Solidarios

18 02 2002

La solidaridad está de moda.

La más reciente generación de europeos, crecida al amparo del “Estado del bienestar”, es, a un tiempo, hedonista y generosa. Ninguna generación anterior disfrutó con tanto fervor del subsidio paterno, ni dispuso de tantos bienes. Ninguna generación anterior ejerció en tal proporción la solidaridad (voluntariado en ONG que actúan en el Tercer Mundo, acción social, campañas de ayuda, etc.). El hecho de que no tengan que luchar por su supervivencia apenas rebasada la adolescencia, y que dispongan de una red de seguridad familiar, no disminuye el mérito, aunque en buena medida lo hace posible.

Salvo algún ciclón eventual, Cuba no entra en las prioridades: las tragedias de Goma o Kabul, la desdichada racha de cataclismos que asola Centroamérica, los polos de la miseria absoluta, en especial la del Africa subsahariana y los pueblos indígenas (casi digo indigentes) de América Latina, acaparan una buena parte de la atención solidaria.

No obstante, en diferentes países persisten y actúan, bajo preceptos humanitarios, políticos, nostálgicos o todo junto en diferentes dosis, asociaciones y grupos de solidaridad con Cuba.

En Alemania es posible encontrar decenas de esos grupos, cuyo único factor común es la palabra Cuba, dado que para cada uno la amistad y la solidaridad constituyen productos diferentes. Adquirir un tractor para una cooperativa, enviar material escolar, reunir medicinas, o convocar actos, conferencias y verbenas políticas en beneficio del gobierno cubano, y no de los gobernados, quienes necesitan más penicilina y cuadernos que palabras. Si algo no ha faltado a los cubanos en cuatro décadas son palabras.

Entre esos grupos los hay irrestrictos, sin condicionamientos, cuyo único principio rector es paliar las dificultades de un pueblo que ha demostrado, durante tres decenios, su alto sentido de la solidaridad. Con demasiada frecuencia, por decreto, lo que tampoco resta mérito al pueblo que ha dado incluso lo que no tiene.

Los hay oficialistas, que acatan sin disidencia los postulados del gobierno cubano, mudanzas incluidas. Los hay que no dialogan con quienes sustentan el discurso oficial del gobierno cubano, y quienes todo lo contrario. Algo similar ocurre en casi todos los países.

Infomed, Comité de Defesa da Revoluçao Cubana, Amigos del Che, Medicuba, Cubasí, Netzwerk Cuba, Association Suisse-Cuba, Askapena, Asociación de Amistad Hispano-Cubana Bartolomé de las Casas, y cientos de asociaciones más.

Un amplio espectro de posiciones que merecen todo el respeto a la diversidad. El respeto a su derecho a constituirse en alternativa a las políticas oficiales de sus países. Aunque, curiosamente, ellos mismos, en su inmensa mayoría, apoyan a un gobierno cuya tolerancia de lo alternativo no va más allá del mismo perro con el mismo collar.

La propia existencia de todos estos grupos invita a reflexionar sobre el sentido de la solidaridad. ¿Es un producto ideológico, condicionado por el cumplimiento de ciertas devociones y normativas? ¿Es la socialización de ese sentimiento universal e íntimo que es la amistad? ¿Es el cumplimiento del deber como ciudadano, no de una comunidad o una nación, sino de un planeta? ¿O es acaso una herramienta más del discurso político, que al seleccionar (o no) a sus destinatarios, pone en práctica sus propios designios?

Quizás todo eso es la solidaridad hoy, dependiendo de quiénes y cómo la practiquen. Estados Unidos es, por ejemplo, solidario con Israel. La Venezuela de Chávez es solidaria con Cuba. Cuba es, a su vez, solidaria de todo aquel que se enfrente a Estados Unidos, no importa cómo ni por qué.

Me parece excelente que ciudadanos alemanes, españoles o suecos permitan que un niño cubano disponga de cuadernos y lápices, que un enfermo reciba los medicamentos necesarios, o que la cooperativa estrene tractor Ciertamente, el pueblo cubano necesita esas ayudas y, más aún, las merece. Pero harían bien los grupos de solidaridad con Cuba en preguntarse por qué, tras 40 años de “economía socialista planificada”, tras 40 años de incesantes éxitos, si damos crédito al diario Granma, tras 30 años de subvención ininterrumpida, el país conducido por la clase política más experimentada del planeta (40 años es un período presidencial bastante largo), necesita jabones, lápices, arroz, penicilina. Preguntarse por qué dos millones de cubanos han optado por el exilio. Por qué Cuba cuenta con una de las mayores poblaciones penales por habitante del planeta. O por qué un gobierno que dispone del monopolio de los medios de difusión y es el patrón de casi todos los trabajadores de la Isla, teme tanto a cualquier discurso alternativo, reprime, silencia, encarcela, y llega incluso a violar su propia constitución al perseguir una iniciativa plenamente constitucional, el Proyecto Varela. Harían bien en preguntarse qué significa la frase “solidaridad con Cuba”. ¿Solidaridad con el pueblo cubano o con sus mandatarios? ¿Con los indios o con el cacique? De la interpretación que se de a la frase, depende que la solidaridad con uno equivalga a la insolidaridad con muchos. Y viceversa.

Puede que ello ponga en entredicho la validez de un empecinado discurso preestablecido por cierta zona de la izquierda. Un discurso que en pleno siglo XXI no se atrevería a negar a sus electores los principios democráticos o las elementales libertades y derechos humanos; aceptando sin repugnancia, en cambio, que los cubanos hayan sido despojados de ellos. Quizás en el fondo de sus conciencias anide la idea de que no otra cosa merecen los nativos de esas naciones bárbaras. Sin una mano firme y paternal que los conduzca, se precipitarían al caos y la anarquía. Europa es otra cosa. De modo que también el comunismo tiene primera clase y vagones de ganado.

Creo en la solidaridad, en la reparación de esa deuda universal que el Hombre tiene con el Hombre. Y creo también que la solidaridad tiene que ser lo suficientemente sabia como para garantizar que su destino no se tuerza; pero cuando condiciona (y hasta coacciona), pierde una gran faceta de su naturaleza: la amistad no puede ser un instrumento. La generosidad no puede ser un arma. Ya sobran megatones.

Solidarios”; en: Cubaencuentro, Madrid, 18 de febrero, 2002. http://www.cubaencuentro.com/internacional/2002/02/18/6379.html.

 





Incondicionales

22 10 1997

Cierta tarde de 1987 fui citado por alguien que se autodenominó un “empresario español de izquierdas” residente en La Habana, con el propósito de “discutir la situación cubana” (sic). Ante un propósito de esa envergadura, no pude menos que asistir a la cita. Establecido desde tiempos inmemoriales en Canadá, el “empresario español de izquierdas” estaba a la sazón casado con Aitana Alberti, hija del poeta. Tras años haciendo buenos negocios con las autoridades cubanas, decidió jubilarse en la Isla. En pago quizás por los servicios prestados, le cedieron una casa que aburguesaba de sólo mirarla, en la Quinta Avenida de Miramar. Aquella cena casi termina a botellazos de Tío Pepe, porque el tío se negó a aceptar ni la más dulce crítica al gobierno cubano. Insinuó que los cubanos éramos una pandilla de indolentes y apáticos malagradecidos, incapaces de retribuir con veinticinco horas diarias de sudor y silencio lo que hacían por nuestro bien los sufridos líderes de la Revolución. Tres meses más tarde, recibí su segunda llamada. Me pedía reunirnos, pero no mencionó “la situación cubana”. Ante mi rotunda negativa a “discutir [con él] la situación”, ni siquiera la de Borneo, se limitó a preguntarme por qué los jóvenes cubanos no se lanzaban a la calle para derrocar la tiranía. (¿Pensaría en su propio pasado de guerrillero antifranquista en las Rocosas? ¿Recordaría su estrategia para derrocar al caudillo desde el río San Lorenzo con el mando a distancia?). Me limité a recomendarle que buscara en el atlas la dirección exacta de Casa del Carajo.

Una anécdota entre miles sobre quienes deciden por control remoto qué es aceptable para los nativos y qué deben soportar con estoica resignación geopolítica. Cierto que han pasado muchos años, Primavera Negra de 2003 incluida, y que hoy muchísimos españoles de buena fe y de izquierdas escuchan y comprenden. Pero todavía quedan defensores a ultranza (como enemigos a ultranza) que editan la realidad a la medida de sus deseos, sospechan a cada hombre y mujer de la Isla como el obrero y la koljosiana de Moscovia, pero mulatos, machete y Cohíba en alto. Los que miran a cada exiliado como a un presunto fascista-anexionista —anexionista a Estados Unidos, todavía si soñáramos con volver a la Madre Patria—. Y no todos son iguales. Hay subespecies:

Los devotos son los más potables. Aferrados al mito, monjes de clausura de la Revolución Mundial, trazaron un día la derrota ideológica de su vida y se niegan a maniobrar el timón, ni aunque la derrota los conduzca a la derrota. Tres pulgadas de blindaje cubren sus oídos. Creen a ciencia cierta lo que creen. Recitan cada noche, antes de acostarse, los versículos del Manifiesto Comunista, y se persignan ante la imagen de Don Karl. No discutir con esta subespecie. La fe no admite ni exige razones. La fe es un mullido colchón donde los agraciados duermen sin angustias ni dudas. Sospechan que el derrumbe del socialismo no es tal. La humanidad está dando marcha atrás sólo para coger impulso antes del salto definitivo hacia la felicidad vaticinada por la Santísima Trinidad del Materialismo Dialéctico. Mi padre pertenecía a esa raza. A mediados de los 80, Fidel Castro, lanzó el Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas. Cuando mi padre veía en la tele a Fidel Castro criticando el estado de los hospitales, de las carreteras o del transporte, como si hubiera estado ausente del país quince años, prefería apagarla para no ver a Fidel criticando la obra de Fidel. En realidad, los hospitales eran el seudónimo en clave de ciertos tecnócratas y políticos ambiciosos de segunda generación, advenedizos que no aplaudían de buen grado las “iluminaciones” voluntaristas del Comandante en Jefe. Una vez hallados los culpables, dejó de “rectificar” y sumió al país de nuevo en la curva sinuosa de sus planes, campañas y batallas.

Los noventiocheros: Por puro espíritu antiimperialistayanqui, aplauden irrestrictamente cuanto ocurre en Cuba. Si a Washington le molesta, ¡Arriba La Habana! Si a Washington algún día le place, ¡Abajo La Habana! Un espíritu anti yanqui muy en consonancia con las celebraciones del 98 —en eso del masoquismo histórico nos parecemos: unos celebran la derrota del 98 en Cuba, y otros, la derrota del 53 en El Moncada—. Un antiimperialismo que recuerda la indignación de hace un siglo, cuando el imperio yanqui venía a arrebatarles SU Cuba, sin respetar que la tradición imperialista de España databa de mucho antes que las Trece Colonias se libraran del imperialismo inglés.

Los nostálgicos: Sufren una adhesión sentimental a Fidel Castro: les recuerda a aquel caballero español venido de la Reconquista, abandonando comercio e industria, por viles, a los otros europeos, para dedicarse a la guerra y a la gloria. Al cabo, por falta de industria y de comercio, perdió las guerras y se quedó con la gloria, que según nutricionistas anglosajones, tiene 0,0 calorías por gramo

Los neocolonialistas de izquierda: Aplauden con displicencia cuanto sucede en Cuba por razones de puro desprecio primermundista disfrazado de solidaridad. Para qué quieren los cubanos más de 80 gr. de pan diarios, si en Ruanda muchos niños no conocen el pan, para qué necesitan libertad de expresión si quizás lo que expresen no valga la pena, ni sabrían qué hacer con la democracia. Fíjate sino en los buenos salvajes de otros confines cuando se les concede media uña de libertad. Además del desastre ecológico: ¿En qué papel imprimiríamos las ofertas del Corte Inglés si los sudacas tuvieran acceso al papel higiénico, y cada chino comprara diariamente el periódico? Esta subespecie limpia la vitrocerámica con el Che de Korda en los paños de cocina.

Por último, esa delicatesen de la repostería ideológica: los castristas de derechas: Empresarios nostálgicos de la bélle époque, que cantan en la ducha de cara al sol y ven en este caudillo reminiscencias del otro, que Dios tenga en su santa gloria. Empresarios que conocen el lema: “Dentro del fidelismo, todo; fuera del fidelismo, nada”. Y temen (con razón), como sus bisabuelos, el desembarco de Wall Street. Fachas reciclados, neoliberales high tech, monopolistas reconvertidos al libre mercado. Una fauna indigerible aún para el electorado levemente zurdo de esta España es recibida en La Habana con beneplácito de cofrades. Los extremos no se tocan. Se funden.

 

“Incondicionales”; en: Prensa del Caribe; Madrid. 22 de octubre, 1997, p. 15.