Periodismo coreano

24 11 2010

No es la primera vez que la isla surcoreana de Yeonpyeong, 120 kilómetros al oeste de Seúl y a tres kilómetros de la línea divisoria con Corea del Norte, es el escenario de escaramuzas. Ya sucedió en 1999, 2002 y 2009. La frontera, trazada unilateralmente por el mando de Naciones Unidas en 1953, es reconocida por el sur, pero no por el norte, que reclama como suya esta zona. Razón por la que unas maniobras militares del ejército surcoreano justo allí es, cuando menos, una imprudencia, aunque no un ataque. Al parecer, Corea del Norte envió varios mensajes exigiendo el cese de las maniobras, que consideraron un simulacro de invasión, aunque el fuego no estuviera dirigido contra su territorio. Al continuar las maniobras, Pyongyang lanzó más de 200 proyectiles sobre la isla y las aguas circundantes. Murieron dos militares, dos civiles y hay decenas de heridos. Seúl respondió con el lanzamiento de unos 80 proyectiles cuyos efectos se ignoran.

Dada la gravedad de los sucesos, en particular por la capacidad nuclear de Corea del Norte, la noticia ha sido portada en todos los periódicos del mundo. Con excepciones.

Korean News (http://www.kcna.co.jp/index-e.htm), de la Agencia Central de Noticias de Corea del Norte, destaca como principales noticias dos visitas de Kim Jong Il: al Colegio Médico de la Universidad Kim Il Sung y a las obras de una nueva tienda de salsa de soja en Ryongsong. Sus referencias al suceso se limitan a reproducir el Comunicado del Comando Supremo del Ejército del Pueblo de la República Popular Democrática de Corea, donde se afirma que “los títeres de Corea del Sur (…) han lanzado decenas de proyectiles en el interior de las aguas territoriales de la RPDC en torno a los islotes de Yonphyong” (…) “a pesar de las repetidas advertencias de la RPDC”, hecho que fue respondido con un “poderoso golpe de fuerza”. Y subraya que “en el Mar Occidental de Corea sólo existe una línea de demarcación militar marítima, la establecida por la RPDC”. El comunicado amenaza con nuevos «ataques militares despiadados» si Seúl viola su frontera «aunque solo sea 0,001 milímetros».

El comunicado confirma que las maniobras sudcoreanas se circunscribieron a las que, según la ONU, son sus aguas territoriales, aunque para el norte “sólo existe una línea de demarcación militar marítima, la establecida por la RPDC”. Su “poderoso golpe de fuerza”, más que una respuesta a Corea del Sur, que no bombardeó al norte previamente, está dirigido a sus propios súbditos y a obtener nuevas concesiones de la comunidad internacional si quiere evitar una guerra que podría ser devastadora.

El diario Granma, por su parte, el día 23 abre con un descubrimiento de Raúl Castro que, sin dudas, revolucionará la economía mundial: que “trabajar constituya realmente algo vital para todos” y que el salario recupere su papel como principal fuente de ingreso. En portada se comenta también el descubrimiento de fraudes eléctricos en La Habana y la emancipación latinoamericana. Sólo en la sección de internacionales aparece el conflicto de Corea, pero de un modo tangencial bajo el título “Llama Rusia a evitar escalada militar en Península coreana”. El diario comenta el llamamiento de Rusia a ambas partes para evitar nuevos enfrentamientos y se refiere al “intercambio de fuego de sus artillerías”. La palabra clave es “intercambio”. Como, siempre según Lavrov, el jefe de la diplomacia rusa (el diario Granma no se pronuncia), “los iniciadores de tal acción asumen una gran responsabilidad por los sucesos” y dado que “el hecho ocurrió en medio de las protestas de la República Popular Democrática de Corea contra la realización por parte de Seúl de maniobras militares con la participación de unos 70 mil hombres, lo cual consideran una amenaza para su seguridad”, la culpabilidad está servida al lector de la Isla que no dispone de otras versiones. De paso, Granma menciona los “13 heridos y un muerto”, pero nunca aclara a qué bando corresponden. Cualquier lector cubano podría deducir que han sido pacíficos campesinos del norte masacrados por los artilleros del sur.

Al día siguiente, 24, la primera plana de Granma tampoco recoge el casus belli coreano. Ese espacio queda reservado a la contraofensiva estratégica de diciembre de 1958, los residuos tóxicos de la OTAN en el Adrático y otro descubrimiento económico de Raúl Castro, que “Nada debe regalarse a los que pueden producir y no producen o producen poco”. De nuevo hay que acudir a Internacionales para encontrar el artículo “La RPDC responde a provocación militar de Surcorea”, donde se reproduce casi textualmente el Comunicado del ejército norcoreano y se añade que “Surcorea reconoció que estaba realizando ejercicios militares regulares y ensayos balísticos en la isla de Yonphyong antes de la respuesta de Corea Democrática”, anotando que esto es tomado de la Agencia Reuters. Si el lector cubano puede desconfiar del comunicado del ejército norcoreano, por ser parte interesada, la coletilla atribuida a la Agencia Reuters, donde la palabra “reconoció” es clave, como si las maniobras no fueran de antemano conocidas y nada secretas, sugiere el culpable. Y para subrayarlo, se anota “antes de la respuesta de Corea Democrática”. Si suya es la respuesta, la pregunta artillera fue formulada por los surcoreanos. El lead de la información especifica: “La República Popular Democrática de Corea (RPDC) denunció hoy que Surcorea disparó decenas de obuses hacia aguas jurisdiccionales de la parte Norte, provocación a la cual respondió el país, según PL”. Aquí no se aclara que la isla Yonphyong es parte del territorio de Corea del Sur, según la línea establecida por la ONU, sino que se acepta tácitamente la pretensión del Norte, que la considera parte de su territorio aunque, de hecho, no le pertenezca. Una lectura atenta nos mueve a la duda: ¿Por qué Corea del Sur dispararía a las aguas jurisdiccionales del norte? ¿Intentaba masacrar tiburones y sardinas imbuidos de la idea Juche? ¿Por qué no respondió Corea del Norte bombardeando a los jureles Samsung y apuntó directamente a una isla habitada por militares, pero también por civiles?

Por su parte, la edición impresa de Juventud Rebelde sólo otorga al asunto una llamada en portada, “Tensión en la península coreana”. El texto al que refiere, y que aparece en la página tres, es un calco del que trae Granma, pero se completa con las opiniones del secretario general de la ONU, la UE, Japón y Estados Unidos. Y anota que los muertos y heridos los puso la parte surcoreana. Aunque ello podría deberse a la pésima puntería de los artilleros del sur.

Siempre que, por razones políticas, la prensa cubana se ve obligada a defender lo indefendible, el ejercicio de manipulación de la información alcanza una maestría que sería merecedora de ensayos y doctorados por parte de la comunidad académica. En el mejor de los casos, se traspapelan acontecimientos trascendentales hacia las páginas interiores, cuando no se silencian. Las medias verdades se combinan con las palabras estratégicas (“respuesta”, “intercambio”, “reconoció”), se habla de los muertos pero se oculta a qué parte corresponden para no enjuiciar a quien los ocasiona. Y, lo más importante, al referirse al tema citando a los rusos o los coreanos —y también a la ONU, la UE, Japón o Estados Unidos en el caso de Juventud Rebelde— se escamotea el apoyo abierto del gobierno cubano a una de las dictaduras más tenebrosas del planeta. La prensa de la Isla es consciente de que cuenta con un lector cautivo y desinformado, pero no estúpido.

Quienes vivimos en una sociedad donde la sobreabundancia de información nos obliga a elegir, combinar y extraer nuestras propias conclusiones de los datos complementarios y/o contradictorios somos apenas hacedores de puzzles. El lector cubano, por el contrario, está condenado a suplir lo que falta, reinterpretar adjetivos, analizar los énfasis y los huecos de silencio para reconstruir algo que se parezca a la verdad. Con suerte, logra adivinar que el puzzle corresponde a Las Meninas de Velázquez, aunque le hayan escamoteado el pintor, el perro, los enanos e incluso las meninas.

 

“Periodismo coreano”; en: Cubaencuentro, Madrid, 24/11/2010





Huir de la espiral

2 07 2010

El editor Hubert Nyssen dijo sobre Huir de la espiral, de Nivaria Tejera (Ed. Verbum, Madrid, 2010, 143 pp.): “no es una novela ni, por otra parte, un poema o una epopeya, ni tampoco un relato. Es una obra difícil, hermética, enigmática. Y aterradora para quienes no soportan la insurrección lingüística. Para los demás, en revancha, de pronto, ¡qué deslumbramiento!”.  Y Nyssen es uno de los grandes editores del siglo XX en lengua francesa.

Efectivamente, quien se adentre en este libro de difícil clasificación no deberá buscar un argumento clásico, estructurado, un poemario o un ensayo al uso. Huir de la espiral no apela a nuestra intelección, sino a nuestra percepción, a una sensibilidad que debe encontrar su propia sintonía con el texto.

En entrevista que integra el homenaje que Encuentro de la cultura cubana tributó a la autora (n.º 39, invierno de 2005-2006), Nivaria cuenta a Pío E. Serrano, que “Al huir del desastre (…) uno se siente algo así como expuesto a habitar un descampado para convertirse en —y valga en su arrogancia el título de Musil— un hombre sin atributos, un paria…

Ese descampado vertiginoso, como un Maelstrom que intenta engullir al protagonista, es el angustioso espacio del libro.

Nivaria Tejera se inserta en la generación de los 50, aunque nunca participó de lo que suele llamarse un espíritu generacional. Fue anunciada por Cintio Vitier en Lo cubano en la poesía (1958) como una de las voces poéticas emergentes. Publicó en el número 35 de Orígenes el capítulo 9 de El barranco, que ya prefiguraba el tono, la atmósfera híbrida de Huir de la espiral, entre lo onírico, lo alucinado y golpes de realidad —en particular, las recurrentes referencias de la prensa a la guerra de Viertnam, que funcionan como anclas o señalizaciones para fijar el discurso a un tiempo histórico concreto y que, al mismo tiempo, ofrece la mirada al hecho histórico central de los 60 desde la otra cara del espejo: la del exilio.

En Nivaria puede rastrearse la influencia (más espiritual que estilística) de Kafka, Beckett, Bernhardt, de Broch y de los surrealistas que la fascinaron durante su primera estancia en París. Basta seguir el curso de sus personajes. Entre la niña de El barranco (1959), el Sidelfiro de Sonámbulo del sol (1971), Claudio Tisesias Blecher en Huir de la espiral (1987) y la escritora exiliada de Espero la noche para soñarte, Revolución (2002) hay una progresión: variaciones de la angustia, desde la mirada aterrada a la Guerra Civil Española, hasta la el desasimiento, la atormentada espiral del exilio.

“del exiliado-suicida

del exiliado-vértigo de las esquinas

y su azoramiento de extraviado

del exiliado-mendigo

del exiliado-tartamudo en silencio” (p. 32)

Y aunque en el texto, París es la presencia recurrente en el deambular caótico de Claudio Tisesias Blecher, Cuba está siempre en el doble fondo de la memoria, como el motor de esa angustia de la que el personaje intenta huir entre audiciones de música, literatura y una permanente errancia —él mismo se califica como una especie de “Licenciado Vidrieras” (p. 89)—, como si su destino fuera la huida. Escribe Nivaria:

“conveniencias inconveniencias

silenciadoras alienadforas usurpadoras

de la libertad primaria del inocente compromiso

aquél que se llamaba revolución

hoy apoltronada

sin aliento ya” (p. 43)

Porque “EL SITIO DONDE SIN CESAR ESTOY PRESENTE ES EL SITIO DE DONDE SIN CESAR ME ALEJO” (p. 93)

Pero esa errancia no lo salva, no lo redime ni lo reinserta. Por el contrario, parece destinado a regresar siempre al punto, a la angustia de partida:

“un círculo sin fin la espiral del exilio

enraizándonos a pesar suyo

en la inmovilidad

siempre el mismo giro del agazapado” (p. 45)

Es cuando “Claudio se desprende de Tiresias por la abertura derecha y continúa un torpe recorrido a tientas en la oscuridad” (p. 47).

Y ese exilio, que recorre todo el libro con una fuerza y una crudeza estremecedoras, como no he hallado en ningún otro libro de la diáspora cubana, no es mera pérdida de coordenadas geográficas, de referentes familiares o históricos, no es un cisma de la biografía, sino una difuminación de la identidad:

“Su falta de origen

—¿de dónde eres?

—¿por qué?

—por tu acento

—qué más da

—por el tipo pareces…” (p. 77)

Y, en términos bíblicos, la caída:

“él       caída exilio exaltación

rutas por donde los demás pasan sin verlo

caída

exaltación

exilio” (p. 52)

Pero, en este caso, por el pecado original de otros: “—no más “enemigos interiores” no más “delincuentes subversivos” no más “grupos incontrolados” (…) caza al hombre anonadándolo  extirpándole sus órganos vitales poco a poco por la tortura pulida que no deja trazas con los ayudas de cámara los galenospsiquiatras capacitados para convertir en locos a los utópicos” (p. 100).

Una angustia que no se limita a la pérdida de coordenadas, al extrañamiento de la identidad o los circuitos alucinados de la errancia, sino que se encona, se retroalimenta, con la reincidencia cíclica de la memoria:

“ese tránsito entre apagar y encender la memoria

—La memoria apagarla encenderla…

a fin de que alguien se aísle a cumplir cien años insonoros

“mañana mañana mañana…” (p. 115)

Claudio Tisesias Blecher ignora “que el tiempo es un falso curandero de la memoria” (p. 129). Nivaria Tejera, no. Huir de la espiral es la huella de esa memoria atormentada, la certificación de que la huida es imposible. Por mucho que nos extraviemos por “las calles largas y tristes “del extranjero” ese país de la plana intemperie a cielo descubierto hasta donde el eco de los pasos agota su reflexión…” (p. 53), la memoria siempre nos encuentra.

 

“Huir de la espiral”; en Revista Hispano-Cubana, Madrid, 2010





Dos mulatos posnacionales

1 06 2010

Un mulato de 150 kilos, nacido y criado al norte de New Jersey, un “nerd” del gueto con vocación de escritor, se encuentra en un momento impreciso, a fines de los años 90, en un cañaveral dominicano frente a dos hombres mal encarados quienes le exigen la traducción exacta de la palabra “fire”.

Un mulato cosmopolita, nacido y criado en La Habana, con vocación de escritor, se encuentra en un momento impreciso, a inicios de los años 90, en Livadia, Crimea, medio siglo después de la Conferencia de Yalta, que marcó un nuevo reparto del mundo y el inicio de la Guerra Fría. Allí el mulato cosmopolita intenta atrapar una yazikus, la mítica mariposa cuyo último ejemplar conocido fue cazado por el último zar de todas las Rusias, Nicolás II, una mañana de 1912.

¿Qué relación podría existir entre ellos? Es la pregunta que intentaré responder, partiendo de la base que tanto Livadia[1], la novela que protagoniza el mulato de Yalta, como Brief Wondrous Life of Oscar Wao[2], la que protagoniza el “nerd” de New Jersey, son “novelas ejemplares” de una literatura posnacional cuyas fronteras se extienden, en el Caribe, desde el norte de Estados Unidos hasta Siberia Occidental, pasando por toda Europa.

La mirada posnacional

Edward W. Said[3], al referirse a su identidad, sustituye la metáfora del árbol que hunde sus raíces en la tierra (que alimenta y encarcela el árbol) por “un cúmulo de flujos y corrientes” antes que como “una identidad sólida”. La nación de desterritorializa y se desacraliza, en palabras de Bernat Castany Prado[4]. Ya Claudio Magris[5] proponía una concepción heraclitiana, líquida, de la identidad: “el río es por excelencia la figura interrogativa de la identidad, con la eterna pregunta de si podemos o no bañarnos dos veces en sus aguas”. Y Carlos Monsiváis ha denominado «posnacionalista» al proceso de crisis política, económica y cultural de su país, precedido, a fines de los 60 y principios de los 70, por una reformulación de las representaciones culturales de la nación.

Según Christopher Domínguez Michael, “la extinción de las literaturas nacionales, al menos en América Latina, no será desde luego un proceso ni natural ni lineal. Implica la desmantelación de un concepto firmemente establecido en la academia, en la opinión pública, en el espíritu de muchos escritores aún ligados sentimentalmente al nacionalismo cultural. Contra lo que suele pensarse en el extranjero (y en México mismo), ese proceso de desarraigo arranca con el siglo veinte: la tradición cosmopolita es la tradición central —aunque no la única— de la literatura mexicana moderna”[6]. Domínguez recuerda cómo la sociedad letrada de América Latina siempre se sintió el extremo occidental de la cultura occidental, de modo que “narradores como Salvador Elizondo y Alejandro Rossi (ambos nacidos en 1932 y ambos traducidos al francés) se desplazan por la literatura mundial con absoluta libertad, viajando indistintamente hacia el mundo de los suplicios chinos o regresando a las raíces del caudillismo hispánico; un Sergio Pitol (1933) hace suya la literatura centroeuropea, lo mismo que otros escritores, como Juan García Ponce (1932-2003), Hugo Hiriart (1942) o Fabio Morábito (1955), corroboran en sus obras ese fenómeno del cual Borges es un epítome: el cosmopolitismo latinoamericano es una de las grandes escuelas del siglo veinte”. Y subraya que en el presente globalizado, donde la información viaja a una velocidad sin precedentes y el español recobra la universalidad del Siglo de Oro, “la narrativa (y la poesía) latinoamericanas, además, se benefician de una globalización cultural que, permitiéndonos abandonar la obsoleta noción romántica de literatura nacional, nos devuelve, con más ganancias que pérdidas, al universalismo de las Luces”[7]. De este modo, se cancela “la identificación romántica entre cultura y nación, misma que convertía al escritor latinoamericano en una suerte de embajador ontológico de su país, destinado a explicar los misterios esotéricos de México, del Perú, de Colombia al público europeo”[8]. Es “el fin de nuestra excepcionalidad y de los fueros que el realismo mágico, falso o verdadero, conllevó”[9].

J Vs. Wao

Tanto el mulato cosmopolita que caza mariposas en Yalta como el “nerd” de origen dominicano pero nacido y criado al norte de New Jersey, son los protagonistas y alter ego de sus autores: Junot Díaz  y José Manuel Prieto. Junot Díaz (Santo Domingo, 1968) emigró a los siete años a Nueva Jersey con su familia. Se licenció en Rutgers University e hizo un master en Cornell. Actualmente imparte escritura creativa en el Massachussets Tecnological Institute. José Manuel Prieto (La Habana, 1962) se fue a estudiar a la URSS a inicios de los 80 y se graduó de ingeniero en Novosibirsk, Siberia Occidental. Vivió en Rusia más de doce años, se trasladó a México D.F. y enseñó en el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) desde 1994 hasta el 2004. Actualmente vive en Nueva York y es director del Joseph A. Unanue Latino Institute de la Universidad Seton Hall.

La maravillosa vida breve de Oscar Wao es una saga de inmigrantes dominicanos, pero es también medio siglo de historia dominicana. Una novela acerca de “un pobre nerd[10] negro y jodido del gueto llamado Óscar Wao”, un chico dominicano gordo que no conquista a las chicas, que no puede bailar, que es el opuesto de todos los estereotipos que tenemos los dominicanos de lo que son los “hombres”. “Óscar no iba a ser el caribeño sexy por el que la industria del turismo vive y muere. Me di cuenta de que podía escribir acerca de este chico nerd que vive obsesionado por la historia y por las chicas, que sólo es bueno para la fantasía y para la ciencia ficción y que sin embargo (trágica, cómicamente) pertenece a una comunidad y a una cultura que propiamente no se enloquece por los nerd de color ni por sus intereses”, según el propio Junot.

Pero es también la historia de una maldición, el fukú, que persigue a los dominicanos, según Díaz, desde la llegada de Colón a América, y de cómo esta desgracia se ceba en la familia de Óscar durante el trujillismo y el postrujillismo, con sus secuelas de violencia. Una historia que parece marcar el destino de toda la descendencia y cuya larga mano los atrapa incluso lejos de la isla, en el gueto.

En Livadia (también publicada como Mariposas nocturnas del imperio ruso), un joven contrabandista de origen cubano (origen apenas esbozado en unos pocos momentos) trafica visores nocturnos y otros artilugios “desviados” de los arsenales de un Ejército Rojo en plena descomposición. Se mueve continuamente por el Norte y Este de Europa hasta que recibe de un cliente sueco el encargo de conseguir una mariposa rarísima, cuyo último ejemplar conocido fue capturado hacia 1912 por el zar Nicolas II en los jardines del palacio que la familia imperial rusa se hizo construir en Livadia, cerca de Yalta, en la península de Crimea. Instalado en esa localidad, en la que (en teoría) permanece al acecho de la mariposa, el narrador redacta el borrador de lo que pretende ser una respuesta a las cartas que allí le envía V., la muchacha siberiana que lo abandonó después de que él, no sin correr riesgos, la ayudara a escapar del burdel de Estambul donde trabajaba.

Prieto apela a moldes propios de la novela de aventuras, del libro de viajes, de la novela epistolar, la novela negra y del relato iniciático; cuando en realidad todos ellos sólo son el soporte argumental de un largo repaso a toda la tradición epistolar, con ciertos tintes de ensayo filosófico. Un libro organizado sobre la excusa de cartas recibidas por el autor, pero que nunca conoceremos. Presuntamente estamos en presencia del largo borrador de su respuesta (que más tarde desaparecerá). O de un rescate (mal planeado y peor ejecutado) que no termina en fracaso gracias a la divina intervención de una capa propia de Harry Potter. La historia de un entomólogo aficionado y rico que encomienda a un contrabandista la persecución (condenada al fracaso) de una mariposa rara cuya descripción es incierta. Todo el entramado sólo pretende otorgar un esqueleto narrativo a la educación sentimental del protagonista y, sobre todo, a un delicioso repaso de toda la tradición epistolar que desemboca drásticamente en las urgencias del email. Relato jalonado por las cartas que el autor-protagonista recibe de V. y con cada capítulo perfectamente ubicado en la múltiple geografía del relato, lo cual es también una ubicación temporal.

Junot Díaz, por su parte, organiza el relato en una cronología recta con oportunos flashback que van a esclarecer los antecedentes de la línea argumental maestra, capítulos acotados cronológicamente para facilitar la lectura y que se hunden en un pasado más remoto a medida que el lector necesita de esas subtramas complementarias. Las frecuentes notas al pie, firmadas descaradamente por el autor, esclarecen figuras y episodios de la historia dominicana y están dirigidas, obviamente, a un público anglo que no conoce necesariamente los pormenores históricos de la isla. En ese sentido, en ambos autores hay una voluntad de allanar el camino a un lector abstracto, no necesariamente cómplice. Los títulos de los subcapítulos en la novela de Díaz acentúan esa voluntad didáctica, aunque operan como contralectura desde la ironía y el desparpajo. Incluso las frases iniciales tras cada subtítulo subrayan el momento exacto de su engaste en la historia, del mismo modo que la sucesión de cartas y la localización geográfica de los capítulos lo hacen en Prieto. En la página 81, por ejemplo, nos dice Díaz: “Antes de que hubiera una Historia Americana, antes de que… (…)  estaba la madre, Hypatía Belicia Cabral”. Y esa progresión se mueve hacia atrás, desentrañado el pasado como un arqueólogo frente a los estratos del yacimiento: Belicia Cabral (1955-1962)… Pobre Abelardo (1944-1946).

En La maravillosa vida breve de Oscar Wao, éste es el alter ego de Junot Diaz. Es el Oscar Wao a Junot como el Wow es lo sorpresivo del spanglish transdicho como “guau” dominicano. Mientras, el verdadero J. de Livadia es J. M. Prieto.

También, los contextos en que se mueven ambos protagonistas y autores tienen cursos paralelos. Ambos residen en las capitales, en las casas matrices de sus respectivos imperios. Junot madura en el NY que se ratifica como capital, de Occidente primero y, más tarde (tras el desmerengamiento de la URSS), del mundo. Mientas, J. M. Prieto cursa sus estudios en la metrópoli del comunismo mundial. Y asiste, diez años después, a su caída, como Oscar Wao asiste desde el otro extremo al fin de la Guerra Fría y da cuenta de ello. Ya el protagonista de Enciclopedia de una vida en Rusia[11], un retrato sociopolítico del derrumbe de la URSS, reflexionaba: «El imperio, que había proyectado su pesadez hacia la lejanía de un futuro perfecto, cayó por el peso de mullidas alfombras persas, jaguares descapotables, perros de raza, debilitado por la meta de un vivir placentero que logró suplantar sus objetivos celestes». Una lectura suspicaz permite atribuir a estas palabras, también, un destinatario lejano, un país que también colapsaría, al menos económicamente, tras la desaparición de la URSS. Claro que un análisis histórico de esta naturaleza, leído desde el dandismo que recorre toda la obra de Prieto, no pasa de ser una boutade con algunas certezas de fondo. Pero también Prieto sitúa su obra en Yalta, donde 45 años antes se había firmado el nuevo reparto del mundo y el inicio de la Guerra Fría y donde el autor-protagonista (¿por casualidad?) busca la rara mariposa cuyo último ejemplar conocido fue capturado (¿otra casualidad?) por Nicolás II, último zar de Rusia.

Y estos contextos geográficos se convierten en contextos culturales.

Díaz asume la cultura popular, la literatura de género, como alimento de su protagonista. Prieto, la tradición letrada europea.

Ambos difieren también, radicalmente, en el vehículo literario empleado.

Díaz se define como un escritor de lengua inglesa aunque, obviamente, su universo narrativo es el mundo de LO dominicano. Es el escritor del gheto (el “ghetto writer”) que escribe con las palabras del gueto, la lengua de sus propias experiencias, un inglés mechado de español, un inglés manipulado con la libertad de la oralidad y sujeto siempre a la tensión dramática del argumento. Porque el lenguaje es también argumento. No hay plecas ni comillas, los parlamentos se ensamblan con las descripciones, las voces de narrador y personajes se  suceden sin interrupción y sin que perdamos el hilo de quién habla, captando inmediatamente los juegos temporales. Un lenguaje directo y descarnado, sincopado, diríase, que empuja continuamente al lector hacia delante. Ese inglés del gueto mechado de dominicanismos guarda todo su sabor gracias a la excelente traducción de una cubana, Achy Obejas:

“En cualquier lugar del mundo su promedio de bateo triple cero con las muchachas podía haber pasado inadvertido, pero se trataba de un varoncito dominicano, de una familia dominicana: se suponía que fuera un tíguere salvaje con las hembras (…) Un fracatán de familiares lo aconsejó (…) Escúchame, palomo, coge una muchacha y méteselo ya. Eso lo resuelve todo. Empieza con una fea”. (p. 35).

Pero también puede hablarnos de “la fokin sorpresa”, de que nadie quería ser “roommate del socio”, de los “bichos raros y losers y freaks y afeminaos”.

Prieto, por su parte, escribe desde la tradición rusa, que fluye a través de toda la obra en el tempo, en la naturaleza de las descripciones (Turguéniev más que Dostoievski), en un cierto regodeo en los circunloquios, un pausado acercamiento a la materia narrativa, una prosa tersa y otoñal. Un español escrito desde LO ruso, como un traductor de sí mismo, explicando al lector los giros de la lengua que un eslavo comprendería de inmediato:

“Le gritó—: Ponial? —que quería decir ‘¿Has entendido?’, pero en masculino, como dicho a un hombre, sin la a al final, indispensable para poner la frase en femenino; cambio de género que debía transmitirle a Leilah la gravedad de su amenaza. (…) la llamó Masha, porque es como si dijéramos ‘un Iván cualquiera’”. (p. 182).

O cuando dice: “darle a entender que había ‘mordido de parte a parte su juefo’, para utilizar una exacta expresión rusa. Mordido de parte a parte hasta dar con el hueso, lo duro” (p. 184).

En Prieto, el lenguaje puede llegar a ser cientificista, rebuscado, como cuando refiere que “Sudábamos a chorros, las papilas subcutáneas nos humectaban como después de un largo invierno” (p. 268). O: “el lente de estos googles recoge el flujo de fotones (…) en una banda de frecuencia inferior al rojo (…) los fotones en vuelo son acelerados por el alto voltaje (…) golpean con fuerza la pantalla fosforescente…” (p. 54).

Un lenguaje que busca, y con frecuencia consigue, una máxima precisión, aunque sea a costa de reajustar el tempo narrativo.

Un escritor dominicanamerican que escribe en inglés desde LO dominicano.

Un escritor cubano que escribe en español desde LO ruso.

Dos perspectivas desde lo posnacional.

La estilización y traslación al inglés de la oralidad dominicana, de la oralidad del gueto. Y la construcción de un lenguaje terso, metabolización de una tradición letrada europea, particularmente rusa, que evade ex profeso las coordenadas no sólo de la oralidad cubana sino del discurso letrado de la Isla, y no sólo del léxico, sino de la propia construcción sintáctica que suele denunciar al narrador de la Isla. A cambio: un español neutro, transparente para todos los hispanohablantes.

También desde el lenguaje hay en ambos una voluntad de aproximación a un lector invisible (internacional, posnacional, ¿el mercado?), una voluntad  mercadotécnica, sin que ello sea peyorativo. Christopher Domínguez Michael nos recuerda que “el mercado editorial predica la uniformidad y castiga, más que nunca antes en la historia moderna del libro, la dificultad intelectual y el riesgo formal”[12].

En Junot Díaz la novela empieza por la detallada explicación del fukú americanus, la desgracia inicial de nuestra sufrida historia (según él, Dominicana es el kilómetro cero del fukú), y desfilan en los momentos clave del pasado y del presente la mangosta y el hombre sin rostro, tanto en sueños como en una realidad que sobrepasa a las peores pesadillas.

Prieto viene de una tradición occidental, de otro canon de lo maravilloso, de modo que cuando se ve a sí mismo desde afuera en su propia habitación, no apela a los orishas o a los santos mulatos del catolicismo sincrético de la Isla, sino a la memoria de madame Blavatzki y la magia de sus cartas instantáneas. Y eso es parte de la tradición cultural como objeto de elección. Prieto no encaja sus ficciones en una tradición heredada, sino en una tradición elegida.

Por su parte, Díaz no expresa la alienación de quien se siente ajeno a dos culturas, sino que condensa sin complejos los elementos de esas dos culturas y lee en clave de cultura popular norteamericana, en clave Marvel, por decirlo de alguna manera, la maldición ancestral del fukú. Oscar Wao y, por inferencia, el autor, descodifica la realidad en claves de Akira, idioma élfico, Dongeous and Dragons, juegos de rol, Star Trek, Robotech, Madame X, caballeros jedays, Space Opera, Terminator 2 y, en sus propias palabras, “la fokin Tierra-Media” (p. 183).

J., personaje-autor de José Manuel Prieto, se cataloga en Livadia como “alguien con el alma dividida, que albergaba la sospecha (…) de una presencia ahora mismo en otro lugar (…) Yo no era una divinidad. Tampoco era un exiliado, no me gustaba esa palabra (…) Era sólo un viajero” (pp. 116-117). Un viajero cosmopolita en la mejor tradición occidental que asume su naturaleza nómada situándose, como un observador de paso, en todos los lugares. O en el no lugar. Es el pasajero que asume paisajes como aeropuertos: tránsitos, no destinos. Nadie como él resume la ciudadanía como flujo. Desde ese punto de vista es, posiblemente, el escritor más posnacional de los dos.

Ambos autores proceden, salvando las distancias, de una experiencia dictatorial. En Díaz, el trujillismo, principal producto dominicano de exportación literaria, está presente en toda la saga familiar con la fatalidad del fokú, maldición que alcanza al protagonista tres decenios después de la muerte de Trujillo. En Prieto, no es en la opaca presencia del castrismo —nunca mencionado— donde afloran las coordenadas de la experiencia totalitaria. Las alusiones al imperio y su caída se pueden rastrear en la escritura tangencial, la naturalidad con que se asume la poda de libertades e, incluso, en cierto momento, el protagonista maldice “la libertad de expresión, un valor rastreramente burgués” (p. 291) y apuesta por “una ley que permitiera la violación de la correspondiera en aras de la seguridad nacional”, reivindicando la restauración de “gabinetes negros” para el saqueo de la correspondencia privada (p. 292).

En Díaz, la tradición dictatorial y sus secuelas desencadenan la historia, son argumento. En Prieto, la retórica totalitaria es un sustrato que yace bajo la aparente libertad, en un tono, un susurro, una cuidada elección de las palabras. Escribe Prieto:

“el estilo de gobierno que impera en un país se transparenta en la actitud que asumen los padres de familia, los directores de escuela y hasta los administradores de poca monta. Kizmovna había visto infinidad de filmes con escenas de interrogatorios a miembros díscolos del partido y había copiado a la perfección las inflexiones…” (p. 140).

Antes y después de este libro, Prieto confirma el perfil de su narrativa. Con su precedente Enciclopedia de una vida en Rusia, un retrato sociopolítico de la caída del imperio a inicios de los años 90, y en la posterior novela, Rex[13], construida como un juego de espejos en torno a un joven maestro privado de origen cubano que trabaja en casa de unos archimillonarios rusos radicados en la Costa del Sol.

En ambos casos, no nos encontramos ante lo que Bernat Castany Prado llama “posnacionalismo reactivo”[14], que “suele estar protagonizado por un emigrante o un bicultural que, viéndose presionado explícita o implícitamente a elegir la identidad nacional del país de recepción, decide enrocarse en una apatridia crítica hacia todo nacionalismo. Está claro que este tipo de posnacionalismo puede apelar a valores cosmopolitas, neoliberales, nihilistas o democráticos para justificar sus posiciones pero, más que su contenido, lo que lo caracteriza es su punto de partida: el rechazo a dejarse encerrar en unas categorías que no dan cuenta de la complejidad y la ambigüedad de las identidades individuales”. Tanto Díaz como Prieto asumen su posnacionalidad, no como respuesta o reivindicación del no lugar, sino como el resultado natural de sus propias biografías. No son escritores nacionales porque no son individuos nacionales. Su identidad es el “no lugar” o, mejor, el “todos los lugares”. Por el contrario que los chicanos, que “se reivindican como tales (…) [y que construyen, por tanto] un falso posnacionalismo puesto que no trasciende las categorías nacionales sino que inventa nuevas, manteniendo, de este modo, la cosmovisión nacionalista”[15], Díaz y Prieto eluden el concepto mismo de nacionalidad, para instalar sus escrituras en el universo líquido de lo posnacional, lo cual puede parecer más obvio en la obra de Prieto, pero es igualmente constatable en la de Díaz, desde el vehículo que emplea: un inglés impuro, transgresor de los cánones de una presunta excelencia hacia la frontera mudable de la hibridación. Y ambos, desde luego, están lejos de incurrir en lo que se ha llamado  “literatura posnacionalista”, empeñada en “hacer pedagogía de la cosmovisión posnacional”[16].

Ya sabemos, entonces, que el mulato del cañaveral dominicano y el  mulato de Yalta están en escenarios antípodas, que protagonizan propuestas diferentes, pero también sabemos que un cañaveral dominicano y un palacio de veraneo en Yalta pueden estar unidos por la misma corriente de una nacionalidad fluyente, imprecisa, trashumante, electiva.

“Dos mulatos posnacionales”, Madrid, 2010


[1] Mariposas nocturnas del Imperio Ruso (Livadia); Mondadori, Barcelona, 1999.

[2] La maravillosa vida breve de Oscar Wao; Mondadori, Barcelona, 2008.

[3] Fuera de lugar; De Bolsillo, Barcelona, 2002, p. 377.

[4] “Las nuevas metáforas identitarias de la literatura posnacional”, en Konvergencias, Filosofía y Culturas en Diálogo, n.º 9, año III, junio de 2005, en http://www.konvergencias.net/literaturaposnacional.htm. Ver también: Bernat Castany Prado; Literatura Posnacional; Editum, Ediciones de la Universidad de Murcia, Servicio de Publicaciones, 2007.

[5] El Danubio; Anagrama, Barcelona, 1997, p. 21.

[6] “¿Fin de la literatura nacional?”; en: Reforma, Ciudad de México, agosto 21, 2005, en: http://atari2600.blogspot.com/2005_08_01_atari2600_archive.html

[7] Íd.

[8] Íd.

[9] Íd.

[10] Estereotipo de persona inteligente que persigue apasionadamente, actividades intelectuales y conocimientos impropios de su edad, y con malas habilidades sociales, por lo que suele ser objeto de burlas.

[11] José Manuel Prieto; Mondadori, Barcelona, 1997.

[12] “¿Fin de la literatura nacional?”; en Reforma, Ciudad de México, agosto 21, 2005.

[13] Ed. Anagrama, Barcelona, 2007.

[14] “Literatura postnacional en Latinoamérica”; en: http://www.habanaelegante.com/SpringSummer2006/Expresion.html

[15] Íd.

[16] Íd.





Multiplicación de las islas (Narrativa cubana de la diáspora)

1 04 2010

Se ha entablado una batallita por el término con qué definir a los dos millones de cubanos que residen fuera de la Isla —el 15% de todos los cubanos que habitan el planeta—. Se reivindica la palabra exilio para conferir un carácter político a esa emigración. Se apela a la palabra emigración para restar contenido político a ese exilio. Lo cierto es que en su gran mayoría los cubanos que hemos optado por vivir out of borders somos migranxiliados.

Según el Diccionario de la Real Academia, exilio es la expatriación generalmente por motivos políticos. Y emigración es “abandonar la residencia habitual (…) en busca de mejores medios de vida” o, “dicho de algunas especies animales: cambiar periódicamente de clima o localidad por exigencias de la alimentación o de la reproducción”. En cambio, la migración es la “acción y efecto de pasar de un país a otro para establecerse en él (…) generalmente por causas económicas o sociales”. Por último, la diáspora, término que originalmente se refiere a la “dispersión de los judíos exiliados de su país”, se extiende ya a cualquier “dispersión de grupos humanos que abandonan su lugar de origen”. Obviamente, salvo contadas excepciones, los cubanos no somos desterrados. Hemos abandonado el país por voluntad propia, sean cuales sean las razones, aunque en una proporción tan desmedida que puede emplearse el término diáspora para definirnos, más aun dada nuestra dispersión: hay cubanos en casi todo el planeta,  incluso en los territorios más inesperados.

De hecho, es muy probable que el 90% de la diáspora cubana no tuviera ninguna intención de constituirse en exilio político. Buscaban libertades, sustento digno, una tierra de promisión. Pero si una persona, por el simple hecho de buscar fuera lo que no encuentra en casa, sufre todo tipo de escarnios y saqueos, si su legítima aspiración, que (hoy nos enteramos en el sitio oficial del MINREX) “Cuba no tiene dificultad en reconocer”, le convierte en escoria social, tarde o temprano sus motivaciones económicas se refuerzan por una vindicatoria voluntad política. De ahí que el gobierno de Cuba, al satanizar toda emigración, al castigar con extremo rigor todo intento de fuga, al despojar de sus bienes a quien ose escapar y arrebatar su condición nacional a quien lo consigue, sea el principal artífice de su propio exilio político. Por eso reivindico el término “migranxiliado” y prefiero hablar de diáspora.

Desde el primero de enero de 1959, Cuba emprende una trayectoria histórica singular, lo que generó un copioso éxodo, comenzando por las clases altas y medias, y que se ha extendido con el tiempo a todos los sectores sociales, diversificándose en la medida que el país pasaba de la “Era del Entusiasmo”, los 60, cuando La Habana ocupó la capitalidad cultural del continente, a la “Era Welcome Tovarich”, los 70 y 80, hasta la desaparición de la Unión Soviética y sus subsidios, que dio inicio a la “Era Good Bye Lenin” que se extiende hasta hoy. El llamado “Período Especial en Tiempos de Paz”, un eufemismo para nombrar la mayor crisis de la historia cubana, ha convertido el éxodo en una tradición nacional.

Esa diáspora ha creado su propia capital, Miami, la segunda ciudad cubana del planeta, y, curiosamente, ha conservado durante medio siglo su impronta nacional, extensible incluso a nuevas generaciones de cubanos nacidos fuera de la Isla. Pero, ¿ha creado su propia literatura? ¿Qué es la literatura de la diáspora si acaso puede hablarse de algo semejante? Me confieso incapaz de definir con precisión un fenómeno tan fluido, que quizás adopte la forma del recipiente que lo contiene. ¿Era una literatura diaspórica la de Alejo Carpentier, quien practicó una narrativa posnacional precursora y vivió casi toda su vida fuera de la Isla, aunque preservara sus lazos administrativos con ella? ¿Es literatura diaspórica la de Cabrera Infante, quien jamás abandonó la Isla de su imaginación? En cualquier caso, son numerosas las carreras literarias iniciadas en Cuba y continuadas en la diáspora sin deshacerse jamás de la impronta insular. Como existe en la Isla una zona literaria escrita desde una suerte de virtualidad diaspórica, una geografía trashumante. Ni las unas ni las otras suponen un juicio de calidad.

Una mirada rápida a la narrativa contemporánea de autores cubanos nos permite observar algunos caminos por los cuales transita, independientemente de la geografía. En el capítulo “El campo roturado”, de su libro Tumbas sin sosiego[1], Rafael Rojas afirma que

Hoy la cultura cubana experimenta todos los síntomas del quiebre de un canon nacional. Emergen nuevas hibridaciones en el arte y nuevas subjetividades en la literatura. (…) Un orden postcolonial comienza a ser rebasado por otro transnacional, (…) El despliegue de alteridades en la isla y la diáspora dibuja un nuevo mapa de actores culturales que rompe el molde machista de la ciudadanía revolucionaria. (…) La moralidad de esos actores se funda, como diría Jean Francois Lyotard[2], en atributos posmodernos: alteridad, diferencia, transgresión, ingravidez, marginalidad, resistencia, impostura.

Según él, existen tres políticas intelectuales en la narrativa cubana: la política del cuerpo, la de la cifra y la del sujeto. La “política del cuerpo” propone sexualidades y erotismos, morbos y escatologías como prácticas liberadoras del sujeto. La “política de la cifra” practica una interlocución más letrada con los discursos nacionales, descifra o traduce la identidad cubana en códigos estéticos de la alta literatura occidental. Un territorio fecundo de “la cifra”, según Rojas, es el de la novela histórica. Búsqueda de significantes de ficción en ciertas zonas del pasado que apela al recurso de la alegoría para narrar oblicuamente el presente político. La “política del sujeto” es más convencional que la del cuerpo y menos erudita que la de la cifra. Anclada en el canon realista de la novela moderna, ésta se propone clasificar e interpretar las identidades de los nuevos sujetos, como si se tratara de un ejercicio taxonómico.

Yo prefiero hablar de cinco caminos por los que discurren las nuevas narrativas, tanto en Cuba como en la diáspora: Iluminación de lo cotidiano; Reformulación de la memoria; Realismo escatológico; Ensayo narrativo y Neopolicíaco. Así como una literatura posnacional que puede ingresar en cualquiera de las categorías anteriores.

La Iluminación de lo cotidiano participaría de las políticas de la cifra y la del sujeto, definidas por Rojas, iluminando la realidad inmediata mediante diferentes procedimientos con participación variable de lo testimonial o del libre juego de lo imaginario. Entre las obras producidas dentro de la Isla, encontramos aquí, por ejemplo, Tuyo es el reino (1998), de Abilio Estévez; Misiones (2001), de Reinaldo Montero; La noche del aguafiestas (2000), de Antón Arrufat; Cuentos de todas partes del imperio (2000) y Contrabando de sombras (2002), de Antonio José Ponte; El libro de la realidad (2001), de Arturo Arango, y Habanecer, de Luis Manuel García Méndez (1993, 2005). En cuanto a las producidas en la diáspora, encontramos Esther en ninguna parte (2006), de Eliseo Alberto Diego; Espacio Vacío (2003), de Daniel Iglesias Kennedy; Un ciervo herido (2003), de Félix Luis Viera, y El navegante dormido (2008), de Abilio Estévez, por sólo citar algunas. Y su reflejo invertido en la naciente literatura del Miami cubano es una poética del desarraigo, angustiosa como un grito en la novela Boarding Home, de Guillermo Rosales, publicada en España como La casa de los náufragos (2003), y particularmente sublimada en la obra de Carlos Victoria (1950-2007), a la que me referiré con más detalle.

La Reformulación de la memoria es la novela histórica que, directa o indirectamente, ilumina las zonas oscuras de lo contemporáneo mediante la reconstrucción del pasado. En Cuba, podemos mencionar La novela de mi vida (2001), de Leonardo Padura, y su reciente El hombre que amaba a los perros (2009), así como La visita de la Infanta (2005), de Reinaldo Montero. Fuera de la Isla, se insertan en esta corriente Como un mensajero tuyo (1998), de Mayra Montero; Mujer en traje de batalla (2001), de Antonio Benítez Rojo, y El restaurador del almas (2002), de Luis Manuel García Méndez.

El Realismo escatológico es, posiblemente, la zona que más éxito comercial y difusión ha otorgado a los autores cubanos que escriben tanto dentro como fuera de la Isla. El Período Especial ha generado ya un subgénero. Sus ingredientes esenciales son miseria, desesperación, atmósfera sofocante, claustrofóbica, y escatología de lo cotidiano. Una nueva picaresca recorre las novelas y cuentos que aparecen durante los últimos dos decenios en todas las orillas. En Cuba, encajan en esta formulación obras como Trilogía sucia de la Habana (1998), de Pedro Juan Gutiérrez[3]; Cuentos frígidos (1998), de Pedro de Jesús; Perversiones en el Prado (1999), de Miguel Mejides, y El paseante cándido (2001), de Jorge Ángel Pérez. Así como las obras de Ena Lucía Portela que participan de varias sensibilidades: El pájaro: pincel y tinta china (1999) y Cien botellas en una pared (2002). En esta vertiente se inserta también Mayra Montero con Púrpura profundo (2001); varias novelas de Zoe Valdés, como La nada cotidiana (1995) y Te dí la vida entera (1996); Al otro lado (1997), de Yanitzia Canetti, y El hombre, la hembra y el hambre (1998), de Daína Chaviano, caso singular de una autora que hasta entonces había eludido todo anclaje en la realidad inmediata. Suele argumentarse a favor de esta narrativa, cuyas calidades son variables, la autenticidad como valor literario per se. Pero, al menos en su lectura lineal, de fidelidad a una circunstancia, de reflejo exacto, la autenticidad, tiene valor para las calidades del azogue, de la historiografía o del testimonio, pero la naturaleza de la literatura es más elusiva. En ese sentido, cualquier “autenticidad” constatable puede falsear la veracidad literaria. Y el lector atento detecta de inmediato cuándo el escritor ha puesto, como decía D.H. Lawrence en Morality and the novel, “el pulgar en el platillo para hacer bajar la balanza de acuerdo a sus propios gustos” y cuándo ha respetado lo que para él era “la moral en la novela”: “la temblorosa inestabilidad de la balanza”.

El ensayo narrativo pretende calificar a los textos que se encuentran a medio camino entre lo narrativo y lo ensayístico, o donde el argumento es mera excusa para hilvanar un discurso ensayístico. Y éste es un camino casi exclusivo de la narrativa diaspórica, dado que dispone de un mercado de ideas donde cualquier mercancía puede circular y ser tasada de acuerdo a su valía, pero ninguna es punible. Es el caso de Eliseo Alberto, en su Informe contra mí mismo (1997); de Iván de la Nuez, en Fantasía Roja (2006), y de Antonio José Ponte en La fiesta vigilada (2007), entre otros. A ellos se suma una ya extensa nómina de autores que han publicado memorias (noveladas o no), libros testimoniales, reportajes con una fuerte carga narrativa y ensayística que intentan taponar los baches de la historia y la sociedad cubanas durante el último medio siglo.  De La fiesta vigilada es el siguiente fragmento, que bien podría ser ejemplar de este procedimiento, de esta tierra de nadie (de ambos) entre ficción y reflexión, “reficción” que continúa el largo proceso de mulatez genérica:

Putas y putos un tanto metafísicos, la mayor parte daba poca importancia a las contundencias corporales. Decanos del oficio, se hallaban ya por encima del sexo. Y ofrecían, sobre todo, tiempo a sus clientes.

Pedían que se les contestara con una invitación al viaje. Daban historia a cambio de geografía.

Merodeaban hoteles ya que no podían hacer lo mismo con embajadas y consulados.

El dinero podía volar ante sus ojos, que ellos tomarían flemáticamente un espectáculo de tal clase. ¿Qué significaba una transacción efectuada con billetes cuando se la comparaba con esa otra donde trocaban tiempo por espacio?

El Neopolicíaco se caracteriza por su aproximación a la novela negra y porque la trama apenas es la apoyatura del planteamiento de una literatura más social que lo habitual del género. Una formulación que ha rebasado ampliamente el planteamiento maniqueo de los 60, 70 y 80. En Cuba, encontramos las obras de Lorenzo Lunar (Que en vez de infierno encuentres gloria, 2003), Daniel Chavarría (Adiós muchachos, 1994) y Leonardo Padura (Máscaras, 1997). Este último es, posiblemente, no sólo el escritor policíaco más conocido en Cuba, sino el escritor cubano vivo más conocido fuera de la Isla, y su saga de novelas protagonizada por el detective Mario Conde ha sido ampliamente estudiada. Se incluye aquí la primera producción de Amir Valle (Las puertas de la noche, 2001), quien ha continuado en la diáspora su carrera con obras como Largas noches con Flavia (2008).

Existe también una literatura de ciencia-ficción, tanto en la Isla como en la diáspora, que responde a los cánones del género y que merecería un análisis particular que yo, al no ser experto en el tema, prefiero no aventurar. Aun así, creo que en nuestra lengua la ciencia-ficción no ha alcanzado las cotas de excelencia que exhibe en otras culturas y que en castellano sí son frecuentes en otros planteamientos literarios.

 

Estos caminos de la narrativa cubana reciente no son senderos que se bifurcan. Puede establecerse una continuidad, una sintonía sin fronteras entre lo que se hace en la Isla y lo que se hace en la diáspora, entre otras razones, por el continuo trasvase de escritores que comienzan sus carreras en Cuba y la continúan fuera. Y por esa suerte de “fijación nacional” que se observa en escritores cuyo mundo ficcional ha permanecido en la Isla aunque vivan lustros o decenios en otras geografías. Apunta Rafael Rojas[4] también otro punto de integración: La Habana:

Existe, sin embargo, un lugar donde el campo literario comienza a dar muestras de una sorprendente integración: ese lugar es La Habana. Cualquiera que lea las interesantes novelas El pájaro: pincel y tinta china (1998), de Ena Lucía Portela, Perversiones en el Prado (1999), de Miguel Mejides, y El paseante cándido (2001) de Jorge Ángel Pérez, (…) retoman una línea de la alta modernidad literaria, transitada por Guillermo Cabrera Infante en Tres tristes tigres y Reinaldo Arenas en El color del verano, que consiste en estetizar los rumores y chismes de la ciudad letrada. (…) Esta topología simbólica de la ciudad es más legible aún en una narrativa como la de El Rey de la Habana (1999) de Pedro Juan Gutiérrez o La sombra del caminante (2001) de Ena Lucía Portela. (…) la estetización de las ruinas que practican novelas como Los palacios distantes de Abilio Estévez y Contrabando de sombras de Antonio José Ponte.

 

Podríamos hacer un largo inventario de las obras escritas fuera de Cuba que recorren cualquiera de los caminos anteriores, pero dejo esa tareas a otras preceptivas más prolijas y autorizadas, además de que una argumentación cuantitativa no esclarecerá si existe, verdaderamente, alguna singularidad en la literatura del outside que sea verdaderamente distintiva respecto a aquello que se escribe en la Isla. En cambio, prefiero subrayar en la literatura de la diáspora dos de esos caminos que han alcanzado una personalidad distintiva gracias, en buena medida, a las propias condiciones en que se producen: la iluminación de lo cotidiano, en este caso relocalizado, y la literatura posnacional. Y he optado por sumergirme en las obras de dos autores paradigmáticos.

 

La iluminación de lo (otro) cotidiano

Las tres novelas publicadas por Carlos Victoria[5], Puente en la oscuridad, La travesía secreta y La ruta del mago, tienen nombres viales: puente, travesía, ruta. Mientras, sus tres libros de cuentos[6], Las sombras en la playa, El resbaloso y otros cuentos y El salón del ciego, invocan instantes capturados con sus nombres de instantánea, de lienzo, de daguerrotipo. Y no se trata de meras casualidades. Con instantáneas y caminos el autor ha fabricado un mundo cercano, doloroso, tan verosímil que cuesta vencer la tentación de buscar a César y a Adela en las calles, de abandonar unas flores sobre las tumbas de Enrique, de William, de Ricardo; de consolar a Abel, inquietarnos por el destino de Natán Velázquez, o alcanzarle a Marcos Manuel Velazco un par de analgésicos que le alivien la resaca existencial.

Carlos Victoria podría ser catalogado como “un escritor del exilio” (si eso existe, porque una definición de tal calibre sería tan engañosa como las nóminas culturales de La Habana). Sus tres novelas son verdaderos Bildungsromanen, especialmente La travesía secreta y La ruta del mago, dado que Puente en la oscuridad es una suerte de búsqueda inversa, de retorno a la infancia en el intento de localizar a ese hermano elusivo que no sólo mantiene en tensión al lector, sino que desdibuja la frontera entre realidad, nostalgia y mitología. Independientemente de que Abel (La ruta del mago, 1997), Marcos Manuel Velazco (La travesía secreta, 1994) y Natán Velázquez (Puente en la oscuridad, 1993) tengan diferentes nombres, los tres podrían perfectamente componer un mismo Aprendizaje de Wilhelm Meister, desde la infancia de Abel hasta la torturada edad adulta de Natán, pasando por la juventud llena de preguntas, de senderos tortuosos, y tanteos sexuales, culturales y políticos, de Marcos Manuel. En contraste con las novelas de becados, personajes insertos en la maquinaria sociopolítica cubana, el adolescente Abel sufre una suerte de extrañamiento ante el paisaje de la flamante Revolución y ve pasar la manifestación y las consignas sin sumarse. Éste da paso al Marcos Manuel, quien intenta encontrar respuestas personales, un espacio de libertad y un encaje auténtico en la sociedad, eludiendo por igual la marginalidad y el oportunismo, con lo que consigue la expulsión de la universidad, el desmoronamiento de una red de amigos cuando cada hilo se marcha a pescar por su cuenta, la cárcel y esa suerte de destierro que es el regreso a los orígenes. De ahí que encontremos a Natán ya en el exilio, donde ha obtenido otros grados de libertad, aunque tampoco encaje, aunque esté condenado a la búsqueda de un hermano que es la búsqueda de sí mismo. Novelas de aprendizaje que culminan en una novela de misterio que, a su vez, rebusca en los orígenes como si le fuera dado reeditar la historia. A lo largo de las tres, presenciamos los intentos de exorcizar a los mismos fantasmas: la soledad, el desarraigo y el difícil ajuste en dos sociedades que exigen su tributo, cada una en su propia moneda.

En su obra narrativa, Carlos Victoria explora las trastiendas de la realidad, los desagües donde la sociedad intenta ocultar sus desechos. Recorrer su obra es asistir a una galería de personajes que, en el menos dramático de los casos, se mueven en los márgenes de la corriente, cuando no se trata de seres marginados y marginales, sumergidos en la bruma del alcohol o las drogas, o intentando bracear desesperadamente para escapar de ella. Seres que intentan ser ellos mismos y huir de la maquinaria estandarizadora que pretende cortarlos y editarlos de acuerdo al patrón de una presunta “normalidad”.

Tres son sus temas recurrentes, enlazados entre sí: la intolerancia, la inadaptación y la huida. Sobre todo, la huida. En su obra todos huyen de algo. El exilio es apenas una de las expresiones de esa huida.

Tanto en “El Armagedón”, con su mirada a la cárcel, como en “El resbaloso”, “El novelista” y “La estrella fugaz”, está presente, directa o indirectamente, esa fuerza oscura que obliga a huir a los personajes. Liliane Hasson[7] afirma que

(…) la inconformidad caracteriza a la mayoría de los personajes, tan inaptos [sic] como inadaptados para vivir en la sociedad que les ha tocado en suerte, sea en la Cuba revolucionaria, sea en Miami (…) Ciertos personajes son impotentes, unos luchan por mantenerse a flote, algunos se refugian en la bebida o en otras drogas, en el sexo, en la locura, hasta en el suicidio. Otros más buscan el apoyo de la religión, del misticismo, de la especulación filosófica, de la cultura…

La angustia del desarraigo y la marginalidad tiene lugar en un exilio que no es sólo ese espacio físico de la diáspora, esa patria de repuesto, especialmente Miami. El exilio puede ser La Habana; puede ser todo tiempo presente, en contraste con esa patria vívida que es la juventud y la infancia. El exilio puede ser la muerte; como puede ser una forma del exilio la noche o la literatura; excepto el propio cuerpo, ese refugio último.

Habría que subrayar que los avatares de la “exterioridad”, tienen en él un valor desencadenante. Los verdaderos exilios son esas huidas interiores a las que parecen propensos muchos de sus personajes, una suerte de respuesta transgresora a las presiones de la realidad exterior. Reinaldo García Ramos[8] califica a toda su obra como “la crónica del exilio en los años posteriores a Mariel”. Pero Carlos Victoria es el cronista de su intimidad. Los acontecimientos, las noticias, la sociedad, el entorno, son los toques a la puerta. El autor está tratando de saber qué ocurre dentro de la habitación cerrada. Marcos Manuel Velazco transita 477 páginas intentando delimitar las coordenadas de su propia geografía.

La complejidad de sus personajes se traduce con frecuencia en ambigüedad o ambivalencia. El sinuoso curso de una vida en “Un pequeño hotel de Miami Beach”. La escabrosa relación con una prostituta ladrona en “La franja azul”. La ambigüedad sexual en “El atleta”, en La travesía secreta, en La ruta del mago, y, desde luego, la ambigüedad por excelencia que campea en “El resbaloso”, uno de sus cuentos más inquietantes. Ese resbaloso que deambula por la ciudad, posible alter ego del escritor, inasible, intocable, fisgoneando la vida ajena sin un propósito definido.

Una ambigüedad que, en sus novelas, se traduce en búsqueda de las claves de futuro (La travesía secreta y La ruta del mago) o de las claves del pasado (Puente en la oscuridad), aunque las conjugaciones son engañosas. Las encarnaciones de Carlos Victoria en sus personajes son incapaces de sumarse, de desaparecer disueltas en una marcha del pueblo combatiente o en la marea humana de un centro comercial; de modo que su pregunta es siempre la misma: quién soy, qué hago aquí, hacia dónde voy. La ambigüedad es la materialización de la duda.

Si habláramos de la presencia de claves políticas, los textos de Carlos Victoria me recuerdan la famosa respuesta de Augusto Monterroso: “…todo lo que escribí era un llamado a la revolución, pero estaba hecho de manera tan sutil que lo único que logré a la postre era que los lectores se volvieran reaccionarios”[9]. Y, desde luego, si dependen de la absorción de un mensaje explícito, los lectores de Carlos Victoria pueden volverse lo que les venga en gana. Es cierto que en su obra no hay “resentimiento ni énfasis en la denuncia política”[10] y que “aun en aquellos relatos y novelas donde los personajes se mueven con desgarramiento, Victoria deja que su voz sosegada los contamine”[11]. Y aunque, efectivamente, ”dista mucho de ser comprometida”[12], al menos en la más común acepción del término, estamos frente a una literatura políticamente incorrecta. Incorrecta para casi todos los bandos y facciones de la política: virtud añadida.

Esa vida que se desmorona en “Un pequeño hotel de Miami Beach”; la inadaptación de escritores doble o triplemente exiliados en “La estrella fugaz”; la dura vida cotidiana en “El repartidor”; la desolación que transita “Las sombras de la playa”, y la marginalidad en “La franja azul”, “El novio de la noche”, “Pornografía”, y, sobre todo, el buceo en las cloacas de la sociedad miamense que es “El novelista”; la incapacidad adaptativa de Natán Velázquez a una sociedad (de y para el) consumo, sucedáneo hedonista de la ideología, su búsqueda de claves, de asideros en el pasado, el desfile de vidas fracturadas, solitarias. Todos ellos son un muestrario de la otra cara de ese exilio próspero frente a la crisis perpetua de la Isla. Una vivisección de la otra Cuba. La narrativa de Carlos Victoria sólo es política en la medida en que ello es la “actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos”, como reza el diccionario de la Real Academia.

Tiene razón Carlos Espinosa cuando declara que Victoria ejerce el “desplazamiento Cuba-Miami, a veces poético, a veces real”[13], corroborando al autor, quien ha declarado: “Yo nací y viví treinta años en Cuba, y eso es parte vital, para bien o para mal, de lo que soy. Pero al final lo que queda es la obra, que si es valiosa opaca la nacionalidad e incluso la vida del autor, aunque éstas estén implícitas de alguna forma en cada página”[14]. Si nos pidieran delimitar geográficamente el coto de caza literario al que acude Carlos Victoria, tendríamos que dibujar una parcela que va de Camagüey a La Habana y que termina en los suburbios septentrionales de Miami. Pero esa sola parcela es insuficiente. Carlos Victoria hace también

(…) una literatura de la transmutación y hasta de la transmigración. Tocados por una suerte de ubicuidad trágica estamos en dos sitios a la vez. Y por lo mismo no estamos en ninguno. “Un pequeño hotel en Miami Beach” puede estar situado en un extraño paraje donde el personaje al doblar Collins Avenue entra en las calles Galiano y San Rafael, en La Habana[15].

La geografía de Carlos Victoria es incierta, dubitativa, los personajes transitan de un paisaje a otro sin pausas. Pero es aun más sutil: viven en Miami con el mismo gesto de habitar La Habana. A ello contribuyen los tránsitos dictados por el autor, y donde unos pocos recursos de la literatura fantástica, estratégica y discretamente dispuestos, consiguen de soslayo que, sin forzar el tono, el lector sienta la “naturalidad” de esas transmigraciones. Pero no es, de cualquier modo, una literatura acotada por la geografía. Sin dejar de ser cubanos, sus personajes y sus entornos, los conflictos que aquejan a los habitantes de sus ficciones resultan familiares a cualquier hombre, especialmente a aquellos que han padecido dictaduras y destierros, es decir, a la tercera parte de la humanidad. Y, seguramente, son más exactas para ubicar el hecho literario estas coordenadas de la sensibilidad y la imaginación, que meros paralelos y meridianos acotando la página.

“Recios y perfectos” llamó a sus cuentos Reinaldo Arenas en la contraportada de Las sombras de la playa, y “precisos mecanismos de relojería”[16], apostilló Benigno Dou. Lejos por igual del barroco, sobre todo de Lezama o Sarduy, y de la prosa majestuosa, por momentos hierática, de Carpentier, de la oralidad desbordante de Cabrera Infante y del atropellado discurso narrativo de Arenas, la contención de Victoria es, justamente, la búsqueda de una prosa al servicio de la historia. Una prosa contenida, equidistante, que rehúye tanto el desaliño como la pirotecnia. Una concisión, una desnudez que ya constituyen un estilo propio, una sobriedad que bien podría proceder, como bien dice Emilio de Armas[17], de “la sencillez expresiva de la [literatura] norteamericana”, con el añadido de todos los castellanos adventicios que pueblan la oralidad de su ciudad adoptiva, y que han conformado una norma lingüística ajena a los localismos, aunque con un finísimo sentido de la pertenencia y transitada por oportunos cubanismos: un goteo que, sin abrumar, establece coordenadas idiomáticas difíciles de pasar por alto.

Ya en abril de 1987, en una conferencia dictada en La Sorbona, Reinaldo Arenas calificaba las primeras obras de Carlos Victoria, entonces inéditas, como “una especie de lucidez desolada”, y subrayaba lo que tenían en común, a pesar de sus diferencias, los escritores cubanos del exilio[18]. En 1999, Jesús Díaz alababa a Guillermo Rosales y a Carlos Victoria por haber inventado “un Miami littéraire[19], y Olga Connor[20] cita al segundo como ejemplo de una literatura del exilio, al contrario que autores surgidos en Cuba o que, aun exiliados, “sólo escriben sobre Cuba”. Es comprensible la necesidad que tiene un exilio sangrante de verse reflejado en un corpus artístico o literario que le pertenezca (cierto orden de manipulación política de la cultura no se detiene ante la palabra “pertenencia”). Aunque el propio Victoria afirmaba: “A la larga ‘las literaturas’ no importan, lo que queda es la obra individual de los buenos escritores, que más que pertenecer a una literatura, tienen un nombre y un apellido”[21].

 

Narrativas posnacionales o la literatura que será

La redefinición del concepto de nacionalidad no es nada nuevo, aunque la globalización ha reavivado no sólo el tema, sino el hecho. Edward W. Said[22], al referirse a su identidad, sustituye la metáfora del árbol que hunde sus raíces en la tierra (que alimenta y encarcela el árbol) por “un cúmulo de flujos y corrientes” antes que como “una identidad sólida”. La nación de desterritorializa y se desacraliza, en palabras de Bernat Castany Prado[23].

Según Christopher Domínguez Michael, “la extinción de las literaturas nacionales, al menos en América Latina, no será desde luego un proceso ni natural ni lineal. Implica la desmantelación de un concepto firmemente establecido en la academia, en la opinión pública, en el espíritu de muchos escritores aún ligados sentimentalmente al nacionalismo cultural. Contra lo que suele pensarse en el extranjero (y en México mismo), ese proceso de desarraigo arranca con el siglo veinte: la tradición cosmopolita es la tradición central —aunque no la única— de la literatura mexicana moderna”[24]. Y subraya que en el presente globalizado, donde la información viaja a una velocidad sin precedentes y el español recobra la universalidad del Siglo de Oro, “la narrativa (y la poesía) latinoamericanas, además, se benefician de una globalización cultural que, permitiéndonos abandonar la obsoleta noción romántica de literatura nacional, nos devuelve, con más ganancias que pérdidas, al universalismo de las Luces”[25]. Es “el fin de nuestra excepcionalidad y de los fueros que el realismo mágico, falso o verdadero, conllevó”[26].

La traslación hacia lo posnacional de una importante zona literaria es algo que se observa con extraordinaria claridad en el Caribe, tras medio siglo (el doble, en el caso de Puerto Rico) de emigraciones masivas e intercambio fluido con Norteamérica y Europa, más que con otras naciones del continente. Si ya puede hablarse de una cultura chicana, que no es propiamente mexicana ni propiamente norteamericana (la nacionalidad reformulada), también puede hablarse de los newricans, los dominicanamericans y los cubanamericans, pero en otros términos: escrituras posnacionales, descentradas, multifocales.

Por el contrario que lo que ocurre en escritores norteamericanos de origen cubano, como Cristina García[27] y Oscar Hijuelos[28], para quienes lo cubano es escenografía y contexto, existe también una literatura anclada en una sensibilidad posnacional escrita por autores cubanos o de origen cubano desperdigados por el mundo. Obras que eluden “lo cubano” sin asumirse como apófisis de las culturas de sus países de acogida. Es el caso de José Manuel Prieto (Enciclopedia de una vida en Rusia, 1997; Livadia, 1999, y Rex, 2007)[29], y de muchas obras de Mayra Montero[30].

La globalización, con su extraordinaria movilidad de las personas, la información y las ideas, ha terminado de abolir la dictadura de escuelas estéticas y movimientos culturales dominantes. Las periferias se aproximan, la alternancia y movilidad de los centros emisores de la cultura es un hecho al que no son ajenos los mecanismos del mercado global y su manipulación del arte en tanto que mercancía. La Historia comienza a subsanar la Geografía.

Livadia es una “novela ejemplar” de esa literatura cuyas fronteras se extienden desde el Caribe hasta Estados Unidos por el Norte y Siberia por el Este, pasando por toda Europa. José Manuel Prieto (La Habana, 1962) se fue a estudiar a la URSS a inicios de los 80 y se graduó de ingeniero en Novosibirsk, Siberia Occidental. Vivió en Rusia más de doce años, se trasladó a México D.F. y enseñó en el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) desde 1994 hasta 2004. Actualmente es director del Joseph A. Unanue Latino Institute de la Universidad Seton Hall, en Nueva York.

En Livadia (también publicada como Mariposas nocturnas del imperio ruso), un joven contrabandista de origen cubano (origen apenas esbozado en unos pocos momentos) trafica visores nocturnos y otros artilugios “desviados” de los arsenales de un Ejército Rojo en plena descomposición. Se mueve continuamente por el Norte y Este de Europa hasta que recibe de un cliente sueco el encargo de conseguir una mariposa rarísima, cuyo último ejemplar conocido fue capturado hacia 1912 por el zar Nicolas II en los jardines del palacio que la familia imperial rusa se hizo construir en Livadia, cerca de Yalta, en la península de Crimea. Instalado en esa localidad —medio siglo después de la Conferencia de Yalta, que marcó un nuevo reparto del mundo y el inicio de la Guerra Fría—, en la que (en teoría) permanece al acecho de la mariposa, el narrador redacta el borrador de lo que pretende ser una respuesta a las cartas que allí le envía V., la muchacha siberiana que lo abandonó después de que él, no sin correr riesgos, la ayudara a escapar del burdel de Estambul donde trabajaba.

Prieto apela a moldes propios de la novela de aventuras, del libro de viajes, de la novela epistolar, la novela negra y del relato iniciático; cuando en realidad todos ellos sólo son el soporte argumental de un largo repaso a toda la tradición epistolar, con ciertos tintes de ensayo filosófico. Un libro organizado sobre la excusa de cartas recibidas por el autor, pero que nunca conoceremos. Presuntamente estamos en presencia del largo borrador de su respuesta (que más tarde desaparecerá). O de un rescate (mal planeado y peor ejecutado) que no termina en fracaso gracias a la divina intervención de una capa propia de Harry Potter. La historia de un entomólogo aficionado y rico que encomienda a un contrabandista la persecución (condenada al fracaso) de una mariposa rara cuya descripción es incierta. Todo el entramado sólo pretende otorgar un esqueleto narrativo a la educación sentimental del protagonista y, sobre todo, a un delicioso repaso de toda la tradición epistolar que desemboca drásticamente en las urgencias del email. Relato jalonado por las cartas que el autor-protagonista recibe de V. y con cada capítulo perfectamente ubicado en la múltiple geografía del relato, lo cual es también una ubicación temporal.

El protagonista de J. M. Prieto, su alter ego, ha residido en la metrópoli del comunismo mundial, en la casa matriz del Imperio que en su día fue el llamado “Campo Socialista”, y asiste, diez años después, a su caída. Ya el protagonista de Enciclopedia de una vida en Rusia[31], un retrato sociopolítico del derrumbe de la URSS, reflexionaba: «El imperio, que había proyectado su pesadez hacia la lejanía de un futuro perfecto, cayó por el peso de mullidas alfombras persas, jaguares descapotables, perros de raza, debilitado por la meta de un vivir placentero que logró suplantar sus objetivos celestes». Una lectura suspicaz permite atribuir a estas palabras, también, un destinatario lejano, un país que colapsaría, al menos económicamente, tras la desaparición de la URSS. Claro que un análisis histórico de esta naturaleza, leído desde el dandismo que recorre toda la obra de Prieto, no pasa de ser una boutade con algunas certezas de fondo.

No es en la opaca presencia del régimen cubano —nunca mencionado— donde afloran las coordenadas de la experiencia totalitaria. Las alusiones al imperio y su caída se pueden rastrear en la escritura tangencial, la naturalidad con que se asume la poda de libertades e, incluso, en cierto momento, el protagonista maldice “la libertad de expresión, un valor rastreramente burgués” (p. 291) y apuesta por “una ley que permitiera la violación de la correspondiera en aras de la seguridad nacional”, reivindicando la restauración de “gabinetes negros” para el saqueo de la correspondencia privada (p. 292).

En Prieto, la retórica totalitaria es un sustrato que yace bajo la aparente libertad, en un tono, un susurro, una cuidada elección de las palabras:

“el estilo de gobierno que impera en un país se transparenta en la actitud que asumen los padres de familia, los directores de escuela y hasta los administradores de poca monta. Kizmovna había visto infinidad de filmes con escenas de interrogatorios a miembros díscolos del partido y había copiado a la perfección las inflexiones…” (p. 140).

Y estos contextos geográficos se convierten en contextos culturales. Prieto escribe desde la tradición rusa, que fluye a través de toda la obra en el tempo, en la naturaleza de las descripciones (Turguéniev más que Dostoievski), en un cierto regodeo en los circunloquios, un pausado acercamiento a la materia narrativa, una prosa tersa y otoñal. Un español escrito desde LO ruso, como un traductor de sí mismo, explicando al lector los giros de la lengua que un eslavo comprendería de inmediato:

“Le gritó—: Ponial? —que quería decir ‘¿Has entendido?’, pero en masculino, como dicho a un hombre, sin la a al final, indispensable para poner la frase en femenino; cambio de género que debía transmitirle a Leilah la gravedad de su amenaza. (…) la llamó Masha, porque es como si dijéramos ‘un Iván cualquiera’”. (p. 182).

O cuando dice: “darle a entender que había ‘mordido de parte a parte su juefo’, para utilizar una exacta expresión rusa. Mordido de parte a parte hasta dar con el hueso, lo duro” (p. 184).

Un lenguaje que busca, y con frecuencia consigue, una máxima precisión, aunque sea a costa de reajustar el tempo narrativo, y que evade ex profeso las coordenadas no sólo de la oralidad cubana sino del discurso letrado de la Isla, y no sólo del léxico, sino de la propia construcción sintáctica que suele denunciar al narrador cubano. A cambio: un español neutro, transparente para todos los hispanohablantes. Una voluntad de aproximación a un lector invisible (internacional, posnacional, ¿el mercado?), una voluntad mercadotécnica, sin que ello sea peyorativo.

Prieto viene de una tradición occidental, de otro canon de lo maravilloso, de modo que cuando se ve a sí mismo desde afuera en su propia habitación, no apela a los orishas o a los santos mulatos del catolicismo sincrético de la Isla, sino a la memoria de madame Blavatzki y la magia de sus cartas instantáneas. Y eso es parte de la tradición cultural como objeto de elección. No encaja sus ficciones en una tradición heredada, sino en una tradición elegida. No es casual entonces que el alter ego del autor se catalogue en Livadia como “alguien con el alma dividida, que albergaba la sospecha (…) de una presencia ahora mismo en otro lugar (…) Yo no era una divinidad. Tampoco era un exiliado, no me gustaba esa palabra (…) Era sólo un viajero” (pp. 116-117). Un viajero cosmopolita que asume su naturaleza nómada situándose, como un observador de paso, en todos los lugares. O en el no lugar. Es el pasajero que asume paisajes como aeropuertos: tránsitos, no destinos. Nadie como él resume la ciudadanía como flujo. Desde ese punto de vista es, posiblemente, el escritor más posnacional en la nueva literatura cubana (o escrita por cubanos, para ser más exacto).

Antes y después de este libro, Prieto confirma el perfil de su narrativa. Con su precedente Enciclopedia de una vida en Rusia, y en la posterior novela, Rex, construida como un juego de espejos en torno a un joven maestro de origen cubano que trabaja en casa de unos neomillonarios rusos radicados en la Costa del Sol.

El autor asume su posnacionalidad, no como respuesta o reivindicación del no lugar, sino como el resultado natural de su propia biografía. No ser un escritor nacional es el producto de no ser un individuo nacional. Su identidad es el “no lugar” o, mejor, el “todos los lugares”. Prieto elude el concepto mismo de nacionalidad, e instala sus escrituras en el universo líquido de una nacionalidad fluyente, imprecisa, trashumante, electiva.

 

Concurrencia y deriva de las islas

Una lectura atenta a la narrativa escrita por cubanos en los últimos lustros demuestra que si en la Isla se ha rebasado en lo esencial el “realismo socialista” que lastró una parte de la literatura, sobre todo de los 60 y 70, en la diáspora ha perdido adeptos un “realismo antisocialista” que circuló más o menos por esas mismas fechas. Se observa un continuum, un flujo y reflujo entre todas las orillas que puede rastrearse en los temas, en el idioma y en las proyecciones de esa narrativa. Sobre ello incide el continuo trasvase de carreras literarias entre la Isla y la diáspora. Pero también el hecho de que la vida en la Isla sigue constituyendo la primera materia prima sobre la cual se construyen las ficciones, sin importar la geografía desde donde se redacten. Tampoco es ajeno a este fenómeno cierto boom de la narrativa de autores cubanos que se produce durante los 90, al mismo tiempo que se desmorona la industria editorial en Cuba, con lo que numerosos escritores rebasan el carácter endogámico de una literatura hasta entonces ensimismada en el mercado interno, y acuden en busca de nuevos horizonte editoriales, nuevos públicos a los cuales se debe acceder desde una intelección menos hermética. Christopher Domínguez Michael nos recuerda que “el mercado editorial predica la uniformidad y castiga, más que nunca antes en la historia moderna del libro, la dificultad intelectual y el riesgo formal”[32]. Y eso también se constata en la literatura hecha por cubanos desde los 90. La fluidez de las comunicaciones y los intercambios, la inmediatez en el conocimiento mutuo de las escrituras que se fraguan en diferentes geografías también influyen en esta suerte de deriva continental de las diferentes narrativas que, más que distanciarse, convergen en formulaciones semejantes, aunque conserven sus personalidades.

Si algo podría singularizar a la narrativa de (algunos) autores cubanos instalados en la diáspora son los tres fenómenos subrayados (aunque no exclusivos): La acusada presencia de una literatura posnacional que llega, incluso, a desdibujarse de un presunto cannon al apelar a tradiciones culturales diferentes o escribirse en otra lenguas, con el consiguiente ingreso en una tierra de nadie (o de todos). La aparición de lo que Jesús Díaz llamó un Miami littéraire, y cuyo mejor representante es Carlos Victoria, con el corpus más abarcador y sostenido, aunque por su contundencia y eficacia narrativa quizás el más glamoroso ejemplo sea Boarding Home, de Guillermo Rosales (en España, La casa de los náufragos, 2003). Y la existencia de un ensayo narrativo que ya cuenta con varios libros de primera línea, en consonancia con el florecimiento en la diáspora del ensayo durante los últimos quince años. Lo posnacional es un resultado de la trashumancia, y la construcción de un Miami literario deriva de la propia ciudad como cubanía alternativa. Ambos son, de algún modo, subproductos de la Geografía. El ensayo narrativo, en cambio, relocaliza su geografía en la diáspora sólo en la medida que ésta ofrece hospedaje a la Historia. El ensayo, incluso el ensayo narrativo, no puede acogerse a la ambigüedad y los juegos elusivos de la narrativa pura (¿existe narrativa pura?). El comercio de las ideas conlleva riesgos que lo hacen más vulnerable a la censura. En las atracciones de feria, los avioncitos sujetos a un pivote central jamás consiguen despegar. Las ideas requieren pistas sin obstáculos, donde ninguna maniobra sea punible, para emprender el vuelo.

 

(Espacio Laical, nº 1, 2010)

 

 


[1] Tumbas sin sosiego. Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano Ed. Anagrama, Barcelona, 2006.

[2] Moralidades postmodernas; Tecnos, Madrid, 1996.

[3] Ver también Gutiérrez, Pedro Juan; Carne de perro; Ed. Anagrama, Barcelona, 2003. El nido de la serpiente. Memorias del hijo del heladero; Ed. Anagrama, Barcelona, 2006.

[4] Ob. Cit.

[5] Puente en la oscuridad (Premio Letras de Oro, 1993); Instituto de Estudios Ibéricos, Centro Norte-Sur, Universidad de Miami, Coral Gables, EE. UU., 1994. La travesía secreta; Ediciones Universal, Miami, 1994. La ruta del mago; Ediciones Universal, Miami, 1997.

[6] Las Sombras en la playa; Ediciones Universal, Miami, 1992. El resbaloso y otros cuentos; Ediciones Universal, Miami, 1997. El salón del ciego; Ediciones Universal, Miami, 2004. Reunidos en Cuentos, 1992-2004; Ed. Aduana Vieja, Cádiz, 2004.

[7] Hasson, Liliane; Carlos Victoria, un escritor cubano atípico, en Reinstädler, Janett y Ette, Ottmar (coordinadores); Todas las islas la isla: nuevas y novísimas tendencias en la literatura y cultura de Cuba, Iberoamericana, Madrid, 2000, pp. 153-162.

[8] García Ramos, Reinaldo; “La playa se ilumina”; en Stet, n.º 6, 1993.

[9] Bianchi Ross, Ciro; Voces de America Latina; Ed. Arte y Literatura, La Habana, 1988, pp. 234‑35.

[10] Espinosa, Carlos; El peregrino en comarca ajena; Society of Spanish and Spanish-American Studies, University of Colorado, Boulder, Colorado, 2001.

[11] Gladis Sigarret citada por Cardona, Eliseo; “Narrativa centrada en dos geografías”; en El Nuevo Herald, 16 de noviembre, 1997, p. 3E.

[12] Hasson, Liliane; ob. cit.

[13] Ob. cit.

[14] Armengol, Alejandro; “Carlos Victoria: oficio de tercos”; en Linden Lane Magazine; enero, 1995.

[15] Hasson, Liliane; ob. cit.

[16] Dou, Benigno; “Como precisos mecanismos de relojería”; en El Nuevo Herald, 16 de noviembre de 1997, p. 3E.

[17] De Armas, Emilio; Reseña sobre Las sombras de la playa; septiembre, 1992.

[18] Hasson, Liliane; ob. cit.

[19] Íd.

[20] “Victoria en lo interior”; en El Nuevo Herald, 20 de septiembre,1992.

[21] Cardona, Eliseo; “Narrativa centrada en dos geografías”; en El Nuevo Herald, 16 de noviembre, 1997, p. 3E.

[22] Fuera de lugar; De Bolsillo, Barcelona, 2002, p. 377.

[23] “Las nuevas metáforas identitarias de la literatura posnacional”, en Konvergencias, Filosofía y Culturas en Diálogo, n.º 9, año III, junio de 2005, en http://www.konvergencias.net/literaturaposnacional.htm. Ver también: Bernat Castany Prado; Literatura Posnacional; Editum, Ediciones de la Universidad de Murcia, Servicio de Publicaciones, 2007.

[24] “¿Fin de la literatura nacional?”; en: Reforma, Ciudad de México, agosto 21, 2005, en: http://atari2600.blogspot.com/2005_08_01_atari2600_archive.html

[25] Íd.

[26] Íd.

[27] García, Cristina; Soñar en cubano; Espasa Calpe, Madrid, 1993.

[28] Hijuelos, Oscar; Los reyes del mambo bailan canciones de amor; Ed. Siruela, Barcelona, 1992.

[29] Prieto, José Manuel; Enciclopedia de una vida en Rusia; Ed. Mondadori, Barcelona, 1997. Mariposas nocturnas del Imperio Ruso (Livadia); Ed. Mondadori, Barcelona, 1999. Rex; Ed. Anagrama, Barcelona, 2007.

[30] Montero, Mayra; El capitán de los dormidos; Ed. Tusquets, Barcelona, 2002.

[31] José Manuel Prieto; Mondadori, Barcelona, 1997.

[32] “¿Fin de la literatura nacional?”; en Reforma, Ciudad de México, agosto 21, 2005.





Pagar en cubanos

18 03 2010

“Esto es Castilla, señores, que hace a los hombres y los gasta”, dijo en el siglo XIV Alfonso Fernández Coronel, a punto de morir por orden de Pedro I de Castilla. Al girondino Pierre Victurnien Vergniaud, quien sería guillotinado por los jacobinos en 1792, se atribuye la frase: “Es de temer que la revolución, como Saturno, acabará devorando a sus propios hijos”. Los hermanos Castro, en cambio, han optado por pagar en cubanos sus facturas.

 

Por el contrario que el peso, la moneda nacional devaluada y sin solvencia internacional, los cubanos son una moneda dúctil que sirve para comprar petróleo, protagonismo geopolítico, impunidad y miedo.

 

La última transacción acaba de producirse con la muerte de Orlando Zapata Tamayo, albañil, negro y disidente, tras 86 días de huelga de hambre. No se trató de un error. Ni siquiera de una negligencia criminal. Las autoridades cubanas, que cuentan con uno de los más afinados sistemas represivos del planeta, estaban perfectamente al tanto, pero ya habían calculado la utilidad de esta muerte como moneda para adquirir impunidad y miedo. Quien intente comprar dignidad usando su propia vida, deberá pagar al contado. Con la ventaja añadida de que la inmensa mayoría de los cubanos, víctimas de un monopolio de la información que administra los silencios, jamás conocerá lo ocurrido. De cara a la opinión mundial, cuyo acceso a la información no se puede racionar desde La Habana, se echó a andar de inmediato la maquinaria de contra-propaganda: amanuenses orgánicos y compañeros de viaje se encargan de divulgar que Orlando Zapata Tamayo era un delincuente de poca monta cuyo último acto no fue una acción política sino un intento de robo. Intentó robarle a la Revolución su prestigio, siguiendo instrucciones de Estados Unidos, el culpable de todos los males.

 

El caso de Zapata Tamayo es parte de una tradición que comienza en 1959, cuando Huber Matos, en protesta por el giro totalitario de la revolución que había contribuido a instaurar como comandante de la columna 9 del Ejército Rebelde, presentó su renuncia a la jefatura del ejército en la provincia de Camagüey. Fidel Castro no se atrevió a fusilarlo, pero lo condenó a treinta años de prisión por traición a la patria, es decir, a él mismo. Con treinta años de la vida de Huber Matos, Castro compró su derecho al monólogo, la garantía de que nadie más, ni siquiera un héroe de la guerra, se atreviera a pensar por su cuenta o a desertar de la nave que ya había zarpado.

 

Durante los años 60, consolidado su mandato vitalicio en la Isla, Fidel Castro relanzó su carrera hacia un protagonismo en la política continental y, de ser posible, universal. Miles de jóvenes cubanos y latinoamericanos fueron entrenados para fundar en toda América Latina guerrillas monitoreadas desde La Habana. El cubano como moneda para adquirir hegemonía se extendía a otros ciudadanos del continente. El clímax fue, primero, la precipitada lectura de la carta de despedida de Ernesto Che Guevara, lo que vetaba su regreso a la Isla, y luego, su abandono en la selva boliviana. Fue el precio a pagar por la recomposición de las relaciones con la Unión Soviética, contraria al aventurerismo cubano, algo imprescindible para conseguir su patrocinio económico. Más tarde, la política militar de Castro en África sería concertada con la casa matriz del comunismo mundial. Cientos de miles de cubanos combatieron en las selvas y los desiertos africanos. Varios miles comprarían con sus vidas el protagonismo del líder.

 

En 1980, tras los acontecimientos de la embajada de Perú, donde se refugiaron 10.856 personas ansiosas por huir del país, se desató un pogrom contra todo el que quisiera emigrar. Los “mítines de repudio” —palizas y humillaciones públicas— eran el precio para mantener el orden en el cuartelillo nacional. Al final, no dudaron en vaciar cárceles y manicomios, y embarcar hacia Estados Unidos a delincuentes peligrosos y enfermos mentales. La “bomba de cubanos” surtió efecto; Estados Unidos se sentó a negociar un acuerdo migratorio.

 

La invasión a Granada el 25 de octubre de 1983 fue, posiblemente, la mayor tragicomedia en el uso de los cubanos como moneda durante este medio siglo. En ese momento había allí 745, incluyendo al personal diplomático, 42 asesores militares y de seguridad, médicos, maestros, y unos 700 constructores que trabajaban en las obras del nuevo aeropuerto de Punta Salinas. El 22 de octubre, mientras las tropas norteamericanas se dirigían a Granada, Fidel Castro envió un mensaje a los cubanos: “Organizar una evacuación inmediata de nuestro personal (…) podría resultar altamente desmoralizador y deshonroso para nuestro país ante la opinión mundial (…) si Granada es invadida por Estados Unidos, el personal cubano defenderá sus posiciones en sus campamentos y áreas de trabajo con toda la energía y el valor de que es capaz”. El coronel Pedro Tortoló fue enviado de urgencia para encabezar la defensa. El día 25, mientras se desarrollaban los combates, Estados Unidos comunicó a Cuba que las acciones de sus tropas en Granada no tenían como objetivo el personal cubano, y que su evacuación no sería presentada como una rendición. La respuesta de Fidel Castro fue un ultimátum: la invasión debería cesar y, en cualquier caso, a los cubanos se le debía dispensar el mismo tratamiento que a las tropas granadinas. Ese comunicado, que ordenaba resistir a 700 constructores mal armados frente a la 82° Airborne Division, dos batallones de Rangers y un team de SEALS, 7.300 hombres perfectamente equipados, no sólo convertía a los constructores en soldados, un objetivo militar, los convertía en mártires. El último mensaje del Comandante en Jefe ordenaba luchar hasta el último hombre. Y esta vez el aparato de propaganda del régimen se superó a sí mismo: convirtió los deseos en noticia. Todas las emisoras del país anunciaron que, tras heroica defensa, el último cubano acababa de morir abrazado a la bandera. La realidad fue que ante la infinita superioridad del enemigo, y no contando con la vocación suicida impuesta por La Habana, los primeros en huir y refugiarse en la embajada soviética fueron los asesores militares y los dirigentes de la misión cubana, empezando por el coronel Tortoló. Siguiendo su ejemplo, los constructores se rindieron. Entre ellos hubo 25 bajas mortales, 59 heridos y 638 prisioneros, todos devueltos a la Isla. Las verdaderas intenciones de aquella orden de suicidio quedaron claras el día 26 de octubre. Un periodista de la CBS preguntó en rueda de presa: “¿No existe la posibilidad de que usted sacrifique a los cubanos?”, a lo que Fidel Castro respondió: “Bueno, no seríamos nosotros, serían los Estados Unidos los que estarían sacrificando a los cubanos, porque ellos son los que iniciaron el ataque”. Calculaba que al módico precio de inmolar a 700 trabajadores civiles cubanos, adquiriría seguridad para su gobierno. La administración Reagan debería reconsiderar el costo de una posible invasión a Cuba.

 

En 1989, corrían tiempos de glasnost y perestroika. No podía permitirse que altos mandos militares, la mayoría formados en academias soviéticas, consideraran la posibilidad de repetir en Cuba la experiencia de Gorbachov. Fidel Castro no dudó en sufragar su propia seguridad en el poder con la vida del general Arnaldo Ochoa, Héroe de la República y su militar más condecorado. Al mismo tiempo, y ante las inminentes declaraciones de un narcotraficante capturado por la DEA, quien dio pruebas concluyentes de la implicación institucional del gobierno cubano en el tráfico de drogas, compró su propia inmunidad con las vidas de los hermanos La Guardia y otros oficiales del Ministerio del Interior.

 

El año en que la palabra “balsero” se universalizó fue 1994. De nuevo se abrió la válvula de escape para aliviar la presión interna. Fueron interceptados en alta mar 32.362 cubanos tras abandonar la Isla en precarias embarcaciones. Un número indeterminado murió en el intento. Pero antes se había producido una oleada de secuestros de embarcaciones. Castro necesitaba escarmentar a quienes empleaban este método de huida. En la madrugada del día 13 de julio de 1994, zarpó de La Habana el viejo remolcador de madera “13 de Marzo” con 68 personas a bordo. A siete millas de las costas cubanas, fue hundido por dos remolcadores de acero, ante la mirada impasible de las lanchas de guardafronteras que se mantenían a cierta distancia. La imprevista aparición de un buque griego, obligó a los militares a rescatar a los 31 supervivientes. Treinta y siete personas murieron, entre ellos diez niños. El Estado cubano se ha negado a recuperar sus cadáveres. Una lección semejante fue impartida en 2003, cuando tres jóvenes de raza negra fueron juzgados y ejecutados en 72 horas, a pesar de que su intento de secuestro no produjo víctimas ni daños materiales. El cumplimiento de la sentencia se comunicó a sus familiares cuando ya los jóvenes habían sido enterrados.

 

A inicios de 1996, el presidente Bill Clinton se manifestó en contra de ratificar con su firma la Ley Helms-Burton, que conferiría al embargo el carácter de ley y dificultaría su eventual derogación. El 24 de febrero, Raúl Castro ordenó el derribo, sobre aguas internacionales, de dos avionetas civiles de la organización Hermanos al Rescate. El 12 de marzo, Bill Clinton firmó la ley y garantizó a los hermanos Castro la continuidad de una política que ha servido de excusa para el recorte de libertades y de “explicación” a todos los desastres económicos en la Isla. Para esta transacción bastaron las vidas de aquellos cuatro tripulantes.

 

A pesar de la persecución y el acoso de la policía política, a inicios del nuevo siglo se produjo un considerable aumento de la actividad disidente en Cuba. Veinte mil cubanos habían firmado el Proyecto Varela, solicitando una modificación constitucional. Era el momento de dar al pueblo cubano otra lección y ratificar el monopolio del poder, sin márgenes para la discrepancia. Durante la Primavera Negra de 2003, en juicios sumarísimos, fueron repartidos 1.450 años de prisión entre 75 disidentes, activistas y periodistas independientes.

 

El uso de los cubanos como moneda de cambio no se reduce a la adquisición de impunidad, monopolio del poder o seguridad para el gobierno de los Castro. Cientos de miles de profesionales —médicos, maestros, asesores militares, deportivos— sirven por igual para adquirir alineación en la arena internacional de gobiernos agradecidos, que para comprar petróleo a Venezuela. El Estado cubano les paga un estipendio simbólico y se embolsa el 90 por ciento de lo que esos países pagan por sus servicios. En otros casos, el pago es político. Los cooperantes cubanos ponen el trabajo y, en ocasiones, la vida. Los Castro reciben el agradecimiento.

 

El sistema es equivalente al de aquellos dueños que en los siglos XVIII y XIX “echaban a ganar” a sus esclavos. Convertidos en carpinteros, canteros o prostitutas, los esclavos trabajaban por cuenta de su amo que, en ocasiones, les permitía ahorrar una parte de sus ingresos para comprar su libertad.

 

Incluso los dos millones de exiliados cubanos tienen valor de cambio. Desde 1959, todo ciudadano que se exiliara era despojado de sus bienes, empresas, casas, autos, pero también de sus joyas, sus efectos personales y hasta sus recuerdos familiares. A cambio de su libertad, se le expropiaba toda huella de su vida anterior, excepto su memoria. El gobierno cubano decide a quién se permite emigrar y a quién no. Para que un niño viaje son sus padres, no basta la voluntad de estos. El Estado deberá autorizarlo. Y ha implementado un sistema de ordeño al exiliado. Tasas abusivas por la documentación necesaria para emigrar y por los servicios consulares una vez fuera de la Isla. Un gravamen del 10 por ciento a los mil millones de remesas. Si un exiliado desea invitar a un familiar cercano que resida en Cuba, deberá sufragar la costosa documentación y, más tarde, abonar una tasa mensual por su presencia. Como propietario de todos los cubanos, el Estado te alquila por meses a tu padre, a tu hermano o a tu madre. La exportación de cubanos se ha convertido en la industria más rentable del régimen.

 

Abolida su condición de ciudadano, el cubano, reducido a súbdito, puede ser alquilado o vendido, deberá comprar al contado su manumisión, como los esclavos del siglo XIX y, en caso necesario, su vida será un bien que el Estado administrará a voluntad.

 

Orlando Zapata Tamayo pretendió comprar su dignidad al precio de su vida. Los hermanos Castro no han dudado en costear una lección magistral con su cadáver.

 

“Pagar en Cubanos”; en: Diario de Sevilla y Diario de Cádiz, 18/03/2010





La carta de todos

16 03 2010

El sitio Orlando Zapata Tamayo. Yo acuso al gobierno cubano (http://orlandozapatatamayo.blogspot.com/), promovido por Verónica Cervera, Alexis Romay, Isbel Alba, Joan Antoni Guerrero, Enrique del Risco, Aguaya Berlín, Alina Brouwer, Alen Lauzán, Ana C. Fuentes Prior y Jorge Salcedo, ha convocado a todo el que lo desee a firmar una carta abierta “Por la libertad de los presos políticos cubanos”. Una carta que en la mañana del 16 de marzo ya ha recibido 5.640 firmas.

 

La carta aboga “por la excarcelación inmediata e incondicional de todos los presos políticos”, pide respeto a “los derechos humanos en cualquier parte del mundo”, recuerda “el decoro y el valor de Orlando Zapata Tamayo”, apuesta “por el respeto a la vida de quienes corren el riesgo de morir como él” e “impedir que el gobierno de Fidel y Raúl Castro continúe eliminando físicamente a sus críticos y opositores pacíficos” y condenándolos a penas inauditas por «delitos» de opinión, y pide “el respeto a la integridad física y moral de cada persona”.

 

Sea cual sea el credo político de cada cual, es difícil que alguien con un mínimo sentido de aquello que mi abuela llamaba “decencia” acepte estar en contra del respeto a los derechos humanos y a la integridad física y moral de todas las personas. Es difícil no admitir que la opinión no puede ser un delito, y que es un imperativo moral la excarcelación de todos los que hoy sufren prisión por esa causa. La carta se dirige a “todos los que han elegido defender su libertad y la libertad de los otros”. También será difícil que alguien se confiese un liberticida absoluto –incluso Fidel Castro siempre ha defendido la libertad de un ciudadano cubano–.

 

Hasta los voceros del castrismo tardío, dentro y fuera de la Isla, deberán admitir (aunque sea en su fuero interno) el valor y la integridad de alguien capaz de comprar su dignidad al costo de la vida.

 

En lo anterior reside el poder de convocatoria de esta carta que, hasta el momento, han firmado socialdemócratas y democristianos, liberales y conservadores, izquierdas y derechas, intelectuales, obreros, profesionales, políticos, estudiantes, ateos y creyentes. No se dirige a una élite ni a una facción, no se restringe a una secta de compadres. Está dirigida “a los hombres de buena voluntad” (Lucas, 2, 14), de ahí la respuesta.

 

Confieso que antes de firmar la carta no averigüé quién la promovía, ni de qué secta ideológica provenía. Me atuve al texto. Lamentablemente, no es infrecuente que muchos compatriotas se ocupen antes de averiguar si un texto es propuesta de A o de B, de los “míos” o de los “otros”, qué oscuros protagonismos se esconden tras cualquier pronunciamiento, y dosifiquen entonces firmas o abstenciones. El contenido es lo de menos. Lo importante es el remitente. Algo que favorece siempre al destinatario.

 

Hoy, y aunque ocurre en circunstancias luctuosas, la masiva firma de esta carta me ha proporcionado una verdadera alegría. Por una vez somos capaces de echar a un lado cualquier otra consideración que no sea la defensa de las libertades y los derechos, no sólo de los cubanos, sino de cualquier ciudadano del planeta.

 

Después de su maquinaria represiva, el poder del castrismo reside en su capacidad de dividir y en su falta de escrúpulos. No ha dudado en fomentar el egoísmo y el miedo, convencer a cada ciudadano que está siendo continuamente vigilado, infiltrarse en la intimidad de las personas y minar de agentes hasta al menor grupo disidente. No ha dudado en extorsionar, amenazar y comprar fidelidades. Y no sólo en la Isla. Monopoliza la palabra y administra el silencio, de modo que pueda difamar, mentir y ocultar impunemente. Como Elegguá, el gobierno cubano abre o cierra los caminos a sus súbditos. La mayoría evita en silencio las complicaciones del tráfico. Y como amo de llaves, abre y cierra la puerta para visitar a la madre enferma, al hijo, al hermano. Rehenes filiales que amordazan a no pocos en el exilio.

 

Durante decenios nos prometieron el advenimiento del “hombre nuevo”. Pero la cosecha de personas ha sido tan desastrosa como la de papas. Si un “hombre del siglo XXI” ha aparecido en Cuba es el jinetero. El castrismo ha creado, eso sí, dos millones de ciudadanos: los que fuera de la Isla nos hemos librado del lastre totalitario y hemos asumido esa condición que combina libertad y responsabilidad, y los hombres y mujeres que dentro de la Isla compran cada día su libertad arriesgándola.

 

Asumir la responsabilidad como ciudadanos de esa isla virtual y democrática que los cubanos merecen es abogar por lo esencial, una sociedad abierta, plural, democrática, inclusiva y respetuosa de las libertades, y postergar lo secundario para ese día, quizás no demasiado lejano, cuando la soberanía de la nación recaiga verdaderamente en el pueblo y éste pueda elegir libremente su destino.

“La carta de todos”; en: Habanerías, 16/03/2010





Romper la invisibilidad. Entrevista al eurodiputado Luis Yáñez Barnuevo

12 03 2010

Mientras el eurodiputado Luis Yáñez Barnuevo entraba a las sesiones del Parlamento Europeo, el cuestionario de esta entrevista viajaba por email hacia Estrasburgo. Tras la votación, que por aplastante mayoría aprobó una resolución de condena al gobierno de la Isla, las preguntas lo acompañaron bajo una nevada hacia el aeropuerto, aterrizaron en Madrid y volaron hasta Sevilla donde, ya cerca de la medianoche, dispuso de tiempo para responderlas, una deferencia que Cubaencuentro le agradece. Su día comenzó y terminó con el tema de Cuba, algo que el eurodiputado conoce perfectamente desde hace treinta años. Tres décadas de amistad con Cuba que, en su caso, significa amistad con su legítimo representante: el pueblo cubano. La coherencia política de Luis Yáñez Barnuevo no requiere otras presentaciones.

 

El eurodiputado Martin Schulz, líder de los socialistas y socialdemócratas en el Parlamento Europeo, pidió a los 27 socios de la UE que «rechacen categóricamente una dictadura que pisotea los derechos humanos». ¿Cómo se traduce ese rechazo categórico?

Luis Yáñez Barnuevo (LYB): Las declaraciones de Martin reflejan su indignación por la muerte de Orlando Zapata y no una propuesta política, aunque coincido en que los 27 deben tener siempre presente la naturaleza inequívoca del régimen cubano a la hora de elaborar sus políticas con Cuba.

 

¿Es coherente que la UE tenga una posición común hacia Cuba y que cada país actúe bilateralmente a su manera?

LYB: Lo ideal sería «comunitarizar» la política de la UE con la isla,  pero ya existe una coordinación intergubernamental que pesa sin duda en las relaciones bilaterales de cada país de la UE con Cuba. No actúan cada uno por su cuenta. Por sólo citar un mecanismo, los embajadores de los países miembros que tienen representación en La Habana están diariamente coordinando sus acciones e informándose mutuamente.

 

¿Cuál sería la política adecuada frente a un gobierno que usa a sus ciudadanos como rehenes, de modo que las consecuencias de cualquier medida coercitiva recaiga en ellos y no en los gobernantes?

LYB: El mejor ejemplo negativo es que el embargo norteamericano, que dura ya cerca de 50 años, no ha debilitado sino fortalecido al régimen (dotándolo de un discurso victimista y una coartada impagable), perjudicando en cambio a la población. Si se quieren tomar medidas selectivas que hagan reflexionar al gobierno cubano y no perjudiquen al pueblo, se podría pensar, por ejemplo, en condicionar las visitas a Europa de los jerarcas cubanos y el, por ahora, libre accionar de las embajadas de Cuba en Europa que organizan y financian a supuestos grupos de «amistad con Cuba» que muchas veces son arietes para hostigar a los críticos con el sistema cubano, sean estos europeos o cubanos en el exilio.

 

Otorgar legitimidad y visibilidad a la disidencia en Cuba, conseguir que ésta deje de ser invisible para el propio pueblo cubano, sería un camino adecuado, un primer paso para conseguir una transición en la Isla. ¿Debe Europa aceptar la marginación e invisibilización de esa disidencia como condición para el mantenimiento del diálogo con las autoridades cubanas, o debe mantenerse firme en su reconocimiento a la disidencia aunque ello obstaculice el diálogo con el gobierno?

LYB: Precisamente, el primer objetivo que me marqué al promover la proposición sobre los DDHH en Cuba que hoy ha aprobado el Parlamento Europeo por histórica mayoría, era romper la invisibilidad que padecen los presos de conciencia y activistas pacíficos de los DDHH en Cuba. Me ha dolido mucho la muerte de Orlando Zapata, pero me dolió antes que durante 86 días casi nadie hablara de su huelga de hambre. Con perdón, sólo yo, entre los políticos europeos, habló de él en el ABC de Madrid a finales de enero. Hacerlos más visibles es también prestar más atención al movimiento de blogueros cubanos, de fuera, pero sobre todo de dentro de la isla. Yo creo en el diálogo, crítico y exigente, de la UE con las autoridades cubanas, pero nunca al precio de ignorar a la disidencia.

 

¿Puede encontrarse un espacio común entre socialistas y populares en cuanto al tema cubano, una política de consenso, y evitar que esto se convierta en un arma arrojadiza que en nada favorece la búsqueda de un futuro mejor para Cuba?

LYB: Los que me conocen saben que siempre he combatido el instrumentalizar al pueblo cubano para dirimir las diferencias entre el PP y el PSOE. Después de años, hoy lo he conseguido, y espero que ello abra un tiempo nuevo. Para ello el PP debe renunciar a la política de campanario y de galería de acusar al gobierno español y al PSOE de complacientes con la dictadura cubana, sencillamente, porque es falso, y el PSOE debe esforzarse en negociar con el PP, sinceramente y sin reservas, una política española, y no sólo de los socialistas, con Cuba. Es decir, una política de Estado que se convertiría en política de la UE, porque Europa escucha a España en este tema.

 

Según Diego López Garrido, el diálogo con las autoridades cubanas «ha logrado algunos avances» en lo que se refiere a los presos de conciencia. ¿Cuáles son esos avances? ¿Justifican una posición más “blanda” de la UE frente al gobierno cubano?

LYB: Creo que López Garrido se refería a que el Ministro Moratinos y el propio Presidente Zapatero –en algunos casos, como el de Raúl Rivero– han logrado con dicho diálogo la liberación de 20 presos de conciencia desde 2004. En mi opinión, no hay descalificar con palabras gruesas el tan mencionado diálogo, ni significa necesariamente una política «blanda». Creo que tengo una pequeña autoridad para decir que ni con Cuba ni con cualquier otro país con gobierno autoritario o totalitario las relaciones son blancas o negras, sino de una infinita gama de grises.

 

María Muñiz, eurodiputada por el PSOE, afirma que la Posición Común es «un obstáculo que bloquea cualquier posibilidad de diálogo político», «una extravagancia en las relaciones exteriores de la UE». ¿El obstáculo y la extravagancia no será  el gobierno cubano?

LYB: El obstáculo es, desde luego, el gobierno cubano al que conozco hace más de 30 años porque los que de verdad mandan en La Habano son los mismos desde hace medio siglo.

 

¿Existe «instrumentalización» de los Derechos Humanos por parte de la UE como ha denunciado el eurodiputado de Izquierda Unida, Willy Meyer?

LYB: Creo que quienes más «instrumentalizan» los DDHH, el Estado de Derecho y la democracia en terceros países son el PP, que no condenó el golpe de Estado de Honduras, e Izquierda Unida, que no ha votado la resolución de hoy sobre Cuba y sí condenó el golpe hondureño. Dos pesos y dos medidas que los socialdemócratas no hemos practicado.

 

“Romper la invisibilidad. Entrevista al eurodiputado Luis Yáñez Barnuevo”; en: Cubaencuentro, Madrid, 12/03/2010. http://www.cubaencuentro.com/entrevistas/articulos/romper-la-invisibilidad-entrevista-al-eurodiputado-luis-yanez-barnuevo-230890





Una vida, muchas lecciones

25 02 2010

Orlando Zapata Tamayo, activista del Proyecto Varela, condenado en 2003, ha muerto tras 86 días de huelga de hambre. Ha muerto a sus 42 años un hombre que había nacido dentro de la llamada Revolución, mientras el Che moría en Bolivia y el país se preparaba para su gran campaña maoísta: la Zafra de los Diez Millones. No era un representante del áncient régime, ni un latifundista ni un hacendado criollo, ni siquiera apeló a la violencia contra el gobierno. Orlando Zapata Tamayo era un humilde albañil, negro, pero con un sentido de la justicia que lo impulsó, primero, a disentir, y, más tarde, a reiterar su oposición a los maltratos, vejaciones y torturas a los que era sometido en prisión por sus verdugos. Ello le valió la multiplicación por diez de su condena, desde los tres años iniciales.

Esquivando las verdaderas razones de su encarcelamiento, el gobierno de la Isla jamás lo reconoció como prisionero político. Con muchísimos más argumentos, Fidel Castro habría podido ser condenado como asesino en serie tras el asalto al Cuartel Moncada y confinado en compañía de homicidas y violadores.

Tras siete años de torturas, Orlando Zapata Tamayo ha sido asesinado. Un gobierno que se dice defensor de los derechos de los humildes, solidario con los oprimidos, reitera con este acto un nivel de impiedad que rebasa cualquier excusa ideológica.

El 5 de diciembre de 1925, Julio Antonio Mella se declaró en huelga de hambre en prisión. Nueve días después fue trasladado a un hospital. A los 23 días, el dictador Gerardo Machado aceptó que fuera liberado bajo fianza.

Después del asalto al Cuartel Moncada, Fidel Castro fue condenado a 15 años de cárcel, que disfrutó junto a sus compañeros, entregado a lecturas prácticamente irrestrictas y preparando platos de camarones por cortesía de sus carceleros. Fue amnistiado por el dictador Fulgencio Batista 22 meses más tarde. Un mes por cada soldado muerto en aquel ataque.

Los peores dictadores del período republicano han sido infinitamente más piadosos con sus enemigos políticos que los actuales mandantes cubanos. Habría que remontarse a la reconcentración decretada por Valeriano Weyler en el siglo XIX para encontrar un nivel de deshumanización semejante. Las cárceles de los hermanos Castro han llegado a albergar hasta 70.000 presos políticos, condenados a penas desproporcionadas  y sometidos a humillaciones y maltratos permanentes, enjaulados con los peores reos comunes y viviendo en condiciones que sólo podrían equipararse a las de la tristemente célebre Isla del Diablo. Por no hablar de los miles de asesinatos legales y paralegales, o los miles de cubanos cuyo único delito, intentar huir de la Isla, mereció la muerte.

Los 23 días de huelga de hambre de Julio Antonio Mella fueron ampliamente comentados por la prensa y generaron una campaña por su liberación. Los 86 días de huelga de hambre de Zapata Tamayo transcurrieron en silencio, salvo para un reducido grupo de opositores que alertó repetidas veces a la comunidad internacional sobre el inminente riesgo de asesinato encubierto.

Como ha dicho Reina Luisa Tamayo  en un video estremecedor, “mi hijo perdió la vida por un asesinato premeditado. Mi hijo ha sido torturado, objeto de sufrimiento, y aún cuando lo trasladan lo tuvieron 18 días sin beber agua. Con mi dolor pido al mundo que exija la libertad de los demás presos, que no vuelva a ocurrir lo mismo con otros hermanos». Pero una buena parte del mundo hace silencio.

Presidentes latinoamericanos que se dicen próximos a los que sufren, como Luis Ignacio Lula da Silva, hacen silencio. El presidente brasileño viaja expresamente a la Isla para despedirse de los Castro mientras se enfría el cuerpo de Orlando Zapata Tamayo, asesinado por sus amigos. José Luis Rodríguez Zapatero hace en Europa una alusión tan velada que sus asesores tienen que descifrarla para el público. Hugo Chávez, Arnaldo Correa,  Daniel Ortega o Evo Morales ni siquiera lo mencionan. El diputado de Izquierda Unida Gaspar Llamazares califica la muerte de «lamentable», especialmente “para alguien que se considera amigo de Cuba y del pueblo cubano”. ¿Qué significa ser amigo de Cuba? ¿De las palmas, el tocororo, la playa de Varadero y el clima? Me temo que Llamazares usurpa el nombre de Cuba para mencionar a su gobierno. Y sobran pruebas para demostrar que no se puede ser hoy, al mismo tiempo, amigo del pueblo de Cuba y de su gobierno. De Zapata Tamayo y de sus carceleros.

En el puerto del Mariel, Raúl Castro, en compañía de Lula, lamenta la muerte pero afirma que en la Isla sólo se tortura en la Base Naval de Guantánamo, propiedad de Estados Unidos, y culpa a ese país de la muerte como consecuencia de algún misterioso “efecto mariposa”. Si la nariz de Cleopatra fue la culpable de la caída del Imperio Romano, según Pascal, ¿qué nos impide considerar a Estados Unidos el culpable de la muerte de Orlando Zapata Tamayo y de todos los desastres de la Isla?

Recientemente, la activista saharaui Aminatu Haidar, permaneció 32 días en huelga de hambre en el aeropuerto de Lanzarote, exigiendo que el gobierno de Marruecos admitiera su retorno con todas las garantías. En las mejores condiciones higiénicas y con asistencia médica permanente, la activista, convertida en noticia de portada en todo el planeta, recibió en Lanzarote a ministros, personalidades de la cultura y comités de solidaridad. La huelga de Zapata Tamayo transcurrió en oscuras mazmorras, sometido a pésimas condiciones higiénicas, silenciada por el gobierno, y ante la indiferencia internacional. Ninguna personalidad de la cultura, ministro o comité de ayuda acudió a visitarlo. Al final, el gobierno marroquí cedió a la presión internacional. Al final, el gobierno cubano, tan cuidadoso con las apariencias y las estadísticas, menospreció la voluntad del opositor cubano, intentó doblegarlo hasta el último minuto y lo dejó morir. En sus manos estuvo evitarlo. No se trata de negligencia criminal. Cualquier tribunal lo consideraría asesinato.

Al gobierno cubano no le ha bastado reprimir a Zapata Tamayo durante  los últimos siete años de su vida. Reprime a su cadáver. Primero, demoró la entrega del cuerpo, una prisión post mortem que sólo se le podría ocurrir a una mente enferma, intentando que se cumplieran 24 horas, plazo habitual en Cuba entre la muerte y el entierro. Después, intentó que la familia lo enterrara de inmediato, el mismo miércoles a las 15:00 horas,  para eludir cualquier manifestación de duelo al disponer de apenas una hora de velorio. Cuando por fin el cuerpo es trasladado a Banes, su ciudad natal, a unos 750 kilómetros al este de La Habana, los militares toman los accesos a la ciudad portando listas de personas a las que niegan el acceso, y custodian los alrededores del cementerio. Desatan una nueva oleada represiva, encarcelan a una treintena de disidentes que, presuntamente, podrían asistir al velorio, y condenan a otros tantos a arresto domiciliario, que dejaría de ser domiciliario si se arriesgaran a acudir al entierro.

Cuán ilegítimo y débil debe sentirse un gobierno que necesita reprimir a los muertos, vigilar entierros y ocultar a sus ciudadanos un suceso que ha dado la vuelta al mundo. Los titulares de la prensa cubana destacan hoy la visita del presidente Lula, el proceso eleccionario y la producción de alimentos para el ganado en Villa Clara.

Si algo positivo ha suscitado este hecho ha sido la condena universal casi unánime, aunque me temo que se apagará a la velocidad de los nuevos titulares en la prensa. Y, sobre todo, la respuesta unánime de la comunidad cubana y de la disidencia. Las amenazas no han conseguido acallar sus voces, ni el cerco policial en torno a la residencia de Laura Pollán, en Centro Habana, ha podido impedir la vigilia de medio centenar de activistas. La unanimidad que suscita esta muerte no debería ser excepcional. Un gobierno que se comporta como un sindicato mafioso, imponiendo su particular omertá a todos los cubanos, sólo puede ser contrarrestado por la unanimidad esencial de todos los que aspiramos a una Cuba mejor.

 

“Una vida, muchas lecciones”; en: Cubaencuentro, Madrid, 25/02/2010. http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/una-vida-muchas-lecciones-229779





Recurrencias

1 01 2010

Había una vez un programa de la televisión cubana que se llamaba San Nicolás del Peladero. Era la caricatura de la república prerrevolucionaria que duró medio siglo. En él constaban un alcalde, Plutarco Tuero, que se las arreglaba para ser reelegido for ever, y la primera dama, Remigia, cargada de joyas y blasonando continuamente de la cultura de la que adolecía. Aparecían el jefe de la Guardia Rural, un Mario Limonta en sus mejores tiempos, y el inolvidable Éufrates del Valle, representado por Germán Pinelli, director de El Imparcial, diario que de ninguna manera hacía honores a su nombre. También había oposición: Montelongo Cañón, un personaje ridículo y presuntamente tan nefasto como Plutarco, pero que siempre perdía, por lo que a los ojos de la mitología popular cubana era peor que el mafioso pero simpático alcalde  –hijoeputa y perdedor. El colmo de los colmos.

En sus mejores tiempos, el programa era una especie de teatro bufo en pretérito pluscuamperfecto, amenizado con música de otros tiempos, es decir, de siempre. Por entonces, a pocos cubanos se les ocurría pensar que al apagar la tele estaban asistiendo en absoluto directo al revival de aquel San Nicolás del Peladero, ni siquiera cuando el programa  dejó de emitirse, quizás porque los paralelos con la realidad eran demasiado evidentes.

Pero lo impensable ha ocurrido: San Nicolás del Peladero de retransmite, pero no en la pantalla chica, sino en la pantalla grande de la realidad. Plutarco Tuero es capaz de cualquier truquimaraña para mantenerse en el poder. Las nuevas Remigias salen a la luz ataviadas con modelitos exclusivos. Murió la primera, aquella Primera Cuñada de la República que durante una visita a Estados Unidos fue entrevistada en el aeropuerto por un periodista y, al ver el giro que tomaba la conversación, apeló a sus instintos habituales y conminó a los periodistas a que le entregaran la cinta de inmediato. El reportero cubano de una cadena de Miami tuvo que recordarle que en Estados Unidos debería reprimir su instinto de alcaldesa, porque existe ese raro producto que es la libertad. Ahora tenemos a la Primera Sobrina de la República, encargada de incorporar “al proceso” a la disidencia sexual, siempre que  sea amaestrable. El relajito que sea con orden. Nada de gays por cuenta propia.

El San Nicolás del Peladero real se ajusta mejor al nombre que su homólogo televisivo. Basta una visita a los mercados para corroborarlo. Dado que la realidad imita a la ficción, la oposición también es escarnecida, cuando no apaleada y encarcelada, de lo cual no da noticias, desde luego, El Imparcial parcial parcial (perdón, hay eco). Desgraciadamente, su director convence menos en escena que Pinelli.

Pero no es el único caso en que una obra de ficción destinada a ridiculizar al ancient régime ha terminado convirtiéndose en un producto subversivo. El cuento “Estatuas sepultadas”, de Antonio Benítez Rojo, fue incluido por su autor en el libro Tute de Reyes (1967), y sirvió de argumento a Tomás Gutiérrez Alea para la película Los sobrevivientes (1979). Una familia de la alta burguesía habanera tradujo su oposición al nuevo gobierno en encastillamiento tras los altos muros de su villa. Acumuló víveres en grandes cantidades y suprimió todo contacto con el exterior. A medida que transcurrían los años, mientras el mundo exterior presuntamente avanzaba, intramuros la familia iba retrocediendo en la escala histórica, hasta llegar a la esclavitud y el canibalismo. A partir del Período Especial, el país completo se convirtió en un castillo rodeado de altos muros y poblado por famélicos sobrevivientes. El propio Titón me confesó en 1993 que mientras creía filmar una comedia negra, jamás pudo suponer que se trataba de  una profecía.

No es tan raro que la realidad imite a la ficción. Un joven de Indiana mató a su hermano de diez años y se confesó admirador de Dexter, ese “héroe” macarra y encantador de la serie televisiva. Otro joven, esta vez español, imitó a sus personajes predilectos de los videojuegos y, armado con una katana, asesinó a su madre, a su padre y a su hermana. Casi todos los desquiciados de este mundo tienen sus modelos en la televisión, el cine o la literatura. Algunos se creen hombres-lobos, vampiros, reencarnaciones de Napoleón o extraterrestres de vacaciones en la Tierra.

El propio Fidel Castro se ha creído, sucesivamente, Benito Mussolini, Pepe Stalin y Dios. También se ha creído demócrata, estratega militar, estadista, veterinario, economista, médico, ingeniero agrónomo, civil, eléctrico y nuclear. Sin embargo, jamás ha blasonado de ser un actor excepcional, un talento que nadie le discute. Es una lástima para la industria que Birán no quedara en California. Ahora la realidad lo ha castigado suplantándolo con un doble que él debe tratar con el desprecio displicente que se concede a una caricatura. Un Fidelito bonsái al que debe soplar al oído cada palabra, y que se comporta como un eco con faltas de ortografía. Su desempeño como presidente de repuesto resulta semejante al de aquellos muñecos de hojalata a los que era necesario darles cuerda durante cinco minutos para que caminaran tres o cuatro pasos. Y ya se sabe que el encargado de la cuerda se distrae, se dedica a escribir sobre antiguas batallitas y futuros de diseño, y se le olvida.

Es bien conocida la frase de Karl Marx según la cual la historia se repite dos veces, una como tragedia y otra como farsa. Dudo que los cubanos que habitan en la Isla este Período Especial que bien podría llamarse la Era Good Bye Lenin, consideren que es el remake en tiempo de guarachita de aquella Era del Entusiasmo, los 60. El único indicio de que se trata de una farsa es que nadie se la cree, aunque estén obligados a aplaudir durante toda la función. La puesta en escena, en cambio, oscila entre la sordidez y el drama.

Revisar hoy los discursos de décadas pasadas es un acto subversivo. Comparar la felicidad prometida con la miseria real es un ejercicio pavoroso. Incluso el documento fundacional, La historia me absolverá, se ha convertido en material clasificado. En él se habla de democracia, elecciones pluripartidistas, libertades de empresa, expresión, prensa y reunión. Y lo más inquietante: se reivindica el derecho de los ciudadanos a derrocar una tiranía. La historia me absolverá no consta en los catálogos de ninguna librería de La Habana. Su distribución es tan peligrosa como la de la Declaración de los Derechos Humanos. Ambos inducen la temeraria noción de que a los ciudadanos nos asisten diferentes derechos, y ni siquiera se menciona el derecho a la resignación.

No he leído aún la letra del año, pero ya hay vaticinios en circulación de que este 2010 será el del cambio. Y ojalá que así sea, siempre que cambiemos a mejor. Yo no me atrevería a adelantar una profecía, pero creo imprescindible tomar precauciones contra un remake inevitable: el de la vieja república que entre 1902 y 1958 combinó en dosis variables la epopeya, la tragedia y la farsa. Si los cubanos de mañana no desean que la nueva república se repita como tragedia o como farsa, ni siquiera como epopeya, si aspiran a un país próspero y estable donde vivir no sea un sobresalto cotidiano, deberán adquirir la noción de sus propios derechos, y de que el poder es apenas un gracioso préstamo que conceden los ciudadanos a los políticos. La noción de que la ley es igual para todos y que la única fuente admisible de riqueza es el trabajo, el talento, la creatividad, algo que en cualquier país próspero es un lugar común. Deberán rebasar todos los vicios inducidos por medio siglo de totalitarismo diseñado para convertir a los ciudadanos en súbditos. Sé que existe una extendida incredulidad en cuanto a la capacidad de la población cubana de cambiar los viejos hábitos y hacerse cargo de su propio destino. Yo, en cambio, soy optimista. Creo en el pragmatismo y la agilidad del cubano para reaccionar a nuevas circunstancias, creo en su reserva de laboriosidad y creatividad, en su capacidad de dejar de ser meramente cubanos para convertirse en ciudadanos.

 

“Recurrencias”; Madrid, 01/01/2010

 





Armandito tenía razón

19 11 2009

Cierta tarde de finales de los 80, apareció en mi casa el inefable Héctor Zumbado, inesperado (y bienvenido) como de costumbre. Aquel día estaba especialmente ocurrente y fue subiendo de tono a medida que trasegaba los rones de dudoso origen que compartíamos con un grupo de amigos. Entrada la noche, se levantó de repente y con la lengua tropezona nos anunció que se iba. Quédate un rato más, Zumbi. Es temprano. Pero dijo que no. Que se iba para el Salón Rosado (de infausta memoria por las batallas campales que solían convocar los bailadores, a pesar del fuerte dispositivo policial). Y nosotros que no, Zumbado, que te van a matar, ¿tú estás loco?, mírate, compadre, si te soplan, te caes.

Y él que no.

─Me voy al Salón Rosado a buscarme una mulata del África Occidental.

Y con la misma desapareció sin que pudiéramos detenerlo.

Más tarde nos enteramos de que dos policías lo rescataron cuando estaba a punto de contar su último chiste. Una mirada o un roce de más, quién sabe.

Héctor Zumbado. Inconstante, informal, entrañable, cercano, era tan difícil trabajar con él como prescindir de su amistad.

Ya por entonces había publicado sus secciones “Limonada” y Riflexiones”, en el periódico Juventud Rebelde, y sus libros Limonada (1979), Amor a primer añejo (1980), Riflexiones (1980), ¡Esto le zumba! (1981), Prosas en ajiaco (1984), Nuevas riflexiones (1985) y Kitsch, kitsch, bang, bang! (1988). Aunque eso no le había servido para ingresar al Diccionario de la Literatura Cubana, publicado en 1984 por el Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba, un lugar que habría merecido ya desde el “Prílogo” de Limonada. También es cierto que en esos dos tomos lo más relevante son sus ausencias. No sé por qué a nadie en el exilio se le ocurrió escribir un Diccionario de Ausentes de la Literatura Cubana.

En el año 2000, como tardía reparación quizás, se concedió a Zumbado el Premio Nacional de Humorismo.

En el “Prílogo” de Limonada, Zumbado afirmaba que su objetivo era “hacer crítica de costumbres”, y que “el énfasis está en la crítica ─sustantivo─, no en las costumbres ─parte de una frase adverbial─”. No obstante, por entonces (como ahora, como siempre desde hace medio siglo), la frontera de la crítica admisible siempre quedaba angustiosamente cerca. Más allá se extendía el océano de la crítica posible. Si a eso se añade que ninguna dictadura tiene sentido del humor, es admirable lo que Zumbado pudo hacer con tan escaso margen de maniobra y sin despeñarse (del todo) en los cercanos acantilados de la censura.

Su corrosivo humor de lo permitido siempre dejaba entrever el humor impermisible que él dejaba vagar en alguna mesa del Hurón Azul de la UNEAC, o en las conversaciones del té con chácata de la UPEC, donde se reunía una variada fauna de periodistas y otras especies colaterales. No pocas veces tuvo que ser salvado el Zumbi de las iras que suscitó su vitriolo macerado en alcohol cuando algunos personajes que se tomaban a sí mismos en serio, se tomaron a Zumbado demasiado en serio.

Mario Vizcaíno Serrat, en el texto “Un pez fuera del agua”, publicado por La Jiribilla, recupera la figura de Zumbado que, como un no-muerto, vaga por la cultura cubana desde aquel día en que el mal golpe de un atracador lo ingresó en el limbo del idioma. Según Vizcaíno, “Alguna prensa ha decidido rescatar parte de su obra y publicarla, por dos razones: dar a conocerlo a la generación más joven, y armar una suerte de tributo al cultivador más auténtico de la sátira social cubana después de 1959”. Y me alegra que así sea. Zumbado lo merece.

Claro que, en mi opinión, hay dos Zumbados que esa definición no recoge: El escritor que nos legó algunos cuentos breves extraordinarios, como el de la vieja que plantó una ceiba en una maceta del balcón, y el del hombre que quería enlatar el sol. Cuentos que podrían figurar sin sonrojarse en cualquier antología.

Y el Zumbado espontáneo, directo, personal, inédito, que en cualquier momento de la conversación dejaba caer un chiste que no sólo doblaba a carcajadas a la concurrencia, sino que te quedaba rondando la memoria durante el resto de la tarde.

Se cuenta que cierta noche de carnavales se encontraban conversando en el muro del Malecón Zumbado y el fotógrafo Grandal. (Corrígeme, Grandal, si la historia es inexacta). En ese momento aparecen dos jóvenes negros y uno de ellos pregunta a Grandal:

─Oye, asere, ¿tú eres yuma?

─¿Yo? No, qué va. Yo soy fotógrafo. Cubano.

─No me engañes, asere. Con esa cámara y esa pinta tú tienes que ser yuma.

─Te digo que no. Yo soy cubano.

─El asunto es, asere, que aquí mi amigo y yo andamos buscando un yuma para que nos saque de este país, porque esto es una mierda, esto no…

En ese momento, Zumbado sufrió una especie de “coma revolucionario”:

─Negro de mierda, la Revolución te ha hecho persona y tú te quieres ir para la Yuma…

El negro intentó abalanzarse sobre Zumbado, pero su amigo lo aguantó al tiempo que intentaba arrastrarlo lejos del conflicto:

─No te desgracies, Armandito, deja al comemierda ese. No te desgracies.

Y Zumbado continuaba:

─Malagradecido, que la Revolución te hizo persona.

Mientras el otro se llevaba a Armandito, éste seguía gritando: “Esto es una mierda bien, chico. Una mierda”.

Al fin se perdieron de vista y Zumbado propuso a Grandal beberse unas cervezas en algún kiosko. Cuando llegaron al más cercano, ya estaban cerrando y a pesar de su insistencia (una cervecita nada más, compañero, una sola), el dependiente se negó en redondo a despacharles. Entonces Grandal le propuso:

─Mira, Zumbado, ahora tú te vas por ahí para tu casa y yo me voy por acá. Mañana nos vemos y nos tomamos mil cervezas. ¿Está bien?

─Está bien.

Y se alejaron en direcciones opuestas rumbo a sus casas. Pero cuando se encontraban a media cuadra de distancia, de pronto Grandal escuchó un grito:

─Grandaaaaal.

─Dime, Zumbado.

─Grandal, Armandito tenía razón.

Desde entonces, cada vez que había un problema que así lo ameritara (y no era infrecuente), en la redacción de Somos Jóvenes sentenciábamos que “Armandito tenía razón”.

El florentino San Felipe Neri (1515-1595), patrón de educadores y humoristas, tenía un gran sentido del humor y saludaba a sus amigos diciendo: «Y bien, hermanos, ¿cuándo vamos a empezar a ser mejores?». A continuación los llevaba a cuidar a los enfermos y a otras obras de caridad. Su corazón era tan grande que se oían sus latidos a un metro de distancia, y la autopsia reveló que le había roto dos costillas y arqueado otras en su afán expansionista. Dudo que en el tórax más bien discreto de Zumbado cupiera un corazón de ese tamaño, pero no tengo dudas de que su obra no era la de un cínico, sino la de un moralista. Toda ella se podría resumir en esa pregunta, pero modificando ligeramente la redacción: ¿cuándo coño vamos a empezar a ser mejores?

“Armandito tenía razón”; en: Habaneceres, 19/11/2009