12 2012

Exilio

es llegar a entender

que el día que tanto esperamos

no será más que una noticia

encapsulada entre dos comerciales

de Pepsi y Tylenol.

Jesús J. Barquet;Destinos”

 

Navegando por la red, me asaltó hace poco la última foto de un Fidel Castro rural, contra un fondo de arbustos (no descarto la moringa porque jamás la he visto). La camisita de cuadros –reminiscencia de las que un día vendieron en Flogar por la libreta de productos industriales— lo traviste de paisano, lejanas ya las glorias del sempiterno uniforme verde olivo. La imagen me recordó la escena final de Marlon Brando en El Padrino. Minutos antes de ser fulminado por un infarto, juega con su nieto en el huerto e intenta asustarlo con una dentadura improvisada de cáscaras de naranja. Pero Brando no metía tanto miedo como Castro.

La mano huesuda, de uñas afiladas, admonitoria. La boca entreabierta. El gesto amargo. Pero, sobre todo, la mirada de loco furioso al fondo de las cuencas hundidas de los ojos, como de calavera apenas revestida de piel, algo que acentúa la sombra proyectada por el ala del sombrero. Otra de las fotos es más lúgubre: el gesto contraído y la mano en la cintura, donde algún día llevó la pistola. (Supongo que ya no le permitan portar armas).

Castro se empeña en demostrar que está vivo y en activo, apelando al expediente de los secuestradores clásicos: sostiene el periódico del día. Pero se equivoca.

Gracias a que se extravió en las calles de Santiago de Cuba, la ciudad que habitó durante años, salió ileso del Moncada. Aficionado a las miras telescópicas, durante  la guerra no sufrió ni un rasguño. Fidel Castro sobrevivió a cientos de complots para asesinarlo. Vio aparecer y esfumarse a diez inquilinos de la Casa Blanca, a todos los líderes del campo socialista y sus homólogos asiáticos. Ya estaba en el poder cuando levantaron el Muro de Berlín y siguió en el poder cuando lo derribaron. Desde 1959 se ha vaticinado una y otra vez, con más deseos que datos, la caída de su régimen. Su muerte inminente ha sido anunciada una docena de veces, y muchos periódicos ya tienen preparada la cabecera y el artículo que publicarán ese día en primera.

Las botellas de champán, ron 25 años y vino gran reserva que muchos guardan a la espera de ese día, se han ido añejando en las bodegas. Confiemos que se conserven a la temperatura adecuada.

Desde su infancia, Fidel Castro soñó un mundo a la medida de sí mismo. Y como político, en buena medida, lo consiguió. Cientos de hombres murieron bajo sus órdenes en nombre del restablecimiento de la democracia que más tarde él demolería hasta los cimientos. Utilizó a los demócratas en la guerra y a los viejos comunistas en la paz. Y luego los desechó sin el menor escrúpulo. Ministros, consejeros, tecnócratas de corte soviético, generales que ganaron las guerras de las que él se jactaría, cowboys de la revolución y jóvenes promesas sufrieron la misma suerte cuando la preservación de su poder personal lo hizo recomendable. Como diría Monterroso, y el dinosaurio permanecía allí. Hasta que fue su propio cuerpo el que se declaró en rebeldía. El comandante no ha podido encarcelar a su cuerpo por ese desacato. Ni fusilarlo. Ni mandarlo al exilio. No le ha quedado más remedio que confinar a su cuerpo en el famoso plan pijama, destino de cientos de funcionarios cubanos a lo largo de medio siglo.

Si la ambición del comandante se redujese a conservar el poder hasta que la muerte nos separe, como un alcalde de San Nicolás del Peladero, el balance de su vida habría sido un éxito. Pero él siempre aspiró a más. Quiso ser un estadista memorable, un líder de talla mundial, una figura histórica, perdurar en la posteridad.

Lamentablemente (para él) y por suerte (para la humanidad), el destino lo dotó  con una isla minúscula y unos pocos millones de súbditos. Su carta a Kruschov durante la Crisis de los Misiles (o de Octubre, o de los Misiles de Octubre), donde lo instaba a dar el primer golpe, es pavorosa. El mundo nos debería estar agradecido por cargar con él a solas. Ya entonces, Nikita Kruschov aclaró a Fidel que en las grandes ligas de la política mundial, un pequeño zar del Caribe no pasaba de cargabates, cosa que Castro jamás le perdonará.

Su hegemonía en la insurgencia continental se diluyó a la misma velocidad que las guerrillas y la aventura africana es apenas un capítulo exótico (salvo para quienes dejaron allí a sus muertos) en la historia del continente negro.

Su fugaz liderazgo en el Movimiento de los No Alineados no pasó a mayores. Castro estaba demasiado alineado para el gusto de la concurrencia, y su alegría por la invasión soviética a Afganistán no tuvo quórum.

Si fue su propósito establecer un nuevo paradigma, el fracaso ha sido rotundo. Los estadistas suelen comportarse como arquitectos, no como brigadas de demolición. Basta mirar el lamentable estado de la Isla para alejarse de semejante fórmula. Incluso el llamado “Socialismo del siglo XXI” dista mucho del modelo impuesto por Castro a los cubanos. Chávez ha aprovechado, eso sí, las recetas populistas/represivas de su mentor cubano, pero eso no es un sistema de gobierno, sino un código mafioso, un régimen de prisiones. Lo que no ha conseguido el venezolano es la proyección escénica de su mentor. Hay quienes nacen para interpretar a Shakespeare y otros no rebasan el teatro bufo. Por eso resulta curioso que un político tan sagaz como Castro, que ha cultivado su imagen al detalle, no haya tenido la prudencia de morirse a tiempo, antes interpretar la caricatura de sí mismo.

El presunto estadista que iba a convertir a Cuba en un modelo para el mundo entero, un país que en diez o quince años sobrepasaría en PIB per cápita a Estados Unidos –en la Biblioteca Nacional, los diarios donde constan sus desatinos de entonces no son accesibles salvo permisos especiales– arruinó en dos lustros una economía solvente y la remató a golpes de inspiradas campañas dignas del realismo mágico. Quizás eso explique su amistad con Gabriel García Márquez. Éste se limitó a escribir la saga de Macondo. Castro patentó el socialismo macondiano.

¿Será una figura histórica? ¿Ocupará un escaño en el parlamento de la posteridad? Desde luego, para los cubanos será para siempre una cicatriz de medio siglo. Un queloide en la historia de Cuba. En cuanto a la posteridad, Fidel Castro no lega una filosofía, como Karl Marx; ni una teoría memorable, como Einstein; ni es el padre de una nación, como Washington, sino el padrastro maltratador que se ha ensañado con la pobre Patria y con sus hijos. Su modelo de Estado, estructuralmente ineficiente y subvencionado, duró lo mismo que las subvenciones. (En nombre de la independencia nacional, consiguió que Cuba fuera más dependiente que nunca antes en su historia). Y ese modelo ya ha mutado hacia un protocapitalismo indeciso que sólo aspira a preservar los privilegios de la dinastía militar.

El ideario de Fidel Castro está emborronado en miles de discursos repetitivos y contradictorios: demócrata, comunista, prosoviético, antisoviético y prosoviético again, internacionalista, nacionalista, leninista y martiano, pacifista mientras fraguaba invasiones y guerrillas; predicador de la virtud mientras la Isla se convertía en confortable escala de la cocaína. En nombre de la autodeterminación y contra un pensamiento único global, invoca el derecho a la diferencia de sátrapas sirios, libios, serbios o coreanos.  En nombre de su autodeterminación, se erige a domicilio en sumo sacerdote del pensamiento único.

Sólo tres constantes en medio siglo: su avaricia del poder absoluto, su aversión a la libertad y el bienestar de los cubanos, y su odio a Estados Unidos, único enemigo a la medida de su arrogancia. Este último ha sido su mejor coartada para venderse de inocente David mientras ejercía en casa de Goliat abusón. Supongo que la avaricia y el odio sean insuficientes para conseguirle un escaño en la historia.

Siempre he creído en la sabiduría que subyace bajo muchos chistes populares. Uno que escuché hace veinte años narraba el regreso de Fidel Castro a la tierra tras medio siglo en el más allá. Caminando por una Habana reverdecida, constata con asombro que nadie lo reconoce y, peor aún, que nadie ha oído hablar de él. Acude entonces a la biblioteca y consulta la enciclopedia. Efectivamente, allí está:

Castro, Fidel: Dictador cubano que vivió durante la Era de los Van Van. (Ver Van Van).

Y la enciclopedia dedica diez páginas a los Van Van, con profusión de fotos y discografía.

Morirse a plazos y no al contado tiene efectos secundarios, daños colaterales. El que nos abrumaba sin compasión con discursos de ocho horas por el placer de escucharse a sí mismo, balbucea incoherencias ahora cuando le conceden unos minutos de cámara. Al dueño de la palabra le han escamoteado el espacio para sus reflexiones desde que atacó a Deng Xiaoping, arquitecto del neocapitalismo chino. Desde entonces, apenas le han permitido algunos twitts incoherentes sobre el yoga y la moringa. Y sufre en vida la suerte de Mao: Raúl Castro implementa en su nombre las políticas que él siempre aborreció.

El que ha sido durante años el acontecimiento más esperado por el exilio, es ya una noticia intrascendente, “una noticia / encapsulada entre dos comerciales / de Pepsi y Tylenol”, como reza el poema de Jesús J. Barquet. Una noticia que tendrá más resonancias paleontológicas que políticas, como cuando nos informan que ha desaparecido el último ejemplar de cierta especie rara, un fósil viviente al que creíamos extinto desde hace mucho tiempo. Aunque enarbole el periódico del día para demostrar su existencia, aunque no se haya hecho pública la noticia, ni hayan exhibido el féretro en la Plaza de la Revolución, el Comandante está en un error. Ha muerto lentamente de intrascendencia. Dado el pésimo estado de los servicios públicos, han olvidado retirar su cadáver.

 

“Intrascendencia”; en: Cubaencuentro, Madrid, 04/12/2012. http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/intrascendencia-281972





La otredad peligrosa

1 12 2012

La historia humana es la historia de la pluralidad. Desde que el homo sapiens apareció en África, su migración a todo el planeta conformó etnias, lenguas, culturas, religiones, y con ello apareció la otredad. El otro no siempre era el buen vecino del valle contiguo con quien se intercambiaba sal por orégano. Era, con frecuencia, el clan rival al que se disputaban territorios de caza, la raza inferior que debía ser exterminada a favor de la raza elegida, o el enemigo ideológico que encarnaba el mal absoluto.

La pluralidad ha convivido durante milenios con dos fuerzas antitéticas: el respeto y la convivencia Vs. la intolerancia. La cultura occidental es, posiblemente, el mejor ejemplo de respeto y convivencia: se ha nutrido de las más diversas fuentes continuamente trasvasadas entre filósofos, científicos, escritores y artistas, hasta el punto de que una novela de Philip Roth o de Carpentier serían impensables sin el precedente del pensamiento griego, la oratoria romana, el Talmud o la mitología yoruba. La intolerancia, frecuente disfraz de intereses espurios, ha aportado, por su parte, cientos de millones de muertos, pogromos, esclavitud y ostracismo de pueblos enteros, genocidios, éxodos masivos, aniquilación de culturas. Una y otra vez, los “virtuosos de la unanimidad” y los gobernantes incapaces o tiránicos (o ambos inclusive) han echado mano del “otro” como culpable de aquellos males que ellos eran incapaces de subsanar o, incluso, de los que su propio desgobierno provocaba. La raza y la religión han sido disfraces frecuentes de esa “otredad” interesada. No hay que remontarse a la historia antigua para descubrirlo. Basta leer el periódico.

Quien visitara a inicios del siglo XVI a los inuit de Groenlandia, las comunidades laponas o algunas islas intocadas del Pacífico, podría tener la engañosa sensación de que la humanidad era homogénea: su biotipo, sus dioses y costumbres. Ya por entonces Cuba era plural: los restos de la escasa población indígena, conquistadores andaluces y extremeños, los primeros esclavos africanos, aventureros de media Europa atraídos por la promesa de un mundo nuevo y fabuloso. De modo que entre los cubanos, incluso antes de ser propiamente cubanos, la pluralidad no era la excepción, sino la regla. A pesar de las barreras levantadas durante siglos a la mezcla entre razas, credos y costumbres, esa pluralidad ha producido uno de los paradigmas universales de mulatez. No sólo se combinaron los ADN. Se amulataron los dioses, las mitologías, las culturas hasta entonces encastilladas por la geografía.

De modo que hoy un cubano puede tener cualquier biotipo, rezar a cualquier dios (o a varios al unísono) y nutrirse de cualquier fuente cultural sin que le sea ajena. Espero no pecar de chovinista al afirmar que la llamada globalización no comenzó en Internet sino en el Caribe.

Por el contrario que otros pueblos confinados por la etnia, la religión excluyente o las murallas de la historia, los cubanos nos sabemos herederos del planeta. Ante lo ajeno desplegamos curiosidad, no nos blindamos en una cápsula de folklor. Si salimos al mundo, no solemos atrincherarnos en el gueto: asimilamos usos y costumbres sin perdernos de vista a nosotros mismos. Y si echamos la vista atrás, veremos que casi cuatro siglos de esclavitud y sociedad patriarcal férreamente estratificada no consiguieron abolir la convivencia.

A pesar de que fue la guerra de independencia más cruenta de América, en la nuestra se vio a españoles y criollos, blancos, chinos y negros, peleando por la misma libertad. Y a peninsulares y criollos bajo el pabellón español. No fue una guerra de etnias o banderas, sino de ideas. Por eso cuando el capitán general Ramón Blanco y Erenas propuso a Máximo Gómez unir fuerzas en nombre de la raza contra el invasor norteamericano, el generalísimo le respondió que no veía peligro en el apoyo norteamericano (propiciado por el Partido Revolucionario Cubano, a cambio de la Enmienda Teller, que garantizaba la independencia de la Isla). Se luchaba por la libertad, no por la raza. Fue la guerra sin odio preconizada por Martí, que no se ensañó en el vencido.

Aunque la discriminación de género, racial y económica perseveró en la República, en las grandes luchas de la nación contra las dictaduras y por los derechos del ciudadano hicieron causa común blancos y negros, hombres y mujeres. Cuando se sentaron a debatir el futuro, comunistas y socialdemócratas, liberales y conservadores, flexibilizaron sus programas ideológicos hasta acordar una de las constituciones más avanzadas y progresistas de su tiempo: la de 1940.

Se ha hablado mucho, y con razón, de los males de aquella república viciada por el abuso y la corrupción, pero en ella la pluralidad también tuvo su asiento. La población universitaria de mujeres, por ejemplo, era, proporcionalmente, la mayor de América. Y pocos países del continente fueron tan permisivos como Cuba respecto a la orientación sexual y religiosa de sus ciudadanos.

La revolución de 1959 fue, sin dudas, un acontecimiento crucial de nuestra historia, aplaudido por la inmensa mayoría de los cubanos que, basándose en el programa socialdemócrata de La historia me absolverá, avizoraron una república honrada, justa, redistributiva, “con todos y para el bien de todos”. Lamentablemente, desde Robespierre a la fecha, toda revolución que emprende una drástica transformación sistémica suele sentirse investida de la certeza absoluta y, desde esa verdad revelada, pone en práctica la unanimidad por decreto. Ello explica que, junto a grandes avances sociales a favor de los más humildes, incorporación de la mujer y socialización del saber y la cultura, se practicara un pogromo sistemático contra la otredad: religiosa, ideológica, de orientación sexual. En las tristemente célebres UMAP se confinaron por igual a creyentes en dioses ajenos a una sociedad atea, y a creyentes en una sexualidad ajena a una sociedad machista-leninista. Para quienes disintieran en el orden político o ideológico se destinaron los espacios extremos: muy adentro o muy afuera: la cárcel o el exilio. Se acuñó el término “gusano” para denominar a quien no creyera en el nuevo paradigma y la bancada de la oposición se confinó en la distancia. La otredad no tenía cabida en la historia, sólo en la geografía. La intolerancia, entendida como “intransigencia revolucionaria” se elevó a la categoría de virtud.

Tras los años de hierro, se practicó una unanimidad por decreto de baja intensidad. Se disolvieron las UMAP, se toleró a regañadientes a los creyentes, la homofobia se practicó como motivo de exclusión para estudios superiores y altos cargos. No así la biodiversidad política, dado que ésta atañe directamente a la médula del poder. La expresión “baja intensidad” puede ser engañosa, como demostraron en 1980 los mítines de repudio donde gritaban “que se vaya la escoria” y se escarnecía a quienes cumplieran la consigna. Se abrieron las cárceles a los reos que aceptaran sumarse al éxodo, demostrando así la equivalencia entre otredad y delincuencia. Una masiva operación de higiene social purgaría la patria.

La filiación ideológica del gobierno se mantuvo incólume hasta la disolución del campo socialista. Entonces Das Kapital cedió su sitio en las estanterías a Este sol del mundo moral, de Cintio Vitier, una vindicación del  nacionalismo criollo, martiano y decimonónico. Se permitió a los creyentes el bilingüismo: ya podían creer al unísono en ambos judíos: Jesucristo y Karl Marx. Mariela Castro ha promovido la tolerancia (espantosa palabra con aroma de perdonavidas) de la diferencia sexual, aunque la otredad política se mantiene como delito de Estado y es punible: hasta un cuarto de siglo, como se demostró en la primavera de 2004.

La pluralidad no es en Cuba historia antigua, sino un hecho que ha sobrevivido a todos los intentos de uniformizar a la ciudadanía, llegando a la pluralidad esquizofrénica del yo cuando alguien ostenta una personalidad para la asamblea y otra para la intimidad. Algo que no es exclusivo de los cubanos, desde luego, pero que entre nosotros ha adquirido la categoría de instinto.

Si repasamos la prensa nacional, encontraremos referencias a la pluralidad en gramática, a la pluralidad de enfoques en un evento científico, a la pluralidad estilística de los escritores, pero se mantiene el axioma de que la unanimidad ideológica es condición imprescindible para la unidad, y que sólo ella nos salvará del enemigo. Lo cual encierra una paradoja: si estamos condenados al pensamiento único para evitar la intromisión del enemigo, es éste, en la práctica, quien gobierna el más importante de nuestros asuntos internos: las libertades de que dispone (o no) el ciudadano de la Isla.

Resulta curioso que, contra la noción de un mundo unipolar, se defiende a nivel internacional una pluralidad que en la política doméstica se penaliza. Frente a la democracia occidental como paradigma globalizado, la política exterior cubana, en nombre de la autodeterminación, invoca el derecho a la diferencia de los gobiernos de Gadafi en Libia, de Bashar al-Assad en Siria o de Kim Jong-Un en Corea del Norte. ¿Por qué entonces, apelando a idéntico razonamiento, no se admite en casa la autodeterminación de los cubanos, su derecho a la pluralidad ideológica, siempre que ella no se ejerza desde la violencia?

Durante los últimos 60 años, los paradigmas de los gobernantes cubanos han mutado desde el programa socialdemócrata del Moncada a la ortodoxia de inspiración soviética y de ahí a un nacionalismo indeciso entre el monopolio de la propiedad estatal y la incipiente empresa privada. Del Estado paternalista a un tímido estímulo a la iniciativa personal. Del ateísmo programático y la inapelable ciudadanía heterosexual, a la admisión de sexualidades alternativas y religiones ajenas a las deidades del marxismo-leninismo. Se ha flexibilizado la relación del gobierno con la diáspora, aunque aún dista mucho de concederle los derechos ciudadanos que en cualquier otra latitud son inapelables.

Pero no basta que cada cubano pueda creer libremente en su sexualidad o sus dioses. Hace falta que cada cubano pueda creer libremente en sí mismo, en sus propias ideas, y que éstas no sean motivo de exclusión. Y no es una mera cuestión de derechos ciudadanos, por muy importantes que estos sean. Cuba se encuentra en un punto de inflexión. Tres decenios de ayuda soviética contribuyeron a paliar las carencias de la economía insular. Tres lustros de ayuda venezolana han salvado al país de sumergirse más en las calamidades del Período Especial. Hoy el gobierno sabe que estos paliativos pueden ser eventuales, y que sin el esfuerzo de toda la nación, el país no saldrá adelante en un mundo donde la eficiencia es la ideología primera. Sobre todo en un país cuyo mayor recurso natural es la capacidad y el talento de sus ciudadanos.

Tras medio siglo, las exhortaciones al sacrificio por abstracciones como la patria, la Revolución, el socialismo o el futuro han perdido densidad. Necesitamos que cada cubano trabaje por sí mismo y por los suyos, y sólo la suma de todos esos esfuerzos hará la prosperidad de la nación. Pero para eso cada ciudadano deberá no sólo creer en sí mismo, sino saber que sus ideas sobre el destino del país, sean cuales sean, tienen cabida en el corpus de una nación plural cuyo futuro nos pertenece a todos. Nadie tiene el monopolio del futuro. Ningún ideario dispone de un certificado de autenticidad que le permita derogar a los otros. El destino del país es la suma de millones de destinos individuales, cada uno de los cuales debe saberse representado. La patria no es un Estado o un gobierno, sino un destino compartido, porque, como decía Tucídides, la ciudad no son sus murallas sino sus habitantes, todos sus habitantes, sin exclusiones.

Si consultamos el Diccionario de la Real Academia, veremos que la intransigencia es sólo un sustantivo. No existe el verbo intransigir. Sí aparece, en cambio, el verbo transigir, definido como “consentir en parte con lo que no se cree justo, razonable o verdadero, a fin de acabar con una diferencia”, “ajustar algún punto dudoso o litigioso, conviniendo las partes voluntariamente en algún medio que componga y parta la diferencia de la disputa”. Cuba necesita abandonar la rigidez del sustantivo y asumir cuanto antes la flexibilidad del verbo.

 

“La otredad peligrosa”; en: Espacio Laical, nº 4, La Habana, 2012, pp. 78-80. http://espaciolaical.org/contens/32/7880.pdf





Un editorial ejemplar

2 08 2012

La edición del diario Granma correspondiente al 31 de julio de 2012 es inusual por varias razones. Primero, la mitad izquierda de la portada, la primera en orden de lectura, está ocupada por un editorial cuyo título, en grandes letras rojas, es “La verdad y la razón”, y ni siquiera alcanza el espacio, continúa en la 2, porque son 1.541 palabras, 10.000 caracteres, algo que sólo ocurre cuando el diario trata asuntos de primerísima importancia.

Y ahí viene la segunda singularidad: el editorial se refiere a un accidente de tráfico, uno más de las decenas de accidentes que ocurren a diario en la Isla, en algunos de los cuales mueren compatriotas. Si mi memoria no me engaña, nunca el Granma había dedicado su espacio estelar a un accidente de circulación, donde no ha muerto un alto funcionario, sino un tal Oswaldo Payá, que presidía el “minúsculo y contrarrevolucionario Movimiento Cristiano Liberación” y otro ciudadano cubano de cuyo nombre Granma no quiere ni acordarse.

Es cierto que el accidente de Camilo Cienfuegos ocupó varias portadas, pero no del diario Granma, que no existía, y tampoco, hasta donde se sabe, Camilo derrapó en las mal pavimentadas carreteras del cielo.

Colocado en la piel de un lector cubano, hay algo que me sobresalta en el primer párrafo: “Desde el pasado 22 de julio, se han publicado más de 900 informaciones de prensa y 120 mil mensajes en las redes informáticas sobre el lamentable accidente de tránsito ocurrido esa tarde en que fallecieron dos ciudadanos cubanos y resultaron lesionados un español y un sueco”.

¿Novecientas informaciones de prensa? ¿120.000 mensajes? ¿Y de qué tratan? ¿A qué se refiere tal profusión online? Pero de inmediato yo, lector cubano sin Internet, recuerdo la invasión a Angola, a la que no se hizo referencia en la prensa en su momento, ni durante muchos meses, mientras el asunto circulaba en los periódicos noruegos, filipinos y paraguayos, seguramente muy implicados en el asunto; hasta que un buen día, como si todos los cubanos ya estuvieran al tanto, se habló de Angola como cosa sabida. Y esa es una cualidad de la prensa cubana que no he encontrado en el resto del planeta: atribuir la omnisciencia a sus lectores. Dar por sentado que se habrán enterado por la competencia de aquello que prefieren no mencionar.

Más adelante afirma el texto que “acusaron a Cuba de haber realizado un asesinato político”. ¿Y eso cuándo fue? ¿Qué dijeron?, se preguntará un lector cubano. Pero ahí queda la cita, no hay hipervínculo.

El editorial no es ejemplar sólo por esas razones. En sus 1.500 palabras reúne  el glosario completo de tópicos granmianos (no gramscianos, ojo): “la mafia anexionista de Miami”, “la infame insinuación”, “la historia inmaculada de una Revolución”,  “sin una sola ejecución extrajudicial, sin un desaparecido, un torturado, un secuestrado, un solo acto terrorista” (de los  nuestros), “el monopolio financiero-mediático” (de los  otros, of course)”, “los supuestos luchadores por la libertad”, “la censura y la manipulación” (de ellos), “la contrarrevolución (…) mercenaria”, “vulgares agentes”, “grupúsculos”, etc.

Dice también que los “calumniadores” pidieron «una investigación transparente». ¿A qué investigación se refiere?, vuelve a preguntarse el inocente lector. Y el diario aprovecha la ocasión para acusar a Estados Unidos y a sus “aliados europeos de la OTAN” de todos los pecados, excepto la crucifixión de Jesucristo.

Hay que reconocer al editorial un gesto piadoso cuando condena a quienes exaltan a los “supuestos ‘luchadores por la libertad» “sin respetar límites éticos ni la muerte de seres humanos, lamentable en cualquier circunstancia”. Aunque no queda muy claro por qué exaltarlos equivale a no “respetar límites éticos ni la muerte de seres humanos”.  Y, sin embargo, no lo es calificar a los finados como “mercenarios” y  “vulgares agentes”, que “traicionan a su Patria por unas monedas”, aunque, de paso, les sirva para dejar claro que “la patria” son ellos.

Comenta el editorial que en el sepelio de Payá, los asistentes  “armaron un macabro espectáculo para la prensa extranjera” y la policía no los detuvo, sino que los salvó de la ira popular para poco después, “generosamente”, soltarlos sin instruir cargos. (¿Acusados de macabro espectáculo para la prensa? Mi versión del código penal cubano debe ser obsoleta, porque ese delito no aparece).

Si el diario es extremadamente discreto con los fallecidos cubanos, y se abstiene de mencionar el Proyecto Varela, el premio Sajárov o las dos nominaciones para el Nobel de la paz, se extiende en desbarrar de los dos extranjeros, Ángel Carromero Barrios y Jens Aron Modig, “connotados anticubanos”, cercanos al Partido Popular en España y promotor del Tea Party en Suecia, respectivamente, que “entraron a nuestro territorio (…) con Visas de Turista, y disimuladamente, en violación de su estatus migratorio, se involucraron en actividades netamente políticas contra el orden constitucional”. Y a continuación nos cuenta la tremebunda conspiración internacional “organizada  desde Miami” que amenaza a los indefensos generales.  Le Carré palidece, sobre todo cuando hablan de “un teléfono celular programado con los números necesarios”, una operación de espionaje high tech que perpetra cualquier ama de casa.

Aunque hay operaciones más perversas: “programas (…) dirigidos a fabricar eventuales líderes de «oposición» (no se menciona el sistema operativo, pero debe ser Windows). Y “proporcionándoles acceso a Internet, a las redes sociales, computadoras”, es decir, armas de destrucción masiva. Y añade que en la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana “se facilitan miles de horas de conexión ilegal a Internet”. ¿Ilegal? ¿No pagan la cuenta? ¿Internet pirata? “Y se imparten cientos de horas de cursos conspirativos”. ¿Explosivos, sabotaje, guerrilla urbana?

Menciona “el envío de más de 10 mil celulares para promover acciones contra el sistema político cubano”. ¿Celulares de cabeza nuclear, láser, de qué calibre?, se pregunta el inocente lector cubano. ¿O sólo permiten la transmisión de SMS disidentes?

Y todo eso “en contraste con la aplicación del bloqueo en el área de las telecomunicaciones”. De lo cual se deduce que la prensa cubana ha olvidado informar a los lectores que Barack Obama autorizó a las empresas proveedoras de Internet dar servicio a Cuba.

Denuncian también un servicio llamado WoS “que posibilita el acceso a sitios web con información sobre lo acontecido en el Medio Oriente”. Si eso es subversivo, se sobreentiende que la prensa oficial escamoteará las informaciones sobre el tema. Y más adelante explican que sus enemigos “sueñan con (…)  repetir lo ocurrido en Libia o Siria”. De modo que era eso. Ver a pueblos sojuzgados durante décadas librándose de sus tiranías no es un espectáculo edificante. Es triste, y lo digo sin ironía, que quienes en su día se postularon como libertarios tras derrocar una nefasta tiranía, quienes despotricaron contra los Trujillo, Somoza y Pinochet, se aterren ahora ante la caída del Trujillo libio, el Pinochet egipcio, o el Somoza sirio. Aunque no deja de ser un arranque de sinceridad que se identifiquen con Muamar el Gadafi y Bashar Al-Assad. Pero la sinceridad dura poco, porque más adelante se califican como “el gobierno que, libre y soberanamente, ha elegido” [el pueblo cubano], lo cual es una verdadera primicia.

Obsesionados por la película Todos los hombres del presidente y el caso Watergate, Granma repite hasta la saciedad la clave que ofreció Garganta profunda a Bob Woodward en la penumbra de un parking: “Siga la pista del dinero”. Y se refiere a la entrega de fondos a los disidentes, un pecado, a menos que se trate de los que donó Carlos Prío Socarrás a Fidel Castro, o los 96.000 millones que le aportó la URSS. Y regresan al tema en un largo párrafo dedicado a todas las instituciones extranjeras que reciben donaciones para promover la democracia en Cuba. Casi parece envidia. Se sabe que los generales no andan bien de fondos. Y se me ocurre que podrían aplicar. Méritos lo les faltan. En definitiva, los peores enemigos de aquello que un día se llamó Revolución, son ellos.

Decía que se trata de un editorial ejemplar, que debería estudiarse en la Facultad de Periodismo de La Habana, porque en él aparecen todos los procedimientos del libro de estilo de Granma: engaños, omisiones, tópicos, subterfugios, medias verdades, confesiones involuntarias, párrafos prefabricados para lectores cautivos.

Si el texto se proponía refutar la tesis del asesinato político o del asesinato político accidental, por muy ejemplar del granma’s style que sea, es un texto fallido. Intenta convencernos de que se trató de un mero accidente de tráfico, y en lugar de centrarse en ello y explicarlo con total transparencia, 1.252 de las 1.500 palabras son una diatriba política, 581 de ellas directamente contra los disidentes muertos y los extranjeros que los acompañaban. Sobre estos demuestran un exhaustivo conocimiento: pedigrí político, actividades, viajes anteriores, personalidades cercanas, e incluso el restaurante de Madrid donde se conocieron, información que no se obtiene sin un seguimiento. Y, al menos semánticamente, del seguimiento a la persecución no va tanto trecho. Para rematar, aparece Ángel Carromero Barrios en televisión pidiendo que no se de al accidente una lectura política, y a continuación hace un patético llamado para que lo saquen de allí lo antes posible. Demasiadas refutaciones para un mero accidente. Si fue eso lo que ocurrió, deberán despedir al buró de comunicación y a sus asesores de imagen.

 

“Un editorial ejemplar”; en: Cubaencuentro, Madrid, 02/08/2012. http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/un-editorial-ejemplar-278952





Desparasitar las remesas

31 07 2012

El pasado 18 de junio se restableció el pago de aranceles en aduana a los alimentos que entren a la Isla los portadores de un pasaporte cubano. Diez pesos por kilogramo si eres residente en el país o diez CUC si habitas del Malecón pa fuera.

Ahora nos notifican de las nuevas tasas aduaneras para viajeros y envíos de paquetes que pesarán a partir de septiembre sobre artículos sin carácter comercial, destinados a personas naturales. La resolución 122/2012 estipula el precio, según su peso, de los productos que clasifican como miscelánea (ropa, calzado y similares), cuyos envíos se realicen a la Isla por vía aérea, marítima, postal y de mensajería. Quedarán exentos los envíos hasta 3 kilogramos y productos hasta 50 pesos y 99 centavos. A partir de dicha cifra y hasta un valor de mil pesos, los viajeros deberán abonar una tarifa progresiva. De 51,00 pesos hasta 500,99 se aplicará una tarifa del 100%. De 501 pesos hasta 1.000, el 200%.

Es decir, si le envío a mi madre un kilogramo de leche en polvo que cuesta en un supermercado madrileño 7,10 euros, 8,71 USD, y lo incluyo en una caja de 12 kilogramos, el kilo de leche en polvo costará 26,13 CUC, con lo cual podría comprar 21 litros de leche enriquecida con calcio.

Un pasaporte cubano cuesta 180 euros (contra los 17 que cuesta un pasaporte español) y cada dos años hay que abonar otros 90. Es decir, un pasaporte por seis años cuesta 360 euros. Sesenta euros anuales por un documento que, si tienes otra ciudadanía, sólo sirve para viajar a Cuba. Mientras, el pasaporte español, que dura diez años, cuesta 1,70 euros anuales. Y en Estados Unidos el pasaporte cubano cuesta 375 dólares más la prórroga, 180 dólares cada dos años. Ciento veintidós dólares y cincuenta centavos anuales si quieres viajar a Cuba. Eso sin contar los 45 euros (o 60 dólares) mensuales por el alquiler de nuestra madre residente en Cuba para que nos visite.

Un cubano que envíe cien dólares mensuales a su familia en la Isla, mantenga vigente su pasaporte, viaje una vez al año a ver a sus familiares (dejará en la Isla no menos de 1.000 dólares), y envíe un paquete al año valorado en 800 USD, por el que le cobrarán 1.600 USD de aranceles, entrega graciosamente al clan de los generales 3.722,20 dólares al año, sin que ellos tengan que mover no un dedo, ni una pestaña en hacer más eficiente la economía insular. Considerando que con los 1.200 dólares anuales su familia adquiera productos que en el mercado mundial tienen un valor de 400 USD, serían 3.322,50 dólares de regalo al gobierno cubano.

Gracias a esas aportaciones, Cuba tiene representantes diplomáticos en sitios tan peregrinos como Antigua y Barbuda, Albania, Azerbaizán o Timor del Este, que sufragamos los expatriados con nuestro “impuesto revolucionario”.

Comprendo que esos consulados fungen como jubilación de agentes descontinuados, plan vacacional de funcionarios menores y sobrinos segundos de ministros, e incubadoras de redes avispas y otros accidentes entomológicos. Pero si algo he aprendido en 18 años out of borders es que cada cual se paga sus propias vacaciones. O se queda en su casa leyendo el best seller del verano.

Emilio Morales acaba de publicar en Café fuerte que “las remesas enviadas a Cuba desde el extranjero durante 2011 alcanzaron la astronómica cifra de 2.294 millones de dólares, un crecimiento estimado del 19% en comparación con el año anterior”, según un estudio independiente de The Havana Consulting Group (THCG). Y el factor decisivo de este incremento ha sido “el incremento de los viajes a la isla. En el 2011 viajaron a Cuba más de medio millón de cubanos que viven en el exterior, principalmente en los Estados Unidos”, y la reducción del costo de los envíos de remesas. Además, con la apertura a la pequeña empresa privada, “un reciente sondeo exploratorio en una muestra de 250 cubanos residentes en Estados Unidos –realizado por THCG– constató que de cada 14 entrevistados 11 estaban ayudando de una manera u otra a invertir a sus familiares en la isla”.

A ello se añade que “durante la última década emigraron unos 45.000 cubanos como promedio anual, cifra que ha mantenido una tendencia estable”. Una emigración con lazos familiares recientes y arraigados.

Si esas cifras son correctas, el exilio envía a la Isla más de 191 millones de dólares mensuales, lo cual supera los 1.738,1 millones anuales de ingresos brutos por el turismo,  144,8 millones de dólares  mensuales.

A pesar del peso específico que tiene el exilio en la economía de la Isla, pagamos obedientemente las tasas consulares, el alquiler de nuestra madre para traerla de visita, el impuesto de 10 CUC por entrar a Cuba cada kilogramo de leche en polvo; el 200% de impuesto por el vestido y los zapatos pera que tu hija celebre su boda, el arancel sobre los medicamentos de tu padre enfermo.

Si alguna cualidad de la cultura occidental ha quedado firmemente implantada en la idiosincrasia cubana es el individualismo. Blasonamos de cubanía, nos reunimos para la bachata, compartimos cervezas frías y puerco asado en Laponia, pero no somos excesivamente gregarios. Cada uno lleva su Cuba a cuestas y piensa que es la auténtica. Poner de acuerdo a cinco cubanos sobre un asunto o estrategia es tarea ardua. Los generales lo saben. Y lo aprovechan.

Cada cubano antepone a cualquier otra consideración su madre enferma, su padre sin recursos, su hermano que quiere poner una ponchera, su hija que necesita el vestido para los quince, y eso lo honra. Obviamente, cualquier medida de presión afectaría a los nuestros en primera instancia. Sólo en primera instancia. De derogarse las tasas consulares excesivas y las penalizaciones aduanales, cada remitente de remesas ahorraría no menos de 1.700 dólares anuales, 141,67 al mes para reforzar el envío a la abuelita enferma.

Me pregunto, ¿qué ocurriría si los cubanos suprimieran sus remesas un mes? Con que lo hiciera el 50%, el Estado parasitario perdería 72 millones de dólares. ¿Qué ocurriría si prorrogaran la abstención dos meses, tres, hasta que el Estado cubano, único país del planeta que penaliza a quienes lo sustentan, derogara los impuestos arancelarios? ¿Qué ocurriría si nos abstuviéramos de trámites consulares un mes, dos, tres, hasta que repatríen a sus segurosos de menor graduación jubilados en Albania, Azerbaizán o Timor del Este? ¿Resistirían el embite cuando empezaran a regresar a Marianao los segurosos de mayor graduación destinados a París, New York o Viena? ¿O ajustarían las tarifas a las que mundialmente imperan en los trámites consulares? Ante una huelga de dólares caídos, ¿terminarían por admitir la conversión de esas remesas en capital y el derecho a residir en la Isla si así lo deseas? ¿Terminarían por dispensarnos el mismo tratamiento que cualquier otro país a sus emigrantes? ¿No dice la página del MINREX que somos equiparables?

No se trataría de suprimir la ayuda a los nuestros, desde luego, sino de optimizarla. Desparasitar las remesas. Minimizar a un intermediario que grava el amor filial y se comporta como el propietario o el chulo de una población cautiva, condenada a la beneficencia si quiere sobrevivir.

Para que surta efecto tendría que ser una acción concertada con interlocutor y exigencias claras.  Actualizando a Antonio Maceo, demostrar que los derechos no se mendigan. Se conquistan con el filo de un billete. Además de su saludable efecto pedagógico sobre nuestros paisanos de la Isla.

Durante medio siglo, los cubanos se han visto desposeídos de sus derechos ciudadanos gracias a la acción conjunta de un tridente devastador: la persuasión, la esperanza y el miedo.

La esperanza de un futuro luminoso se ha desvanecido. El persuasivo en jefe ya ha alcanzado el estado ectoplasmático, es el fantasma de sí mismo, y se ha convertido en un twittero bobalicón que segrega filosofía de banqueta de bar en reflexiones de cincuenta palabras. El Comandante el Jefe parece estar bajo las órdenes del General Alzheimer.

Sólo queda el miedo, perfectamente justificado porque la capacidad represiva del gobierno se mantiene intacta. Pero, a diferencia  de décadas anteriores, el precio político de emplearla a gran escala, una vez evaporados sus dos complementos, podría ser altísimo. Razón por la que se limitan a una represión selectiva, profiláctica, para cercar a la disidencia con un cordón sanitario que evite la ampliación de sus bases.

Pero en la época de las revoluciones a través de las redes sociales y la telefonía móvil, de Anonymous y los indignados del 15M, poco podrían hacer frente a acciones ciudadanas conjuntas dirigidas a la recuperación de los derechos, al estilo de las que aquí boicotean a una red de gasolineras hasta que bajen los precios, para después boicotear a la siguiente. No se trata de “al combate corred bayameses”, una invitación inmoral desde la confortable seguridad del exilio, sino de que nuestros compatriotas sean conscientes de que disponen de muchísimos recursos al ser una inmensa mayoría conectada mediante 1,2 millones de teléfonos móviles. Y que sean conscientes, también, de que ningún derecho les será concedido graciosamente por un generalato instalado en la noción de que le asisten todos los derechos, y que su cesión sería siempre a costa de su patrimonio.

Ante acciones de esa naturaleza, no violentas pero multitudinarias, poco podrían hacer los generales. Retroceder hasta Corea del Norte no sería confortable. El horizonte de nuestros generales no se reduce a empacharse de coñac francés y jóvenes milicianas en sus búnkers. Ellos aspiran a ser millonarios de verdad, con cuenta en Suiza, chalé de veraneo en las Bahamas, hijos estudiando en Oxford y nietos en Yale. Y puede que lo consigan, siempre que no tensen demasiado la cuerda y relean a los clásicos de la República, como su homólogo, el General José Miguel Gómez, quien postuló la primera ley de la filosofía: “Tiburón se baña, pero salpica”.

Dejo la idea sin copyright por si a alguien le interesa. Pero me temo que los cubanos somos demasiado individualistas, cualidad acentuada por el exilio. Y difícilmente sindicalizables. Y que los jóvenes de la Isla, motor tradicional de todos los cambios, están más interesados (algo que, desde luego, no les reprocho) en trocar la Geografía que la Historia.

“Desparasitar las remesas”; en: Cubaencuentro, Madrid, 31/07/2012. http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/desparasitar-las-remesas-278878





El destape de Rafael Hernández

13 07 2012

Siempre me han fascinado los intelectuales orgánicos y los compañeros de viaje de las dictaduras. Son el mejor ejemplo de plasticidad intelectual. Cómo un corpus de ideas, conceptos y sabidurías, que habitualmente crece gracias a la libertad de pensamiento, puede moldearse y retorcerse hasta servir de reposapiés a los catecismos totalitarios que habitualmente no rebasan la filosofía Marvel de superhéroes y villanos.

Giovanni Gentile, filósofo “oficial” de Mussolini, ministro e integrante del Gran Consejo Fascista. El miembro del Partido Nacional Fascista Curzio Malaparte, y los jugueteos de Luigi Pirandello con Il Duce, quien lo nombró presidente de la Academia italiana.

Knut Hamsun en Noruega ofreció a Goebbels su medalla de premio Nobel, e inundó la prensa de artículos aplaudiendo a los nazis que invadían su país. Louis-Ferdinand Céline, autor imprescindible de las letras francesas, defensor hasta su muerte de la ideología nazi, y sus “repugnantes panfletos de un racismo homicida”, en palabras de Vargas Llosa. Pierre Drieu La Rochelle, que pasó por el comunismo y se instaló en el fascismo, aunque no llegara a los extremos de su colega Maurice Sachs, confidente de la Gestapo.

También fue confidente Camilo José Cela, como lo demuestra una carta de 1963 incluida por Pere Ysás en Disidencia y subversión. La lucha del régimen franquista por su supervivencia. 1960-1975 (Ed. Crítica, Barcelona, 2004). Cela informó del encuentro de intelectuales, en el que participaba, donde se fraguaba una segunda carta de denuncia por la violencia policial en las huelgas mineras de Asturias.

Cuenta Pere Ysás que “en un escrito al director general de Información [Cela] estimaba que la mayoría de los 102 firmantes de la primera carta «eran perfectamente recuperables, sea mediante estímulos consistentes en la publicación de sus obras, sea mediante sobornos». Consideraba imprescindible que se montase «un sistema para estimular a estos escritores» y apuntaba que podría hacerse fundando una editorial privada o entendiéndose con una ya existente”.  En respuesta a la carta, el director general habilita dos partidas de veinte millones para subvenciones y ayudas a la publicación. Cualquier similitud con otras realidades no es pura coincidencia.

Sin dudas son los intelectuales alemanes filonazis los más notables. Los miembros de la “Reichsarbeitsgemeinschaft für Raumforschung” (Sociedad Imperial para la Investigación del Espacio Vital): más de 500 científicos de todas las disciplinas pusieron las ciencias sociales y políticas, pero también la historia, la geografía, los estudios literarios, la filosofía, el derecho y la antropología al servicio del ideario nazi para la creación de un Nuevo Orden Espiritual nacionalsocialista en Europa, con Alemania como pueblo superior y guía. Y, desde luego, uno de los mayores filósofos del siglo XX, Martin Heidegger.

En un texto escrito en Japón en 1939, Karl Löwith, judío y discípulo predilecto de Heidegger, recuerda su último encuentro con el filósofo en la Roma de 1936. Lucía la svástica y blasonaba de la “relación integral” entre su filosofía y el ideario nazi. Heidegger se quejaba de los intelectuales que se consideraban “demasiado refinados para comprometerse” con la causa nazi. Algo que recuerda pavorosamente las acusaciones de la nomenklatura cubana contra los “intelectualoides” elitistas, comenzando por el Grupo Orígenes. Lejos estaban entonces de adivinar que uno de ellos, Cintio Vitier, daría con ese rarísimo punto del espacio donde convergen el Mesías, el Apóstol y el Comandante.

Karl Löwith afirma en su texto que “Estas respuestas eran típicas; puesto que no hay nada más fácil para los alemanes que ser radicales en las ideas e indiferentes ante los hechos prácticos. Ellos consiguen ignorar todos los “individual Fakta” para poder seguir aferrándose más decisivamente a su concepto de totalidad y separar “materia de hechos” de “personas”. Una observación que podría extenderse a la puesta en escena de todos los totalitarismos.

Mucho se ha escrito en estas páginas sobre la intelectualidad orgánica de los diferentes ismos comunistas: estalinismo, maoísmo, castrismo; de modo que pasaré directamente a un caso curioso: la repentina conversión de Rafael Hernández, ensayista de peso y uno de los intelectuales que con más talento ha defendido al régimen cubano.

El pasado 13 de junio, Rafael Hernández publicó en La Joven Cuba una “Carta a un joven que se va” escrita el 31 de mayo.  En ella discurre sobre las muchas razones que tendría un joven cubano para no emigrar. Hasta ahí, no hay sorpresas. Pero en su carta se infiltran otras muchísimas razones para huir.

Reconoce Hernández el derrumbe de las ilusiones (si alguna vez las tuvieron) de esa generación del Período Especial, indiferente ante la “épica” repetida como cliché por la tele y la prensa. Y ello se explica porque “solo sobrevive un orden viejo, más bien irremediable. Lo peor, sin embargo, no es haber nacido en un orden preestablecido, porque eso le pasa a todo el mundo, sino tus inciertas posibilidades de cambiarlo”. Es decir, no sólo han crecido sin ilusiones en un mundo construido a la medida de otros, sino en un mundo impermeable a los cambios. Así que, como es lógico, ante un sistema impermeable a los cambios, “no quieres invertir tu vida intentándolo, porque no tienes otra que esta; y aspiras a conseguir un techo propio, un empleo que te guste y te permita lo que puedas con tu capacidad y esfuerzo, sin penurias de transporte y luz, y planear para irte de vacaciones a alguna parte una vez al año, aunque tengas que quitarte de otras cosas”.

Con una sinceridad que lo honra, Rafael Hernández reconoce que tras medio siglo de sacrificios y exhortaciones, el éxodo es el único modo de conseguir un techo propio, un buen empleo acorde a tu capacidad y esfuerzo y vacaciones una vez al año. Si existe algún indicio de fracaso absoluto, éste bastaría.

Aunque “Esta carta parte de creer que piensas con tu propia cabeza”, un párrafo antes se maneja la idea de que la chispa para emigrar es siempre un amigo que se fue, el pariente lejano, la esposa insistente, el inventario de los ausentes… Creo que el ensayista no necesitaba esas incidentales, como quien se justifica, porque al final, como bien sabe él por su formación marxista, la falta de vivienda, alimentación y, sobre todo, expectativas, pesan más que cualquier postal con matasellos de Miami.

Denuncia Hernández que desde el poder juzgan a los jóvenes quienes “identifican valores con sus valores, la política con movilizaciones y discursos, la defensa del socialismo con determinados mandamientos —entre otros, que este sistema es solo para los revolucionarios comprometidos, que un ciudadano cubano solo lo es mientras resida en la tierra donde nació, o que disponer de otro documento de viaje equivale a ponerse a las órdenes de una potencia extranjera”. A la falta de pan, techo y esperanza, se suma la intolerancia cerril ante cualquier conducta que se aparte de una norma dictada desde arriba. Y reconoce que quienes ejercen esa intolerancia no son sólo “algunos funcionarios”, “sino muchas otras buenas personas”. Con tales afirmaciones sólo le falta recitar a Antonio Machado: “Escapad gente tierna, / que esta tierra está enferma, / y no esperes mañana / lo que no te dio ayer, /  que no hay nada que hacer”.

Reconoce que los jóvenes “han escuchado” (y que ello sea sólo de oídas es importante), que “según la Constitución, los derechos básicos de un cubano están más allá de su manera de pensar; y que la justicia social y la igualdad son precisamente eso: principios y valores que hay que ejercer de verdad, sin sujetarlos a clase, raza, género, orientación sexual, religión o ideología, porque representan la conquista más importante de todas, la de la dignidad plena de la persona”.

También admite que los jóvenes se sienten un cero a la izquierda, y que “este sistema nuestro te consulta y te pide que te movilices”, de lo cual se deduce que si no se le pide movilización, si no se le consulta sobre cierto asunto, opinar o movilizarse por cuenta propia es punible.

Y añade: “aunque ellos [los burócratas] sigan pensando que lo decisivo es aceitar la cadena de mando y cumplir el plan”, cuando criticas, pides la palabra, protestas, aplaudes o “acudes a la Plaza refunfuñando, para hacer quórum en la misa de Joseph Ratzinger”, estás participando. Lo cual nos deja un triste saldo participativo.

Reconoce que “allá puedes expresar muchas opiniones y escuchar otras miles, elegir entre varios candidatos, enterarte de quiénes son y cómo piensan, sus planes y propuestas para los grandes problemas del país, e ir a votar (si eres ciudadano) por el que te parezca”. Si eso es un argumento diferencial, no hay que ser un genio para entender que “acá” ocurre todo lo contrario.

Admite que el joven ha escuchado cientos de veces llamados a la participación crítica, a “la posibilidad de expresar sus opiniones políticas en la televisión, proponer tantos candidatos como quiera (no solo abajo, sino a todos los niveles), escucharlos, hacerles preguntas y saber lo que tienen en la cabeza, antes de votar por ellos y sus propuestas”, “pero es como si nada, los argumentos de siempre siguen ahí. Estás cansado de escuchar anuncios de cambios que no acaban de llegar, y que no dependen de “factores objetivos”, sino de una “vieja mentalidad” que sigue sujetando las riendas”.

El autor reconoce que “la participación no puede ser solo cosa de marchas, actos y reuniones, donde tu presencia no cambia nada ni incide “en los mecanismos de dirección”, sino por el contrario, se diluye en “cumplimiento de metas” y otras formalidades. Sientes que en esa participación falta compromiso, sinceridad, espontaneidad”. Y reconoce que “las organizaciones juveniles y los medios de comunicación” son mera retórica vacía.

Constata que la presencia de “jóvenes delegados en municipios y provincias” ha bajado del 22 % (1987) al 16 % (2008), y en la Asamblea Nacional, cayó al 4% en los 90, aunque creció a menos del 9% en las últimas elecciones, en un país donde los mayores de 60 son el 21,6 % y los de 16-34 años, el 31,41 %. Lo asombroso es que un hombre tan perspicaz como Rafael Hernández afirme que “sea cual sea la causa de ese bajísimo perfil…”. Sin toda la información de la cual él seguramente dispone, puedo informarle que la causa es exactamente la misma por la cual el Buró Político más parece el consejo de ancianos de los primitivos habitantes de la Isla de Pascua que un órgano de gobierno.

El ensayista afirma que aunque desde afuera “nos miran como una isla rodeada de caña de azúcar por todas partes, donde nadie sabe lo que pasa afuera”, seguramente “tú [su joven e hipotético destinatario] sí te has enterado de lo que se dice sobre Cuba y los cubanos en el mundo. Aunque no tienes Internet en tu casa,  conseguiste un buzón de correo electrónico, u oyes la BBC o Radio Caracol o Radio Exterior de España u otra de las muchas estaciones en español que se cogen desde cualquier radio. Es probable que hables con alguno de los millones de turistas que caminan por nuestras calles; que tengas un primo en Hialeah o Alicante; un amigo que viaja porque es médico, académico, músico o funcionario”. Es decir, para enterarse, hay que recibir la información desde fuera. Con la que te suministran en el patio no te enteras de nada.

Hace algún tiempo, publiqué un texto donde se refrendaba la idea de que los cubanos somos, en buena medida, migranxiliados. Puede que abandonemos la Isla como emigrantes, pero nos tratan como exiliados. Hernández lo corrobora cuando afirma que a los que emigran “del lado de acá les han hecho pagar costos elevados, no solo en dinero. Se han sentido castigados, sujetos de prohibiciones y separaciones, obligados a pagar una multa personal que les resulta injusta y onerosa, solo por haber decidido probar fortuna en otra parte (…) se sigue cultivando insensiblemente entre muchos de los que parten un encono, cuyo costo rebasa todas las recaudaciones y contabilidades de corto plazo, porque deja una huella indeleble en las personas, y por lo mismo, en el cuerpo real de la nación. El precio de esa enemistad, naturalmente, es inestimable”. Es decir, que el gobierno cubano es la mayor fábrica de exiliados, no “la Mafia de Miami”.

Y admite que en la sociedad de los obreros y campesinos, “si fueras artista o escritor, no tendrías el dilema de quedarte aquí para siempre o irte para siempre. Podrías decidir trabajar afuera durante años, y finalmente regresar a tu lugar, para salir cada vez que quieras”. Lo que no explica es por qué en el paraíso del proletariado los artistas y escritores, esos desclasados que son, a lo sumo, compañeros de viaje (a Lenin me remito) disfrutan de prerrogativas que Eduardo Heras jamás habría gozado de quedarse para siempre en Antillana de Acero.

Y como “nada contribuye más a la educación política que viajar, conocer otras gentes y culturas, valores y creencias ajenas, palpar directamente y hasta experimentar los problemas de otros”, el Estado cubano está mutilando ex profeso la educación de sus súbditos al imponer restricciones a los viajes de los cubanos que nos diferencian diametralmente de otros migrantes de nuestros entorno, por mucho que quieran homologarnos.

Tras dieciocho años fuera de Cuba y disfrutando de los beneficios de la doble ciudadanía, siempre que alguien me pregunta, digo que soy cubano (me temo que lo seré para siempre) y español accidental. Y como cubano (más que como intelectual, si es que lo fuera) felicito a Rafael Hernández por su destape, aunque le recomendaría algo menos de cursilería en ese final donde le pide a su hipotético interlocutor “que no te vayas para siempre. Queremos que no partas del todo, y para asegurarlo, lo primero es poner un calzo para que la puerta siga abierta”, no sólo porque él mismo ha colaborado decisivamente con la sección de marketing de la fábrica de cerraduras, sino porque su argumentación, bien desglosada, es una base argumental para el exilio. Si yo fuese un joven cubano de veinte años y leyera su carta, ya estaría manos a la obra preparando la balsa. De donde se deduce que regresar de vez en cuando a los antiguos es siempre provechoso, como a Confucio y su aserto de que, con frecuencia, la máxima sabiduría es el silencio.

Así se evita incurrir en palabras de las cuales podríamos arrepentirnos: “mientras más jóvenes como tú salgan del país, menos será su presencia en cargos políticos; y si resides afuera no vas a poder votar ni mucho menos ocupar ninguna responsabilidad. Como ves, tu decisión de irte tiene hondas implicaciones también para los que nos quedamos”. Un modo patético de pedirle a los jóvenes que hagan lo que nosotros, los que nos fuimos y los que nos quedamos, no tuvimos la voluntad, la inteligencia, la honestidad o los cojones de hacer durante los últimos veinte, treinta, cuarenta años.

 

“El destape de Rafael Hernández”; en: Cubaencuentro, Madrid, 13/07/2012. http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/el-destape-de-rafael-hernandez-278468





Libro de estilo

12 06 2012

La última reflexión de Fidel Castro, “Conductas que no se olvidan”, me recuerda un chiste que me hicieron dos rusos en Moscú a mediados de los años 80. Erich Honecker sale del Kremlim, donde acaba de tener una larga entrevista con Leonid Brezhniev, y le dice a su chofer: “A Berlín”. “Usted querrá decir hacia el aeropuerto, ¿no?”. “A Berlín”, repite Honecker. “¿Por carretera?”, pregunta el chofer. “Por carretera”, corrobora el mandatario alemán. Y comienzan el largo viaje hacia el oeste. Entonces Erich Honecker pide al chofer que se detenga, baja del vehículo, recoge algunas piedras y las echa al maletero. “Continúe”, ordena. Y empieza a hacer lo mismo cada diez kilómetros. Alarmado, el chofer se comunica con Leonid Brezhniev en Moscú y le dice: “Camarada Brezhniev, el camarada Honecker ha enloquecido”.  Y le describe la recogida de piedras cada diez kilómetros. Brezhniev consulta a sus asesores y ordena al chofer: “Regresa al Kremlim de inmediato. Ha habido un error. Le hemos instalado a Honecker el programa del Lunajod”.

A pesar de aquella famosa foto de Leonid y Erich pegándose un apasionado beso en la boca (presuntamente con lengua) en 1979, y que inspiraría el mural “Brotherhood Kiss”, de Dmitri Vrubel, sobre el muro de Berlín, Honecker no fue un simple recadero. Cientos de asesinatos y miles de disidentes torturados engrosaron su hoja de servicios.

En su última reflexión, “Conductas que no se olvidan”, el expresidente cubano califica a Erich Honecker como “El alemán más revolucionario que he conocido” y le dedica “el sentimiento más profundo de solidaridad”. En ella señala que le “correspondió el privilegio de observar su conducta cuando este pagaba amargamente la deuda contraída por aquel que vendió su alma al diablo por unas pocas líneas de Vodka”. Suponemos que el “vendido” es Mijaíl Gorbachov, aunque lejos de ser un adicto al vodka, como su sucesor, intentó limitar en la URSS su consumo, algo que no incrementó su popularidad.

Como es habitual, Castro evade el hecho de que “El alemán más revolucionario” fue depuesto por sus propios compañeros del Politburó. Tras huir a la URSS, pedir asilo en la embajada chilena de Moscú y ser extraditado a Berlín, fue encarcelado y procesado por alta traición, por el asesinato de 192 personas que intentaron cruzar el muro durante su mandato,  y la tortura y muerte de miles de disidentes.

Pero lo más interesante de esta reflexión no es su contenido, sus elusiones o sus dislates, como afirmar que la época actual  “es infinitamente cambiante, si se compara con cualquier otra anterior”. Lo más interesante es su extensión: 81 palabras, 497 caracteres incluyendo fecha, hora y firma.

Y no es una casualidad, sino un cambio radical en el libro de estilo del Reflexivo en Jefe. El post “Teófilo Stevenson”, del 12 de junio, tiene 68 palabras, 422 caracteres. “Días insólitos”, del 9 Junio, tiene 974 palabras, 5.842 caracteres, aunque de ellos, sólo son (presuntamente) suyos 713 caracteres, 130 palabras. El resto es una larguísima cita, un ejercicio de corta y pega que demuestra más habilidad con el ratón que con las neuronas.

Uno de sus post más recientes, del 10 de junio, “¿Qué son los FC?”, se reduce a 420 caracteres, 68 palabras all included. En él confiesa que los FC son sus recaditos a “los funcionarios cubanos responsabilizados con la producción de alimentos esenciales para la vida de nuestro pueblo” con los que intenta transmitirles sus “modestos conocimientos adquiridos durante largos años y [que] considero útiles”. Algo tan contraproducente como unas instrucciones para conquistar el Polo Sur escritas por Robert Falcon Scott, o un manual de guerra en las Malvinas a cargo del Teniente General Leopoldo Galtieri. Confío en que dichos funcionarios no le hagan demasiado caso, considerando que entre sus más sonadas FC se encuentran el Cordón de La Habana, el Plan Lechero, la Brigada Invasora que defolió la isla y la convirtió en el mayor productor de marabú del mundo, la Zafra de los Diez Millones y Ubre Blanca, cuyo resultado final ha sido el sistema de racionamiento y la crisis alimentaria más larga de que se tienen noticias.

En sus reflexiones de fines de la década pasada, Castro solía extenderse unas 1.500 palabras. De 9.484 caracteres consta la del 28 de marzo de 2007, donde dicta una de sus primeras FC prohibiendo la producción de etanol, para no dedicar a combustibles tierras que presuntamente se destinarían a alimentar a la población. Al final, ni lo uno ni lo otro. Eso por no remontarnos a sus discursos de siete, ocho y hasta diez horas, empeñado en convertirse en el político insular que más palabras ha dejado caer sobre los cubanos desde Hatuey a la fecha.

Es como si Ryoki Inoue, el escritor brasileño de origen japonés que ha publicado 1.072 novelas, se convirtiera de pronto en Augusto Monterroso. Por eso no deja de ser sospechoso que este Ryoki Inoue de la política se recluya en algunas decenas de palabras.

Desde hace mucho se habla de los frecuentes “apagones” mentales del Castro mayor, interrumpidos por chispazos de algo semejante a la lucidez. Todos recordamos la entrevista que le hizo Randy Alonso, quien apenas asentía con la cabeza mientras el comandante enhebraba sin ton ni son bombas atómicas, guerras mundiales, petróleo, arcabuces y tropas de la OTAN, en una especie de wikipedia aleatoria. O la entrevista a propósito del hundimiento del barco sudcoreano, que bien podría servir como material de estudio en las facultades de Medicina sobre los efectos del Alzheimer. Y en las escuelas de Marketing sobre lo que ocurre cuando alguien intenta llevar su adicción a las cámaras más allá de lo aconsejable.

Conociendo la naturaleza del personaje, es fácil suponer que ninguno de sus cortesanos, amanuenses y edecanes se atreviera a publicar una reflexión que no fuera explícitamente aprobada por él. Lo que no significa que las escribiera. Bastaría indicar las citas citables y dictar las líneas maestras. Otros se encargarían de la redacción siguiendo el libro de estilo y al final el autor daría su visto bueno. Pero para convalidar la autoría de sus reflexiones, el comandante necesitaría una dosis mínima de “alumbrones”.

Los textos que ahora nos obsequia más parecen desvaríos momentáneos, bisbiseos alucinados, que ejercicios intelectuales. ¿Un accidente temporal? ¿Un apagón de largo alcance? Ya veremos qué nos regala Cubadebate en los próximos días.

No creo en la justicia divina. Hasta donde alcanzo, los mirahuecos no son automáticamente sancionados con la ceguera, ni los maltratadores, con la parálisis. Pero no deja de ser una forma de justicia poética privar de la palabra a quien ha abusado de ella (y de nosotros) durante medio siglo.

 

“Libro de estilo”; Madrid, 12/06/2012





Suspensión gravitatoria

28 05 2012

En estas mismas páginas, a propósito de un artículo de Haroldo Dilla, leí por primera vez, en el comentario de un lector, la frase “suspensión gravitatoria”. Según él, en la isla, “cuando un edificio está apuntalado, a punto de caerse, y no se cae, pero tampoco es restaurado ni demolido a tiempo”, los profesionales lo califican como un edificio en “suspensión gravitatoria”. La frase es un hallazgo de la lengua vernácula, equiparable al “faltante” en las tiendas, al “período especial en tiempo de paz”, “el compañero que nos atiende” para referirse al seguroso de turno, el “picadillo enriquecido”; el “tumbacuellos” y el “saltapatrás” en la sección etílica, o la inconmensurable dilatación semántica de la palabra “resolver”, entre otras muchas que no han recibido la debida atención por la Real Academia de la Lengua.

Buscando en la red si la expresión tenía otros usos que no fuera la tipología de edificios apuntalados, di con el anuncio de un ajustador “inteligente” que, según los publicistas, está “confeccionado con materiales que siguen los principios de diseño de suspensión gravitatoria en la NASA”. Ignoro cómo se practica a la lencería un test de inteligencia, pero, según mi experiencia, los ajustadores son bastante lerdos, por el contrario que algunas tetas, tan listas y elocuentes que en un par de segundos, con argumentos inapelables, convencen a cualquiera. Y convencer a un cubano por la vía rápida no es hazaña menor.

La relación entre la NASA, los fabricantes de ajustadores y el gobierno cubano no es tan peregrina como algunos creen. El propósito de la NASA es mantener la presencia del hombre en el espacio, y el de los fabricantes de sujetadores, levantar de su letargo a las caídas en combate, disimular los efectos de la gravedad y el tiempo. El gobierno cubano conjuga ambos propósitos: mientras intenta mantener a los cubanos en el limbo, se empeña en una operación de alta cosmética para que la decrépita señora revolución parezca lozana. Aunque después que toda la nomenklatura haya mamado de sus pechos durante medio siglo, no hay sostén, por muy inteligente que sea, que mantenga la compostura.

Si hay algo semejante a la “suspensión gravitatoria” sería la levitación, tan recurrida en las mitologías, incluso en la castrista, que en los últimos dos decenios ha insistido en flotar por encima de la historia. Saben que la levitación electrostática es imposible, dado el dubitativo suministro eléctrico. Tampoco la levitación magnética, o suspensión electromagnética, aplicada en algunos trenes de tecnología punta. Han apelado recurrentemente a la levitación aerodinámica, gracias a la corriente ascendente de la beneficencia chavista, para evitar estrellarse contra el suelo por el vendaval de la historia. Y la levitación óptica es apenas un acto de ilusionismo para seducir a cierta progresía boba que aún cree en el cuento de la Caperucita Roja y el Lobo Feroz. Como bien saben los lectores de ciencia-ficción, la antigravedad, aprovechando las lagunas en la teoría cuántica de la gravitación universal, es sólo un combustible literario de naves alienígenas.

El Castro mayor intentó durante decenios mantenernos en estado de levitación acústica, caminando hacia el futuro luminoso sobre una alfombra mágica de discursos, y esa levitación retórica es la que intenta, con menos poder de convocatoria, la junta militar que gobierna la Isla (no se dejen engañar por las guayaberas, los generales conservan sus grados y condecoraciones, aunque para disimular los lleven prendidos de los calzoncillos).

Pero algo ha cambiado. El Orador en Jefe confiaba en la inmanencia de sus palabras, mientras el generalato ha comprendido que las palabras, como cualquier producto de estación, son perecederas. Previendo la caducidad de la retórica, empiezan a permitir a los ciudadanos buscarse por su cuenta otros complementos alimentarios. En caso contrario, la feliz conversión de los defensores de la Patria en sus propietarios, podría ser enturbiada por la gritería del personal.

En cualquier caso, la “suspensión gravitatoria”, “cuando un edificio está apuntalado, a punto de caerse, y no se cae, pero tampoco es restaurado ni demolido a tiempo”, es una definición pavorosamente exacta de un país que ha intentado durante el último cuarto de siglo mantenerse de puntillas sobre la corriente de la historia sin mojarse los pies.

 

 

“Suspensión gravitatoria”; en: Cubaencuentro, Madrid, 28/05/2012. http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/suspension-gravitatoria-277114





Petróleo

22 05 2012

Los voceros de la compañía Repsol acaban de declarar a la Agencia EFE que la primera perforación realizada por la plataforma Scarabeo-9 en aguas ultraprofundas del Golfo de México –pertenecientes a la Zona Económica Exclusiva cubana (112.000 kilómetros cuadrados)–, no ha dado resultados, y que se apresta al cerramiento del pozo para evitar daños ecológicos.

Aunque algunos medios, como Europa Press, han anunciado la retirada de Repsol del área, lo más probable, como indica el cable de EFE, es que los geólogos de la compañía “estudien ahora los pasos a seguir en relación con otras perforaciones”, y no que se retiren al primer intento, habiendo pasado, incluso, el trámite de la inspección de la plataforma en Trinidad y Tobago por especialistas de Seguridad y Medio Ambiente y del Servicio de Guardacostas estadounidense, para garantizar su seguridad y que menos del diez por ciento de los componentes sean de origen estadounidense, como estipulan las restricciones fijadas por la ley federal en el caso de Cuba

El inicio de las perforaciones ha sido precedido por un largo análisis estructural de la zona y prospecciones magnetométrica, gravimétrica y sísmica detalladas, lo cual conlleva unos costos importantes, más los US$175 millones que ha costado la perforación; costos que no deberán anotarse a la ligera en la columna de las pérdidas, sobre todo si consideramos que los cálculos más moderados sitúan las reservas entre 5.000 y 9.000 millones de barriles, aunque el gobierno de la Isla ha hablado de 20.000 millones.

A menos que existan otros factores no estrictamente técnicos que inviten a Repsol a la retirada.

Hace un mes, en relación con la expropiación de Repsol YPF por la presidenta argentina,  el gobierno cubano, en un comunicado oficial leído por la televisión, reiteró «su plena solidaridad con la República Argentina y afirma que a dicha nación le asiste todo el derecho de ejercer la soberanía permanente sobre todos sus recursos naturales».

Aunque así sea, en tiempos de raulismo (la incontinencia verbal del fidelismo es caso perdido), debieron noticiar el suceso sin pronunciarse oficialmente, considerando que Repsol es, de momento, su socio más activo en la prospección petrolífera, aunque  de los 59 bloques, haya 22 cedidos no sólo a Repsol, sino  a la venezolana Pdvsa, la noruega Statoil, ONGC, de la India, la china CNOOC, y a PetroVietnam, entre otras.

Considerando, además, que Cuba produce unos cuatro millones de toneladas anuales y depende de los 100.000 barriles diarios de crudo que llegan desde Venezuela, algo que podría cambiar drásticamente de empeorar la salud de Chávez o en caso de producirse deceso, o a partir de las elecciones venezolanas del próximo octubre si Henrique Capriles se alza con el poder. Sin paliativos, dado que la isla no ha desarrollado energías alternativas, fundamentalmente las renovables: biocombustibles, eólica, etc.

De momento, la prensa cubana no da noticias ni del fracaso del pozo ni de las actuaciones perspectivas de Repsol, pero que no haya noticias de algo crucial para los cubanos no es noticia.

Petronas, de Malasia, en asociación con la rusa Gazprom Neft, comenzará a perforar en breve en un bloque situado a 150 kilómetros al oeste del abandonado por Repsol. Y la venezolana PDVSA perforará el tercero. Difícilmente estos pozos, y los que seguirán, obtendrán idéntico resultado al que Repsol acaba de concluir. Pero, incluso de confirmarse las mejores perspectivas, Cuba no será energéticamente autosuficiente en menos de cinco años, y algunos más para convertirse en un exportador significativo de crudo.

De modo que la ecuación del próximo quinquenio es compleja. Dependerá de cuan aceleradas sean las reformas en la Isla y se asegure una gobernabilidad que podría desmoronarse con la ausencia de Chávez y sus subsidios energéticos. Dependerá de a qué acuerdos estén dispuestos a llegar los gobiernos de Cuba y Estados Unidos para derogar, o en su defecto acribillar a excepciones el embargo hasta convertirlo en un colador intrascendente. Porque Estados Unidos es, sin dudas, el primer importador potencial del petróleo cubano y dispone de la más alta tecnología extractiva. Y lo anterior dependerá también del factor biológico. Dada la edad de los principales líderes cubanos, la nómina del poder dentro de cinco años podría ser muy diferente, y con ello, las políticas en curso.

El siguiente factor será la distribución social de los ingresos petroleros. Dada la evolución de la nomenklatura militar cubana, el modelo ruso me parece el más probable: una aristocracia verde olivo que transitará sin cargos ideológicos de conciencia de administrar los bienes que teóricamente pertenecen al pueblo, a apropiárselos en una reedición de la piñata sandinista. Aunque hay otras posibilidades: un sultanato caribeño que mantenga la gobernabilidad mediante dosis equilibradas de represión y subvenciones. El petróleo como arma geopolítica al servicio de un sistema o de un líder (la URSS, Venezuela). O el más deseable, el sistema noruego, donde los recursos energéticos son patrimonio de toda la población y se revierten en investigación, desarrollo y en sostener las garantías sociales que componen el mejor estado del bienestar del planeta. Lamentablemente, aunque en Cuba es habitual hacerse el sueco, no hay salmones ni fiordos ni noruegos.

“Petróleo”; en: Cubaencuentro, Madrid, 22/05/2012. http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/petroleo-276934





Al combate corred internautas

23 02 2012

Del 20 al 22 de febrero se acaba de celebrar en la Universidad de las Ciencias Informáticas, en La Habana, la VI Conferencia Científica UCIENCIA 2012.

Durante ésta se ofrecieron conferencias y talleres sobre procesamiento digital de imágenes y señales aplicadas, bioinformática, inteligencia artificial, software educativo, automatización, software libre, nuevas tecnologías de bases de datos, informatización de los servicios de salud, inteligencia organizacional y gestión empresarial, telemática, seguridad de redes y sistemas, realidad virtual, gestión de la información y el conocimiento, técnicas de soft computing, así como las aplicaciones de la informática en ingeniería, arquitectura e incluso en la gestión del patrimonio.

A juzgar por la información que aparece en http://uciencia.uci.cu/es, muchos de los temas integran eso que genéricamente llamamos tecnologías punta, y posiblemente sea muy alto el nivel de los ponentes y de los debates científicos que convocan.  Algo que contrasta con un país que dispone de uno de los más bajos índices de acceso a Internet del planeta, y donde tener una cuenta de correo electrónico es un lujo. Un país cuyos dirigentes intentan reimplantar un capitalismo decimonónico basado en el timbiriche y los gremios de artesanos.

Uno de los mayores éxitos del último medio siglo ha sido, más allá de sus carencias y su abrumadora catequesis ideológica, la universalización de la enseñanza, lo que ha propiciado un flujo casi ininterrumpido de personal altamente calificado. Pero, como bien saben los arquitectos, no basta disponer de una montaña de ladrillos si con ellos no se construye una casa, una ciudad. Y si, además, se proscribe a esos ladrillos organizarse por su cuenta y construir la casa que el Estado parece incapaz de edificar.

A pesar de contar con una legión de científicos y técnicos de altísimo nivel, la Unión Soviética fue incapaz de inventar el microondas o la computadora personal. Su tecnología militar, en cambio, aunque a un alto precio para el pueblo soviético, compitió durante decenios con la norteamericana. Un escalafón de prioridades que parece ser la norma en cualquier totalitarismo, sea ideológico o teocrático.

La VI Conferencia Científica UCIENCIA 2012 no es la excepción. Su programa destina un amplio espacio al Taller Nacional de Informática en la Defensa, para “propiciar (…) una cultura de Seguridad y Defensa Nacional desde la perspectiva del desempeño profesional del futuro ingeniero”. En el taller se tocan temas como las nuevas concepciones y tecnologías para la guerra; el ciberespacio y la guerra; la guerra mediática y el papel de los buscadores internacionales; la información geoespacial; la modernización del material de guerra, así como guías para las asignaturas Preparación para la Defensa y Seguridad Nacional. Además de acentuar “el trabajo político ideológico” y “fortalecer el patriotismo”.

En “La Guerra Mediática a través de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC)” se postula que esta guerra tiene como objetivo “tergiversar información y sumergir a la sociedad en viles mentiras políticas, ideológicas y sociales”. Y en “Guerra y ciberespacio” se habla de los “peligros y amenazas de internet como instrumento de lucha ideológica y sometimiento, (…) en busca de la luz podemos someternos a la más absoluta oscuridad política o el objetivo más peligroso, la confusión, la neblina política de la mentira ligada con la verdad, la incomprensión, la duda, la desinformación constante y reiterada”. Párrafo interesante donde se reconoce que se acude a Internet “en busca de la luz”, algo comprensible si hay apagón en casa. Y concluye apocalíptico que “la confusión, la neblina política de la mentira ligada con la verdad” es el “detonante en el desacato de las masas a las leyes y el enfrentamiento con el gobierno, que le facilite el pretexto para la intervención militar en Cuba a los EEUU”. Sin menospreciar el poder de la información sin censura que circula por la red, pensar que ésta puede ser un detonante más poderoso que la miseria cotidiana en que sobrevive la inmensa mayoría de los cubanos denuncia una notable relajación en el estudio del Materialismo Histórico.

Un espacio particular se dedica a “Las redes sociales virtuales. Su influencia en la formación de valores”. El ponente, Irán P. mir Mejías (sic., entre ayatolá y estación espacial rusa), subraya su valor para la “obtención de información” y para la “defensa de las conquistas revolucionarias”. Las redes, que nacieron como un vehículo para el diálogo sin fronteras, son aquí un campo de batalla. El autor reconoce que “estos elementos y su consolidada popularización, no nos permite plantear el debate sobre si se debe aprobar o no a los jóvenes hacer uso de estos recursos, pues es un hecho irreversible que casi todos ellos los utilizan”. Si, a pesar de los obstáculos impuestos a los cubanos para su acceso a Internet, casi todos los jóvenes emplean las redes sociales, “aprobar o no” ya no es de su competencia, a menos que Cuba se desenchufe de la red mundial. El autor se resigna, entonces, a orientar adecuadamente a esos jóvenes “para evitar los riesgos y amenazas” de las perversas redes.

Otro taller llama a “elevar la confianza de los estudiantes universitarios en la disposición para el combate del material de guerra existente en el país”, algo que resulta, cuando menos, novedoso, tanto como el título del taller: “Una fuente de formación de valores: la modernización del material de guerra”.

Si algo se evidencia en el programa de la conferencia es que la fascinación por la tecnología puede coexistir con el miedo a la libertad y las líneas de código de los lenguajes más avanzados, con una retórica obsoleta. Como la foto del talibán que sueña con reinstaurar el Medioevo sobre la faz de la Tierra con un ejemplar del Corán en la mano izquierda y un lanzacohetes de última generación en la derecha.

 

“Al combate corred internautas”; en: Cubaencuentro, Madrid, 23/02/2012. http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/al-combate-corred-internautas-274240