Huir de la espiral

2 07 2010

El editor Hubert Nyssen dijo sobre Huir de la espiral, de Nivaria Tejera (Ed. Verbum, Madrid, 2010, 143 pp.): “no es una novela ni, por otra parte, un poema o una epopeya, ni tampoco un relato. Es una obra difícil, hermética, enigmática. Y aterradora para quienes no soportan la insurrección lingüística. Para los demás, en revancha, de pronto, ¡qué deslumbramiento!”.  Y Nyssen es uno de los grandes editores del siglo XX en lengua francesa.

Efectivamente, quien se adentre en este libro de difícil clasificación no deberá buscar un argumento clásico, estructurado, un poemario o un ensayo al uso. Huir de la espiral no apela a nuestra intelección, sino a nuestra percepción, a una sensibilidad que debe encontrar su propia sintonía con el texto.

En entrevista que integra el homenaje que Encuentro de la cultura cubana tributó a la autora (n.º 39, invierno de 2005-2006), Nivaria cuenta a Pío E. Serrano, que “Al huir del desastre (…) uno se siente algo así como expuesto a habitar un descampado para convertirse en —y valga en su arrogancia el título de Musil— un hombre sin atributos, un paria…

Ese descampado vertiginoso, como un Maelstrom que intenta engullir al protagonista, es el angustioso espacio del libro.

Nivaria Tejera se inserta en la generación de los 50, aunque nunca participó de lo que suele llamarse un espíritu generacional. Fue anunciada por Cintio Vitier en Lo cubano en la poesía (1958) como una de las voces poéticas emergentes. Publicó en el número 35 de Orígenes el capítulo 9 de El barranco, que ya prefiguraba el tono, la atmósfera híbrida de Huir de la espiral, entre lo onírico, lo alucinado y golpes de realidad —en particular, las recurrentes referencias de la prensa a la guerra de Viertnam, que funcionan como anclas o señalizaciones para fijar el discurso a un tiempo histórico concreto y que, al mismo tiempo, ofrece la mirada al hecho histórico central de los 60 desde la otra cara del espejo: la del exilio.

En Nivaria puede rastrearse la influencia (más espiritual que estilística) de Kafka, Beckett, Bernhardt, de Broch y de los surrealistas que la fascinaron durante su primera estancia en París. Basta seguir el curso de sus personajes. Entre la niña de El barranco (1959), el Sidelfiro de Sonámbulo del sol (1971), Claudio Tisesias Blecher en Huir de la espiral (1987) y la escritora exiliada de Espero la noche para soñarte, Revolución (2002) hay una progresión: variaciones de la angustia, desde la mirada aterrada a la Guerra Civil Española, hasta la el desasimiento, la atormentada espiral del exilio.

“del exiliado-suicida

del exiliado-vértigo de las esquinas

y su azoramiento de extraviado

del exiliado-mendigo

del exiliado-tartamudo en silencio” (p. 32)

Y aunque en el texto, París es la presencia recurrente en el deambular caótico de Claudio Tisesias Blecher, Cuba está siempre en el doble fondo de la memoria, como el motor de esa angustia de la que el personaje intenta huir entre audiciones de música, literatura y una permanente errancia —él mismo se califica como una especie de “Licenciado Vidrieras” (p. 89)—, como si su destino fuera la huida. Escribe Nivaria:

“conveniencias inconveniencias

silenciadoras alienadforas usurpadoras

de la libertad primaria del inocente compromiso

aquél que se llamaba revolución

hoy apoltronada

sin aliento ya” (p. 43)

Porque “EL SITIO DONDE SIN CESAR ESTOY PRESENTE ES EL SITIO DE DONDE SIN CESAR ME ALEJO” (p. 93)

Pero esa errancia no lo salva, no lo redime ni lo reinserta. Por el contrario, parece destinado a regresar siempre al punto, a la angustia de partida:

“un círculo sin fin la espiral del exilio

enraizándonos a pesar suyo

en la inmovilidad

siempre el mismo giro del agazapado” (p. 45)

Es cuando “Claudio se desprende de Tiresias por la abertura derecha y continúa un torpe recorrido a tientas en la oscuridad” (p. 47).

Y ese exilio, que recorre todo el libro con una fuerza y una crudeza estremecedoras, como no he hallado en ningún otro libro de la diáspora cubana, no es mera pérdida de coordenadas geográficas, de referentes familiares o históricos, no es un cisma de la biografía, sino una difuminación de la identidad:

“Su falta de origen

—¿de dónde eres?

—¿por qué?

—por tu acento

—qué más da

—por el tipo pareces…” (p. 77)

Y, en términos bíblicos, la caída:

“él       caída exilio exaltación

rutas por donde los demás pasan sin verlo

caída

exaltación

exilio” (p. 52)

Pero, en este caso, por el pecado original de otros: “—no más “enemigos interiores” no más “delincuentes subversivos” no más “grupos incontrolados” (…) caza al hombre anonadándolo  extirpándole sus órganos vitales poco a poco por la tortura pulida que no deja trazas con los ayudas de cámara los galenospsiquiatras capacitados para convertir en locos a los utópicos” (p. 100).

Una angustia que no se limita a la pérdida de coordenadas, al extrañamiento de la identidad o los circuitos alucinados de la errancia, sino que se encona, se retroalimenta, con la reincidencia cíclica de la memoria:

“ese tránsito entre apagar y encender la memoria

—La memoria apagarla encenderla…

a fin de que alguien se aísle a cumplir cien años insonoros

“mañana mañana mañana…” (p. 115)

Claudio Tisesias Blecher ignora “que el tiempo es un falso curandero de la memoria” (p. 129). Nivaria Tejera, no. Huir de la espiral es la huella de esa memoria atormentada, la certificación de que la huida es imposible. Por mucho que nos extraviemos por “las calles largas y tristes “del extranjero” ese país de la plana intemperie a cielo descubierto hasta donde el eco de los pasos agota su reflexión…” (p. 53), la memoria siempre nos encuentra.

 

“Huir de la espiral”; en Revista Hispano-Cubana, Madrid, 2010


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