La larga muerte de Mao Zedong

12 09 2001

Según la engañosa obviedad del calendario, el nueve de septiembre se cumplió un cuarto de siglo de la muerte del Gran Timonel, Mao Zedong, que encandilara en 1960 a Ernesto Guevara con su revolución ajena al recetario de la Tercera Internacional. Máximo líder del Partido Comunista Chino desde la épica Larga Marcha de 1934, que permitiera, tras miles de kilómetros, recomponer el Ejército Rojo en Shaanxi, al noroeste del país; se convirtió en presidente de la flamante República Popular China el 1 de octubre de 1949.

Y hablo de “engañosa obviedad”, porque tratándose de un político cabría discutir si su muerte data de mucho antes de aquel septiembre de 1976, cuando se convirtió irreversiblemente en cadáver, si sigue vivo en la China del comunismo posmoderno, como sugiere su efigie frente a la plaza de Tiananmen y en la entrada de la Ciudad Prohibida; o si se está muriendo poco a poco, de una cruel dolencia ideológica que acabará conduciéndolo a esa tumba política que es el olvido.

Mao Zedong, dado su origen, su experiencia con el campesinado, y aprovechando el balance demográfico de China, transgredió la “dictadura del proletariado” hacia la “dictadura del campesinado” —en teoría al menos; en la práctica, el dictador siempre tiene nombre, apellido e iconografía—. También podría decirse en su favor que después de contribuir decisivamente a la derrota nipona, construyó, con los restos del viejo imperio saqueado durante un siglo por Occidente, una nación independiente. Si  celebráramos hoy el 50 aniversario de su muerte, posiblemente hablaríamos del patriota que recuperó la nación, y que no sería difícil reciclar en una China post-ideológica.

Claro que no ocurrió así, y en febrero de 1958 Mao decretó el Gran Salto Adelante bajo la consigna «duo kai hao sheng» (´más rápido y mejor´). Apelando al sacrificio de los trabajadores chinos, se descentralizó la economía en comunas, donde se levantaron un millón de microhornos siderúrgicos rudimentarios. Se apartó a millones de campesinos de sus tareas habituales, los estudiantes y profesores de las escuelas fueron incorporados al trabajo, y se multiplicó el acero producido. Lamentablemente, de tan mala calidad, que era inutilizable. Por el alejamiento de la mano de obra, la abundante cosecha del 58 se pudrió en los campos, y para mayor desgracia (para el pueblo chino), se produjo entonces la ruptura con la Unión Soviética de Kruschov, artífice del deshielo postestalinista, a quien Den Xiao Ping llamaba por entonces revisionista y traidor en encendidos panfletos, y, como consecuencia, la retirada de la ayuda económica y de 14.000 asesores.

Esa audacia voluntarista de construir el comunismo sólo con entusiasmo fue lo que encandiló a Ernesto Guevara en el 60, y lo que intentó poner en práctica, aunque ya por entonces conocía que el Gran Salto fue sólo demográfico: 20 millones de chinos murieron en una de las mayores hambrunas de su historia. No obstante, puede decirse que las escuelas al campo cubanas y el Gran Salto Bonsai, la zafra de los 10 millones, se inspiraron hasta el detalle en aquel desastre, incluso en sus resultados.

Podría haber concluido Mao sus andanzas a inicios de los 60, cuando fue apartado de la cúpula, y hoy celebraríamos el 40 aniversario de su muerte política. Pero entre 1966 y 1969 convocó a la juventud, los temidos guardias rojos, a practicar cirugía mayor en la “burocratizada” y “aburguesada” nomenclatura partidista. Bajo el precepto de la “revolución permanente”, y guiados por los aforismos elementales del Libro Rojo, best seller maoísta traducido después a todos los idiomas, escuadrones de estudiantes con edades entre 12 y 30 años fueron lanzados contra lo antiguo, la tradición, los revisionistas, burgueses, infiltrados, o contra todo el que creyeran incluible en tales categorías. Al final, 5 millones de chinos fueron purgados, muchos definitivamente, entre ellos 40 miembros de la cúpula contrarios a Mao —eran los que importaban; el resto fue puro relleno—, quien escaló de nuevo la cima del poder, esta vez “hasta que la muerte nos separe”, siendo divinizado al mejor estilo de los antiguos emperadores, de quienes se creía sucesor directo.

¿Murió entonces Mao aquel final de verano de 1976? Su legado fuera de China apenas ha generado algunos filmes hoy olvidados de Elio Pietri, Godard, y Joris Ivens, un puñado de frases escritas durante 1968 en los muros de París; el presunto sustrato ideológico de Abimael Guzmán y su Sendero Luminoso; la carnicería de los jemeres rojos, y su andrógino retrato en versión de Andy Warhol. De modo que su defunción internacional queda certificada.

En China, en cambio, ha tenido una muerte más dolorosa y lenta, que comenzó con el ascenso de su víctima durante la Revolución Cultural, el mismo Den Xiao Ping que llamara traidor al tímido Kruschev, y que se convertiría en arquitecto del verdadero Gran Salto. El que instó a los chinos a enriquecerse, fraguó la doctrina de “un país, dos sistemas” para recuperar Hong Kong, e hizo realidad el axioma de que “el socialismo es el camino más largo entre el capitalismo y el capitalismo”. Todo ello entre votos de fidelidad al legado ideológico del Gran Timonel, “el más grande marxista-leninista de nuestra época”, en palabras de su ad láter Lin Biao.

Desde su mausoleo ha observado Mao la entrada de las multinacionales, los tigres de papel moneda, la entronización de los nuevos ricos, la corrupción generalizada, el voraz crecimiento de la economía, el fin de las hambrunas periódicas y la drástica división de la sociedad según el monto de su cuenta corriente. Observa también la pronta entrada de China en la Organización Mundial del Comercio, bastión del capitalismo mundial. Y todo ello bajo el control del mismo Partido Comunista, para el que Jiang Zemin ha elaborado la teoría de Las Tres Representaciones —traducible en que el partido representa a las fuerzas productivas avanzadas, a la cultura de vanguardia y a los intereses de un amplio sector de la población—. Nótese que ya no es “toda” la población. Y nótese también que entre los avanzados, Jiang Zemin invita a incorporarse al Partido a los empresarios privados de éxito, mientras va en declive la gigantesca e ineficiente empresa pública. Quizás sea un modo de prevenir que esa “nueva clase” reclame en breve una dosis de poder político en consonancia con su poder económico.

Y la estatua de Mao en Tiannanmen contempla hierática esta China posmoderna que lo invoca mientras lo revoca, este Partido de marxistas yupis y comisarios del mercado, y su interior se va evaporando aceleradamente, hasta que por fin de la estatua sólo quede una fisísima cáscara, etérea, levísima, que se libere de su pedestal y se eleve con el entusiasmo del Globo de Cantoya, hacia el sitio donde le espera Don Matías Pérez.

La larga muerte de Mao Zedong”; en: Cubaencuentro, Madrid,  12 de septiembre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/internacional/2001/09/12/3788.html.

 





Ideogramas en fuga

9 08 2001

A mediados de julio tuvo lugar en un yacimiento de estaño, en la provincia china de Guangxi, uno de los peores accidentes mineros de la historia: una filtración de agua mató a unos 400 mineros, aunque las autoridades sólo han reconocido poco más de cien. Ante los primeros rumores, la respuesta de las autoridades a la prensa (sobre todo la extranjera) fue que el accidente nunca ocurrió, y que se trataba de un comentario malintencionado. Más tarde, aceptaron una filtración de agua a la mina de Lajiapo, aclarando que sin víctimas. Insistieron en que se trataba de un rumor aun cuando el Diario de la Juventud de Shanghai publicó la noticia dos semanas después del accidente.

No tardó en circular la información en Internet, y varios periódicos de Guangxi, Pekín y Cantón, reiteraron el suceso, a pesar de las amenazas “de arriba”, que presionaron para silenciar el caso. La respuesta de la prensa fue la acusación a los dirigentes locales de intentar engañar a la opinión pública, aparecida nada más y nada menos que en el Diario del Pueblo, órgano del Partido Comunista. Un periodista chino llegó a infiltrarse de incógnito en la mina para comprobar la magnitud de la catástrofe, y lo que fue originalmente “un rumor” se convirtió en el rumor de las aguas circulando sobre cientos de cadáveres.

¿Se trata de una insubordinación de los periodistas chinos, de ideogramas en fuga que las autoridades no pueden contener? ¿Empieza a ejercer la prensa china la tarea de saneamiento social que debería corresponderle?

Hay indicios interesantes:

Empiezan a ser cubiertas diferentes catástrofes causadas por la negligencia oficial —el caso de las 42 víctimas por la explosión en marzo de un taller de fuegos artificiales en Jiangxi terminó con el primer ministro Zhu Rongji pidiendo disculpas en la televisión—. Se clausuran sitios webs y revistas de la provincia de Guangdong, por pasarse de la raya (siempre difusa) entre lo tolerado y lo intolerable. Yao Xiaohong es despedido del diario Información de la Ciudad por publicar (explicaré más tarde el subrayado) un artículo sobre la venta de órganos de presos ejecutados, cosa que el gobierno chino ha negado reiteradas veces. Indicios que, según algunos analistas, denuncian que la prensa china ha iniciado el camino de “no retorno” hacia la libertad de expresión.

Todos los que hemos ejercido el periodismo bajo un poder que dispone del “monopolio de la verdad” y del monopolio de la palabra, sabemos que el control de la prensa puede ser abrumador. Claro que es más fácil en un país como Cuba que en China, donde la tolerancia de ciertas “libertades” económicas permite márgenes de maniobra imposibles para un periodista cubano. Por eso subrayaba arriba el término publicar, dado que al tratarse de un hecho de tal magnitud, un control eficiente de la palabra habría sancionado al periodista por “intentar”, pero jamás por “publicar”. El cierre de sitios y revistas, indica también el juego a la riposta del gobierno ante la insubordinación informativa. Pistas que nos aproximan al veredicto de los analistas sobre el despertar de un nuevo periodismo en China.

Pero también conocemos que en ciertos momentos, el poder que hasta ayer actuaba como silenciador invita a la gritería. El propio Fidel Castro exclamaba durante el II Pleno del Comité Central del PC (1986) que “Ningún enemigo nos va a criticar mejor que lo que nos criticamos nosotros. (…) antes que la suciedad nos sepulte, es mucho mejor lavar los trapos al aire libre, Y añadía que “…debemos usar la prensa en esta batalla (…) Porque falta presión. Si existiera más presión yo creo que existirían menos errores. (…) Realmente, yo no veo manera de que nosotros empecemos e emplear la prensa de un modo más eficiente y que no se originen algunos de estos problemas (errores, injusticias), (…) si nosotros mismos (los dirigentes de la revolución) nos hemos equivocado. ¿Qué podemos esperar, que no se equivoquen los periodistas?”. Unos meses más tarde ya ni se hablaba del asunto. Los tecnócratas culpables habían sido purgados, el país volvía a ser “el mejor de los mundos posibles” y se nos convocaba a cerrar filas frente al enemigo. Pobre del que se hubiera tomado la glásnost en serio.

Los propósitos de este tipo de operaciones pueden ser desde la búsqueda de verdades “convenientes” para limpiar el staff de elementos indeseados, hasta ofrecer una cara más amable y tolerante ante el exterior, o rescatar la credibilidad del discurso. ¿Será eso lo que ocurre en China? ¿Una apertura controlada y dirigida preferentemente hacia ciertos territorios y esferas, de modo que se facilite la limpieza doméstica? Quizás. Aunque posiblemente haya diversos ingredientes en este arroz tres delicias: apertura controlada y dirigida, imposibilidad de ejercer un férreo monopolio de la verdad en condiciones de cierta libertad económica, y (la mejor) la voluntad de periodistas y medios de vindicar su oficio y convertirse en empresarios éticos en el libre mercado de la palabra. O del ideograma en este caso. Ojalá sea éste el ingrediente que determine la calidad del plato informativo que se sirva a los chinos en los próximos años.

Ideogramas en fuga”; en: Cubaencuentro, Madrid,  9 de agosto, 2001. http://www.cubaencuentro.com/opinion/2001/08/09/3505.html.

 





China: misión cumplida

3 07 2001

El Partido Comunista de China acaba de cumplir 80 años, con lo que ingresa, por derecho propio, en la tercera edad. El aniversario ha sido celebrado en el Gran Palacio del Pueblo de Beijing, donde Jiang Zemin, ante la cúpula del país y 6.000 invitados, pronunció el discurso de rigor, enumerando los triunfos de estas ocho décadas, y desgranó la historia del partido, desde que fuera fundado durante un congreso celebrado en Shanghai el primero de julio de 1921, a partir de diferentes organizaciones de todo el país. Mao Zedong, quien sería El Gran Timonel del trasatlántico asiático desde la toma del poder en 1949 hasta su muerte, estuvo presente en aquella ocasión.

Según Jiang Zemin, bajo la dirección del partido “se ha establecido el sistema socialista y realizado los más amplios y profundos cambios sociales jamás vistos en China”, mediante la integración de la teoría marxista y la realidad china —a lo que bien podrían sumar las enseñanzas de los teóricos del capitalismo moderno—. Desde que el partido lograra el poder, su propósito ha sido alcanzar la prosperidad china y de los chinos —pasando por la Revolución Cultural, la persecución de gorriones, las hambrunas sin fin y la eliminación de millones de chinos non gratos—, así como el gran renacimiento nacional —entiéndase la Gran China, cuyas fronteras incluyen el anexado Tibet, Taiwán, la Manchuria, parte del sudeste asiático y diversos territorios que hoy, coyunturalmente, pertenecen a otras naciones, algo que China tiene la firme voluntad de corregir en los próximos 50 años, cuando el destino del país será “coronado por la victoria”—. Confiemos en que los ideólogos chinos, recordando la masiva importación de coolíes a Cuba durante el siglo XIX e inicios del XX, no descubran que la isla del lejano Caribe pertenece al proyecto de esa Gran China imperial que se perfila en el horizonte.

En resumen, Zemin concluye que el partido, autor de la independencia nacional, representa los intereses populares y que el pueblo, una vez liberado, se ha convertido en dueño de su propio destino, gracias al establecimiento de lo que él llama “un régimen estatal de dictadura democrática popular”. Traducido al cristiano, esto quiere decir que en China existe un capitalismo de Estado que recibe con aplausos a los “tigres de papel” (papel moneda, se sobreentiende) del capitalismo mundial, da por buenos los derechos económicos de sus ciudadanos al grito de “enriquecéos”, y santifica los métodos más despiadados de explotación, incluyendo precariedades y prestaciones sociales dignas del mejor capitalismo subdesarrollado. El capitalismo, en la versión china, santifica el resultado sin importar los métodos: salarios de miseria para una mano de obra cautiva seducen a las trasnacionales; las córneas y los riñones de los condenados a muerte devuelven la salud a los acaudalados de Occidente, y el tráfico de niños ya se ha convertido en un importante renglón de sus exportaciones. Pero al mismo tiempo, oh maravilla, el partido garantiza los derechos civiles del socialismo: nada de sindicatos que defiendan los derechos de los trabajadores, cosa que da muy mala imagen a los inversionistas; ni asociaciones alternativas o movimientos disidentes. Es decir: dictadura democrática popular, como su nombre indica. Y si alguien no está de conforme, que recuerde los 3.000 ejecutados al año, cifra que, según Amnistía Internacional, dobla la cifra total de los condenados a muerte en el resto del mundo. Claro que si algo abunda en China, son chinos.

Ese es, según Jiang Zemin, el mejor método —lo peor de ambos mundos— para convertir a China en “un país socialista moderno, próspero, democrático y civilizado”.

China: misión cumplida”; en: Cubaencuentro, Madrid,  3 de julio, 2001. http://www.cubaencuentro.com/meridiano/2001/07/03/2926.html.





Guapería

10 04 2001

Este planeta empieza a parecerse a mi aula de cuarto grado. La mayoría de los niños no rebasábamos las 70 libras y éramos, por razones de peso, propensos al diálogo, la conciliación y los pactos. Nuestras confrontaciones no solían pasar del boconeo (tu madre, la tuya, la bolita del mundo de la tuya, la rebombiá de…, y así hasta las más alambicadas construcciones del insulto, que sólo he vuelto a encontrar en la literatura). Dos o tres pesos pesados, en cambio, no se rebajaban a contemporizar, y zanjaban las discusiones con el argumento terminal de un sopapo. Aunque se cuidaban de ejercer la guapería con sus iguales, e incluso concertaban pactos de no agresión, delimitando sus respectivas esferas de influencia. Algún minimosca ejercía también la guapería, pero aplicando la técnica del muerde y huye, o cobijándose bajo la sombra protectora de un guapo mayor con vocación de líder que había congregado su propia corte de alguaciles, tracatanes y recaderos.

En este planeta que emerge tras la caída de la URSS, sólo se dintingue un guapo en todo el barrio, y la administración Bush, en cuya nómina constan el vice-presidente Richard Cheney y el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, expertos en la Guerra Fría y ex jefes ambos del Pentágono, parece empeñada en confirmarlo. Anuncia el desarrollo del sistema antimisiles, obviando los acuerdos de desarme. Con el propósito de advertir al personal, y sin que medie una explicación clara y plausible (quizás había que librarse de misiles caducados) bombardea a Irak, sabiendo que el malvado Hussein no puede ejercer otra respuesta que la gritería. Por último, en contra de sus promesas electorales y de la firma estampada en la reunión del G-8, abandona el Protocolo de Kioto sobre regulación en las emisiones de gases tóxicos —de los que Estados Unidos es líder mundial, con la cuarta parte de los venenos que amenazan convertir la atmósfera en algo irrespirable—. En todos los casos, el argumento es el mismo: Por mis timbales. Y no se refieren al instrumento musical.

Quizás lo más peligroso de esta política timbalera sea que Bush no siente obligación alguna en caso de pactos o acuerdos internacionales contraídos por la administración anterior, lo cual establece un nefasto precedente, incluso para los propios Estados Unidos. Por otra parte, los argumentos de que una limitación de las emisiones afectaría a la economía norteamericana —como afecta a la economía de cualquier otra nación—, dejan en precario el principio de que la justicia y los intereses globales de la humanidad están muy por encima de los intereses particulares de individuos, países y compañías. Principio sin el cual los organismos internacionales, empezando por la ONU, podrían ser disueltos mañana mismo.

Ahora al guapo del barrio le ha salido un competidor, inferior en su musculatura de misiles y bombas, pero docto en kung fu y con una paciencia de chino para imponerse poco a poco en el patio de la escuela. No en balde ya Bush lo definía como un “competidor estratégico”.

Desde que el avión espía norteamericano EP-3 colisionó con un caza chino matando al piloto, y se vio obligado a aterrizar en la isla de Hainan, las autoridades norteamericanas han exigido la devolución de avión y tripulantes intactos y sin que medie debate. Advierten que el avión no deberá ser inspeccionado (cosa que ya los chinos hicieron por aquello de que “el patio de mi casa es particular”) y Condoleezza Rice, asesora de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, afirma que una disculpa a China no sería adecuada. El presidente Bush expresa en una carta, que responde a “razones humanitarias”, sus condolencias a la esposa del piloto fallecido, pero, restándole importancia, atribuye a la situación anímica de la viuda la referencia de la mujer a la “cobardía” de la negativa norteamericana a pedir disculpas. Richard Cheney lamenta la prolongación de este asunto, que pone en peligro las relaciones a largo plazo con China —el mayor mercado del mundo—, y se mantienen “intensas negociaciones” para pedir disculpas a China sin pedirlas. Porque esa es la exigencia de los asiáticos: obligar al guapísimo del barrio a pedir disculpas ante la comunidad internacional. Disponen para ello de un avión, 24 tripulantes, y una paciencia de chinos.

Washington se refiere a los 24 tripulantes como “retenidos” y no como “rehenes”, asimilando la lección de Joyce sobre la flexibilidad del idioma. Varios congresistas alientan presiones económicas a China, cuya relación favorable con EE. UU. puede permitir su ingreso en la Organización Mundial de Comercio. Otros preferirían una disculpa sotto voce para seguir negociando en paz con los asiáticos. Y a pesar de la monolítica postura de China, seguramente habrá allí quienes apuesten por el comercio de la dignidad, en aras de la dignidad del comercio. Una batallita entre arrogancia y conveniencia que seguramente concluirá en gritería, boconeo y guapería de salón, porque ambos saben que los pequeños de la clase están mirando, y en el fondo de sus corazoncitos infantiles, se ríen como locos.

“Guapería”; en: Cubaencuentro, Madrid, 10 de abril, 2001 http://www.cubaencuentro.com/meridiano/2001/04/10/1877.html.