Cuba a dos ojos

29 11 1995

Occidente suele ser tuerto al mirar hacia Cuba: un nostálgico ojo izquierdo que reivindica el paraíso social de sus sueños (abortados exclusivamente por el embargo yanqui), o un feroz ojo derecho que convoca la muerte de Castro como única puerta hacia la democracia (preferentemente occidental, posiblemente sucedánea). Pero no basta mirar, hay que ver. Y la imagen estereoscópica requiere de ambos ojos.

Porque Cuba es esa Isla minúscula que intentó tocar el cielo desde su soledad continental, que sostuvo el mito de David frente a Goliat, referente para América Latina y buena parte del Tercer Mundo. A pesar de todo, es el país que ha terminado instaurando, en lugar de la dignidad estoica, una nueva picaresca de la supervivencia: lo que algún cubano bautizó como “La Era de las Tres R” (Resistir, Robar o Remar).

¿Cuándo accederá Cuba a una democracia, por fin, a nuestra imagen y semejanza?, es la pregunta del Occidente Cristiano, mientras defiende a Kuwait y otras curiosas democracias petrolíferas árabes. Pero la peor dictadura es el hambre. La primera a derrocar; cuando para dos tercios del planeta la abundancia no se postula nunca.

En 1990, Fidel Castro llegó a decir que antes de renunciar al socialismo, el pueblo cubano preferiría marcharse de las ciudades y labrar la tierra al estilo de los indios taínos. La idea cayó pronto en el olvido, junto al slogan “Socialismo o Muerte”, porque se percataron de que ningún pueblo se suicida. Con la caída del Este (y con ello, del 80% del comercio cubano) se abría para el gobierno de la Isla el mayor reto de su historia: ¿Cómo evitar que el hambre llegara a extremos tales que la desesperación pusiera en peligro el statu quo? ¿Cómo hacerlo sin concesiones al capitalismo, que significarían una derrota ideológica, y sin abandonar las conquistas sociales, única razón objetiva para su permanencia en el poder? Pero, sobre todo, ¿cómo hacerlo sin ceder ni una brizna del poder monopolizado por FC durante treinta años?

El Ministerio del Interior adquirió por entonces equipos antimotines, pero Valeriano Weyler, último Capitán General, y los dictadores Machado y Batista, la historia toda del país, demuestran que ese es el método más expedito para ser derrocado. Error. Efectúe otra jugada.

Recordaron entonces al pensador cubano José de la Luz y Caballero: “Más vale proveer que prohibir”. Pero para proveer no bastaba una economía que, sin ayuda externa, se desplomó en apenas un año, incapaz de cubrir ni siquiera las cuotas del racionamiento. La única solución era incrementar la eficiencia económica. Pero sin acudir a las fórmulas del Fondo Monetario, sin cancelar las conquistas sociales y sin dinamitar los fundamentos del sistema: ultra centralización, propiedad estatal y manejo de la economía según criterios políticos.

¿Qué hacer entonces? La ensaladilla rusa, hambre con democracia, no es una buena receta para conservar el poder. Más apetecible es el pato al estilo de Pekín: dictadura política con crecimiento económico. Pero, eso sí, nada de permitir una nueva casta de propietarios criollos. No sólo quiebra el sagrado igualitarismo, sino que sería, invirtiendo la frase de Marx, como fabricar el propio sepulturero. Patentaron entonces su propia fórmula: un capitalismo sólo para extranjeros que subvencionara el socialismo sólo para cubanos.

Esto es: descapitalizar la nación vendiendo medios de producción al capital foráneo, permitirle invertir y operar según sus propias leyes; para cobrar más tarde el diezmo. ¿Por qué no a los nacionales? Según algunos voceros del régimen, porque el cubano carece de capital. Como si el dinero, ente sin patria, no pudiera arribar desde Miami vía Zúrich. Dos millones de exiliados preferirían invertir en empresas que manejaran sus familiares en Cuba, en lugar de ir, mal que bien, subvencionando su miseria con la mínima ayuda familiar que admite el embargo. La inversión es siempre más digna y fructífera que la caridad. ¿Por qué entonces el gobierno se ha negado a esta opción? En realidad, razones políticas. El inversionista extranjero aporta capital, permite el funcionamiento de una parte de la economía, pero no tiene ningún derecho político. Si obtiene ganancias, incluso apoyará al gobierno. Los nacionales, en cambio, podrían constituir a mediano plazo una capa productiva, eficiente, y ya se sabe que el poder económico siente un hambre precoz de poder político.

¿Por qué permitir entonces ciertas formas de trabajo privado: artesanos, fabricantes de baratijas, pequeños restaurantes? Se trata de aprobar a regañadientes fórmulas que ya la picaresca de la supervivencia venía ejerciendo, paliar la abrumadora escasez y contener el descontento, como quien engaña el hambre con caramelos; desatar aunque sea una mano a las fuerzas productivas, altamente capacitadas pero uncidas a las ineficaces relaciones de producción, y ofrecer la puerta lateral como salida al enorme desempleo, producto del cierre masivo de fábricas y empresas. Pero prohibiendo a los profesionales (medio millón) ejercer por libre sus oficios, y evitar así el surgimiento de una empresa altamente cualificada y competitiva que demuestre (aun más) la incompetencia del aparato estatal. El ingeniero puede montar un pequeño restaurant, pero no una fábrica; el médico vende dulces a domicilio y el periodista fabrica juguetes de papier maché, pero jamás se les permitirá instalar una consulta o crear un periódico. Y sin hacer constar de forma definitiva la libertad de empresa y comercio de los nacionales, de modo que sea suprimible ─no es novedad, ya ha ocurrido antes─. Como la prostitución: Según el propio Fidel Castro, entrevistado en Nueva York, no se la persigue “para que no nos acusen de violar los derechos humanos”, pero jamás se legalizará. Al igual que la iniciativa privada de poca monta, las muchachas que se ganan el pan con el sudor de su cintura disfrutan del sobresalto: la tolerancia reversible.

Pero es natural el temor a inversiones masivas e incontroladas en la Isla o a la creación de una burguesía depositaria del capital procedente del exilio. La cúspide más ortodoxa, por razones ideológicas; otro sector de la burocracia política, por motivos más bastos: se están colocando ya, como gerentes de empresas mixtas, representantes de firmas extranjeras, etc., en posición de esperar el cambio, bien arropados en sus crisálidas rojas, que abandonarán convertidos en las flamantes mariposas de la nueva burguesía. No van a tolerar la competencia desleal de los advenedizos. Si no me creen, miren hacia el Este.

¿Y la democracia qué?, vuelve a preguntar Occidente. Dada la profunda crisis que pesa sobre la cotidianía del cubano, permitir la aparición de alternativas políticas, admitir que se difundan y debatan otros discursos, el destape de una oposición organizada y viable (que hoy se prohíbe por ley), sería para el gobierno actual como un intento de suicidio: si se salvara quedaría cuadripléjico. La lección Gorbachov está demasiado fresca. De modo que evitan con todo cuidado las figuras alternativas (competitivas), y cualquier fórmula democrática, como no sean las elecciones del Poder Popular, el parlamento más obediente del mundo y que no decide nada medular.

De hecho, las fuerzas dentro del gobierno que hoy promueven los cambios económicos, y cuya figura más emblemática es Carlos Lage, podrían protagonizar una suave transición política hacia formas más participativas del poder, pero no hay por ahora indicios de que la tímida apertura económica se desplace hacia el terreno político. La vieja guardia sabe que su status vitalicio (“méritos históricos” mediante), como miembros de la familia gubernamental que rodea al líder, se desmoronaría en un mundo más competitivo, de estamentos mudables. Y quizás nada ayudaría más a erosionar ese statu quo que la supresión del embargo, derogando así un fuerte factor de cohesión alrededor del líder, según la tesis “Ahí viene el lobo”. Pero la prepotencia Made in USA es el peor glaucoma político.

Para forzar desde abajo una transición radical, haría falta más que el 50%+1 de los votos: el 70%+1 de la desesperación. Situación poco predecible, dado que opera aún el “síndrome del líder”. A lo que se suma la propia idiosincrasia del pueblo cubano, que sólo llega a la sangre in extremis; el temor de muchos a la alternativa Miami (que ven como extrema de signo opuesto) en caso de desplome, y el ejemplo de la antigua URSS, precipitada en un capitalismo salvaje donde los menos aptos están peor que antes. De modo que para los cubanos mayores de 50 años el horizonte pos fidelista se barrunta negro, desguarnecido de las (ya precarias) conquistas sociales. Saben que el capitalismo cubano estará más cerca de Brasil que de Suecia. Mientras, los más jóvenes prefieren huir al paraíso que les ofrecen los enlatados de la TV, antes que intentar uno propio. Sin desdeñar que una porción aún cree en el líder, dado que la equivalencia Fidel=Socialismo=Patria, reiterada durante 35 años, ha calado muy hondo. No es fácil desglosarla. El resto, espera. ¿Hasta cuándo? Quién sabe. Las bolas de cristal y otros artilugios de adivinar no se incluyen en las cartillas de racionamiento.

“Cuba a dos ojos”; en: El País, Madrid, España. 29 de noviembre,1995, p. 12.

 

 





Una guantanamera en Jaén

3 10 1995

Guantanamera no es sólo una canción internacionalmente conocida, es también una mujer nacida en la ciudad de Guantánamo, al oriente de Cuba, y ahora una película de Tomás Gutiérrez Alea, cuya película precedente, Fresa y Chocolate, nominada al Oscar, auguraba un éxito de público y crítica en esta ocasión.

Heredera de una vieja comedia del propio Alea, La muerte de un burócrata, incluso en el tema de la muerte y la burocracia de la muerte, en Guantanamera no escasean las virtudes: excelentes actuaciones de los protagónicos, un ritmo ágil a pesar de la interminable sucesión de pueblos y ciudades, y que decae apenas al final; la sabia combinación de humor (negro, gris, blanco), ternura y reflexión; la elegancia en el tratamiento de situaciones escabrosas; la excelente construcción del guión y la sustancia de los diálogos que, sin perder la ligereza, eluden gratuidades y excesos. Una fotografía un tanto pobre y repetitiva es su único defecto importante. En suma, equilibrio y contención, a lo que se suma el empleo narrativo de la banda sonora y una oportuna poesía, sin incurrir en aquello de que «los cubanos, cuando hablan en serio, lo hacen en tiempo de bolero». Esta película, divertidamente seria, es un son.

Pero es en lo conceptual donde Guantanamera se convierte en una lección magistral. Europa raras veces mira hacia Cuba con ambos ojos. Emplea el ojo derecho para tildar a la Isla de infierno, convocando la muerte de Castro como única puerta hacia un modelo de democracia occidental. O emplea un nostálgico ojo izquierdo para reivindicar un paraíso social cuyos conflictos se deben exclusivamente al embargo Made in USA. La película, contada desde dentro, sortea el folclor barato, incluso el político, y se coloca, sin hurtar conflictos ni dificultades, en la verdad cotidiana, carne y sangre de la verdad histórica. Y es el burócrata desasido de la realidad, no porque la ignore, sino porque prefiere ignorarla, dado que no encaja en sus esquemas ideológicos. El ingeniero devenido conductor de camión por escapar a las 1.000 pesetas mensuales de salario como profesional. El pueblo llano que trafica, resuelve, cambia, vende, apaña, en una picaresca cotidiana sin la cual sus perspectivas de supervivencia serían nulas. Pero es, y no curiosamente, el mismo chofer que compra ajos para revender —todo ilegal en Cuba—el que monta a la parturienta, aun contra el burócrata que se niega a modificar su planificación minuciosa de la muerte ante la implani­ficación de un nacimiento, es decir, de la vida. En contraste con el camione­ro que se niega a cobrar la correa del ventilador, «incapaz de aprovecharse de la difícil situación». Treinta años de solidaridad no pasan en vano. Cinco años de profunda crisis económica, tampoco. Y eso es algo que sólo se entiende mirando hacia Cuba con ambos ojos. La miseria ha producido su picaresca del sálvense quien pueda. La alegría innata al pueblo cubano, su capacidad de reírse en primer lugar de sí mismo, desdramatizan la situación y, al cabo, lo salvan, haciendo efectivo aquello de «a mí me matan, pero yo gozo». A contrapelo, la hierática retórica oficial que reitera, consigna tras consigna, los ideales, la patria y, sobre todo, la muerte, que en Cuba se elude con un «Solavaya». Por eso no es raro que, al cabo, el burócrata de Guanta­namera, que elabora discursos con el amor sin amor, se quede solo.

Convertir la muerte, la nostalgia, el drama de un  pueblo entero en una larga sonrisa es la apuesta de Alea, y a juzgar por las reacciones del público, lo ha conseguido. Y más. Una reflexión que rebasa lo fugaz para tocar, sin que la sonrisa se apague, lo trascendente, como en aquel diálogo de los camioneros sobre la asignatura mudable de la Universidad, que empezó llamándose Comunismo Científico, permutó a Socialismo Científico y mañana quizás devenga en Capitalismo Científico; probando una vez más que para una gran zona de la burocracia en el poder las palabras son más importantes que los significados. Pero una leyenda afrocubana les ajusta las cuentas, una leyenda que es quizás el momento de mayor poesía, la imagen y la voz de José Antonio, profunda como una caverna, la lluvia, los tambores sagrados, las figuras que se mueven difuminadas tras la cortina de agua traman las múltiples lecturas de  esa historia sobre los tiempos en que Oloffi hizo la vida, pero se le olvidó hacer la muerte, y el mundo se llenó de viejos que tenían miles de años y seguían mandando de acuerdo con sus viejas leyes, hasta que un diluvio enviado por Ikú barrió de la tierra a cuantos fueran incapaces de trepar a los altos montes y los árboles para salvarse. De modo que sólo los niños y los jóvenes sobrevivieron. Y desde entonces quedó abolida la inmortalidad. Y gracias a ello, gracias a la muerte, a la sabiduría y al humor, Alea nos regala esta Guantanamera, que ya no es de Guantánamo, sino de todos nosotros.

 

“Una guantanamera en Jaén; en: Diario de Jaén, Jaén, España, 3 de octubre, 1995.

 





Cuba: el crepúsculo de un sueño

30 08 1995

Cierto taxista de Ciudad México me preguntó “cuándo expulsarían a ese Castro de la Isla”. Enterado de que yo vivía en La Habana, dio un giro de 180 grados a su curiosidad: “¿Y los yanquis no pensarán levantar nunca el embargo?”. El cliente siempre lleva la razón.

Como en un western, los fans de indios y cowboys suelen abundar cuando se toca el tema de Cuba: ¿El embargo o Castro? ¿El lobo feroz o la Caperucita Roja? Pero hay preguntas más arduas: ¿Por qué se mantiene en pie el único gobierno comunista del hemisferio Occidental tras la caída del Este? ¿Por qué, a pesar de la profunda crisis, no ha habido un levantamiento popular?

En 1990, ante la inminente desintegración de la Unión Soviética, se habló por primera vez del “Período Especial en Tiempos de Paz”, eufemismo para nombrar la crisis más profunda en la historia de Cuba, que se haría realidad meses más tarde: drástica disminución del transporte público, reducción o eliminación de todo combustible, cierre de empresas y masificación del paro, cortes de electricidad que alcanzan ritmos de 8 por 8 horas, paralización de las construcciones sociales y de infraestructura, reducción del suministro alimentario a 0,4 kg por día por habitante (sólo 27 g ricos en proteína); enfermedades propiciadas por avitaminosis y aproteinosis, como neuritis y beriberi, agravadas por la falta de medicamentos. El peso, la moneda nacional, disminuye entre 50 y 100 veces su poder adquisitivo en apenas unos meses, y el salario de un ingeniero, que rondaba los 300 dólares mensuales hace cinco años, se desploma a menos de tres. La crisis, entronizada ya como modus vivendi, va mutando hasta crisis de valores: se multiplica geométricamente la prostitución (una muchacha gana por turista-noche lo que sus padres, dos profesionales, no ganarían en un año), crece la delincuencia, la malversación y la economía subterránea. El mercado negro ocupa el lugar del mercado y se hace realidad lo que algún cubano bautizó como “La Era de las Tres R” (Resistir, Robar o Remar). Dado que el trabajo (salvo excepciones) deja de ser una vía digna y segura de subsistencia, se instaura una nueva picaresca de la supervivencia: dólares a toda costa para acceder a la red comercial en divisas. Los padres aspiraron a un título universitario; los hijos, a ser camareros para agenciarse unos dólares de propina. Cuando no, se echan al mar en una balsa, añorando alcanzar el Miami Paradise (si los tiburones del Canal no se interponen). Porque al cabo de cuatro años, sin otra solución para rebasar la crisis que las continuas apelaciones al “espíritu de resistencia”, el artículo más deficitario es la esperanza.

¿Cuáles fueron los polvos que trajeron estos lodos? En desigual medida, tres factores: la ineficiencia crónica del modelo, el embargo norteamericano y la desaparición de las excepcionales relaciones comerciales con la antigua Unión Soviética.

Según estimados del gobierno cubano, el embargo ha costado 40.000 millones de dólares, al eliminar a la Isla como posible destino del turismo norteamericano, impedir el intercambio comercial y la adquisición de tecnología, derivando su comercio hacia regiones más alejadas u onerosas transacciones a través de terceros, así como las presiones a empresas internacionales. El principal exportador mundial de azúcar no tiene acceso a la Bolsa de Azúcar de Nueva York y un barco que toque puerto cubano, no podrá ni acercarse a puertos norteamericanos durante seis meses. Ese es el embargo, paliado desde inicios de los 60 por el intercambio con la antigua URSS: relación de precios estables y a largo plazo muy favorables a la Isla; suministro prácticamente gratuito de todo el armamento; asesoría técnica, préstamos e inversiones. Incluso durante los 70, con la autorización de Moscú, la segunda fuente de ingresos de la Isla fue revender parte del petróleo que recibía a precios de convenio.

De modo que el costo del embargo se eleva al 7,6% del PNB cubano durante estos 35 años y, políticamente, contribuye a cohesionar al pueblo cubano alrededor del líder, según la tesis “Ahí viene el lobo”; pero Norteamérica es demasiado prepotente con Latinoamérica para retractarse. Mientras, la desaparición de la URSS despeña la Isla en un típico modelo tercermundista de relaciones, agravadas por el atraso tecnológico heredado de la URSS y un cuarto de siglo descansando sobre relaciones paternalistas y escasa eficiencia. Ahora bien, nada de eso explicaría un colapso sin ápice de recuperación durante cuatro años. Lo explica la ineficiencia crónica del modelo cubano: ultra centralización, supresión de la iniciativa y manejo de la economía según criterios políticos: la Idea, el Sistema, el Stablishment, son más importantes que el bienestar público, esa desviación pequeñoburguesa y consumista.

Desde 1968, cuando se eliminó toda forma de propiedad privada de los medios de producción (excepto el 30% de las tierras cultivables) es el Estado quien controla desde la gran industria hasta los estanquillos de periódicos. Tenencia absoluta de bienes y recursos. Importación y exportación centralizadas. Aún así, los pequeños campesinos, que cuentan apenas con medios, son hoy el sector agrícola más eficaz, de modo que el problema es básicamente conceptual. En un país que ha tenido un verdadero boom educacional (500.000 profesionales sobre 11 millones de habitantes), la inmensa mayoría de los cuadros de dirección han sido elegidos por razones políticas ajenas a su capacidad profesional. Dado que el modelo exige incondicionalidad al sistema y al líder antes que eficiencia, la estructura piramidal de dirección recaba obediencia antes que iniciativa, premia la adulación y sanciona la indisciplina creadora: en suma: una parálisis generalizada.

Como, por otra parte, se ha sustituido la retribución por diplomas, banderitas y exhortaciones al sacrificio en aras del ideal, cunde una huelga de brazos caídos: descansar durante el horario laboral, para dedicarse fuera, con desesperación, a la picaresca de la supervivencia.

¿Soluciones? Las del Estado: descapitalizar la nación vendiendo los medios de producción al capital extranjero. ¿Y por qué no a los nacionales? Según opiniones, porque el cubano carece de capital. Como si el dinero, ente sin patria, no pudiera arribar desde Miami vía Zúrich. Incluso ante la solicitud de autorización, por parte de exiliados cubanos residentes en países que no sea Estados Unidos, de invertir en la Isla, pero delegando en sus familiares cubanos de adentro el manejo de las empresas, la respuesta fue un rotundo NO. ¿Por qué? Una vez más, razones políticas. El inversionista extranjero aporta capital, permite el funcionamiento de una parte de la economía, pero no tiene ningún derecho político. Los nacionales, en cambio, podrían constituir en breve plazo una capa productiva, eficiente, y ya se sabe que el poder económico se convierte, sin pérdida de tiempo, en poder político que podría discutir espacio al omnipotente y único Partido Comunista de Cuba, empleando incluso los escasos mecanismos democráticos. Y el stablishment no está dispuesto bajo ningún concepto a compartir ese poder.

Entonces, ¿qué mantiene en pie al gobierno?, ¿por qué no ha habido un estallido popular? Los factores son varios y se interdigitan en un complejo entramado: relictos de la vieja popularidad de la Revolución nacionalista, popular, moralizante (el panorama de la república pre revolucionaria hedía por los cuatro costados) y de sus ya precarias conquistas sociales; el carisma de Fidel Castro, operando aún lo que los sociólogos llaman “el síndrome del líder”; la propia idiosincrasia del pueblo cubano, que sólo llega a la sangre in extremis; la inexistencia de una oposición organizada y viable (que el gobierno prohíbe por ley), como no sea la extrema de signo opuesto, en Miami, que el cubano de Cuba tampoco apetece, no sólo porque ya ha prometido tres días de libertad para la revancha después de Castro, sino por el previsible cambiazo: los siervos de LA IDEA convertidos en siervos DEL CAPITAL, sin paliativos. Y el ejemplo de la antigua URSS, despeñada en un capitalismo salvaje donde los menos aptos están peor que antes. De modo que para los cubanos mayores de 50 años el horizonte pos fidelista se barrunta negro, mientras los más jóvenes prefieren huir al paraíso que le ofrecen los enlatados de la TV, antes que intentar uno propio. El resto, espera. Sin desdeñar que una porción del pueblo cubano aún cree en el líder, dado que la equivalencia Fidel=Socialismo=Patria, reiterada durante 35 años, ha calado muy hondo. No es fácil desglosarla.

De ese modo, Cuba es hoy una lección amarga de la historia: el crepúsculo de un sueño compartido de justicia social, moralidad, nacionalismo sin integrismo ni xenofobia, que se empezó a desplomar cuando el poder mudó de medio a fin; cuando la opinión popular se hizo prescindible y su participación en el poder, innecesaria; configurando una clase gubernamental inapelable e inamovible que convirtió en ley los principios de su propia supervivencia: la obediencia al líder, y declaró enemiga toda diferencia, instaurando una intolerancia practicante que será a la larga su propio sepulturero: sin diferencias no hay crítica; sin crítica, no hay mejoramiento posible. La inmovilidad parece perfecta, eterna. Cuando lo único eterno es el tiempo que cambia. De modo que a la larga el juicio de la historia quizás troque aquella frase de Fidel Castro en 1954, “La historia me absolverá”, por “La historia me absorberá”.

 

1995





La era de las tres erres (Cuba en verde y negro sobre fondo rojo)

1 04 1995

Aquella luminosa mañana del primero de enero de 1959, La Habana no durmió la resaca como otros años. Despertó temprano entre sirenas, gritos y banderas. El dictador Fulgencio Batista había huido. La Revolución acababa de triunfar en aquel país monoproductor (80% de sus exportaciones en azúcar), monocultivador (52% de la tierra cultivable dedicada a la caña), con una cabeza vacuna por habitante y escasamente industrializado, profundas diferencias de clase, sociales, y estructurales entre la ciudad y el campo; 23% de analfabetismo, deficientes redes de asistencia médica y educacional; un país que exportaba azúcar, tabaco y concentrados de níquel, e importaba chicles y automóviles; amaestrado en el servilismo a lo extranjero y, en especial, a lo yanqui (tercer socio comercial de Estados Unidos en el continente), con un incipiente pero acelerado desarrollo del turismo (US$ 50 millones por año); balanza de pagos favorable, cero deuda externa y una reserva de divisas equivalente al volumen de su comercio exterior; un país con una estructura democrática plegable, galopante malversación, nepotismo, corrupción y abuso del poder. Cuba, que algún turista había definió como el tropical paradise de putas y maraqueros, se preparaba a ser noticia durante los próximos 40 años; a tocar el cielo/el infierno (según versiones) desde su soledad continental, a sostener el mito de David frente a Goliat, referente para América Latina y buena parte del Tercer Mundo, a desatar pasiones extremas y la enemistad de nueve inquilinos de la Casa Blanca. Verdadera tradición norteamericana.

En aquella Isla que había padecido medio siglo de democracia precaria, y un crecimiento económico sostenido que asimiló más de un millón de inmigrantes; los barbudos de Fidel Castro representaron la honradez, la valentía de derrocar por las armas al tirano, contra todo pronóstico, y un sentido nuevo de la justicia social que transmitía su hipnótica oratoria. Él se apresuró a dictar medidas que fomentaran la adhesión de las grandes mayorías: Reforma Urbana, Reforma Agraria, Alfabetización. Grandes palabras de los 60, la Era del Entusiasmo, que se redondeó el 13 de marzo de 1968 con la Ofensiva Revolucionaria: incautación de los últimos 58.012 pequeños negocios que quedaban, con lo que se erradicaba la propiedad privada sobre los medios de producción (si exceptuamos el 30% de las tierras cultivables). Desde entonces, el Estado se encargaría de administrar toda la economía cubana.

Vencida la contrarrevolución armada en Playa Girón y el Escambray, desactivada la oposición y amaestrada la prensa —monopolio estatal— hasta la obediencia incondicional, ninguna voz se alzaría impunemente contra los sucesivos experimentos económicos y políticos. Máxime después que fueron refundidas las organizaciones que participaron en la lucha, bajo las órdenes de Fidel Castro, quien ha terminado abrumándose a sí mismo de trabajo: Primer Ministro, presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Primer Secretario del Partido Comunista, y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. La Constitución de la República (1976) menciona explícitamente su liderazgo vitalicio, de modo que es inconstitucional cuestionarlo. De todos modos, en previsión de disonancias, se instituyeron los mecanismos de una vasta inquisición ideológica cuyo exponente más nefasto fue la UMAP, campos de “reeducación” donde se confinaron por igual a católicos militantes, homosexuales, disidentes y heterodoxos.

Tres pilares edificarían la rápida prosperidad de la nación: la frugalidad estoica —reducción drástica del consumo para dedicar el máximo de recursos a la industrialización—; la conciencia laboral y política de los trabajadores, que se esforzarían sin apenas retribución —igualitaria, trabajaras o no, de acuerdo a la libreta de racionamiento—, y la unanimidad en torno a sus dirigentes, lo que hacía innecesario cualquier mecanismo participativo. Hasta 1976 no se crea el primer y único órgano vagamente democrático: la Asamblea Nacional del Poder Popular, que en 23 años jamás ha aprobado una ley contra la opinión del líder, e incluso ha reescrito otras ya publicadas. Ni siquiera le fueron consultadas las guerras de Angola y Etiopía, que involucraron a cientos de miles de cubanos. La “democracia directa” suple al parlamento: Fidel habla (unos 3.200 discursos registrados) y el pueblo aplaude.

Lamentablemente, la tríada “frugalidad-conciencia-unanimidad” no funcionó. La escasa estimulación provocó una huelga generalizada de brazos caídos. La caída de la producción, escasez. La escasez, inflación, desestimulando más a los trabajadores para cerrar el círculo: El Estado simulaba un salario y los obreros simulaban un trabajo. La subvención soviética, a través de relaciones económicas preferenciales, créditos blandos y armamento gratuito —a mediados de los 70, Cuba recibía la mitad de toda la ayuda que la URSS enviaba al Tercer Mundo—, evitó el colapso económico de la Isla; paliando con creces los efectos del embargo norteamericano (US$40.000 millones en 40 años, el 7,6% del PIB, según datos del propio gobierno), aprovechando en cambio su valor añadido: chivo expiatorio de cuanto desastre económico ocurra, y recurso fácil para convocar al rebaño al grito de “Ahí viene el lobo”. Si mañana la Casa Blanca levantara el embargo, no pocos funcionarios cubanos, despojados de su excusa predilecta, saldrían en manifestación denunciando “esa nueva maniobra del imperialismo”.

Al mismo tiempo, se establecía la gratuidad de la asistencia médica, la educación (a todos los niveles) y el entierro. Crecía la red asistencial hasta cotas cercanas a las del mundo desarrollado. Se universalizaba la enseñanza, y las cuatro universidades de 1959 se convertían en 45, generando al cabo 400.000 profesionales universitarios en una población de 11 millones. Fuerza laboral altamente calificada que contrajo expectativas de vida frustradas por el bajo desarrollo de las relaciones de producción, máxime cuando el gobierno ha mantenido inalterable un sistema promocional que pondera la incondicionalidad política al talento, y no tolera la desobediencia creadora. Vox Populi afirma que en Cuba “El que sabe, sabe. Y el que no sabe, es jefe”. Razón de los múltiples altercados entre el gobierno y el sector cultural, cuya tarea ha sido, por otra parte, dignificada, beneficiándose de la difusión y accesibilidad del libro y los espectáculos culturales, la creación de una enseñanza y una industria cinematográfica y artística sin precedentes. Aunque tan temprano como en 1961, se les advirtió que: “Dentro de la Revolución, todo; fuera de la Revolución, nada”.

Los cubanos suelen recordar los 80 como la Edad Dorada: tímida estimulación salarial; creación del mercado paralelo (no racionado) tras el éxodo masivo de 1980 por el Mariel; permisos de visita a los cubanos del exilio; apertura internacional al turismo, y un poderoso mercado negro alimentado por las tiendas en dólares y la propiedad estatal—propiedad de todos que terminó siendo propiedad de nadie o del listillo que le echara el guante—. A lo que se sumaba una notable homogeneidad social, herencia del igualitarismo. Una edad que concluiría con la década: en 1990, se decretaba el Período Especial en Tiempos de Paz, eufemismo para designar la crisis más profunda del siglo XX cubano.

Con la caída del Este (y del 80% del comercio insular), Cuba queda a solas entre su propia ineficiencia económica y el embargo norteamericano. En menos de seis meses, la devaluación alcanza el 2.500%. Un ingeniero pasa a cobrar 450 pesetas mensuales al cambio (hoy ronda las 2.000), lo suficiente para comprar quince cajetillas de cigarros o un pollo. Cientos de fábricas cierran por falta de repuestos, materias primas y energía, quedando los desempleados con un subsidio del 60%, es decir, el 2% de su poder adquisitivo un año atrás. Fidel Castro anuncia el olvidable slogan “Socialismo o Muerte”. Pero los pueblos no se suicidan y el Comandante en Jefe se encuentra ante la disyuntiva: ¿Cómo evitar que el hambre y la desesperación pongan en peligro el statu quo, sin ceder el monopolio del poder? ¿Cómo incrementar la eficiencia económica sin acudir a fórmulas del FMI, sin cancelar las conquistas sociales y sin dinamitar los fundamentos del sistema: ultra centralización, propiedad estatal y manejo de la economía según criterios políticos? La ensaladilla rusa, hambre con democracia, no es buena receta para conservar el poder. Eligieron el pato al estilo de Pekín: dictadura política con crecimiento económico. Traduciendo: un capitalismo sólo para extranjeros que subvencionara el socialismo sólo para cubanos: descapitalizar la nación vendiendo medios de producción al capital foráneo, para cobrar el diezmo. La elección no es casual: El inversionista extranjero hace funcionar la empresa y paga impuestos, pero carece de derechos políticos, y si obtiene ganancias, apoyará al gobierno. Los nacionales podrían constituir a mediano plazo una capa productiva, eficiente, y el poder económico siente un hambre precoz de poder político. “Antes se hundiría la Isla en el mar” (FC dixit). Incluso las tímidas modalidades de trabajo por cuenta propia se han permitido a regañadientes para paliar la escasez, contener el descontento y ofrecer una salida de emergencia al enorme desempleo. Pero abrumándolos de impuestos; sin hacer constar por ley la libertad de empresa y comercio de los nacionales, de modo que sea reversible, y prohibiendo a los profesionales ejercer por libre sus oficios, evitando así el surgimiento de una empresa altamente cualificada y competitiva, pero privada, que subraye la incompetencia estatal.

No obstante, la subasta del país se hace con cautela. El mercado es especialista en desatar lo atado y bien atado. La zona más ortodoxa de la vieja guardia teme al capital por razones ideológicas y nada ayudaría más a erosionar ese statu quo que la supresión del embargo, derogando así un fuerte factor de cohesión alrededor del líder, según la tesis “Ahí viene el lobo”. Pero EE. UU. prefiere el método John Wayne. Otros miembros de la burocracia política se están colocando ya como gerentes neocapitalistas, en posición de esperar el cambio bien arropados en sus crisálidas, que abandonarán convertidos en las mariposas de la nueva burguesía. Mientras puedan, no van a tolerar la libre competencia.

No hay por ahora indicios de que la tímida apertura económica se desplace hacia el terreno político. Dada la profunda crisis que pesa sobre la cotidianía del cubano, permitir la aparición de alternativas políticas sería un suicidio. Y las burocracias tampoco se suicidan. No habrá Gorbachov Segunda Parte. Se insiste en un vago proyecto de sucesión dinástica que ya nadie cree viable. Y para forzar desde abajo una transición radical, haría falta el 70”1% de la desesperación. Situación poco predecible: Primero: Opera aún el “síndrome del líder” (una porción aún cree; la equivalencia Fidel=Socialismo=Patria, reiterada durante 40 años, ha calado hondo). Segundo: La idiosincrasia del cubano, que sólo llega a la sangre in extremis. Tercero: El temor de muchos a la alternativa Miami en caso de desplome. Y Cuarto: El ejemplo ruso, donde los menos aptos están peor que antes. Para los cubanos mayores de 50 años el horizonte pos fidelista se barrunta negro, un capitalismo más cerca de Haití que de Suecia, desguarnecido de las (ya precarias) conquistas sociales. Los más jóvenes prefieren huir al “paraíso”, antes que intentar uno propio. El resto, espera. Ojalá no sea por mucho tiempo. Podríamos heredar un país que no nos pertenezca.

Cuarenta años después de aquel primero de enero de 1959, Cuba es un país monocultivador y monoproductor (más de la mitad de las tierras dedicadas a la caña, aunque el azúcar ha sido superado por las remesas de los exiliados), con 0,3 reses por habitante, escasamente industrializado -a pesar de cierta infraestructura industrial-, sin analfabetismo, con una población sana y altamente calificada, con redes educativa y de asistencia médica suficientes en cantidad y aceptables en calidad, aunque huérfanas hoy de medios; un país que exporta azúcar y concentrados de níquel e importa hasta los más elementales bienes de consumo; un país que ganó en tres decenios otro sentido de la dignidad y el orgullo nacionales, y lo pierde un poco cada día en la picaresca de la miseria; un país que el turismo (300 millones de dólares por año) y la subasta de su economía, van amaestrando en el servilismo a lo extranjero (en especial a lo yanqui, corroborado por el espejo de Miami y la oferta televisiva de enlatados norteamericanos); un país con una balanza de pagos negativa, una deuda externa de $US10.000 millones (más 24.000 con la antigua URSS) y una reserva de divisas estimada en el 1% del volumen de su comercio exterior; un país donde once millones tienen derecho a votar por un candidato o por el mismo. Otros dos millones ya han votado con los pies, o con los remos. Un millón de inmigrantes en medio siglo, se han convertido en dos millones de emigrantes durante la segunda mitad. Y una macabra procesión de cadáveres que vagan por el Estrecho de la Florida.

¿Será el socialismo el camino más largo entre el capitalismo y el capitalismo? Quizás. El país que se nacionalizó de punta a cabo, se anuncia hoy en liquidación hasta fin de existencias. El país estatalizado, se privatiza. El garito del Caribe que reeducó a sus prostitutas, es hoy destino del turismo sexual. Los gusanos que huyeron ayer, salvan del hambre hoy a los que se quedaron. La ciudad que construyó La Habana del Este para desactivar el tristemente célebre Barrio de las Yaguas, esperará el milenio con la mitad de sus viviendas en mal estado (251.000), 175.000 inhabitables, de las que 100.000 se perderán sin remedio. Y en el país más antiimperialista y anti yanqui del planeta, un billete de Washington vale por veintidós de José Martí.

La Cuba que construyó hace cuarenta años una Revolución “verde como sus palmas” (o verde como la sandía), es hoy una Isla tricolor: sobre el fondo rojo de la desvaída economía estatal, cuyos asalariados a 1,500 pesetas por mes pedalean sus bicicletas y Resisten como pueden la crisis, apelando con suerte a las remesas de sus parientes que un día optaron por Remar; aparecen los islotes del capitalismo para extranjeros, verde dólar, y todo ello sobre el fondo negro de la economía sumergida, la omnipresente bolsa negra, donde la picaresca es ley, y Robar, mero ejercicio de supervivencia. Es decir, tras la Era del Entusiasmo y la Era Dorada, aparece lo que un cubano llamó La Era de las Tres Erres: Resistir, Robar o Remar.

“Cuba: La era de las tres R”; en: AlSur, n.º19, Jaén, España, marzo-abril, 1995, pp. 44-46





¿Intolerancia o Humanismo? (La homosexualidad en Cuba)

30 12 1994

¿Tienes idea de cuántos homosexuales puede

haber en Cuba? Tomando la tasa mundial de entre

3 y 4% de la población, con que están de acuerdo

casi todos los especialistas, en Cuba habría

entre 300.000 y 400.000 homosexuales (sin contar los

bisexuales). Una sociedad esencialmente humanista

no se puede desentender del destino de esos ciudadanos

Dr. Celestino Álvarez Lajonchere

ex director del Grupo Nacional de Educación Sexual, Cuba

 

 

Breve historia de Daniel Ramírez

Daniel Ramírez estudia el onceno grado en una facultad nocturna de La Habana, al tiempo que trabaja como mozo de limpieza en una peluquería. Abandonó sus estudios en el curso diurno para buscar trabajo, y fue entonces cuando discurrió por un penoso peregrinar de oficina en oficina. Los pretextos para no darle trabajo fueron diversos, y dependieron de la imaginación y el nivel de prejuicios de los empleadores: que no había plaza, que dejara sus datos y en breve se comunicarían con él —aún estaría esperando—, etc. Un constructor le dijo con toda franqueza que si lo empleaba tendría que expulsar en los próximos meses, por agredirlo, a otros trabajadores, cuyo machismo les impediría trabajar resignadamente a su lado. En otro lugar, donde adujeron que no había vacantes, Daniel aceptó la excusa y envió varios minutos más tarde a un amigo heterosexual, que obtuvo el trabajo sin mayores dilaciones. Una siquiatra llegó a decirle que tenía dos opciones: ver la vida como si fuera una película o irse del país. Pero, a pesar del consejo, Daniel, educado en una familia que lo juzga y lo ama por quién es, sea cual sea su conducta sexual, piensa que su lugar está en Cuba.

 

¿Confiables o no?

Casos como el de Daniel me indujeron a conversar con el Dr. Celestino Álvarez Lajonchere, y tratar de indagar sobre algunos juicios y prejuicios que sobre la homosexualidad subsisten en Cuba:

—Doctor, existe una opinión bastante generalizada de que los homosexuales no son confiables en tanto que homosexuales.

—Eso se basa en la concepción de que la homosexualidades una “debilidad de carácter”, y que por esa razón no son confiables. Creo que los homosexuales pueden ser objeto de chantaje en una sociedad no permisiva y donde ocultan, por razones obvias, su homosexualidad. Desde ese punto de vista, creo que no sería prudente poner en sus manos secretos militares o de Estado, y preferiría que los homosexuales entendieran eso. Pero no por razones intrínsecas. He conocido homosexuales que son grandes figuras del arte y de la ciencia, con una gran fortaleza de carácter, e incluso homosexuales que resistieron las torturas sin delatar a sus compañeros. ¿Puede llamárseles no confiables?

—Es curioso: si una sociedad no es permisiva, el homosexual se encubre y es posible blanco de chantaje. Pero si es un homosexual encubierto, la sociedad pondrá en sus manos los secretos de que usted hablaba, creyéndolo heterosexual. Y si se trata de un homosexual declarado, que es cuando la sociedad pondrá sus secretos lejos de él, no será jamás blanco de chantaje por esa causa. Si se modificara la concepción actual y ser homosexual no fuera una actitud repudiada, ¿no desaparecería la precondición necesaria para el chantaje por esa causa?

—Eso es racional, pero fíjate que la doble moral y la subestimación a la mujer va a tardar decenios, siglos quizás, en desaparecer. En Holanda noté que incluso los homosexuales masculinos discriminan a las femeninas. Extrapolación del machismo. Así, la discriminación al homosexual va a tardar más en desaparecer.

 

¿Causas?

—Eso está todavía en estudio —responde el Dr. Lajonchere—, pero al parecer las causas biológicas son más importantes. El Instituto de Endocrinología Experimental de la Universidad de Humboldt, en Berlín, ha obtenido sistemáticamente camadas de animales de experimentación homosexuales, cambiando el equilibrio endocrino de la madre en el momento crítico en que se está produciendo el dimorfismo cerebral en el animal. Si las causas son básicamente biológicas, entonces resulta que la persona no es responsable de su homosexualidad. No está en él cambiarlo. No lo escogió. Por eso es doblemente inhumano hacerle la vida imposible al homosexual. Aunque, sea cual sea la causa, es inhumano darle un tratamiento diferenciado y está en contra de los principios humanistas de nuestra sociedad.

 

Homosexuales, bisexuales y transexuales

—Una experiencia homosexual en la adolescencia —responde el Dr. Lajonchere— debe ser vista con cuidado. Es frecuente y no implica que la persona sea homosexual (cuando sólo siente estimulación sexual por personas de su mismo sexo). También hay los que funcionan indistintamente con ambos sexos, los bisexuales, que no son homosexuales estrictos. El homosexual raras veces intenta un cambio de sexo, y cuando lo hace es por presión social. En cambio, el transexual es fisiológicamente un varón pero su percepción como ser humano es la de una mujer. Generalmente su situación es muy dramática, y puede confundirse con la del travesti (que puede ser transexual u homosexual). En esos casos, ya en Cuba se está practicando el cambio de sexo.

 

¿Amaestrar?

—Sabemos, Dr. Lajonchere, que durante aquella experiencia nefasta y por suerte efímera de los años 60, las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, donde eran recluidos muchos homosexuales, se intentaba modificar su conducta mediante técnicas aversivas. ¿Es posible hacerlo?

—El homosexual conserva su nivel hormonal idéntico al del heterosexual, sólo que cambia el centro de su interés. Dado esto, se le podría amaestrar para que tengan relaciones con personas de sexo contrario. Lo difícil es lograr que esto les resulte agradable. Y en ese caso se le entregaría a la mujer un varón incompleto, cuya orientación está en la estructura de su propio cerebro. Pero, además, amaestrarlo sería anti ético.

 

Amaneramiento

—Se cree que todos los homosexuales son amanerados, ¿es así?

—No. Si la homosexualidad es básicamente biológica, el amaneramiento es aprendido. Donde no hay una represión grande y donde el homosexual existe más o menos abiertamente, el amaneramiento es rechazado por los homosexuales y es minoritario. En ocasiones, puede ser una manifestación de protesta contra la sociedad que los discrimina.

 

¿Existe discriminación al homosexual en Cuba?

es la pregunta que hago entonces al Dr. Lajonchere, pero antes recuerdo la carta de un homosexual a la redacción de la revista Somos:

“¿Por qué se discrimina tanto al homosexual? ¿Por qué se nos trata como antisociales? ¿Por qué se nos rechaza en todas partes, cuando descubren en uno aunque sólo sea un mínimo destello de homosexualidad?”

—Eso está ocurriendo y ocurrirá por muchos años —responde Lajonchere—. No es exclusivo de nosotros. Es mundial. Los investigadores Master y Johnson plantean que el rechazo tiene un origen religioso. La iglesia sólo acepta el coito reproductivo, por tanto, la homosexualidad es pecado capital. En el Medioevo los homosexuales eran condenados a muerte.

—Incluso en Cuba, donde la Inquisición fue leve, la única quema masiva fue la de unos 90 homosexuales en un sitio llamado Cayo Puto, en la Bahía de La Habana.

 

Hasta los padres

La magnitud del repudio a los homosexuales nos la da un hecho sintomático: los primeros en repudiarlo son los padres. Los mismos padres que sobreprotegerían a un niño enfermo o minusválido, y que no retirarían su apoyo a un hijo delincuente. La solución de algunos padres es “ignorar “la homosexualidad de sus hijos. La incomprensión puede provocar desajustes sociales que no tienen nada que ver con la homosexualidad, pero que sí se empleen como justificación para ejercer la discriminación.

 

¿Represión?

—Existen funcionarios que cometen arbitrariedades y, en ocasiones, manejan la legislación de acuerdo a sus prejuicios, lesionan la dignidad humana del homosexual, por convicción propia, o porque una actitud simplemente más humana hacia el homosexual puede hacer sospechoso al funcionario, al menos en ciertos contextos, ante los ojos de compañeros más intolerantes. ¿Puede hablarse de represión en Cuba a los homosexuales?

—Yo no creo que en Cuba haya una conciencia represiva al respecto —afirma el Dr. Lajonchere—, pero sí tienen problemas laborales, y hay tareas que les están vedadas, como la educación.

—En nuestras leyes no se recoge la prohibición de la homosexualidad—explica el Mayor Eduardo Berriz, Jefe de Divulgación de la Policía Nacional cubana—; lo que no se toleran son sus manifestaciones. Se entiende por eso que un homosexual no puede hacer manifestación de su condición en la vía pública: pintarse los labios, provocar al resto de la ciudadanía con su manifestación. Eso lo recoge la sección cuarta del artículo 359 del Código Penal: “Se sanciona con privación de libertad de 3 a 9 meses o multa de hasta 270 cuotas o ambas al que haga pública ostentación de su condición de homosexual, o importune o solicite con sus requerimientos a otro, realice actos homosexuales en sitios públicos o en sitios privados pero expuesto a ser visto involuntariamente por otras personas, ofenda el pudor o las buenas costumbres con exhibiciones impúdicas o cualquier otro acto de escándalo público”.

Si tenemos en cuenta —pienso yo— que entre amaneramiento y homosexualidad puede no haber coincidencia, hay riesgo de que “hacer pública ostentación” signifique algo diferente para cada persona, que el pudor y, más aun, las “buenas costumbres”, sean demasiado ambiguas, y que al final resulte la ley algo tan interpretable que cada cual la aplique a su manera. Es el camino más rápido hacia la arbitrariedad.

 

El cebo

—En algunos centros de enseñanza suele ponerse un cebo, provocar al sospechoso de homosexual para, una vez sorprendido in fraganti, expulsarlo por razones supuestamente “morales”, ¿que usted cree, doctor, sobre esta práctica “moral”?

—Me parece una práctica denigrante, sobre todo para quienes la ejercen. Se rompe la trayectoria laboral o estudiantil de una persona muchas veces capaz. Y, en ocasiones, los móviles son más sórdidos que un prejuicio. Recuerdo el caso de una muchacha muy bella que estudiaba en Checoslovaquia. Varios de sus compañeros cubanos de estudio la pretendieron, pero ella no aceptó. Sospecharon que era homosexual y le pusieron un cebo. La muchacha cayó. Fue expulsada y enviada de regreso a Cuba, donde ahora trabaja como secretaria, de modo que la sociedad está perdiendo sus capacidades. Si no hubiera sido atractiva, posiblemente nadie se hubiera ocupado de su homosexualidad.

 

¿Homosexualidad vs. Ideología?

“Yo tuve la suerte de formalizarme y mi pareja siempre me supo guiar, pero la juventud actual se siente desatendida. Forman un submundo que por la existencia de prejuicios se desarraigan de todo. Cuando se nos atiende y se nos da un lugar en la sociedad, sabemos actuar. Queremos respeto y sabremos respetar de acuerdo a cómo se nos trate. Soy, afortunadamente, militante de la Unión de Jóvenes Comunistas, y sé que es un pecado serlo dada mi condición de homosexual, pero me pregunto ¿por qué?, si yo tengo una actitud digna.” (Carta a la revista Somos)

Denuncia la duplicidad a que se ve obligado el homosexual que participa políticamente, dado que hoy es una verdad no escrita que los homosexuales no pueden integrar organizaciones políticas como el Partido Comunista o la Unión de Jóvenes Comunistas, y algunos consideran que la homosexualidad es una deformación moral que inhabilita políticamente, aun cuando la vida demuestra continuamente lo absurdo de esa mentalidad.

 

Supuestas estadísticas

sitúan a Cuba entre los más altos índices de homosexualidad del planeta. ¿Podría haber algo de cierto en eso?

—No hay fundamentación alguna en eso. Ni hay razones para pensar que en Cuba sean más o menos que en otros países los homosexuales —afirma categóricamente el Dr. Lajonchere—. Pero si se les reprime algunos se muestran más extrovertidos. No creo que en ningún país se pueda hacer una estadística confiable sobre esto. Hay un trabajo fuerte para introducir una cuña entre los grupos homosexuales y la Revolución Cubana. Hacen uso de los errores cometidos en los 60. Cuando dices una mentira grande y la avalas con una verdad pequeña, el resultado es más o menos creíble para una población ya prejuiciada por una avalancha de desinformación.

—¿Y cuál sería la mejor actitud, la más humana pero, a un tiempo, realista frente a este fenómeno?

—Yo valoro a las personas por su conducta social, no por sus inclinaciones sexuales. Juzgo por su actitud social, porque todo lo que ocurra dentro de una habitación entre dos personas compete sólo a ellos. Nada que no perjudique a terceros es condenable. Hacer que la población conozca más el fenómeno la ayudará a ser más permisiva, a comprender que esas personas no pueden ser destruidas por el hecho de ser distintas. Y la comprensión tiene que empezar por los padres. Si no fuéramos más tolerantes, dejaríamos de ser humanistas.

 

“Intoleranz order Humanismus? (Homosexualität in Kuba)”; en: Cuba Libre, n.º 4, Köln, Alemania, diciembre, 1993, pp. 26-29.

“¿Intolerancia o humanismo? La homosexualidad en Cuba”; en: Somos, n.º 155, La Habana, 1994, pp. 2-5.

 





El Oso Misha

9 09 1994

Un artículo publicado en el diario español El Mundo, y firmado por Serguei Krushov, me trajo a la memoria la imagen de su padre, aquel Nikita Krushov que tan bien rimó con los coritos revolucionarios (Fidel, Krushov, estamos con los dos ¿o con los dov?), y después de la crisis de octubre, con los coritos en su contra (“Nikita, mariquita, lo que se da no se quita” ó “Nikita ni pone”).

Durante años perduró en mi memoria su imagen de típico “bolo”: bajito, gordo, calvo, de cara y manos anchas, su elegancia de guajiro con corbata y una sonrisa que le iluminaba toda la cara. No sé por qué, pero siempre que mencionaban al oso Misha, pensaba en él. Un oso de peluche: feo pero simpático. Durante años Fidel Castro nos bombardeó con su versión del Nikita débil ante la prepotencia norteamericana, que se “agachó” a la hora de la verdad y retiró los misiles, cosa que le costó el puesto. Claro que el orgullo herido de Castro, a quien no invitaron al partido en las grandes ligas de la política mundial, cosa que nunca olvidó, hay que descontarlo de la balanza.

La historia, ese periodismo de largo alcance, ha ido poniendo las cosas en su sitio. Visto el talante de sus críticos (Mao Zedong, Fidel Castro, los halcones del generalato soviético) y el personaje que le sucedería, aquel Brezhniev de triste memoria, me empieza a caer bien. Recordamos ahora que antes de Gorbachov, fue el único dirigente ruso que se atrevió a emprender una suerte de deshielo. Fue el que sacó a la luz las atrocidades de Stalin (con las que colaboró) y permitió que se publicaran libros como “Un día de Iván Denisovich”. Fue también el primero que intentó un diálogo cordial con Occidente, y en especial con Estados Unidos. Pero quizás lo más importante, lo que posiblemente le haya costado el puesto en 1964, dos años después de la Crisis de Octubre, fue que en una sesión del Consejo de Defensa de la URSS en 1963, anunció su intención de reducir el ejército de 2,5 millones de soldados a medio millón, y limitar la producción de blindados y otras armas, dado que el mantenimiento de 200-300 misiles operativos, disuadiría de cualquier ataque a la URSS. La agricultura y la construcción de viviendas serían los destinatarios del ahorro presupuestario. El malestar en el generalato abocado al paro debió ser monumental (y letal para Nikita).

Aquella crisis de 1962, dejó también muchos saldos positivos que a los cubanos de mi generación olvidaron explicarnos. Por primera vez la humanidad sintió que el fin de la especie era pavorosamente posible, y desde entonces ha velado con mucha más precaución por que la sangre no llegue al río. Por primera vez se estableció un canal directo de comunicación entre Moscú y Washington, que al menos en dos ocasiones posteriores ha evitado que un malentendido diera la excusa a los generales de gatillo alegre para armar los últimos fuegos artificiales de la historia. Se prohibieron los ensayos nucleares a cielo abierto, y la tensa situación en Berlín entró en una fase de distensión sin cordialidad. Algo es algo. Un compromiso que se ha cumplido durante cuatro décadas, ha evitado cualquier intento de invasión a Cuba. Derramamiento de sangre que habría hecho más difícil de lo que ya es el diálogo entre todos los cubanos de cara a un futuro democrático.

Cuando acusaban a Krushov de haber flaqueado durante la Crisis de Octubre, de haber sido el primero en parpadear, contestó: «Quien parpadea primero no es siempre el más débil. A veces es el más sabio». Y posiblemente a ese parpadeo debemos nuestra existencia y la de nuestros hijos. El que, aún contaminado, este planeta sea un sitio habitable, y que de nuestra especie quede mucho más que huellas y fósiles para los paleontólogos extraterrestres del porvenir. Y no es poco. Sobre todo después de conocer la carta donde Fidel Castro lo invitaba a golpear primero, con un rotundo desprecio por la humanidad, y en especial por el pueblo que dice representar, y al que indefectiblemente condenaba a la aniquilación.

Si descontamos al primero, los calvos han sido más beneficiosos para Rusia que los peludos. De haberse mantenido en el poder por más tiempo, y de no haber sido asesinado Kennedy, quizás la Guerra Fría no habría tardado un cuarto de siglo en descongelarse. Quizás un socialismo democrático habría sido posible. Quizás el destino de Cuba fuera otro. Y el de Afganistán. Y el de la propia Rusia, que hoy se reparten el KGV y las mafias. Es decir, las mafias. Pero aún sin todos los quizás, la mera constatación de los hechos hace que cada día me caiga mejor el bolo por excelencia, el Oso Misha, y hasta me atrevería a cantar: “Nikita y Kuschov, estamos con los dov”.

 





La hora fantasma de cada cual

30 03 1994

Confieso que empecé a leer con desconfianza La hora fantasma de cada cual, libro de cuentos (¿cuentos? ¿novela? ¿cuentinovela? ¿novelicuento?, quién sabe, qué importa) de Raúl Aguiar. Una parte del libro —la menos feliz, por cierto— había caído en mis manos durante la última edición del premio Caimán Barbudo. La rebasé con rapidez y me adentré en la segunda parte. Y entonces esa magia que es toda buena literatura hizo su aparición. El antiteque cedió espacio hasta desaparecer, dejando al descubierto eso de humano que siempre vale en el hombre, lo que hace trascender el proceso de escritura desde un laborioso juego malabar con las palabras, a una entrega, sin esperanzas de reciprocidad, a esa quinta dimensión que es la imaginación humana. Sólo entonces la sintaxis cede espacio al corazón, los personajes cobran cierta vida que de algún modo nos trasciende y el punto final firma un compromiso que el escritor ya no está autorizado a eludir. Un compromiso que desde este momento Raúl Aguiar ha contraído con nosotros, sus lectores.

Hay tareas más arduas que otras, y no es de las más livianas aquella que alguna vez tentó a Dostoievski: descubrir el rostro oculto de la sociedad, ese que la pacatería prefiere susurrar y no decir. Un rostro en que hay tanta humanidad como en cualquier otro, y a veces más al desnudo. De ese mundo se encarga Raúl, sortea con suerte remolinos y escollos, devolviéndonos a salvo y magullados en la otra orilla. Por eso nos queda, al cabo de las páginas, esa sensación dolorosa y feliz de una excursión con paisajes, montañas, manigua densa y roquedales: el cansancio de los caminos y la tentación de regresar mañana, el año próximo, en el siguiente libro.

 

Presentación del libro La hora fantasma de cada cual, 1994

 





La Historia: ese personaje

30 09 1993

“La historia de Nuestra América pesa mucho

sobre el presente del hombre latinoamericano,

mucho más  que el pasado europeo sobre el hombre europeo”[1].

Alejo Carpentier

 

Afirmación polémica que inoculará en algunos ciertos recelos sobre la naturaleza apacible de estas reflexiones, y posiblemente tengan razón.

Tres milenios de memoria histórica equivalen a tres milenios de memoria cultural. Difícil sería menospreciar su peso sobre el hombre europeo, la gravedad que confiere a su cultura, bien distante de la levedad —casi diríamos el júbilo— de la nueva narrativa americana.

Pero por otro lado, dado el proceso de plena cocción en que se haya nuestra historia, hay una dosis nada despreciable de razón en la frase de Carpentier. Si para el hombre europeo la historia que desayuna en los periódicos es, en buena medida, como el paisaje que discurre por las ventanillas del tren sin alterar sustancialmente su marcha, para el hombre americano la historia del ayer inmediato —léase los resultados de hoy—, o la que se fragua cada día, y cuyos resultados recaerán sobre él a más tardar mañana, condicionan no sólo sus circunstancias culturales, sino su modus vivendi, y en ocasiones su propia supervivencia.

De ahí que la historia sea, para el hombre americano, más que una larga sucesión de fechas y nombres y batallas, un transeúnte apresurado con el que tropieza cada día en ciudades que crecen con la voracidad de incendios.

Pero esa omnipresencia de la historia no se traduce de inmediato en materia culturalmente digerida;  quizás porque la cultura, como la anaconda, requiere para sus digestiones un lapso de sosiego hurtado al tráfago perentorio de la selva.

Naciones las nuestras que no resistieron, durante su adolescencia, la tentación de “parecerse a sus mayores”, de ahí que

“…por razones muy diversas, nuestros grandes narradores del pasado —que de hecho los tuvimos— no llegaron a percibir, y seguramente a sentir, la realidad de nuestro continente en su exacta significación y en su justo significado. Mas no se trataría propiamente de una incapacidad intrínseca, sino  más bien de una actitud histórica y, por histórica, ideológica. No podemos perder de vista, por una parte, nuestra condición de mestizos, y por otra nuestro origen colonial. Lo primero supone una novedad esencial, para comprender la cual no siempre se está dispuesto ni se posee la sensibilidad indispensable. En cuanto a lo segundo, significa un peso demasiado grande sobre la conciencia intelectual de los pueblos y los hombres de América, tanto, que ha sido necesario mucho tiempo, y que en el mismo ocurriesen muchas cosas, para empezar a deslastrarnos de ese enorme fardo.(…) Pero es evidente que en la visión e interpretación de esa realidad se colaron —porque tenían que colarse— ingredientes deformantes y mistificadores que dieron, inevitablemente, una imagen, o bien imperfecta, o bien incompleta, de nuestra esencia continental.(…) Y en una operación lamentable, pero hoy fácilmente comprensible, muchos de nuestros escritores y artistas cayeron, sin darse cuenta, en la trampa de un sui generis neocolonialismo. Y así surgieron un arte y una literatura que pretendían expresar nuestras esencias americanas, pero con una óptica europea, y lo que es más triste, con el definido propósito de  mostrar al extranjero lo que se juzgaba más atractivo de nuestro mundo: su faz pintoresca, y por ello mismo inevitablemente superficial”[2].

A esta visión prestada de nuestra historia, que, salvo excepciones, no pasó de figurante en la literatura americana previa al siglo XX, sucede una voluntad cada vez más consciente de concederle un papel protagónico en la narrativa continental, que “ha ido enfrentándose a la realidad en los distintos modos y en los distintos sistemas de expresión formal correspondientes también a los distintos tiempos, y ha tratado de ofrecer imágenes coherentes de ella”.[3] El camino, por supuesto, no ha sido rectilíneo. Ha habido intentos fallidos, cauces ciegos, búsquedas de la autenticidad que se sumieron, casi sin darse cuenta, en un localismo ajeno a la universalidad —automática, nunca premeditada— que signa desde siempre las obras que han devenido patrimonio de todos los hombres. Pero los ingredientes de una cultura mestiza no se mezclan de la noche a la mañana por voluntad o decreto. Si “…los problemas centrales que se planteó la novela naturalista (…) fue una problemática moral, más que social”[4], como acertadamente afirma Ángel Rama, ya desde Las lanzas coloradas de Arturo Uslar Pietri (1931) y El reino de este mundo (1949) de Alejo Carpentier, la historia deviene definitivamente personaje de nuestras literaturas en obras que alcanzan la tesitura de Yo el Supremo (Roa Bastos), la trilogía de Miguel Ángel Asturias, La guerra del fin del mundo  (Vargas Llosa), El siglo de las luces (Carpentier) y sobre todo Terra Nostra (Carlos Fuentes), por sólo citar algunos casos. Línea que lejos de extinguirse con el auge de una narrativa de lo cotidiano y los afanes experimentales, continúa en las obras de Abel Posse, Denzil Romero, Lisandro Otero, Francisco Herrera Luque y cuando menos una docena más de narradores americanos.

Se ha insistido en considerar la historia como argumento, como materia prima de la cual se nutren los personajes; pero en una buena parte de la narrativa latinoamericana eso es sólo parcialmente cierto, cuando no diametralmente falso. En una novela como El siglo de las luces no son Esteban o Sofía o Víctor Hughes los personajes protagónicos. Ellos tan sólo cumplen un papel, declaman los parlamentos que les dicta desde la concha el personaje principal: la historia. ¿Quién es, sino la historia, esta vez en toda su pluralidad de mitos y tradiciones y herencias culturales cruzadas, el personaje protagónico de Terra Nostra?

Por tanto, “la novela que utiliza el acontecimiento histórico como tema, y que parte de una previa investigación de los hechos que han de novelizarse, en persecución de un rigor histórico que sirva de fundamento al texto novelesco…”[5], es rebasada al alcanzar la historia papeles protagónicos, aún cuando lo disimule en personajes que no son sino sus artilugios.

De modo que si coincidimos —y por lo general coincidimos— con Tibaudet en el sentido de que el argumento no tiene valor artístico, “sino como medio de llegar a la composición del carácter de los personajes”[6], al devenir la historia personaje dentro de la narrativa latinoamericana, demuele cualquier suspicacia.

Hemos evadido conscientemente el término “novela histórica” por tratarse de un rótulo bajo el que comúnmente se presenta aquella que emplea el pasado como materia narrativa. Si bien esto se cumple en una buena parte de la producción que erige a la historia como personaje, hay también otra historia, o protohistoria: la que opera  desde el suceder cotidiano.

“Aristóteles nos dice que la historia nos presenta lo que ha pasado, la literatura, lo que puede pasar, lo que es general y probable, en los aspectos esenciales que el tiempo no puede alterar. Ante la literatura nos hallamos, pues, ante la eternidad de lo probable”[7].

Pero al incluir en el concepto de la historia esa protohistoria que actúa en el presente, resulta ella también “la eternidad de lo probable”. Porque

“La materia de la creación novelesca ha de corresponder necesariamente a la diversidad de los sucesos actuales, con sus frecuentes y desconcertantes acciones, o ha de entregarse a extraer del pasado, según la fórmula de Tairot, ‘aquellos elementos que para el espectador actual no han perdido su capacidad de estímulo directo, o los que han perdido su capacidad emocional para hacernos actuar por vía de contraste’. La diversidad de los temas al fin y al cabo se unifican en el método, en virtud de esa unidad primordial forma‑contenido que constituye un todo irrenunciable”[8].

“Lo que nos importa, y lo que siempre ha importado a la novelística latinoamericana, es este grande, avasallador descubrimiento de lo real en circunstancias determinadas.[9]“, es decir, “…recibir el mensaje de los movimientos humanos, comprobar su presencia, definir, describir su actividad colectiva. (…) en esto (…) se encuentra en nuestra época el papel del escritor.[10]“, aunque Carpentier va más allá cuando afirma:

“Creo que el papel del novelista en este momento, del novelista latinoamericano, está en traducir esas mutaciones, esas transformaciones y esas revoluciones. Una nueva temática multitudinaria, colectiva, espectáculos de lucha y contingencia, de movimientos de masa, de confrontaciones entre grupos humanos, se ofrece al novelista contemporáneo. Creo que la actual novela latinoamericana tiende hacia lo épico. Y la futura novela latinoamericana habrá de ser épica por fuerza”[11].

lo que, de hecho, se ha cumplido, pero tan sólo en una parte de la narrativa continental. Otras tendencias discurren por cauces paralelos, enriqueciéndola.

Si

“La novela —dice Ortega y Gasset— con mucha justicia, es el género literario que mayor cantidad de elementos ajenos al arte puede contener’; es decir, el más capacitado para asimilar e interpretar las peripecias de un instante dado en la evolución humana”[12].

cabría coincidir con Carpentier cuando asegura: “Por lo demás, nunca he podido establecer distingos muy válidos entre la condición del cronista y la del novelista. Al comienzo de la novela, tal como hoy la entendemos, se encuentra la crónica”[13]. O, al decir, de John Updike: “Mi narrativa de ficción  sobre la vida diaria de gente normal contiene más historia que los libros de historia…”[14]. Claro que también “En mi opinión, la realidad no debe ser más que un trampolín”[15], porque “…el arte es siempre discriminación y selección, en tanto que la vida es toda ella inclusión y confusión”[16].

¿Cómo opera este proceso dentro de la narrativa cubana contemporánea?

Ante todo, un vistazo nos muestra a la última colonia española en tierras americanas, que alcanzó su independencia casi un siglo después que las restantes. Treinta años de la guerra más sangrienta que se entablara en América por la libertad, culminaron en lo que se ha insistido en denominar la guerra hispano‑cubano‑norteamericana, sentando con la Enmienda Platt las bases para un proceso de neocolonización inédito aún en América y que en el plano económico ya venía instaurándose en Cuba desde medio siglo atrás. Durante la primera mitad del XX fueron creciendo la norteamericanización de la sociedad cubana —admitida con júbilo por una burguesía subsidiaria— y un sentimiento antiimperialista de raigambre popular. Caldo de cultivo idóneo para el triunfo, en 1959, de una revolución de marcado acento nacionalista que pondría en práctica, dos años más tarde, un sistema socio‑económico diametralmente distinto al de  las restantes naciones americanas.

De hecho, un siglo de altísima intensidad histórica cuyo reflejo en la literatura no tiene lugar de inmediato en el cuento o la novela, que tras algunos intentos más o menos felices, pero no definitorios, a fines del XIX, cursa por un naturalismo ya en desuso en Europa a inicios del XX. Si fuéramos a indagar en los orígenes de nuestra narrativa, hallaríamos en autores como Miró Argenter, Manuel de la Cruz y en especial en ese nombre mayor de las letras americanas que fue José Martí, una literatura de campaña de altos quilates, deudora de la cual es la literatura testimonial fraguada en la Cuba de los 60, pero no sólo ella, como veremos más adelante. A la literatura de campaña se suma la labor como cronista de José Martí, que va componiendo con su periodismo un enorme fresco de la época. Hacedor él mismo de la historia, sagaz observador de su circunstancia, prosista y poeta cuya muerte lloró Darío, no es raro que los artículos que componen Nuestra América puedan leerse por momentos con la asiduidad de una novela. Y qué decir de su diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos, sin dudas la pieza narrativa más alta de la literatura cubana del XIX y una de las mayores de América.

No es hasta 1933, con la publicación de Pedro Blanco, el negrero, de Lino Novas Calvo, su cuentística de los años 40 y, cerrando este despegue magnífico, El reino de este mundo (1949), de Alejo Carpentier; que la historia entra a la narrativa cubana por la puerta ancha.

Hombres sin mujer, de Montenegro y La trampa, de Serpa, se componen del hoy protagonista, que aparece también, aquí y allá, en la cuentística de Hernández Catá, Enrique Labrador Ruiz, Alejo Carpentier —la noveleta El acoso (1956) y Guerra del tiempo (1958) son los más altos ejemplos. Aunque en cuentos como El camino de Santiago, en El reino de este mundo y en Pedro Blanco, el negrero, de Novas Calvo, aparece la historia como rescate, como parte de un proceso mayor de recuperación de la memoria histórica de la raza, adulterada por siglos de colonialismo y mimetismo (que es el peor de los colonialismos). Proceso mayor al que concurre una ensayística no sólo de altos valores reflexivos, sino también composicionales. Don Fernando Ortiz, Lezama Lima, Ramiro Guerra, Jorge Mañach, Moreno Fraginals, etc., van componiendo el paisaje de las ideas, del que se nutrirá la narrativa y viceversa, por un proceso de vasos comunicantes.

Con el advenimiento de la Revolución, confluyen y coexisten en una narrativa que se vuelca ante todo hacia las formas veloces del cuento, tanto ese rescate de la memoria histórica, como la protohistoria en su devenir cotidiano. No es casual que Carpentier apuntara:

“Obsérvese que en la literatura cubana contemporánea, en lo que se refiere a la novelística, al cuento, al relato, hay como una necesidad de pintar el mundo de antes, a la par que el mundo del después. 1959 es crucial…”[17].

E. Wilson y Ángel Rama ya han subrayado el vacío literario que se produce inmediatamente después de todo cambio socio‑político radical. Hacer la historia es en esos casos una ocupación excluyente, que sólo paulatinamente va cediendo paso a la escritura, comenzando por la crónica, el menos reflexivo pero el más cercano a la narrativa de los géneros periodísticos. Piezas que lindan con el cuento y el relato comienzan a ser publicadas por autores cuya narrativa ya ha sido sancionada por los lectores (Onelio Jorge Cardoso), o por escritores emergentes (Eduardo Heras León, Norberto Fuentes, entre otros) que más tarde escribirán, con las manos recién sacadas del fuego, la narrativa cubana más apegada a la historia en pleno devenir.

Caminos semejantes, determinados por una fuerte transfusión de realidad, cursa la literatura testimonial que, a partir de El Cimarrón, de Miguel Barnet, entra a escena con sólidas credenciales.

Una novelística anémica salvo excepciones se centra en el ayer inmediato (materia histórica ya digerida) y no logra despegar, aunque ciertos momentos la justifiquen. Otra, hecha desde la perspectiva del hoy mismo, ofrece dispares resultados, en ocasiones inolvidables, como algunos pasajes de Memorias del subdesarrollo (Edmundo Desnoes), caso raro de novela superada con creces por la película homónima de Tomás Gutiérrez Alea, uno de los mejores, sino el mejor largometraje cubano. Hasta tal punto que una segunda edición de la novela fue modificada en la dirección de los resultados artísticos del filme.

Es curioso subrayar que en pleno hacer la historia en detrimento de la literatura, dos obras que se venían fraguando desde mucho antes son editadas. No dos obras, sino las dos mayores obras de la narrativa cubana de todos los tiempos: El siglo de las luces (1962) de Alejo Carpentier y Paradiso (1966), de José Lezama Lima.

Pero no es hasta fines de la primera década revolucionaria que la narrativa se repone de la perspectiva abierta por el asombro y literalmente estalla en cuatro libros que son claves para comprender su ulterior evolución: Los años duros, de Jesús Díaz, Condenados de Condado, de Norberto Fuentes más La guerra tuvo seis nombres y Los pasos en la hierba de Eduardo Heras León, todos ellos colecciones de cuentos. Literatura de la violencia, donde la guerra, y por tanto la historia, es el personaje protagónico. Conflictos de alto dramatismo, formas rítmicas veloces y lenguaje de sobreentendidos que implica una complicidad, una comunidad de vivencias entre el lector y el escritor, es una cuentística más babeliana que hemingweyana, cruda, incisiva, y que evade la mitificación de la guerra mediante una disección participante y crítica a la vez de la realidad narrada. Una literatura que tendrá sus continuadores directos durante los 80: Montañas, de Miguel Mejides, da inicio a lo que podría llamarse “la literatura de la otra guerra”, con los sucesos de Angola y en menor medida de Etiopía y Nicaragua, como catalizadores y protagonistas de los conflictos. Aunque esta segunda literatura de la violencia conjuga una búsqueda de los resortes morales y éticos del hombre, que será la tónica de la narrativa más reciente.

Como epílogo, La última mujer y el próximo combate, novela de Manuel Cofiño, inicia en los 70, lo que Ambrosio Fornet llamaría “el quinquenio gris” de la literatura cubana.

Durante la segunda mitad de los 70 irrumpe en nuestra novelística José Soler Puig, que va componiendo, mediante libros como El pan dormido, una crónica tenaz de Santiago de Cuba, que entra con él como ciudad en la literatura. De Santiago es también —hijo de gato caza ratones— Rafael Soler. Sus libros Noche de fósforos y Campamento de artillería inauguran la nueva épica, literatura del cambio donde el suceder cotidiano, las transformaciones no (explícitamente) violentas de la sociedad, confluyen con las búsquedas ético‑morales de los personajes.

Al mismo tiempo, se produce una nutrida —aunque no con frecuencia feliz— novelística que indaga en los resortes del pasado, e ilumina zonas no exploradas por la literatura.

Los 80 equivalen a un segundo aire dentro de la narrativa cubana contemporánea. Literatura rica en matices, diversa desde el punto de vista formal, enfocada esencialmente hacia lo cotidiano, excluye, por lo general, la concisión anecdótica de los narradores de la violencia, dado que aquí la anécdota no es más que una justificación para el planteamiento de acuciosas inquietudes éticas.

En esta narrativa de los 80, la historia, o la protohistoria, asume un lugar clave desde la perspectiva de lo cotidiano. Libros como Donjuanes de Reinaldo Montero, Se permuta esta casa, de Guillermo Vidal, Un tema para el griego de Jorge Luis Hernández, o Cuestión de principios de Eduardo Heras, por sólo citar algunos ejemplos, develan los resortes de la historia que será, en una zona de riesgo, dado de que “Lo que representamos no es la realidad misma, sino fragmentos y parcelas de realidad reflejadas por nuestro narrar”[18]. Riesgos de los que no siempre se salva, dado que

“…el novelista corre el riesgo de convertir su obra en una mera acumulación sociológica, preocupado solamente por su significado ideológico con desmedro de su valor estético. La confusión puede ocurrir cuando se olvida que el arte acciona por el mecanismo sicológico del sentimiento, proceso en el cual suele ser cualidad adventicia el entendimiento. Por aquella posibilidad de incluir elementos ajenos al arte que Ortega hacía referencia, los peligros son siempre mayores para la novela que para ningún otro género literario. Por eso han de ser mayores los resguardos del novelista”[19].

Aunque el riesgo mayor, el de una literatura fugazmente inmediata y que será, por lo mismo, fugaz en la memoria de los lectores, ha sido sagazmente evadido por un puñado de autores, dado que la indagación se produce en los resortes ético‑morales que mueven la circunstancia histórica, no en el anecdotario del día. Su inmanencia reside en ese abordaje, más allá de cualquier consideración temática. Pero no sobran las precauciones, ni prestar oído a las advertencias que ya nos hacía Carpentier:

“…¿Qué lenguaje es ese? El de la historia que se produce en torno a él, que se construye en torno a él, que se crea alrededor de sí, que se afirma en derredor suyo. No se trata, evidentemente, de tomar la prensa de todos los días y sacar de ella una conclusión literaria, sino que se trata de ver, de percibir lo que, en su propio medio, le concierne a uno directamente, y de mantener la cabeza suficientemente fría como para poder escoger entre los diferentes compromisos que nos solicitan.

‘Los peligros son grandes, lo sé. Hay malos compromisos. (…) Uno puede equivocarse y hasta muy seriamente. Dejar en ello el fruto de toda una vida intelectual”[20].

Y precaverse no significa cejar ni dedicarse a una literatura menos “comprometida”, menos arriesgada —sobre todo ante la perspectiva de una materia narrativa no sancionada por el dictamen del tiempo—, equivale a asumir, como un buen buzo o un paracaidista, los riesgos del oficio, porque

“Apropiarse del mundo es apropiarse de la realidad, pero es, más que nada, descubrirla. El novelista es un aventurero, un explorador de la realidad: no la recibe consolidada y explicada, no la recibe interpretada; a él cabe hallarla, y la halla en los lugares menos publicitados, muchas veces en los más esquivos. Y encontrarla es lo mismo que explicarla, ambas funciones corren paralelas, y ellas a su vez deben entroncar con las raíces subjetivas. Se busca lo que se ha de encontrar”[21].

y los que miran desde la platea a quienes ejercemos el oficio de las palabras, jamás podrán adivinar lo que para nosotros es riesgo de cada día: una página desnuda es una zona en blanco, una cartografía inédita. Los ríos espumosos aparecen de repente, al doblar un recodo; los puentes se levantan sobre la marcha; los cruzas y se esfuman.  No hay señalización ni caminos, ni coordenadas, ni señales. No hay a quien preguntar en esa tierra de nadie que es la literatura. Todo puede ocurrir.

 

“La historia: ese personaje”; en: El Caimán Barbudo, año 27, Ed. 274, julio-septiembre, 1993, pp. 27‑29./ “La historia: ese personaje”; en: Revista El centavo, Morelia, México. v. XVI, enero, 1993, pp. 6‑10.

 


[1]Chao, Ramón. Palabras en el tiempo de Alejo Carpentier Ed. Letras Cubanas. La Habana, 1985. p. 43

 

[2]Márquez Rodríguez, Alexis: La Luna de Fausto y la nueva novela histórica latinoamericana, en: Casa de las Américas No. 144 La Habana, mayo‑junio, 1983. p. 172‑173

[3]Rama, Angel. Diez problemas para el novelista latinoamericano, en: Casa de las Américas Número Extraordinario: Diez años de la revista Casa de las Américas (1960‑1970) La Habana, julio de 1970 p. 34

[4]Idem. p. 35

[5]Márquez Rodríguez, Alexis. Op. Cit. p. 174

[6]Henríquez Ureña, Camila. Esencia y forma del arte novelístico, en: Esencia y forma del arte novelístico Ministerio de Cultura. La Habana, 1980 p. 25

[7]Henríquez Ureña, Camila. Invitación a la lectura Ed. Pueblo y Educación. La Habana, 1975. p. 15

[8]Agosti, Héctor P. Los problemas de la novela, en: Defensa del realismo. Ed. Lautaro. Buenos Aires, 1963. p. 90‑91

[9]Rama, Angel. Op. Cit. p. 34

[10]Carpentier, Alejo. Papel social del novelista, en: La novela latinoamericana en vísperas de un nuevo siglo. Ed. Letras Cubanas. La Habana, 1985. p. 178‑179

[11]Carpentier, Alejo. Un camino de medio siglo, en: Razón de ser. Ed. Letras Cubanas. La Habana, 1985 p. 36

[12]Agosti, Héctor P. Op. Cit. p. 86‑87

[13]Carpentier, Alejo. La novela latinoamericana en vísperas de un nuevo siglo. Ed. Letras Cubanas. La Habana, 1985. p. 160

[14]Updike, John. En: Conversaciones con los escritores The Paris Review, 1974. p. 346

[15]Flaubert, Gustave. Carta a Iván Turgueniev, en: Miriam Allot: Los novelistas y la novela Ed. Seix Barral. Barcelona, 1965 p. 234

[16]James, Henry. En: Idem. p. 402

[17]Chao, Ramón. Op. Cit. p. 30

[18]Conrad Kurz, Paul; Metamorfosis de la novela, en: Esencia y forma del arte novelístico. Ministerio de Cultura. La Habana, 1980. p. 62‑63

[19]Agosti, Héctor P.; Op. Cit., p. 89

[20]Carpentier, Alejo. Papel social del novelista, en: La novela latinoamericana en vísperas de un nuevo siglo. Ed. Letras Cubanas. La Habana, 1985. p. 177

[21]Rama, Ángel; Op. Cit., p. 31





Devaluaciones

30 06 1993

La Habana, año 1970: La boda de un amigo. Cuando aparecí, las madres y vecinas que entonces no eran para mí más que “personas mayores” cuchichearon en los rincones a causa de mi pantalón de mezclilla que me habían dado para cierta jornada de trabajo en el campo, un pulóver algo desbembado y mis únicas zapatillas (sin medias) —ni siquiera sospecharon que de otra pieza íntima también carecía—. También carecía de intención snob. Carecía de ropa. De todos modos, la socialización de la miseria (que entonces era abrumadora) lo hacía más llevadero: todos andábamos más o menos igual de desastrados. Ningún Levi’s o Florshane nos echaba en cara nuestro ripierismo. Pero ya entonces, como es natural en toda economía de guerra, con racionamiento y escaseces, había asomado el mercado su cara negra: Una cajetilla de cigarros a veinte pesos o un pantalón (usado) en 100 .
Y pasó el tiempo y pasó… que el racionamiento se entronizó en Cuba, no como una circunstancia coyuntural, sino como un modus vivendi que ya cumplió tres décadas —tiene carné de identidad, responsabilidad penal, derecho al voto— y nos fuimos habituando a convivir con él. Del sacrificio necesario para conseguir metas que se fijaron para el 70, con sucesivas posposiciones, pasó a engrosar esa materia gris de lo cotidiano. Y como la tensión heroica, sostenida por una ética férrea, es, por fuerza de la humana extenuación, un estado transitorio, convivir con el racionamiento consistió a medias en sobrellevarlo y a medias en burlarlo, más cuando ya el racionamiento hacía agua (asignaciones y auto asignaciones de bienes estatales, viajes a convenciones y shopping centers).
Para el hombre común, que no disponía de medios más o menos lícitos de hurtarle el cuerpo a la escasez, sólo quedaba una vía: el mercado negro, que en Cuba se conoce familiarmente como “la bolsa negra”. Desde pantalones hasta automóviles, café y apartamentos, todo empezó a ser objeto de esa empresa comercial sin fronteras. Los viajes de la comunidad cubana en Estados Unidos descorrieron el telón del consumo para una gran masa de la población enajenada hasta entonces de la quincallería contemporánea, y el proceso creció a galope.
Incluso la apertura del mercado paralelo  (1980) —casualidad o respuesta, sucedió inmediatamente después del éxodo de 125.000 cubanos por el Mariel— asumió los precios de la bolsa negra (pura ley de la oferta y la demanda), confirmando su pragmática. Y si para cualquiera es posible eludirla en la región discutible de lo superfluo, puede que una cifra cercana al 100% de los cubanos adultos haya tenido que carenar alguna vez en las interioridades oscuras de la bolsa. Unos sacos de cemento para que el techo no les caiga a mis hijos en la cabeza; una arroba de malanga, porque el niño no tiene qué comer, un par de zapatos, porque ya el hueco ocupa toda la extensión territorial de la suela, o… Ejemplos sobran. Y se va entronizando una espiral, porque la grabadora de $500 no se puede arrumbar al closet por falta de una liga que la economía estatal no fabrica y el tallercito privado expende a 10, 15, 20 pesos. (¡Un robo! —exclamas, pero la compras. Qué remedio. Y así florecen fabricantes clandestinos de casi todo, comerciantes, intermediarios y fauna subsecuente, gracias a que el racionamiento les ofrece la clientela en bandeja de plata, la red comercial no opone ni un amago de competencia y la suma de dos factores —la apertura visual del cubano actual hacia otras latitudes del confort, y el incremento abrumador del nivel de instrucción, con la aparición de expectativas superiores de vida— crean la necesidad de un incremento en el nivel y la calidad de la vida que el racionamiento, con su esquema más o menos igualitarista, excluye.
Se aspira (en términos de paradigma ético) a un hombre ajeno a estas apetencias, pero los parámetros conductuales de la sociedad sólo cambian muy lentamente y al compás de las circunstancias. Y no es precisamente el hambre el mejor camino para fomentar la falta de apetito.
Si es punible toda incursión en el mercado no oficial, todo servicio recibido por un particular sin licencia o con ella pero con materiales que sólo por caminos aviesos llegaron a sus manos, todos o casi todos los cubanos somos condenables por receptación o delitos peores. Pero las cosas se complican.
El desmantelamiento del mercado paralelo y el recrudecimiento del racionamiento (Período Especial mediante y por causas que todos conocemos: inoperancia histórica del esquema económico implantado por el gobierno, desplome de las favorables relaciones con el ex campo socialista y embargo norteamericano, en ese orden de importancia) han abierto aún más el campo a este sector clandestino (a veces no tan clandestino) de la vida que podríamos llamar “la vida negra”. Al desaparecer de las vidrieras los huevos o los flotantes de baño, el pan y los caramelos, se suman, con cientos de otros rubros, a sus predios. Y se sigue cumpliendo que donde hay demanda, aparece la oferta. Los precios crecen en estampida, el dólar alcanza los 80 pesos , la prostitución ni se recata y se empieza a dar un contrasentido: en el país socialista y antiimperialista por excelencia, resulta imprescindible poseer la moneda de su más encarnizado enemigo no sólo para adquirir textiles y plásticos asiáticos, sino para alimentarse, para sobrevivir. Como si el brasileño cobrara en cruzados su salario y tuviera que adquirir sus artículos de primera necesidad en yenes o libras esterlinas. Dado que el peso cubano es moneda libremente inconvertible, las vías de obtención de los dólares son abrumadoramente tortuosas, por no decir ilegales. Pero entre el delito y la indigencia proteica, la mayoría apuesta por las necesidades primarias.
La inflación galopante —el salario de un ingeniero alcanza para 15 cajetillas de cigarros, o 2 pollos, o un par de zapatillas de tela, o poco más de medio jean, o 6 libras de carne de puerco— crea una imperiosa necesidad de dinero, no ya para incrementar el nivel de vida, sino para subsistir. Se podría prescindir de un Levi’s pero no de un plato de comida. De ahí que cada cual lo obtenga empleando los medios a su alcance: reventa de productos asignados por el racionamiento, o el ingeniero que discute a brazo partido una plaza de mesero para agenciarse unos dólares de propina, o los torneos de zancadillas para obtener un viaje a las redes comerciales de cualquier país más allá de las costas.
Pero aún más: cunde la desviación de recursos que el Estado no cuida con demasiado rigor; quien puede prestar un servicio lo encarece hasta los límites pagables (siempre quedan más lejos de lo imaginable), la compra venta, el mercadeo y los intermediarios cunden, y la necesidad, a fuerza de imperiosa, va defenestrando a los ciudadanos hacia el vórtice de esa tromba de ilegalidad compartida. Si las incursiones son al inicio tímidas, se van haciendo más decididas en la medida que de ellas depende el yantar cotidiano, la necesidad impostergable, la supervivencia. Bueno, esa es la vida —dirá alguno (con razón)—, ¿y qué?
¿Y qué? Eso mismo me he preguntado desde hace mucho tiempo. Resulta que toda sociedad tienen sus códigos, sus valores, su moral, su legalidad y su ética. Si los valores, la ética social y la moral continúan rezando que el sacrificio y la conciencia, el trabajo abnegado por un ideal, la más estricta honradez en el ejercicio cotidiano, son el paradigma; pero, al propio tiempo, las necesidades más rasantes te obligan a transgredir todas las normas, a receptar lo que otro robó, a cenar con lo que alguien sustrajo (y ni preguntes, que eso es mala educación), el resultado es que las fronteras entre lo moral y lo inmoral, entre lo legal y lo ilegal, se van difuminando, hasta que las coordenadas éticas y conductuales de la sociedad se van convirtiendo en algo borroso, intangible (o inalcanzable) en los cursos de moral y cívica. A eso se añade la discriminación turística hacia los cubanos que la iniciativa empresarial de muchos funcionarios ha puesto en marcha con entusiasmo, desvalorizando nuestra moneda y nuestra nacionalidad, con su consiguiente secuela de sobrevaloración de lo extranjero, la actitud mendicante de los más indignos y la humillación de los otros, incapaces de explicar por qué los billetes que retribuyen su sudor y su talento se van convirtiendo en moneda de utilería, pura celulosa pintada.
Si sumamos todos esos ingredientes, no sólo obtenemos la devaluación del peso y del nivel de vida, sino también la devaluación de nuestra dignidad, de nuestra ética, de la moral ciudadana que han conformado siglos de sangre y sueños por instaurar las coordenadas de la cubanía, decenios de sacrificio por defender nuestro derecho a la historia, durante los cuales comenzamos deletreando el abecedario y concluimos por abrir las puertas anchas de la instrucción y la cultura. La lección de la cotidianía —más poderosa que todos los manuales— no puede ser que el trabajo honrado se constituya apenas en una definición social de la conducta y no en el único medio aceptable (en teoría y práctica) de subsistencia, con el orgullo de quien cena lo que sudó. Ni que el decoro sólo se adquiere mediante un pasaporte. Si la devaluación de la moneda puede estar sujeta a los sobresaltos de la bolsa de valores y recuperarse en meses o semanas o años; la devaluación de la dignidad —que se fragua con la abnegación de un parto— es la más difícil de recuperar; porque se paga con esa moneda tan delicada que son los hombres.

1993





El arte de ponerse el cuerpo

30 10 1991

“En estos tiempos de ansiedad

de espíritu, urge fortalecer

el cuerpo que ha de mantenerlo”.

José Martí, marzo de 1883

 

Cierta tarde de enero —bien calurosa, por cierto— me invitaron al Instituto Superior de Cultura Física. Querían que disertara —horrible palabra, ¿verdad?— sobre la cultura y el deporte. Yo no diserté sobre nada, por supuesto, pero como para algo me habían invitado, empecé hablando de Monterroso y su fábula de Aquiles y la tortuga, donde se conjugan una teoría científica —por entonces, lo era—, el deporte y el arte de narrar, con lo que la cultura asume su verdadera función totalizadora. Más tarde leí fragmentos de las edificantes descripciones de Allan Sillitoe sobre el mejor modo de correr delante de la policía, e hice referencia a dos artículos de Martí, publicados en 1882 y 1888 respectivamente, sobre la carrera de las 600 millas en el Madison Square Garden de Nueva York: pasajes de una grandeza macabra, hombres hipnotizados, embrutecidos por el esfuerzo, los espectadores pagando para estar allí cuando alguno reventara como un caballo de carreras, la desolación de los camerinos después que hubo pasado por ellos el vaho sucio de la derrota. Dos artículos antológicos, escritos por quien sabía ver más allá de la corteza.

Y de ahí partí para una reflexión —que era al mismo tiempo una provocación: ¿En qué medida ha alcanzado al deporte el proceso de deshumanización que está teniendo lugar, a nivel mundial, en el arte, en la vida social, en la cultura humana? ¿Es acaso la cultura física cada vez menos cultura y más física?

Y como todos los reunidos eran especialistas en cultura física, investigadores, metodólogos, profesionales dedicados al deporte, la respuesta a mi provocación no se hizo esperar. Así yo, el invitado a disertar, hice que ellos disertaran. Tenían por decir cosas mucho más interesantes que las mías. Por eso no he querido que ustedes se lo pierdan:

 

El deporte es un arte

Omar Paula (Profesor de Metodología del Entrenamiento): Yendo a la parte conceptual: la cultura física no es solamente el deporte: forma parte de la cultura general e incluye la Educación Física  (proceso pedagógico especializado) y el deporte. Incluso la cultura física se ve más allá de la enseñanza: incide en los sentimientos del hombre. En la práctica cubana del deporte y de la cultura física no está la deshumanización del deporte. El deporte es un arte. No hay que verlo sólo por su rendimiento, sino por el desarrollo de las habilidades que van adquiriendo los deportistas, por los movimientos que hacen. Juan Torena era llamado, por ejemplo, “el elegante de las pistas”. Y la gente va a ver un espectáculo, pero también a asimilar conocimientos, a disfrutar los movimientos: fluidos, bellos. Y eso incide en la cultura del hombre. Y eso ocurre en el deporte elite, que es cuando se llega a la maestría en los movimientos; pero el deporte hay que verlo también en su masividad.

Alejandro Víctor (Salvavidas): La cultura física se ha alejado ciertamente de la parte cultural para quedar en lo físico.

Aldo Pérez Sánchez (Profesor de Recreación y Turismo): Sí, hay un alejamiento del carácter cultural al lado físico de la cultura física; en Cuba y en el resto del mundo. La cultura física se está convirtiendo en una cultura de espectador. Incluso la cultura artística y literaria: la cultura de masas conduce al hombre hacia la posición de espectador. Muchos espectadores pasivos. Y escasos, pero muy especializados participantes activos. El que se dedica al deporte tiene que especializarse, y ello nos lleva al espectáculo: sumas de dinero enormes para costear los entrenamientos (partiendo de una alta calidad del atleta). Pero no hay conciencia de que el deporte, incluso como espectador, es parte de la cultura del hombre, de sus opciones recreativo‑culturales.

Ernesto González (Profesor de metodología de la Investigación): Sí existe una separación entre cultura física y deporte, tácitamente admitida, incluso internacionalmente. Por otra parte, la sociedad concibe la cultura como el conocimiento, no considera parte de la cultura la destreza, que es lo que desarrolla la cultura física. Y esta propia institución ha hecho muy poco para consolidar el papel cultural de la cultura física, no así el campeonismo y el deporte elite, hacia donde va dirigida. Para que la cultura física entre verdaderamente en la cultura, hará falta la ayuda de todos: las instituciones, el Estado, los medios de difusión. Todos.

 

Más alto, más rápido, más fuerte

Aldo Pérez Sánchez: La reafirmación en Cuba de la política del alto rendimiento responde a una prueba de nuestro desarrollo socio‑económico y a nuestra rivalidad con el capitalismo en el campo de las ideas. Por ello hay que permanecer en esta línea del desarrollo del deporte supe especializado, aunque responda a una base que es la educación y la cultura física. Pero la cultura física es un campo minado por el que transitamos unos cuantos zapadores; en el cual la política estatal ha sido efectiva hasta los 80, década en que no ha sido así. La primacía en nuestro país está en el deporte de alto rendimiento, a pesar de las muy buenas intenciones de llevar una cultura de masas verdadera en el campo del deporte.

Estrella Fernández (Especialista en Investigación Social):Producto de la política, acertada a mi juicio, que hemos tenido que llevar en el deporte de alto rendimiento para demostrar de qué es capaz el socialismo, hemos ido descuidando el empleo del deporte y la Educación Física como un elemento de la cultura física.

Pavel Prendes (Especialista en recreación): La cultura física se separa del campeonismo en el sentido de que la primera busca mejorar la salud del hombre, y el campeonismo, corroborar una tesis política, la confrontación entre sistemas o países. De ahí que el sistema de puntos en una olimpiada sea netamente comercial. ¿Por qué si no se invierten cuantiosos recursos en el desarrollo del deporte?

Irán Valdés (Metodólogo): Toda actividad humana se especializa cada vez más. Detrás de esa especialización está la expresión de nuestras potencialidades. Quien tiene esa potencialidad, ¿por qué no la va a desarrollar? ¿Por qué no va a ser un campeón de nivel internacional si puede serlo? ¿Es malo? No. Tenemos una sociedad que permite al hombre, al menos en el campo del deporte, desarrollar al máximo sus potencialidades, competir a los niveles máximos. Lo que mueve a la gente hacia el deporte es que tenemos figuras. Si no, nuestros espectáculos deportivos no tendrían brillo, no serían un buen medio de recreación —y en ese caso, ¿dónde vamos a meter a los cientos de miles de espectadores que van a la pelota, que es una opción legítima?—. ¿Qué puede mover más al muchacho hacia el deporte que la figura del campeón? Otra cosa diferente es habernos dedicado demasiado poco a lo otro: la cultura, la Educación Física. Y lo uno complementa lo otro. Pero tampoco los muchachos leen, o pintan, o van a exposiciones de pintura. Se refleja en esto el mismo problema que se refleja en el resto de la educación en este país. No hay otra cosa. Somos tan pecadores en ese sentido los que nos dedicamos al deporte como los que se dedican a la cultura.

 

¿Profesionales?

Alejandro Víctor: Actualmente el profesionalismo está en todo el mundo. No existe el atleta amateur, y no va a existir mientras el estímulo siga siendo el mismo. Se pierde el concepto de cultura física.

Pavel Prendes: Se ha hablado mucho en contra del profesionalismo, de los estímulos materiales. Pero, por ejemplo, cuando el equipo Industriales estuvo a un juego de ganar la serie nacional, todos sus integrantes recibieron casa. ¿Cuánto vale una casa en este país, con los problemas de vivienda que hay? ¿Es eso un estímulo material o no? Y eso es campeonismo, que no tiene nada que ver con la cultura física en función de la salud y el desarrollo armónico.

Ynilo Figueroa (Sociólogo. Investigador): El amateurismo en el deporte de alto rendimiento en el mundo está en crisis. Absolutamente. Y ya Samaranch, con todos sus defectos, dijo: Vamos a acabar con la hipocresía deportiva. Lo que se acerca es un supercampeonismo: Cada vez menos deportistas, pero con posibilidades extremas. ¿Y los demás qué?

 

Mente sana en cuerpo sano

Ynilo Figueroa: No estoy en contra de la competencia, pero el campeonismo es necesario revisarlo: ¿Hasta dónde el ser humano puede trasponer una barrera sin dañarse? Y esto es puro humanismo. ¿Han visto ustedes el tamaño de las gimnastas de cualquier equipo de alto rendimiento en el mundo? ¿Todas iban a ser chiquitas o el entrenamiento les retarda el crecimiento? ¿Qué pasa con los pesistas de alto rendimiento? ¿Y con los boxeadores? Es un deporte inhumanizable, porque en la medida que lo humanizas, pierde su sentido.

Pavel Prendes: Todo el mundo sabe que casi todos los atletas de alto rendimiento tienen problemas fisiológicos: por los anabólicos, la enorme carga física, las lesiones y sucesivas operaciones, etc. ¿Qué tiene eso que ver con la salud, con el bienestar y la armonía del cuerpo y de la mente?

 

Espectadoritis: ¿sí o no?

Ynilo Figueroa: La espectadoritis y el campeonismo se están viendo mundialmente como un mal. No sólo en el deporte.

Francisco Safora (Especialista en Recreación): Los espectáculos y competiciones deportivas habría que analizarlos como los festivales de teatro, donde se dan premiaciones y hay competencia. Lo físico, ¿acaso deja de ser cultura porque sea físico? El espectáculo donde hay un gran despliegue de actividad motora está de acuerdo con los intereses y gustos de las edades adolescentes, ¿no es para ellos una alternativa? ¿O es mejor que se enganchen de la guagua para demostrar esta destreza, para responder a esta necesidad de expresión corporal? Esto es parte de la cultura. Un evento deportivo es también un marco apropiado para la comunicación padres‑hijos.

 

 Uno, dos y tres ¿o qué?

Yolanda Martínez (Profesora de Historia de la Cultura Física): Yo veo el deporte como un proceso de aprendizaje que culmina en el alto rendimiento, el deporte elite.

Estrella Fernández: Lo que decía Omar es cierto, pero sólo en teoría. Se ha esquematizado la clase de Educación Física: arriba, abajo, y ya. El profesor de Educación Física, el entrenador, era un eslabón importantísimo: organizaba equipos deportivos, concertaba competencias interescuelas. Iba mucho más allá de dar su clase. Y eso se ha perdido, tanto por razones económicas como de otro tipo. Y el niño no siente amor por el deporte salvo que sea escogido para entrar a una EIDE y resulte un buen atleta. El resto no ama el deporte porque recibe sólo una clase de uno, dos y tres. Salvando las excepciones, por supuesto. Los círculos de abuelos, por ejemplo, son un modelo de cómo hacer que las personas amen la cultura física, lo vean como parte de su cultura y su recreación. La gimnasia musical aerobia ha ganado en los últimos años, por ejemplo, un gran auge entre los jóvenes. Pero, ¿qué ha pasado? Iba muy bien mientras no se competía. Ahora muchos jóvenes la rechazan, porque no quieren ir a competencias, porque dicen que en las competencias los jurados no son justos, en fin, que ya ha pasado a adolecer de los problemas del campeonismo. Y se va desvirtuando su esencia, su carácter participativo. ¿Por qué hay que competir? ¿Por qué hay que ganar? En el caso de los adultos, el deporte a nivel territorial no se ha resuelto: ¿Cuántas ideas no son posibles para que la gente vea el deporte como parte de su cultura? El deporte se ve como deporte, la Educación Física, como Educación Física  y, en el medio, hay un terreno de nadie que es el que propicia ese paulatino alejamiento de la cultura física de su función como parte de la cultura humana.

Margarita Arroyo (Metodóloga): Educamos al niño en el deporte como una obligación o como una meta: o se destaca y es una estrella y no nos interesamos por su cultura (no física), o lo desechamos simplemente como deportista. Nadie considera al deporte como una parte de la cultura.

Ynilo Figueroa (Sociólogo. Investigador): En general, la atención al fenómeno educativo en todas las esferas transita por una crisis, de lo que no escapa la Educación Física —más bien se agrava. ¿Qué imagen tenemos de nuestro profesor de Educación Física? Frecuentemente, la más negra. Yo tuve un profesor de Educación Física  que no respetaba ningún plan de estudios y aparecía en el terreno con cascabeles, sonajeros, animación. Y un día me di cuenta de lo mucho que me divertía en aquella clase. Demasiado tarde para agradecérselo. En cambio, yo he visto profesores regañar a los muchachos por hacer ruido en la clase de Educación Física , sin darse cuenta que eso significa que la están pasando bien, que es divertido estar allí, dar salida a esa energía. Pero la hemos convertido en algo totalmente plastilínico y ortopédico. Los fenómenos lúdicos son inherentes al ser humano, y eso no lo aprovechamos para aficionar al niño al deporte a través de los juegos. Y hay cosas que, de no aprenderse, hábitos que, de no instalarse antes de cierta edad (de seis a catorce años), no se aprenderán ni se instalarán nunca. Pero los peores salarios se pagan en la primaria y es ahí donde están las peores instalaciones —donde más falta haría.

 

Pies de barro

Ynilo Figueroa: Cierta vez yo estaba traduciendo a un especialista extranjero la explicación que le dábamos de la curva de selección del 2% de niños con altas posibilidades para la natación. Y el especialista sólo me pedía que preguntara por los de abajo, por el 98% restante. Hubo que responderle: No se está haciendo nada con ellos.

Pavel Prendes: Mira, en Cuba, con los recursos que se dedican al deporte de alto rendimiento hay para hacer buenos gimnasios a nivel de municipio. En cualquier país desarrollado (y, al menos, en el deporte elite somos un país desarrollado) existen esas instalaciones y asistir al gimnasio después de la jornada laboral es parte de los hábitos, de la cultura cotidiana del hombre: media hora de actividad física que da salud, no campeonismo.

Ynilo Figueroa: En Europa, que no gana en voleibol, vas a una secundaria y ves a los muchachos jugando en un encuentro interescuelas y te dan ganas de preguntar si es el equipo juvenil nacional. Por el nivel de juego. Aunque su equipo nacional no esté a la altura del nuestro.

 

¿De dónde son los cantantes?

Ynilo Figueroa: Y no me hablen de sistema espontáneo de cultura física que genera campeones. Aquí todo el mundo sabe de dónde salen los campeones: Van a la escuela y miden antropológicamente al niño, y si da la talla, va para una EIDE, y de ahí, si sirve, para una ESPA, y de ahí, si sirve, para el equipo nacional. Por eso después del crimen de Barbados no ganamos una medalla de esgrima en quince años. ¿Por qué? Porque el resultado de todo un trabajo hecho en laboratorio estaba montado en un avión. Fíjate en la siguiente desproporción: el 92% de los trabajadores del INDER atiende al 0,02% de la población del país: los atletas de alto rendimiento.

 

“El arte de ponerse el cuerpo”; en: Somos Jóvenes, n.º 137, La Habana, octubre, 1991.