Laura Pollán: el decoro de muchos

17 10 2011

Un héroe mitológico suele estar investido de poderes excepcionales que le permiten exterminar monstruos, salvar inocentes, levantar ciudades o desfacer entuertos. De esto último se ocupó don Alonso Quijano, aunque su fuerza residía en su debilidad, su desvalimiento ante una realidad mezquina que él insistía en convertir en una realidad acrisolada por los altos ideales caballerescos.

Laura Pollán (13-02-1948 – 14-10-2011), que acaba de morir en La Habana, también insistió en que una realidad mezquina tendría que ser radicalmente transformada a la medida de los hombres. No vestía cota de malla, ni cabalgaba sobre Bucéfalo ni disponía de la espada Tizona. Su cota era un sencillo vestido blanco y empuñaba un gladiolo. Pero con esas armas infundió pánico a los dueños de las pistolas y a los guardianes de los calabozos. Sólo el pánico explica el ensañamiento con que son maltratadas y denigradas las Damas de Blanco, ella la primera.

Si una persona excepcional, un héroe de acuerdo a los patrones actualizados del siglo XXI, es aquel que conquista las cimas de las artes, la política o las ciencias, Laura Pollán no lo fue. Pero “cuando hay muchos hombres sin decoro, hay otros que llevan en sí el decoro de muchos hombres”, como dijo José Martí. Y la excepcionalidad de Laura Pollán reside en que acaparó el decoro de muchos conciudadanos. Una maestra de Literatura, ama de casa y esposa que hasta 2003 no se había inmiscuido en política, reunió el valor y el decoro necesario para echar a la calle su repudio a la injusticia cuando su esposo Héctor Maseda y otros 74 cubanos fueron condenados a larguísimas penas acusados de pensar diferente.

A pesar del acoso y los golpes de las turbas organizadas, a pesar de enfrentarse a un Estado que dispone de todos los medios para difamar y denigrar sin derecho a réplica y con total impunidad, a pesar de las amenazas que convirtieron su casa de Neptuno 963 en una plaza sitiada, perseveró hasta la muerte en enfrentarse al dragón armada con un gladiolo, ya no por la liberación de su esposo, o de todos los presos políticos, sino de todos los cubanos. Incluso aquellos enrolados de grado o por fuerza en las golpizas y los mítines de repudio. También esos, prisioneros de su odio o de su miedo.

«Yo no hablo de política”, decía Laura Pollán, “sino de Derechos Humanos». Pero en Cuba la palabra “derechos” es subversiva, y el Estado necesita despojarnos de una parte de nuestra humanidad para convertirnos en cómplices, aunque sea aquellos cómplices silenciosos de los que hablaba Martin Niemöller: ”Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista. Luego vinieron a por los judíos y no dije nada porque yo no era judío. Luego vinieron a por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista. Luego vinieron a por los católicos y no dije nada porque yo era protestante. Luego vinieron a por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada”.

Hospitalizada el 7 de octubre, murió el viernes 14 a las 19:50, a sus 63 años, de un paro cardiaco tras una semana en estado muy grave por complicaciones respiratorias. Aquejada de diabetes y dengue, más las secuelas de detenciones, golpizas y acoso sicológico –detenida y “arrastrada” el 8 de septiembre junto al santuario de El Cobre, cerca de Santiago de Cuba; sometida a un “acto de repudio” en su propia casa el  día 24 del mismo mes—, Laura Pollán no ingresará en las estadísticas de los crímenes políticos. No fue asesinada en una mazmorra ni tiroteada en la calle. En un país que blasona de su sistema sanitario, que prorroga con las tecnologías más avanzadas la agonía de su anciano dictador y prodiga cuidados especiales a sus compinches extranjeros, Laura Pollán “disfrutó” la atención médica que, según el gobierno, merecen los ciudadanos de la Isla: un hospital sin medios ni recursos, sucio y destartalado: un moridero donde van a parar quienes no tienen acceso al sistema sanitario de élite que es propiedad privada de la aristocracia verde olivo, sus familiares y amigos. Quizás por eso el bloguero oficialista Iroel Sánchez, expresidente del Instituto Cubano del Libro, se ha precipitado a entrevistar a Armando Elías González Rivera, jefe de Cuidados Intensivos del Hospital Calixto García: «El doctor nos acreditó que la paciente recibió todas las atenciones y medicamentos necesarios (…) requirió en su caso de ventilación artificial, traqueostomia, tratamiento con antibióticos y antivirales, transfusiones sanguíneas, además de múltiples exámenes complementarios, incluidos estudios del Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí». Recuerda al niño malo de la clase que cuando le tiran un taco a la maestra, se apresura a proclamar: Yo no fui. Yo no fui. Indicio de culpabilidad más que de inocencia. Iroel Sánchez está garantizando que, en caso de necesidad, él no reciba los cuidados intensivos del hospital Calixto García. A su circunscripción ideológica le corresponde el CIMEQ.

Laura Pollán, la humilde maestra de Literatura que convirtió su reclamo personal en reclamo de la nación, suscitó, armada con un gladiolo, un temor de los poderosos que se ha recrudecido con su muerte y los llevó a desplegar “un burdo operativo policial dentro y fuera del hospital Calixto García, a cambiar el cuerpo de Laura varias veces de ambulancia para que no supiéramos hacia qué morgue lo llevaban y finalmente a no sacar, siquiera, una breve nota necrológica en la prensa nacional”, como cuenta en su blog Yoani Sánchez. Acosada hasta después de muerta, Eduardo Díaz Fleitas y Pedro Argüelles Morán, del Grupo de los 75, y al menos 11 mujeres fueron detenidos en la región oriental para impedirles acudir a su sepelio.

Si un indicio suficiente de la existencia de un héroe es su persistencia en las sagas y los anales de los pueblos, hoy basta escribir “Laura Pollán” en Google para obtener 550.000 resultados. Es lo que ocurre cuando comienzas luchando por la libertad de un hombre y terminas luchando por la libertad de todos.

Parte de sus cenizas han viajado a Manzanillo, su ciudad de nacimiento; el resto, serán esparcidas en un campo de flores. Los agricultores saben que ciertos abonos causan una proliferación sorprendente. Las dictaduras, también. Al gobierno sólo le queda declarar ilegales los gladiolos y prohibir, en todo el territorio nacional, el color blanco.

 

“Laura Pollán: el decoro de muchos”; en: Cubaencuentro, Madrid, 17/10/2011. http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/laura-pollan-el-decoro-de-muchos-269455





El Puente: la poética de la libertad (Entrevista a Jesús J. Barquet)

4 10 2011

Poeta y ensayista, Jesús J. Barquet (La Habana, 1953) es también profesor de la New Mexico State University, en Las Cruces, ciudad donde reside desde 1991. Ha publicado los libros de ensayos literarios Consagración de La Habana (1991), Escrituras poéticas de una nación: Dulce María Loynaz, Juana Rosa Pita y Carlota Caulfield (1999) y Teatro y Revolución Cubana: Subversión y utopía en “Los siete contra Tebas” de Antón Arrufat (2002); así como los poemarios Sin decir el mar (1981), Sagradas herejías (1985), Ícaro (plaquette, 1985), El Libro del desterrado (1994), El Libro de los héroes (plaquette, 1994), Un no rompido sueño (1994), Naufragios (1998; edición bilingüe, Naufragios/Shipwrecks, 2001), Sin fecha de extinción (2004) y la compilación Cuerpos del delirio (sumario poético, 1971-2008) (2010).

Tras diez años de trabajo, Barquet acaba de publicar Ediciones El Puente en La Habana de los años 60. Lecturas críticas y libros de poesía (Ediciones del Azar, Chihuahua, México, 2011), para “redocumentar la existencia de una poesía cubana verdaderamente joven que estaba expresando el impacto del momento histórico desde 1960 y no a partir de 1965, como se hizo creer por algún tiempo dentro de Cuba”. Este es el acercamiento más serio al fenómeno editorial y cultural que fue El Puente, el primer y último proyecto cultural independiente realizado dentro de Cuba hasta la llegada del movimiento blogger en el presente siglo. En las 630 páginas del libro encontramos un suculento ensayo, dividido en siete “glosas”, de Barquet, dos esclarecedoras visiones a cargo de Sílvia Cezar Miskulin y María Isabel Alfonso, y la mayor compilación hecha hasta el momento de los poemarios publicados por El Puente, muchos de ellos textos ya inencontrables, incluso en Cuba, y que permiten a los lectores acudir a las fuentes originales.

Entre 1961 y 1965, un grupo de jóvenes con inquietudes literarias, comandado por José Mario, publicó con medios propios y al margen de las instituciones oficiales 25 poemarios, 8 libros de cuentos y 4 volúmenes de teatro en ediciones de entre 500 y 1.000 ejemplares. Acosada y atacada hasta su cierre y aun después, Ediciones El Puente fue condenada al silencio por la historiografía cultural cubana dentro de la Isla. No es hasta 2005 que La Gaceta de Cuba le dedica un excelente dossier. Y aún hoy no ha recibido el lugar que le corresponde en el corpus de la cultura cubana de ese medio siglo. Sobre ellos nos habla Jesús J. Barquet.

 

Habitualmente, un grupo literario se reúne en torno a una estética común, un corpus de ideas filosóficas, políticas o religiosas, o todo mezclado. Visitar la excelente muestra de textos publicados por El Puente que ofreces en tu libro nos entrega, en cambio, un caleidoscopio de poéticas. Allí aparecen las “raíces cansadas” de José Mario, campanas asustadas y soledad, una poesía que afirma que “no nos pertenece la pregunta, ni la respuesta”. Está la intensa desolación adolescente de Mercedes Cortázar. Silvia Barros y sus centelleos de un poema por escribir. “Muerdo entonces mis rebeldías frágiles”, nos dice Reinaldo Felipe García Ramos. El intimismo desasido de Nancy Morejón. Los versos de trinchera de Joaquín González Santana. Los alardes de excelencia y la madurez precoz de Georgina Herrera cuando se calza “los zapatos de andar triste”. La poética enérgica, rotunda, de Belkis Cuza Malé, o Ana Garbinski y sus fabulaciones como un cantar de alguna gesta suave. ¿Qué une a estos jóvenes tan diferentes en sus propuestas, ideas, credos, razas? Y, sobre todo, ¿qué los mantiene unidos durante cuatro intensos años? ¿Es más una confluencia de intereses literarios, un círculo de amigos con el mismo entusiasmo vital y creativo, que un proyecto estético, ideológico o político?

JJ Barquet: En general, no creo que, para entender lo que conforma un determinado grupo literario, debamos tomar como normas los factores que aglutinaron u operaron en otros grupos en sus respectivos momentos históricos y literarios. Entiendo que, por esta diversidad ideoestética de los poemarios del grupo y por no haber producido un manifiesto literario como tal –aunque, como se explica ampliamente en mi libro, algunos textos críticos y declaraciones del grupo funcionan en este sentido–, se pueda cuestionar la existencia de El Puente como grupo y concebirla solo como un proyecto editorial. Pero si conocemos a fondo los debates ideoestéticos, culturales y sociopolíticos que caracterizaron el momento específico en que vive El Puente, podríamos entonces repensar los criterios “habituales” y ver la peculiaridad literaria que El Puente, ya como grupo, tuvo dentro de la literatura cubana de su época.

Aunque El Puente no lo teorice en un manifiesto (pero, ¿cuántos “grupos” han existido que cuentan con más manifiestos que obras concretas que los realicen artísticamente?), practicar y materializar de forma efectiva la diversidad ideoestética, la independencia de gestión editorial y la inclusión de autoras exiliadas en la poesía cubana, implicaba, en su momento, un concepto peculiar de los siguientes tres aspectos: (1) la poesía por hacer en aquellos años, en el sentido de no reducirla a una sola forma o tema (como muchos creían que podría ocurrir), sino salvaguardar precisamente lo contrario: la libertad ideoestética del poeta; (2) la labor independiente del artista, ahora asalariado estatal, con relación al Estado, mientras muchos presienten que se impondrá lo contrario; y (3) la integridad de la cultura cubana sin cortapisas políticas, en medio de una época en que se están borrando de la historia literaria nombres y títulos. Son estos tres aspectos, entre otros, los que precisamente comienzan a ser discutidos, supervisados y/o controlados progresivamente por las instituciones estatales en esos años de 1961-1965 de El Puente. Estos tres aspectos, inútiles para entender la Generación del 98 o el ultraísmo hispano, son, sin embargo, los que sí operaron de forma caracterizadora en la conformación del grupo El Puente, o de lo que constituyó su centro: José Mario, Ana María Simo, Gerardo Fulleda León, Ana Justina, Reinaldo Felipe García Ramos, Nancy Morejón, etc.

En vez de aplicarle a El Puente los criterios de aglutinación que operaron en otros grupos y épocas, quizás sea más apropiado entonces reconocer que una peculiar propuesta coherente (más o menos implícita) y hasta alternativa frente al Estado (aunque no de forma antagónica) existió entre ellos y los llevó a mantener, aun con altibajos internos, su unidad coral escribiendo, publicando y reclutando a nuevas voces inéditas incesantemente, de forma tal que el núcleo inicial del grupo se fue enriqueciendo al paso de los años. Y esa propuesta tácita, pero también táctica, de El Puente se nos revela mejor a la luz o en diálogo con los dos textos canónicos de la época, los cuales fueron, curiosa y reveladoramente, el marco temporal de existencia de Ediciones El Puente: Palabras a los intelectuales, de Fidel Castro, de 1961, y El socialismo y el hombre en Cuba, de Ernesto Che Guevara, de 1965. Es decir, El Puente funcionó durante un período sociopolítico sumamente complejo y arriesgado para el creador cubano. La creciente intromisión del Estado en la cultura cargó de sus propios significados a la labor de El Puente como proyecto editorial, pero también como grupo que llevó a eficaz realización dicho proyecto. Quizás hoy día esto nos resulte incluso más visible que en su momento.

Si en otras épocas la obvia diversidad ideoestética de los poemarios de El Puente constituye, abstractamente hablando, una muestra de falta de cohesión como grupo, en la Cuba de inicios de los 60 es precisamente esa diversidad, entendida entonces como libertad del artista, lo que le da a Ediciones El Puente su coherencia, sentido e importancia como grupo en aquellos años. Mientras los textos de Castro y Guevara trataban de abordar los asuntos de contenido y forma a partir de cuestionar y deconstruir, cada cual a su manera, la consabida “libertad del artista” (ese “reflejo del idealismo burgués en la conciencia”, según afirma Guevara en El socialismo y el hombre en Cuba [Nueva York: Pathfinder, 1992, p. 64]), El Puente practicó dicha libertad ampliamente como manifiesta propuesta consensual de grupo en medio de una sociedad socialista que oficialmente condenaba y proponía erradicar todo “lastre” (“tara”, “lacra”) “heredado” de conciencia burguesa en la población y, muy especialmente, entre sus intelectuales.

Partiendo de esa necesaria contextualización del grupo se entiende mejor otro de sus intereses comunes: la urgencia por ser poetas publicados (alguna curiosa intuición los impelía a apurarse), por inscribir libremente en el panorama poético y sociopolítico de entonces su propia voz joven y su derecho a un espacio público, es decir, no esperar por la generosidad o los requisitos editoriales de los otros grupos o individuos que rápidamente se establecieron dentro de las instituciones y vehículos culturales que estaba creando el nuevo Estado.

A la diversidad ideoestética, El Puente añadió la diversidad identitaria de sus autores, lo cual en términos literarios puede asociarse (no mecánicamente) a la entrada de inéditos sujetos y temas poéticos en la poesía cubana. Gracias a El Puente, cobran amplia visibilidad en la isla letrada poetas provenientes de segmentos tradicionalmente subalternos de la sociedad que habían sido más o menos desatendidos, desconocidos o excluidos por la alta cultura cubana: mujeres, negros, clases pobres, homosexuales y practicantes de religiones afrocubanas conforman así esa diversa otredad nacional que logra cohesionar El Puente. En este sentido, sus poemarios reflejan fielmente la mayor visibilidad que, en particular, las mujeres, los negros y los pobres estaban obteniendo en la vida pública nacional.

Pero la mayoritaria entrada de dichas voces poéticas en la poesía cubana de El Puente cobra en esos años un peculiar carácter políticamente alternativo en lo referente a dos aspectos: la homosexualidad y la religiosidad afrocubana como arraigada práctica cotidiana del pueblo y no solo como materia de folclore académico y teatral. A medida que avanza el lustro, ambos aspectos son deslegitimados y hasta considerados inadmisibles en la construcción de la nueva sociedad socialista heteronormativa y atea. Hay que apuntar aquí que, a diferencia de las escasísimas y discretas intromisiones homoeróticas en algunos de sus poemarios, El Puente sí le dio una consciente visibilidad recurrente al rescate e inserción de voces y temas negros en sus publicaciones. Es decir, en un lustro que retoma las “taras” de heteronormatividad, machismo, moralismo católico y occidentecentrismo “heredadas” de las sociedades anteriores para ideológica y políticamente readecuarlas a la construcción del socialismo; en un lustro que, gracias a ciertas leyes antidiscriminatorias del nuevo Estado, da como incuestionablemente resueltos los también “heredados” prejuicios sociales y culturales contra la raza negra, la súbita invasión y afirmación de estas numerosas otredades homosexuales, santeras y negras resultó también una forma de identificarse El Puente como grupo, ya que a medida que avanza el lustro se va revelando cada vez más el carácter alternativo que implicaba la inclusiva diversidad identitaria que practicaron sus miembros.

A partir de 1959, la oficialidad de la Isla crea, además, para invisibilizarlo y borrarlo, un nuevo otro: el exiliado político. Y en este sentido El Puente como grupo también revela su peculiaridad: además de no exigirles a sus autores una ideología determinada ni una conducta o moral afín al nuevo sistema, el grupo El Puente no olvida e incluye en sus proyectos, incluso con cierto protagonismo, a autoras que optan por el exilio. A diferencia de las borraduras o exclusiones que ya están practicando las casas editoras y las publicaciones del Estado, El Puente publica y distribuye los poemarios de Mercedes Cortázar e Isel Rivero aun cuando las autoras ya habían salido del país, las incluye en una antología, anuncia futuros poemarios de ellas en “Lo por publicar”, nunca las borra de sus listas de “Lo publicado” ni olvida mencionarlas en sus textos críticos. El Puente mostraba así, además de su libertad de elección como artistas y editores, el amplio concepto inclusivo de cultura cubana que los animaba y que entonces, ante los embates divisionistas oficiales, les daba identificación y peculiaridad como grupo.

Por esa diversidad estética (pues aunque rechazaban, por ejemplo, el panfleto y el hermetismo, hay poemarios de El Puente que los practican), por la amplia inclusión temática (pues aunque abogaban por una poesía a tono con el momento histórico, hay algunos excelentes poemarios que no cumplieron con tal objetivo o lo cumplieron de forma diferente a la esperada u optaron por temas intimistas), y por no exigirle al joven autor ninguna otra credencial personal que escribir poesía, indico en la dedicatoria del libro que El Puente logró crear y mantener, como grupo, una realidad utópica en medio de crecientes reducciones y obligaciones ideoestéticas impuestas al artista y la cultura en general. Esa es tal vez la marca principal del proyecto de El Puente, lo que les dio coherencia y sentido como grupo expresándose libremente desde un espacio alternativo en aquellos años en que el nuevo Estado extendía también su monopolio editorial e ideológico.

Bueno, te he resumido aquí, quizás con algún nuevo giro, lo que Miskulin, Alfonso y yo tratamos más detallada y documentadamente en los diversos ensayos de la sección crítica de mi compilación.

En tu pregunta sugieres, como elemento de cohesión del grupo, la amistad. Efectivamente, todos los testimonios apuntan a que los unía la amistad, la cual incluso varios conservan hasta hoy día, aunque sea bifurcada por el exilio. Es cierto que en los años 60 hubo algunos desencuentros entre ellos, pero eso no obstruyó el trabajo colectivo hasta el momento mismo del cierre de las Ediciones en 1965. Signo de la vitalidad del grupo hasta entonces, son las publicaciones constantes y los proyectos colectivos que quedaron truncos pero bastante avanzados en su realización, como la edición de una revista y de otras antologías de autores jóvenes.

Los poetas, en particular, comparten varios intereses culturales y hasta personales, y aunque no tuvieran ese manifiesto o documento detallado de intereses artísticos con que otros grupos pretenden validarse, Miskulin, Alfonso y yo proponemos ciertas afinidades mayormente temáticas derivadas tanto de los poemarios como de los prólogos, reseñas y textos de contraportada y solapa que los autores se escribieron entre sí. Documentamos así, y citamos de forma suficiente, un importante corpus bibliográfico de la época, porque esta compilación quiere facilitarle al lector el acceso no solo a los poemarios y antologías poéticas de El Puente, sino también a los textos críticos de entonces en torno a dicha producción.

 

En El Puente, la diversidad estética era también diversidad política. Están “nuestros monstruosos niños adultos”, de Isel Rivero, en el Canto VI de La marcha de los hurones (poemario precursor junto con El grito, de José Mario, de Ediciones El Puente); pero también está la poesía directa de Manolo Granados, esperanzada en esa ciudad limpia con himnos, tambores y banderas, por no hablar de la poesía panfletaria de Joaquín González Santana. Creo que, en general, la mayoría no se oponía a la Revolución, sino que simpatizaba con el espíritu juvenil, libertario, aunque se opusieran, eso sí, al neoestalinismo de figuras como Edith García Buchaca. A pesar de ello, el Máximo Líder propuso dinamitar ese puente, y Jesús Díaz lo catalogó como un grupo ideológico “con posiciones políticas, estéticas y éticas bastante cuestionables”, lo acusó de una actitud “liberaloide” y lo dio por muerto al apostillar que “sería bastante triste ser conocido como el asesino de un muerto”. ¿Atribuirles una connotación como grupo ideológico enemigo fue un mero síntoma de la intolerancia que ya se adueñaba de la vida cubana? ¿Una excusa en la guerrilla generacional? ¿Una pequeña batalla en la guerra por convertir al ciudadano republicano en súbdito? (Isel Rivero ha hablado de “la voluntad de independencia” de El Puente, una palabra peligrosa. Y José Mario proponía la integración armónica entre el individuo y el colectivo, pero el individualismo era ya una “lacra del pasado”). ¿O de todo un poco?

JJ Barquet: Como bien has percibido en el libro, parece que el cierre de El Puente se debió a una trágica confluencia de diversos factores tanto literarios como extraliterarios. Mi respuesta anterior creo que indica cuáles pudieron haber sido algunos de ellos. Obviamente, la variada libertad que practicaron los puenteros llegó a concebirse, con el avance del lustro, como una actitud “liberaloide”. Incluso la nacionalización de las imprentas privadas, algo que afectó a toda la sociedad, también repercutió en el destino de Ediciones El Puente. Y aunque la inmensa mayoría de ellos, por su juventud, no arrastraba conflictos intergeneracionales del pasado republicano, las consabidas pugnas entre generaciones o promociones literarias que se continuaron en los 60 llegaron igualmente a afectarles negativamente. Ni Miskulin ni Alfonso ni yo nos atrevimos a apuntar una única causa, excluyente de otras, que llevara al cierre de El Puente. Registramos, en cambio, la complejidad ideológica y artística de aquellos años y, dentro de ella, la creciente imposición de criterios reduccionistas de los más disímiles asuntos relacionados con el artista, la creación, la cultura nacional, el individuo y la sociedad; criterios que, para fines de los años 60, lograron regir tanto lo que debía ser, hacer, leer, creer, pensar, escribir y difundir un poeta (que quisiera ser tenido como) revolucionario, como el objeto al que debía dirigir sus más íntimos impulsos sexoafectivos. Obviamente los chicos de El Puente, con José Mario al frente –aunque no debemos olvidar que Ana María SImo y otros del grupo intervinieron también en muchas decisiones editoriales–, no cumplían con todos esos “deberes”.

Como pudiste constatar en tu lectura de los poemarios recogidos en mi compilación, fueron injustamente acusados de vivir a espaldas del momento histórico. Es cierto que, en algunas ocasiones, poemas de El Puente cuestionan la realidad en que viven, pero no son escasos los poemas de puenteros que resultan celebratorios del nuevo Estado y hasta panfletarios. Es cierto que la ciudad se presenta a veces como una vía para adentrarse en uno mismo, pero exceden en número los poemas en que la ciudad en efervescencia revolucionaria es un motivo de salida del ser hacia los otros. Es ese el espacio utópico de libertad temática y formal que El Puente logró salvaguardar por unos años, hasta que los disímiles factores, convertidos en ineludibles “deberes”, lo sacan de circulación y estigmatizan.

 

A pesar de sus diferencias notables, tú propones leer La conquista, de José Mario, como “un texto que dialoga claramente con La marcha de los hurones”, de Isel Rivero. ¿Puedes explicar esto con más detalle?

JJ Barquet: En el prólogo a Novísima poesía cubana, los editores Reinaldo Felipe García Ramos y Ana María Simo expresan su admiración por ese excelente poema largo de 1960 de Isel, quien se hallaba ya en exilio, pero desde el punto de vista temático le objetan las reservas (que resultarían proféticas) que su sujeto poético tiene ante el momento histórico habanero y nacional en que vivían. Entienden que no se debe acelerar ningún proceso ideológico en el poeta y reconocen la honestidad poética de Isel por haberlo escrito (y, añado aquí, de todos ellos por no ningunearla ni negarle calidad estética por cuestiones ideológicas), pero indirectamente están implicando que ese poema admirable no era temáticamente representativo de los “novísimos” propósitos ideoestéticos del grupo.

José Mario, quien a pesar de ser el centro magnético del grupo no constituía su centro estético, parece querer “corregir” ese déficit de representatividad de La marcha con un raro poemario en su obra: La conquista, donde pretende borrar su “heredado” pesimismo existencial con una inmersión en los temas digamos afirmativos del proceso político, lo cual lo lleva incluso por momentos al panfleto. Al final de su poema anterior, El grito (1960), ya se percibía esa necesidad de abandonar tonos y temas tenidos como “lastres” del pasado capitalista, pero el salto lo da en La conquista, poemario que curiosamente no es aceptado como logro literario por el grupo, según se ve en los reclamos estéticos que le hacen a su poesía los dos editores mencionados y Fulleda León en una reseña.

En realidad, te he hecho aquí un resumen de lo que se explica y ejemplifica mucho más detalladamente en mis glosas 3 y 4. En estas, como en el resto de la sección crítica del libro, encontrará el lector una cuidadosa reconstrucción e interpretación de nuestra historia literaria a partir de los documentos originales apropiados para tratar de entenderla en lo que fue, y no en lo que ciertas agendas personales hoy día, de forma reductora o prejuiciada o perezosamente desinformad(or)a, quisieran convertirla.

 

Es admirable la producción de El Puente en tan pocos años y con recursos propios, considerando que ninguno de ellos se dedicaba de forma exclusiva al trabajo editorial, sino que estudiaban, trabajaban y aún les quedaba tiempo para reunirse y celebrar recitales de poesía en El Gato Tuerto. ¿De dónde salían los recursos humanos y materiales para una empresa así, tomando en cuenta que por entonces no se trataba de entregar un pdf a una imprenta digital? Sabemos que a partir de 1964, cuando se nacionalizan las imprentas y toda palabra impresa pasó a ser un monopolio del Estado, les resultaba legalmente imposible imprimir sus propios libros. Entonces tuvieron el apoyo de Nicolás Guillén como presidente de la UNEAC, que duró hasta 1965. ¿Cuál fue la magnitud de ese apoyo? ¿Condicionó en alguna medida los contenidos?

JJ Barquet: Tu pregunta me lleva a resumir los aspectos factuales que, como viste, la historiadora cultural brasilera Miskulin desarrolla ampliamente en su ensayo. Los puenteros utilizaron por varios años una imprenta privada y se mantuvieron totalmente independientes en sus decisiones editoriales, lo cual constituía cada vez más una rareza en la Cuba de entonces. Costeaban las ediciones con dinero de José Mario y, en ocasiones, con aportes personales de los autores, pero muchos, como Georgina Herrera, publicaron allí de forma totalmente gratuita. Cuando desaparecieron las imprentas privadas, José Mario se vio obligado a recurrir a una imprenta estatal. Recibió entonces la ayuda del presidente de la UNEAC, Nicolás Guillén, sin comprometer con ello la independencia de sus decisiones editoriales. Hay quienes presentan esto como el paso a una semi-independencia, o semi-dependencia, de El Puente, pero parece solo una medida pragmática que adoptó José Mario para que pudiera continuar la obra editorial del grupo. Así lo confirman no solo los testimonios de varios puenteros, sino también los dos últimos poemarios publicados en la imprenta estatal, ya que ambos revelan las preferencias editoriales de José Mario: el poemario radicalmente experimental, Consejero del lobo, de Rodolfo Hinostroza, un peruano amigo de algunos puenteros y que residía entonces en La Habana, y el poemario Muerte del amor por la soledad, de José Mario, totalmente dedicado al amor, con evidentes registros homoeróticos.

 

Una primicia de tu libro es la publicación de la Segunda novísima de poesía cubana, terminada por José Mario en 1964 pero inédita hasta ahora. Resulta curioso encontrar en ella nombres inesperados y que más tarde abjuraron de su condición de puenteros. Son los casos de Sigifredo Álvarez Conesa y Guillermo Rodríguez Rivera. Hay que considerar que varios puenteros fueron represaliados y que pertenecer a El Puente fue por décadas un demérito en el “escalafón revolucionario”.

JJ Barquet: En realidad, publicar esa antología era una deuda con la historia de la literatura cubana y para algunos autores ha significado hasta un rescate de poemas que habían extraviado, ya que se cuenta que José Mario, en su fiebre editorial, prácticamente les “arrebataba” a los autores sus manuscritos. Entre otras cosas, esta Segunda novísima documenta la pertenencia de autoras como Lilliam Moro y Lina de Feria a la órbita de El Puente, como efectivamente ocurrió en el plano personal; ilustra el afán inclusivo de José Mario de continuar sumando jóvenes a sus proyectos editoriales, de demostrar que El Puente no buscaba convertirse en un espacio cerrado sobre sí mismo y sus logros.

Es bien sabido que Álvarez Conesa y Rodríguez Rivera fueron integrantes de El Caimán Barbudo, es decir, de la segunda promoción poética de los nacidos en los años 40, la cual ha solido presentarse como rival de los puenteros, aunque El Puente fue cerrado antes de que El Caimán Barbudo comenzara a publicarse. Pero el conocer ahora más apropiadamente la diversidad ideoestética de las publicaciones de El Puente y ver a estos caimanes aceptar su inclusión en una antología de aquel grupo tachado después de “liberaloide” nos lleva a pensar que, al parecer, en 1964 no existía aún tal rivalidad literaria ni tal opinión desacreditadora del grupo, sino que todo ello fue un producto posterior rápidamente articulado y aupado por motivos mayormente extraliterarios.

Entendido esto, varias afirmaciones tradicionales sobre la joven poesía cubana de los años 60 requieren ser revisadas con el apoyo ahora de todos estos textos poéticos incluidos en mi compilación y que han sido desconocidos o desatendidos por décadas. Entre otros asuntos, se debe revisar la existencia real o no de dos promociones literariamente “opuestas” entre todos esos autores nacidos en los años 40, sus vínculos con los autores de la llamada Generación de los Años 50 (algunos puenteros nacieron en los años 30 y cabrían dentro de esta Generación; el prólogo-manifiesto a la Novísima poesía cubana guarda curiosas semejanzas con el prólogo de Roberto Fernández Retamar y Fayad Jamís a Joven poesía cubana [1960]), el arraigo del coloquialismo en la Cuba de los años 60, etc.

Es bueno recordar que ese “demérito” (o tabú) que mencionas con referencia a El Puente ocurrió solo dentro de la Isla. Fuera hemos estado más informados al respecto, gracias en parte a la labor de divulgación desplegada no solo por José Mario desde su exilio a fines de los años 60 y por otros puenteros exiliados, sino también por académicos tales como Rita Geada, Yara González Montes, Matías Montes Huidobro y Orlando Rossardi, entre los pioneros durante los años 60 y 70.

Ese “demérito” fue el resultado de una malsana fabricación a partir de motivos mayormente extraliterarios pero apoyados, ocasional e intencionalmente, en uno u otro poemario o poema, pero ya habrás comprobado con tu lectura de los textos cuán endeble resulta el apoyo literario de dicha fabricación. La relevancia de esos motivos extraliterarios nos obligó a dedicarles detenida atención en nuestros ensayos, especialmente los motivos referidos a aspectos identitarios tales como la raza, la sexualidad y la religiosidad.

Mencionaste también al inicio el hito que marcó La Gaceta de Cuba de julio-agosto de 2005 en el rescate de la labor de El Puente dentro de Cuba. Pero fue en realidad Virgilio López Lemus quien en su artículo de 1989 “Poetas en la Isla (treinta años después: 1959-1989)” (Unión, vol. 2, no. 7, julio-sept. 1989, pp. 65-70) comienza a romper allá ese tabú y escapar de los prejuicios y reduccionismos ad usum. Con más aseveraciones que en su Palabras del trasfondo (1988), López Lemus analiza brevemente en su artículo de Unión los avatares editoriales de El Puente, comenta sus vínculos con el coloquialismo de los años 60 y propone a Ediciones El Puente como “parte de una promoción intergeneracional, cuya línea estética tiene mucho que ver con el coloquialismo”. Apunta ya que “no es un grupo homogéneo”, que en la Novísima se encuentran su núcleo y su prólogo-“manifiesto” y que en este se advierten “las cercanías con el coloquialismo no tanto en los postulados de los puentistas, sino en  sus propias prácticas de la poesía, muy similares a las que en esos momentos desarrollan los integrantes de la Generación de los Años 50” (p. 68). Más tarde, en El siglo entero (publicado en 2008, pero merecedor del Premio Academia en 2002, tres años antes de La Gaceta de Cuba mencionada), López Lemus se detendrá mucho más en la dinámica de las Ediciones El Puente y en el análisis poético de algunas de sus figuras claves, en particular l’enfant terrible (así lo llama Felipe Lázaro) del grupo: José Mario.

 

El destino de los poetas y/o editores puenteros incluidos en tu libro ha sido muy diverso. Isel Rivero, precursora, abandonó el país en 1961; Mercedes Cortázar lo hizo un año antes. Más tarde, en los años 60 y durante los 70, partieron José Mario, Lilliam Moro, Ana María Simo, Silvia Barros y Pío E. Serrano. En 1980 marcharon al exilio Reinaldo Felipe García Ramos, Belkis Cuza Malé y Héctor Santiago Ruiz. En los años 90, Manolo Granados y Pedro Pérez Sarduy se instalaron en Europa. Y en Cuba murieron o permanecen aún Nancy Morejón, Georgina Herrera, Ana Justina, Rogelio Martínez Furé, Miguel Barnet, Gerardo Fulleda León, Joaquín González Santana, Lina de Feria, Sigifredo Álvarez Conesa y Guillermo Rodríguez Rivera, entre otros. Sus trayectorias literarias han sido disímiles. ¿Qué ha quedado de aquella experiencia y de aquella estética inicial en sus obras posteriores?

JJ Barquet: Sobre el legado de El Puente en la trayectoria posterior de sus autores no creo que haya una respuesta única. Recordemos que muchos eran muy jóvenes cuando publicaron dichos libros y que estos fueron en realidad sus primeras incursiones en la escritura literaria, por lo que no todos los recuerdan como sus mejores logros. Algunos prefieren olvidarlos. Como es lógico, décadas después, con otras lecturas, experiencias e intereses artísticos, varios condujeron su poesía por vías muy diferentes. Esto es notorio en Reinaldo Felipe García Ramos, quien en su libro Acta exhibe un lenguaje sumamente metafórico para pasar en los años 80 a una poesía mucho más transparente y comunicativa en forma y contenido. Lo mismo se aprecia en la obra de Belkis Cuza Malé, aunque hay que reconocer que un tema clave de su Tiempos de sol (a saber, la denuncia frontal y urgente del militarismo y la amenaza de destrucción atómica sobre el mundo) justificaba, en más de un sentido, el tono caóticamente trágico de su libro.

A diferencia de estos dos autores, hay poetisas como Isel Rivero y Lina de Feria cuyas colaboraciones en El Puente muestran ya el estilo que las identificará. El caso de Isel resulta incluso singular, pues aunque cuenta con poemarios posteriores estéticamente diferentes a La marcha de los hurones pero igualmente valiosos (a saber, Nacimiento de Venus y El banquete), ha pasado a nuestra poesía como la autora de ese clásico de la poesía posrevolucionaria que constituye La marcha de los hurones, cuyo legado ideoestético se continúa en 1963 con Tundra. En su reseña de Tundra (Revista Iberoamericana, vol. 34, no. 65, enero-abril de 1968, pp. 174-176), Rita Geada habla precisamente de ese enlace entre ambos poemarios como un “indicio de la continuidad de[l] orbe interior” de la autora, “orbe que aparece ya insinuado en [La marcha de los hurones] pero con características más locales mientras que en [Tundra] se eleva a categorías universales testimoniándonos de este modo su acucioso estar en nuestro planeta Tierra y en este nuestro tiempo presente” (p. 175).

Otras evoluciones serían, por ejemplo, las de Gerardo Fulleda León, Silvia Barros y Héctor Santiago Ruiz, quienes hoy día no se (re)conocen como poetas, sino como dramaturgos. De igual forma, Manolo Granados y Joaquín González Santana pasaron a ser narradores.

Hay casos en que la madurez poética ocurre durante el breve período de existencia de El Puente. Son los casos de Fulleda León (aunque después cesara de publicar poesía) desde su poemario Algo en la nada a su colaboración en la Segunda novísima de poesía cubana, y de Nancy Morejón desde su primer Mutismos a su esplendente Amor, ciudad atribuida.

José Mario constituye un caso aparte: los seis poemarios que publicó bajo Ediciones El Puente, además de El grito, nos lo presentan cambiante, ambicioso y arriesgado en su afán de ser inclusivo temática y formalmente, pero nunca sin llegar a sus posteriores rupturas y experimentos madrileños de Falso T (1978). De alguna forma, su diversa pero coherente propuesta ideoestética de los años de El Puente se cierra como un círculo con el primer poemario que publica en el exilio: No hablemos más de la desesperación (1970).

En el caso de Rogelio Martínez Furé, su antología de Poesía yoruba en El Puente marcó para siempre su trayectoria literaria. Fue la semilla de la cual surgieron después, por décadas y en numerosas ediciones, otras antologías similares tales como Poesía anónima africana.

Además de lo que ha quedado de El Puente en sus autores está lo que ha quedado para la poesía cubana de la segunda mitad del siglo XX. Aquellas publicaciones juveniles le dieron a la poesía cubana varios logros hasta entonces inéditos. Entre ellos, la confluencia, por primera vez en Cuba, de un número considerable de poetisas de calidad dentro de un mismo grupo. El hecho de que varias de ellas fueran de la raza negra también significó una ganancia para nuestra poesía. Creo, además, que varios poemarios de estas puenteras se hallan entre la mejor poesía de los años 60: a saber, el poderoso exteriorismo profético de La marcha de los hurones; la audaz reformulación revitalizadora de la “heredada” poesía urbana en Amor, ciudad atribuida, de Nancy Morejón; la hermosa y lenta prefiguración de la ausencia que deshila El largo canto, de Mercedes Cortázar, como anunciándonos, sin querer, uno de los tonos de la futura poesía de exilio; la denuncia aterrada del infierno que constituye la época contemporánea, irónicamente referida como Tiempos de sol, por Belkis Cuza Malé; el intimismo hábilmente resuelto desde la inédita condición personal de Georgina Herrera en GH

La reformulación de la poesía urbana (en ocasiones, referida explícitamente a La Habana de los años 60) halla feliz cumplimiento tanto en Morejón como en otros puenteros. Incluso la reseña de García Ramos de 1964 sobre Amor, ciudad atribuida podría leerse como una compartida “poética urbana” para mejor entendimiento de este tema en el grupo.

No satisfechos con las propuestas ideoestéticas de la poesía negrista de los años 20 y 30 y más cercanos a Lydia Cabrera y Fernando Ortiz, algunos puenteros quisieron reformular también el afrocubanismo, pero a diferencia del tema urbano, el tema afrocubano no logró cuajar en varios poemarios de calidad.

La Poesía yoruba, de Martínez Furé, comenzó a llenar un lamentable vacío cultural, y de ahí proviene su importancia: dar a conocer en Cuba, en español, esa producción poética negroafricana que forma parte de nuestra herencia cultural. El prólogo de Martínez Furé y las reseñas que Barnet escribió sobre esta antología y la siguiente de Martínez Furé dejaron bien clara, de forma incluso didáctica, la propuesta cultural que ambos compartían: a saber, revisión del canon Occidental, ampliación de los criterios estéticos del lector cubano, cuestionamiento del occidentecentrismo cultural. Otro aporte podría hallarse en la presencia del tema homoerótico, aunque discretamente, en varios textos de José Mario. Todo esto y más se documenta y ejemplifica ampliamente en el libro, especialmente en el ensayo de Alfonso y mi glosa 6.

 

Colaboraciones de las investigadoras Sílvia Cezar Miskulin y María Isabel Alfonso, quienes escribieron sus tesis doctorales sobre El Puente, aparecen en este libro. ¿Podemos esperar de ellas próximamente nuevos ensayos sobre El Puente?

JJ Barquet: Miskulin lleva más de diez años investigando y escribiendo sobre las políticas y prácticas culturales cubanas de los años 60 y 70. Dedicó su tesis de maestría a Lunes de Revolución y de ahí publicó en 2003 el libro Cultura Ilhada: imprensa e Revolução Cubana (1959-1961). Para su tesis doctoral estudió las Ediciones El Puente y El Caimán Barbudo y de ahí publicó en 2009 otro libro: Os intelectuais cubanos e a política cultural da Revolução (1961-1975). Además de estas tesis y libros, los cuales conozco prácticamente desde sus inicios pues hemos mantenido estrechos vínculos de trabajo por más de una década, Miskulin ha publicado artículos de temas afines en revistas y monografías, y últimamente se ha dedicado a estudiar la presencia de los intelectuales cubanos en la revista mexicana Vuelta. Para mi compilación, le pedí a Miskulin que, partiendo de su libro, elaborara un resumen de la trayectoria histórica de Ediciones El Puente.

A Alfonso la conocí primero por su tesis doctoral de 2007, Dinámicas culturales de los años 60 en Cuba: El Puente y otras zonas creativas de conflicto. Ha publicado varios artículos sobre este tema y ha estado enriqueciendo y actualizando la documentación, incluso oral, sobre este período. Para mi compilación le pedí que desarrollara algunas ideas generales de su tesis pero aplicándolas a la poesía y ejemplificándolas convenientemente. A partir de su primer borrador, tuvimos algunas conversaciones de trabajo.

A ambas les agradezco haber cumplido cabalmente con lo solicitado y es obvio que sus colaboraciones enriquecieron la sección crítica del libro, la cual se presenta de forma coral, como un diálogo entre sus textos y mis glosas y notas al pie.

Hay otro colaborador, unas veces explícito, otras implícito, y es Reinaldo García Ramos, quien generosamente ayudó con sus atinadas sugerencias y observaciones a los primeros borradores de la sección crítica del libro. A él también, muchas gracias. Y a ti, Luis Manuel, por tu lectura tan puntual del libro y por esta entrevista que me ha obligado a repensar y reordenar mis ideas sobre Ediciones El Puente.

 

“El Puente: la poética de la libertad”; en: Cubaencuentro, Madrid, 04/10/2011. http://www.cubaencuentro.com/entrevistas/articulos/el-puente-la-poetica-de-la-libertad-268902





José Triana: la estilización de la memoria

19 09 2011

A la Colección Palabras Mayores de la editorial Aduana Vieja debemos la posibilidad de recorrer, en dos volúmenes, la Poesía Completa (Antología personal) de José Triana, desde De la madera de los sueños (1958) hasta Dorada fronda y feria de acrósticos (2010).

Nacido en 1931, en Camagüey, Triana publicó en España, donde cursó estudios, su primer volumen de poesía y, de regreso a Cuba, publica en 1960 su pieza teatral Medea en el espejo; en 1962, El parque de la fraternidad; en 1964, La muerte del ñeque y, en 1965, La noche de los asesinos, que obtuvo el premio de teatro Casa de las Américas de ese año y  ha sido representada en numerosas capitales americanas y europeas. Obras suyas han sido traducidas a una docena de lenguas.

Triana vive en París desde los 80 y, aunque más conocido por su teatro, la poesía ha sido una constante en su obra.

En el primer volumen de su Poesía completa aparecen los poemarios De la madera de los sueños (1958), Proyecto de olvido (1964), Golpe de sombra (1969), Cuaderno de familia (1975), De aquí para siempre (1976), Claro homenaje (1977), Ejercicios para después de la siesta (1977-1988), Aproximaciones (1989) y Otro retrato olvidado (1990).

Desde sus primeros poemas, hay en Triana una sostenido buceo en la infancia, en la memoria, el pasado como elipsis que le permite reinterpretar el presente: “La memoria me ofrece ciudades legendarias / y prefiero la infancia sentada en su pupitre / como una alumna atenta” (poema 3, p. 28). En Proyecto de olvido recuerda que “Anduvimos descalzos / al patíbulo / Había media hora y un segundo en contra” (poema 3, p. 57). Una angustia existencial que posiblemente tenga su mejor reflejo en el poema “Nadie responde”: “Nadie responde ahora. / La lámpara bosteza madrugada / y un silencio otoñal va recobrando / una larga escalera de horizonte” (p. 74).

Otra constante en la poética de Triana es la presencia, la premonición de la muerte que discurre como un personaje familiar, inevitable: “Dicen que anoche entraron los muertos / subrepticiamente en la ciudad. / Diligentes, marciales, anduvieron / por calles, avenidas, parques” (p. 100). Es la desembocadura natural de una mirada angustiada a la realidad, como en el poema “Consignas”: “Olvida la verdad. / (En ella yace / la ignorancia de los justos / y la beatitud de los perversos.)” (p. 133), que pertenece al libro Golpe de sombra, publicado en 1969, y recorrido de punta a cabo por un bdesconsuelo y un desasimiento que contrasta con la poética en boga: alborozada y celebratoria hasta el panfleto.

Pero la poesía de Triana va más allá de celebraciones al uso. Por Claro homenaje (1977) transitan otoños y quimeras, nieblas, sueños, “poemas olvidados”, para decirlo en sus palabras. Y en Ejercicios para después de la siesta (1977-1988) rinde homenaje a figuras clave de la literatura y el arte, lo que llevará hasta los límites de la crónica en Dorada fronda y feria de acrósticos (2010), acertadamente subtitulado Autobiografía como fiesta virtual.

El segundo volumen recoge los poemarios Oscuro el enigma (1993), Vueltas al espejo (1994), Casi elegías (1996), Dados de apócrifo (1997), Orfeo en la ciudad (2001), Laberinto (2005), Poemas de la niña buena (2006), Láudano para un ensueño (2007), y Dorada fronda y feria de acrósticos (2010).

Este segundo volumen es recorrido por una percepción del tiempo como distancia, de la distancia como extrañamiento, desde “Coloquio de sombras” (1976) dedicado a Lezama: “Cuando un poeta abandona su cuerpo / se suceden de pronto los más claros / signos del cataclismo: algunas llaves / desaparecen de los monederos / y se quedan exagües las calandrias” (p. 19). Aunque, como el propio Triana afirma en “Definición última”: “¿Y la memoria, en fin, de qué me sirve, / recortando los puños de improviso / y agigantando calles postergadas?” (p. 72). Mucho después afirmará, en “Desvelos”: “Nombre no tengo, sólo el olvido abre / los postigos brumosos y descienden / como columpios o lámparas / en arcos majestuosos las oropéndolas” (p. 193).

En una poética que gira alrededor de la memoria y de la primera patria, la infancia, el exilio, esa desmemoria, tiene también su asiento: “Qué hago aquí, qué busco, quién soy, / ¿de qué modo situarme o indagarme? / me pregunto y no encuentro una respuesta, / sólo percibo bordes de ceniza”” (“Poemas para tambor y flauta china”, número 8, p. 202), se pregunta el poeta en 2005. Aunque, curiosamente, la premonición de ese exilio ya aparece en el poema 12 de su libro Proyecto de olvido, publicado en 1964: “Ocurre cada día. / Yo digo “inevitable”. / Abro la puerta. / Descubro que avanzo, / escaleras arriba, / hacia la más profunda / región del exilio. / El reloj se detiene”. (tomo I, p. 66). Profeta de sí mismo, el poeta avizora con cuarenta años de anticipación, “la más profunda región del exilio”.

En una poesía que da cuenta constantemente del presente a través de la rememoración, que reedita el pasado en un presente progresivo y recurrente, peregrinar estos dos volúmenes es una oportunidad única para acercarnos a una comprensión cabal de la obra toda de Pepe Triana, una oportunidad que todo buen lector agradecerá.

 

“José Triana: la estilización de la memoria”; en: Cubaencuentro, Madrid, 19/09/2011. http://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/jose-triana-la-estilizacion-de-la-memoria-268295





Agosto

6 09 2011

Salvo catástrofes aéreas o exabruptos del clima, agosto es mes de pocas noticias. Los dictadores se contemplan satisfechos en los espejos de sus mansiones veraniegas, este año con cierta inquietud árabe. Los políticos presuntamente democráticos enfundan temporalmente sus ambiciones y se marchan a ensayar los discursos de la próxima legislatura, a la orilla del mar, ante la audiencia cautiva de sus nietos. Las guerras abandonan el allegro molto vivace por el allegro ma non tropo –matarse con estos calores es extenuante–. Y en los diarios florecen los refritos, las efemérides, la canción del verano, el cuento del verano y la bobería congénita del verano.

Libia es excepcional; allí campea un agosto perpetuo. Y Cuba. Los isleños no temen al bochorno veraniego, no demasiado diferente al bochorno que nos asedia todo el año, y hay que contar también con la bochornosa historia política nacional, incluso en época de nortes.

La cosa empezó un 3 de agosto de 1492, cuando don Cristóbal Colón partió en sus naos charter cargadas con lo más granado del sistema penitenciario (que se vaya la escoria, gritaban los vecinos de Palos de Moguer), e inauguraba lo que hoy llamamos globalización. Y fue un 5 de agosto de 1555 cuando Jacques de Sores, desembarcó en La Habana con ánimo pendenciero y la intención de contribuir a la acumulación originaria del capital, como diría don Karl. Y miren por donde, un 5 de agosto de 1895 morirá Engels en Inglaterra, y cinco días más tarde, pero de 1903, se fundará el Partido Bolchevique. Puede que alguien extraiga de esta coincidencia alguna moraleja. Tengamos en cuenta que también en agosto, el día 26, pero de 1789, la Revolución Francesa proclamó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.

Culturalmente, no ha sido escasa la importancia de agosto, aunque poetas y cantautores se acuerden de abril y los periodistas oficiales se sientan más a sus anchas en julio como en enero. El 19 de agosto de 1823 fue abortada la conspiración de los «Rayos y Soles de Bolívar”, con lo que José María Heredia inauguró en la Isla el exilio intelectual, una de nuestras tradiciones con más solera. En agosto no sólo se creó la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, sino que un 13 de agosto de 1957 asesinaron a los hermanos, y diz que poetas, Luis y Sergio Saíz y Montes de Oca, gracias a lo cual Cuba dispone de su Unión de Escritores Junior. Aunque un 21 de agosto de 1871 habían fusilado en la Cabaña a otro poeta, merecedor, este sí, de las antologías, por algún misterio de la industria cultural no existe la Brigada Juan Clemente Zenea. Ni la José Jacinto Milanés, quien nació el 16 de agosto de 1814.

Un 14 de agosto de 1867, Perucho Figueredo –al que fusilarán un 17 de agosto de 1870 en Santiago de Cuba– compuso el himno de Bayamo, aunque no se cantaría por primera vez en público hasta octubre del año siguiente, mes aciclonado como corresponde. También en agosto de 1879, el día 24, se inició la Guerra Chiquita, puente hacia la guerra del 95, cuyos últimos disparos resonarían un 15 de agosto de 1898, cuando fuerzas cubanas al mando de Calixto García (quien había nacido un 4 de agosto de 1839) interceptaron una columna española que se dirigía a Gibara. Y un día 17 de 1906 estalló la Guerrita de Agosto, que cinco días más tarde reportaría su baja más ilustre: el general Quintín Banderas macheteado por la guardia rural cerca de Arroyo Arenas. .

Agosto de 1900 vio nacer a Rita Montaner, y 19 años más tarde, a Benny Moré. La Única y El Bárbaro del Ritmo. Y un 13 de agosto, como bien sabemos, nació El Único, El Bárbaro sin Ritmo. Curiosamente, fue un 12 de agosto de 1933, tras una huelga general decretada el mismo mes, cuando huyó de Cuba Gerardo Machado. Pero en nuestra historia, lamentablemente, los buenos ejemplos nunca cunden.

A pesar de su carácter vocacional, en agosto se han fraguado acontecimientos que terminarían torciendo el curso de la Isla.

El 16 de agosto de 1925 se constituyó el primer Partido Comunista, cuyos miembros serían claves como herramientas (desechables) de gobernabilidad en los primeros años de la revolución.

Un 5 de agosto de 1951 hizo su última alocución radial Eduardo Chivás, líder del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) y esperanza de regeneración de la política republicana. Al final de su “último aldabonazo” se suicidó ante el micrófono de CMQ, y moriría once días más tarde. De haber prosperado su programa contra la corrupción, regido por el lema “Vergüenza contra dinero”, y que contaba con una masiva adhesión de los cubanos, el golpe de Estado de Fulgencio Batista quizás no habría sido viable; y la posterior subversión del orden democrático, impensable.

También en agosto, un día 4 de 1955, fracasó el primer plan para ajusticiar a Batista, concebido por Menelao Mora, al mando del movimiento insurreccional por el Partido Auténtico. Su éxito podía haber cambiado drásticamente el curso de la historia. Como cambiaría el curso de la historia el Manifiesto Número 1 del Movimiento 26 de Julio, redactado en México un 8 de agosto de 1955, y donde se llamaba a la lucha contra Batista y se exponían los 15 puntos del “programa de la Revolución”, abierta a todos los cubanos dispuestos a luchar por una Cuba democrática. Más tarde se establecería el “derecho de admisión” como en cualquier discoteca.

Y sería otro agosto, de 1960, el que dictaría medio siglo de relaciones con el vecino del Norte, cuando el día 6 fueron nacionalizados 36 centrales azucareros, las compañías de Electricidad y Teléfonos, todas empresas norteamericanas, “en respuesta a la política agresiva de Estados Unidos hacia la Revolución, y específicamente a la supresión de la cuota azucarera”.

Agosto de 1994 estalló en “El maleconazo”, cuando los cubanos echaron mano a nuestras más entrañables tradiciones marineras y se hicieron a la mar en embarcaciones junto a las cuales las carabelas de don Cristóbal serían high tech. Curiosamente, el gobierno de la Isla ha bautizado al 5 de agosto como “Día de la Fidelidad a la Patria” sin ni siquiera consultar su opinión a los ciudadanos de la patria norteamericana.

Y por si alguien dudara de que la historia se repite, o negara el valor periodístico del refrito, propongo reeditar unas declaraciones de Enrique José Varona al diario El País, publicadas el 20 de agosto de 1930: “A mis ojos, no ha vivido Cuba momentos más sombríos… Hoy, el cubano es un mendigo y un paria. No es libre, ni tiene fuerzas para poner los medios eficaces de serlo. Nuestro gobierno nos duele hasta lo íntimo, y nos quejamos de él con perfecto derecho. El pueblo cubano tiene hambre; anda desperdigado por los campos en busca de un mendrugo. Ante este hecho monstruoso, todo palidece”.

“Agosto”; en Cubaencuentro, Madrid, 06/09/2011. http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/agosto-267832

 

 





Inteligéntsia

26 08 2011

Con un espectáculo en el Gran Teatro de La Habana, se acaba de celebrar el 50 aniversario de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Como artista invitado, asistió el general Raúl Castro, quien instó a los asistentes a reencontrarse en “el centenario», aunque cabe sospechar, sin ser demasiado suspicaz, que el general-presidente no pensaba en la pervivencia de la institución, sino en la de su propio régimen.

En “La cultura de la Rusia soviética”, Isaiah Berlin nos recuerda que tras las purgas quedó perfectamente establecido que “la misión de los intelectuales (…) no era interpretar, debatir, analizar ni aun menos desarrollar o extrapolar a nuevas esferas los principios del marxismo, sino simplificarlos, adoptar una interpretación acordada de su significado y luego repetir machaconamente por cualquier medio disponible y en todas las ocasiones que se presentasen el mismo conjunto de verdades oficiales”.

Y es a esas “verdades oficiales” a las que seguramente hacía referencia el presidente de la UNEAC, Miguel Barnet, al afirmar que la institución es una «herramienta de la vanguardia intelectual» que ha servido a «los ideales más nobles de la revolución socialista», un «laboratorio de ideas», un «nicho de debate» y un sitio para promover lo mejor de la cultura cubana. A qué ideales, debates e ideas se refiere queda claro cuando invoca a Fidel Castro como «autor intelectual» de la UNEAC. Y en esto tiene razón.

Siguiendo a Walter Benjamin, según el cual la obra de arte “ha perdido su aura”, su carácter sagrado, y se ha convertido en mercancía, el Estado estuvo dispuesto, desde los primeros años de la revolución, a adquirir esa mercancía y convertirla en instrumento ideológico que aportara legitimidad al nuevo orden.

Como en la URSS, el Estado cubano comprendió desde muy temprano que necesitaba a intelectuales orgánicos bien remunerados y/o apadrinados desde el poder que asumieran su condición de élite por encima del ciudadano común, pero, al mismo tiempo, ejerce sobre ellos periódicamente el recordatorio de su condición subalterna respecto al poder y dependiente de la gracia de éste. A veces se les humilla directamente o se les reprende como a escolares cuando trasgreden algún límite, y en caso de que insistan, se les reprime de acuerdo a la gravedad de su desacato.

Desde el 30 de junio de 1961, los límites quedaron muy claros: “¿Cuáles son los derechos de los escritores y de los artistas, revolucionarios o no revolucionarios?  Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho” (Fidel Castro; Palabras a los intelectuales). Ya lo había dicho Benito Mussolini: “Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado”. (Discurso de la Ascensión, 26 de mayo de 1927).

Según Berlin, Stalin patentó un método infalible para navegar entre el fanatismo utópico y el oportunismo cínico. Tras los períodos de terror, breves interregnos de clemencia durante los cuales se reprimía a los represores de turno, se abría un breve espacio para la crítica inofensiva y el pueblo respiraba aliviado porque los líderes se habían enterado, por fin, de los excesos cometidos. Hasta que todo volvía a empezar una vez que el período de “relajación” comenzaba a excederse en sus márgenes de libertad. Sin alcanzar los niveles bíblicos de represión practicados en la URSS, un sistema semejante se ha aplicado a los intelectuales de la Isla, alternando períodos de relativa indulgencia con decenios grises (o negros, en dependencia de las lentillas que use cada cual).

Podríamos aceptar, como afirma Miguel Barnet, que la UNEAC ha acompañado «críticamente» el proceso cubano, aunque deberemos aclarar que los límites de esa “crítica” siempre han sido dictados desde el poder, dado que para éste el pensamiento crítico es más peligroso que la subversión abierta, que puede combatir (y ha combatido) confortablemente con la violencia como razón de Estado. Por ello se ha afanado en domesticar al intelectual mediante cargos burocráticos, premios, viajes, honores y condecoraciones; asimilarlo hasta que sea inofensivo. El intelectual “integrado” reduce por cuenta propia sus márgenes de libertad. La represión es superflua.

En caso de que el intelectual se resista a la domesticación, el Estado dosificará el castigo de acuerdo al grado de indocilidad: exclusión del sistema editorial y los medios de prensa, galerías o espacios teatrales; negación de permisos de viajes; enajenación de sus medios de vida; ostracismo y/o escarnio público y, llegado el caso, la cárcel. La condena a silencio forzoso y el ostracismo público contará con la complicidad de buena parte de sus colegas, bien sea por puro cálculo –todo contacto con el sentenciado (altamente infeccioso) es dañino para la salud profesional— o porque la rectitud moral del excluido es un reproche indirecto al oportunismo y la sumisión del gremio.

Ralf Dahrendorf, en Homo Sociologicus (1968) afirma que “los bufones de las sociedades modernas son los intelectuales (…) tienen la tarea de dudar de todo lo que es evidente, de hacer relativa toda autoridad, de preguntar aquellas preguntas que nadie se atreve a plantear”. Añade que “Su papel es no interpretar papel alguno. El bufón no está arriba, pues no puede dictar a los demás las leyes de sus acciones. Tampoco está debajo, porque actúa como conciencia crítica de los poderosos (…) El poder del bufón está en su libertad en relación con la jerarquía del orden social”.

Pero en Cuba hasta el teatro bufo fue eliminado por decreto. Eso no significa que podamos incluir a todos los asistentes al cincuentenario de la UNEAC en un mismo saco.

Los más deseables para el poder, y cada vez más escasos, son los “legitimadores incondicionales”: intelectuales que aceptan sinceramente el poder establecido, y se sienten representados por él. Aunque no siempre sean, dada la estatura de sus obras, los que otorgan mayor legitimidad al poder. Suelen confundirse con los “intelectuales orgánicos”, según la definición gramsciana, cuyo máximo exponente sería el “intelectual político”, integrado a la élite del poder y que asume la construcción del aparato cultural e ideológico al servicio del Estado.

Si aceptamos el aserto de Kant, según el cual “No hay que esperar que los reyes filosofen o que los filósofos se conviertan en reyes, ni siquiera es de desear, porque la posesión de la fuerza corrompe inevitablemente el libre juicio de la razón”, podríamos dudar de que el “intelectual político” sea un verdadero intelectual, dado que la legitimidad de sus ideas estaría subordinada a su condición política.

Los “legitimadores por omisión” son, posiblemente, mayoría. La mayoría silenciosa. Evaden por igual los cargos públicos y la disidencia manifiesta; siempre que sea posible, evitan firmar cartas de apoyo o de condena; optan por la estricta especialización en sus respectivas artes y se acogen a un minucioso equilibrio entre la necesidad expresiva y la supervivencia. Combatidos en tiempos de fervor, cuando se exigía al intelectual una “definición”, es ahora para el poder, en tiempos de bancarrota ideológica, condición apetecible: No le exijo que me aplauda, señor mío. Ocupe sus manos en empuñar el pincel o pulsar las teclas.

Por último, la “inteligéntsia crítica” es aquella que hace públicas en sus obras y en el debate social, académico, ideológico o cultural sus críticas de mayor o menor calado. Una categoría que va desde la crítica participante, instalada en la defensa esencial del sistema y su perfectibilidad, hasta la disidencia que propone su desmontaje. Si esta última es siempre sometida a la más ruda represión, la respuesta a la primera es elástica: los márgenes de permisividad han variado con los años y los vaivenes de la rigidez ideológica. En la medida que el establisment ha perdido legitimidad, se ha visto obligado a aceptar márgenes mayores a la crítica, en particular a la que se produce fuera del país y que es fácilmente silenciable por una prensa cautiva. Y depende también del medio donde se recoja: hay mínimos niveles de admisibilidad en la televisión o los grandes medios de comunicación, que se van ampliando cuando se trata de revistas culturales o libros de escasa tirada y, por tanto, de corto alcance en lo que a accesibilidad pública se refiere.

Gracias a estos márgenes, algunos intelectuales críticos –disidentes en su fuero interno en muchos casos, aunque no lo hagan explícito más allá del salón de su casa—gradan con exactitud la munición de su crítica: grueso calibre en intervenciones académicas outside the borders, lo que otorga mayor credibilidad a su discurso en sociedades abiertas e informadas, y balas de fogueo en la televisión local, con lo que mantienen la pelota por las bandas pero sin salirse del campo, algo que los colocaría fuera de juego y anularía sus prerrogativas.

Tampoco esto es absoluto. La crisálida del intelectual no siempre desemboca en mariposa.

Es bien conocido que muchos pirómanos a los veinte años descubren a los cincuenta su vocación de bomberos. Y obtener un confortable puesto –con la adquisición del esprit de corps burocrático–, bienestar y honores ayuda mucho a sofocar los ardores juveniles. El azote del poder se convierte poco a poco en consejero que advierte de los riesgos que puede correr el propio poder que ahora lo cobija; la crítica jacobina evoluciona a crítica cortesana. Se centra en la carrocería del poder, no en su motor o su sistema de transmisión.

También puede suceder lo opuesto: el guardia rojo a los veinte se desilusiona por el incumplimiento de sus expectativas y acentúa su lado crítico hasta el extremo opuesto, aunque ello, en una sociedad donde le está vedado dar cuenta puntual de su evolución, ocurre con frecuencia en silencio. De modo que el público lee un buen día con sorpresa en el diario El País “Los anillos de la serpiente”, el “destape” de Jesús Díaz, quien fuera durante decenios lo más parecido al “intelectual orgánico” gramsciano.

Existe también entre algunos intelectuales un síndrome que merecería un serio estudio siquiátrico: la fascinación por el poder que han padecido por igual Gabriel García Márquez y Pablo Armando Fernández, quien ha admitido que volvió a nacer el día que conoció a Fidel Castro. Supongo que no se trate de una excusa para trucar su edad.

Dados los estragos que ha causado durante medio siglo el totalitarismo y su indefectible respuesta, la simulación –ya se ha apuntado lo hiperbólico que resulta llamar doble a una moral defectuosa–, podría aplicarse a gremios de taxistas, albañiles e incluso de políticos idénticas categorías que a la inteligéntsia. La diferencia es, exclusivamente, de visibilidad, razón por la cual una zona del exilio exige a éstos una audacia crítica que disculpa a los pescadores de orilla y las amas de casa. Una exigencia éticamente discutible al pronunciarse desde la distancia, agravada por la no categorización. Encaramado en su presunta “superioridad moral”, el exilio rancio parece incapaz de distinguir a los “intelectuales políticos”, arquitectos ideológicos del sistema, del resto, cuyo ejercicio (o no) de la crítica y la profundidad de ésta dependen, como entre los restantes once millones de cubanos, tanto de sus deseos como de sus posibilidades. Recibir con menosprecio esas críticas que se ejercen (y no sin riesgo) desde adentro es la mejor complicidad a que podrían aspirar los mandantes cubanos.

Para Platón, sólo un rey filósofo, el gran salvador, conseguiría sacar a la polis de su crisis. Sólo un rey así, especializado en reflexionar sobre la justicia, la paz y la armonía, estaría predestinado a resolver los grandes problemas de la sociedad. No dudo de la sabiduría y el buen hacer de muchos de los invitados al cincuentenario de la UNEAC, pero me temo que si ésta ha sido, en palabras de su presidente, «laboratorio de ideas» y «nicho de debate» de los pasados cincuenta años, habrá que buscar un nicho donde sepultar viejos debates y otros laboratorios donde cocinar las ideas del próximo medio siglo.

 

“Inteligéntsia”; en: Cubaencuentro, Madrid, 26/08/2011. http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/inteligentsia-267467

 





Trabajo oblivuntario

10 08 2011

El trabajo voluntario, uno de los pilares en la construcción del “hombre nuevo” acaba de ser derogado en Cuba por decreto, incluso “las movilizaciones de un millón de estudiantes para tareas agrícolas en el periodo vacacional, debido a que son improductivas y generan enormes gastos”. Según la Unión de Jóvenes Comunistas, “las campañas más recientes enviaban señales inequívocas, entre ellas, una desfavorable correlación gastos-aporte”.

En lo adelante, la convocatoria a trabajos voluntarios se limitará a situaciones de “desastres naturales, tecnológicos, sanitarios, fenómenos climatológicos que dañen cosechas u otras producciones o servicios”, según declaración de Amarylis Pérez, dirigente de la Central de Trabajadores de Cuba, al diario Trabajadores.

Se trata de “cambiar el método, eliminar su planificación sistemática y formal, que se justifique su realización”, y suprimir el formalismo y el despilfarro del trabajo voluntario, ante un nuevo escenario económico y laboral. En lo adelante, las empresas que necesiten fuerza de trabajo eventual, tendrán que contratarlas “en la reserva laboral”.

El diario recuerda que el sentido original del trabajo voluntario “se desvirtuó rápidamente”, se realizaron “gigantescas movilizaciones hacia campos agrícolas u otras actividades sin un contenido productivo, donde prevalecía la pérdida de tiempo, y el gasto de recursos era muy superior al efecto económico del trabajo que se iba a realizar”, y esto “en innumerables ocasiones solo sirvió para tapar o eliminar la ineficiencia, malos métodos de trabajo y otras deficiencias administrativas”.

Ya Ernesto Che Guevara, en su discurso de clausura del Seminario “La Juventud y la Revolución”, organizado por la UJC del Ministerio de Industrias, el 9 de mayo de 1964, admitía: “¿Por qué insistimos tanto en el trabajo voluntario? Económicamente significa casi nada; los voluntarios, incluso que van a cortar caña, que es la tarea más importante que realizan desde el punto de vista económico, no dan resultados. Un cortador de caña del Ministerio corta cuatro o cinco veces menos que un cortador de caña que ha hecho eso habitualmente toda su vida”.

Esto es algo que ya sabía desde hace decenios el cubano de a pie. Se cumple una vez más que el Estado, aunque no sea el último en enterarse, es el último en darse por enterado. Y para ello ha necesitado medio siglo.

Fue el 23 de noviembre de 1959 cuando Guevara convocó al primer trabajo voluntario, durante la construcción de la Ciudad Escolar “Camilo Cienfuegos”, en el Caney de las Mercedes. Desde entonces, era frecuente verlo los domingos trabajando en el corte de caña, en la construcción o en las fábricas. Él definió el “trabajo voluntario” como una nueva modalidad “que se realiza fuera de las horas normales de trabajo sin percibir remuneración económica adicional”.

Pero era mucho más que eso. En una carta dirigida a Carlos Quijano, del semanario Marcha, de Montevideo, en marzo de 1965, el comandante apuntaba que “el hombre, en el socialismo a pesar de su aparente estandarización, es más completo (…) el trabajo debe adquirir una condición nueva; la mercancía hombre cesa de existir (…) El hombre comienza a liberar su pensamiento del hecho enojoso que suponía la necesidad de satisfacer sus necesidades animales mediante el trabajo. Empieza a verse retratado en su obra y a comprender su magnitud humana a través del objeto creado” (…) el hombre realmente alcanza su plena condición humana cuando produce sin la compulsión de la necesidad física de venderse como mercancía”.

Y cifra sus tesis sobre la creación del “hombre nuevo”, paralela al desarrollo de la técnica, en el hecho de que “no estamos frente al período de transición puro, tal como lo viera Marx en la Crítica del programa de Gotha, sino a una nueva fase no prevista por él”. Y añade que “el socialismo, en esta etapa de construcción del socialismo y comunismo, no se ha hecho simplemente para tener nuestras fábricas brillantes, se está haciendo para el hombre integral, el hombre debe transformarse conjuntamente con la producción que avance, y no haríamos una tarea adecuada si solamente fuéramos productores de artículos, de materias primas, y no fuéramos a la vez productores de hombres”.

Producir hombres es el proyecto guevariano de ingeniería social. Y en ello juega un papel esencial el trabajo voluntario –“una escuela creadora de conciencia (…) que nos permite acelerar el proceso de tránsito”–, porque “lo importante es que una parte de la vida del individuo se entrega a la sociedad sin esperar nada, sin retribución de ningún tipo, y solamente en cumplimiento del deber social. Allí comienza a crearse lo que después, por el avance de la técnica, por el avance de la producción y de las relaciones de producción, alcanzará un tipo más elevado, se convertirá en la necesidad social. (…) Acostumbrarse a hacer del trabajo productivo, poco a poco, algo que dignifica tanto, que se convierte de momento, y a través del tiempo, en una necesidad” (9 de mayo de 1964).

Reconoce que “todavía hay aspectos coactivos en el trabajo, aun cuando sea voluntario; el hombre no ha transformado toda la coerción que lo rodea en reflejo condicionado de naturaleza social y todavía produce, en muchos casos, bajo la presión del medio”, y aunque intenta “rectificar” al hombre viejo en la dirección correcta, y no duda en apelar a la coacción cuando la convicción no basta, anuncia que “las nuevas generaciones vendrán libres del pecado original”. Son ellas “la arcilla maleable con que se puede construir al hombre nuevo sin ninguna de las taras anteriores”. Por eso, imponer el trabajo voluntario a los jóvenes es clave para su educación. Y Guevara afirma, entre la ingenuidad y el cinismo, que para los jóvenes “el trabajo es un premio en ciertos casos, un instrumento de educación, en otros, jamás un castigo”.

En el imaginario guevariano, este proceso iría acompañado de la “participación consciente, individual y colectiva, en todos los mecanismos de dirección y de producción (…) Así logrará la total conciencia de su ser social, lo que equivale a su realización plena como criatura humana, rotas las cadenas de la enajenación”.

Aunque, en la práctica, Guevara no estaba dispuesto a democratizar la dirección sin una previa reeducación del pueblo, y Fidel Castro, para quien el poder nunca ha sido un medio, sino un fin, menos.

Castro comprendió de inmediato el valor del trabajo voluntario como mecanismo de dominación. El hombre nuevo (y el hombre viejo rectificado) no debería trabajar para sí mismo o para satisfacer las necesidades de los suyos. Como dijera Guevara, “no se trata de cuántos kilogramos de carne se come o de cuántas veces por año pueda ir alguien a pasearse en la playa, ni de cuántas bellezas que vienen del exterior puedan comprarse con los salarios actuales. Se trata, precisamente, de que el individuo se sienta más pleno, con mucha más riqueza interior y con mucha más responsabilidad”. Plenitud, riqueza interior y responsabilidad fue traducido por Castro como obediencia. El destino de los cubanos sería trabajar para el Estado, dónde, cuándo y en aquello que el Estado decidiera. Supeditar su necesidad, su voluntad y sus deseos a la voluntad del Estado. La creación de una nueva actitud ante el trabajo fue reinterpretada como la creación de una nueva actitud ante el Estado todopoderoso que dictaría al ciudadano el modo de invertir sus esfuerzos, la retribución que le correspondería por la libreta de abastecimientos y el destino de sus hijos.

En los países anglosajones suele compulsarse a los niños y jóvenes a aceptar trabajos a tiempo parcial y durante sus vacaciones, de modo que comprendan tempranamente la relación entre esfuerzo y retribución. Entre los cubanos, posiblemente el efecto más perverso de este medio siglo ha sido una persistente “antieducación” laboral: la noción de que el trabajo no es la única vía socialmente aceptable de obtener una retribución a cambio del esfuerzo, sino una penosa obligación muchas veces sin sentido ante la cual la única respuesta ha sido la simulación.

Hoy, cuando en nombre del socialismo se desmantela paulatinamente en Cuba eso que se insiste en llamar “socialismo” –Deng Xiaoping invocó sin cesar a Mao mientras desmantelaba el maoísmo–, y se cumple una vez más que el socialismo es el camino más largo entre el capitalismo y el capitalismo, descubrimos que el “hombre nuevo” es el que reinstaura las paladares y los timbiriches abolidos en 1968, o el emigrante que capitaliza con sus remesas la tardía NEP cubana. Ambos ajenos a la receta guevariana para alcanzar “su plena condición humana cuando producen sin la compulsión de la necesidad física de venderse como mercancía”. Ambos renuentes a continuar siendo una mercancía del Estado.

 

“Trabajo “oblivuntario”; en: Cubaencuentro, Madrid, 10/08/2011. http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/trabajo-oblivuntario-266622





Ego te absolvo

3 08 2011

En el frío mes de enero de 1996 nos reunimos en Madrid un grupo de narradores cubanos, todos de la diáspora, en un encuentro que se llamaba «La Isla entera», pero terminó siendo “La media Isla”, dada la negativa del gobierno cubano de permitir su asistencia a los escritores invitados residentes en Cuba.

De ese encuentro recuerdo dos noches en vela. La primera fue la que pasamos Eliseo Alberto, José Lorenzo Fuentes y yo escuchando una espectacular disertación de Manolo Granados sobre la estructura social, los hábitos, costumbres y creencias de una familia negra cubana, y sus marcadas diferencias con la familia blanca que yo conocía. Aquello fue, al menos para mí, una verdadera revelación. Es una lástima que no se haya grabado.

La segunda noche comenzó, en realidad, a media tarde, cuando Lichi me entregó el manuscrito de su Informe contra mí mismo y me pidió que lo leyera. Tenía serias dudas sobre la procedencia o no de publicarlo.

Implacable como una buena novela de misterio, el manuscrito me atrapó desde la primera página hasta la última, que concluí a las cinco de la mañana.

El hilo conductor, casi diría la excusa de este libro, es el informe que la Seguridad del Estado le pide sobre su propia familia, convirtiéndolo en el chivato de los suyos. Sobre él advierte Lichi: “Yo estoy preso en un file. Aquellas hojas manuscritas, donde dije que colaborar voluntariamente con la historia significaba un privilegio del cual estaría orgulloso hasta el fin de mis días, son el antecedente directo de este libro”.

Pero Informe contra mí mismo es mucho más. Es un análisis íntimo, personal, de la travesía histórica de eso que se insiste en llamar Revolución. Es la anatomía de un desconcierto y de una desilusión. El libro podría ser la primera historia emocional de la Revolución Cubana, pero también del exilio, que se cierra en el capítulo final cuando pregunta “¿Quieren que les cuente qué me pasa?”. Y, “en dos palabras”, que se extienden diez páginas, desgrana una extensa nómina del exilio cultural cubano.

Este libro exorciza tus demonios, le dije a Lichi a la mañana siguiente, tus demonios y tus ángeles, pero también los nuestros. Si no lo publicas, será un exorcismo no consumado, trunco.

Y su publicación, ya lo sabemos, conmovió a propios y extraños.

Ahora Lichi se ha marchado hacia el último exilio.

Como a todo escritor, lo espera el juicio definitivo de sus lectores, perdurar en la memoria, y confío en que pase la prueba.

Pero yo prefiero recordarlo ahora como el hombre bueno que se atrevió a escribir sus angustias (y las nuestras), sus entusiasmos y su desaliento (y los nuestros), y lo hizo desde una Cuba que nada tiene que ver con las ideologías o la geografía. Una Cuba ubicua, ajena a adentros y afueras, que sobrevuela las ideologías porque es anterior y posterior a sectas y ortodoxias.

Ahora, cuando vemos a algunos que en su día fueron dilectos funcionarios fabricarse laboriosos currículos disidentes con la esperanza de que una amnesia global asole el planeta, quiero recordar a quien no dudó en informar contra sí mismo. Más aun, a quien sabía de los informes que otros habían escrito sobre él, y supo que la piedad con ellos sería también la piedad consigo mismo: “digo aquí que los perdono, pues es la única manera de perdonarme”.

El juicio de la posteridad literaria será cuestión de tiempo, pero, si acaso existe, ahora mismo Lichi se estará presentando frente a un tribunal omnisciente, al narrador en tercera persona por antonomasia. Espero que considere entre los debes y los haberes que Eliseo Alberto Diego, lejos de la maledicencia al uso y las palabras emponzoñadas, supo encontrar a cada uno, aunque fuera mínimo, su lado bueno; que hizo de la nostalgia una profesión y supo que perdonar era el único modo de perdonarse. Y que considerados todos estos atenuantes sentencie “Ego te absolvo” y le conceda el acceso al sitio donde, seguramente, lo está esperando, impaciente, su padre.

“Ego te absolvo”; en: Cubaencuentro, Madrid, 03/08/2011. http://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/ego-te-absolvo-266343

 





El destape de “Machadito”

2 08 2011

El octubre de 2008, el metropolita Kiril Gundjaev condecoró en el Palacio de la Revolución de La Habana a Raúl Castro con la Orden Príncipe Danilo de la Buena Fe de Primer Grado, y le entregó la Orden Honor y Gloria, de la misma iglesia, para Fidel Castro, quien en esos momentos no estaba muy ortodoxo de salud. Siguiendo la probada fórmula de Domino’s y Telepizza, la iglesia inauguraba su servicio de órdenes a domicilio.

En agradecimiento, Fidel Castro enunció que la iglesia ortodoxa “es una fuerza espiritual” que “en los momentos críticos de la historia de Rusia jugó un papel importante” y que tiene los mismos principios éticos que el presidente venezolano Hugo Chávez, algo que él considera un elogio. Subrayó que esa iglesia “no es enemiga del socialismo”, recordando quizás al Patriarca Sergei, quien proclamó en 1927 su lealtad al gobierno soviético –la iglesia ortodoxa serbia apoyará con entusiasmo años más tarde a Radovan Karadzic– que, entre 1917 y 1937 detuvo a 136.000 clérigos, de los cuales sólo sobrevivieron 40.000.

La condecoración de los Castro fue noticia en numerosos medios, sin percatarse de su injusticia: José Ramón Machado Ventura, el más ortodoxo pope de la fe castrista, no recibió de sus homólogos rusos ni una medallita de san Jonás de Moscú, a él, que pasó tantos años evitando que se lo tragara la ballena.

Pero ahora su propia iglesia lo ha condecorado con el discurso por el 58 aniversario del Asalto al Moncada, monopolio durante decenios del Metropolitano de La Habana.

Médico de profesión, José Ramón Machado Ventura ha sido durante más de treinta años el ideólogo sin demasiadas ideas de un Partido que tampoco ha deslumbrado por sus aportes teóricos al marxismo. Un oscuro (casi diría siniestro, y no me refiero a sus apellidos, de infausta memoria para la cubanía) funcionario, un burócrata autoritario y fiel, sin otras aspiraciones que servir y que, por ello, lejos de intentar imponer su antigua ortodoxia, algo que queda fuera de su alcance, está dispuesto asumir la nueva retórica con la misma fe que la anterior. “Machadito” (resulta chocante que sigan chiqueando, como si fuera el chico de los recados, a este anciano que ocupa la segunda plaza en el escalafón cubano) soltó en Ciego de Ávila un discurso sin imprevistos ni revelaciones, desde el título: “La batalla de hoy tiene un frente decisivo en el combate cotidiano y sin tregua contra nuestros propios errores y deficiencias”. Algún lingüista debería hacer un estudio comparado de las retóricas totalitarias.

Apegado al guión, tras la retórica habitual sobre los mártires, y citar a mambises y combatientes, el equivalente de las batallitas que cuentan los viejitos jubilados en los parques, le echó un par de piropos a Ciego de Ávila por su gestión económica, aunque días atrás la asamblea provincial hablara más de fracasos que de éxitos.

Puntualizó que “debemos cumplir cabalmente la orientación del compañero Raúl, de que lo que acordemos no puede convertirse nunca más en un papel que duerma el sueño eterno en la gaveta de un buró”. Y que “hay que romper definitivamente la mentalidad de la inercia”. De lo cual se desprende que la inercia era de otros, la inercia de siboneyes y taínos, al igual que las gavetas donde se confinaron cincuenta años de buenos propósitos. O siglos, quizás se refiera a las gavetas de la Capitanía General.

A tono con los nuevos tiempos, reconoció que en la entrega de tierras ociosas “todavía hay empresas y formas productivas que no declaran toda la tierra ociosa o deficientemente explotada que tienen, a lo que se añade la demora en la ejecución de los trámites”, y que “algunos de los que ya las recibieron tienen morosidad en ponerlas en producción”. Confiemos en que no demoren otro medio siglo.

Despotricó contra “el derroche y los gastos superfluos”, “contra la indisciplina social y laboral, la deficiente contabilidad, el mal aprovechamiento de los recursos, las actitudes burocráticas generadoras de rutina, indolencia o esquematismo y contra procedimientos absurdos que nada tienen que ver con el socialismo”. Es decir, con el “nuevo socialismo”. El anterior es ahora una suerte de Jurásico neblinoso.

Curiosamente, el mismo Machado Ventura de la ortodoxia estatalizante nos dice ahora que “proyectaremos el trabajo de nuestra organización política de manera que se dejen atrás prejuicios hacia el sector no estatal de la economía”. Llamo la atención sobre la palabra prejuicio, “opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal”, según el diccionario de la RAE. Dicho por el gobierno que desmanteló, persiguió, satanizó e incluso persiguió judicialmente la empresa privada, resulta tan sorprendente como escuchar que Adolf Hitler tenía prejuicios contra los judíos.

Recalcó Machado las palabras de su jefe en el sentido de que las reformas se harán «sin prisas, pero sin pausas» (dada su juventud, los dirigentes cubanos disponen de todo el tiempo del mundo), para dar “soluciones definitivas a viejos problemas” (creados por nosotros, le faltó decir) y “sin que nadie se crea dueño de la verdad absoluta”, “con pies y oídos bien puestos sobre la tierra, muy atentos a la opinión de la gente, listos para rectificar sobre la marcha”, en un alarde demócrata que, dicho a destiempo, le habría costado el puesto.

De sus escasas y casi siempre tangenciales apariciones públicas, todos recordamos a Machado Ventura desde lo que los ingenieros llaman la vista en planta, la perspectiva cenital desde la cual se descubría su calva precariamente enmascarada por cuatro pelos que nacían en la patilla izquierda y, abrumados por el esfuerzo, alcanzaban la oreja derecha. En tiempos recientes, bien sea por la falta de laca, porque los cuatro pelos naufragaron o porque algún nieto deslenguado le dijera “no seas ridículo, abuelo, con esos cuatro pelos pareces un calvo entre signos de admiración”, se decidió por el destape y ha asumido su alopecia con una dignidad tardía.

Del mismo modo, ahora descubrimos que bajo los cuatro pelos de la ortodoxia se escondía un reformista auténtico, con inclinaciones democráticas. Posiblemente a eso se refiera cuando nos exhorta en su discurso a “predicar con el ejemplo”. Aunque, volviendo a la iglesia ortodoxa, me temo que le va mejor lo de predicar que lo del ejemplo.

 

“El destape de Machadito”; en: Cubaencuentro, Madrid, 02/08/2011. http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/el-destape-de-machadito-266288





Desobediencia

12 07 2011

El poder, humano o divino, siempre ha tenido la obediencia (de los súbditos) en muy alta estima. La desobediencia de Adán y Eva les canceló automáticamente su permiso de residencia en el jardín del Edén. Fue el primer pecado para los judíos, no necesariamente heredable por toda la especia humana, aunque lo asegure el cristianismo, como si lleváramos en nosotros el ADN de la culpa.

La desobediencia a los mandamientos de Jehová es pecado, no importa lo absurdas o despiadadas que sean sus órdenes. Así la autoridad de Dios, como afirma Erich Fromm en Tener y ser, queda “modelada sobre el papel de un rey de reyes oriental”. Y esos reyes aprovecharon desde entonces el modelo para sacralizar su despotismo a imagen y semejanza del “capo di tutti capi”. Aunque más tarde Santo Tomás de Aquino, como también afirma Fromm, le diera al pecado un sentido humanista, al considerar que éste no consiste “en desobedecer a la autoridad irracional, sino en ir contra el bienestar humano”.

Fue el caso de Prometeo, quién desobedeció a los dioses al entregar el fuego a los hombres. Ni se sometió al mandato de la autoridad, ni se sintió culpable, “rompió la ecuación entre desobediencia y pecado”. Pero el poder suele ser bastante ajeno a la compasión y sobre Prometeo cayó todo el peso de la (in)justicia divina.

El 12 de abril de 1954, el académico Piotr Kapitsa (Premio Nobel de Física 1978) escribió una carta a Nikita Krushov en la que afirmaba: “El estímulo principal para cada creación es el descontento con lo existente. El inventor está descontento con los progresos existentes e inventa nuevos; el científico está descontento con las teorías existentes y busca otras más perfectas, etc. Las personas activamente descontentas son intranquilas y su carácter no les permite ser borregos obedientes (…) el genio se manifiesta generalmente en la desobediencia. El hombre busca algo nuevo cuando no quiere atenerse a lo existente porque no lo satisface. La desobediencia es uno de los rasgos inevitables que se manifiestan en el hombre que siempre busca y crea algo nuevo en la ciencia, el arte, la literatura o la filosofía. De manera que parecería que una de las condiciones para el desarrollo del talento fuera la libertad de desobediencia”.

A un año de la muerte de Stalin, Kapitsa escribió dos palabras que en la URSS de entonces eran heréticas: “libertad” y “desobediencia”. Hacía suya la frase de Siegmund Freud: “Genio y obediencia son cosas incompatibles”. Ignoro cuál fue la respuesta de Kruschov, pero presumo que estaría en consonancia con la del zar Nicolás I cuando se reunió con los estudiantes más brillantes de la Universidad de Moscú y les espetó que “No preciso inteligentes, sino obedientes”. Así le fueron las cosas.

Una relectura de la historia nos demuestra que sociedades donde en su día florecieron la creatividad y el talento se apagaron cuando se impuso la obediencia y se unció el talento a las necesidades del poder. China era, en el siglo XIV, la nación tecnológicamente más avanzada del planeta. Pero entonces, según el historiador Manuel Castells, el Estado inhibió el desarrollo tecnológico por temor  al impacto de las nuevas tecnologías en el statu quo social; los elementos más dinámicos de la cadena productiva se consagraron al servicio estatal; la sociedad se supeditó completamente a las necesidades del Estado; se impuso una rígida organización burocrática; se suprimieron los contactos y el comercio con extranjeros, y la exploración geográfica, que había alcanzado la costa occidental de África en enormes flotas junto a las cuales las carabelas de Colón eran meras chalupas, fue abandonada y se prohibió por decreto la construcción de grandes barcos.

No escasean ejemplos puntuales de dictaduras que han potenciado, de forma interesada y muy dirigida, la investigación en determinados campos, especialmente los relacionados con la industria armamentística. La Alemania nazi y la URSS, por ejemplo. Pero, al cabo, conceder sólo libertad condicional al talento ha terminado por atrofiar esos impulsos creativos. La II Guerra Mundial concluyó con un golpe de tecnología sobre Hiroshima fraguado, en buena medida, por “excedentes” de la ciencia alemana que resultaron inadmisibles para el poder nazi.

Desde finales del siglo XIX la ciencia ya no es una parcela acotada donde cada genio cultiva en solitario sus propias ideas, sino un ecosistema en el que las ideas fluyen de unos campos a otros en una interacción difícilmente predecible por un plan quinquenal. Conceder libertad a los cultivadores de tomates y no a los de pepinos sólo sirve para que jamás se pueda hacer un buen gazpacho.

En Cuba existe hoy una gran masa escolarizada y una mina de talento por explotar. Pero no es suficiente. Carlyle afirmó que el genio es una capacidad infinita para esmerarse, pero para ello necesita condiciones propicias, patrocinios y múltiples impulsos que lo hagan posible. No basta crear un centro de Biotecnología y otro de Inmunoensayos, sectores promisorios en el imaginario castrista. Las limitaciones impuestas a la libertad creadora se traducen en limitaciones de lo creado.

El genio suele serlo en determinadas parcelas del conocimiento. No se le puede amaestrar para que salte por un aro ajeno a sus saberes. Fuera de su agua, como el pez, se ahoga, o busca en otra charca aguas alternativas. El bracero mexicano desobedece su destino y huye al Norte por razones de supervivencia. El talento hace lo mismo con un aliciente adicional: la búsqueda del clima adecuado para que su talento eclosione y alcance su posibilidad, y no se quede en la imagen, para decirlo en palabras de Lezama.

Desde mediados del siglo XX, asistimos a la sociedad del conocimiento. El desarrollo no está ya determinado por quién produce más acero o más telas, sino por quién produce más ideas. Y existe una clara distinción entre países productores y países consumidores de ideas; entre países que atraen talento y países que lo exportan. Cuba es, desde hace medio siglo, un exportador de talento. Comenzó por exportar en masa a toda la clase empresarial, los que ahora llaman emprendedores, y una buena parte de su dotación técnica. Y ha continuado exportando talento, ya educado dentro de la Revolución, en oleadas sucesivas o en un inexorable goteo.

En los “Lineamientos de la política económica y social” que, presuntamente, signarán la vida de los cubanos durante los próximos años, se habla de “crear condiciones organizativas, jurídicas e institucionales” para el desarrollo de la ciencia; “sostener y desarrollar investigaciones sobre el cambio climático, preservación de los recursos y las ciencias sociales”; “institucionalizar y sistematizar”; “ir creando las condiciones para propiciar la integración de los logros de la ciencia y la técnica en la producción”; “completar y aplicar los instrumentos jurídicos requeridos para la articulación del Sistema de Ciencia e Innovación Tecnológica”. De nuevo los planes quinquenales, el dirigismo machacón desde un Estado que ha demostrado sobradamente su incapacidad de fomentar y de prever, y que sólo ha logrado una imparable sangría de talento. Y, justamente, la palabra “talento” no aparece en esos “Lineamientos”. Tampoco la palabra “libertad”, excepto en la frase de Fidel Castro que sirve de exergo, donde se afirma que la Revolución “es igualdad y libertad plenas”. Sí se repiten hasta ocho veces los términos “orden”, “ordenamiento” y “ordenado”, y otras ocho veces, entre los “Lineamientos” y el “Informe central” de Raúl Castro, la palabra “disciplina”.

En lugar de desobediencia creadora, disciplina (léase obediencia); en lugar de libertad, orden.

Durante décadas, ante cualquier idea alternativa a las orientaciones que bajaban desde las alturas, nos repetían que aquellas directrices venían investidas de la más alta sabiduría, contaban en su haber con todos los datos de los que carecíamos nosotros, los simples mortales. El devenir histórico de Cuba acabará convenciéndonos de que los simples mortales teníamos algún destello de genialidad, o que el Olimpo estaba plagado de incompetentes, si aceptamos la tesis de Osias L. Schwarz: “De un máximo de observaciones, un hombre de talento extrae un mínimo de conclusiones, mientras que el genio saca un máximo de conclusiones de un mínimo de observaciones”.

Dado que se trata de los mismos incompetentes, me temo que un máximo de observaciones del mundo donde, quiéranlo o no, Cuba se inserta, no les alcancen para comprender que las naciones más avanzadas son, justamente, aquellas donde la libertad, incluso la libertad de equivocarse, es un derecho, y donde el aparato del Estado está condenado a aceptar, le guste o no le guste, la desobediencia del talento.

“Desobediencia”; en: Cubaencuentro, Madrid, 12/07/2011.  http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/desobediencia-265263





El momentómetro

28 06 2011

En 1989 se implantó en Cuba un sistema de evaluación que rebajaba la frontera del aprobado y favorecía, en la estela del llamado “promocionismo”, un incremento de las notas medias en el sistema de enseñanza que no reflejaban en lo absoluto un incremento en la calidad pedagógica o los conocimientos de los estudiantes. Tras consultar a maestros, pedagogos y estudiantes, así como las claves del nuevo sistema, escribí un artículo donde se reflejaba su efecto perverso sobre la calidad de la enseñanza. Por entonces, yo estaba condenado a escribir sobre planetas distantes e historia antigua, y el artículo fue engavetado por la revista Somos Jóvenes siguiendo orientaciones de la dirección nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas, dado que aquel no era “el momento” adecuado para su publicación. Tres años más tarde, ya derogado el sistema de evaluación, en una asamblea de la editorial con el secretario general de la UJC, éste nos invitó a un periodismo más comprometido, y citó como ejemplo mi artículo que, de haberse publicado en su momento, hubiera sido extraordinariamente útil para evitar los males provocados por aquel sistema.

Todos recordamos la sutil dialéctica de “el momento”. Habitualmente, en Cuba cualquier crítica sólo es admisible si se pronuncia en “el momento” histórico correcto. Y ello requiere una delicadísima percepción de hacia dónde soplan los alisios de la política nacional. Normalmente, nunca es “el momento”, y lo más frecuente es que “el momento”, fugaz milisegundo histórico, pase por nuestro lado sin que nos demos cuenta, y la próxima estación del crítico sea enterarse de que ya no es “el momento”.

Eso me recuerda una anécdota a la que se refiere Isaiah Berlin en “La dialéctica artificial”: Un camarero de un crucero pregunta cómo evitar que los platos se le caigan cuando la mar se pique. Le responden que no deberá caminar en línea recta, sino en zigzag, acomodando sus pasos al balanceo del barco. Llegado el momento, rompió una montaña de platos y argumentó en su defensa que cuando él hacía zig, el barco hacía zag, y viceversa. Concluye Berlin que esa es la sabiduría de cualquier ciudadano soviético: saber hacer zig o zag al compás del Partido.

“El momento” es una dama famélica a dieta de puro silencio. Camina con un dedo sobre los labios. Pide silencio, porque cualquier palabra no autorizada puede servirle al enemigo para componer una copla satírica. No hay que darle argumentos. Que se resigne a la música instrumental. Los muertecitos de Stalin no estaban muertos sino en terapia intensiva; se les proporcionaba respiración artificial de discursos, himnos en vena. Hasta la intervención de Nikita Kruschov en el XX Congreso. Ese día los desconectaron de golpe. Y fíjese bien, compañero, sabemos que hay un bache en la carretera de Viñales, pero no es el momento histórico de mencionar ese bache, que es bache pero es nuestro. El enemigo usaría nuestra autocrítica para decir que toda la carretera de Viñales es un bache, que el comunismo es un bache en la carretera de la Historia. ¿Comprende, compañero?

Entre “Fidel, Kruschov, estamos con los dos” y “Nikita, mariquita, lo que se da no se quita” hubo un interregno de duda en que un error de cálculo podía ser fatal. Como lo fue el titular del diario Revolución ante la invasión rusa a Checoslovaquia de 1968. Los chinos han sido, alternativamente, hermanos y peones del imperialismo. En 1978, los “gusanos” se convirtieron en “comunidad cubana en el exterior”, “mariposas”, para abreviar. Los sancionados por escribir a sus padres y hermanos de Miami, pudieron recibirlos en persona y sin disimulo. Nunca el género epistolar fue tan maltratado. La revista Sputnik pasó de recomendable a prohibida. Silvio Rodríguez, de prohibido a obligatorio. Y Fidel Castro, en 1985, durante el “Proceso de rectificación de errores y tendencias negativas”, censuró el desempeño de su propia revolución como quien acaba de regresar de un largo viaje y encuentra la casa desordenada.

Ahora hemos escuchado a Raúl Castro afirmar que “o Cuba cambia o se hunde la revolución”; «o rectificamos o ya se acaba el tiempo de seguir bordeando el precipicio, nos hundimos”; se refiere a los «errores» cometidos durante medio siglo de socialismo; invita a  «poner sobre la mesa toda la información y los argumentos que fundamentan cada decisión y, de paso, suprimir el exceso de secretismo a que nos habituamos durante más de 50 años de cerco enemigo»; afirma que «es necesario cambiar la mentalidad de los cuadros y de todos los compatriotas al encarar el nuevo escenario que comienza a delinearse»; invita a  no frenar, como en el pasado, las iniciativas de cambio, y que los acuerdos del Gobierno deberán cumplirse y no convertirse en letra muerta como ha sido habitual.

Y haciéndole la segunda, Alfredo Guevara (http://www.cubaencuentro.com/cuba/noticias/alfredo-guevara-cuba-vive-transicion-del-disparate-al-socialismo-264525) considera que Cuba vive una “transición del disparate” hacia el socialismo y, en un encuentro con estudiantes universitarios que recoge el portal Cubadebate, llama a “desestatizar” y “desburocratizar” al país. Advierte que nada cambiará “mientras todo lo administre una burocracia disparatada e ineficiente”, y llama a “destruir este aparataje descomunal que ha decomisado la sociedad”. “El crimen más grande que podemos cometer es aceptar que la ignorancia ocupe cargos (…) tenga poder sobre los demás. Y hay demasiada ignorancia en nuestro Estado todavía”. “Todas mis esperanzas, la verdad, están en que la desestatización y la desburocratización de la sociedad cubana, conduzca a una sociedad en que la creatividad de las personas se desencadene y sea tomada en cuenta seriamente”. Y concluye que “en lo más alto de la cúpula del poder hoy día, no priman ideas dogmáticas”, pero que durante años los dirigentes estudiaban marxismo “como marxismo-leninismo, como catecismo estalinista”.

Como diría Martí, «es la hora de los hornos y no se ha de ver más que la luz» (al final del túnel), por lo que el presidente cubano ha afirmado que ahora no es tiempo de mirar atrás, confiando en la amnesia selectiva de los cubanos. Una amnesia en la que también confía Alfredo Guevara. Pero, desgraciadamente, existen las hemerotecas.

Guevara considera que Cuba vive una “transición del disparate” hacia el socialismo. Y no queda muy claro a qué se refiere, porque en su intervención de 1961 en la Biblioteca Nacional afirmó que “después de la proclamación de nuestra revolución como una revolución socialista, no puede haber ni crítica ni posición honesta y seria de un intelectual que no parta del conocimiento profundo y serio de las posiciones marxistas-leninistas” (Revolución es lucidez, Ediciones ICAIC, 1998). ¿Era ese el disparate? En caso contrario, ¿lo mencionó antes?

Quien llama a “desestatizar” y “desburocratizar” al país, el que advierte que nada cambiará “mientras todo lo administre una burocracia disparatada e ineficiente”, y llama a “destruir este aparataje descomunal que ha decomisado la sociedad”, es el mismo que encabezó la cruzada contra Lunes de Revolución en aras de una centralización (del poder) cultural, el que  llamaba a desenmascarar “estas corrientes que se titulan nuevas y son antiguas, que se enmascaran con la revolución y se ríen de ella, que apoyan a la revolución y la niegan con su indiferencia en el arte”. (“Las catedrales de paja”, en: Nueva revista cubana, enero-marzo, 1960), y los acusó de no reconocer el cine soviético y de alabar, en cambio, el cine norteamericano, primero, luego la “nueva ola” francesa y el cine polaco. Y lo hizo en estrecho contubernio con el neoestalinismo de Edith García Buchaca. Aunque ahora afirme que durante años los dirigentes estudiaban marxismo “como marxismo-leninismo, como catecismo estalinista”.

Quien afirma que “el crimen más grande que podemos cometer es aceptar que la ignorancia ocupe cargos (…) tenga poder sobre los demás. Y hay demasiada ignorancia en nuestro Estado todavía”, no sólo hizo silencio mientras tanta ignorancia era entronizada, sino que practicó él mismo un favoritismo que con frecuencia primaba en el escalafón virtudes ajenas a la capacidad y el talento.

El que pone sus esperanzas en que nos encaminemos “a una sociedad en que la creatividad de las personas se desencadene y sea tomada en cuenta seriamente”, es el mismo que hostigó a Tomás Gutiérrez Alea, la figura mayor del cine cubano. En Volver sobre mis pasos. Una selección epistolar de Mirtha Ibarra (Tomás Gutiérrez Alea; Ediciones y Publicaciones Autor SRL, Madrid, 2007), cuya publicación intentó impedir Alfredo Guevara, aparece el memorando de Titón a Guevara, fechado el 25 de mayo de 1961, “Asuntos generales del Instituto”, donde toca prácticamente todas las llagas que asolarían durante medio siglo la cultura y la vida cubana: la ultracentralización de la toma de decisiones, que termina creando un cuello de botella que entorpece el trabajo; el escamoteo y la ocultación de información para evitar que los creadores “se contaminen” de algún virus capitalista; la cúpula autodesignada para decidir quién puede leer o ver esto o aquello sin mancharse; el monopolio estético, pues todas las obras deberán pasar por el filtro del gusto de una sola persona; la tendencia a pensar por los demás e imponer ideas; la minimización de los márgenes de libertad y la falta de confianza en las personas, con su corolario: la supervisión excesiva que ralentiza y castra el trabajo, mata la pasión artística y crea un clima opresivo.

Por eso no es raro que Memorias del subdesarrollo saliera adelante gracias a la intervención personal de Osvaldo Dorticós, entonces presidente de la República; que su película El encuentro fuera paralizada; que algunas de sus películas fueran engavetadas y otras, llevadas a pasear por diferentes festivales internacionales de la mano de funcionarios y burócratas, sin comunicarlo siquiera a su director, o que prosperara, con la anuencia de Guevara, el caso de suplantación realizado por Santiago Álvarez al apropiarse del crédito de realización de Muerte al Invasor, dirigido y editado por Titón. En carta de 1977 a Alfredo Guevara, Titón reconoce que las relaciones entre ambos han dejado de existir hace tiempo, a pesar de lo cual le escribe para aclarar cosas en aras del trabajo. Desgrana, entonces, un rosario de miserias y ostracismo a los que ha sido sometido, e incluso la posibilidad de irse del ICAIC y no hacer más cine.

En el caso específico de Guevara, hay que reconocer que, muy selectivamente, dio refugio en tiempos difíciles a artistas condenados al ostracismo, y no se le puede aplicar que “la ignorancia ocupe cargos”, para decirlo con sus palabras. La explicación la ofrece él mismo: “Creo que la inteligencia cuando es madura tiene un ángulo de diabolismo; si no, no es inteligencia”. (Entrevista a Alfredo Guevara por Leandro Estupiñán Zaldívar el 23 de octubre de 2009)

“Más vale llegar a tiempo que ser invitado”, reza un viejo proverbio, y a ese don de la oportunidad apela en todo el mundo la clase política. La diferencia es que en Cuba sólo existe un momentómetro homologado (obsoleta tecnología soviética remendada una y otra vez), y aunque las hemerotecas estén racionadas e impere la ley del olvido selectivo, para su mal, ha venido Pilar Google trayendo “al desmemoriado una almohadilla de olor”.

 

“El momentómetro”; en: Cubaencuentro, Madrid, 28/06/2011. http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/el-momentometro-264665