La conciencia y el poder

17 04 2002

En «La Noche», su  obra teatral, José Saramago narra los sucesos del 24-25 de abril de 1974, en un periódico de Portugal, y a propósito toca la tarea del periodismo de investigación, que es desentrañar los resortes reales del poder. Y apenas ayer, en la presentación del nuevo libro de Sanpedro sobre la globalización, denunció el poder del dinero como único poder real, descalificando de plano a la democracia con la pregunta: ¿Cuándo la Coca Cola se ha presentado a las elecciones? Una pregunta ingeniosa, sin dudas. Le agradecería al premio Nobel que también se hiciera otra, menos elegante, pero muy objetiva: ¿Cuándo el Señor Fidel castro se ha presentado a las elecciones? Claro que también Saramago es víctima de “La Noche”, y aplica selectivamente el bisturí de la conciencia, según sea la fuente de poder a la que se refiera.

Muy cerca de Portugal, donde se estrenara la obra de Saramago, se ha debatido la Ley de Objeción de Conciencia de los periodistas. De acuerdo con ella,  el redactor puede rescindir su contrato cuando un cambio en la orientación ideológica o informativa del órgano de prensa atente contra sus principios, o ante una modificación de las condiciones de trabajo que le signifique un perjuicio grave. La ley le concede incluso el derecho a negarse a participar en informaciones contrarias a los principios éticos del periodismo –cuáles son esos principios es algo más que nebuloso; y para percatarse bastará leer la prensa de una semana, que va desde el cotilleo venéreo al amarillismo y la información de trasmano y sin pruebas sólidas, que en otras latitudes costaría al periodista y al periódico un juicio por difamación–. Por último, protege el derecho del periodista a la forma y contenido de sus textos, que en caso de enmienda sólo podrán ser publicados con su firma si otorga su consentimiento.

No es difícil establecer el puente que conecta el debate de esa ley con la obra teatral de Saramago. La conciencia y el poder han mantenido desde siempre una relación dialéctica, con harta frecuencia nada cordial. Si lo analizamos a grosso modo, basta observar que el propósito del poder es siempre imponer a la mayoría un diseño político, lo que puede demandar desde la demagogia y el engaño hasta la fuerza bruta. Siempre que se cumpla el propósito, los fines serán sobreseídos por la historia (al menos por la historia inmediata, y tengamos en cuenta que el poder y la política son las artes de lo inmediato). Para ello el poder contrata sus amanuenses. Por su parte, la conciencia debe ser reflexión del hombre ante su tiempo, búsqueda de valores inmanentes y hallazgo de parámetros éticos más o menos perdurables. Podría decirse incluso, llegados al extremo, que el ejercicio consecuente de la conciencia, o una política de principios, está contraindicada al político, cuya supervivencia sólo está garantizada por un pragmatismo sin remilgos. Los hay que han perdurado más allá de lo imaginable gracias a su frenético travestismo.

De modo que ni en sus fines ni en sus medios, la conciencia y el poder coinciden, aunque puedan tocarse eventualmente cuando los valores de la conciencia resulten instrumentos útiles a los propósitos del poder. Como son instrumentos del poder (o de las distintas facciones del poder) los medios de comunicación. En países autoritarios, de un modo burdo y directo, y por ello con escasa efectividad ─el hombre sospecha siempre de las verdades unívocas y busca con entusiasmo las verdades clandestinas─. En países democráticos, con un grado variable de «libertad de prensa», mediante procedimientos más sutiles. Basta observar en la prensa actual la redacción diferencial de una misma información cuando la editan ABC, El País y El Mundo, por referirnos a España, e incluso las diferencias entre una misma noticia sobre Cuba aparecida en el Nuevo Herald y en el Miami Herald, a unos metros de distancia. Diferencias que no sólo constituyen un acto de servicio (aunque con frecuencia también), sino una estrategia de marketing –cómo y qué desea saber nuestro presunto lector, ese consumidor de palabras que hace posible la rentabilidad de la empresa–.  El dato es el mismo, la verdad objetiva es una, pero la subjetiva, inoculada por el comentario, por ciertos adjetivos y el enfoque, suele ser bien diferente, cuando no opuesta. Cada órgano de prensa responde a una zona del poder, elegida o asignada, que modula su objetividad y define sus propósitos globales. De modo que hablar de «libertad de prensa» en sentido total, sería algo discutible. Tendríamos que acudir a publicaciones tan independientes, que apenas tienen peso en la opinión pública.

Por suerte, a diferencia de las autocracias que establecen el monopolio del poder y de su discurso, sin márgenes ni alternativas; en democracia las distintas facciones del poder real y de su representante, el poder político, dictan discursos diferenciales y con frecuencia contradictorios, de modo que al cabo la «libertad de prensa» se aproxima a la realidad, no por intención puntual, sino por una vasta sumatoria de verdades parciales y tendenciosas. Es la verdad estadística. En ella existen espacios, aunque sean pequeños o marginales,  incluso para un periodismo ético que bien podría ser el que Saramago demanda –de más está decir que no para sus amigos, sino para sus enemigos–, y más aún, el que merece la sufrida masa de lectores, harta de adivinar qué diablos pasa bajo la superficie engañosa de las palabras.

 

“Conciencia y poder”; en:Cubaencuentro, Madrid, 17 de abril, 2002. http://arch.cubaencuentro.com/cultura/2002/04/17/7395.html.





Bye, bye, presidente

12 04 2002

El ya ex-presidente de Venezuela, Hugo Chávez, además de paracaidista y político, era presentador de radio y televisión. Presentador de sí mismo, tal como le había enseñado su amigo y mentor espiritual, el Hablador en Jefe. También aprendió del viejo maestro cómo poner a todas las estaciones de televisión en cadena, para monopolizar con su palabra las orejas de todos los venezolanos. No importaba lo que ocurriera en la calle. La Realidad anidaba en Su Palabra.
Ayer, jueves 11 de abril de 2002, cerca de las 4 de la tarde, el presidente hablaba con un enorme retrato a sus espaldas, desde el que Bolívar lo contemplaba con escepticismo. Hablaba de amor, de su invencible Gobierno y de la concordia nacional, mientras en el centro de la ciudad se escuchaban los disparos de los francotiradores. Escupió sus habituales palabras contra los adversarios políticos, junto a votos de tolerancia, mientras en las inmediaciones del Palacio de Miraflores las armas escupían plomo y una neblina de gases lacrimógenos se adueñaba de la ciudad. Reiteró que era una conjura de los poderosos para derrocarlo. Una oligarquía que al parecer incluye a los trabajadores del petróleo, a los trabajadores agrupados en la mayoritaria Confederación de Trabajadores de Venezuela, a los periodistas independientes, como el fotógrafo Jorge Tortoza, de Diario 2001, que en ese momento caía abatido por un disparo de los Círculos Bolivarianos; o Patricia Poleo, premio de Periodismo Rey de España, quien ha presentado pruebas contundentes sobre la corrupción de algunos generales gracias al Plan Bolívar 2000, programa de obras sociales para el beneficio de los militares. Mientras el presidente hablaba de incorruptibilidad y libertad.
Si las fotos no mienten, una manifestación de entre 150.000 y 500.000 personas avanzando hacia Miraflores, con el propósito de pedir la renuncia del presidente, no puede estar compuesta por oligarcas, ni así alistaran a sus mayordomos y mucamas. Claro que según el diario Granma, fue «una conspiración encabezada por las clases económicamente dominantes, en colusión con los poderosos medios de comunicación a sus servicios y las camarillas políticas corruptas». (No se refiere al Plan Bolívar 2000, por supuesto, ni a los amigos del presidente, aupados a suculentos cargos).
Atizando odios entre clases y sectores, entre unos empresarios y otros, entre distintos estratos del ejército, y entre una parte del pueblo y otra, Chávez consiguió lo que nadie había conseguido: poner de acuerdo a casi todos los medios de prensa, cuya libertad era continuamente «chaveteada». Poner de acuerdo a la patronal y el sindicato. De modo que aunque Granma califique de «paro patronal» al que comenzó el pasado martes y se extendió hasta la caída de Chávez, cualquier hijo de vecino sabe que un paro sin anuencia de los trabajadores es tan prodigioso como el agua seca. Tampoco lo ignora el diario cubano, porque más adelante enuncia que «la ilegal directiva de la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV) y la de la patronal Federación de Cámaras de Comercio (Fedecámaras) organizaron la acción subversiva mientras hablaba a la nación el presidente Hugo Chávez». La ilegal directiva elegida por los ilegales trabajadores subvirtió al legal presidente.
Hablaba a la nación el presidente, mientras los discípulos de las Brigadas de Acción Rápida y del Contingente Blas Roca —varias fuentes apuntan el dato de que agentes enviados por La Habana se encargaron de su entrenamiento en el arte del palo y la cabilla— esperaban a los manifestantes. La espera se convirtió en desesperación cuando comenzaron a disparar. Dispararon los manifestantes contra los chauvistas y la Guardia Nacional, dicen en La Habana. Por suerte tenían tan mala puntería que se mataron entre ellos. Y la imagen de Richard Peñalver, concejal del Cabildo Metropolitano por el partido de Gobierno, disparando desde un puente contra los manifestantes, seguramente fue trucada por la CIA. El resultado: 16 muertos, cien heridos y un presidente desaparecido. Claro que en realidad lo que ocurrió fue que los oligarcas «incitaron a los manifestantes a dirigirse a la sede presidencial, ocasión en que fueron repelidos originándose enfrentamientos» (Granma dixit). Enfrentamiento quiere decir: unos disparaban y otros morían. Y la culpa, por supuesto, no es de quienes disparaban a matar, sino de «dirigentes opositores (que) llamaron a la población a continuar en las calles a pesar del peligro que ello significa». ¿No se dieron cuenta los venezolanos que para no correr peligro lo mejor es quedarse en casa esperando el advenimiento de la Nueva Era, hacer silencio, escuchar Aló Presidente, y no llevarle la contraria a Hugo Chávez? ¿No se percataron de que los francotiradores chavistas apostados en los edificios gubernamentales no eran elementos decorativos? Decididamente, estos venezolanos son temerarios.
La verdadera historia es que, pasadas las 4:00 p.m., los manifestantes que se dirigían hacia la casa de Gobierno fueron detenidos por los gases lacrimógenos lanzados por la Guardia Nacional, que a su vez estableció cordones de seguridad para contener a los chavistas que aguardaban la llegada de los opositores desde muy temprano en la mañana, armados al mejor estilo del Contingente Blas Roca, pero con refuerzos adicionales, como se sabría más tarde. La Policía Metropolitana intentaban contener a ambos bandos. Tras la segunda andanada de gases lacrimógenos, los francotiradores apostados en edificios oficiales, comenzaron a disparar con pistolas, y armas automáticas contra los manifestantes. La Guardia Nacional se replegó, aunque más tarde intentó actuar de nuevo en varios puntos. Los policías metropolitanos, respondieron a las balas con sus armas de reglamento y subametralladoras, e intentaron reducir a los francotiradores apostados en el edificio La Nacional. Entre balas y gases los manifestantes retrocedían. No obstante, los enfrentamientos se sucedieron hasta entrada la noche, cuando ya se rumoreaba el fin del presidente Chávez.
Y por si fuera poco, algo gravísimo sucedió: algo que no deja de subrayar el diario cubano: los medios de comunicación «violaron la ley de Radiodifusión incluso facilitando a los oyentes canales especiales mediante los cuales podían seguir las informaciones exclusivamente sobre los disturbios sin acceso a las palabras de Chávez». Es decir, cientos de miles de venezolanos gritando «que se vaya el loco», entre nubes de gases y balas, no es noticia. La alocución repetitiva del presidente, sí. Nuevamente, la realidad objetiva no tiene ningún valor. Para hacerse realidad aceptable, deberá quedar santificada por las palabras del Máximo Líder. También gritaban los manifestantes: «Chávez, vete para Cuba». Yo que pensaba que éramos pueblos amigos. Jamás se me ocurriría gritar: Fidel, vete para Venezuela.
Lo cierto es que esos gritos y esos disparos, no sus palabras, fueron los que cerraron ayer la «década prodigiosa de Hugo Chávez».
Nacido en 1954, Hugo Chávez se licenció en Ciencias y Artes Militares, rama de Ingeniería, y en 1982 fundó el Movimiento Bolivariano Revolucionario-2000.
Ascendido a teniente coronel y al mando de un regimiento de paracaidistas en 1991, su entrada en la historia ocurre el 4 de febrero de 1992, al fallar su intentona golpista contra el Gobierno de Carlos Andrés Pérez; con 17 soldados muertos y cincuenta heridos como saldo. Chávez enfrentó dos años de prisión y obtuvo la libertad a cambio de abandonar el ejército.
En 1994 fundó el Movimiento V República (MVR), con el que el 6 de diciembre de 1998 arrolló con un 56,2% en las elecciones presidenciales. Tras jurar como presidente en 1999, el 17 de febrero solicitó al Congreso poderes especiales para gobernar, y el 22 de abril, el Parlamento aprobó la Ley Habilitante, que le permitía legislar durante seis meses en materia económica y administrativa sin someterse a la consideración del Congreso.
Sin pérdida de tiempo, el 28 de abril el 88% de los electores aprueba la convocatoria de elecciones para una Asamblea Nacional Constituyente, para la cual serían elegidos en julio 124 chavistas de los 131 miembros. Ya desde entonces algunos ex-chavistas, como Jorge Olavaria, denuncian que Venezuela va camino de la dictadura.
Durante la segunda mitad de 1999, Chávez viajó por Asia y Europa, en busca de nuevos socios comerciales que le independizaran del mercado norteamericano, e hizo pública, en un par de visitas, su cercanía a Fidel Castro —invitado tres veces, a su vez, por su colega Chávez—.
El 15 de diciembre es aprobada en referéndum la nueva Constitución Bolivariana, que entra en vigor de inmediato.
En febrero de 2000 un importante sector del chavismo se desmarca de Chávez, quien ganará el 30 de julio los nuevos comicios presidenciales —para ajustarse a la nueva Carta Magna— con el 59% de los votos, un 22% más que Arias Cárdenas, su principal rival. Los chavistas ya controlan la Asamblea Nacional, las regiones y los municipios.
Durante el verano Chávez tiene el honor de ser el primer mandatario extranjero en visitar a Sadam Hussein y, ya de paso, a Muamar el Gadafi. El 30 de octubre de ese año suscribió con Fidel Castro el Acuerdo de Caracas: la venta de 53.000 barriles diarios de crudo en condiciones especiales a Cuba y otros diez países de Centroamérica y el Caribe.
Una vez asumida la presidencia, que se extendería hasta el 10 de enero de 2007, la Asamblea Nacional le otorgó poderes especiales por un año, que emplea para presentar en septiembre de 2001 su Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social 2001-2007. Pero no es hasta el 13 de noviembre que aprueba por decreto 49 leyes económicas, provocando una oleada de rechazo en amplios sectores, materializada el 10 de diciembre en la huelga convocada por la patronal Fedecámaras, sindicatos, y profesionales. Un 90% de Venezuela se paraliza.
El flamante presidente del G-77, cargo que asumió en la ONU el 11 de enero de 2002, contempló doce días más tarde en Caracas dos multitudinarias manifestaciones: una a su favor y otra en su contra. Y doce días después, el 4 de febrero, celebra con una concentración el décimo aniversario de su fallido Golpe de Estado —también Chávez tiene su Moncada—. Ese día la oposición se viste de luto.
Durante febrero se suceden las declaraciones de altos mandos militares pidiendo la renuncia de Chávez, quien los califica de traidores al servicio de una «conspiración internacional» encabezada por el ex presidente Carlos Andrés Pérez. El doce de febrero, al dictar Chávez la flotación del bolívar, se dispara la inflación. Poco después impone una nueva dirección de allegados a Petróleos Venezolanos, cuya directiva se niega a renunciar a sus cargos, y se declara en huelga a mediados de marzo, tanto en los centros administrativos como en los productivos.
La huelga del 9 de abril —mira qué casualidad, esa fecha ya sonaba a huelga desde los tiempos de Fulgencio Batista—, de carácter indefinido, concluyó la década prodigiosa de Hugo Chávez a la 1:00 a.m. del 12 de abril de 2002.
Los militares que solicitaron su renuncia, en un gesto inusual, pusieron sus cargos a disposición del Gobierno de transición que abrirá el camino a la era post-Chávez en Venezuela. El mandatario depuesto solicitó exiliarse en Cuba, pero será bolivarianamente retenido en Fuente Tiuna, hasta tanto no se investiguen presuntas irregularidades durante su Gobierno.
Confiemos que estos tres años de populismo desenfrenado, además de reforzar la capacidad de acción de la sociedad civil venezolana, haya servido al país para cobrar conciencia de que los viejos esquemas de politiquería y corrupción, monoproducción y dependencia, abismales diferencias sociales, marginación y pobreza, son el mejor caldo de cultivo para los Chávez y los peores presagios para el porvenir. Fueron esas dramáticas contradicciones de la sociedad venezolana, el hartazgo de corruptelas y politiqueo, las que favorecieron la vertiginosa ascensión de Chávez y los poderes extraordinarios que le fueron concedidos. Para su mal, su advenimiento sobrevino en una época de dictaduras en extinción, y tras el fin de la Guerra Fría, que en su ajedrez global de la geopolítica aceptaba con placer peones de cualquier catadura rebanados al bando contrario. Para su mal, el mundo del siglo XXI ya no es el de mediados del XX, cuando la Unión Soviética estrenaba sputniks. Tanto ha cambiado el mundo, que al golpista frustrado no le quedó otra que jugar con las leyes democráticas y enfrentarse a una sociedad civil consciente de sus propios derechos. Tampoco Chávez es Fidel Castro. No todo son condiciones objetivas. También hay una dosis de suerte.
Posiblemente a esta hora, su mentor cubano, frente a los últimos reportajes de la CNN, contemple la caída de ese clon suyo que le salió mal editado en la ribera sur del Caribe, y mientras vea cómo se le escapan de la mano 53.000 barriles diarios de petróleo, masculle desde sus 43 años de experiencia: «Te lo dije, comemierda».





Ginebra una vez más

4 04 2002

Comienza para las autoridades cubanas, una vez más, la batallita de Ginebra, bailando en la cuerda floja para conseguir que no se les aplique una sanción por violar los más elementales derechos humanos.

El gobierno de La Habana fue condenado por la Comisión de DDHH, ininterrumpidamente, desde 1990 a 1997. Se le impuso un relator que la Isla no aceptó, amparándose en su autodeterminación y creando más dudas, si cabe, sobre sus votos de respeto a los derechos humanos. En 1998, la moción de condena no fue aprobada, hecho que la prensa cubana celebró como un gran triunfo. Efímero, a juzgar por las sucesivas condenas sufridas entre 1999 y 2001, al aprobarse por mayoría —22 votos contra 20 y 10 abstenciones en 2001— las resoluciones presentadas por la República Checa. Lo que no significa que La Habana haya hecho el más mínimo caso a la exhortación a “asegurar el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales en Cuba».

¿Tiene algún sentido condenar al gobierno de la Isla, cuando ello no entraña más que una condena moral, sin ninguna consecuencia política o económica?

¿Tiene sentido que Estados Unidos y el exilio cubano derrochen cada año miles de horas-cabildeo para conseguir una nueva condena?

Y por último: ¿Tiene sentido que las autoridades de la empobrecida Isla se gasten cada año, en viajes y reuniones de funcionarios, en tráfico de influencias y ayudas por votos a países africanos, sumas que paliarían el hambre y la falta de medicamentos de los cubanos, todo para evitar una condena en Ginebra?

El reciente discurso del canciller Felipe Pérez Roque, en el 58º período de sesiones de la Comisión de Derechos Humanos de ONU en Ginebra, el pasado 26 de marzo, puede esclarecer algunas de esas dudas. Pérez Roque insiste en varios aspectos:

1-Urge democratizar y hacer transparentes los métodos de la Comisión, y subraya su falta de credibilidad y su extrema politización.

2-Define a la Comisión como rehén de los países ricos, y ejemplifica su doble rasero con la crítica al estado de los DDHH en 18 países del Tercer Mundo (en el caso de Cuba por brutales presiones) y ninguno del primero. “¿Es porque no existen tales violaciones, o porque resulta imposible en esta Comisión criticar a un país rico?”. Y explica el peso de los países desarrollados dado que éstos “Son los que pueden acreditar aquí delegaciones numerosas, son los que presentan la mayoría de las resoluciones y decisiones que se adoptan, son los que tienen todos los recursos para realizar su trabajo”.

3-Interpreta el planeta como una tiranía de Estados Unidos, y aunque antes acusaba en bloque a todos los países ricos, más tarde los invita a una coalición anti norteamericana y alerta sobre “un peligro común a todos: el intento de imponer una dictadura mundial al servicio de la poderosa superpotencia y sus transnacionales, que ha declarado sin ambages que se está con ella o contra ella”. Admite, en cambio, que Estados Unidos fue excluido del foro, sin que hayan dado resultado sus esfuerzos por regresar.

4- Reclama varios derechos: al desarrollo y a recibir financiamiento para lograrlo. Derecho a recibir compensación por los siglos de esclavitud y colonialismo. Derecho a que se condone la deuda externa. Derecho a salir de la pobreza, a la alimentación, a garantizar la atención de la salud, derecho a la vida, a la educación, a disfrutar del conocimiento científico y de nuestras culturas autóctonas. Derecho a la soberanía, a vivir en un mundo democrático, justo y equitativo.

5-Y exige a Estados Unidos no “seguir desatando guerras que no solo no resuelven los conflictos, sino crean otros nuevos y aún más peligrosos”, que renuncie al empleo del arma nuclear, que no rompa el tratado ABM, que acepte el principio de verificación de la convención sobre armas biológicas, firme el Protocolo de Kyoto, otorgue el 0,7% de su PIB al desarrollo de las naciones más desfavorecidas, ponga fin a sus prácticas proteccionistas unilaterales e imponer arbitrarios aranceles, y una decena de exigencias más, como ocuparse del caso Enron y no de la corrupción ajena, etc., etc.

Ciertamente, hay varios puntos en los que al canciller cubano le asiste la razón: la Comisión está politizada y sus decisiones no se atienen, exclusivamente, a la justicia o injusticia de la moción, sino a un balance de influencias. Y Cuba, al ejercer un intenso cabildeo, no está excluida.

Existen, sin dudas, violaciones de los DDHH en los países ricos, pero al ser, sin excepción, países democráticos, la impunidad ante tales hechos es infinitamente menor que en naciones donde rigen sistemas totalitarios.

El predominio de Estados Unidos es indiscutible. No obstante, Cuba jamás se pronunció contra los desafueros del Imperialismo Soviético, ni contra la usurpación del Tibet por los chinos, de modo que sus acusaciones resultan demasiado interesadas para ser confiables.

Igualmente, podemos coincidir en la mayoría sus exigencias a Estados Unidos —en especial cuando se refiere al Protocolo de Kyoto, o los acuerdos y convenciones de desarme—, sólo que debería hacerlas extensivas a China o Rusia. Cosa difícil cuando la Isla ni siquiera acepta la convención internacional referida al uso de minas antipersonal, de las que en Angola dejó un extenso sembrado; ni ha sido un ejemplo de pacifismo, al promover guerras en tres continentes y enviar en 30 años más tropas cubanas al exterior que en los 500 años anteriores de historia insular.

Cuba se abroga el derecho de detentar el monopolio comercial e imponer a sus ciudadanos una plusvalía superior al 200% en los productos que les vende en una moneda que ni siquiera es la del país, de modo que sus quejas sobre los aranceles norteamericanos —que otros países podrían reivindicar en justicia— son de un cinismo difícilmente explicable.

En principio, el reconocimiento del derecho de todos los ciudadanos del planeta a la educación, la asistencia sanitaria y una vida digna, son loables. Pero, ¿cómo conseguirlo? Es algo de lo que Cuba se desentiende, o al menos descarga en otros esa responsabilidad. ¿Pueden unos gobernantes que han empobrecido a su propio país, dictar pautas en ese sentido? Es algo dudoso. Y si no fuera trágica, sería risible la pretensión de que Cuba es ejemplo de “un mundo democrático, justo y equitativo”. No obstante, coincidimos en exigir a las naciones desarrolladas una mayor sensibilidad en las soluciones globales, una mayor implicación en equilibrar la balanza de la riqueza en el planeta. Y que a los países del Tercer Mundo les corresponde poner voluntad de desarrollo, combatir la corrupción, las guerras fratricidas y fomentar una transparencia que invite a la ayuda, y no la desestimule.

Ahora bien, más allá de coincidencias o descoincidencias, ¿qué relación existe entre Enron, Kyoto, el tratado ABM o el 0,7%, y el hecho de que en Cuba no existe un sistema democrático, se persigue cualquier opinión alternativa y todas las libertades ciudadanas están sujetas a los omnímodos dictados de un solo ciudadano? Ninguna. Se trata, simplemente, de esquivar la mirada crítica de la comunidad internacional dirigiéndola hacia otra parte. Y el subterfugio es el de costumbre: “los asuntos internos del país” y la “autodeterminación”, que han servido de coartada y cortina a las dictaduras de cualquier signo.

Cuando Pérez Roque se pregunta: “¿Por qué no luchar por la democracia no sólo dentro de los países, sino en las relaciones entre los países?”. Yo respondería: “¿Por qué no luchar por la democracia dentro de los países, y también en las relaciones entre los países?”. Y asegura que “Nos opondremos con todas nuestras fuerzas al intento de singularizar a Cuba”. Pero reivindica la singularidad de Cuba: una presunta “democracia participativa” que incluye al dictador más veterano del planeta, un anti capitalismo presuntamente feroz que nadie comparte, y un desprecio total por la voluntad de su pueblo, afín a los peores gobernantes del planeta.

¿Vale la pena entonces que Cuba se sumerja en una batalla anual por evitar la condena? Según el propio canciller cubano, no. Para él “No existe el país con la autoridad moral para proponer una condena contra Cuba”. Añadiendo que quienes le condenan no lo hacen “por supuestas convicciones democráticas o compromiso con la defensa de los derechos humanos”, sino “por falta de valor para enfrentar las presiones de Estados Unidos, y esa traición no podría merecer otra cosa que nuestro desprecio”. La explicación de tanta seguridad es que Cuba constituye la luz y guía “para miles de millones de hombres y mujeres de América Latina, África, Asia y Oceanía”. Siendo así, una condena sería casi un mérito. Y poniendo a Fidel Castro —hijo de Jehová Marx— en el lugar de Cristo, llega a exclamar: “Confiamos en que no aparezca ahora un Judas en Latinoamérica”.

Pero el juego es más complejo. En caso de no ser sancionado, el gobierno cubano blasonará ante la comunidad internacional, y ofrecerá argumentos a sus (aún) seguidores en el mundo. En caso de perder, alimentará la teoría del victimismo que con tanta habilidad ha empleado durante casi medio siglo.

¿Vale la pena hacer esfuerzos porque se apruebe la moción de condena? Decididamente, sí. En primer lugar, porque es una condena moral, no una sanción económica cuyas consecuencias recaerían en el pueblo cubano y no en sus gobernantes. Y existe otra razón: Por vocación doctrinaria, romanticismo trasnochado, intereses viles, antiyanquismo acérrimo o pura ingenuidad, todavía existen millones de personas en el planeta, gobiernos incluso, que perdonan al señor Fidel Castro lo que han censurado a otros dictadores. De ese modo, el largo drama del pueblo cubano despierta menos simpatías y comprensión que el de otros. Así, la reiteración de la condena es, cuando menos, un dato que incitará a pensar a gobiernos y personas que aún miran hacia Cuba a través de un prisma erróneo si la realidad imaginada coincide con la realidad que padecen diariamente once millones de cubanos.

No se condena a Cuba en las Naciones Unidas. Se condena al gobierno cubano. Y condenar al gobierno es un modo de salvar a Cuba.

“Ginebra una vez más”; en: Cubaencuentro, Madrid, 4 de abril, 2002. http://arch.cubaencuentro.com/internacional/2002/04/04/7155.html.





Kabul en cubano

4 03 2002

Si algo ha reportado al pueblo cubano los últimos cuarenta años de su historia es un cosmopolitismo nunca visto entre las carabelas de Cristóbal Colón y las barbas de Fidel Castro.

Durante más de cuatro siglos, a Cuba llegaron españoles, sirios, chinos, yucatecos deportados, africanos encadenados en las bodegas de los buques negreros, polacos que no consiguieron el visado hacia el norte, horticultores japoneses, braceros haitianos, un pueblo entero de norteamericanos y hasta una colonia sueca asentada en Guantánamo. Pero, salvo excepciones o fuerza mayor, los cubanos permanecían.

Desde 1959, dos millones de insulares pasaron a tierra firme, o a otras islas más promisorias. Hoy es posible encontrar una pediatra cubana ejerciendo en Mozambique, un marino mercante de camellero en Arabia Saudí, o un poeta que compone haikús antillanos en Tokio. Un cubano dirige la orquesta sinfónica de Córdoba, y otro se ocupa de la política exterior norteamericana hacia América Latina.

Durante estos cuarenta años ha habido leñadores cubanos en Siberia, soldados en la sedienta Etiopía y la pluvial selva angolana. Miles de compatriotas han estudiado en ruso, en checo, en rumano, en húngaro, y la Isla se ha poblado de Yordankas de la Caridad, Mijaíles Pérez y Boris González. No ha habido guerrilla o grupo subversivo que no haya contado al menos con un asesor cubano.

Cuando Alemania Federal absorbió a la antigua RDA, de paso se anexó a miles de cubanos que estudiaban ingeniería o accionaban tornos y fresadoras en Berlín. Con la ubicuidad de las cucarachas, y su proverbial resistencia a todos los ecosistemas, hay cubanos desde Helsinski a Ushuaia, de Australia a Ottawa. En los desiertos y la taigá hay cubanos. Incluso la segunda ciudad cubana no está en Cuba.

Reconstruir la geografía nuestra durante la segunda mitad de siglo XX es labor ingente que algún día tendrá su tesis de doctorado. Confiemos que el cubanógrafo sea paciente y prolijo en su tarea. Sólo por Angola pasaron 300.000 habitantes de la Isla, y no pocos quedaron allí. Masivos contingentes alfabetizaron en Nicaragua, o pelearon en el bando del innombrable Megistu Haile Mariam, mientras en el bando contrario, en Somalia, los asesores militares cubanos, que no recibieron el pitazo a tiempo, eran confinados en prisión. Ambos ejércitos pelearon con idéntico fervor, idénticos asesores e idénticas armas rusas. Ironías del destino. Pero no la única.

En Angola, soldados cubanos tenían como misión custodiar una refinería norteamericana donde trabajaban varios técnicos cubanos procedentes de Miami. Y el cubano-argentino Ernesto Guevara, fue capturado por un oficial cubano de la CIA. Cubanos eran los escoltas de Salvador Allende en La Moneda. Y cubanos los plomeros de Watergate que provocaron el mayor escándalo y la más estrepitosa caída presidencial en la historia de Estados Unidos.

Para ser apenas 13 millones, contando el cubanaje concentrado y disperso, hacemos bastante ruido. Aunque lo del ruido es algo que cualquier turista aprecia a simple oído en las calles de La Habana.

Pocos cubanos sabían en 1959 dónde quedaba Kabul. Y pocos más lo sabían durante los 70, aunque la invasión rusa a Afganistán extendiera nuestras nociones de geografía. Quienes sí sabían exactamente dónde quedaba Kabul eran un puñado de profesores de letras, como recuerda ahora, con acento de Guanabacoa, Mohamed Kabir Nezami, profesor del Departamento de Lengua y Literatura Española de la Universidad de Kabul, que se dispone a iniciar su primer curso post-talibán en marzo próximo, sin que aún se haya matriculado ningún alumno Aunque a Mohamed casi se le ha olvidado el español de tanto hablarlo con nadie.

Durante un decenio, los profesores cubanos sostuvieron el departamento de Español en la universidad afgana, como puede comprobarse por los libros que sobrevivieron a la quema fundamentalista (apenas un 20% de los fondos originales): un Quijote editado en 1960 y con sello de la Universidad de La Habana, las Obras Completas de Martí, discursos de Fidel Castro, la poesía de Nicolás Guillén, una biografía de Camilo Cienfuegos y manuales de literatura española y cubana editados en la Isla.

Durante la era soviética en Kabul, y desde que Cuba fundara en 1979 el centro de enseñanza de español, se graduaban anualmente diez o doce alumnos, y cinco profesores impartían los cursos. Alumnos afganos recibieron becas para estudiar en la Isla, y varios profesores cubanos mudaron sus cátedras de las Antillas al Asia Central.

Al parecer, la Operación Kabul tenía como propósito crear un centro donde acudieran a aprender español alumnos de toda Asia, repartir becas para estudiar en Cuba, y acercar a Afganistán hacia la órbita de los No Alineados, movimiento en que el señor Fidel Castro invirtió sustanciosos haberes políticos. La retirada rusa en 1989 condicionó la irremediable retirada cubana y el declive de la institución, que graduó su último alumno en 1995.

Salvo criar yaks en el Himalaya o cazar focas en Groenlandia, no se me ocurre nada más alejado de la realidad antillana que impartir clases en Kabul. Raros intercambios que nos ha deparado la segunda mitad del siglo XX. Y eso que por entonces ignorábamos que con el correr del tiempo, una importante delegación de afganos nos devolvería la visita, por cortesía del U.S. Army, y aprenderían a cantar en inglés las estrofas de “La Guantanamera”.

Kabul en cubano”; en: Cubaencuentro, Madrid, 4 de marzo, 2002. http://www.cubaencuentro.com/sociedad/2002/03/04/6587.html.

 

 





Inocencia

27 02 2002

Además de caceroladas, terroristas, desastres climatológicos y otros ruidos, circula hoy en la red el artículo “Úselo y tírelo”, de Eduardo Galeano. En él se desglosan todas las iniquidades, injusticias y males endémicos de nuestro tiempo. La enorme diferencia entre el norte y el sur. Los niños excluibles del Tercer Mundo. Las cosas desechables del norte y las personas desechables del sur. El mercado que ofrece pero no regala, invitando al pobre a delinquir para hacerse con la pacotilla virtual que sale a borbotones de la tele. Denuncia la exportación de residuos contaminantes del norte al sur, mientras el norte regula con rigor la mierda que viaje en dirección contraria. Clama contra el agotamiento de los recursos y la desenfrenada carrera del consumo. Y se pregunta por qué hay exceso de población en Brasil (17 habitantes por kilómetros cuadrado) o Colombia (29), y no en Holanda, donde los 400 habitantes por kilómetros cuadrado comen todos los días, e incluso varias veces.

El artículo concluye en tono de fábula, que tan bien se le da a Galeano, contando cómo el hombre y la mujer se crearon a si mismos con los restos que le sobraron a Dios mientras iba fabricando el sol, la luna y las estrellas. De modo que somos seres de desecho, aunque no todos, claro.

Desgranar los males e injusticias del planeta es cosa fácil. Basta mirar alrededor. Hay material de sobra para varias toneladas de discursos, canciones-protesta y ensayos-protesta. La cosa se complica un poco más cuando se trata de explicar por qué. Y se complica mucho más cuando se intenta ofrecer soluciones.

La ventaja de la denuncia a secas es que es irrefutable. Las estadísticas del planeta son incontestables. Las cifras de malnutrición, analfabetismo, ingreso per cápita, criminalidad, esperanza de vida y enfermedades evitables asolando pueblos enteros, constituyen la contabilidad de la desdicha humana. Y las demostraciones matemáticas son bastante inmunes a la pirotecnia verbal.

En un memorable libro, que la mayoría leímos en su día, “Las venas abiertas de América Latina”, Galeano intentaba explicar los padecimientos al sur del Río Bravo mediante numerosas historias que al cabo componían una moraleja: todos nuestros males dimanan de la perversidad colonial y neocolonial, sin que a los latinoamericanos nos quepa otra profesión que la de víctimas. No hemos sido hacedores de nuestro destino, sino inocentes destinatarios de los designios que contra nosotros fraguaron, para su propio provecho, las naciones del norte. Una explicación sin dudas muy confortable, y que en parte se atiene a la verdad, lo cual le concede una credibilidad subrayada por cierta propensión de la naturaleza humana: A todos nos resulta cómodo pensar que nuestras desgracias no son obra nuestra. Que no somos culpables. Que una fuerza superior nos ha confinado a los arrabales de la modernidad. También las religiones suelen adiestrar a los fieles en las virtudes de la paciencia, el sufrimiento silencioso y la resignación, con la vaga promesa de una felicidad futurible, de la que nadie ha regresado con pruebas documentales que la confirmen.

“Estamos jodidos, pero somos inocentes”, es la moraleja que dimana de esta fábula. Lamentablemente, eso no explica por qué entre naciones ex-coloniales de la misma metrópoli —Nueva Zelanda y Australia, por un lado, la India por el otro— hay mayores diferencias, por ejemplo, que entre Australia y Gran Bretaña. O por qué ningún argentino, chileno o uruguayo emigra hacia Bolivia. O por qué Haití, la primera nación libre del continente, es también la más pobre. Tampoco explica la fábula qué hacíamos mansamente nosotros, mientras los imperialistas norteños nos imponían la miseria por decreto. Ni por qué lo permitimos. De soslayo apunta Galeano que “en Brasil y en Colombia, un puñado de voraces se queda con todos los panes y peces”, sin tampoco aclarar qué responsabilidad nos ha cabido en permitir que los voraces se adueñaran de nuestro destino. O por qué las numerosas revoluciones emancipadoras del continente, siempre en nombre de los oprimidos, han terminado aupando al poder a dictadores y ladrones, quienes han hecho de la corrupción una institución más inmanente que el código penal y la constitución republicana.

Se clama contra el norte pérfido y voraz, olvidando al norte laborioso. Se explica la riqueza septentrional por el saqueo, olvidando qué dosis corresponde a las maquiladoras inglesas de la revolución industrial, donde millones de británicos que aún no hacían turismo de bajo presupuesto en vuelos charter caían derrengados tras 14 horas de jornada. Y si no, pregúntenle a Federico Engels, que subvencionó El Capital con la plusvalía de sus fábricas. La amnesia histórica prefiere pasar de puntillas sobre las diferencias curriculares entre el dios protestante, que hacía del trabajo virtud, y el dios católico de los señoritos peninsulares, que preferían la mendicidad y la picaresca, el sablazo y el truco, antes que sudar la camisa, oficio de villanos. Y de España heredamos mucho más que el idioma.

En contraste con esa amnesia selectiva, se remontan nuestros males a los minuciosos avatares de la conquista y colonización. El señor Fidel Castro ha afirmado que estaríamos mejor si no nos hubieran descubierto. Nueva amnesia: el ejercicio de despotismo que los imperios azteca, maya e inca ejercieron con fervor sobre sus súbditos y sobre los pueblos conquistados no desmerecía para nada las bestialidades cometidas por los europeos. Claro que de no ser por Don Cristóbal Colón, el gallego Ramón Castro habría muerto en su aldea, y su hijo sería hoy, quizás, secretario de Don Fraga Iribarne, o viceversa. Pobre Galicia entonando su morriña a golpes de gaita en el Finisterre.

Claro que todo este ejercicio exculpatorio tiene un fin: exigir a las naciones desarrolladas la cooperación masiva al Tercer Mundo, hasta conseguir la paridad. Al respecto, vayamos por partes:

Primero: No hay dudas de que existe una deuda histórica del norte hacia el sur, cuyo cumplimiento nos es dado reclamar. Segundo: En un mundo globalizado y totalmente interactivo, la prosperidad y estabilidad del norte no puede ser ajena a las desdichas del sur, aunque sólo sea por su propio interés, y por el hecho de que resulta imposible, incluso para el ciudadano más septentrional y próspero del planeta, librarse de las consecuencias económicas, poblacionales y ecológicas que dimanan de la miseria y la inestabilidad que asola a nuestros pueblos. De talarse el Mato Grosso, se asfixiarían por igual los miskitos y los lapones. De modo que es interés de todos los seres humanos la consecución de un equilibrio global.

Ahora bien, si nosotros mismos no demostramos ser capaces de invertir adecuadamente esa cooperación; si persistimos en la inocencia (por no decir la indolencia) frente a nuestro propio destino; si admitimos la existencia de una clase política que cuando no está demasiado ocupada en saquear la patria, entona discursos en su nombre; si aceptamos como parte del folklor la picaresca, la corrupción y el truco; si admitimos como destino manifiesto que nuestra naturaleza es ser simpáticos gozadores de la vida, no aburridos currantes a tiempo completo; desestimularemos toda cooperación.

Una cooperación que deberemos merecer. No se trata de exigir por decreto al contribuyente catalán, quien no aparta la mirada del torno durante ocho horas seguidas, que una parte sustancial de sus impuestos no recaerán en la escuela de sus hijos o en el hospital donde se operará mañana, y todo porque su tatarabuelo Valeriano Weyler fue un hijo de puta. No lo consolará que a cambio le enseñemos a bailar correctamente el merengue.

La solución ofrecida por el señor Fidel Castro, amigo de Galeano, es obligar al norte a convertir sus gastos militares en ayuda al sur. Algo tan hermoso como convertir los cuarteles en escuelas, un slogan de 1959 que terminó en el reciclaje de cinco o seis campamentos militares en centros educativos emblemáticos, tras lo cual se construyeron doscientas nuevas bases militares. Si la propuesta no viniera del país mejor armado de América Latina, habría que tomarla en cuenta; aunque si algo no explica FC es cómo desmilitarizar el norte, mientras el sur sigue siendo el primer consumidor de fusiles. De nuevo es fácil ofrecer una receta hermosa pero impracticable; mientras de algún modo misterioso se consigue que en la propia patria, 114.000 kilómetros cuadrados de tierras fértiles sean incapaces de saciar el hambre de 11 millones de personas; o que 30 años de subvención torrencial se hayan ido por el tragante. Malos precedentes para los presuntos cooperantes.

Foros, reuniones, discursos de una izquierda que vindica nuestro derecho a la felicidad, claman contra la injusta globalización al servicio del mercado; contra el ALCA, que supuestamente constituye la última fórmula de anexión de Latinoamérica a Estados Unidos —aprobada por todos los presidentes electos de Latinoamética, incluso Chávez, de donde se desprende que presidentes y electores arden de ansias anexionistas—, pero ningún foro reflexiona sobre el papel que los latinoamericanos hemos desempeñado en la construcción de nuestro propio destino. Y resulta sorprendente. La izquierda que nos protege del lobo feroz, al mismo tiempo nos tilda de estúpidos, minusválidos mentales y pusilánimes, soportando en silencio medio milenio de injusticias. Francamente, prefiero no ser tan inocente si a cambio puedo ser menos estúpido. Prefiero conocer mis culpas. Sería el primer paso para remediarlas.

Inocencia”; en: Cubaencuentro, Madrid, 27 de febrero, 2002. http://www.cubaencuentro.com/internacional/2002/02/27/6517.html.

 





Solidarios

18 02 2002

La solidaridad está de moda.

La más reciente generación de europeos, crecida al amparo del “Estado del bienestar”, es, a un tiempo, hedonista y generosa. Ninguna generación anterior disfrutó con tanto fervor del subsidio paterno, ni dispuso de tantos bienes. Ninguna generación anterior ejerció en tal proporción la solidaridad (voluntariado en ONG que actúan en el Tercer Mundo, acción social, campañas de ayuda, etc.). El hecho de que no tengan que luchar por su supervivencia apenas rebasada la adolescencia, y que dispongan de una red de seguridad familiar, no disminuye el mérito, aunque en buena medida lo hace posible.

Salvo algún ciclón eventual, Cuba no entra en las prioridades: las tragedias de Goma o Kabul, la desdichada racha de cataclismos que asola Centroamérica, los polos de la miseria absoluta, en especial la del Africa subsahariana y los pueblos indígenas (casi digo indigentes) de América Latina, acaparan una buena parte de la atención solidaria.

No obstante, en diferentes países persisten y actúan, bajo preceptos humanitarios, políticos, nostálgicos o todo junto en diferentes dosis, asociaciones y grupos de solidaridad con Cuba.

En Alemania es posible encontrar decenas de esos grupos, cuyo único factor común es la palabra Cuba, dado que para cada uno la amistad y la solidaridad constituyen productos diferentes. Adquirir un tractor para una cooperativa, enviar material escolar, reunir medicinas, o convocar actos, conferencias y verbenas políticas en beneficio del gobierno cubano, y no de los gobernados, quienes necesitan más penicilina y cuadernos que palabras. Si algo no ha faltado a los cubanos en cuatro décadas son palabras.

Entre esos grupos los hay irrestrictos, sin condicionamientos, cuyo único principio rector es paliar las dificultades de un pueblo que ha demostrado, durante tres decenios, su alto sentido de la solidaridad. Con demasiada frecuencia, por decreto, lo que tampoco resta mérito al pueblo que ha dado incluso lo que no tiene.

Los hay oficialistas, que acatan sin disidencia los postulados del gobierno cubano, mudanzas incluidas. Los hay que no dialogan con quienes sustentan el discurso oficial del gobierno cubano, y quienes todo lo contrario. Algo similar ocurre en casi todos los países.

Infomed, Comité de Defesa da Revoluçao Cubana, Amigos del Che, Medicuba, Cubasí, Netzwerk Cuba, Association Suisse-Cuba, Askapena, Asociación de Amistad Hispano-Cubana Bartolomé de las Casas, y cientos de asociaciones más.

Un amplio espectro de posiciones que merecen todo el respeto a la diversidad. El respeto a su derecho a constituirse en alternativa a las políticas oficiales de sus países. Aunque, curiosamente, ellos mismos, en su inmensa mayoría, apoyan a un gobierno cuya tolerancia de lo alternativo no va más allá del mismo perro con el mismo collar.

La propia existencia de todos estos grupos invita a reflexionar sobre el sentido de la solidaridad. ¿Es un producto ideológico, condicionado por el cumplimiento de ciertas devociones y normativas? ¿Es la socialización de ese sentimiento universal e íntimo que es la amistad? ¿Es el cumplimiento del deber como ciudadano, no de una comunidad o una nación, sino de un planeta? ¿O es acaso una herramienta más del discurso político, que al seleccionar (o no) a sus destinatarios, pone en práctica sus propios designios?

Quizás todo eso es la solidaridad hoy, dependiendo de quiénes y cómo la practiquen. Estados Unidos es, por ejemplo, solidario con Israel. La Venezuela de Chávez es solidaria con Cuba. Cuba es, a su vez, solidaria de todo aquel que se enfrente a Estados Unidos, no importa cómo ni por qué.

Me parece excelente que ciudadanos alemanes, españoles o suecos permitan que un niño cubano disponga de cuadernos y lápices, que un enfermo reciba los medicamentos necesarios, o que la cooperativa estrene tractor Ciertamente, el pueblo cubano necesita esas ayudas y, más aún, las merece. Pero harían bien los grupos de solidaridad con Cuba en preguntarse por qué, tras 40 años de “economía socialista planificada”, tras 40 años de incesantes éxitos, si damos crédito al diario Granma, tras 30 años de subvención ininterrumpida, el país conducido por la clase política más experimentada del planeta (40 años es un período presidencial bastante largo), necesita jabones, lápices, arroz, penicilina. Preguntarse por qué dos millones de cubanos han optado por el exilio. Por qué Cuba cuenta con una de las mayores poblaciones penales por habitante del planeta. O por qué un gobierno que dispone del monopolio de los medios de difusión y es el patrón de casi todos los trabajadores de la Isla, teme tanto a cualquier discurso alternativo, reprime, silencia, encarcela, y llega incluso a violar su propia constitución al perseguir una iniciativa plenamente constitucional, el Proyecto Varela. Harían bien en preguntarse qué significa la frase “solidaridad con Cuba”. ¿Solidaridad con el pueblo cubano o con sus mandatarios? ¿Con los indios o con el cacique? De la interpretación que se de a la frase, depende que la solidaridad con uno equivalga a la insolidaridad con muchos. Y viceversa.

Puede que ello ponga en entredicho la validez de un empecinado discurso preestablecido por cierta zona de la izquierda. Un discurso que en pleno siglo XXI no se atrevería a negar a sus electores los principios democráticos o las elementales libertades y derechos humanos; aceptando sin repugnancia, en cambio, que los cubanos hayan sido despojados de ellos. Quizás en el fondo de sus conciencias anide la idea de que no otra cosa merecen los nativos de esas naciones bárbaras. Sin una mano firme y paternal que los conduzca, se precipitarían al caos y la anarquía. Europa es otra cosa. De modo que también el comunismo tiene primera clase y vagones de ganado.

Creo en la solidaridad, en la reparación de esa deuda universal que el Hombre tiene con el Hombre. Y creo también que la solidaridad tiene que ser lo suficientemente sabia como para garantizar que su destino no se tuerza; pero cuando condiciona (y hasta coacciona), pierde una gran faceta de su naturaleza: la amistad no puede ser un instrumento. La generosidad no puede ser un arma. Ya sobran megatones.

Solidarios”; en: Cubaencuentro, Madrid, 18 de febrero, 2002. http://www.cubaencuentro.com/internacional/2002/02/18/6379.html.

 





América somos nosotros

7 02 2002

No asustarse. No se trata de un axhabrupto patriótico a favor de Estados Unidos de América, a la que llamo incorrectamente “América”, para usar el interesado equívoco en cuanto a la denominación de origen, que se ha impuesto por reiteración. Tampoco se trata de una defensa a ultranza del país más poderoso del planeta, dado que la experiencia infantil nos indica que el muchacho más fuerte del barrio no necesita que nadie lo defienda.

Junto a la ola de solidaridad que despertó hacia Estados Unidos la acción terrorista del 11 de septiembre, saltó a los medios (como ocurre con harta frecuencia y sin que medie provocación) un antiamericanismo que en Europa y Latinoamérica es ya parte sustancial del discurso de cierta izquierda. Pero no sólo. Existe también, al menos en España, un discurso nostálgico de ex-potencia imperial degradada a soldado raso. En la satanización de Norteamérica encuentra un argumento cómodo para eludir la propia responsabilidad en el ejercicio de humillación nacional que significó 1898.

Las críticas y acusaciones que ahora mismo suscita el tratamiento a los talibanes y terroristas presos en la Base Naval de Guantánamo subrayan lo anterior. Lamentablemente, a veces provienen de quienes en su día fueron más conmovidos por la voladura de los budas, que por la lapidación de las mujeres afganas. Hay quien ha llegado a preguntar por qué los presos no disfrutan de aire acondicionado. Sin ser especialista en prisiones, cualquiera detecta a simple vista que ya quisiera cualquier presidiario del tercer Mundo disponer de ropa limpia, aseo y tres comidas diarias, cocinadas de acuerdo a las preferencias gastronómicas del Islam. Ya quisieran los cubanos que viven más allá (más acá) de la cerca que limita la base.

Los argumentos antinorteamericanos son muchos y surtidos. Se tilda al norteamericano de inculto e infantil desde la vieja Europa. No importa que más tarde lleven a sus hijos a McDonald’s tras pasarse dos horas embelesados ante una colección de efectos espaciales Made in Hollywood.

Se habla de sus índices de delincuencia, su agresividad y los millones de armas de que dispone la población, avaladas por un poderoso lobby. Cosa cierta y peligrosa; tanto como el comportamiento de los hinchas ingleses en los campos de fútbol, la xenofobia practicante de los neonazis alemanes, la narcoguerrilla del secuestro contra reembolso, las multinacionales del delito y de las armas (no pocas veces gubernamentales) y los asaltos a portafolio armado, penados con irrisorias condenas.

Se les tilda de bárbaros por el ejercicio de la pena de muerte, con la que no coincido, simplemente porque no hay revisión de causa. Pero, al mismo tiempo, Europa ha conseguido un sistema penal más ajustado a los derechos humanos de los verdugos, que de las víctimas. No es raro ver en la calle en pocos años a reos de crímenes atroces; o que los torturadores domésticos tengan que llegar al asesinato para conseguir que policías y jueces intervengan. Por no hablar de los delincuentes financieros, quienes adquieren en cuatro o cinco años de confortable retiro carcelario un suculento plan de pensiones para las próximas seis vidas. Claro que eso ocurre en todo el ancho mundo y planetas circundantes.

Suele hablarse también de la prepotencia y el carácter neoimperialista de Estados Unidos. Y no les falta razón. Los latinoamericanos conocemos perfectamente ese injerencismo que ha impuesto y depuesto gobiernos, y ha declarado a la América al sur del Río Grande el cuarto de invitados de la Unión. Y si la acusación parte de Europa, hay que considerarla, porque al viejo continente no le falta experiencia en tales menesteres. Aunque se note un retintín de envidia, como la del anciano que echa en cara sus pecados al adolescente mujeriego.

No obstante todas las razones y sinrazones de esta inquina verbal —que, por otra parte, debe haber asediado a todos los imperios, desde la China intramuros, a Roma o el territorio que recorrían los chasquis— habría que preguntarse antes qué es América y quiénes son los americanos. ¿Serían los cheyennes y sus primos? Ni ellos, asiáticos trashumantes. ¿Son ingleses expatriados que no encontraron sitio en su tierra de origen? ¿Irlandeses hambreados? ¿Italianos por millones, jugándose el futuro a un billete de tercera clase? ¿Coolíes chinos enlazando por ferrocarril los océanos? ¿Judíos librados de llevar una estrella de David en la chaqueta, y convertirse en grasa para jabones o botones de hueso? ¿Balseros cubanos, mojados de Chihuahua, investigadores españoles que a la salida de la universidad sólo encontraron plaza en Burguer King? Son todos. Cubanos con hijos cubanoamericanos y nietos americanos de origen cubano, que bailan salsa very nice.

Todo exilio, toda emigración, es una victoria y una derrota. La derrota de quien fue perseguido o expulsado, de quien no encontró su sitio en el país de origen —excretado, sobrante, prescindible—. La victoria de quien no se conformó con el país que le tocaba, y decidió inventárselo en otra geografía, aunque el precio fuera soñar en un idioma y vivir en otro.

Resulta aleccionador que el país más poderoso del mundo haya sido edificado por los hombres y mujeres excretados hacia un destino incierto por todos los continentes. De donde se deduce que fueron el resultado de una especie de selección natural, sobreviviendo los capaces de balancearse en el trapecio de la soledad, sin seguro de vida ni red de seguridad.

Y observando Europa, comprendemos que América somos todos. O lo seremos.

América es lo que nos sobró y lo que nos faltó.

Los italianos ya no acuden a New York para fundar una pizzería, y los irlandeses regresan a Dublín tras dos semanas en Miami Beach. Pero ahora los europeos rezan de cara a la meca y en francés, son cabezas de turcos en Berlín, amasan rollitos de primavera en Viena, o se encomiendan a Changó antes de trepar al andamio y montar, piedra a piedra, La Sagrada Familia de Barcelona. Ellos también son Europa. También son América.

América no es ya la periferia occidental de Europa. Europa es el barrio oriental de América. Distinto, porque cada barrio tiene su propia arquitectura humana, pero no tan distante.

Si pudiéramos saltar instantáneamente de San Francisco a Helsinski pasando por Lisboa, podríamos disfrutar/padecer la misma canción en 500 discotecas idénticas, y sumergidos en la masa de bailadores de todas las razas, obligada a entenderse por señas para vencer el ruido, difícilmente sabríamos en qué país estamos.

América es un gobierno, un sistema, una economía, un modo de vida, un ejército con pretensiones de policía internacional, y también un mosaico de culturas, razas y lenguas con traducción simultánea al inglés. Es también trescientos millones de americanos con diferentes gradaciones y apellidos: italo, cubano, afro, chinoamericanos. Entre todos han conseguido exportar el american way of life, la tecnología, el marketing, el cine, la moda cotidiana, la música y una imagen estereotipada de América. Si lo han conseguido, es porque el resto del planeta ha accedido a importar. Y porque en nosotros hay mucho de lo malo y lo bueno que hay en ellos. De modo que al tildar de infantiles, elementales y kitsch a los norteamericanos, para más tarde consumir sus infantiladas, estamos aceptando nuestra condición de párvulos de la misma escuela, horteras de idéntica camada. Y olvidamos que América también somos nosotros.

América somos nosotros”; en: Cubaencuentro, Madrid, 7 de febrero, 2002. http://www.cubaencuentro.com/internacional/2002/02/07/6192.html.

 





Muerte a plazos

10 12 2001

Jorge Mynor Alegría Armendáriz tenía 38 años y era periodista de Radio Amatique, una estación de Puerto Barrios, Guatemala, donde conducía el programa Línea Directa, muy crítico hacia las autoridades locales. Amenazado de muerte en varias ocasiones, a fines de agosto pasado denunció que el alcalde de Puerto Barrios, Jorge Mario Chigua, había despedido a 60 empleados municipales. El 5 de septiembre de 2001, informó sobre el levantamiento de la inmunidad parlamentaria de David Pineda, diputado local del Frente Republicano Guatemalteco y antiguo alcalde de la ciudad, procesado por presunta malversación. Jorge Mynor se proponía investigarle a fondo y hacer públicos sus resultados. Pero ese mismo día, frente a su casa, unos desconocidos le asesinaron de seis disparos. A la mañana siguiente, otro periodista del mismo medio, Enrique Aceituno, presentó su dimisión tras recibir reiteradas amenazas, y ante la perspectiva de sufrir la misma jubilación anticipada que su colega. Ni uno ni otro son casos excepcionales: al menos 20 periodistas guatemaltecos han sido amenazados o agredidos en lo que va de año.

En dos meses de guerra en Afganistán, casi una decena de periodistas han muerto. Más bajas que las que, oficialmente, reconoce entre sus tropas el gobierno norteamericano. Asesinados a sangre fría, asaltados para robarles, emboscados y tiroteados, la tarea de informar coloca al reportero de guerra en circunstancias de especial indefensión.

En 1999, 71 periodistas de 19 países fueron asesinados. El récord correspondió a Yugoslavia (22), seguida de Sierra Leona (10), lo cual se explica por la situación bélica de ambas naciones. Colombia, con 7 periodistas asesinados, se mantiene entre los primeros puestos del macabro ranking.

Durante el año 2000, según Reporteros sin Fronteras, fueron 33 los asesinados. Sierra Leona con 3, Rusia y Ucrania con 4 cada una, así como Mangla Des, Colombia, Filipinas, la India y Sri Lanka, con dos periodistas por país, ocupan los primeros puestos. Los datos de la Asociación Mundial de Periódicos (WAN, por sus siglas en inglés), al incluir a periodistas y otros empleados de los medios de comunicación, hace ascender la lista a 53. Según ellos Colombia (10 asesinados) y Rusia (6) siguen siendo los países más peligrosos, donde el ejercicio responsable y veraz de la información puede considerarse un deporte de riesgo. Si bien las cifras de 2000 fueron sensiblemente inferiores a las de 1999, se da una terrible circunstancia: disminuyeron los periodistas muertos en combate y aumentaron los ejecutados para evitar la revelación de noticias escabrosas, o como represalia por haberlo hecho y advertencia al resto de los colegas.

En ninguna de estas listas aparece Cuba. Según ellas, ni un periodista de la Isla ha sido asesinado. Y hasta donde sabemos, es cierto. Relativamente cierto. ¿Por qué? Porque las estadísticas de Reporteros sin Fronteras sólo recogen los asesinatos al contado; no las mutilaciones o las muertes a plazos.

La primera mutilación a un periodista en Cuba se produce en la Facultad, cuando se le extirpa el 90% de la zona beligerante del cerebro, dejándole apenas lo suficiente para criticar a algún administrador descarriado, los dependientes de un comercio o los vendedores ambulantes que intentan sobrevivir en los arrabales del sistema. Claro que con frecuencia las operaciones no tienen éxito, y el periodista sale dispuesto a enfrentarse a la realidad. Tras muchos intentos fallidos, mutilados por el toque de silencio, el periodista puede seguir varios caminos:

1-Automutilarse y ejercer el periodismo manso que se le exige.

2-Redireccionar toda su energía crítica contra el criticable de turno (el imperialismo y alguien más: rusos, chinos, argentinos, etc.) y convertirse en un exitoso periodista orgánico —algo así como un relaciones públicas que redacta—.

3-Abandonar el periodismo y aplicar sus habilidades gramáticas a la redacción de folletos turísticos, por ejemplo.

4-Que lo excluyan del ejercicio oficial de la profesión, tras declararlo inmutilable, y no sujeto, por tanto, a la feliz reeducación de sus habilidades.

Si el periodista ha llegado a este extremo, si se empecina en hacer uso de su integridad crítica, puede emplearse en el periodismo alternativo, en cuyo caso el Estado dicta contra él sentencia de muerte a plazos, con la ventaja añadida de que el reo no aparecerá en las estadísticas de la WAN. El método de ejecución es mucho más sofisticado que la inyección letal o la silla eléctrica.

Como ejemplo, puede servirnos el periodista Raúl Rivero. Tras dar a conocer sus opiniones alternativas, el primer paso fue excluirlo de todas las organizaciones gremiales y declararlo, profesionalmente, “no persona”. Más adelante se le declara “no persona” en sentido general: se le puede acosar, citarlo una y otra vez a la estación de policía, detenerlo, interrogarlo y volverlo a soltar. Si el periodista es invitado a un evento internacional —a México o a Miami en este caso—, las autoridades le niegan el permiso, aunque le reiteran que contaría con una rapidísima autorización en caso de que la salida fuera definitiva. El reo sufre las repetidas amenazas de los oficiales de la Seguridad del Estado, quienes expurgan con cuidado sus artículos publicados fuera de la Isla buscando una frase punible, dada la legislación vigente. No pocos periodistas han dado ya con sus huesos en la cárcel por presunta difamación al Comandante en Jefe.

Recordemos que en Cuba existe la llamada Ley de Protección de la Independencia Nacional y la Economía. Según ella pueden dictarse condenas de hasta 20 años para quienes difundan documentos “subversivos” (eso significa cualquier cosa que no sea obediencia pura). La policía hostiga permanentemente a los periodistas alternativos, de modo que medio centenar se han exiliado, varios cumplen condena y hasta los corresponsales de medios extranjeros destacados en Cuba se encuentran bajo vigilancia.

Las autoridades, por su parte, pueden difamar e insultar al periodista públicamente sin derecho a réplica. «Ellos no te llaman y te dan una paliza. No te dan un tiro ni te caen a patadas. Tratan de desestabilizarte, humillarte, desprestigiarte. Te acusan de ladrón, traficante o, incluso, hacen creer que eres colaborador del gobierno», dijo Rivero recientemente.

Todo ello forma parte de la muerte a plazos: se le priva primero de todo medio oficial de subsistencia, para después investigar si cobra por sus colaboraciones en la prensa internacional. En caso afirmativo, se le acusa de mercachifle de la palabra, algo que puede llevarlo incluso a la cárcel. Si no se le comprueba, los agentes y policías harían bien en pedirle la receta de cómo vivir del aire, o elevando los brazos en el patio para hacer la fotosíntesis, aprovechando el inclemente sol de la Isla. Receta que garantizaría el futuro luminoso de la Isla. Con un fervor digno de mejores empeños, también se persigue si compra en bolsa negra o ejerce el trapicheo de subsistencia, empleando para ello unos parámetros morales que, de aplicarse textualmente a la población cubana, sería más barato enrejar la Isla que construir cárceles para todos.

Pero eso no basta.

La condena no sólo incluye matar el prestigio, la probidad, la estabilidad emocional, matar la honradez del reo a los ojos del público. La condena se extiende a la familia. Blanca Reyes, la esposa de Raúl Rivero, lleva dos años intentando que la autoricen a visitar a su hijo, que reside en Miami. Se le ha negado. Y recientemente la han amenazado “con abrirle un expediente por ‘tráfico ilegal de divisas’. Claro que los mismos agentes volvieron a recomendarle que se fuera del país con Raúl. Esta parte de la condena es quizás la más perversa: acosando a la familia mes tras mes, año tras año, pueden debilitar su unidad, crear fricciones y sembrar la duda: ¿valdrá la pena todo este sufrimiento y este acoso? ¿No estaremos inmolando las únicas vidas que tenemos por un resultado incierto? Y el propio periodista puede verse ante una dolorosa disyuntiva: Hago lo que considero mi deber, pero ¿tengo derecho a imponer una vida de perseguidos a las personas que amo?

Si un buen día el periodista, por cualquier motivo (familiar, personal, profesional) decide aceptar el consejo de sus verdugos y abandonar el país, entonces la muerte a plazos se habrá consumado sin necesidad de manchar las impolutas estadísticas cubanas. Un país donde Jorge Mynor Alegría Armendáriz jamás habría sido asesinado. De haber sido nombrado por el Departamento de Orientación Revolucionaria, el propio director de Radio Amatique se habría encargado de que jamás investigara las actividades de un diputado del único partido, y menos aún que lo diera a conocer en un programa de su cadena. De ser un periodista cubano, Jorge Mynor aún caminaría por este mundo, dormiría con su mujer y conduciría su programa. Lo que no me atrevería a afirmar es que siguiera con vida.

 

Muerte a plazos”; en: Cubaencuentro, Madrid,10 de diciembre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/cultura/2001/12/10/5294.html.





Victoria de la razón

5 12 2001

Por décima vez consecutiva, el embargo norteamericano ha sido condenado por amplia mayoría. Esta vez 167 países votaron a favor de la resolución 56/9, 3 votaron en contra y tres se abstuvieron. “Contundente victoria de Cuba en las Naciones Unidas”, puede leerse en el Diario Granma, ansioso por demostrar, como de costumbre, que el planeta en pleno apoya al gobierno de la Isla. Olvidando que la inmensa mayoría de esos países votó hace no mucho a favor de condenar al gobierno cubano por su sistemática violación de los derechos humanos. En aquel momento la prensa insular tildó a esas mismas naciones de lacayos del Imperio, lamebotas y sobornados. En su esquema maniqueo de las relaciones internacionales, no parecen comprender que existe algo llamado “independencia de criterio”.

De hecho, no se trata de una victoria del gobierno cubano —que ha secuestrado el nombre de Cuba durante medio siglo—, sino de la razón.

En teoría, el embargo tiene como propósito presionar a la Isla para forzar el cambio hacia un Estado de derecho y el respeto a las libertades individuales. Y la razón nos dice que si no lo ha conseguido en 43 años, algo falla. Las únicas dos empresas que han aplicado empecinadamente la misma política durante 43 años, a pesar de su probada ineficacia, son el gobierno cubano y quienes mantienen en Estados Unidos el embargo. En ambos casos se invoca la felicidad de los cubanos. En ambos casos, la felicidad de los cubanos es lo que menos cuenta.

Cuando ya la ineficacia del embargo había quedado sobradamente demostrada, e incluso su utilidad para el gobierno de la Isla, que la emplea como hoja de parra para tapar su ineficiencia, la respuesta norteamericana fue recrudecerlo, al aprobar la Ley Helms-Burton. Una ley que “procura sanciones internacionales contra el Gobierno de Castro en Cuba, planificar el apoyo a un gobierno de transición que conduzca a un gobierno electo democráticamente en la Isla y otros fines». Su presupuesto básico es sancionar y reparar «el robo por ese Gobierno [el de Castro] de propiedades de nacionales de los Estados Unidos», haciendo de ello un instrumento para la democratización de Cuba.

Y será el presidente de Estados Unidos quien determine cuándo existe un gobierno de transición. Dimanar de elecciones libres e imparciales y una clara orientación hacia el mercado, sobre la base del derecho a poseer y disfrutar propiedades, son las condiciones adicionales para que el mismo presidente concluya que se trata de un gobierno elegido democráticamente, momento en que la felicidad reinará en la Isla, ya que el bienestar del pueblo cubano se ha afectado, según la ley, por el deterioro económico y por «la renuencia del régimen a permitir la celebración de elecciones democráticas». La primera razón es obviamente correcta. La segunda, indemostrable. Taiwán, Corea y Chile, por un lado; Haití, Nicaragua y Rusia, por el otro, demuestran que la democracia de las urnas y la democracia del pan no forman un matrimonio indisoluble.

La presunta “amenaza castrista” permite a la ley apelar a la extraterritorialidad y sancionar a terceros países, dado que «El derecho internacional reconoce que una nación puede establecer normas de derecho respecto de toda conducta ocurrida fuera de su territorio que surta o está destinada a surtir un efecto sustancial dentro de su territorio» (sic). [No sólo a entidades y personas que]»trafiquen con propiedades confiscadas reclamadas por nacionales de los Estados Unidos», sino a quienes establezcan con Cuba cualquier comercio en condiciones más favorables que las del mercado; donen, concedan derechos arancelarios preferenciales, condiciones favorables de pago, préstamos, condonación de deudas, etc., etc. Es decir, todo lo que proporcione al Gobierno Cubano «beneficios financieros que mucho necesita (…) por lo cual atenta contra la política exterior que aplican los Estados Unidos». De modo que el planeta Tierra y sus alrededores quedan advertidos: Cualquier acción que contradiga la política exterior norteamericana respecto a Cuba, queda terminantemente prohibida.

El resultado ha sido la posposición indefinida de la aplicación de sus capítulos más drásticos. Helms y Burton no tomaron en cuenta que esas actividades económicas son también beneficiosas para los inversionistas, y como la primera ley del capital es la ganancia, la primera libertad democrática es la libertad de empresa, y el primer deber de un gobierno es defender a sus ciudadanos, y si son empresarios, más aún, la protesta ha sido unánime, consiguiendo de rebote la solidaridad hacia el pueblo cubano (que el gobierno de Fidel Castro monopoliza para su usufructo). En lugar de quedar «aislado el régimen cubano», la ley ha conseguido aislar a Estados Unidos, como se observa en cada votación de la ONU al respecto.

Está claro que Fidel Castro jamás aceptará las decisiones de una corte norteamericana, de modo que no será él quien pague las propiedades que expropió. ¿Quién las pagará entonces? Aunque la Ley Helms-Burton estipula que el presidente de Estados Unidos podrá derogarla una vez se democratice la Isla, las reclamaciones anteriores a esa fecha tendrán que ser satisfechas (incluso la voluntad de satisfacerlas es condición para que el nuevo gobierno sea aceptable); de modo que se da el contrasentido: Una ley dirigida contra Castro sólo afectará al gobierno de transición o al «democráticamente electo» que lo suceda, es decir, el que, al menos teóricamente, propugna la ley. Gobierno que heredará un país arruinado, y una deuda que no contrajo. Si el propósito es fomentar el nacimiento de una democracia precaria, está muy bien pensado.

Con ley o sin ella, si a alguien faltará lo elemental, no será a Fidel Castro, factor que deberíamos tener en cuenta todos los cubanos al pronunciarnos al respecto. Aunque alguno ha afirmado que se trata de «alentar» a los cubanos a «derrocar la dictadura». Una especie de «Sublevación o Muerte» que desde el exilio veremos por televisión.

La oposición cubana al embargo/bloqueo, puede inducir a algunos analistas a pensaren su presunta utilidad. Si observamos con atención, descubriremos que esa oposición es retórica, y que todo intento de distensión ha sido bombardeado desde La Habana, dado que los beneficios económicos del cese del embargo no compensarían la rentabilidad política de su mantenimiento, que permite al señor Fidel Castro mantener un discurso victimista, convocar la solidaridad internacional y justificar el desastre del país.

En 43 años se las ha ingeniado para domar con discursos y represión la miseria de su pueblo. Pero sabe que sería más difícil manejar las consecuencias de una apertura en toda regla, la invasión de turistas, productos y capital norteamericano. Razón por la que hasta hoy ha admitido la inversión extranjera sólo en la medida que le ayuda a paliar los efectos de la crisis y colaborar en su propia supervivencia. Entonces, ¿esas inversiones que el embargo y la Ley Helms-Burton pretenden evitar, contribuyen a apuntalar al gobierno actual? A corto plazo, sí. Pero también alivian la dramática supervivencia de los cubanos que viven en la Isla, cuyo sufrimiento no puede ser la moneda con que se compre una presunta «transición democrática». Y a mediano plazo, cada empresa que se desliza a otro tipo de gestión demuestra la ineficacia de la economía estatal ultracentralizada al uso, y debilita los instrumentos de control del individuo por parte del Estado. Concede al pueblo cubano una percepción más universal, más abierta, y de ahí una mayor noción de sus propios derechos, o de su falta de derechos, en contraste con los que se otorgan al extranjero en su propia tierra; desmitificando el camino trazado desde arriba como el único posible.

Hoy los turistas y los empresarios extranjeros corroen más que cualquier embargo las doctrinarias exhortaciones al sacrificio. La mayoría sospecha que el porvenir no queda hacia delante, por la línea trazada que se pierde más allá del horizonte y cuyo destino es por tanto invisible, sino hacia el lado. Más al alcance de la mano.

Victoria de la razón”; en: Cubaencuentro, Madrid,5 de diciembre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/internacional/2001/12/05/5211.html.

 





Machos

22 11 2001

Cada año las estadísticas nos arrojan pavorosas cifras de mujeres vejadas, maltratadas y, llegado el caso, asesinadas por sus maridos, compañeros, novios, pretendientes y propietarios. Las desfiguran con ácido en Bangla Desh. Les mutilan para siempre el placer en sociedades subsaharianas, para así garantizar la supremacía sexual del macho. Se les lapida por denuncias de adulterio en algunos países del Medio Oriente, al tiempo que la poligamia del varón queda debidamente legislada. Las encerraban los talibanes entre cuatro muros de hogar y cuatro muros de tela, y la evasión se pagaba con un disparo a la cabeza en el stadium, donde los machos asistían al espectáculo. Las mujeres son vendidas, compradas, traficadas, esclavizadas por deudas que siempre crecen exponencialmente. En España, no es raro que si una dama se resiste a aceptar mansamente (como antes), el machismo nuestro de cada día, se le aplique un correctivo radical, incluso in articulo mortis.

Y a precio de saldo: Si una mujer de 40 años, a quien las estadísticas otorgan otros cuarenta, es asesinada; la ley impondrá a su verdugo quince años, de los que cumplirá siete. En suma: cada año de vida de una mujer asesinada, vale apenas 64 días de libertad de su asesino.

En el mejor de los casos, el macho en funciones convierte a la mujer en parte del mobiliario doméstico: bonita, decorativa, insustancial. Sin la potencia del coche, ni el valor añadido de la casa como bien duradero.

Incluso en países donde la paridad entre los sexos es recogida en la legislación vigente, millones de mujeres padecen cada día una prisión domiciliaria que Amnistía Internacional no inspecciona. La única ONG que las atiende es Asesinos Sin Fronteras. Poderosa, a juzgar por la impunidad relativa de que disfrutan sus maltratadores.

Y hablamos de los casos conocidos; pero sólo el 10% se denuncian. Que las mujeres decidan denunciar a sus agresores, que accedan a casas de acogida, se reinserten socialmente y obtengan una independencia económica que es condición indispensable para las demás, son el tratamiento postraumático para una enfermedad social que ya alcanza niveles de epidemia. Milenios de machismo se rebelan contra la idea de que la igualdad no es un mero slogan.

Claro que según algunos jueces italianos (todos hombres), una mujer que vestía blue jeans iba provocando, por lo que tuvo que consentir la violencia del macho y es, por tanto, culpable de lesa complicidad. Al parecer, tendría que cambiar el jean por el burka para impermeabilizar su honra en la versión de esos jueces italianos.

Y aunque Occidente ha cerrado filas contra los talibanes, no por haber institucionalizado el maltrato a la mujer, sino por su apoyo al terrorismo; habrá en nuestras sociedades muchos hombres que, en su fuero interno, suspiren de envidia por ese lugar donde las mujeres han sido confinadas al sitio que les corresponde.

Enfermedades que parecían inmanentes, han sido erradicadas. Contra otras nos inmunizamos desde la infancia. ¿Existirá alguna vacuna social que prevenga esta violencia oscura? ¿Realiza la sociedad un verdadero esfuerzo para comprender sus causas y erradicar el humus de frustración y modelos machistas del triunfador —si la mujer es quien triunfa, matarla a golpes es siempre un remedio definitivo—, que en mortal combinación nos ofrece la realidad, sumados a la ración de violencia cotidiana que tragamos sin rechistar en la tele? ¿O deberemos asumir como fatalismo histórico que la violencia es condición sine qua nonpara el florecimiento de nuestro mundo?

Dudo que alguna vez erradiquemos esa violencia doméstica si, al mismo tiempo, no erradicamos la violencia global en esa casa grande que es el planeta.

No encuentro mayores diferencias entre ese macho hogareño que no acepta la menor violación de su territorio, so pena de una paliza, y el supermacho que desde su sillón presidencial asesta palizas de cañonazos a los débiles (léase hembras) que se pasan de la raya, o cárcel y escarnio a los disidentes que se atreven a levantar la voz al SuperMacho en Jefe. Por no hablar del machismo financiero, ése que viola sistemáticamente los derechos más elementales de las tres cuartas partes de la humanidad (¿será la parte hembra?) y los condena a morir de la peor paliza, que es el hambre. La única diferencia entre ese machito domiciliario y los machos del poder y las finanzas (así sean, anatómicamente, hembras(, la única diferencia entre esas violencias, es de orden cuantitativo: unos disponen de sus puños, un cuchillo o una pistola; otros, de cazabombarderos, lásers, bolsas de valores, cuerpos represivos y demás armamento pesado.

Una cualidad de todos esos machos domésticos es que piensan (si piensan) y hablan en nombre de sus hembras. Ellos deciden, y a la mujer corresponde el papel de quórum, aunque no es formalmente imprescindible. Si el macho decide, seguramente a la hembra le tocará hacer los ajustes necesarios para que se cumpla su dictamen.

En el orden internacional, un país macho puede darse el lujo de menospreciar sin temor una resolución de la ONU; contaminar sin reparo y que otros limpien el planeta; aplastar sin contemplaciones el secesionismo de alguna díscola provincia; o mantener con total impunidad la ocupación de una nación ajena, con el pretexto de que la está civilizando —el machito doméstico llama a eso “enseñarla a respetar y comportarse correctamente”—.

Los países hembras, por su parte, deberán clamar justicia en las instituciones internacionales; rendir pleitesía a los poderes fácticos y machos de este mundo; atender con cuidado las instrucciones de los varones financieros, y atenerse a las consecuencias en caso de que se atrevan a desordenar la casa planetaria y armar pendencia.

La política interna tampoco se salva: sobran casos de gobiernos consensuados, dialogantes, más dados a seducir y pactar que a dar órdenes, gobiernos hembras diríase. Tan pronto alcanzan la mayoría absoluta, se convierten en gobiernos machos y pueden al fin exclamar: Aquí mando yo, carajo. En el mejor de los casos: el macho democráticamente electo.

Claro que el macho autoelegido no está obligado a esas servidumbres femeninas. Su machoría es siempre absoluta.

En Cuba asistimos hoy a un evento semejante. El Macho en Jefe acaba de decidir que, aun en el estado lamentable de la economía insular, aun destrozada por un huracán que ha dejado sin recursos ni hogar a miles de familias, el país puede permitirse despreciar la oferta de ayuda de Estados Unidos, o la cooperación de las organizaciones internacionales que se tomarían el derecho, eso sí, de evaluar por su cuenta los daños, distribuir la ayuda y fiscalizar que llegue verdaderamente a los más necesitados. Y eso es algo que el Macho en Jefe no puede permitir: que alguien venga a repartir bienes en su casa, y hacerse acreedor del agradecimiento de Su Pueblo Hembra. De modo que al Pueblo Hembra corresponde respetar su decisión, mostrarse agradecido con lo que Él tenga a bien darle, y sufrir en silencio su infortunio, con la conciencia clara de que la dignidad de Su Señor está a salvo. En el imaginario machista (o machista-leninista según el caso), al señor le corresponde monopolizar el orgullo y el uso de la palabra. A la hembra se le otorgan dos derechos: la resignación y el silencio.

En toda la escala del machómetro, desde el amo de casa al presidente, cuando la pelea es entre iguales, la actitud cambia.

Si la novia que lo ha abandonado, y a la que iba dispuesto a demostrar el Teorema del Mariachi (“mía o de nadie”), aparece con un hermano de dos metros y ciento diez kilos, el machito doméstico trocará el cuchillo por la retórica, y hasta terminará concertando un “pacto de hombres” sobre la mesa de negociaciones de algún bar.

Si un machazo internacional se atreve a espiar a otro, y el otro le captura el avión, lo desguaza, lo registra, y se niega terminantemente a devolverlo, no pasa nada. Intercambio de insultos, matonismo retórico, pero ambos saben que el otro sabe que yo sé que tú sabes, ¿comprendes?

De donde se deduce que el macho territorial, intransigente, listo a desenfundar el puño o el misil si va en ello el honor (y se comprueban debidamente las carencias del enemigo), es también un animal gregario. Y eso es, posiblemente, lo más peligroso.

Machos”; en: Cubaencuentro, Madrid,  22 de noviembre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/internacional/2001/11/22/4981.html.