Bye, bye, presidente

12 04 2002

El ya ex-presidente de Venezuela, Hugo Chávez, además de paracaidista y político, era presentador de radio y televisión. Presentador de sí mismo, tal como le había enseñado su amigo y mentor espiritual, el Hablador en Jefe. También aprendió del viejo maestro cómo poner a todas las estaciones de televisión en cadena, para monopolizar con su palabra las orejas de todos los venezolanos. No importaba lo que ocurriera en la calle. La Realidad anidaba en Su Palabra.
Ayer, jueves 11 de abril de 2002, cerca de las 4 de la tarde, el presidente hablaba con un enorme retrato a sus espaldas, desde el que Bolívar lo contemplaba con escepticismo. Hablaba de amor, de su invencible Gobierno y de la concordia nacional, mientras en el centro de la ciudad se escuchaban los disparos de los francotiradores. Escupió sus habituales palabras contra los adversarios políticos, junto a votos de tolerancia, mientras en las inmediaciones del Palacio de Miraflores las armas escupían plomo y una neblina de gases lacrimógenos se adueñaba de la ciudad. Reiteró que era una conjura de los poderosos para derrocarlo. Una oligarquía que al parecer incluye a los trabajadores del petróleo, a los trabajadores agrupados en la mayoritaria Confederación de Trabajadores de Venezuela, a los periodistas independientes, como el fotógrafo Jorge Tortoza, de Diario 2001, que en ese momento caía abatido por un disparo de los Círculos Bolivarianos; o Patricia Poleo, premio de Periodismo Rey de España, quien ha presentado pruebas contundentes sobre la corrupción de algunos generales gracias al Plan Bolívar 2000, programa de obras sociales para el beneficio de los militares. Mientras el presidente hablaba de incorruptibilidad y libertad.
Si las fotos no mienten, una manifestación de entre 150.000 y 500.000 personas avanzando hacia Miraflores, con el propósito de pedir la renuncia del presidente, no puede estar compuesta por oligarcas, ni así alistaran a sus mayordomos y mucamas. Claro que según el diario Granma, fue «una conspiración encabezada por las clases económicamente dominantes, en colusión con los poderosos medios de comunicación a sus servicios y las camarillas políticas corruptas». (No se refiere al Plan Bolívar 2000, por supuesto, ni a los amigos del presidente, aupados a suculentos cargos).
Atizando odios entre clases y sectores, entre unos empresarios y otros, entre distintos estratos del ejército, y entre una parte del pueblo y otra, Chávez consiguió lo que nadie había conseguido: poner de acuerdo a casi todos los medios de prensa, cuya libertad era continuamente «chaveteada». Poner de acuerdo a la patronal y el sindicato. De modo que aunque Granma califique de «paro patronal» al que comenzó el pasado martes y se extendió hasta la caída de Chávez, cualquier hijo de vecino sabe que un paro sin anuencia de los trabajadores es tan prodigioso como el agua seca. Tampoco lo ignora el diario cubano, porque más adelante enuncia que «la ilegal directiva de la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV) y la de la patronal Federación de Cámaras de Comercio (Fedecámaras) organizaron la acción subversiva mientras hablaba a la nación el presidente Hugo Chávez». La ilegal directiva elegida por los ilegales trabajadores subvirtió al legal presidente.
Hablaba a la nación el presidente, mientras los discípulos de las Brigadas de Acción Rápida y del Contingente Blas Roca —varias fuentes apuntan el dato de que agentes enviados por La Habana se encargaron de su entrenamiento en el arte del palo y la cabilla— esperaban a los manifestantes. La espera se convirtió en desesperación cuando comenzaron a disparar. Dispararon los manifestantes contra los chauvistas y la Guardia Nacional, dicen en La Habana. Por suerte tenían tan mala puntería que se mataron entre ellos. Y la imagen de Richard Peñalver, concejal del Cabildo Metropolitano por el partido de Gobierno, disparando desde un puente contra los manifestantes, seguramente fue trucada por la CIA. El resultado: 16 muertos, cien heridos y un presidente desaparecido. Claro que en realidad lo que ocurrió fue que los oligarcas «incitaron a los manifestantes a dirigirse a la sede presidencial, ocasión en que fueron repelidos originándose enfrentamientos» (Granma dixit). Enfrentamiento quiere decir: unos disparaban y otros morían. Y la culpa, por supuesto, no es de quienes disparaban a matar, sino de «dirigentes opositores (que) llamaron a la población a continuar en las calles a pesar del peligro que ello significa». ¿No se dieron cuenta los venezolanos que para no correr peligro lo mejor es quedarse en casa esperando el advenimiento de la Nueva Era, hacer silencio, escuchar Aló Presidente, y no llevarle la contraria a Hugo Chávez? ¿No se percataron de que los francotiradores chavistas apostados en los edificios gubernamentales no eran elementos decorativos? Decididamente, estos venezolanos son temerarios.
La verdadera historia es que, pasadas las 4:00 p.m., los manifestantes que se dirigían hacia la casa de Gobierno fueron detenidos por los gases lacrimógenos lanzados por la Guardia Nacional, que a su vez estableció cordones de seguridad para contener a los chavistas que aguardaban la llegada de los opositores desde muy temprano en la mañana, armados al mejor estilo del Contingente Blas Roca, pero con refuerzos adicionales, como se sabría más tarde. La Policía Metropolitana intentaban contener a ambos bandos. Tras la segunda andanada de gases lacrimógenos, los francotiradores apostados en edificios oficiales, comenzaron a disparar con pistolas, y armas automáticas contra los manifestantes. La Guardia Nacional se replegó, aunque más tarde intentó actuar de nuevo en varios puntos. Los policías metropolitanos, respondieron a las balas con sus armas de reglamento y subametralladoras, e intentaron reducir a los francotiradores apostados en el edificio La Nacional. Entre balas y gases los manifestantes retrocedían. No obstante, los enfrentamientos se sucedieron hasta entrada la noche, cuando ya se rumoreaba el fin del presidente Chávez.
Y por si fuera poco, algo gravísimo sucedió: algo que no deja de subrayar el diario cubano: los medios de comunicación «violaron la ley de Radiodifusión incluso facilitando a los oyentes canales especiales mediante los cuales podían seguir las informaciones exclusivamente sobre los disturbios sin acceso a las palabras de Chávez». Es decir, cientos de miles de venezolanos gritando «que se vaya el loco», entre nubes de gases y balas, no es noticia. La alocución repetitiva del presidente, sí. Nuevamente, la realidad objetiva no tiene ningún valor. Para hacerse realidad aceptable, deberá quedar santificada por las palabras del Máximo Líder. También gritaban los manifestantes: «Chávez, vete para Cuba». Yo que pensaba que éramos pueblos amigos. Jamás se me ocurriría gritar: Fidel, vete para Venezuela.
Lo cierto es que esos gritos y esos disparos, no sus palabras, fueron los que cerraron ayer la «década prodigiosa de Hugo Chávez».
Nacido en 1954, Hugo Chávez se licenció en Ciencias y Artes Militares, rama de Ingeniería, y en 1982 fundó el Movimiento Bolivariano Revolucionario-2000.
Ascendido a teniente coronel y al mando de un regimiento de paracaidistas en 1991, su entrada en la historia ocurre el 4 de febrero de 1992, al fallar su intentona golpista contra el Gobierno de Carlos Andrés Pérez; con 17 soldados muertos y cincuenta heridos como saldo. Chávez enfrentó dos años de prisión y obtuvo la libertad a cambio de abandonar el ejército.
En 1994 fundó el Movimiento V República (MVR), con el que el 6 de diciembre de 1998 arrolló con un 56,2% en las elecciones presidenciales. Tras jurar como presidente en 1999, el 17 de febrero solicitó al Congreso poderes especiales para gobernar, y el 22 de abril, el Parlamento aprobó la Ley Habilitante, que le permitía legislar durante seis meses en materia económica y administrativa sin someterse a la consideración del Congreso.
Sin pérdida de tiempo, el 28 de abril el 88% de los electores aprueba la convocatoria de elecciones para una Asamblea Nacional Constituyente, para la cual serían elegidos en julio 124 chavistas de los 131 miembros. Ya desde entonces algunos ex-chavistas, como Jorge Olavaria, denuncian que Venezuela va camino de la dictadura.
Durante la segunda mitad de 1999, Chávez viajó por Asia y Europa, en busca de nuevos socios comerciales que le independizaran del mercado norteamericano, e hizo pública, en un par de visitas, su cercanía a Fidel Castro —invitado tres veces, a su vez, por su colega Chávez—.
El 15 de diciembre es aprobada en referéndum la nueva Constitución Bolivariana, que entra en vigor de inmediato.
En febrero de 2000 un importante sector del chavismo se desmarca de Chávez, quien ganará el 30 de julio los nuevos comicios presidenciales —para ajustarse a la nueva Carta Magna— con el 59% de los votos, un 22% más que Arias Cárdenas, su principal rival. Los chavistas ya controlan la Asamblea Nacional, las regiones y los municipios.
Durante el verano Chávez tiene el honor de ser el primer mandatario extranjero en visitar a Sadam Hussein y, ya de paso, a Muamar el Gadafi. El 30 de octubre de ese año suscribió con Fidel Castro el Acuerdo de Caracas: la venta de 53.000 barriles diarios de crudo en condiciones especiales a Cuba y otros diez países de Centroamérica y el Caribe.
Una vez asumida la presidencia, que se extendería hasta el 10 de enero de 2007, la Asamblea Nacional le otorgó poderes especiales por un año, que emplea para presentar en septiembre de 2001 su Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social 2001-2007. Pero no es hasta el 13 de noviembre que aprueba por decreto 49 leyes económicas, provocando una oleada de rechazo en amplios sectores, materializada el 10 de diciembre en la huelga convocada por la patronal Fedecámaras, sindicatos, y profesionales. Un 90% de Venezuela se paraliza.
El flamante presidente del G-77, cargo que asumió en la ONU el 11 de enero de 2002, contempló doce días más tarde en Caracas dos multitudinarias manifestaciones: una a su favor y otra en su contra. Y doce días después, el 4 de febrero, celebra con una concentración el décimo aniversario de su fallido Golpe de Estado —también Chávez tiene su Moncada—. Ese día la oposición se viste de luto.
Durante febrero se suceden las declaraciones de altos mandos militares pidiendo la renuncia de Chávez, quien los califica de traidores al servicio de una «conspiración internacional» encabezada por el ex presidente Carlos Andrés Pérez. El doce de febrero, al dictar Chávez la flotación del bolívar, se dispara la inflación. Poco después impone una nueva dirección de allegados a Petróleos Venezolanos, cuya directiva se niega a renunciar a sus cargos, y se declara en huelga a mediados de marzo, tanto en los centros administrativos como en los productivos.
La huelga del 9 de abril —mira qué casualidad, esa fecha ya sonaba a huelga desde los tiempos de Fulgencio Batista—, de carácter indefinido, concluyó la década prodigiosa de Hugo Chávez a la 1:00 a.m. del 12 de abril de 2002.
Los militares que solicitaron su renuncia, en un gesto inusual, pusieron sus cargos a disposición del Gobierno de transición que abrirá el camino a la era post-Chávez en Venezuela. El mandatario depuesto solicitó exiliarse en Cuba, pero será bolivarianamente retenido en Fuente Tiuna, hasta tanto no se investiguen presuntas irregularidades durante su Gobierno.
Confiemos que estos tres años de populismo desenfrenado, además de reforzar la capacidad de acción de la sociedad civil venezolana, haya servido al país para cobrar conciencia de que los viejos esquemas de politiquería y corrupción, monoproducción y dependencia, abismales diferencias sociales, marginación y pobreza, son el mejor caldo de cultivo para los Chávez y los peores presagios para el porvenir. Fueron esas dramáticas contradicciones de la sociedad venezolana, el hartazgo de corruptelas y politiqueo, las que favorecieron la vertiginosa ascensión de Chávez y los poderes extraordinarios que le fueron concedidos. Para su mal, su advenimiento sobrevino en una época de dictaduras en extinción, y tras el fin de la Guerra Fría, que en su ajedrez global de la geopolítica aceptaba con placer peones de cualquier catadura rebanados al bando contrario. Para su mal, el mundo del siglo XXI ya no es el de mediados del XX, cuando la Unión Soviética estrenaba sputniks. Tanto ha cambiado el mundo, que al golpista frustrado no le quedó otra que jugar con las leyes democráticas y enfrentarse a una sociedad civil consciente de sus propios derechos. Tampoco Chávez es Fidel Castro. No todo son condiciones objetivas. También hay una dosis de suerte.
Posiblemente a esta hora, su mentor cubano, frente a los últimos reportajes de la CNN, contemple la caída de ese clon suyo que le salió mal editado en la ribera sur del Caribe, y mientras vea cómo se le escapan de la mano 53.000 barriles diarios de petróleo, masculle desde sus 43 años de experiencia: «Te lo dije, comemierda».


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