Ginebra una vez más

4 04 2002

Comienza para las autoridades cubanas, una vez más, la batallita de Ginebra, bailando en la cuerda floja para conseguir que no se les aplique una sanción por violar los más elementales derechos humanos.

El gobierno de La Habana fue condenado por la Comisión de DDHH, ininterrumpidamente, desde 1990 a 1997. Se le impuso un relator que la Isla no aceptó, amparándose en su autodeterminación y creando más dudas, si cabe, sobre sus votos de respeto a los derechos humanos. En 1998, la moción de condena no fue aprobada, hecho que la prensa cubana celebró como un gran triunfo. Efímero, a juzgar por las sucesivas condenas sufridas entre 1999 y 2001, al aprobarse por mayoría —22 votos contra 20 y 10 abstenciones en 2001— las resoluciones presentadas por la República Checa. Lo que no significa que La Habana haya hecho el más mínimo caso a la exhortación a “asegurar el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales en Cuba».

¿Tiene algún sentido condenar al gobierno de la Isla, cuando ello no entraña más que una condena moral, sin ninguna consecuencia política o económica?

¿Tiene sentido que Estados Unidos y el exilio cubano derrochen cada año miles de horas-cabildeo para conseguir una nueva condena?

Y por último: ¿Tiene sentido que las autoridades de la empobrecida Isla se gasten cada año, en viajes y reuniones de funcionarios, en tráfico de influencias y ayudas por votos a países africanos, sumas que paliarían el hambre y la falta de medicamentos de los cubanos, todo para evitar una condena en Ginebra?

El reciente discurso del canciller Felipe Pérez Roque, en el 58º período de sesiones de la Comisión de Derechos Humanos de ONU en Ginebra, el pasado 26 de marzo, puede esclarecer algunas de esas dudas. Pérez Roque insiste en varios aspectos:

1-Urge democratizar y hacer transparentes los métodos de la Comisión, y subraya su falta de credibilidad y su extrema politización.

2-Define a la Comisión como rehén de los países ricos, y ejemplifica su doble rasero con la crítica al estado de los DDHH en 18 países del Tercer Mundo (en el caso de Cuba por brutales presiones) y ninguno del primero. “¿Es porque no existen tales violaciones, o porque resulta imposible en esta Comisión criticar a un país rico?”. Y explica el peso de los países desarrollados dado que éstos “Son los que pueden acreditar aquí delegaciones numerosas, son los que presentan la mayoría de las resoluciones y decisiones que se adoptan, son los que tienen todos los recursos para realizar su trabajo”.

3-Interpreta el planeta como una tiranía de Estados Unidos, y aunque antes acusaba en bloque a todos los países ricos, más tarde los invita a una coalición anti norteamericana y alerta sobre “un peligro común a todos: el intento de imponer una dictadura mundial al servicio de la poderosa superpotencia y sus transnacionales, que ha declarado sin ambages que se está con ella o contra ella”. Admite, en cambio, que Estados Unidos fue excluido del foro, sin que hayan dado resultado sus esfuerzos por regresar.

4- Reclama varios derechos: al desarrollo y a recibir financiamiento para lograrlo. Derecho a recibir compensación por los siglos de esclavitud y colonialismo. Derecho a que se condone la deuda externa. Derecho a salir de la pobreza, a la alimentación, a garantizar la atención de la salud, derecho a la vida, a la educación, a disfrutar del conocimiento científico y de nuestras culturas autóctonas. Derecho a la soberanía, a vivir en un mundo democrático, justo y equitativo.

5-Y exige a Estados Unidos no “seguir desatando guerras que no solo no resuelven los conflictos, sino crean otros nuevos y aún más peligrosos”, que renuncie al empleo del arma nuclear, que no rompa el tratado ABM, que acepte el principio de verificación de la convención sobre armas biológicas, firme el Protocolo de Kyoto, otorgue el 0,7% de su PIB al desarrollo de las naciones más desfavorecidas, ponga fin a sus prácticas proteccionistas unilaterales e imponer arbitrarios aranceles, y una decena de exigencias más, como ocuparse del caso Enron y no de la corrupción ajena, etc., etc.

Ciertamente, hay varios puntos en los que al canciller cubano le asiste la razón: la Comisión está politizada y sus decisiones no se atienen, exclusivamente, a la justicia o injusticia de la moción, sino a un balance de influencias. Y Cuba, al ejercer un intenso cabildeo, no está excluida.

Existen, sin dudas, violaciones de los DDHH en los países ricos, pero al ser, sin excepción, países democráticos, la impunidad ante tales hechos es infinitamente menor que en naciones donde rigen sistemas totalitarios.

El predominio de Estados Unidos es indiscutible. No obstante, Cuba jamás se pronunció contra los desafueros del Imperialismo Soviético, ni contra la usurpación del Tibet por los chinos, de modo que sus acusaciones resultan demasiado interesadas para ser confiables.

Igualmente, podemos coincidir en la mayoría sus exigencias a Estados Unidos —en especial cuando se refiere al Protocolo de Kyoto, o los acuerdos y convenciones de desarme—, sólo que debería hacerlas extensivas a China o Rusia. Cosa difícil cuando la Isla ni siquiera acepta la convención internacional referida al uso de minas antipersonal, de las que en Angola dejó un extenso sembrado; ni ha sido un ejemplo de pacifismo, al promover guerras en tres continentes y enviar en 30 años más tropas cubanas al exterior que en los 500 años anteriores de historia insular.

Cuba se abroga el derecho de detentar el monopolio comercial e imponer a sus ciudadanos una plusvalía superior al 200% en los productos que les vende en una moneda que ni siquiera es la del país, de modo que sus quejas sobre los aranceles norteamericanos —que otros países podrían reivindicar en justicia— son de un cinismo difícilmente explicable.

En principio, el reconocimiento del derecho de todos los ciudadanos del planeta a la educación, la asistencia sanitaria y una vida digna, son loables. Pero, ¿cómo conseguirlo? Es algo de lo que Cuba se desentiende, o al menos descarga en otros esa responsabilidad. ¿Pueden unos gobernantes que han empobrecido a su propio país, dictar pautas en ese sentido? Es algo dudoso. Y si no fuera trágica, sería risible la pretensión de que Cuba es ejemplo de “un mundo democrático, justo y equitativo”. No obstante, coincidimos en exigir a las naciones desarrolladas una mayor sensibilidad en las soluciones globales, una mayor implicación en equilibrar la balanza de la riqueza en el planeta. Y que a los países del Tercer Mundo les corresponde poner voluntad de desarrollo, combatir la corrupción, las guerras fratricidas y fomentar una transparencia que invite a la ayuda, y no la desestimule.

Ahora bien, más allá de coincidencias o descoincidencias, ¿qué relación existe entre Enron, Kyoto, el tratado ABM o el 0,7%, y el hecho de que en Cuba no existe un sistema democrático, se persigue cualquier opinión alternativa y todas las libertades ciudadanas están sujetas a los omnímodos dictados de un solo ciudadano? Ninguna. Se trata, simplemente, de esquivar la mirada crítica de la comunidad internacional dirigiéndola hacia otra parte. Y el subterfugio es el de costumbre: “los asuntos internos del país” y la “autodeterminación”, que han servido de coartada y cortina a las dictaduras de cualquier signo.

Cuando Pérez Roque se pregunta: “¿Por qué no luchar por la democracia no sólo dentro de los países, sino en las relaciones entre los países?”. Yo respondería: “¿Por qué no luchar por la democracia dentro de los países, y también en las relaciones entre los países?”. Y asegura que “Nos opondremos con todas nuestras fuerzas al intento de singularizar a Cuba”. Pero reivindica la singularidad de Cuba: una presunta “democracia participativa” que incluye al dictador más veterano del planeta, un anti capitalismo presuntamente feroz que nadie comparte, y un desprecio total por la voluntad de su pueblo, afín a los peores gobernantes del planeta.

¿Vale la pena entonces que Cuba se sumerja en una batalla anual por evitar la condena? Según el propio canciller cubano, no. Para él “No existe el país con la autoridad moral para proponer una condena contra Cuba”. Añadiendo que quienes le condenan no lo hacen “por supuestas convicciones democráticas o compromiso con la defensa de los derechos humanos”, sino “por falta de valor para enfrentar las presiones de Estados Unidos, y esa traición no podría merecer otra cosa que nuestro desprecio”. La explicación de tanta seguridad es que Cuba constituye la luz y guía “para miles de millones de hombres y mujeres de América Latina, África, Asia y Oceanía”. Siendo así, una condena sería casi un mérito. Y poniendo a Fidel Castro —hijo de Jehová Marx— en el lugar de Cristo, llega a exclamar: “Confiamos en que no aparezca ahora un Judas en Latinoamérica”.

Pero el juego es más complejo. En caso de no ser sancionado, el gobierno cubano blasonará ante la comunidad internacional, y ofrecerá argumentos a sus (aún) seguidores en el mundo. En caso de perder, alimentará la teoría del victimismo que con tanta habilidad ha empleado durante casi medio siglo.

¿Vale la pena hacer esfuerzos porque se apruebe la moción de condena? Decididamente, sí. En primer lugar, porque es una condena moral, no una sanción económica cuyas consecuencias recaerían en el pueblo cubano y no en sus gobernantes. Y existe otra razón: Por vocación doctrinaria, romanticismo trasnochado, intereses viles, antiyanquismo acérrimo o pura ingenuidad, todavía existen millones de personas en el planeta, gobiernos incluso, que perdonan al señor Fidel Castro lo que han censurado a otros dictadores. De ese modo, el largo drama del pueblo cubano despierta menos simpatías y comprensión que el de otros. Así, la reiteración de la condena es, cuando menos, un dato que incitará a pensar a gobiernos y personas que aún miran hacia Cuba a través de un prisma erróneo si la realidad imaginada coincide con la realidad que padecen diariamente once millones de cubanos.

No se condena a Cuba en las Naciones Unidas. Se condena al gobierno cubano. Y condenar al gobierno es un modo de salvar a Cuba.

“Ginebra una vez más”; en: Cubaencuentro, Madrid, 4 de abril, 2002. http://arch.cubaencuentro.com/internacional/2002/04/04/7155.html.





Ginebra 1, Havana Club 0

20 04 2001

Tras meses de intensos viajes, cabildeos, negociaciones, alabanzas e insultos, el 18 de abril a las 14:30, hora de Cuba, la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra, por cerrada votación de 22 a favor (Argentina, Bélgica, Camerún, Canadá, Costa Rica, Rep. Checa, Francia, Alemania, Guatemala, Italia, Japón, Letonia, Madagascar, Noruega, Polonia, Portugal, Corea del Sur, Rumania, España, Reino Unido, Uruguay y Estados Unidos), y 20 en contra (Argelia, Burundi, China, Cuba, India, Indonesia, Liberia, Libia, Malasia, Nigeria, Pakistán, Qatar, Rusia, Arabia Saudita, Sudáfrica, Suazilandia, Siria, Venezuela, Vietnam y Zambia);con 10 abstenciones (Brasil, Colombia, Ecuador, Kenia, Mauricio, México, Níger, Perú, Senegal y Tailandia) y un ausente, la República Democrática del Congo, aprobó la moción de condena al gobierno cubano por su sistemática violación de los derechos humanos.

La condena en Ginebra es puramente simbólica, dado que no implica ningún tipo de sanción, salvo la moral. Y como el gobierno de La Habana califica su derrota de “victoria moral” —ignoro qué calificativo habrían acuñado en caso de no prosperar la moción—, ni eso. Pero me asalta una duda: si perder la votación fue una victoria; si según ellos el padre de la moción (Estados Unidos, por supuesto) sólo obtuvo una “victoria pírrica”; si este tipo de eventos no merecen ninguna credibilidad, al ser “selectivos” y “discriminatorios”; no comprendo por qué se gastó la leche condensada de tantos niños en viajes internacionales y cabildeos del canciller cubano y su equipo, por qué La Habana ha redondeado tantas mesas, hecho correr océanos de tinta sobre el tema, y traspasando las fronteras de la grosería empleando su nutrido arsenal de insultos contra las naciones que presuntamente votarían en su contra.

La Comisión de Derechos Humanos es objeto de manipulación política. Lo sabe hasta Vox Populi. Hay presiones de todas direcciones para fomentar o inhibir condenas, en dependencia de quien se trate, y la magnitud del mercado correspondiente no es ajena a estos tejemanejes. Países como China, por ejemplo, no son sancionados. Pero el hecho de que unos violadores sean absueltos (y no por falta de pruebas), o ni siquiera sean encausados, no significa que en Cuba no se violen los derechos humanos. De modo que la condena es justa, y no se trata, como repite la prensa oficial, de una moción “anticubana”, sino de una moción contra el gobierno cubano. Aunque en la Isla persistan en la engañosa sinonimia Cuba=Patria=Socialismo=Fidel. Aplicando después el carácter transitivo. Por el contrario, se trata de una moción pro cubana, en la medida que ejerce una simbólica presión para que se produzca una ganancia en las libertades de once millones, a costa de limitar la hoy omnímoda libertad de uno solo.

A pesar de no sentirse condenada, en palabras del canciller cubano, la nomenclatura insular, por boca de la prensa, ha echado mano a un catálogo de insultos que Borges habría envidiado en su Historia universal de la infamia. Lacayuna es la República Checa al presentar la moción; ignorados, pisoteados, vilipendiados y recibiendo órdenes directas de Colin Powell, actuaron los europeos, en especial la Gran Bretaña y España, en su papel de segundona. Con “los mismos méritos” votaron Canadá, Suecia (que no votó, aunque lo afirme el Granma, quizás se refieran a Noruega, hielo más hielo menos) y Japón. Aterrados los africanos, a quienes Estados Unidos amenazó sancionarlos a su vez en Ginebra, u ofrecerles dinero para combatir el SIDA en caso de que se portaran bien. Curiosamente, Sudáfrica, la nación de ese continente con más casos de SIDA, la que acaba de ganar la pelea a las multinacionales farmacéuticas norteamericanas y se dispone a fabricar sus propios medicamentos eludiendo patentes, votó contra la moción. “Nada sorprendentes”, según la prensa cubana, fueron las votaciones de los cuatro países latinoamericanos que aprobaron la propuesta checa.

Los que, en cambio, votaron al compás de Cuba, especialmente Argelia, Libia, China, Rusia y Venezuela, dieron “la cara al plenario” y denunciaron la vil maniobra. Esos son los buenos de la película. Y el malo malísimo, por supuesto, Estados Unidos, para el que la condena a Cuba era de tal importancia que un solo mandatario recibió diez llamadas de Bush en una madrugada; amenazaron con retirar el “weaver” que inhibe temporalmente la aplicación de la Helms-Burton; suprimir “blindajes financieros”; sus agregados militares ejercieron la intimidación (¿habrán amenazado con invadir en caso de que no se cumplieran las órdenes?); practicaron, según el embajador cubano ante la comisión, Carlos Amat, “el chantaje, las torceduras de brazos, y así y todo, no han conseguido variar los estándares de votación de otros años”. (Traducido: el gobierno cubano fue nuevamente sancionado, pero no por goleada). Y añade: “Todo el mundo estaba sobrecogido en el plenario por sus presiones. Parecían cuervos”. Vista la pavorosa situación, el milagro es que votaran contra la moción países como Indonesia, Malasia, o Qatar, e incluso Arabia Saudita, el aliado norteamericano en Oriente Medio. Parece que algunas caperucitas no le temen al lobo.

Del total de las naciones que ejercieron su derecho al voto, 52,11 eran latinoamericanas, 13 europeas, 2 de América del Norte, 14 africanas, 3 de Oriente Medio y 9 asiáticas. El comportamiento del voto fue el siguiente:

Continente Países / % del total de votantes A favor de la moción / % Continental Contra la moción / % Continental Se abstienen / % Continental
Latinoamérica 11 / 21% 4 / 36% 2 /18% 5 / 46%
Norteamérica 2 / 4% 2 / 100%    
Europa 13 / 25% 12/ 92% 1 / 8%  
África 14 /27% 2 / 14% 8 / 57% 4 / 29%
Oriente Medio 3 /6%   3 / 100%  
Asia 9 / 17% 2 / 22% 6 / 67% 1 / 11%
TOTAL 52 22 20 10

Como se observa en esta estadística de bodega, Norteamérica es el continente donde las autoridades cubanas son menos populares, seguido de cerca por Europa, donde sólo Rusia desentona. Latinoamérica es el más dudoso, además de que allí los partidarios del régimen son la mitad que sus enemigos. En África, a pesar de las amenazas militares y farmacéuticas, el apoyo se acercó a las tres quintas partes de los países votantes; apoyo superado por el 67% de los asiáticos. De todo esto de desprende que, salvo en Asia, el hemisferio norte no se le da bien a Fidel Castro. En su propio hemisferio, sólo el 15% lo apoya abiertamente. Su pretensión de ser recordado como el Bolívar del Siglo XX no ha prosperado. A juzgar por las estadísticas, mejor se embadurna la cara como el negrito del teatro bufo y cambia de continente. O toma lecciones particulares de chino en la calle Zanja y se presenta en el Celeste Imperio como la reencarnación barbuda de Mao Zedong. Aunque, sin dudas, sus mejores opciones están en el Medio Oriente, donde le cederían un trozo de desierto, dispondría de un harén de mansos ministros, y podría cortar la mano a los ladrones y la lengua a los disidentes, y nadie se le iría en balsa porque el oleaje de dunas no es navegable. Puede que le queden algunos años para convertir el desierto en victoria y acabarle de desgraciar la vida a los periodistas especializados en el eterno conflicto de Oriente Medio. Árabes, palestinos, judíos y un jodío de postre.

Y lo más importante: de aceptar mi sugerencia, cuya demostración matemática es irrefutable, sentaría un magnífico precedente: que por primera vez emigren los gobiernos, no los pueblos.

 

“Ginebra 1, Havana Club 0”; en: El Nuevo Herald, Miami,24 de abril, 2001.

“Ginebra 1, Havana Club 0”; en: Cubaencuentro, Madrid,20de abril,2001. http://www.cubaencuentro.com/encuba/lasemana/2001/04/20/2054.html.

 





¿Ginebra o ron?

6 04 2001

Los debates en Ginebra sobre el estado de los Derechos Humanos, ya parecen formar parte de una cierta recurrencia noticiosa. Los periodistas desempolvan y retocan sus crónicas de la sesión anterior, porque en este planeta de limitados recursos, incluso la inteligencia es reciclable.

Que a cualquier ser humano le corresponden, por su mera existencia, ciertos derechos, es una concepción históricamente reciente. Y aún hoy contemplamos la existencia de ciudadanos y naciones con derechos de primera, segunda y hasta cuarta categoría. Ciudadanos con derechos musculares: injertos del tercer mundo en el primero que permite a las naranjas de California y al brócoli de Murcia, ser competitivos. Aún así, el mero hecho de que en 1948 se aprobara la Declaración Universal de Derechos Humanos fue un paso más gigantesco para la humanidad que el de Armstrong en la Luna: conceder a todos los humanos, aunque fuera sobre el papel, incluso sobre el papel mojado, ciertos derechos. Claro que aún distamos mucho de una política radical y “de principios” sobre el tema: existen naciones cuyo atractivo mercado “dulcifica” la falta de libertades.

Hay gobiernos que acuden a Ginebra sin temor a sanciones, quizás por aquello de que quien no la debe no la teme. Otros asisten (o ni se toman el trabajo) con las expectativas cumplidas de antemano: saberse condenados sistemáticamente por la violación de los derechos de sus ciudadanos, y con la tranquilidad de espíritu que concede el “no me importa”. El gobierno de Cuba, como de costumbre, arma la pataleta por anticipado.

Fidel Castro divide a los cubanos en dos grupos: quienes le apoyan (o, al menos, lo simulan) y los “anexionistas” (presuntos culpables de lesa yanquilidad) y, con su clara vocación universal, hace extensible esta parcelación al planeta entero: “justos”, que apoyarán al gobierno de la Isla, y “lacayos” del Imperialismo Yanqui. Del mismo modo que ningún cubano, en la sistemática del castrismo, tiene derecho a una tercera opinión, ningún país está autorizado por las autoridades de La Habana, a opinar según su propio criterio (a menos que ese criterio coincida con los de FC, en cuyo caso se trata de una clara independencia de pensamiento). Ya lo dijo Jaime Crombet, vicepresidente de la Asamblea Nacional cubana: “No se puede rechazar el bloqueo a Cuba y ser cómplice del Imperio que intenta justificarlo”. Como en una vieja película de John Wayne, hay que estar con los indios o con los cowboys. Y añadió, durante la 105a Conferencia de la Unión Interparlamentaria que se celebra en La Habana: “Para nosotros, quien apoye a Estados Unidos en sus maniobras y campañas difamatorias contra Cuba carecerá de autoridad para hablar sobre los derechos humanos y la democracia en nuestro país”. Y como no se puede denostar el embargo y, al mismo tiempo, sostener que en la Isla se violan sistemáticamente los derechos humanos, en la lógica de La Habana, sólo queda una actitud posible.

Un ejemplo claro es la respuesta, en la Conferencia Interparlamentaria, al delegado estonio, quien había leído una “diatriba contrarrevolucionaria que le instruyeron en defensa de los dos mercenarios checos que hace varias semanas fueron detenidos en nuestro país por venir a Cuba cumpliendo misiones de una potencia extranjera: instruir, abastecer y financiar a elementos aislados que aspiran con gran impotencia y el desprecio de nuestro pueblo a que Cuba sea anexada a Estados Unidos y regrese a la condición de colonia yanqui”. Como se observa, el estonio era una suerte de recadero, los parlamentarios checos eran agentes pagados por el Imperio, y los opositores en la Isla, “impotentes”, “despreciables” y “anexionistas”. Y eso que Borges nos alertaba contra el exceso de adjetivación.

Claro que el gobierno de FC es flexible, y acepta incluso con benevolencia las abstenciones en Ginebra, caso tradicional de algunos gobiernos latinoamericanos. Pero las cosas cambian: Argentina ya no es la de los “compañeros” militares que Cuba apoyó en la guerra de Las Malvinas, y se ha pasado al “enemigo”. El México de Fox es una incógnita: pretende relanzar las relaciones con La Isla, tiene en La Habana un embajador socialista; en Ginebra, una diplomática que censura la violación de los derechos humanos en Cuba, y un canciller de izquierdas, Jorge Castañeda, que se atreve a firmar: «El ejercicio de la soberanía no puede, de ninguna manera, perseguir fines inhumanos; no puede, por tanto, ser ejercida por un Estado en contra de los derechos fundamentales de sus ciudadanos y de cada individuo que se encuentre en el ámbito de su soberanía». Sabiendo que será confinado al Gulag ideológico de La Habana.

Las autoridades cubanas, además, se ofrecen para impartir un seminario universal sobre prácticas democráticas, como se desprende de lo sucedido en la Conferencia Interparlamentaria cuando el alemán Dieter Schloten calificó de insuficiente en Cuba el respeto a los derechos civiles y políticos y a la libertad de prensa, entre otros, y brindó la experiencia de su país para ayudarlos. Ramón Pez-Ferro, presidente de la Comisión de Relaciones Internacionales de la Asamblea Nacional, respondió: “no necesitamos ni sus lecciones ni sus consejos”. Disfrutamos “de una democracia representativa y participativa que puede ser ejemplo de una verdadera democracia”. De modo que Cuba transitó hacia la democracia y ni nos enteramos.

A pesar de adjetivos, diatribas y gritería, Fidel Castro sospecha que la Ginebra no le sienta bien. Él prefiere el Chivas Regal. Y en su nombre, el canciller cubano Felipe Pérez Roque predice que de cualquier modo la votación será celebrada: «No podemos todavía hacer un pronóstico, pero ya podemos estar seguros de que si la votación no nos es favorable, obtendremos una victoria moral”. Es decir, que la celebración está cantada: si no es con Ginebra, será con Havana Club.

“¿Ginebra o ron?”; en: Cubaencuentro, Madrid, 6 de abril, 2001. http://www.cubaencuentro.com/encuba/2001/04/06/1855.html.

“¿Ginebra o ron?”; en: Periodista Digital, 2001. http://www.periodistadigital.com/textos/colaboraciones/82.html.