Los guerrilleros de Dios

6 06 2001

¿Quiénes son estos guerrilleros de nuevo tipo, que en nombre de Alá y de la Yihad, se enrolan en la batalla contra Satán, es decir, Occidente? ¿Quiénes son estos combatientes suicidas, que penetran a una discoteca forrados de explosivos, o se lanzan de cabeza contra torres civiles a bordo de aviones civiles repletos de pasajeros? La imagen que imperaba hasta hoy entre los ciudadanos comunes de Occidente, es la de fanáticos semianalfabetos y harapientos, imponiendo leyes medievales en Afganistán. Hoy sabemos que hay pilotos, estudiantes de tecnología en Alemania, que justo antes de desatar la barbarie, bien podrían pasar por personas comunes y corrientes.

Al igual que el arte, el Islam, y cualquier otra religión, tienen múltiples lecturas. Vale recordar hoy que muchas religiones han adolecido de fundamentalismos excluyentes. Los herederos de los cristianos que un día fueron arrojados a los leones, se encargaron  siglos más tarde de encender las hogueras donde la disidencia, la herejía, o simplemente lo incomprensible y lo diferente, fueron convertidos en cenizas.

Si leemos de buena fe los libros fundacionales, no hallaremos en ellos nada incompatible con un mundo plural y democrático. Si efectuamos una lectura intencionada, cualquiera de esos textos puede servir de apoyo a la intolerancia y la barbarie. No obstante, resulta difícil comprender que una cultura que, en medio de la tiniebla medieval cristiana, hizo florecer Al-Andalus, produjo a Maimónides, Avicena y Averroes, pueda dar cobertura ideológica a los inquisidores de Alá.

Ahora bien, ¿se trata de una tendencia más o menos extendida en el mundo islámico, o del subproducto indeseable de la recuperación de la identidad?

Durante la segunda mitad del siglo pasado, como parte del proceso de descolonización, vimos caer al anacrónico Sha de Irán ante  el empuje de una sociedad civil liderada por el Ayatolá Jomeini, quien aunó a todos, hasta que hubo alcanzado el poder, momento en que dejó claro su monopolio del discurso islámico y empezó la purga. Sus adeptos de las clases medias, que pretendieron utilizar al Ayatolá como herramienta para destronar al Sha, y después desecharlo, se vieron de pronto en la planta de reciclaje islámico.

Tras la invasión soviética a Afganistán, es Zbigniew Brzezisnki quien asesora a Carter para emplear a los islamistas radicales como fuerza de choque, surtiéndolos de armas y entrenamiento a través de Pakistán. Se usan mutuamente: Estados Unidos emplea a los talibán contra los soviéticos. Los talibán emplean a Norteamérica para alcanzar el poder. Una vez conseguida la retirada rusa, los talibanes proclaman la Yihad, que empieza cebándose en el propio pueblo afgano,  y Norteamérica observa a sus antiguos aliados con repugnada indiferencia.

En contra de quienes persiguen la redención socio-cultural por el islam, frente a la masiva presencia de la cultura occidental, pero al mismo tiempo coinciden en los postulados de prosperidad económica y democratización, los talibenes facturaron un islamismo hermético, escolástico, basado en una palabra divinizada a la que sólo cabía obedecer. Un islamismo manu militari, para convocar la obediencia ciega (hasta el suicidio) en una guerra; inoperante para la conducción de una sociedad civil, razón por la que 5 millones de afganos han optado por el exilio. Un fundamentalismo que, por otra parte, no desdeña los misiles inteligentes, la telefonía vía satélite y la más sofisticada ingeniería financiera para hacer circular en silencio sus fuentes de ingreso.

El éxito de la violencia en Afganistán condujo a movimientos equivalentes en Argelia y Egipto sobre todo. Pero en estos países los fundamentalistas no contaban con el aval del éxito frente a la invasión soviética; y una extendida clase media, cercana a Occidente en muchos de sus presupuestos políticos y económicos, actuó como barrera de contención.

Entre los suníes de Egipto las clases medias no se incorporaron al movimiento fundamentalista  y deploraron el asesinato de Anuar el Sadat, condenando al movimiento a nutrirse, casi exclusivamente, de los sectores más desfavorecidos.

En Argelia, el FIS, tras ganar las elecciones, anuladas por el ejército con el beneplácito de Occidente, se ha ido consumiendo en luchas internas, ha perdido adhesión de las clases medias, en buena medida por las declaraciones radicales de Alí Bel Hach, en el sentido de desembarazarse de todo lo europeo una vez conseguido el triunfo; además de haber sido sometidos a una represión equivalente en barbarie a sus actos terroristas, pero de signo opuesto. La balanza  de los terrorismos. Eficaz, pero ¿moral?

Lo más significativo fue que, frente a un mundo globalizado, donde la riqueza de los ricos es mostrada diariamente a los pobres por la televisión, un mundo donde conviven alta tecnología y economía de supervivencia,  jóvenes musulmanes desde Marruecos hasta Asia, se dejaron seducir por la formulación de un islam redentor, por la cultura de la violencia que tan buenos resultados estaba dando en Afganistán. Miles de voluntarios se enrolaron en esta guerra santa, y fueron entrenados como combatientes kamikatzes. La miseria, la desesperación, la falta de expectativas, fueron el caldo de cultivo. Y en Oriente Medio, la fábrica de suicidas queda exactamente entre la intolerancia y el terrorismo de estado practicado por Israel, y la corrupta inoperancia de la OLP. Y justo debajo de la aparente mediación norteamericana, y su efectivo apoyo a Israel.

A pesar de todo ello, el analista francés Gilloes Kepel, en su libro La Yihad. Expansión y declive del islamismo, publicado hace algunos meses en Francia, anota que los fundamentalismos comienzan a perder poder de seducción. Las razones, según él, son varias: la información, la práctica del poder, la globalización.

Los medios de comunicación han irrumpido en el mundo islámico con gran fuerza. Se ven los noticiarios de todo el mundo vía satélite. Jezira, una emisora de Qatar, ofrece un espectro amplísimo de opiniones, lo cual es perturbador para totalitarismos políticos y religiosos, y crea en las nuevas generaciones una posibilidad que hace apenas unos años era impensable: la posibilidad de elección ideológica. Los enormes movimientos migratorios, las culturas híbridas e Internet, van creando una poliédrica cultura global, que aún vista desde la óptica islámica, se aviene mal con “purismos” de cualquier signo. No es raro que músicos “impuros” sean víctimas del FIS, y que los jóvenes bailen con música iraní “Made in Los Angeles”.

La práctica del islamismo en el poder ha sido otro factor de decepción: Irán, Sudán, y sobre todo Afganistán, son ejemplos claros de que cierto modo de trasvasar las supuestas “leyes de Dios” al gobierno de los hombres, sólo consigue hacer más pobres y más infelices a las personas. Por eso no es raro que el aperturista Jatamí haya ganado por segunda vez las elecciones en Irán, a pesar de las enormes limitaciones impuestas por los “ortodoxos” para la puesta en marcha de las reformas.

¿Se trata entonces de un movimiento en vías de extinción? Pudiera decirse que sí, en términos estratégicos. Pero deberemos decir que no, en lo inmediato.

Mientras se mantenga estructurado, y con todas sus ramificaciones internacionales, el ejército suicida creado a partir de la guerra afgana, no se descarta el ejercicio del terrorismo a gran escala. Y no se trata de una recua de palurdos: jóvenes fanáticos (instruidos o no) de diferentes países, han sido captados por una fe que no resiste disenciones, una fe unidireccional (qué fácil de entender, qué adolescente).

Mientras se mantenga vivo el conflicto de Oriente Medio, y los palestinos sean condenados a ser un pueblo sin país, habrá mártires de la fe y de la causa, dispuestos a viajar derecho al Edén, llevándose por delante a cuantos más, mejor. En una sociedad fracturada por  el odio, sin esperanza, empobrecida; los mártires contarán con el respeto de la comunidad, y sus familiares serán recompensados con una pensión vitalicia.

Por último, mientras se mantengan las enormes diferencias estructurales que asolan el planeta, éstos u otros guerrilleros de Dios, de cualquier Dios, continuarán amenazando los símbolos de la hegemonía, el poder y el confort de Occidente. Frente a los satélites y los misiles guiados por láser, apuestan dos armas difíciles de neutralizar: sus propias vidas, inmoladas siempre que haya ganancia numérica, y su total falta de escrúpulos. Esto último merece explicación: para ellos una oficinista norteamericana o un joven judío en una discoteca, no son civiles inocentes, sino judíos o norteamericanos, partículas del Gran Satán. Y Occidente tendrá que enfrentar a ese enemigo sin caer en la tentación de incurrir en su juego macabro.

¿Es necesaria una coalición internacional contra el terrorismo? Sí. Y la razón es muy sencilla: ya existe una entente internacional del terrorismo. Fundamentalismos  nacionales o religiosos se ponen de lado cuando se trata de emplear las facilidades de la globalización: expertos del IRA residentes en La Habana instruyen a la guerrilla colombiana, seudoperiodistas marroquíes despedazan al líder de la oposición afgana, las armas de Europa Oriental terminan en campos de entrenamiento del desierto afgano, hacia donde han acudido  adeptos captados en todo el mundo islámico; y (se sospecha) capitales de países que reiteran su amistad con Occidente, fluyen (bajo presión o voluntariamente) hacia las imbricadas redes financieras del terror. ¿Son ellos representativos del espíritu de los islamistas en todo el mundo? No. Son, decididamente, la excrecencia enfermiza. Por eso es importante distinguir la batalla contra el terrorismo, de una batalla contra el otro, empezando por el Islam. Pero  no bastará extirpar el tumor a punta de bisturí, mientras el paciente siga fumando los humos letales de un mundo para todos dividido.

 





La espiral infinita

5 06 2001

 

Era un joven como cualquier otro. Llegó a la discoteca, en el Paseo Marítimo de Tel Aviv, el viernes primero de junio, a las once de la noche. En medio de la multitud de quinceañeros, se disponía a entrar. Una muchacha le preguntó si venía a bailar, y él afirmó con la cabeza mientras sonreía levemente. Era un joven como cualquier otro. Con una pequeña diferencia: por el contrario que el resto de los adolescentes, él sí conocía el resto de su vida. Sabía que en breves minutos sería mártir. En el momento de activar el detonador, quizás ni siquiera viese a los diecinueve muertos que en unos segundos rodearían su propio cadáver destrozado, quizás su mirada estaba fija en el instante triunfal que seguiría a la explosión: el instante en que Alá lo acogería en sus jardines para siempre.

Un hombre se parapeta como puede, trata de proteger al hijo con su propio cuerpo. De pronto el niño se quiebra. Una bala israelí ha reducido a diez años su esperanza de vida. La imagen da la vuelta al mundo, convoca el pavor de todos los padres que, por un instante, nos sentimos en su lugar, impotentes ante la bala que no logramos detener.

Seis meses de la segunta Intifada han arrojado ya casi un millar de víctimas. Cincuenta años de conflicto, cientos de miles. Dos milenios de destierro, millones.

Una vez los judíos fueron condenados a vagar por el planeta llevando en el equipaje sus antiguas palabras y la añoranza de una patria donde no fueran huéspedes. En 1949, graciosamente, la Gran Bretaña obsequió un país a los judíos. No era un trozo de la verde Inglaterra. Los británicos obsequiaron al pueblo judío un país con habitantes y todo: Palestina. De todas partes del mundo acudieron los judíos a fundar una patria: la tierra prometida. Hacia todas partes del mundo se dispersaron los palestinos: un pueblo sin país que conserva la patria en la geografía intacta de la memoria.

En 50 años, Israel se ha convertido en un pequeño gran país: ha labrado el desierto y creado el mayor polo de desarrollo al sur del Mediterráneo. Un pequeño país que suple su inferioridad numérica con el ejército más moderno de Oriente Medio. Ha librado y ganado guerras. Ha conquistado territorios. Ha colonizado el país asentamiento tras asentamiento. Un proceso que ha discurrido a través de guerras frontales o tangenciales, creación de “zonas de seguridad”, matanzas de refugiados palestinos, operaciones de castigo y terrorismo de Estado. En 50 años, el pueblo palestino ha intentado recuperar un país con todos los medios a su alcance: guerras frontales en cooperación con sus hermanos árabes, guerra de guerrillas, intifada, terrorismo dentro y fuera de las fronteras. En 50 años, como ya es costumbre, por cada militar muerto en combate, se amontonan decenas de civiles.

¿Quién tiene la razón en esta guerra sin guerra, que es ya la guerra más larga?

Ambos. Ninguno.

Estados Unidos ha apoyado decididamente a Israel. Tecnología y armamento. Veto a todo intento de sanciones por parte de la ONU. Renuencia a que las instituciones internacionales intervengan en el conflicto. Los países árabes, el antiguo campo socialista, Cuba, China, apoyan a la OLP, cuya existencia sería imposible sin financiación externa. Europa mantiene excelentes relaciones comerciales y culturales con Israel, sin ocultar su simpatía por la causa palestina. En las preferencias de cada uno se mezclan motivaciones morales y estratégicas, intereses económicos y política de corto alcance. Y no es raro que ambas piezas del tablero, sean subterfugios que ocultan devociones y odios mayores. Como de costumbre, mueren los peones, no los ajedrecistas.

Durante cuarenta años, los palestinos negaron la existencia de Israel. Su propósito era erradicar el nuevo-viejo país y reconquistar la tierra que les pertenecía. Un hito en esta historia fue el instante en que Yaser Arafat aceptó lo inexorable: Israel existe y seguirá existiendo. Pero al mismo tiempo reivindicó una realidad de la que hasta ahora se han desentendido los mandatarios judíos: Palestina también existe. La memoria histórica es frágil: el pueblo perseguido ayer, es hoy perseguidor; el pueblo sometido a la diáspora, se niega hoy al regreso de los palestinos dispersos por el planeta.

El último atentado del viernes tensa al máximo la cuerda. El polvorín de mecha lenta puede convertirse en un polvorín de mecha rápida. Por primera vez Arafat condena un atentado terrorista y la matanza indiscriminada de civiles, decretando, bajo presión israelí, un alto al fuego incondicional, al que se niegan sus propios partidarios. Al Fatah, Hammas y la Yihad Islámica persisten en su propósito de librar contra Israel una guerra santa que no excluye métodos ni descarta enemigos, hasta la liberación de Palestina. Un sondeo del Centro Palestino de Opinión Pública indica que entre los palestinos el 34,4% apoya el alto al fuego, el 49,1% se opone y el 16,5% se abstiene. Ariel Sharon, quien dictara un alto al fuego violado reiteradas veces, promete una respuesta contundente que tampoco excluye métodos ni descarta enemigos.

Israel presiona a Arafat para que sean encarcelados los dirigentes de las organizaciones islámicas que fraguan los atentados suicidas. Precavidamente. muchos de ellos ya han pasado a la clandestinidad. El propio Arafat se encuentra confinado en Ramala, ciudad cisjordana 15 kms. al norte de Jerusalén, imposibilitado de usar el aeropuerto de Gaza. Israel divide Cisjordania y bloquea el acceso a decenas de miles de trabajadores, cuya única fuente de ingresos se encuentra en territorio israelí, amenazando a los palestinos con el colapso económico. La lógica del conflicto indica que a partir de este punto, hay dos caminos: la solución razonable o la tragedia.

¿Serán capaces palestinos e israelíes de concertar una solución definitiva que pase por la creación del Estado palestino? La presencia de Sharon y el alza de las organizaciones islámicas no presagian un acuerdo razonable. ¿Puede la ONU hacer oídos sordos a la solicitud palestina de intervención internacional o plegarse a la oposición israelí, mientras continúa la construcción de asentamientos, y con ello la expansión del odio? ¿Puede la comunidad internacional observar de brazos cruzados la escalada del conflicto? De hecho, ha podido durante medio siglo. Sólo que hoy la llamada soberanía nacional no es una coartada invulnerable. La autoridad moral de los organismos internacionales está en juego. De ello depende su credibilidad futura, o el descrédito de un sentido internacional de la justicia, tantas veces anunciado.

“La espiral infinita”; en: Cubaencuentro, Madrid,  5 de junio, 2001. http://www.cubaencuentro.com/meridiano/2001/06/05/2585.html.

 





El poder relativo

31 05 2001

Después de la aplastante victoria electoral, durante las pasadas elecciones del 13 de mayo, de Silvio Berlusconi, máximo exponente del dinero y de la derecha en Italia, algo que no se veía desde la época de oro de la democracia cristiana, anoche se dieron a conocer unos resultados diametralmente opuestos en las elecciones municipales, donde el electorado italiano designó a los alcaldes de las principales ciudades.
Sólo una ciudad de primer orden en Italia, Milán, ha quedado en manos de la derecha, al conservar Gabriele Albertini su puesto. La coalición de centroizquierda El Olivo, contra muchos pronósticos (Berlusconi y su coalición también gobierna las principales regiones del país), ha mantenido las alcaldías de Roma, Nápoles y Turín. Como nuevo alcalde de Roma, con el 52,5% de los votos, se mantiene Walter Veltroni, secretario general de los Demócratas de Izquierda (ex-comunistas). Triunfo importante que le da un respiro para el proceso de reorganización en que está enfrascada la izquierda italiana. En Nápoles, el puesto lo ocupará la ex ministra del Interior democristiana Rosa Russo Jervolino (El Olivo), con el 52,9% de los votos. Y el nuevo alcalde de Turín, con el 52,8%, será Sergio Chiamparinode.
Al otro lado del mar, mientras el equipo de Bush negociaba una reducción de impuestos que se eleva a 1,3 billones de dólares, se ha producido un importante cambio en la correlación de fuerzas del senado: el senador republicano James Jeffords abandona la nave y se decide a ir como independiente, al tiempo que Tom Daschle ascendía como nuevo líder de la mayoría demócrata. Se prevee que muchos comités cambien de presidente ante la nueva correlación.
Curiosamente, el recorte de impuestos salió adelante gracias al voto a favor del senador demócrata Baucus, del Estado de Montana, incluso contra la opinión de su partido.
Todos sabemos que una nación es un pacto entre tendencias, facciones, intereses con frecuencia contrapuestos, que halan en diferentes direcciones la política del país, cuya historia inmediata no es sino la suma vectorial de esas tendencias. Algunos defienden las mayorías absolutas que suelen generar gobiernos fuentes, capaces de poner en práctica sus programas sin cortapisas. Yo respeto esas mayorías, siempre que sean fruto de la libre voluntad de los electores; pero prefiero las mayorías relativas, los gobiernos formados a partir del compromiso entre diferentes fuerzas. El arte del consenso, la voluntad de compromiso, suelen ser más sabios y representativos de la voluntad de los electores que el ejercicio estricto de la mayoría absoluta, un abuso numérico que con frecuencia se traduce en un puñado de votos.
Si algo define a la política no es el mero ejercicio de la demagogia, la retórica o el usufructo del poder visto como botín, sino el arte de la negociación, la necesidad de alcanzar ese justo equilibrio que, tanto en la sociedad como en la física atómica, aspira a la estabilidad.
Está demostrado que en una discusión los seres humanos dedicamos más tiempo a pensar nuestras respuestas que a escuchar las objeciones del prójimo (sobre todo si es un prójimo no tan próximo); está demostrado que la mayoría absoluta es el sueño de todo político, y la verdad absoluta, la aspiración de todo ideólogo. Pero, por suerte, la praxis cotidiana nos demuestra que la verdad es una aproximación que sólo se consigue sumando algebraicamente sus diferentes versiones; la ideología, una ecuación complejísima que tiene múltiples soluciones y ninguna irrebatible, y el buen gobierno no es otra cosa que el pacto social entre políticos de diverso pelaje, vigilados por la voluntad de sus pueblos. Los políticos saben que a más tardar en cuatro años los anónimos electores recuperarán el poder que les han otorgado en préstamo. Bastará que muevan hacia arriba el pulgar para garantizar su supervivencia, o que apunten a la arena del circo para condenarlos a la jubilación. Quines practican el arte de la negociación suelen pasar la prueba del pulgar con más éxito. Sobrevivir intacto a la mayoría absoluta es más difícil.
“El poder relativo”; en: Cubaencuentro, Madrid,  31 de mayo, 2001. http://www.cubaencuentro.com/meridiano/2001/05/31/2510.html.





Mil millones de razones

25 05 2001

Según datos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en información publicada por el diario El País, los emigrantes latinoamericanos enviaron el año pasado, desde Estados Unidos a sus países de origen, 23.000 millones de dólares, que equivalen a un tercio del total de capitales extranjeros que ingresan al sur del Río Bravo, superando al total de la ayuda exterior. De esta suma, el primer lugar corresponde a México, con 6,800 millones de dólares, seguido de Brasil (1,900) y República Dominicana (1,750). Y en países como Haití, Nicaragua, El Salvador, Jamaica, Dominicana y Ecuador, las remesas familiares superan el 10% de su producto interno bruto. Se estima que en diez años las remesas a Latinoamérica podrían alcanzar los 300,000 millones.
Estos cálculos no incluyen los aproximadamente 1,000 millones de dólares que los exiliados cubanos remiten a sus familias. Suma que tiene un enorme peso per cápita, si lo comparamos con los 1,900 millones de Brasil, y es decisiva en el balance de nuestra economía, por encima de sectores tradicionales como el azúcar o el tabaco y superada, exclusivamente, por los ingresos del turismo.
Tal como analizaba Monreal en un esclarecedor artículo publicado en la revista Encuentro de la Cultura Cubana, el mayor logro económico de la Isla en estos 40 años, ha sido la emigración. No sólo porque el emigrante es, con mucho, el trabajador cubano más productivo, sino porque, proporcionalmente, y sólo por concepto de remesas familiares, es el que más divisas per cápita aporta al país. A esto se suman desembolsos por concepto de viajes, renovación de pasaportes, visados, visitas de familiares y los pagos de las correspondientes tasas, más un monto indeterminable en bienes entregados, directamente y que no sólo palian las dificultades inmediatas, sino que, con frecuencia, constituyen medios para el ejercicio de actividades económicas a pequeña escala.
Es evidente que una parte importante de las remesas familiares, recibidas en Latinoamérica, se destina al consumo, lo que indirectamente contribuye al crecimiento de industrias locales. Pero no es nada despreciable la proporción que se destina a la creación y mantenimiento de pequeñas empresas, adquisición de medios de producción y, en general, al crecimiento del tejido económico de las naciones receptoras. A eso se añade la emigración eventual, cuyo propósito es la acumulación de un capital en el país de destino, para su posterior inversión en pequeñas o medianas empresas en el país de origen.
A diferencia de otros países de nuestro entorno, en Cuba se establece, por decreto, que estas remesas tienen un solo destino: el consumo. Al ser la actividad comercial un monopolio del Estado (si descontamos el pequeño sector privado y la omnipresente bolsa negra), quien impone sus precios con un alto margen de beneficio, ajeno a toda competencia; es el Estado, en última instancia, quien recibe la proporción más significativa de estas remesas.
El resto de los emigrantes latinoamericanos, salvo excepciones, no mantienen una situación de beligerancia con los gobiernos de sus respectivos países, a los que pueden viajar libremente o reinstalarse allí si lo desean y, en muchos casos, ejercer sus derechos electorales desde el país a donde han emigrado. En contraste, la emigración del cubano ha sido investida de carácter político e implica un acto de beligerancia –sea económica, política, o una mezcla de ambos–. Por tanto, le está vedado el regreso e incluso para visitar el país donde nació, requiere la autorización de las autoridades, perdiendo, en el mismo acto de la partida, sus exiguos derechos civiles.
Se dan así varios contrasentidos: El emigrante subvenciona al Gobierno que lo declara enemigo. El Gobierno fomenta el repudio social hacia quienes aspiran a convertirse en sus trabajadores más productivos y practica un discurso agresivo hacia su segunda fuente de ingresos: el exilio encabezado por Miami. Sospecho que a ningún empresario del turismo se le ocurriría incluir en sus promociones de primavera, ofensas hacia los presuntos turistas, aunque estos acudan atraídos por la oferta sexual, o sean catalogables como «enemigos ideológicos». El turista es libre de adquirir o no el servicio que se le ofrece y elige entre diferentes opciones. El aporte de la emigración no goza del mismo grado de libertad: está dictado por el sentido del deber filial, ante las penurias que padecen los suyos. En esas circunstancias, el Gobierno puede cobrar impunemente el impuesto al amor, que se materializa en tasas consulares exorbitantes y precios abusivos de los productos que se venden en las tiendas (cuyo propósito explícito no es prestar un servicio, sino «recaudar divisas»).
El Gobierno declara que el fin último de esta recaudación, es la redistribución social de la riqueza. Es decir, la adquisición de productos que más tarde se venderán a precios subvencionados mediante la libreta de (des)abastecimiento, recursos para la red hospitalaria o educacional, etc. Beneficios que alcanzarán a toda la población del país y no exclusivamente a los que tienen familia en el extranjero. Justificando así, socialmente, los enormes márgenes de ganancia. Es imposible determinar qué proporción de lo recaudado se destina a este fin, pero no hay dudas de que otra parte se dedica a apuntalar el ineficiente tejido productivo e incluso al mantenimiento del extenso aparato militar y político.
Aunque su retórica insiste en defender la centralizada economía estatal, el propio Gobierno admite, tácitamente, la superioridad de la empresa privada o al menos la práctica de un capitalismo de Estado, que actúa de acuerdo a los principios del mercado. Las empresas mixtas, la inversión extranjera o la incipiente introducción de mecanismos «capitalistas» en la empresa estatal, son una evidencia más demoledora que cualquier discurso. A pesar de las limitaciones impuestas al pequeño sector privado, su eficiencia y su competitividad son tan nocivas como ejemplo, que el Gobierno, incapaz de neutralizarlas en el campo de la libre competencia (a pesar de sus ventajas), intenta asfixiarlas mediante impuestos abusivos y una política de acoso, a las que no sobrevivirían ni una semana las empresas estatales.
Un discurso reciente de Raúl Castro afirmaba que nada cambiará tras la desaparición de su hermano. No obstante, incluso la cúpula sabe que todo cambiará y que, tanto en lo económico como en lo político, el país se insertará en el concierto de las naciones de su entorno. Ello implicará, por supuesto, una economía de mercado. Salvo una parte de la nomenclatura cubana, que se está posicionando, desde hace años, en la empresa seudoprivada en previsión del cambio, la población de la Isla se enfrentará en franca desventaja a la irrupción súbita de los mecanismos de mercado. Las trabas políticas impuestas hoy al ejercicio empresarial de los nativos, le condenan el día de mañana a un único destino: vender su fuerza de trabajo y, seguramente, no a precios suecos o norteamericanos.
La excusa de que los ciudadanos no disponen de capital, por lo que permitirles sin cortapisas el ejercicio empresarial privado, sería pura retórica, es algo que las cifras desmienten. Mil millones de razones serían suficientes para la creación de pequeñas y medianas empresas, la liberalización de la iniciativa, el incremento global de la productividad y la drástica disminución de los plazos (que hoy parecen eternos) para que el país salga de la crisis; ahorrando sufrimientos a la población e insertando al país en los mecanismos reales de la economía mundial. El pueblo no sólo accedería en mejor situación a los cambios futuros, sino que, hoy mismo, estaría en condiciones de invertir su iniciativa y su talento en buscar salidas personales a la penuria, sin ser condenada al status actual de receptor pasivo de la caridad familiar. Los exiliados no verían las actuales remesas como un mero deber solidario, sino como una inversión de futuro, lo que posiblemente incrementaría su monto anual.
Sólo tres serán los afectados por una liberalización de este orden: el capital extranjero, que actúa hoy para un mercado cautivo y sin ninguna competencia nacional. La nomenclatura instalada en un pre-capitalismo controlado, que deberá vérselas con la competencia de sus compatriotas. Y la cúpula de la cúpula, cuyo monopolio absoluto del poder se verá menguado por la independencia económica de, al menos, una parte de los súbditos.
El capital extranjero podrá aprovechar una circunstancia como ésa, disminuyendo costes al comerciar in situ con diferentes factores económicos, estatales o privados, en condiciones de libre concurrencia. La nomenclatura pre-instalada sólo verá convertida su ventaja absoluta en una ventaja relativa.
Dados los años de vida que podrían quedarle a Fidel Castro, en el más optimista de los pronósticos, es difícil que una apertura como ésta erosione tanto los pilares de la autoridad absoluta, como para hacer inviable su ejercicio. Condicionaría quizás el efecto movilizativo (al menos el aparente) del discurso, disminuiría el éxodo, ablandaría el control. Pero, difícilmente, su efecto sea catastrófico para el poder a corto plazo. Y, por puras razones biológicas, el máximo líder debería comprender que ha llegado la hora de pensar a corto plazo.
No confío en que una reflexión como ésta fructifique en las altas instancias. El poder absoluto durante casi medio siglo, suele ser impermeable a toda relativización. Difícilmente un argumento como el bienestar de los ciudadanos, será capaz de moderar la adicción crónica al poder absoluto. Pero creo que Fidel Castro debería considerar un argumento que sí le interesa: su lugar en la historia. Algo que no conceden las enciclopedias, sino la memoria de los pueblos.





¿Escudo o estrella?

22 05 2001

Cien mil millones de dólares es el costo estimado del escudo antimisiles propuesto por el presidente norteamericano George Bush. Aunque todavía están en veremos tanto el costo real como su viabilidad tecnológica.

La versión 2001 de la Guerra de las Galaxias consiste en un sistema de once satélites dotados de sensores infrarrojos, desplegados en varias órbitas, que detectarán los presuntos misiles atacantes, y con la ayuda de radares de última generación, distinguirán a éstos de los señuelos, ordenando a las instalaciones de tierra y los barcos, el lanzamiento de los interceptores que los destruyan en vuelo. Un sistema tan complejo no sería operativo hasta el 2011. La variante más modesta sería una red de enormes radares en tierra que desde Alaska (para monitorear a Corea del Norte) y desde Maine (para Irán e Irak) detectarían los misiles precozmente. Se habla incluso de un radar en territorio ruso. Los interceptores serían disparados desde veinte bases repartidas por el mundo y operativas en 2005, con la perspectiva de llegar a 250 bases en los siguientes cinco años. Otros proyectos mencionan una red de barcos equipados para la detección y la intercepción, y el empleo de lásers, ya probados por Estados Unidos e Israel, para la destrucción de misiles de alcance medio.

Aunque el enemigo más temido es la innombrada China, se menciona a Irán, Irak y Corea del Norte como los presuntos terroristas atómicos, “gobiernos irresponsables” capaces de lanzar un ataque nuclear contra Estados Unidos, aunque el resultado de la respuesta sea su propia desaparición como países.

La reactivación de esta iniciativa deja en papel mojado el tratado ABM suscrito entre Rusia y la URSS en 1972, que les comprometía a no desarrollar sistemas antimisiles, garantizando la destrucción de ambos en caso de confrontación nuclear, con el consiguiente efecto disuasorio.

Hasta el momento, la respuesta de Putin a la propuesta no ha pasado de la retórica. En parte, porque se trata aún de un proyecto cuya viabilidad está por ver —la efectividad política para una parte del electorado norteamericano queda asegurada—, y en parte por las garantías de Bush de que el paraguas detendría una llovizna atómica coreana, pero no un aguacero ruso, con lo que se mantiene el efecto disuasorio que dictó los acuerdos de 1972.

También Putin ha colocado sobre la mesa una contrapropuesta: crear un sistema conjunto, que protegería incluso a los europeos. Washington no parece muy dispuesto a considerar esta variante.

La Unión Europea, y en especial Francia, se ha mostrado reticente al proyecto, o al menos ha hecho un expectante silencio. La objeción más seria es que una iniciativa de esta naturaleza promocionará la carrera armamentista de países como China, multiplicando la capacidad autodestructiva de la humanidad y haciendo más delicada y precaria la relación con Taiwán, aliada a su vez de Washington.

La propia justificación del plan, es decir, la existencia de “gobiernos irresponsables” con capacidad nuclear, es risible a juicio de muchos analistas, a pesar de los informes de la CIA que anuncian como probable un ataque desde Irán, y como posible, desde Irak y Corea del Norte. La realidad es que en un país como Estados Unidos, donde penetran anualmente miles de envíos de droga, es infinitamente más viable meter de contrabando una carga nuclear y detonarla in situ, que perpetrar con éxito un ataque de misiles de largo alcance. Países que se arriesgan a la inmolación total, en aras de dañar a su enemigo, bien podrían reclutar un comando suicida que se encargara de la operación sin dejar huellas. Y ante tal contingencia, no hay paraguas.

Quienes ya se frotan las manos ante la idea son los mandos militares con juguete nuevo, los consorcios armamentistas, y los institutos de investigación que recibirán suculentas partidas para el desarrollo de las tecnologías.

La historia demuestra que siempre una nación predominante despierta pasiones contrapuestas y extremas en su perisferia: desde la devoción modélica, hasta el odio, donde con frecuencia constan unas gotas de envidia. Y Estados Unidos no es la excepción, aunque hasta ahora sí sea excepcional el hecho de que en toda su historia como nación jamás haya sido objeto de una agresión en su propio territorio. Todas las guerras libradas por Estados Unidos, y no son pocas, han sido extramuros. Y la perspectiva de que el país se convierta en teatro de operaciones bélicas aterra a demasiados norteamericanos. De modo que una iniciativa que presuntamente lo convierte en impermeable cuenta de antemano con una rentabilidad política cuyo peso en la decisión final no es nada desdeñable.

¿Puede ocurrir el ataque cuya prevención costará cien mil millones de dólares? En teoría, sí. En la práctica, difícilmente dichos países cuenten con la capacidad de ponerlo en práctica con éxito en un futuro predecible. Más barato resultaría fomentar en esas naciones una apertura económica, la superación de la crisis que asola a la población coreana, el levantamiento de las sanciones impuestas a Hussein, pero que afectan al pueblo, e impulsar la distensión en las relaciones con Irán.

Si Estados Unidos es una “nación responsable” sabrá que el escudo antimisiles más efectivo que se conoce, es el bienestar. Los estados de crisis y miseria con frecuencia han fomentado dictaduras y fundamentalismos “salvadores”. Y aún en democracias formales, la corrupción y el desprecio por el bienestar de los ciudadanos generan una desesperación social que puede conducir a cualquier abismo. Una “nación responsable” tiene por fuerza que comprender que un planeta fracturado en desigualdades extremas es, ya que hablamos de temas nucleares, como los elementos transuránidos: inestable a corto plazo, inviable a largo plazo. Sospecho que fomentar la reducción de esas enormes desigualdades generando, al mismo tiempo, empleo y riqueza, sería el mejor interceptor de un presunto ataque, y una manera más eficaz de emplear el dinero de los contribuyentes.

Como en las monedas que lanzábamos de niños al aire para decidir la suerte, este escudo tiene su otra cara, por la que yo apostaría: la estrella.

“¿Escudo o estrella? ”; en: Cubaencuentro, Madrid, 22 de mayo, 2001. http://www.cubaencuentro.com/meridiano/2001/05/22/2323.html.





Derecho al veto

15 05 2001

Asistimos a una nueva coincidencia histórica frente a un acontecimiento democrático entre las estrategias de ETA y del gobierno cubano. Hablo de las respectivas reacciones frente a las elecciones vascas efectuadas recientemente (donde el nacionalismo secesionista radical fue sancionado en las urnas), y la votación en la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra (donde el gobierno de La Habana, violador sistemático de los derechos elementales, fue sancionado por la mayoría de las naciones presentes).

Durante los meses anteriores a la votación de Ginebra, Fidel Castro encomendó a su canciller una intensa labor de cabildeo para recabar votos favorables o abstenciones que evitaran la condena; pero, al mismo tiempo, emprendió una batalla de insultos y descalificaciones contra los gobiernos que presuntamente votarían en su contra.

La autonomía vasca, la más amplia de España y posiblemente de Europa, con atribuciones en casi todas las esferas y policía propia, ha elegido, por libre sufragio de sus ciudadanos, el parlamento que nombrará al Lehendakari o jefe de gobierno autonómico. Los partidos, con más o menos fortuna, han intentado conquistar el voto de los vascos mediante sus propuestas de gobierno. En cambio, la campaña electoral de ETA ha consistido en lo de siempre: tiros y bombas. Y la de su brazo político, EH, que acudió a las urnas con un pronóstico de voto que difícilmente alcanzaría el 10% del electorado vasco, alternó promesas de “paz” y “soberanía”, amenazas, insultos, violencia callejera y un discurso nacionalista y socialista que cada vez se acerca más al nacionalsocialismo. Un problema de sintaxis.

Mientras en el último día el resto de los candidatos pronunciaban sus discursos finales, ETA concluía su campaña haciendo estallar, a las 23:57 del viernes 11 de mayo, en la esquina de Goya y Velásquez, en Madrid, un Renault Clio de color rojo que contenía al menos 20 kilogramos de explosivos. Como resultado, graves daños en vehículos, fachadas, un hotel, una decena de comercios y una sucursal bancaria completamente destrozada; catorce heridos, uno de ellos grave, con impactos de metralla en la cara, quemaduras de segundo grado y contusión pulmorar. Se trata de un guardajurado de 56 años, quien cumplía su turno de trabajo en la sucursal bancaria. Es el tipo de “agente” del “imperialismo español” que ETA suele matar. Veintinueve coches bombas en Madrid, con un saldo de 53 muertos, entre ellos un niño de dos años, lo confirman. La tragedia pudo ser mayor, dada la afluencia de público a una discoteca cercana los viernes por la noche.

Como ya es costumbre, Arnaldo Otegui, candidato de EH, fué el único en no condenar el atentado, sino sólo “sus consecuencias”. Sigue siendo un misterio cómo se puede apoyar la bomba y lamentar las víctimas.

Una vez condenado el gobierno cubano en Ginebra, la “diplomacia” habanera sancionó a los gobiernos que votaron en su contra, mediante una violencia verbal que raras veces se escucha a un jefe de Estado. Lamebotas de los yanquis, pigmeos, cucarachas, monigotes, babosos, fueron algunos de los calificativos, a los que se sumó el desfile de presidentes latinoamericanos, convertidos en muñecones, durante los carnavales del primero de mayo. Adujo que el organismo internacional estaba manipulado por Estados Unidos; afirmación que no se repitió cuando los propios Estados Unidos fueron separados de la Comisión, por primera vez en medio siglo.

En respuesta al revés electoral, el periodista Gorka Landaburu, recibió el 15 de mayo en su domicilio un paquete bomba que le mutiló las manos de escribir. Y pocos días desués, en San Sebastián, asesinaron a Santiago Oleaga, director financiero de El Diario Vasco, quien por razones de su especialidad, jamás se sintió amenazado por ETA.

Las consecuencias de la estrategia cubana no sólo han sido plasmadas en una nueva condena en Ginebra. Se retira el embajador argentino en La Habana, y quedan suprimidas de hecho las relaciones consulares con Costa Rica. Las relaciones con México registran una tensión innecesaria. Y pública o privadamente, muchos electores latinoamericanos, autores con su voto de esos presidentes, sienten que la ofensa les alcanza.

No se trata de una coincidencia eventual que la respuesta de Fidel Castro, de ETA y de EH a un evento donde ciudadanos o mandatarios elegidos por los ciudadanos refrendan con el voto sus opiniones, sea la pirotecnia (retórica a su pesar, en el caso de Fidel Castro). Tanto el mandante de La Habana, como los pistoleros de Euskadi, se dicen representantes de sus pueblos sin que ello requiera la prueba de las urnas. Representan cierta “identidad profunda” de lo cubano y de lo vasco, imposible de demostrar mediante la estadística. Y si los respectivos pueblos se niegan a aportar la corroboración electoral, no será culpa de la propuesta castrista o etarra, sino de los pueblos, que deberán ser “reeducados” en la dirección correcta. Según estos “defensores del pueblo”, la función de los líderes no es encarnar la voluntad de los electores, sino corregir la estupidez o la minusvalía mental de la muchedumbre, pensando en su nombre.

Algo natural cuando se es infalibre. La condena del gobierno de Cuba, no fue una consecuencia de sus reiteradas violaciones de los derechos humanos, sino una conjura del imperialismo. La derrota de EH y, por tanto, de ETA, que pasó de 14 a 7 escaños en el parlamento, fue, en palabras de Otegui, una estrategia de los amantes de la patria vasca que prefirieron sumar sus votos al nacionalismo moderado contra el “españolismo”; no una prueba rotunda de que apenas el 9% de los vascos apoyan su nacionalismo radical. ¿Intentarán reeducar al 91% restante?

Por lo pronto, a Fidel Castro le asiste el derecho al veto, y lo ejerce con una coherencia indudable hace 42 años. A ETA y sus voceros de EH les queda por delante una larga tarea: matar a un millón y medio de vascos para alcanzar la mayoría. El veto calibre 38 es su consigna.

El resultado de ambas estrategias se resume en labores de desescombro.

Treinta toneladas de escombros en Madrid.

Los escombros de las relaciones con países hermanos de Latinoamérica, en La Habana.

Derecho al veto”; en: Cubaencuentro, Madrid,  15 de mayo, 2001. http://www.cubaencuentro.com/meridiano/2001/05/15/2330.html.

 





Soledades

11 05 2001

Ignoro si la soledad es un tema de actualidad, pero escuchando a los teatristas cubanos en el recién concluido I Festival Internacional del Monólogo de Miami, acontecimiento que abre una feliz perspectiva para nuestra cultura, me permito considerarla de actualidad permanente en el devenir cubano de los últimos decenios.
Y es curioso, pero no fortuito, que en un encuentro, durante el cual 22 teatristas de la Isla se reunieron con colegas de la diápora y de Argentina, Brasil, Venezuela, España, Francia, Puerto Rico y Estados Unidos, asome el tema de la soledad, a pesar de la nutrida participación del público miamense, la variedad de la oferta y su calidad, representativa de lo mejor que se hace hoy en nuestro teatro. La premiación, donde los invitados de la Isla acapararon una buena parte de los premios, honra a la segunda capital de Cuba, que supo apreciar la calidad sin distingos.
Durante el coloquio, celebrado en la Universidad de Miami, el veterano Abelardo Estorino, habló de la tragedia nacional de un  país cuya cultura está fracturada por la geografía. Alberto Pedro, dramaturgo y actor,  confesó: «Mis hermanos, mis amigos, siempre se han ido a algún lugar». Y Abilio Estévez, autor de La verdadera culpa de Juan Clemente Zenea, y del monólogo El enano en la botella, pieza escrita en 1994, pero estrenada ahora, esbozó el tema de las múltiples soledades: «Muchas personas en el exilio me han dicho que se han sentido solos, pero yo también me he sentido muy solo en La Habana».
Se ha hablado mucho de la soledad agazapada en el exilio. La soledad que espera por el desterrado que debe reordenar las coordenadas de su vida, llevando como única brújula su vocación de futuro, consultando de vez en cuando, para no extraviarse, el mapa de sus recuerdos. La soledad de quien comienza a pedir pan o preguntar la hora mediante palabras que no han nacido con su memoria. Palabras aprendidas, no aprehendidas. Palabras contra las que se rebela la lengua, aunque al cabo se resigne a decir bread soñando pan. La soledad de quien se comprueba distinto, al incurrir en los pequeños pecados de lo cotidiano. La única razón es que desconoce los ritos, las costumbres, los usos de la tribu que le hospeda en el cuarto de invitados, no en las habitaciones de la familia.
La soledad de amigos que sólo permanecen, inmutables como las fotos de carné, en el congelador de la memoria. Familiares de cuerpo entero, reducidos a una voz filtrada por cables transoceánicos y satélites. La soledad de quien no se ríe del chiste, mientras los demás se ahogan a carcajadas. La soledad de despertar en un lugar de las antípodas, sin saber muy bien cómo has llegado. O la peor: la soledad del ilegal que habita un limbo de la geografía burocrática: apátrida en su tierra, intruso en la otra; no ha inaugurado su permiso de residencia, pero ya caducó su carné de identidad; carece de documentación para quedarse y de documentación para irse; no existe para las estadísticas ni ha sido bautizado por un número de la seguridad social; quiere trabajar pero no puede; trabaja, pero legalmente no le pagan (a veces sobra el legalmente); ninguna factura a su nombre demuestra su presente; ningún contrato da fe de su futuro. Es la soledad cósmica de quien no existe.
Pero hay otra soledad. No es la de quien paga en efectivo la tasa de silencio, para sufragar su búsqueda de libertad, de pan, o de ambas inclusive. Es la soledad de quien revisa cada mes su libreta de teléfonos y va tachando nombres que dan timbre, pero no sale nadie, porque han salido. La soledad de quien descubre que en su vieja aula de bachillerato, la mitad de los pupitres están vacíos. La soledad de quien traza alguna noche, como jugando, la tournée internacional que supondría visitar a un puñado de ex novias. La soledad de padres, hijos, hermanos, que detectan por el teléfono un arrastre súbito de las erres, una zeta de importación, o un sorry, abuela, que deja a la mujer ante la duda de haberse equivocado de nieto. La soledad de quien responde a su hijo que vino malanga de dieta y chicharro adicional; porque no sabe qué decir cuando el muchacho habla de una hipoteca al 5,2% TAE, del IRPF, la declaración de la renta, el precio del dinero (¿eso no será una redundancia?) o del coche que trae de serie elevalunas eléctrico (¿por qué no dejan a la Luna en su sitio?). La soledad de quien visita a un amigo y el desconocido que asoma a la puerta entornada, se limita a copiarle once dígitos en un minúsculo trozo de papel: Llámelo a Viena. La soledad de quien camina por las calles de su niñez y no las reconoce. El paisaje de ruinas se ha vuelto ilegible para su memoria. No logra ubicarse, hasta que descubre, en un muro huérfano de casa, milagrosamente en pie, restos fósiles del cartel que adornaba la fachada de La Regenta, presunta tienda de ultramarinos, en realidad bodega: LI  RES Y VÍ E ES FIN S. Ni siquiera lo consuela disponer de la ciudad que alguna vez fue suya, porque la ciudad le ha ido cerrando sus puertas: hoteles con porteros de mirada infalible para detectar nativos; discotecas y bares donde el carné de identidad y los patriotas criollos no son de curso legal; injertos del maligno afuera en el adentro. Y descubre que sin irse a ninguna parte, lo han ido de media ciudad donde nació. En el reparto le ha tocado la mitad más triste. La soledad de esa libreta telefónica que se ha vuelto ilegible de ausencias. La soledad de quien ya no sabe si los otros se han ido, o él se ha ido quedando.





Guerra on line

8 05 2001

La guerra de guerrillas del siglo XXI ha comenzado.

Tras el incidente entre China y Estados Unidos en que resultó muerto un piloto de combate asiático, y la disputa diplomática, rehenes mediante, miles de “voluntarios” hackers chinos pusieron en acción la variante on line de la guerra de guerrillas. Seiscientas cincuenta webs del gobierno norteamericano, instituciones, empresas y universidades han sido el blanco.

El FBI ya había advertido que un ataque masivo en la red podría producirse, de modo que muchas instituciones tomaron sus precauciones y tuvieron menos que lamentar. Otras, no corrieron la misma suerte.

Entre las webs atacadas estuvieron, por supuesto, la de la CIA, pero también la de la Liga de Fútbol Americano, bancos de California, centros médicos, universidades e institutos de investigación. Uno de los sitios más atacados fue http://www.whitehouse.gov, el sitio de la Casa Blanca, a la que Bush llama “la casa de todos los norteamericanos”, frase que los hackers ampliaron hasta convertirla en la “casa de todos los chinos”. Durante seis horas, el servidor de la Casa Blanca anunció “denegación de servicio” como consecuencia de una sobresaturación en la demanda de acceso. Aprovechando la denegación de acceso, los hackers se “apropiaron” miles de computadoras conectadas a la red, que a su vez solicitaron masivamente acceso a las webs atacadas. Se generó una demanda que multiplicó por ocho la capacidad de los servidores, y como consecuencia se produjo el colapso.

Los patrióticos hackers norteamericanos respondieron al ataque dejando fuera de combate a cientos de portales de Pekín, centros de investigación científica, instituciones militares y del gobierno asiático.

La acción delictiva, “insurgente”, o la pura gamberrada de los hackers, cuya aparición data de los comienzos de Internet, ha dado paso a organizados rangers on line. Se disparan subrutinas y líneas de comando, se derraman bytes en lugar de sangre. Los misiles portadores son las inofensivas líneas telefónicas. Basta un PC doméstico, más barato que un fusil de asalto con mira infrarroja, y un breve entrenamiento, para contar con un soldado en la red. No importa que sea miope, tenga los pies planos o corra los cien metros planos en diez minutos. Este nuevo “modelo” de guerra parece más light y, por supuesto, menos televisivo que la Guerra del Golfo. Pero las apariencias engañan. En un mundo cada vez más interconectado y donde desde las transacciones financieras hasta las órdenes militares, o una operación quirúrgica, se producen on line; un ataque organizado de hackers puede dislocar los servicios de emergencia, obstruir la acción médica, enloquecer las finanzas o sabotear los sistemas de comunicaciones de los que depende el tráfico aéreo. No sólo bytes serán derramados en tales circunstancias. Lógicamente, los países industrializados cuentan con más medios para repeler (o lanzar) ataques de esta naturaleza; pero al mismo tiempo son más vulnerables, dado su alto grado de interconexión. Aunque, por otra parte, el recurso esencial en esta guerra cibernética es el talento, que florece en todas las latitudes. Si un hacker solitario es capaz de crear un virus que provoque pérdidas multimillonarias, ¿qué efecto podría producir un destacamento de hackers adiestrados y dotados de todos los medios por un gobierno? ¿En qué medida serán efectivas las contramedidas y las “fire walls” ante ataques de esa naturaleza?

La guerra on line es algo que todavía está por ver. Por lo pronto, la Casa Blanca tuvo “un chino atrás” durante seis horas.

Guerra on line”; en: Cubaencuentro, Madrid, 8 de mayo, 2001. http://www.cubaencuentro.com/meridiano/2001/05/08/2239.html.





Desde esa geografía incierta que es la ausencia

3 05 2001

Una tarde de 1961 (creo recordar) abandoné la finca familiar siguiendo el camino custodiado por enormes árboles de donde goteaban los mangos filipinos más dulces del mundo. Atrás quedaban, diciendo adiós con las manos levantadas, mis cinco primos y mis cuatro tíos. No le concedí especial atención a aquella despedida –sospecho que mis primos tampoco–: un breve paréntesis hasta el próximo fin de semana. Lo que jamás habrían adivinado mis siete años de entonces, es que el próximo fin de semana se produciría 39 años más tarde.
Desde el momento en que mi padre, fidelista devoto hasta su último minuto, conoció que sus hermanos habían decidido marcharse de Cuba, se suprimieron las visitas a la finca. Mis preguntas sólo obtuvieron respuestas evasivas como si no otra cosa mereciera la evasión de mis familiares. Sólo me enteré que no estaban en Cuba años más tarde.
Entonces supe que una zona de mi infancia se había extinguido: el día que remolcado por María Eugenia, mi experiencia de esquiador en el portal baldeado a cubos, terminó con cuatro puntos de sutura; los paseos a caballo con Castorcito; las mandarinas de junto al estanque, la champola de guanábana, las guayabas del Perú y las gallinas que perseguíamos con fervor, todo engrosó una suerte de prehistoria. Pero la caligrafía de la memoria suele escribirse con tinta indeleble. Todavía huelo el perfume de la tierra en días de lluvia, el aroma de los fogones, los ramitos de albahaca. Ningún político ha logrado derogar esa manera de recordar con todo el cuerpo que tiene la infancia.
Nunca le escribí una carta a mis primos. Ellos eran el enemigo, rezaba la consigna. Ignoro si ellos me escribieron. Tampoco habría recibido sus cartas.
Treinta y nueve años después de aquella despedida, otro fin de semana, visité Miami, y descubrí la misma cara de mi primo Castor, en un cuerpo de hombre maduro, más cerca de los cincuenta que de los cuarenta; hablé con mis primas y tíos dispersos entre New Jersey y North Carolina. Supe que durante años mi abuela sostuvo correspondencia a hurtadillas de mi padre con sus hijos-enemigos y sus nietos-enemigos. Quizás a hurtadillas relativas. Mi padre no podía admitir correspondencia con el enemigo, pero bien pudo saber de sus hermanos y sobrinos sin indagar la procedencia, como si las noticias hubieran alcanzado a mi abuela por algún cauce misterioso del éter. Cosas más raras se han visto.
En 1978, siendo yo profesor de la universidad, a una de mis alumnas le fue negada la condición de ejemplar, acusada de intercambiar correspondencia con su padre, exiliado en Miami. Los mismos que le imponían el veto, recibían por entonces a sus familiares de Miami, con el beneplácito del Partido Comunista. Nunca la crítica literaria maltrató tanto al género epistolar.
Ignoro si con el correr de los años, la vida habría puesto entre mis primos y yo una distancia superior a las noventa millas. Se sabe que los humanos tenemos la costumbre de adquirir una familia vocacional: los amigos. Y yo ignoro si alguno de mis primos habría formado parte de esa familia elegida por el libre albedrío y no por la genética. Pero sí, estoy convencido de que ninguna profesión de fe, ningún credo político, tenía derecho a mutilar mi infancia. No juzgo a sus padres ni a los míos en sus decisiones de quedarse o irse. Pero sí juzgo una fe que necesitó sumar enemigos para garantizar la incondicionalidad de los amigos.
Durante años la fe oficial convocó en Cuba al sacrificio de nuestros padres en aras del futuro feliz de sus hijos; para convocar más tarde a los hijos en aras de los nietos y así sucesivamente: la felicidad futurible. «Hoy no fío. Mañana sí», decía aquel bodeguero y mantuvo colgado el cartel hasta que le expropiaron la bodega y el método de trabajo.
Sé que mi caso es pavorosamente vulgar. A millones de cubanos nos hurtaron los primos, o peor: los padres, los abuelos, los hermanos, los hijos. Sé que millones de cubanos hemos amado, casi siempre en silencio, a enemigos censados por supuestos amigos que en muchos casos aborrecíamos. Y de haber levantado la voz contra la sustracción de primos, sin dudas nos habrían cogido de primos. Pero lo peor fue que nos convencieran –todo el tiempo, una parte del tiempo, apelando a nuestra credulidad o nuestra adolescencia emocional, haciéndonos creer que creíamos–, según el expedito sistema de Goebels. Aunque más tarde nos declaráramos ateos gracias a Dios.
Treinta y nueve años después de aquella despedida en la finca, la historia se repite: los primos de mi hijo, que vive en Sevilla, se reparten entre Texas y La Habana, sus abuelos, entre Houston y Marianao.
Más temprano que tarde se derogarán las distancias, Cuba transitará hacia una sociedad democrática y abierta, los fabricantes de enemigos, los arquitectos del odio, pagarán con el peor de los castigos: el olvido. Pero ya a mí, a nosotros, nadie nos podrá devolver nuestros primos, ni el agridulce aroma de una infancia probable. Como tampoco podrán devolvérselos a mi hijo.
Confío en que mis nietos se busquen sus propios enemigos y nadie se atribuya la potestad de endosárselos por decreto.





Dos cumbres

1 05 2001

La cumbre

Acaba de concluir en Quebe La III Cumbre de las Américas, con la participación de 34 mandatarios latinoamericanos y la única exclusión de Fidel Castro. El tema central ha sido la creación del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), que permita la libre circulación, desde Alaska a la Patagonia, de mercancías y capitales, eliminando trabas burocráticas y barreras arancelarias —a diferencia de la Unión Europea, que va camino de construir el primer conglomerado de naciones integradas, además, institucional, humana y socialmente—. El ALCA sería el mayor mercado del mundo, integrando a 800 millones de personas, 11 billones de dólares de producto interior bruto (el 40% mundial) y el 20% del comercio del planeta, funcionando de acuerdo a “las reglas y disciplinas” de la Organización Mundial de Comercio. Un anticipo ya existe, el Tratado de Libre Comercio entre Canadá, Estados Unidos y México, que ha reportado a este último un mantenido crecimiento económico. Por otra parte, durante los últimos diez años el comercio de Estados Unidos con América Latina aumentó un 219%, en contraste con su comercio con Asia (118%), UE (89%) y Africa (62%).

Claro que del volumen económico que engloba el ALCA una parte sustancial corresponde al hemisferio norte, en especial a Estados Unidos. Para sus capitales significaría una apertura irrestricta del continente, necesitado de inversiones y tecnología, y la perspectiva de relocalizar industrias allí donde la mano de obra es más barata. Para Latinoamérica significaría una apertura del mercado norteamericano, donde sus productos pueden ser muy competitivos, la atracción de capitales, tecnología y la creación de empleo.

La ausencia de Cuba se debe a que la democracia será condición ineludible para la participación en la ALCA, tal como se expresa en La Declaración de la Ciudad de Québec: “el mantenimiento y fortalecimiento del Estado de derecho y el respeto estricto al sistema democrático” será imprescindible para pertenecer y recibir beneficios del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Cláusula que firmó incluso el mandatario venezolano Hugo Chávez, quien reiterara en la Cumbre su amistad con Fidel Castro, y aludiera a la “democracia participativa” que pone en práctica Venezuela como un modelo mejor que la democracia representativa convencional. No se trata sólo de un veto al gobierno cubano, sino de una medida preventiva ante posibles tentativas autocráticas, nada escasas en la historia de nuestro continente. Incluso la Organización de Estados Americanos (OEA) preparará una Carta Democrática Interamericana. La declaración de Québec afirma que se efectuarán “consultas en el caso de una ruptura del sistema democrático de un país que participa en el proceso de Cumbres”. Aún se desconoce quién o quiénes y cómo decidirán que un país viola las normas democráticas.

En la negociación se incluyó también el tema de la educación, aunque los detractores no tardaron en tildarlo de un mero adorno de la tarta, cuyo ingrediente fundamental es la apertura al neoliberalismo sin fronteras.

Aunque ya se sabe que la IV Cumbre tendrá lugar en Argentina en 2003, y se prevee el nacimiento de la ALCA para 2005; los mandatarios latinoamericanos acudieron a la cumbre con el escepticismo que dicta la experiencia: desde 1994, Clinton estuvo hablando del tratado, imposible de llevar a la práctica en la medida que el Congreso de EE. UU. no le concedió el fast track (privilegio para negociar acuerdos por la vía rápida), prerrogativa de la que tampoco disfruta Bush, aunque pretende solicitarla esta misma semana, y se siente optimista al respecto.

 

La otra cumbre

Acogiéndose a aquello de que es mejor prevenir que lamentar, las autoridades de Québec levantaron una imponente valla de 3,5 kilómetros de alambre y cemento alrededor del recinto de la Cumbre (“perímetro de seguridad” ó “nuevo muro de la vergüenza”, según quien lo califique), los comercios céntricos tapiaron sus vidrieras, y se aprestaron a resistir el sitio de 30.000 manifestantes antiglobalización, de lo que se ha dado en llamar “la generación Seattle”, llegados de las Américas y Europa. También fue convocada una movilización mediante Internet, para lo cual bastaba inscribirse con nombre y país, a favor de una visión alternativa. 15.000 se manifestaron pacíficamente en la “Marcha de los Pueblos” que recorrió las calles: zapatistas, representantes de los pueblos indígenas, ecologistas de todas partes, anarquistas norteamericanos y veteranos de Seattle y Praga. Estuvieron en Québec José Bové, sindicalista y agricultor francés, máximo enemigo de McDonalds, y Paul Balagny, de SalaMi (amigo sucio, en francés). 2.000 radicales consiguieron abrir una brecha de 4 metros en la valla, y el saldo final es de 34 policías y 100 manifestantes heridos, y otros 150 detenidos.

Con diferencias de matices, la principal reivindicación de los manifestantes es que la globalización se trata sólo de un instrumento económico manipulado por las transnacionales, que atenta contra los derechos laborales y el medio ambiente. Juicios que, en cierta medida, comparten algunos de los mandatarios asistentes. A pesar de que su percepción de Bush es positiva —“Aunque tenemos muchas diferencias políticas, Bush me ha parecido un hombre sincero”—, Hugo Chávez afirmó, por ejemplo, que “la justicia social no sólo no ha progresado en las Américas, sino que ha retrocedido”. Fernando Henrique Cardoso, presidente de Brasil, declaró abiertamente sus simpatías por los manifestantes contra “una globalización económica sin rostro humano”, y censuró a Estados Unidos por proponer el libre comercio y mantener barreras a los productos extranjeros, o por negarse a ratificar el tratado de Kioto. Según él, los beneficios que reporte el libre comercio deberán repartirse equitativamente, de modo que contribuyan a “reducir en vez de agravar las disparidades”. Una actitud que no compartieron sus socios de MERCOSUR, en especial Argentina, aquejada de una grave crisis. Se mencionaron también como contrarios a una integración los subsidios agrícolas en EE. UU., que suman más de la mitad de los ingresos de sus agricultores, o sus políticas antidumping.

Incluso Vicente Fox, cuyo país disfruta ya del Acuerdo, afirmó que “no puede haber genuina democracia en sociedades con tantas desigualdades y tanta pobreza como existen en muchas áreas de América Latina, incluido México”, y a su iniciativa se debe que la Declaración de Québec recoja la necesidad de incrementar el gasto social en detrimento de los gastos militares.

Ciertamente, el beneficiario inmediato del Acuerdo será el capital, que podrá desplazarse sin trabas, comerciar, importar y exportar sin aranceles ni tasas, y relocalizar fábricas en busca de una mayor rentabilidad. Y el capital jamás se ha mostrado muy sensible a los temas ecológicos o el bienestar de los trabajadores. Pero abrir las puertas a la inversión, no es una patente de corso. Cada país podrá velar por que se cumplan sus normativas mediambientales, por que la creación de riqueza tenga una componente social e incentive la creación de infraestructuras para el desarrollo, y por que el inversionista cumpla la legislación laboral vigente. ¿Ganará menos por el mismo trabajo el operario de Lima que su homólogo de Detroit? Seguramente. En caso contrario, la industria se instalaría en Detroit. Aún así, muchos obreros de Lima no tendrán que emigrar para ganarse dignamente el sustento. Pero la generación de riqueza, la rentabilidad y las propias exigencias de los sindicatos deben por lógica actuar en la única dirección viable: la reducción paulatina de las distancias. No obstante, sería un error confiar ciegamente en el automatismo del mercado. Será tarea de los gobiernos velar por que esta apertura redunde en beneficio de toda la sociedad, velar por que la corrupción, mal endémico en nuestras repúblicas, no permita los crímenes de lesa humanidad y de lesa ecología que contemplamos diariamente. Tarea de todos los países miembros que haya equidad en el proceso, y que bajo la apertura no se escondan proteccionismos disimulados y unilaterales.

Posiblemente quien más preocupado deba estar por esta apertura es el obrero de una fábrica de Chicago, o el agricultor del centro-oeste. No dudo de la buena voluntad de la mayoría de los manifestantes, pero coincido con Vicente Fox, quien sentenció en la Cumbre: “Es fácil protestar cuando se tiene un empleo, cuando se tiene comida en la mesa, como lo tienen esos manifestantes».

Dos cumbres”; en: Cubaencuentro, Madrid,  1 de mayo, 2001. http://www.cubaencuentro.com/meridiano/2001/05/01/2144.html.