América somos nosotros

7 02 2002

No asustarse. No se trata de un axhabrupto patriótico a favor de Estados Unidos de América, a la que llamo incorrectamente “América”, para usar el interesado equívoco en cuanto a la denominación de origen, que se ha impuesto por reiteración. Tampoco se trata de una defensa a ultranza del país más poderoso del planeta, dado que la experiencia infantil nos indica que el muchacho más fuerte del barrio no necesita que nadie lo defienda.

Junto a la ola de solidaridad que despertó hacia Estados Unidos la acción terrorista del 11 de septiembre, saltó a los medios (como ocurre con harta frecuencia y sin que medie provocación) un antiamericanismo que en Europa y Latinoamérica es ya parte sustancial del discurso de cierta izquierda. Pero no sólo. Existe también, al menos en España, un discurso nostálgico de ex-potencia imperial degradada a soldado raso. En la satanización de Norteamérica encuentra un argumento cómodo para eludir la propia responsabilidad en el ejercicio de humillación nacional que significó 1898.

Las críticas y acusaciones que ahora mismo suscita el tratamiento a los talibanes y terroristas presos en la Base Naval de Guantánamo subrayan lo anterior. Lamentablemente, a veces provienen de quienes en su día fueron más conmovidos por la voladura de los budas, que por la lapidación de las mujeres afganas. Hay quien ha llegado a preguntar por qué los presos no disfrutan de aire acondicionado. Sin ser especialista en prisiones, cualquiera detecta a simple vista que ya quisiera cualquier presidiario del tercer Mundo disponer de ropa limpia, aseo y tres comidas diarias, cocinadas de acuerdo a las preferencias gastronómicas del Islam. Ya quisieran los cubanos que viven más allá (más acá) de la cerca que limita la base.

Los argumentos antinorteamericanos son muchos y surtidos. Se tilda al norteamericano de inculto e infantil desde la vieja Europa. No importa que más tarde lleven a sus hijos a McDonald’s tras pasarse dos horas embelesados ante una colección de efectos espaciales Made in Hollywood.

Se habla de sus índices de delincuencia, su agresividad y los millones de armas de que dispone la población, avaladas por un poderoso lobby. Cosa cierta y peligrosa; tanto como el comportamiento de los hinchas ingleses en los campos de fútbol, la xenofobia practicante de los neonazis alemanes, la narcoguerrilla del secuestro contra reembolso, las multinacionales del delito y de las armas (no pocas veces gubernamentales) y los asaltos a portafolio armado, penados con irrisorias condenas.

Se les tilda de bárbaros por el ejercicio de la pena de muerte, con la que no coincido, simplemente porque no hay revisión de causa. Pero, al mismo tiempo, Europa ha conseguido un sistema penal más ajustado a los derechos humanos de los verdugos, que de las víctimas. No es raro ver en la calle en pocos años a reos de crímenes atroces; o que los torturadores domésticos tengan que llegar al asesinato para conseguir que policías y jueces intervengan. Por no hablar de los delincuentes financieros, quienes adquieren en cuatro o cinco años de confortable retiro carcelario un suculento plan de pensiones para las próximas seis vidas. Claro que eso ocurre en todo el ancho mundo y planetas circundantes.

Suele hablarse también de la prepotencia y el carácter neoimperialista de Estados Unidos. Y no les falta razón. Los latinoamericanos conocemos perfectamente ese injerencismo que ha impuesto y depuesto gobiernos, y ha declarado a la América al sur del Río Grande el cuarto de invitados de la Unión. Y si la acusación parte de Europa, hay que considerarla, porque al viejo continente no le falta experiencia en tales menesteres. Aunque se note un retintín de envidia, como la del anciano que echa en cara sus pecados al adolescente mujeriego.

No obstante todas las razones y sinrazones de esta inquina verbal —que, por otra parte, debe haber asediado a todos los imperios, desde la China intramuros, a Roma o el territorio que recorrían los chasquis— habría que preguntarse antes qué es América y quiénes son los americanos. ¿Serían los cheyennes y sus primos? Ni ellos, asiáticos trashumantes. ¿Son ingleses expatriados que no encontraron sitio en su tierra de origen? ¿Irlandeses hambreados? ¿Italianos por millones, jugándose el futuro a un billete de tercera clase? ¿Coolíes chinos enlazando por ferrocarril los océanos? ¿Judíos librados de llevar una estrella de David en la chaqueta, y convertirse en grasa para jabones o botones de hueso? ¿Balseros cubanos, mojados de Chihuahua, investigadores españoles que a la salida de la universidad sólo encontraron plaza en Burguer King? Son todos. Cubanos con hijos cubanoamericanos y nietos americanos de origen cubano, que bailan salsa very nice.

Todo exilio, toda emigración, es una victoria y una derrota. La derrota de quien fue perseguido o expulsado, de quien no encontró su sitio en el país de origen —excretado, sobrante, prescindible—. La victoria de quien no se conformó con el país que le tocaba, y decidió inventárselo en otra geografía, aunque el precio fuera soñar en un idioma y vivir en otro.

Resulta aleccionador que el país más poderoso del mundo haya sido edificado por los hombres y mujeres excretados hacia un destino incierto por todos los continentes. De donde se deduce que fueron el resultado de una especie de selección natural, sobreviviendo los capaces de balancearse en el trapecio de la soledad, sin seguro de vida ni red de seguridad.

Y observando Europa, comprendemos que América somos todos. O lo seremos.

América es lo que nos sobró y lo que nos faltó.

Los italianos ya no acuden a New York para fundar una pizzería, y los irlandeses regresan a Dublín tras dos semanas en Miami Beach. Pero ahora los europeos rezan de cara a la meca y en francés, son cabezas de turcos en Berlín, amasan rollitos de primavera en Viena, o se encomiendan a Changó antes de trepar al andamio y montar, piedra a piedra, La Sagrada Familia de Barcelona. Ellos también son Europa. También son América.

América no es ya la periferia occidental de Europa. Europa es el barrio oriental de América. Distinto, porque cada barrio tiene su propia arquitectura humana, pero no tan distante.

Si pudiéramos saltar instantáneamente de San Francisco a Helsinski pasando por Lisboa, podríamos disfrutar/padecer la misma canción en 500 discotecas idénticas, y sumergidos en la masa de bailadores de todas las razas, obligada a entenderse por señas para vencer el ruido, difícilmente sabríamos en qué país estamos.

América es un gobierno, un sistema, una economía, un modo de vida, un ejército con pretensiones de policía internacional, y también un mosaico de culturas, razas y lenguas con traducción simultánea al inglés. Es también trescientos millones de americanos con diferentes gradaciones y apellidos: italo, cubano, afro, chinoamericanos. Entre todos han conseguido exportar el american way of life, la tecnología, el marketing, el cine, la moda cotidiana, la música y una imagen estereotipada de América. Si lo han conseguido, es porque el resto del planeta ha accedido a importar. Y porque en nosotros hay mucho de lo malo y lo bueno que hay en ellos. De modo que al tildar de infantiles, elementales y kitsch a los norteamericanos, para más tarde consumir sus infantiladas, estamos aceptando nuestra condición de párvulos de la misma escuela, horteras de idéntica camada. Y olvidamos que América también somos nosotros.

América somos nosotros”; en: Cubaencuentro, Madrid, 7 de febrero, 2002. http://www.cubaencuentro.com/internacional/2002/02/07/6192.html.

 





De que talibán, van

9 01 2002

Seguir la prensa cubana del 11 de septiembre a la fecha es todo un curso de posgrado sobre la ambigüedad periodística. Primero, fue la condena al acto, los votos de solidaridad con las víctimas, e incluso la oferta de ayuda médica —más tarde, y con menos razones, el señor Fidel Castro rechazaría la ayuda norteamericana para paliar los efectos del ciclón Michelle—. Con sus peros: la prensa cubana, sin hacer explícita su coincidencia, dio cabida en sus páginas a cuanta opinión, en la prensa internacional, calificara el ataque como respuesta a la “nefasta política imperialista”. En todo caso, siempre podrían argumentar que “yo no lo dije”, e invocar el derecho del pueblo a recibir un amplio espectro de opiniones. Un ejercicio más que escaso en los medios cubanos.

Tras el inicio de la guerra, se llegó a calificar a los talibanes de defensores de la patria afgana. El pueblo, para el lector cubano, se alistaba con entusiasmo bajo las banderas del mulá Omar, para enfrentar la invasión imperialista. Los gobiernos occidentales, Rusia y las ex repúblicas soviéticas, Pakistán, etc. (de China no se habló explícitamente) fueron tildados de comparsas de los invasores yanquis, a los que aguardaba un nuevo Vietnam. No podrían doblegar el patriotismo de los afganos (léase talibanes), contra los que en su día se rompió Rusia los colmillos —en su día no se nos dijo nada al respecto, por cierto—, y les aguardaba una guerra larga y sangrienta. Todo esto dicho con una alegría apenas disimulada.

El lector asiduo de Granma recibía cada día su ración de muertos civiles ocasionados por los bombardeos norteamericanos, de los que invariablemente salían indemnes los combatientes del mulá Omar y de Bin Laden. Incluso el abandono de Kabul fue explicado como una retirada “táctica”, con todas sus fuerzas “intactas”.

Tras dos meses de contienda, el atónito lector cubano recordaría aquella memorable pelea en que el locutor radial describía el opercut del púgil cubano, el jab al mentón, los ganchos machacando al adversario, y cuando la victoria (al menos la descriptiva) estaba al alcance de la mano, el boxeador cubano caía fulminado sobre la lona.

Del mismo modo, a dos meses del inicio de la guerra, los “intactos” talibanes rendían su último reducto, el pueblo afgano recibía aliviado el fin del imperio fundamentalista, y daba vítores a los malvados invasores. Se lograba un precario, pero hasta hace unos meses impensable, gobierno de transición, y el país se aprestaba a recuperar la normalidad arrebatada por veinte años de guerra.

El mulá Omar no murió abrazado a la bandera. Se le vio huyendo montado en una moto. Y el Bin Laden que envió con alegría a sus hombres al paraíso, ha hecho un sospechoso mutis por el foro. Huida que La Habana comenta como la inquietante transformación en una sombra inasible. ¿Será el nuevo fantasma que recorre el mundo, el fantasma del terrorismo?

Aún así, la prensa cubana se adscribe a la tesis de Bin Laden y la periodista Marina Menéndez Quintero comenta que “Estados Unidos ha decretado la guerra y la emprende contra el mundo árabe”. Se informa con contenido alborozo sobre las trifulcas en el reciente gobierno de transición. Y se asegura que a pesar de la recompensa ofrecida por Norteamérica a cambio de los cabecillas, “ningún afgano está dispuesto a entregarlos”. Un chiste que tendría en Afganistán muchísimo éxito.

Dados todos esos antecedentes, no es raro que, aún cuando data de finales de 2001, la noticia de que los terroristas capturados serían confinados en la Base Naval de Guantánamo, los cubanos tuvieran que esperar la llegada de los Reyes Magos para que se les informara, de pasada y sin mayores comentarios, en apenas tres párrafos.

Aunque por ahora sólo hay celdas disponibles para cien, 1.500 personas están trabajando para habilitar espacios seguros que den acogida a unos 2.000 prisioneros en los 115 kilómetros cuadrados de la base, donde viven 2.700 personas, entre civiles, militares y sus familias. El costo será de 60 millones de dólares,

¿Cuál ha sido la reacción de las autoridades cubanas? Primero: el silencio. Y hasta hoy, una escuetísima información, otra forma de silencio, (in)comprensible al tratarse de un asunto que atañe directamente a Cuba, el país donde se dedican infinitas mesas redondas, televisadas para todo el país, sobre la crisis argentina, la guerra afgana o la inmortalidad del cangrejo.

El Nuevo Herald refiere que “la semana pasada, después que varios miembros del parlamento local se opusieron al traslado, voceros del gobierno de la Isla se apresuraron a recordar que aún no hay una posición oficial sobre el asunto y parecieron restarle importancia al tema”. Al parecer ya la hay, porque el senador republicano por Pensilvania, Arlen Specter, luego de su reunión con Fidel Castro, asegura que éste, «como mínimo, no presentaría objeciones» al traslado de prisioneros a Guantánamo.

¿A qué se debe tanto silencio y discreción? Primero, a pesar de su guapería perpetua, Fidel Castro ha visto la barba de su vecino arder (nunca mejor dicho) y tiene la propia en remojo. De modo que prefiere hacerse el ciego, y no emitir comentarios susceptibles de convertirse en bumeranes. Pero hay otras razones: si el talibán y sus compinches han sido investidos subliminarmente por la servicial prensa cubana como patriotas afganos en lucha contra el imperialismo, ¿cómo protestar ahora por su presencia en territorio de la Isla? Y si son los instigadores del atentado que en su día Cuba deploró, ¿cómo protestar por que sean juzgados, cuando Cuba se dice adalid de la lucha contra el terrorismo mundial? De cualquier modo, el ajedrecista consumado de la política que es Fidel Castro, no ha tenido otra que enrocarse y asumir calladito las consecuencias de un antinorteamericanismo tan cerril que le ha arrimado como compañeros de viaje a los sujetos más retrógrados de la historia contemporánea. Tanto, que para ellos todo Occidente es una blasfemia. Fidel Castro incluido.

 

De que talibán, van”; en: Cubaencuentro, Madrid, 9 de enero, 2002. http://www.cubaencuentro.com/sociedad/2002/01/09/5664.html.

 





Ántrax que anochezca

19 10 2001

Remedando a Reinaldo Arenas, este sería el título de la novela epistolar que está publicando por entregas Osama Bin Laden, su organización Al Qaeda, o quien se encuentre tras la invasión de Ántrax que tiene aterrada a la población norteamericana, y en estado de temor latente al resto de Occidente. Ántrax que anochezca en Occidente, y amanezca para el Islam, podría ser el slogan de esta campaña.

Bob Stevens fue la primera víctima. Ya superan la veintena los casos reportados. Y pueden ser muchos más en un plazo relativamente breve.

El bioterrorismo, que hasta el momento ha atacado La Florida, New York y Nevada, nos demuestra lo fácil y económico que resulta perpetrar un ataque cuando se plantea una guerra donde no existe ningún distingo entre militares y civiles, entre culpables e inocentes. Para los bioterroristas, Occidente es culpable, por lo que puede celebrarse como baja enemiga la muerte de un senador, de un soldado, de un periodista o de un niño, siempre que resida en suelo enemigo.

Judith Miller, experta en bioterrorismo y periodista del New York Times, ha restado importancia a este modo barato de “sembrar el terror” empleando algunas esporas y un puñado de talco. Pero precisamente en su facilidad y bajo coste se encuentra su pavoroso potencial: no se requieren sofisticados medios de distribución ni tecnología punta. Bastan algunos sobres y sellos, o dejar caer un bidón de líquido en la presa que abastezca de agua a una población, o reventar un bote de gas en un vagón del metro. Más fácil aún si el terrorista, para llevarse por delante a un centenar de infieles, está dispuesto a viajar directo al paraíso, donde le aguarda una cuadrilla de huríes (sin burka).

Porque en el argot del terrorista no hay víctimas colaterales. Todo Occidente es culpable.

Estados Unidos, en cambio, deberá jugar con otras reglas si no desea incurrir en la misma barbarie que combate. La Casa Blanca ya ha reconocido algunos errores y víctimas colaterales de sus bombardeos. El último, un depósito de Kabul perteneciente a la Cruz Roja. Y antes que acabe la guerra, serán reportados más, con su saldo de afganos inocentes, víctimas por igual de la venganza estadounidense y de la soberbia medieval de los talibanes. Por muy buena vista de que se precien los satélites espías, por muy pavorosamente perfectos que sean los misiles y los bombarderos, siempre habrá un fallo técnico o un error humano que se traduzca en un montón de cadáveres y edificios mutilados.

Al tomar Kabul en 1996, los talibanes cañonearon con saña la ciudad, convirtiéndola en devotas ruinas. Jamás contabilizaron sus víctimas colaterales, quizás porque al enviarlas al cielo con sus obuses bendecidos, les hacían un enorme favor.

Documentos confidenciales redactados por personal de la ONU en Afganistán dan fe de que los talibanes, bajo las órdenes del mulá Muhamed Omar, cometieron 15 matanzas de civiles en el norte y el oeste del país, durante los últimos cuatro años, para imponer su ley. Ciento setenta y ocho personas fueron asesinadas en Yakaolang. Las víctimas han sido preferentemente hazaras, de profesión shií. Entre los asesinos figuran, además de los talibanes, milicianos paquistaníes y activistas de Al Qaeda. Los talibanes negaron los hechos y, según la Oficina de la Alta Comisionada de la ONU para los derechos humanos, Mary Robinson, se negaron a recibir una comisión investigadora. En su retórica, los talibanes tampoco contabilizaron a esos civiles como víctimas colaterales. El mero hecho de no querer someterse mansamente a su ley los convertía en enemigos, no sólo de los mulás y sus estudiantes, sino de la fe.

Tampoco contabilizan, por supuesto, las vidas anuladas, los cadáveres de medio Afganistán que caminan dentro de esas tumbas portátiles, las burkas.

Y ahora mismo, Francesco Luna, portavoz del Programa Alimentario Mundial (PAM) notifica que un convoy de alimentos atravesó sin obstáculos la frontera por Peshawar hacia Kabul. Pero otro convoy, cargado con 475 toneladas de alimentos en 15 camiones, y que debía dirigirse desde Quetta hacia Herat, en el oeste del país, se encuentra detenido. La causa es que los talibanes imponen al convoy un “impuesto” de 32 dólares por tonelada y exigen la garantía de que el trigo no sea norteamericano. Sin ser especialista en lógica islámica, el sentido común se resiste a semejante monstruosidad: quienes dicen defender Afganistán contra el Imperio del Mal, extorsionan a los organismos internacionales que pretenden paliar la hambruna de su propio pueblo. ¿Quién será el culpable de que miles de personas mueran colateralmente de hambre? Desde una lógica aberrante y un total desprecio hacia la vida de sus compatriotas, se entendería que rechazaran la limosna de Occidente. Pero la admiten, siempre que Occidente les pague por ello.

Los talibanes que hasta ayer no aceptaban periodistas occidentales en el país, ahora los invitan a tournées colaterales, mostrando niños heridos, edificaciones civiles derruidas y aportando cifras de muertos imposibles de comprobar, pero que algunos medios dan por buenas.

Si los talibanes han convocado la yihad, que en su interpretación es la cruzada total contra los infieles, bien podrían aplicar este razonamiento al bando contrario, y considerar que para Estados Unidos todo hijo de Alá es un enemigo —una tesis que incorporan a sus soflamas dirigidas al mundo islámico—. Para los talibanes un campesino o un niño bombardeados deberían ser mártires de la fe y no víctimas inocentes. Pero no es así, precisamente porque quienes prescinden de toda limitación moral en sus ataques terroristas, sí toman en cuenta las limitaciones morales del enemigo.

Suponer a los mulás estrictos fundamentalistas dispuestos al martirologio en nombre de su fe empieza a ser un concepto difícil de compaginar con la extorsión, los rejuegos del marketing y la doble moral, el enrolamiento forzoso de fieles ma non tropo, y los indicios de una muy reciente disposición a pactar condiciones para un cese de los ataques (con el propósito, sin dudas, de conservar una suculenta tajada del poder).

No es ocioso airear los “daños colaterales” como consecuencia de los bombardeos. Y Occidente, en consonancia con sus principios, tiene la obligación de minimizar los efectos nocivos de esta guerra sobre los civiles, paliar la hambruna y contribuir mañana a la reconstrucción de ese país. Pero quienes se escandalizan ante una bomba que destruye un depósito de Cruz Roja, también deberán escandalizarse, con el mismo entusiasmo, ante el peor efecto colateral que ha sufrido Afganistán en su historia: la barbarie de los talibanes y sus colaboradores de Al Qaeda, dispuesta ahora a extenderse ántrax que anochezca, y si nadie se lo impide, a todo Occidente.

Antrax que anochezca”; en:El Nuevo Herald, Miami, 31 de octubre, 2001 http://www.miami.com/elnuevoherald/content/opiniones/digdocs/110367.htm.

Ántrax que anochezca”; en: Cubaencuentro, Madrid,  19 de octubre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/internacional/2001/10/19/4377.html.





Demencia cerril

20 09 2001

Desde la declaración inicial de condolencia por las víctimas de los actos terroristas contra Estados Unidos, y la oferta de ayuda humanitaria al vecino del norte, hecha pública por el Señor Fidel Castro, la prensa cubana ha dejado traslucir una suerte de satisfacción contenida. La moraleja de los textos propios y los refritos de la prensa internacional cuidadosamente seleccionados, es que “donde las dan, las toman”. Y que lo sucedido no es sino la inevitable reacción a la acción norteamericana en el mundo. Esta ambigüedad ha oscilado entre el pésame y la revancha, sin precisar una postura diáfana y oficial sobre la inevitable reacción norteamericana a lo que ya se ha calificado como un acto de guerra. Hasta hoy.

Con fecha 19 de septiembre, y bajo el título “No todo está perdido todavía”, el diario Granma publica una declaración oficial del gobierno de la República de Cuba. Tras una fugaz referencia al acto terrorista, se habla de que como consecuencia han resucitado “viejos métodos y doctrinas que están en la raíz misma del terrorismo”, “se escuchan frases” de dirigentes norteamericanos, no oídas, según Granma, “desde los tiempos que precedieron a la Segunda Guerra Mundial”. No hay que ser muy listo para invocar a la Alemania nazi.

Más adelante cuestiona el gobierno cubano si Estados Unidos persigue la justicia o imponer una tiranía universal. Y señala que bien podría abrogarse el derecho de asesinar a cualquiera que estime conveniente en cualquier lugar del mundo, recordando de paso a Patricio Lumumba y los atentados contra el Señor Fidel Castro, investigados por el propio Senado norteamericano. Con lo cual hace una interesante acotación, porque la Asamblea Nacional del Poder Popular jamás sería autorizada a investigar el derribo de la avioneta de Hermanos al Rescate, o el hundimiento del buque 13 de Marzo, por ejemplo.

En un párrafo donde muestran un inusitado pudor, se declara que “Tan grave como el terrorismo, y una de sus formas más execrables, es que un Estado proclame el derecho de matar a discreción en cualquier rincón del mundo sin normas legales, juicios y ni siquiera pruebas. Tal política constituiría un hecho bárbaro e incivilizado, que echaría por tierra todas las normas y bases legales sobre las que puedan construirse la paz y la convivencia entre las naciones”. Un texto que no parece elaborado por el mismo Estado que ha entrenado guerrillas en tres continentes, que da cobijo a terroristas notorios del IRA y de ETA, que manejó durante más de una década los hilos de la subversión latinoamericana, actuó como ejército de ocupación durante la guerra civil angolana, entre otras, y apoya en Colombia a la narcoguerrilla del secuestro. El mismo gobierno que jamás levantó la voz para comentar (no ya condenar) la invasión soviética a Afganistán, que costó cientos de miles de víctimas, ahora se aterra ante la posible invasión norteamericana. Una guerra contra la dictadura talibán, posiblemente el peor enemigo que haya tenido en su larga historia el pueblo afgano (y no han sido pocos), una invasión que aplaudirá media humanidad, empezando por los cinco millones de exiliados afganos.

Otro curioso comentario de la declaración, tras tildar de terrorista y fascista la presunta conducta norteamericana, es que de producirse una respuesta consistente en “asesinar fríamente a otras personas, violar leyes, castigar sin pruebas y negar principios de elemental equidad y justicia para combatir el terrorismo”, se destruiría el prestigio de Estados Unidos. Hay aquí dos elementos novedosos: El primero: un apego muy reciente, diría que de ahora mismo, por el ejercicio de la justicia, la equidad, las pruebas y la vida; en un país donde la lista de fusilados por razones políticas es larga, los abogados defensores parecen compungidos fiscales, la ley se estira o encoge a voluntad, opinar es delito, e incluso puedes caer en chirona por el crimen que vas a cometer mañana, es decir, por peligrosidad. Una perla de la jurisprudencia. La segunda curiosidad: Ahora resulta que los abominables Estados Unidos tienen prestigio, dado que no se puede destruir lo que no existe.

También los talibán exigen pruebas concluyentes contra Osama Bin Laden, antes de estudiar si lo entregan o no. Y piden mucho más. Que por pedir no quede. Puede que ahora mismo nadie pueda entregarles esas pruebas, ni ellos facilitarán que sean encontradas en su territorio. Pero basta hacer memoria para recordar las acciones contra dos embajadas en Kenya y Tanzania, donde murieron 257 personas, la minoría norteamericanas, a las que Bin Laden no fue ajeno. Libia lo busca por el asesinato de dos alemanes en 1994. Se le atribuye el primer atentado a las torres del WTC en 1993. Según los rusos, es el principal sostén de la guerrilla chechena que, más allá de la justicia o no de su causa, y de los pocos escrúpulos rusos en materia de represión (que Cuba tampoco ha condenado), provocó en Moscú la masacre de 300 civiles, aunque menos televisiva que la de las torres gemelas. Sus declaraciones a favor de una cruzada contra Occidente son públicas y notorias. Con muchas menos pruebas, cualquier disidente de barrio es sentado en La Habana en el banquillo de los acusados. Por hablar. Simplemente. Y condenado.

Claro que en la versión de la postura afgana que nos entrega el comunicado cubano, “Los ulemas de Afganistán, dirigentes religiosos de un pueblo tradicionalmente combativo y valiente, están reunidos para adoptar decisiones fundamentales. Han dicho que no se opondrán a la aplicación de la justicia y a los procedimientos pertinentes, si los acusados de los hechos que residan en su país son culpables. Han pedido simplemente pruebas, han pedido garantías de imparcialidad y equidad en el proceso”. El gobierno cubano parece ignorar (o suponen que nosotros lo ignoramos) que para esos “dirigentes religiosos” (algo que suena a piadoso y respetable) “la aplicación de la justicia” incluye la mutilación, la discriminación sexual, la represión más feroz, la ejecución sin mucho trámite de todo el que incumpla la sharia, incluso una inocente estatua de Buda. Pero no. Según la declaración de marras, es el gobierno norteamericano quien está exigiendo “a los líderes religiosos pasar por encima de las más profundas convicciones de su fe, que como se sabe suelen defender hasta la muerte”. Y de pasar por encima de las ”profundas convicciones” de la fe ajena algo sabrá el gobierno cubano.

Para colmo, ahora resulta que estos santos señores del gobierno talibán “no sacrificarían a su pueblo inútilmente si lo que solicitan, éticamente irrefutable, es tomado en cuenta”. Vistos los últimos acontecimientos, la afirmación resultaría risible si no fuera trágica. Los talibán vienen sacrificando a su pueblo, en especial a sus mujeres, desde que tomaron el poder. No sé si eso será relevante para el machismo-leninismo tropical. Y de que no lo sacrifique más se está ocupando el propio pueblo afgano, los cientos de miles que huyen hoy hacia cualquier frontera, haciendo caso omiso al llamado a la yihad del jeque Mohamed Omar.

En un alarde de pacifismo reciente, el comunicado afirma que “ningún problema del mundo actual podría resolverse por la fuerza”, de modo que ya no se crearán dos, tres, muchos Vietnam, el desmedido gasto militar cubano es innecesario, la recomendación a Kruschev de asestar el primer golpe y desatar los fuegos artificiales es cosa del pasado, y en breve los discursos del Patriarca en su invierno concluirán con “Peace & Love” en lugar del “Patria o Muerte”.

Tras el patético llamamiento a un juicio justo a Bin Laden, el nuevo pacifismo de las autoridades de la Isla, y la invocación a alternativas a la guerra “injusta” que se avecina, alternativas que Cuba no especifica pero que apoyaría “sin vacilación”; se descubre sin dificultad que en el cartel de “Se busca vivo o muerto” diseñado por las autoridades cubanas, el retrato que aparece no es el del terrorismo internacional, sino el mismo que de costumbre. Confiemos que en un momento especialmente delicado como éste, Occidente no atribuya esta declaración a la complicidad, sino al Alzheimer.

Demencia cerril”; en: Cubaencuentro, Madrid,  20 de septiembre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/sociedad/2001/09/20/3897.html.