Los guerrilleros de Dios

6 06 2001

¿Quiénes son estos guerrilleros de nuevo tipo, que en nombre de Alá y de la Yihad, se enrolan en la batalla contra Satán, es decir, Occidente? ¿Quiénes son estos combatientes suicidas, que penetran a una discoteca forrados de explosivos, o se lanzan de cabeza contra torres civiles a bordo de aviones civiles repletos de pasajeros? La imagen que imperaba hasta hoy entre los ciudadanos comunes de Occidente, es la de fanáticos semianalfabetos y harapientos, imponiendo leyes medievales en Afganistán. Hoy sabemos que hay pilotos, estudiantes de tecnología en Alemania, que justo antes de desatar la barbarie, bien podrían pasar por personas comunes y corrientes.

Al igual que el arte, el Islam, y cualquier otra religión, tienen múltiples lecturas. Vale recordar hoy que muchas religiones han adolecido de fundamentalismos excluyentes. Los herederos de los cristianos que un día fueron arrojados a los leones, se encargaron  siglos más tarde de encender las hogueras donde la disidencia, la herejía, o simplemente lo incomprensible y lo diferente, fueron convertidos en cenizas.

Si leemos de buena fe los libros fundacionales, no hallaremos en ellos nada incompatible con un mundo plural y democrático. Si efectuamos una lectura intencionada, cualquiera de esos textos puede servir de apoyo a la intolerancia y la barbarie. No obstante, resulta difícil comprender que una cultura que, en medio de la tiniebla medieval cristiana, hizo florecer Al-Andalus, produjo a Maimónides, Avicena y Averroes, pueda dar cobertura ideológica a los inquisidores de Alá.

Ahora bien, ¿se trata de una tendencia más o menos extendida en el mundo islámico, o del subproducto indeseable de la recuperación de la identidad?

Durante la segunda mitad del siglo pasado, como parte del proceso de descolonización, vimos caer al anacrónico Sha de Irán ante  el empuje de una sociedad civil liderada por el Ayatolá Jomeini, quien aunó a todos, hasta que hubo alcanzado el poder, momento en que dejó claro su monopolio del discurso islámico y empezó la purga. Sus adeptos de las clases medias, que pretendieron utilizar al Ayatolá como herramienta para destronar al Sha, y después desecharlo, se vieron de pronto en la planta de reciclaje islámico.

Tras la invasión soviética a Afganistán, es Zbigniew Brzezisnki quien asesora a Carter para emplear a los islamistas radicales como fuerza de choque, surtiéndolos de armas y entrenamiento a través de Pakistán. Se usan mutuamente: Estados Unidos emplea a los talibán contra los soviéticos. Los talibán emplean a Norteamérica para alcanzar el poder. Una vez conseguida la retirada rusa, los talibanes proclaman la Yihad, que empieza cebándose en el propio pueblo afgano,  y Norteamérica observa a sus antiguos aliados con repugnada indiferencia.

En contra de quienes persiguen la redención socio-cultural por el islam, frente a la masiva presencia de la cultura occidental, pero al mismo tiempo coinciden en los postulados de prosperidad económica y democratización, los talibenes facturaron un islamismo hermético, escolástico, basado en una palabra divinizada a la que sólo cabía obedecer. Un islamismo manu militari, para convocar la obediencia ciega (hasta el suicidio) en una guerra; inoperante para la conducción de una sociedad civil, razón por la que 5 millones de afganos han optado por el exilio. Un fundamentalismo que, por otra parte, no desdeña los misiles inteligentes, la telefonía vía satélite y la más sofisticada ingeniería financiera para hacer circular en silencio sus fuentes de ingreso.

El éxito de la violencia en Afganistán condujo a movimientos equivalentes en Argelia y Egipto sobre todo. Pero en estos países los fundamentalistas no contaban con el aval del éxito frente a la invasión soviética; y una extendida clase media, cercana a Occidente en muchos de sus presupuestos políticos y económicos, actuó como barrera de contención.

Entre los suníes de Egipto las clases medias no se incorporaron al movimiento fundamentalista  y deploraron el asesinato de Anuar el Sadat, condenando al movimiento a nutrirse, casi exclusivamente, de los sectores más desfavorecidos.

En Argelia, el FIS, tras ganar las elecciones, anuladas por el ejército con el beneplácito de Occidente, se ha ido consumiendo en luchas internas, ha perdido adhesión de las clases medias, en buena medida por las declaraciones radicales de Alí Bel Hach, en el sentido de desembarazarse de todo lo europeo una vez conseguido el triunfo; además de haber sido sometidos a una represión equivalente en barbarie a sus actos terroristas, pero de signo opuesto. La balanza  de los terrorismos. Eficaz, pero ¿moral?

Lo más significativo fue que, frente a un mundo globalizado, donde la riqueza de los ricos es mostrada diariamente a los pobres por la televisión, un mundo donde conviven alta tecnología y economía de supervivencia,  jóvenes musulmanes desde Marruecos hasta Asia, se dejaron seducir por la formulación de un islam redentor, por la cultura de la violencia que tan buenos resultados estaba dando en Afganistán. Miles de voluntarios se enrolaron en esta guerra santa, y fueron entrenados como combatientes kamikatzes. La miseria, la desesperación, la falta de expectativas, fueron el caldo de cultivo. Y en Oriente Medio, la fábrica de suicidas queda exactamente entre la intolerancia y el terrorismo de estado practicado por Israel, y la corrupta inoperancia de la OLP. Y justo debajo de la aparente mediación norteamericana, y su efectivo apoyo a Israel.

A pesar de todo ello, el analista francés Gilloes Kepel, en su libro La Yihad. Expansión y declive del islamismo, publicado hace algunos meses en Francia, anota que los fundamentalismos comienzan a perder poder de seducción. Las razones, según él, son varias: la información, la práctica del poder, la globalización.

Los medios de comunicación han irrumpido en el mundo islámico con gran fuerza. Se ven los noticiarios de todo el mundo vía satélite. Jezira, una emisora de Qatar, ofrece un espectro amplísimo de opiniones, lo cual es perturbador para totalitarismos políticos y religiosos, y crea en las nuevas generaciones una posibilidad que hace apenas unos años era impensable: la posibilidad de elección ideológica. Los enormes movimientos migratorios, las culturas híbridas e Internet, van creando una poliédrica cultura global, que aún vista desde la óptica islámica, se aviene mal con “purismos” de cualquier signo. No es raro que músicos “impuros” sean víctimas del FIS, y que los jóvenes bailen con música iraní “Made in Los Angeles”.

La práctica del islamismo en el poder ha sido otro factor de decepción: Irán, Sudán, y sobre todo Afganistán, son ejemplos claros de que cierto modo de trasvasar las supuestas “leyes de Dios” al gobierno de los hombres, sólo consigue hacer más pobres y más infelices a las personas. Por eso no es raro que el aperturista Jatamí haya ganado por segunda vez las elecciones en Irán, a pesar de las enormes limitaciones impuestas por los “ortodoxos” para la puesta en marcha de las reformas.

¿Se trata entonces de un movimiento en vías de extinción? Pudiera decirse que sí, en términos estratégicos. Pero deberemos decir que no, en lo inmediato.

Mientras se mantenga estructurado, y con todas sus ramificaciones internacionales, el ejército suicida creado a partir de la guerra afgana, no se descarta el ejercicio del terrorismo a gran escala. Y no se trata de una recua de palurdos: jóvenes fanáticos (instruidos o no) de diferentes países, han sido captados por una fe que no resiste disenciones, una fe unidireccional (qué fácil de entender, qué adolescente).

Mientras se mantenga vivo el conflicto de Oriente Medio, y los palestinos sean condenados a ser un pueblo sin país, habrá mártires de la fe y de la causa, dispuestos a viajar derecho al Edén, llevándose por delante a cuantos más, mejor. En una sociedad fracturada por  el odio, sin esperanza, empobrecida; los mártires contarán con el respeto de la comunidad, y sus familiares serán recompensados con una pensión vitalicia.

Por último, mientras se mantengan las enormes diferencias estructurales que asolan el planeta, éstos u otros guerrilleros de Dios, de cualquier Dios, continuarán amenazando los símbolos de la hegemonía, el poder y el confort de Occidente. Frente a los satélites y los misiles guiados por láser, apuestan dos armas difíciles de neutralizar: sus propias vidas, inmoladas siempre que haya ganancia numérica, y su total falta de escrúpulos. Esto último merece explicación: para ellos una oficinista norteamericana o un joven judío en una discoteca, no son civiles inocentes, sino judíos o norteamericanos, partículas del Gran Satán. Y Occidente tendrá que enfrentar a ese enemigo sin caer en la tentación de incurrir en su juego macabro.

¿Es necesaria una coalición internacional contra el terrorismo? Sí. Y la razón es muy sencilla: ya existe una entente internacional del terrorismo. Fundamentalismos  nacionales o religiosos se ponen de lado cuando se trata de emplear las facilidades de la globalización: expertos del IRA residentes en La Habana instruyen a la guerrilla colombiana, seudoperiodistas marroquíes despedazan al líder de la oposición afgana, las armas de Europa Oriental terminan en campos de entrenamiento del desierto afgano, hacia donde han acudido  adeptos captados en todo el mundo islámico; y (se sospecha) capitales de países que reiteran su amistad con Occidente, fluyen (bajo presión o voluntariamente) hacia las imbricadas redes financieras del terror. ¿Son ellos representativos del espíritu de los islamistas en todo el mundo? No. Son, decididamente, la excrecencia enfermiza. Por eso es importante distinguir la batalla contra el terrorismo, de una batalla contra el otro, empezando por el Islam. Pero  no bastará extirpar el tumor a punta de bisturí, mientras el paciente siga fumando los humos letales de un mundo para todos dividido.

 


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