El archipiélago global

29 10 2001

Circula en Internet un chiste sobre cierta organización norteamericana que pretendió celebrar un debate sobre la escasez de alimentos en el resto del mundo. Pero fue imposible. Cuba no sabía qué significaba «debate». Europa ignoraba qué quería decir «escasez». África no logró descifrar el término «alimentos». Y Estados Unidos decidió contratar a un grupo de especialistas para que le explicaran qué era «el resto del mundo».
Como si pretendiera corroborarlo, el pasado 11 de octubre, el presidente norteamericano George Bush se asombró públicamente del «odio» hacia Norteamérica que percibía en los países árabes. Nadie podría afirmar que ese «odio» es generalizado, pero sin dudas existe. Y una parte se debe al sentimiento de frustración colectiva en los países islámicos. Abatidos por la miseria o subvencionados por los petrodólares que no se han traducido en mayores índices de desarrollo, sienten que están perdiendo el tren de la modernidad. Y la respuesta ha sido una mirada nostálgica a la pasada grandeza o la celebración de la parálisis histórica. Occidente es el chivo expiatorio, porque, salvo excepciones, los ideólogos islámicos se muestran incapaces de enfrentarse críticamente a sus propias responsabilidades. Aunque otra parte de ese «odio» al que Bush se refería, ha sido ganado en buena lid, gracias al apoyo irrestricto a Israel; el empecinado embargo a Irak, que afecta sobre todo a los civiles; las políticas miopes e interesadas ante los conflictos de esas naciones y su alianza estratégica con los poderes más retrógrados y corruptos del Islam que, en su afán por mantener fueros medievales y exportar la interpretación torcida que los sustenta, tampoco están interesados en entender qué significa «el resto del mundo», salvo que se trate de adquirir yates high tech o invertir sus obscenas ganancias en paraísos fiscales. Aunque sería más exacto afirmar que el primer interés de los petrojeques no es excluirse a sí mismos, sino evitar que una información clara y transparente sobre «el resto del mundo» contamine a sus súbditos. De ahí que Al Yazira (La Isla), a la que se ha llamado la CNN árabe, creada originalmente por el Servicio Mundial de la BBC con la cooperación de Orbit, del Gobierno saudí, entrara rápidamente en conflicto con los washabitas cuando éstos intentaron censurar un programa sobre la casa real saudí.
En 1996, el emir de Qatar contrató al equipo de periodistas árabes entrenados por la BBC y les ofreció cinco años de financiación e independencia de criterio; al cabo de los cuales, este canal de noticias y documentales que lo mismo entrevista a miembros de Hamás que a portavoces israelíes, o debate feminismo e Islam en una mesa redonda, tiene una audiencia estimada de 35-40 millones de personas en todos los países de la región, y entre los árabes que han emigrado a Occidente. Una Isla de información seria en un entorno donde la libertad de prensa no es precisamente lo que sobra.
Acusada primero por Estados Unidos de ser el altavoz publicitario de Bin Laden, Yosri Youda, director editorial de Al Yazira en Londres, respondió que tenían la suerte de ser los únicos en Kabul, como la CNN tuvo la suerte de ser la única cadena en Damasco cuando la Guerra del Golfo. Y ello no presuponía una complicidad de la CNN con Sadan Hussein.
Claro que la objetividad es siempre relativa. Si observamos sus transmisiones sobre el conflicto, veremos que sin dar la espalda al «resto del mundo», el peso de la información está condicionada por su público, por su Isla particular de teleespectadores, que acceden inmediatamente a lo que los medios norteamericanos han decidido silenciar o atenuar: el efecto en tierra de los bombardeos, los «efectos colaterales», la población hambreada que huye despavorida, las protestas en diferentes países. Incluso la administración norteamericana, que hasta ahora había hecho hincapié en facturar una visión de la guerra de cara a sus electores, ha comprendido la necesidad de dirigirse a ese «resto del mundo» directamente involucrado: los países islámicos. De modo que durante los últimos quince días Hefez al Mirazi, delegado de Al Yazira en Estados Unidos, ha sufrido un verdadero acoso de políticos norteamericanos deseosos de dirigirse al público árabe: Colin Powell, Condoleezza Rice, Donald Rumsfeld ya han ofrecido a través de La Isla su versión de los hechos.
En sentido contrario, el público norteamericano continúa recibiendo una cuidadosa selección de los acontecimientos, y difícilmente las grandes cadenas de la nación admitirían —tras la concertación de un pacto de prudencia y silencio con el Gobierno— transmitir entrevistas equivalentes a Bin Laden o al mullah Omar.
Como en tiempos de paz, las palabras son armas. Sólo que en tiempos de guerra se insulariza la «libertad de información», y los ciudadanos comienzan a recibir la parcela de la verdad que se considera adecuada: imágenes asépticas de la guerra tomadas por los satélites, blancos abatidos con exactitud milimétrica, tropas dispuestas al combate. Es entonces cuando la información se acerca peligrosamente a la propaganda, según un modelo que los cubanos conocemos bien. Porque la prensa totalitaria se adapta mejor a los intereses castrenses (no es una errata, aunque también).
En el caso de Cuba, a la insularidad geográfica, se añade la insularidad de la información sobre este conflicto, eximiendo a los lectores de todo «efecto colateral». Los titulares de un solo día, por ejemplo, recitan:
«Bombardeos calificados de carnicería en localidad afgana».
«Se multiplican en todo el mundo las manifestaciones contra la guerra».
«Pide comisionada de Derechos Humanos de la ONU cese de los bombardeos».
«Ulemas afganos llaman a la guerra santa».
«Anuncia Bush la supuesta neutralización de la red Al Qaeda».
«Mito y realidad de las Fuerzas Especiales de EE.UU.».
Conclusión: Ante el repudio universal, Estados Unidos masacra al pueblo afgano, que se defiende con valentía, haciendo «supuesta» la neutralización de la red (sólo «red», como Internet, no red terrorista) Al Qaeda; cosa que está en veremos, dado que las Fuerzas Especiales norteamericanas son más mito que realidad.
Y aunque en una mesa redonda se admite «que 36 países han ofrecido medios militares a Estados Unidos, otros 46 dan ayuda adicional, 23 derecho a aterrizaje de naves aéreas y 23 instalaciones de alojamiento para personal de guerra norteamericano», algo que no juega muy bien con el «rechazo universal»; se escamotea el respaldo de Rusia o China, el apoyo de Arafat y de la conferencia de países árabes a Norteamérica, o la tácita confesión de bin Laden y su intención de multiplicar masacres como la de Nueva York. Se escandaliza la prensa cubana, eso sí, de la censura impuesta a la prensa en Estados Unidos, y de los amplios poderes concedidos al FBI, «una práctica muy peligrosa por cuanto se aprueban leyes y enmiendas que no se leen ni se discuten, todo con el pretexto de la situación excepcional que vive el país». Algo así como el aura diciéndole pescuecipelao al guanajo.
Muchas cosas nos demuestra esta guerra. Una de ellas es que el planeta no es tan global como parecía. Empezando por la verdad, corregida y editada a la medida de los intereses de cada cual, insularizada hasta el punto de que bien podríamos sutituir la tan cacareada «aldea global» por el «archipiélago global», donde habitan los robinsones de la verdad mediática, que es tan fácil confundir a veces con la verdad a medias.





Nuestra señora de los espías

24 10 2001

El 11 de febrero de 1858, en las afueras de la ciudad francesa de Lourdes, región de los Altos Pirineos, cerca de la gruta de Massabielle, ocurrió la primera de las dieciséis apariciones marianas. Aunque las visitas celestiales eran en exclusiva para una joven campesina llamada Bernadette Soubiron, pronto se convirtió en un fenómeno mediático, y posteriormente sanitario, económico. De modo que hasta fines de 1998 los archivos de la Oficina Médica de Lourdes registraban 6.772 curaciones, de las que 66 han sido declaradas «milagrosas» por la Iglesia.

Sesenta kilómetros al sur de La Habana, en otra localidad también llamada Lourdes, ha funcionado durante 37 años un Centro Radioelectrónico de espionaje ruso. Lo milagroso de este suceso es que, surgido en plena era glacial de las relaciones cubano-soviéticas, tras el berrinche de Fidel Castro contra Kruschev por llevarse los misiles en 1962 sin pedirle siguiera su opinión; haya sobrevivido al desplome del campo socialista. Milagroso que perdurara tras la casi extinción de las relaciones cubano-rusas, y el fin de la guerra fría. Que se mantuviera en activo durante la Era Yeltsin. Y, más milagroso aún, que sea el antiguo KGB Vladimir Putin quien le dé el tiro de gracia.

El cierre de la estación anunciado por los rusos fue intempestivo y tomó por sorpresa a La Habana, dado que se encontraban en esos momentos en conversaciones sobre el destino de la base y la exigencia de los eslavos de disminuir drásticamente los US$200 millones anuales de arrendamiento. Claro que la prisa de Putin se debía al deseo de anunciar en el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) de Shanghai dos obsequios para sus nuevos aliados norteamericanos: el desmantelamiento de la base vietnamita de Cam Ranh, y del Centro de espionaje Radioelectrónico en Cuba. Y lo anunciaron.

Putin se refirió al «mundo rápidamente cambiante» y a las nuevas «prioridades»: la lucha contra el terrorismo internacional —donde incluye a sus secesionistas chechenos—. Claro que el señor Fidel Castro no parece dispuesto a asumir los cambios de este mundo, y sus prioridades son las mismas de siempre. Habló también el presidente ruso de la base cubana como “tarea secundaria”, cosa que desde Kruschev siempre duele al mandatario cubano quien, según Putin, «ha sido informado de ello». Informado no significa consultado. Cómo le dolería que el presidente norteamericano afirmara al respecto que esta “es otra indicación de que la Guerra fría terminó. El presidente Putin entiende que Rusia y Estados Unidos ya no son adversarios».

La reacción del gobierno cubano ha sido inmediata y virulenta, subrayando en su declaración oficial del 17 de octubre que:

1-A diferencia de Cuba, Vietnam es un país que no corre riesgos de agresión por Estados Unidos, país con el que mantiene relaciones normales.

2-“A pesar de incumplimientos flagrantes de acuerdos, daños económicos y riesgos para Cuba”, el gobierno accedió a la permanencia del centro de Lourdes. Los 200 millones de arrendamiento —fueron 90 en 1992, 160 entre el 93 y el 95, y 200 desde 1996—no son ni el 3% del daño ocasionado a Cuba por la desintegración del campo socialista y “la anulación unilateral de todos los convenios”.

3-“Cuba se beneficiaba con parte de la información adquirida, relativa a la seguridad de nuestra Patria”.

4-Las presiones rusas para rebajar el precio de arrendamiento eran “algo habitual cada año en los análisis de los incumplimientos reiterados de las obligaciones por la parte rusa”. Aunque de un tiempo a esta parte se habían producido “exigencias injustificables y exageradas de reducir el pago de los servicios, dada la triplicación del precio del combustible, principal producto de exportación de Rusia, y la evidente mejora de su economía, que se expresaba, entre otros hechos, en que las reservas crecieron de aproximadamente 12 mil millones a más de 30 mil millones”.

5-Este “sería el momento más inoportuno” para desmantelar el centro de espionaje, dada “la política agresiva y belicista del gobierno de Estados Unidos”, de modo que “muchos países están amenazados”. Siendo esto “un mensaje y una concesión al gobierno de Estados Unidos que constituía un grave peligro para la seguridad de Cuba”.

6-Asegura que “el acuerdo sobre el Centro Radioelectrónico de Lourdes no está cancelado, ya que Cuba no ha dado su aprobación, y resultará necesario que Rusia continúe negociando con el Gobierno cubano”.

Una prueba de que al gobierno cubano no le es ajeno el sentido del humor, es la tesis de que quizás Putin “debido al cambio-horario, no tuvo oportunidad de recibir a tiempo nuestros (…) argumentos”, o que Cuba mantiene un gran respeto por Rusia y se abstiene de hacer cualquier crítica.

Algo que la declaración cubana no explica es por qué Vietnam, el país que ha sostenido con Estados Unidos la guerra más larga y sangrienta, mantiene hoy relaciones normales con ese país. O por qué el Vietnam devastado hace veinte años, presta hoy ayuda económica a Cuba. Tampoco se menciona, cuando se habla de “incumplimientos flagrantes de acuerdos” por parte de los rusos, o cuantiosos daños como consecuencia de la desintegración del campo socialista, que Cuba debe a Rusia 20.000 millones de dólares, deuda que al parecer ha apuntado en el hielo. Aunque se afirma que Cuba se beneficiaba de información obtenida por los rusos (lo que nos permite matizar la casi-afirmación cubana de que mantener la base era un evento solidario), no se dice con quién la compartía, a cambio de qué o a quién se la vendía.

Recordar precisamente ahora la mejoría de la economía rusa, es cuando menos sorpresivo para el lector cubano. Los crédulos lectores de Granma, en los últimos 10 años, sólo han recibido noticias de que Rusia y sus antiguos socios del Este se han hundido en la miseria y la desesperación.

Cuando la declaración cubana afirma que éste “sería el momento más inoportuno” para desmantelar el centro, al estar Cuba casi a punto de ser invadida, ni se le ocurre que puede ser el momento más oportuno para Rusia, cuya cancillería acaba de afirmar: «Es evidente que nosotros esperamos medidas recíprocas. Los centros de inteligencia electrónicos estadounidenses creados en el período de la Guerra Fría continúan sus actividades en países vecinos de Rusia». Tal como afirmó el 18 de octubre en la televisión rusa el Teniente General (retirado) Nicolai Leonov, ex jefe de la dirección de análisis de la Inteligencia soviética, “los ucranianos lanzaron un cohete contra nuestro TU-154 y los norteamericanos fueron los primeros en detectar que fue tumbado por un cohete”. Demostrando que para Rusia es más importante el cese del espionaje norteamericano que su base cubana.

La declaración gubernamental cubana tampoco esclarece por qué el país se encuentra entre los que dan cobijo al terrorismo. Podría deberse a la presencia en la Isla de especialistas en demolición del IRA, narcoguerrilleros colombianos, y tiradores a la nuca pertenecientes a ETA. Aún así, difícilmente Cuba sea atacada. Claro que no sorprende a nadie la viaja táctica de “ahí viene el lobo” de cara al mercado interno. Es una técnica que ya practicaban los pastores del Viejo Testamento para evitar la desbandada de sus ovejas.

Lo que sí necesita desesperadamente La Habana, en un momento en que peligran las remesas de los exiliados, son esos 200 millones.

Por último, es risible que La Habana declare nula la decisión rusa hasta tanto no negocien con ellos, cuando los rusos pueden, simplemente, recoger sus maletas y dejarles de recuerdo un mausoleo al espionaje del siglo XX.

El exilio cubano ha reaccionado de dos modos diametralmente opuestos, pero igualmente erróneos a la noticia: Una parte subraya que el cierre de la estación «no aminora el peligro de Fidel Castro». La otra, augura que este hecho contribuirá a normalizar las relaciones de La Habana con Washington. Ni la una ni la otra. A pesar de su política de beligerancia retórica (dirigida básicamente al lector doméstico), Cuba no constituye un peligro para Estados Unidos. Tampoco se producirá ningún cambio como consecuencia. La razón es sencilla: el señor Fidel Castro necesita la beligerancia para justificar la desastrosa realidad cubana, y para concitar la cada vez más escasa y nostálgica solidaridad internacional. El destino de sus súbditos es secundario. Su papel de agitador local es cada vez más exiguo. Y sin poderosos aliados, su capacidad económico-militar de fomentar la subversión o mantener guerras externas es, simplemente, nula.

Pero bien podría el mandatario cubano aprovechar las ruinas de Lourdes, e instaurar un centro de peregrinaje y descanso para los espías del planeta, con jacuzzi y conferencias de terroristas vascos, colombianos o irlandeses. En definitiva, la Lourdes gala, con menos de 20.000 habitantes, algunos milagros y mucho marketing, se ha convertido en la segunda ciudad hotelera de Francia, con un total de 278 instalaciones. Ahora que decae el turismo de sol y playa, puede que San Dzerzinsky lo salve de la ruina.

 

La virgen de los espías”; en: Cubaencuentro, Madrid,24 de octubre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/internacional/2001/10/24/4467.html.

 





Ántrax que anochezca

19 10 2001

Remedando a Reinaldo Arenas, este sería el título de la novela epistolar que está publicando por entregas Osama Bin Laden, su organización Al Qaeda, o quien se encuentre tras la invasión de Ántrax que tiene aterrada a la población norteamericana, y en estado de temor latente al resto de Occidente. Ántrax que anochezca en Occidente, y amanezca para el Islam, podría ser el slogan de esta campaña.

Bob Stevens fue la primera víctima. Ya superan la veintena los casos reportados. Y pueden ser muchos más en un plazo relativamente breve.

El bioterrorismo, que hasta el momento ha atacado La Florida, New York y Nevada, nos demuestra lo fácil y económico que resulta perpetrar un ataque cuando se plantea una guerra donde no existe ningún distingo entre militares y civiles, entre culpables e inocentes. Para los bioterroristas, Occidente es culpable, por lo que puede celebrarse como baja enemiga la muerte de un senador, de un soldado, de un periodista o de un niño, siempre que resida en suelo enemigo.

Judith Miller, experta en bioterrorismo y periodista del New York Times, ha restado importancia a este modo barato de “sembrar el terror” empleando algunas esporas y un puñado de talco. Pero precisamente en su facilidad y bajo coste se encuentra su pavoroso potencial: no se requieren sofisticados medios de distribución ni tecnología punta. Bastan algunos sobres y sellos, o dejar caer un bidón de líquido en la presa que abastezca de agua a una población, o reventar un bote de gas en un vagón del metro. Más fácil aún si el terrorista, para llevarse por delante a un centenar de infieles, está dispuesto a viajar directo al paraíso, donde le aguarda una cuadrilla de huríes (sin burka).

Porque en el argot del terrorista no hay víctimas colaterales. Todo Occidente es culpable.

Estados Unidos, en cambio, deberá jugar con otras reglas si no desea incurrir en la misma barbarie que combate. La Casa Blanca ya ha reconocido algunos errores y víctimas colaterales de sus bombardeos. El último, un depósito de Kabul perteneciente a la Cruz Roja. Y antes que acabe la guerra, serán reportados más, con su saldo de afganos inocentes, víctimas por igual de la venganza estadounidense y de la soberbia medieval de los talibanes. Por muy buena vista de que se precien los satélites espías, por muy pavorosamente perfectos que sean los misiles y los bombarderos, siempre habrá un fallo técnico o un error humano que se traduzca en un montón de cadáveres y edificios mutilados.

Al tomar Kabul en 1996, los talibanes cañonearon con saña la ciudad, convirtiéndola en devotas ruinas. Jamás contabilizaron sus víctimas colaterales, quizás porque al enviarlas al cielo con sus obuses bendecidos, les hacían un enorme favor.

Documentos confidenciales redactados por personal de la ONU en Afganistán dan fe de que los talibanes, bajo las órdenes del mulá Muhamed Omar, cometieron 15 matanzas de civiles en el norte y el oeste del país, durante los últimos cuatro años, para imponer su ley. Ciento setenta y ocho personas fueron asesinadas en Yakaolang. Las víctimas han sido preferentemente hazaras, de profesión shií. Entre los asesinos figuran, además de los talibanes, milicianos paquistaníes y activistas de Al Qaeda. Los talibanes negaron los hechos y, según la Oficina de la Alta Comisionada de la ONU para los derechos humanos, Mary Robinson, se negaron a recibir una comisión investigadora. En su retórica, los talibanes tampoco contabilizaron a esos civiles como víctimas colaterales. El mero hecho de no querer someterse mansamente a su ley los convertía en enemigos, no sólo de los mulás y sus estudiantes, sino de la fe.

Tampoco contabilizan, por supuesto, las vidas anuladas, los cadáveres de medio Afganistán que caminan dentro de esas tumbas portátiles, las burkas.

Y ahora mismo, Francesco Luna, portavoz del Programa Alimentario Mundial (PAM) notifica que un convoy de alimentos atravesó sin obstáculos la frontera por Peshawar hacia Kabul. Pero otro convoy, cargado con 475 toneladas de alimentos en 15 camiones, y que debía dirigirse desde Quetta hacia Herat, en el oeste del país, se encuentra detenido. La causa es que los talibanes imponen al convoy un “impuesto” de 32 dólares por tonelada y exigen la garantía de que el trigo no sea norteamericano. Sin ser especialista en lógica islámica, el sentido común se resiste a semejante monstruosidad: quienes dicen defender Afganistán contra el Imperio del Mal, extorsionan a los organismos internacionales que pretenden paliar la hambruna de su propio pueblo. ¿Quién será el culpable de que miles de personas mueran colateralmente de hambre? Desde una lógica aberrante y un total desprecio hacia la vida de sus compatriotas, se entendería que rechazaran la limosna de Occidente. Pero la admiten, siempre que Occidente les pague por ello.

Los talibanes que hasta ayer no aceptaban periodistas occidentales en el país, ahora los invitan a tournées colaterales, mostrando niños heridos, edificaciones civiles derruidas y aportando cifras de muertos imposibles de comprobar, pero que algunos medios dan por buenas.

Si los talibanes han convocado la yihad, que en su interpretación es la cruzada total contra los infieles, bien podrían aplicar este razonamiento al bando contrario, y considerar que para Estados Unidos todo hijo de Alá es un enemigo —una tesis que incorporan a sus soflamas dirigidas al mundo islámico—. Para los talibanes un campesino o un niño bombardeados deberían ser mártires de la fe y no víctimas inocentes. Pero no es así, precisamente porque quienes prescinden de toda limitación moral en sus ataques terroristas, sí toman en cuenta las limitaciones morales del enemigo.

Suponer a los mulás estrictos fundamentalistas dispuestos al martirologio en nombre de su fe empieza a ser un concepto difícil de compaginar con la extorsión, los rejuegos del marketing y la doble moral, el enrolamiento forzoso de fieles ma non tropo, y los indicios de una muy reciente disposición a pactar condiciones para un cese de los ataques (con el propósito, sin dudas, de conservar una suculenta tajada del poder).

No es ocioso airear los “daños colaterales” como consecuencia de los bombardeos. Y Occidente, en consonancia con sus principios, tiene la obligación de minimizar los efectos nocivos de esta guerra sobre los civiles, paliar la hambruna y contribuir mañana a la reconstrucción de ese país. Pero quienes se escandalizan ante una bomba que destruye un depósito de Cruz Roja, también deberán escandalizarse, con el mismo entusiasmo, ante el peor efecto colateral que ha sufrido Afganistán en su historia: la barbarie de los talibanes y sus colaboradores de Al Qaeda, dispuesta ahora a extenderse ántrax que anochezca, y si nadie se lo impide, a todo Occidente.

Antrax que anochezca”; en:El Nuevo Herald, Miami, 31 de octubre, 2001 http://www.miami.com/elnuevoherald/content/opiniones/digdocs/110367.htm.

Ántrax que anochezca”; en: Cubaencuentro, Madrid,  19 de octubre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/internacional/2001/10/19/4377.html.





Coincidencias

4 10 2001

El 6 de octubre de 1976, el avión CUT 1201 de Cubana de Aviación, sufrió un atentado terrorista en las proximidades de Barbados. Tras infructuosos esfuerzos para alcanzar el aeropuerto, el avión se precipitó al mar a escasas millas de la playa. De las 73 personas que se encontraban a bordo —su único delito era ser cubanos residentes en la Isla que viajaban en un avión cubano—, sólo unos pocos despojos fueron hallados. En aquella ocasión, Cuba sometió al Consejo de Seguridad el proyecto de Resolución S/23990, para que actuara contra los culpables. Pero el proyecto no fue considerado.

Veinticinco años después de aquel acto de barbarie, la Asamblea Nacional del Poder Popular convoca una sesión extraordinaria para rendir tributo a las víctimas, al tiempo que otro episodio de terror tiene al planeta en los umbrales de una guerra cuyas proporciones, alcance y duración aún se desconocen.

Esta vez las Naciones Unidas solicitan unidad a todos los países miembros para evitar el terrorismo, medidas de control sobre las armas químicas, nucleares y bacteriológicas. Una resolución urgente del Consejo de Seguridad (dictada tras “rápidas y poco transparentes negociaciones” según el embajador cubano ante la ONU), acogida al capítulo 7 de la Carta de las Naciones Unidas, obliga a los 189 Estados miembros a negarle asilo y apoyo de cualquier tipo, incluido el político, a los terroristas, cooperar en las investigaciones, facilitar ayuda e información, y congelar los activos financieros vinculados al terrorismo. Se debate en estos momentos un tratado internacional para concertar una campaña contra el terrorismo de alcance mundial. Un tratado que posiblemente incorpore los 12 acuerdos internacionales existentes en materia de terrorismo, a cuya aprobación se insta con urgencia. Esperemos que la definición de la palabra “terrorismo” haya quedado suficientemente aclarada —la delegación cubana exige esclarecer el término, para evitar aceptar sin más la definición que ofrezca la potencia hegemónica—, como para que los Estados acuerden la ratificación de los acuerdos por la vía rápida. Los terroristas, por su parte, no sufren ninguna vacilación semántica.

En medio de esta cruzada global, el primero de octubre, el representante permanente de la República de Cuba ante la ONU, Bruno Rodríguez, citó al señor Fidel Castro, quien en discurso reciente afirmó que el terrorismo “no puede ser nunca instrumento de una causa verdaderamente noble y justa», y que “la comunidad internacional debe crear una conciencia mundial contra el terrorismo”. En lugar de la guerra, que sería “el comienzo del fin del tan proclamado Estado de Derecho”, el embajador cubano en la ONU propone que sea la Asamblea General, más multitudinaria y democrática que el selecto Consejo de Seguridad, la que implemente y organice una estrategia mundial contra el terrorismo, llegando incluso al uso de la fuerza, pero “con extrema prudencia y responsabilidad”. Pide La Habana sortear hegemonismos, dobles raseros o selectividades políticas, invita a convocar “una Conferencia de Alto Nivel sobre el Terrorismo Internacional, la creación de un Centro de Cooperación Internacional y la negociación de una Convención General sobre el Terrorismo Internacional”.

Aunque se declara terminantemente contrario a participar en cualquier acción militar, que antes tendría que contar con la autorización expresa del Consejo de Seguridad, el embajador de Cuba asegura que cooperará de buena fe contra el terrorismo y que “nuestras finanzas son transparentes y nuestros bancos no atesoran ni lavan dinero mal habido (…)nuestras instituciones no venden ilegalmente información o tecnologías, ni toleran el tráfico de armas ni sustancias peligrosas; ni nuestras fronteras amparan el crimen transnacional”.

El embajador reitera que la ONU deberá otorgar el peso decisivo a la Asamblea General, en contra del elitista y minoritario Consejo de Seguridad, y que debería abolirse el derecho al veto.

Coincido en que el terrorismo es un mal de alcance global, y que globalmente debe ser repudiado. No se puede censurar el terrorismo de Estado que ejerce Israel, y hacer silencio ante el estruendo de los hombres-bomba. O viceversa. Ni condenar el terror sembrado por los paramilitares y olvidar el que ejerce la guerrilla. O condenar una posible bomba en Panamá, mientras se elude condenar las bombas de ETA.

Coincido en que se promueva un consenso internacional contra el terrorismo, se debata la semántica y hasta la semiótica del término. Pero la comunidad internacional no se puede enfrascar de brazos cruzados en discusiones bizantinas. Sería un insulto a los que yacen aún bajo las Torres Gemelas, a los cadáveres de Cachemira, las niñas aterradas de Belfast o los concejales de Bilbao que se despiertan a medianoche con la pesadilla del tiro en la nuca.

Coincido en que cada país tenga el derecho de alinearse (o no) en la próxima guerra; pero a todo país le asiste la obligación de cooperar sin titubeos en la extirpación de cualquier terrorismo. La neutralidad o el silencio son en este caso tan perversos como cómplices.

Coincido en que quienes volaron el avión de Cubana hace un cuarto de siglo merecen castigo. Y los que atacaron NY. Y los que derribaron el avión civil de Hermanos al Rescate. Los patrocinadores de los hombres-bomba y los artífices del asesinato high-tech en Israel. Los que hundieron el remolcador Trece de Marzo y los que dejan a su paso en Colombia cosechas de coca y de cadáveres.

Coincido con el gobierno cubano en que la democratización de la ONU es un imperativo global. Un selecto club de naciones no tiene por qué dictar las normas que deberán cumplir todas las naciones. O vetarlas graciosamente cuando no sean de su agrado. Un mundo globalizado demanda órganos que respondan a los intereses de la humanidad, y no de sus segmentos elegidos. E iría más lejos en mi apoyo a las autoridades cubanas en su afán de democratizar el órgano supremo de las naciones. ¿Por qué debe valer lo mismo el voto de un país de 11 millones, que el voto de un país de 1.000 millones de habitantes? En términos de estricta democracia, es absurdo. Aún más: Si queremos que el órgano supremo sea un reflejo cabal de las aspiraciones de toda la humanidad, deberíamos garantizar que quienes asumen la voz y el voto de sus pueblos sean verdaderamente sus representantes, democráticamente electos. Promover la democracia entre las naciones mientras se admite su ausencia dentro de las naciones es una manipulación falaz de la estadística.

El terrorismo jamás ha sido democrático, salvo en el desprecio y la indiferencia hacia la naturaleza de sus víctimas.

Leyendo lo anterior, me percato de que en este asunto mis coincidencias con el gobierno cubano son casi unánimes.

Habría que ver si ellos, en reciprocidad, coinciden conmigo.

 

Coincidencias”; en: Cubaencuentro, Madrid,4 de octubre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/internacional/2001/10/04/4114.html.

 





Libertad vigilada

24 09 2001

Los detectores de metales y los scanners en los aeropuertos, que hoy nos resultan habituales, despertaron en su día la repulsa de quienes los interpretaron como atentados contra su intimidad, es decir, contra su libertad. Ante el crecimiento de la violencia callejera en el País Vasco, se debatió la colocación de cámaras que monitorearan las calles. De inmediato hubo protestas en nombre del derecho a la intimidad. Podrían citarse muchos ejemplos de cómo prevalece la libertad individual sobre cualquier intento de control: países donde la huella dactilar no consta en el carné de identidad, o donde ese documento no existe. El rechazo ante cualquier intento de controlar los contenidos de Internet. La estricta inviolabilidad de las comunicaciones. Etcétera.

Pero en breve tendremos que habituarnos a scanners más sofisticados, policías armados en los aviones, un control más riguroso de los movimientos de las personas, y (sepámoslo o no) se practicará un rastreo minucioso de las comunicaciones. Nuestro margen de intimidad y libertad se verá reducido. El argumento será nuestra seguridad. Y tendrán que implementarse los mecanismos para que ese argumento no se convierta en coartada.

La libertad de prensa, otra de las intocables, también ha sido puesta en entredicho tras los sucesos de New York y Washington. Pacto o censura, lo cierto es que las cadenas de televisión se abstuvieron de mostrar mutilaciones y cadáveres. Sea cual sea la razón, es de agradecer que no añadieran más horror visual a la tragedia. La presa cubana, por supuesto, anotó de inmediato el “atentado contra la libertad informativa”. Viniendo de la prensa insular, que ha patrocinado el derecho al silencio, no se sabe si es cinismo o sentido del humor.

De cualquier modo, una batalla global contra ese enemigo clandestino que es el terrorismo tendrá que verificarse en muchos campos subterráneos. Y nuestro derecho a estar informados, quedará condicionado por el éxito de las acciones.

El periodista Randy Alonso Falcón, una de las voces más oficiales de la prensa oficial cubana, acaba de publicar un artículo titulado “Lo que vendrá”, donde acusa a la administración norteamericana de aprovechar la seguridad como argumento para autorizar las escuchas telefónicas indiscriminadas, ejercer el espionaje en Internet, otorgar más dinero a sus agencias de inteligencia para vigilar mejor a los ciudadanos, y reforzar la presencia de cámaras y satélites que atisben cada rincón del mundo. Flagrantes violaciones de lo que él llama la “sacrosanta libertad”.

A Cuba, por supuesto, no se la puede acusar de atentar contra esas libertades. Si la correspondencia es violable, las conversaciones telefónicas pueden ser intervenidas sin impedimentos, no existe el derecho a acceder a los contenidos de Internet y husmear el correo electrónico es práctica habitual, ¿qué necesidad hay de vulnerar un derecho que no existe? Cuba no posee una red de cámaras monitoreando sus calles, ni satélites espías. Pero antes que cualquiera de esos artilugios se pusieran en circulación, ya había establecido una espesa red de CDR espías, el expediente que te acompaña del salón de parto al cementerio, los estrictos controles al desplazamiento de los ciudadanos, y otros muchos mecanismos que sustituyen, con resultados equivalentes o mejores, a la costosa tecnología. De modo que en el país “siempre hay un ojo que te ve”, y no es precisamente el de Dios.

La dicotomía libertad/seguridad será objeto, sin dudas, de múltiples debates en un futuro próximo. Puede que existan medios para garantizar la segunda sin lesionar seriamente la primera. Puede que debamos convivir con ciertos recortes de nuestras libertades si aspiramos a que el terrorismo que las usa precisamente para exterminarlas sea erradicado. Como en su día la libertad sexual tuvo que resignarse a convivir con las precauciones imprescindibles para protegerse del SIDA.

El terrorismo no germina bien en libertad. Nace a partir del pensamiento cautivo y de una concepción totalitaria que excluye al otro de todo discurso alternativo y, de ser posible, del cerebro que lo factura. Eso que el diccionario define como “dominación por el terror” o “sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror” tradicionalmente ha sido patrimonio de sociedades donde la libertad ha sufrido drásticos recortes. O de grupos excluidos de dar solución democrática a sus aspiraciones. O de quienes, incapaces de alcanzar un consenso que avale sus pretensiones, han decidido ganar la mayoría absoluta por falta de quórum en el bando contrario.

Pero ese mismo terror, que desprecia la libertad ajena empezando por el derecho a la vida, necesita la libertad para alcanzar sus fines. Necesita libertad de movimiento y de comunicación; necesita el derecho a la intimidad donde fragua sus planes (y de una legislación que lo proteja); necesita incluso la libertad de adquirir sin mayores obstáculos los medios para perpetrar sus actos. El terrorista, a pesar de despreciar al “otro”, se mueve mejor en medio de la otredad: sociedades multiculturales y abiertas donde sus rasgos, su acento, su soledad, se difuminen en el mejor escondite: la multitud. La libertad, que es la “facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”, garantiza por definición su potestad de obrar de la forma que entienda y, claro está, de ser responsable de sus actos.

Y hacer al terrorista responsable de sus actos, requerirá vidas, recursos, esfuerzos, concertación entre naciones, eliminación de “santuarios” donde por razones políticas o legales el terrorista encuentra cobijo seguro. Y requerirá, posiblemente, que cada uno de nosotros done a esa lucha una partícula de nuestra libertad, si queremos conservar el más importante de los derechos: estar vivos.

Libertad vigilada”; en: Cubaencuentro, Madrid,  24 de septiembre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/opinion/2001/09/24/3951.html.

 





Demencia cerril

20 09 2001

Desde la declaración inicial de condolencia por las víctimas de los actos terroristas contra Estados Unidos, y la oferta de ayuda humanitaria al vecino del norte, hecha pública por el Señor Fidel Castro, la prensa cubana ha dejado traslucir una suerte de satisfacción contenida. La moraleja de los textos propios y los refritos de la prensa internacional cuidadosamente seleccionados, es que “donde las dan, las toman”. Y que lo sucedido no es sino la inevitable reacción a la acción norteamericana en el mundo. Esta ambigüedad ha oscilado entre el pésame y la revancha, sin precisar una postura diáfana y oficial sobre la inevitable reacción norteamericana a lo que ya se ha calificado como un acto de guerra. Hasta hoy.

Con fecha 19 de septiembre, y bajo el título “No todo está perdido todavía”, el diario Granma publica una declaración oficial del gobierno de la República de Cuba. Tras una fugaz referencia al acto terrorista, se habla de que como consecuencia han resucitado “viejos métodos y doctrinas que están en la raíz misma del terrorismo”, “se escuchan frases” de dirigentes norteamericanos, no oídas, según Granma, “desde los tiempos que precedieron a la Segunda Guerra Mundial”. No hay que ser muy listo para invocar a la Alemania nazi.

Más adelante cuestiona el gobierno cubano si Estados Unidos persigue la justicia o imponer una tiranía universal. Y señala que bien podría abrogarse el derecho de asesinar a cualquiera que estime conveniente en cualquier lugar del mundo, recordando de paso a Patricio Lumumba y los atentados contra el Señor Fidel Castro, investigados por el propio Senado norteamericano. Con lo cual hace una interesante acotación, porque la Asamblea Nacional del Poder Popular jamás sería autorizada a investigar el derribo de la avioneta de Hermanos al Rescate, o el hundimiento del buque 13 de Marzo, por ejemplo.

En un párrafo donde muestran un inusitado pudor, se declara que “Tan grave como el terrorismo, y una de sus formas más execrables, es que un Estado proclame el derecho de matar a discreción en cualquier rincón del mundo sin normas legales, juicios y ni siquiera pruebas. Tal política constituiría un hecho bárbaro e incivilizado, que echaría por tierra todas las normas y bases legales sobre las que puedan construirse la paz y la convivencia entre las naciones”. Un texto que no parece elaborado por el mismo Estado que ha entrenado guerrillas en tres continentes, que da cobijo a terroristas notorios del IRA y de ETA, que manejó durante más de una década los hilos de la subversión latinoamericana, actuó como ejército de ocupación durante la guerra civil angolana, entre otras, y apoya en Colombia a la narcoguerrilla del secuestro. El mismo gobierno que jamás levantó la voz para comentar (no ya condenar) la invasión soviética a Afganistán, que costó cientos de miles de víctimas, ahora se aterra ante la posible invasión norteamericana. Una guerra contra la dictadura talibán, posiblemente el peor enemigo que haya tenido en su larga historia el pueblo afgano (y no han sido pocos), una invasión que aplaudirá media humanidad, empezando por los cinco millones de exiliados afganos.

Otro curioso comentario de la declaración, tras tildar de terrorista y fascista la presunta conducta norteamericana, es que de producirse una respuesta consistente en “asesinar fríamente a otras personas, violar leyes, castigar sin pruebas y negar principios de elemental equidad y justicia para combatir el terrorismo”, se destruiría el prestigio de Estados Unidos. Hay aquí dos elementos novedosos: El primero: un apego muy reciente, diría que de ahora mismo, por el ejercicio de la justicia, la equidad, las pruebas y la vida; en un país donde la lista de fusilados por razones políticas es larga, los abogados defensores parecen compungidos fiscales, la ley se estira o encoge a voluntad, opinar es delito, e incluso puedes caer en chirona por el crimen que vas a cometer mañana, es decir, por peligrosidad. Una perla de la jurisprudencia. La segunda curiosidad: Ahora resulta que los abominables Estados Unidos tienen prestigio, dado que no se puede destruir lo que no existe.

También los talibán exigen pruebas concluyentes contra Osama Bin Laden, antes de estudiar si lo entregan o no. Y piden mucho más. Que por pedir no quede. Puede que ahora mismo nadie pueda entregarles esas pruebas, ni ellos facilitarán que sean encontradas en su territorio. Pero basta hacer memoria para recordar las acciones contra dos embajadas en Kenya y Tanzania, donde murieron 257 personas, la minoría norteamericanas, a las que Bin Laden no fue ajeno. Libia lo busca por el asesinato de dos alemanes en 1994. Se le atribuye el primer atentado a las torres del WTC en 1993. Según los rusos, es el principal sostén de la guerrilla chechena que, más allá de la justicia o no de su causa, y de los pocos escrúpulos rusos en materia de represión (que Cuba tampoco ha condenado), provocó en Moscú la masacre de 300 civiles, aunque menos televisiva que la de las torres gemelas. Sus declaraciones a favor de una cruzada contra Occidente son públicas y notorias. Con muchas menos pruebas, cualquier disidente de barrio es sentado en La Habana en el banquillo de los acusados. Por hablar. Simplemente. Y condenado.

Claro que en la versión de la postura afgana que nos entrega el comunicado cubano, “Los ulemas de Afganistán, dirigentes religiosos de un pueblo tradicionalmente combativo y valiente, están reunidos para adoptar decisiones fundamentales. Han dicho que no se opondrán a la aplicación de la justicia y a los procedimientos pertinentes, si los acusados de los hechos que residan en su país son culpables. Han pedido simplemente pruebas, han pedido garantías de imparcialidad y equidad en el proceso”. El gobierno cubano parece ignorar (o suponen que nosotros lo ignoramos) que para esos “dirigentes religiosos” (algo que suena a piadoso y respetable) “la aplicación de la justicia” incluye la mutilación, la discriminación sexual, la represión más feroz, la ejecución sin mucho trámite de todo el que incumpla la sharia, incluso una inocente estatua de Buda. Pero no. Según la declaración de marras, es el gobierno norteamericano quien está exigiendo “a los líderes religiosos pasar por encima de las más profundas convicciones de su fe, que como se sabe suelen defender hasta la muerte”. Y de pasar por encima de las ”profundas convicciones” de la fe ajena algo sabrá el gobierno cubano.

Para colmo, ahora resulta que estos santos señores del gobierno talibán “no sacrificarían a su pueblo inútilmente si lo que solicitan, éticamente irrefutable, es tomado en cuenta”. Vistos los últimos acontecimientos, la afirmación resultaría risible si no fuera trágica. Los talibán vienen sacrificando a su pueblo, en especial a sus mujeres, desde que tomaron el poder. No sé si eso será relevante para el machismo-leninismo tropical. Y de que no lo sacrifique más se está ocupando el propio pueblo afgano, los cientos de miles que huyen hoy hacia cualquier frontera, haciendo caso omiso al llamado a la yihad del jeque Mohamed Omar.

En un alarde de pacifismo reciente, el comunicado afirma que “ningún problema del mundo actual podría resolverse por la fuerza”, de modo que ya no se crearán dos, tres, muchos Vietnam, el desmedido gasto militar cubano es innecesario, la recomendación a Kruschev de asestar el primer golpe y desatar los fuegos artificiales es cosa del pasado, y en breve los discursos del Patriarca en su invierno concluirán con “Peace & Love” en lugar del “Patria o Muerte”.

Tras el patético llamamiento a un juicio justo a Bin Laden, el nuevo pacifismo de las autoridades de la Isla, y la invocación a alternativas a la guerra “injusta” que se avecina, alternativas que Cuba no especifica pero que apoyaría “sin vacilación”; se descubre sin dificultad que en el cartel de “Se busca vivo o muerto” diseñado por las autoridades cubanas, el retrato que aparece no es el del terrorismo internacional, sino el mismo que de costumbre. Confiemos que en un momento especialmente delicado como éste, Occidente no atribuya esta declaración a la complicidad, sino al Alzheimer.

Demencia cerril”; en: Cubaencuentro, Madrid,  20 de septiembre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/sociedad/2001/09/20/3897.html.

 





La larga muerte de Mao Zedong

12 09 2001

Según la engañosa obviedad del calendario, el nueve de septiembre se cumplió un cuarto de siglo de la muerte del Gran Timonel, Mao Zedong, que encandilara en 1960 a Ernesto Guevara con su revolución ajena al recetario de la Tercera Internacional. Máximo líder del Partido Comunista Chino desde la épica Larga Marcha de 1934, que permitiera, tras miles de kilómetros, recomponer el Ejército Rojo en Shaanxi, al noroeste del país; se convirtió en presidente de la flamante República Popular China el 1 de octubre de 1949.

Y hablo de “engañosa obviedad”, porque tratándose de un político cabría discutir si su muerte data de mucho antes de aquel septiembre de 1976, cuando se convirtió irreversiblemente en cadáver, si sigue vivo en la China del comunismo posmoderno, como sugiere su efigie frente a la plaza de Tiananmen y en la entrada de la Ciudad Prohibida; o si se está muriendo poco a poco, de una cruel dolencia ideológica que acabará conduciéndolo a esa tumba política que es el olvido.

Mao Zedong, dado su origen, su experiencia con el campesinado, y aprovechando el balance demográfico de China, transgredió la “dictadura del proletariado” hacia la “dictadura del campesinado” —en teoría al menos; en la práctica, el dictador siempre tiene nombre, apellido e iconografía—. También podría decirse en su favor que después de contribuir decisivamente a la derrota nipona, construyó, con los restos del viejo imperio saqueado durante un siglo por Occidente, una nación independiente. Si  celebráramos hoy el 50 aniversario de su muerte, posiblemente hablaríamos del patriota que recuperó la nación, y que no sería difícil reciclar en una China post-ideológica.

Claro que no ocurrió así, y en febrero de 1958 Mao decretó el Gran Salto Adelante bajo la consigna «duo kai hao sheng» (´más rápido y mejor´). Apelando al sacrificio de los trabajadores chinos, se descentralizó la economía en comunas, donde se levantaron un millón de microhornos siderúrgicos rudimentarios. Se apartó a millones de campesinos de sus tareas habituales, los estudiantes y profesores de las escuelas fueron incorporados al trabajo, y se multiplicó el acero producido. Lamentablemente, de tan mala calidad, que era inutilizable. Por el alejamiento de la mano de obra, la abundante cosecha del 58 se pudrió en los campos, y para mayor desgracia (para el pueblo chino), se produjo entonces la ruptura con la Unión Soviética de Kruschov, artífice del deshielo postestalinista, a quien Den Xiao Ping llamaba por entonces revisionista y traidor en encendidos panfletos, y, como consecuencia, la retirada de la ayuda económica y de 14.000 asesores.

Esa audacia voluntarista de construir el comunismo sólo con entusiasmo fue lo que encandiló a Ernesto Guevara en el 60, y lo que intentó poner en práctica, aunque ya por entonces conocía que el Gran Salto fue sólo demográfico: 20 millones de chinos murieron en una de las mayores hambrunas de su historia. No obstante, puede decirse que las escuelas al campo cubanas y el Gran Salto Bonsai, la zafra de los 10 millones, se inspiraron hasta el detalle en aquel desastre, incluso en sus resultados.

Podría haber concluido Mao sus andanzas a inicios de los 60, cuando fue apartado de la cúpula, y hoy celebraríamos el 40 aniversario de su muerte política. Pero entre 1966 y 1969 convocó a la juventud, los temidos guardias rojos, a practicar cirugía mayor en la “burocratizada” y “aburguesada” nomenclatura partidista. Bajo el precepto de la “revolución permanente”, y guiados por los aforismos elementales del Libro Rojo, best seller maoísta traducido después a todos los idiomas, escuadrones de estudiantes con edades entre 12 y 30 años fueron lanzados contra lo antiguo, la tradición, los revisionistas, burgueses, infiltrados, o contra todo el que creyeran incluible en tales categorías. Al final, 5 millones de chinos fueron purgados, muchos definitivamente, entre ellos 40 miembros de la cúpula contrarios a Mao —eran los que importaban; el resto fue puro relleno—, quien escaló de nuevo la cima del poder, esta vez “hasta que la muerte nos separe”, siendo divinizado al mejor estilo de los antiguos emperadores, de quienes se creía sucesor directo.

¿Murió entonces Mao aquel final de verano de 1976? Su legado fuera de China apenas ha generado algunos filmes hoy olvidados de Elio Pietri, Godard, y Joris Ivens, un puñado de frases escritas durante 1968 en los muros de París; el presunto sustrato ideológico de Abimael Guzmán y su Sendero Luminoso; la carnicería de los jemeres rojos, y su andrógino retrato en versión de Andy Warhol. De modo que su defunción internacional queda certificada.

En China, en cambio, ha tenido una muerte más dolorosa y lenta, que comenzó con el ascenso de su víctima durante la Revolución Cultural, el mismo Den Xiao Ping que llamara traidor al tímido Kruschev, y que se convertiría en arquitecto del verdadero Gran Salto. El que instó a los chinos a enriquecerse, fraguó la doctrina de “un país, dos sistemas” para recuperar Hong Kong, e hizo realidad el axioma de que “el socialismo es el camino más largo entre el capitalismo y el capitalismo”. Todo ello entre votos de fidelidad al legado ideológico del Gran Timonel, “el más grande marxista-leninista de nuestra época”, en palabras de su ad láter Lin Biao.

Desde su mausoleo ha observado Mao la entrada de las multinacionales, los tigres de papel moneda, la entronización de los nuevos ricos, la corrupción generalizada, el voraz crecimiento de la economía, el fin de las hambrunas periódicas y la drástica división de la sociedad según el monto de su cuenta corriente. Observa también la pronta entrada de China en la Organización Mundial del Comercio, bastión del capitalismo mundial. Y todo ello bajo el control del mismo Partido Comunista, para el que Jiang Zemin ha elaborado la teoría de Las Tres Representaciones —traducible en que el partido representa a las fuerzas productivas avanzadas, a la cultura de vanguardia y a los intereses de un amplio sector de la población—. Nótese que ya no es “toda” la población. Y nótese también que entre los avanzados, Jiang Zemin invita a incorporarse al Partido a los empresarios privados de éxito, mientras va en declive la gigantesca e ineficiente empresa pública. Quizás sea un modo de prevenir que esa “nueva clase” reclame en breve una dosis de poder político en consonancia con su poder económico.

Y la estatua de Mao en Tiannanmen contempla hierática esta China posmoderna que lo invoca mientras lo revoca, este Partido de marxistas yupis y comisarios del mercado, y su interior se va evaporando aceleradamente, hasta que por fin de la estatua sólo quede una fisísima cáscara, etérea, levísima, que se libere de su pedestal y se eleve con el entusiasmo del Globo de Cantoya, hacia el sitio donde le espera Don Matías Pérez.

La larga muerte de Mao Zedong”; en: Cubaencuentro, Madrid,  12 de septiembre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/internacional/2001/09/12/3788.html.

 





Derrota en Manhattan

12 09 2001

Escribo frente a la pantalla del televisor, después de almuerzo, y contemplando imágenes que le cortan la digestión a cualquiera.

Primero interrumpieron la emisión diaria del noticiero para transmitir la información de que un avión comercial se había estrellado contra una de las torres gemelas del World Trade Center en New York a las 8:45 A.M., hora estándar del este. Se supuso un accidente, pero 18 minutos más tarde, a las nueve y tres, pudimos contemplar como un Boeing 767 de United Airlines, desviado de su vuelo Boston-Los Angeles, y con 92 personas a bordo, se estrellaba contra la segunda torre, tras unos leves giros cuyo propósito era afinar la puntería. A las 9:40 se cancelaron todos los vuelos en Estados Unidos, y se desviaron hacia Canadá los que estaban en el aire. No obstante, a las 9:45 otro avión se estrelló contra el Pentágono a orillas del Potomac, provocando un enorme incendio. A las 10:00, 57 minutos después de sufrir el impacto del segundo avión, la Torre Sur del World Trade Center se desmoronó. Cinco minutos más tarde sería evacuada la Casa Blanca, y en rápida sucesión, los más importantes edificios gubernamentales y torres de negocios en toda la nación. A las 10:10 se derrumba una parte del Pentágono, y cinco minutos después un Boeing de United Airlines se estrellaba en Somerset, al sudeste de Pittsburg. A las 10:29, la segunda torre de NY, tras resistir una hora y cuarenta y cuatro minutos, se derrumba.

Mi digestión termina de paralizarse cuando, una tras otra, ambas torres caen en medio de sendas nubes de polvo, extirpadas del perfil de New York. ¿Cuántos pasajeros de inocentes vuelos comerciales, cuántos oficinistas, ejecutivos, bomberos, transeúntes, ascensoristas, plomeros o turistas, yacen bajo los escombros, o han sido literalmente pulverizados por las explosiones? Más de doscientas personas viajaban en los aviones. Miles han sido sepultados bajo los escombros. Entre ellos algunos supervivientes que se están comunicando a través de sus teléfonos móviles.

Cincuenta mil personas trabajan en las torres, 150.000 visitan su mirador cada día, que a la hora de los impactos, por suerte, no había abierto sus puertas.

A las 11:18 American Airline reconoció el desvío de dos vuelos con un total de 150 pasajeros a bordo. Cuarenta minutos más tarde, United Airlines reporta que en sus dos aviones desviados había 110 pasajeros.

El Frente Democrático para la Liberación de Palestina negó toda implicación, tras una una supuesta llamada en que se hacían responsables. Hammás también se apresuró a declinar cualquier relación con los sucesos, y el propio Arafat condenó duramente los atentados. Desde todas partes del mundo llegan la solidaridad con los norteamericanos y el repudio a las acciones terroristas.

¿Quién ha cometido los atentados? ¿Por qué? Ambas preguntas tienen ahora mismo múltiples respuestas.

Estados Unidos, como toda gran potencia a lo largo de la historia, suscita odios. Merecidos o no. Bien sea en respuesta a una política exterior prepotente y que no pocas veces supedita el resto del mundo a los intereses norteamericanos. Bien sea porque resulta cómodo delegar en los Estados Unidos la culpabilidad de las propias desgracias, catalizando esas dosis de rencor y de envidia que suscita el éxito ajeno. No es raro entonces que la Yihad Islámica se refiera a los atentados como un resultado directo de la política norteamericana en “la zona más caliente del mundo”, es decir, el Medio Oriente. O que niños y jóvenes palestinos bailen de alegría en los campos de refugiados al ver la desolación adueñándose de las calles del mejor aliado de Israel.

¿Quién tiene capacidad para organizar y perpetrar un terrorismo de esta magnitud? ¿Extremistas palestinos? Quizás, aunque no parece lo más probable, en la medida que esto puede inclinar decididamente a favor de Israel la balanza occidental en el conflicto. ¿Iraq? Podría ser, pero no queda clara su viabilidad. ¿Terroristas norteamericanos de alguna secta antigubernamental? Difícilmente cuenten con el nivel de organización y el espíritu de autoinmolación que implican estos ataques. ¿Integristas islámicos que consideran a Estados Unidos el Imperio del mal? Es más probable, aunque los talibanes nieguen toda participación, y el propio Osama Bin Laden, su mentor saudí, asegura en un diario pakistaní ser ajeno a estos sucesos.

De cualquier modo, quien sea ha decretado el inicio del fin de la causa que dice defender. El repudio universal que suscita una matanza de esta magnitud, hará que cualquier represalia norteamericana contra los culpables cuente con el silencio, cuando no el aplauso del resto del mundo. Y confiemos que Norteamérica investigue antes con cuidado y medite su respuesta, para evitar la multiplicación de la injusticia.

Quien ha perpetrado este atentado masivo ha concedido a Bush el voto decisivo para aprobar el escudo antimisiles (aunque sea inoperante para detener ataques como éste) y, de hecho, la incursión norteamericana en tierras de reales o supuestos enemigos revestirá un carácter “preventivo” y “defensivo”. Claro que si el propósito de los terroristas es precisamente convocar una reacción a gran escala de Norteamérica que provoque la polarización y el florecimiento del odio, posiblemente ha conseguido su objetivo.

No hay causa o ideología que justifique el terrorismo, sea el coche cargado de Titadine que hace saltar por los aires a un humilde concejal del País Vasco, una bomba al paso de niñas irlandesas que acuden a la escuela, suicidas palestinos, asesinatos selectivos judíos o esta masacre en Manhattan. Todos tienen la misma capacidad de abolir la justicia de la causa en cuyo nombre se perpetran. Todos son igualmente repudiables, y difieren apenas cuantitativamente. No hay víctimas de primera y segunda categoría. Las víctimas del odio como sistema, en cualquier lugar del mundo, mutilan la condición humana de todos nosotros. En ese sentido no puede existir un terrorismo repudiable y otro admisible, un terrorismo de nuestro bando y otro del bando contrario. Si la humanidad no apuesta ahora, decididamente, por la erradicación de todo terrorismo, y si no apuesta por la abolición de las grandes diferencias estructurales del planeta, por la erradicación de los focos de miseria y desesperación que son la crisálida de fundamentalismos atroces de todo signo, puede que mañana sea demasiado tarde, y la civilización pierda la partida.

La intercomunicación, la globalidad, el intercambio, son hoy condiciones sine qua non del planeta donde vivimos. Es imposible ya cerrar puertas y decretar esclusas, compartimentos estancos de prosperidad. No se trata de abatir simplemente el terrorismo, sino de abolir sus excusas, la desesperanza que alimenta esa base social donde prospera.

Ya no podremos resucitar a las víctimas que yacen bajo los escombros del World Trade Center, pero sí podemos evitar que un niño, en cualquier lugar del mundo, salte de alegría ante la muerte de otros niños.

Creo en el derecho de reivindicación, y creo que ese derecho termina donde comienza la integridad y la vida del prójimo. Lamento los miles de muertos en Manhattan, y lamento por igual los saltos de alegría de esos niños palestinos mientras observan en directo la muerte de norteamericanos que ni siquiera conocen. La alegría de esos niños que hacen el signo de la victoria. Lamento que ignoren que todo acto de terror, toda muerte inocente, es una derrota de los palestinos y de los israelíes, de los norteamericanos y de los árabes, una derrota de su propia infancia, condenada a los juegos macabros del odio, una derrota de todos los hombres.

Derrota en Nueva York”; en: Cubaencuentro, Madrid,  12 de septiembre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/internacional/2001/09/12/3805.html.





La invasión gallega

3 09 2001

Lo que algunos llaman la “nueva colonización” española de Cuba no es nada nuevo ni se refiere exclusivamente a Cuba. Tras la consolidación del despegue económico español, sus empresarios han dirigido su mirada (y su capital) hacia América Latina con un fervor sólo comparable al de aquellos precursores de la globalización que, en el siglo XVI, adscribieron todo un continente a la geografía europea. De modo que en apenas veinte años, España se ha convertido en el segundo y a veces el primer inversionista extranjero en varios países latinoamericanos, cosa sorprendente si consideramos que hasta hace no mucho la península pertenecía por derecho propio al Tercer Mundo.

Con sus altas y sus bajas, Fidel Castro mantuvo buenas relaciones comerciales con su homólogo Franco, época de la que conserva a su mejor interlocutor en la Madre Patria: el capo gallego Don Manuel Fraga Iribarne. Claro que España no iba a conceder a Cuba las subvenciones de las que la dotaba el campo socialista. Por eso habría que esperar a su extinción, y la apertura cubana a las inversiones, para que España se convirtiera, junto a Canadá, en el primer socio comercial cubano, con la cuarta parte de las 392 asociaciones económicas de capital mixto, y 213 empresas representadas (de las 775 presentes en la Isla). Actualmente, es el tercer acreedor de Cuba, con un 10,8% de su deuda externa —$11.200 millones hasta 1998, que habrán crecido sustancialmente, dado el déficit de Cuba en la balanza comercial ($515 millones vs. $120 millones sólo en 2000). A esto se suman 150.000 turistas españoles por año de visita a la Isla.

La XI Sesión del Comité Hispano Cubano de Cooperación Empresarial, celebrada recientemente, contó con la participación de 70 empresarios españoles, el vicepresidente del Consejo de Ministros de Cuba, José Ramón Fernández, los titulares de Comercio Exterior, Raúl de la Nuez, de Inversión Extranjera, Marta Lomas, y de Transporte, Álvaro Pérez. En ella, José Manuel Fernández, director de la Cámara de Industria y Comercio española, definió a Cuba como una “zona estratégica para las inversiones», trampolín para la expansión económica hacia otras regiones, e instó al gobierno cubano a ofrecer mayores «seguridades legales» a los inversionistas. Se solicitará a la Isla la liberación y desregularización de los sectores cerrados a la inversión extranjera. Un argumento que no hizo explícito, pero que todos conocemos, es la especial circunstancia de que el escenario cubano está vedado al inversionista norteamericano, competidor peligroso y cercano.

Al mismo tiempo que las autoridades cubanas promueven inversiones españolas en infraestructura del turismo y distribución comercial, reconocen, por boca de Antonio Carricarte, presidente de la Cámara de Comercio de Cuba, que el desequilibrio de la balanza, muy favorable a España, es «uno de los problemas más acuciantes en nuestras relaciones». Exportar la Revolución ya no es rentable, por tanto el gobierno deberá pensar otras soluciones.

Todo esto ha despertado una extendida animadversión hacia los empresarios españoles en los círculos cubanos del exilio: tanto entre instituciones como entre ciudadanos corrientes, principalmente en Estados Unidos. Las razones son diversas.

Expertos norteamericanos criticaban recientemente en Miami la explotación de los trabajadores cubanos por los empresarios españoles en la Isla. A esos trabajadores se les pagan salarios de miseria que el Gobierno cubano reduce más de veinte veces al traducirlos automáticamente a pesos. Sin libertad de asociación ni sindicatos que defiendan sus derechos, los trabajadores cubanos se encuentran en el status de mano de obra cautiva, aunque un funcionario del sindicato Comisiones Obreras afirme desde Madrid que en Cuba “tienen reconocidos los derechos de los trabajadores en su Constitución” y que los cubanos disfrutan de una “pobreza bella, porque cada uno de los ciudadanos la vive». Claro que si ese sindicalista propusiera a los trabajadores españoles una cobertura sindical semejante lo echarían a patadas de su puesto en cinco minutos.

Otro argumento es que los inversionistas españoles oxigenan al régimen cubano, permitiendo su supervivencia. Que aprovechan oportunidades de las que están excluidos los propios cubanos (de adentro o de fuera), sin otra consideración moral que la ganancia. Y no hay que olvidar la noción de la superioridad cubana: desde mediados del siglo XIX, la Isla fue más productiva y rica que su metrópoli, y durante la primera mitad del XX, los “gallegos” inmigraron como bodegueros y peones, no como ejecutivos. Medio siglo después, la balanza migratoria se ha invertido. Pero cuesta trabajo acostumbrarse.

Es cierto que la inversión extranjera colabora a la supervivencia del gobierno actual. Como también colaboran las remesas familiares —con su monopolio del comercio minorista, el gobierno cubano se abroga el derecho de imponer unos márgenes abusivos de ganancia—. Es cierto que el capital extranjero aprovecha en Cuba los bajos precios de la mano de obra, la limitada competencia; como también es cierto que se arriesga en un mercado incierto y sujeto a la cambiante voluntad del Economista en Jefe.

La Cuba de hoy sin inversiones foráneas ni los $1.200 millones anuales de remesas familiares, se vería abocada a un Período Más Especial, si cabe. Una circunstancia que podría provocar tímidas reformas económicas, e incluso una evolución sínica de la economía, pero difícilmente una apertura democrática. Una vuelta de tuerca a la represión sería más que probable.

La primera pregunta pertinente: ¿Se comportaría de diferente manera el inversionista norteamericano, el cubano-americano o el presunto empresario cubano, de serle concedidas idénticas oportunidades?

Y la segunda: ¿Estaría dispuesto el exilio cubano a suprimir las remesas, restándole oxígeno al régimen y ahogando de paso a sus propios familiares? Sospecho que la respuesta mayoritaria es no. De lo que se desprende la tercera pregunta:

¿Podemos pedirle al inversionista español que prescinda de oportunidades, que no negocie con el régimen, que no le preste respiración artificial, cuando nosotros mismos nos sentimos moralmente incapaces de cortarle el suministro de dólares, si el precio a pagar es la supervivencia de los nuestros?

Cada cual tendrá sus propias respuestas a estas preguntas. Pero algo que no dimana de las palabras, sino de los hechos, queda para mí muy claro. Al inversionista le interesa, ante todo, su margen de ganancia. Al gobierno cubano, mantenerse en el poder a toda costa, incluso contra el bienestar y la supervivencia de los gobernados. Y a los denostados exiliados, a la “mafia de Miami”, a la diáspora repartida por medio mundo, antes que promover la caída del régimen que nos obligó a ese duro oficio que es el exilio, nos interesa el destino de los nuestros. Nuestros compatriotas. Los nuestros. No los suyos. Y eso me enorgullece.

 

La invasión gallega”; en: Cubaencuentro, Madrid,3 de septiembre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/economia/2001/09/03/3624.html.

 





FC Export Inc.

1 09 2001

Por si alguien no lo sabía, el mandatario cubano no es uno, sino dos: siguiendo un patrón que los cubanos conocemos bien, existe un FC de consumo nacional y un FC de exportación. A veces coinciden, pero no siempre.

FC Export Inc. fue uno de los oradores más aplaudidos durante la reunión de Durban, Sudáfrica, contra el racismo y la xenofobia. Entre otras verdades incontestables, recordó que en cien países el ingreso per cápita es hoy inferior al de hace quince años, que la fortuna de los tres hombres más ricos del mundo es superior al producto interno bruto sumado de los 48 países más pobres, y que 200 multimillonarios cuentan con ingresos ocho veces superiores a los de los 582 millones de terrícolas más pobres. Habló del racismo y la xenofobia como “un fenómeno social, cultural y político, no un instinto natural de los seres humanos”, cosa que más o menos todos sabemos. Y descargó toda la responsabilidad del desequilibrio mundial en la conquista y explotación del Nuevo Mundo, el reparto de África y Asia entre las naciones europeas, y la práctica del colonialismo y la esclavitud; exigiendo a las naciones desarrolladas compensaciones por sus crímenes pasados, presentes y futuros. ¿De dónde saldría el dinero para abonar estas compensaciones destinadas a equilibrar la balanza mundial del desarrollo? El Sr. Fidel Castro tiene la respuesta: entregar sin dilación a los países pobres el 0,7% del PNB de las naciones desarrolladas; abolir la carrera armamentista y el comercio de armas y destinar al desarrollo “una buena parte del millón de millones de dólares que se dedica cada año a la publicidad comercial, forjadora de ilusiones y hábitos de consumo imposibles de alcanzar, junto al veneno que destruye las identidades y las culturas nacionales”. Así de fácil.

Sin dudas, el desequilibrio mundial es a la larga insostenible, y sobre las naciones más ricas recae la responsabilidad de contribuir al desarrollo de los países más pobres. No sólo porque les corresponde cierta responsabilidad histórica de su desdicha (aunque también), sino porque en la aldea global nadie puede desentenderse de lo que le ocurre al vecino. No hay nación suficientemente impermeable como para impedir que la avalancha migratoria, los fundamentalismos, las guerras y el terrorismo no toquen a su puerta. Males que tienen su origen y/o su sustento en la miseria endémica y la falta de expectativas.

La tesis maniquea de FC, según la cual la culpa de todo la tienen las naciones colonialistas y esclavistas, el capital y los monopolios —en cumplimiento de su viejo axioma “la culpa es de otro”, sea el imperialismo, el embargo, la caída del comunismo o los ciclones—, no explica por qué Corea del Norte y del Sur son hoy tan diferentes, por qué Chile es cada vez más rico y Cuba cada vez más pobre, por qué Rusia, país colonial, es hoy más pobre que los tigrillos asiáticos, que un día fueron colonia, o la diferencia entre la India y Australia, ambas ex-colonias inglesas.

Debe ser muy grato a los oídos de ciertos mandatarios africanos, insultantemente ricos en países insultantemente pobres, escuchar que toda la culpa es de otro, y posiblemente se afilen los dientes ante la perspectiva de compensaciones económicas.

Su receta para obtener los recursos compensatorios parece responder a aquel slogan del 68, “sean realistas, pidan lo imposible”. Cuando alega que el desarme universal y la abolición de la propaganda comercial darían recursos suficientes para el desarrollo, los presentes le aplauden como si fuera un chiste o una metáfora. Todos, incluso él, saben que decirlo es mucho más fácil que hacerlo. Pero es difícil creer en la receta cuando proviene de uno de los países más pobres y mejor armados de América Latina. Un país que exportó la Revolución a los tres continentes, de modo que “más de medio millón de cubanos han cumplido misiones internacionalistas absolutamente voluntarias”, según FC Export. Voluntariedad que no se cree ningún cubano. Y se jacta de su contribución a la abolición del apartheid, y la conversión de Sudáfrica en un país libre. Tan libre, que disfruta de pluripartidismo, democracia representativa y del derecho de opinión (fue algo que olvidó señalar).

FC Export se hizo eco de “la persecución a que son sometidos los gitanos en Europa”, de los 500 mexicanos muertos el año pasado en la frontera con Estados Unidos —más de los que murieron, según él, en al muro de Berlín, aunque se declara contrario a cualquier muro—. FC Import habría aclarado que una cosa son los gitanos europeos, y otra los disidentes cubanos. O que en el Estrecho de la Florida yacen 30.000 cubanos, mojados de cuerpo entero, en contraste con los espaldas mojadas mexicanos. O que las trabas impuestas por Cuba a la emigración y al “tráfico libre de personas” que él le exige al ALCA no constituyen un muro, porque anda escaso el cemento.

Y para concluir, FC Export felicitó “al presidente Mbeki por la democrática y valiente idea de que los participantes en el plenario de la Mesa Redonda preguntasen todo lo que quisieran”, según el diario Granma. Algo que a FC Import jamás se le hubiera ocurrido.

 

Septiembre, 2001