Un artículo publicado en el diario español El Mundo, y firmado por Serguei Krushov, me trajo a la memoria la imagen de su padre, aquel Nikita Krushov que tan bien rimó con los coritos revolucionarios (Fidel, Krushov, estamos con los dos ¿o con los dov?), y después de la crisis de octubre, con los coritos en su contra (“Nikita, mariquita, lo que se da no se quita” ó “Nikita ni pone”).
Durante años perduró en mi memoria su imagen de típico “bolo”: bajito, gordo, calvo, de cara y manos anchas, su elegancia de guajiro con corbata y una sonrisa que le iluminaba toda la cara. No sé por qué, pero siempre que mencionaban al oso Misha, pensaba en él. Un oso de peluche: feo pero simpático. Durante años Fidel Castro nos bombardeó con su versión del Nikita débil ante la prepotencia norteamericana, que se “agachó” a la hora de la verdad y retiró los misiles, cosa que le costó el puesto. Claro que el orgullo herido de Castro, a quien no invitaron al partido en las grandes ligas de la política mundial, cosa que nunca olvidó, hay que descontarlo de la balanza.
La historia, ese periodismo de largo alcance, ha ido poniendo las cosas en su sitio. Visto el talante de sus críticos (Mao Zedong, Fidel Castro, los halcones del generalato soviético) y el personaje que le sucedería, aquel Brezhniev de triste memoria, me empieza a caer bien. Recordamos ahora que antes de Gorbachov, fue el único dirigente ruso que se atrevió a emprender una suerte de deshielo. Fue el que sacó a la luz las atrocidades de Stalin (con las que colaboró) y permitió que se publicaran libros como “Un día de Iván Denisovich”. Fue también el primero que intentó un diálogo cordial con Occidente, y en especial con Estados Unidos. Pero quizás lo más importante, lo que posiblemente le haya costado el puesto en 1964, dos años después de la Crisis de Octubre, fue que en una sesión del Consejo de Defensa de la URSS en 1963, anunció su intención de reducir el ejército de 2,5 millones de soldados a medio millón, y limitar la producción de blindados y otras armas, dado que el mantenimiento de 200-300 misiles operativos, disuadiría de cualquier ataque a la URSS. La agricultura y la construcción de viviendas serían los destinatarios del ahorro presupuestario. El malestar en el generalato abocado al paro debió ser monumental (y letal para Nikita).
Aquella crisis de 1962, dejó también muchos saldos positivos que a los cubanos de mi generación olvidaron explicarnos. Por primera vez la humanidad sintió que el fin de la especie era pavorosamente posible, y desde entonces ha velado con mucha más precaución por que la sangre no llegue al río. Por primera vez se estableció un canal directo de comunicación entre Moscú y Washington, que al menos en dos ocasiones posteriores ha evitado que un malentendido diera la excusa a los generales de gatillo alegre para armar los últimos fuegos artificiales de la historia. Se prohibieron los ensayos nucleares a cielo abierto, y la tensa situación en Berlín entró en una fase de distensión sin cordialidad. Algo es algo. Un compromiso que se ha cumplido durante cuatro décadas, ha evitado cualquier intento de invasión a Cuba. Derramamiento de sangre que habría hecho más difícil de lo que ya es el diálogo entre todos los cubanos de cara a un futuro democrático.
Cuando acusaban a Krushov de haber flaqueado durante la Crisis de Octubre, de haber sido el primero en parpadear, contestó: «Quien parpadea primero no es siempre el más débil. A veces es el más sabio». Y posiblemente a ese parpadeo debemos nuestra existencia y la de nuestros hijos. El que, aún contaminado, este planeta sea un sitio habitable, y que de nuestra especie quede mucho más que huellas y fósiles para los paleontólogos extraterrestres del porvenir. Y no es poco. Sobre todo después de conocer la carta donde Fidel Castro lo invitaba a golpear primero, con un rotundo desprecio por la humanidad, y en especial por el pueblo que dice representar, y al que indefectiblemente condenaba a la aniquilación.
Si descontamos al primero, los calvos han sido más beneficiosos para Rusia que los peludos. De haberse mantenido en el poder por más tiempo, y de no haber sido asesinado Kennedy, quizás la Guerra Fría no habría tardado un cuarto de siglo en descongelarse. Quizás un socialismo democrático habría sido posible. Quizás el destino de Cuba fuera otro. Y el de Afganistán. Y el de la propia Rusia, que hoy se reparten el KGV y las mafias. Es decir, las mafias. Pero aún sin todos los quizás, la mera constatación de los hechos hace que cada día me caiga mejor el bolo por excelencia, el Oso Misha, y hasta me atrevería a cantar: “Nikita y Kuschov, estamos con los dov”.
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