30 05 2025

Luis Manuel García Méndez: Yo soy un socialdemócrata y, sobre todo, un demócrata convencido

Por Roberto Ruiz Rebo

Fue en una conversación telefónica con el escritor cubano Froilán Escobar que saltó el nombre del novelista y periodista Luis Manuel García Méndez. Sin embargo, en los años ochenta del siglo pasado, ya había leído uno de sus trabajos en una revista juvenil llamada Somos Jóvenes, que por esos años cometió la herejía de publicar unos pocos artículos atrevidos, en aquel contexto donde la censura yacía agazapada en un discurso aparentemente aperturista. Hablo de “El Caso Sandra” un artículo que narraba sin sobresaltos las peripecias de una prostituta, hija de un fenómeno que florecía en las calles cubanas por aquellos años: el jineterismo. Pese a las reacciones en las altas esferas del Partido Comunista y en especial de su más alta nomenclatura, los ejemplares de aquella edición de la revista se vendieron como pan caliente en los estanquillos del país, lo cual encendió más la ira de los mandamases. La historia nos la cuenta García Méndez de manera magistral en esta entrevista a la que él accedió generosamente desde su casa en Madrid donde reside desde el año 1994.  

Pero, haber escrito El Caso Sandra no es, ni mucho menos, el gran mérito de Luis Manuel, porque su carrera literaria es extensa y jugosa: su colección de cuentos Los Forasteros recibió el favor del jurado en el año 1987, coronándose con el Premio Union de Escritores y Artistas de Cuba; en esta obra, García Méndez explora los temas de la migración y la identidad utilizando técnicas realistas, de ciencia ficción y la literatura fantástica. Habanecer otra de sus obrasse alzó en el año 1990 con el premio Casa de Las Américas, en ella el autor fusionando diversos géneros literarios nos relata con sorprendente lirismo un día en la vida de la capital de los cubanos. Luego, vendría el Premio Vicente Blasco Ibáñez en 2001 con su novela El restaurador de almas, en la cual aborda con tono introspectivo y poético, la identidad, la memoria y la crisis existencial. En el año 2003, el escritor de Habanecer vuelve a ser ganador, pero esta vez con un libro de poemas que el tituló Utopiario, a través de la cual presenta una visión crítica de la Habana; Bitácora del silencio, es otra sus obras galardonadas en 2011 con el Premio Camilo José Cela de novelas en castellano y más reciente en 2022, Luis Manuel García Méndez recibe una nueva recompensa en el Certamen de Relato Corto Tierra de Monegros con el cuento Balance de liquidación, en el que el autor realiza una reflexión sobre las decisiones y los cambios profundos del ser humano. 

El quehacer de Luis Manuel García Méndez en el campo intelectual trasciende estos apuntes, pues se ha desempeñado también en el ámbito académico como profesor y conferencista en varias universidades del mundo, incluyendo a Cuba, su país natal. Durante años, ha recorrido recintos universitarios de México, Suiza, Alemania, Italia, Brasil y España, donde ha impartido cursos y conferencias. Desde el año 2022 Luis Manuel ha ejercido como jefe de redacción de la revista Encuentro de la Cultura Cubana, y aunque dice haberse retirado de las labores pedagógicas, aun se mantiene activo dando respuestas sorprendentes a entrevistas como esta. 

Roberto Ruiz Rebo: A finales de los años 80, en un intento por visibilizar el fenómeno del jineterismo que había tomado auge en Cuba por esos años, escribes un reportaje sobre una prostituta, que llamó la atención a los lectores de la revista Somos Jóvenes. El Caso Sandra tomó la dimensión de un escándalo que salpicó a muchos y sacudió al mundo periodístico de la Isla. ¿En qué consistió aquel incidente que supongo resultó traumático en tu carrera? 

Luis Manuel García: Méndez Érase una vez un artículo que se llamó “El caso Sandra” … podría comenzar. Narraba las aventuras y desventuras de una jinetera (antes que fueran personajes del folklore patrio). Por entonces, ellas sólo habitaban como personajes literarios en los atestados policiales. Su fe de bautismo data de mucho después, cuando Él en persona blasonó de que en Cuba disponíamos de las putas más cultas del mundo, geishas en tiempo de guaguancó. La que yo interrogué durante largas horas, acompañé en sus cacerías por La Habana, la que invité a comer en casa (para sobresalto de mi mujer y mengua de la libreta de racionamiento) era, posiblemente, la excepción de la regla. Un accidente del sistema educacional.  

Por entonces, la puta más reciente de la escritura nacional era la mítica Rachel y su bolero, pero el autor, con la prudencia a que nos tenía acostumbrados, hundía su mirada en la noche de los tiempos. A diferencia de mi Sandra, tan contemporánea que, según su propia confesión, se enteró de la publicación de sus aventuras entre un turista sueco y un mexicano de corto alcance.  

Si en 1959 las putas fueron “reeducadas” a taxistas —los autos llevaban las siglas TP, Taxis Populares, que el vulgo leía como Todas Putas—, la revelación de que treinta años más tarde reflorecían como voluptuoso marabú tomó por sorpresa a algunos (seguramente no andaban La Habana en horas de la noche), y otros, menos desinformados, optaron por hacerse los sorprendidos.  

Ante la publicación de “El Caso Sandra” hubo reacciones encontradas: entusiasmo e irritación. Se comentó que yo estaba preso, que la revista había sido clausurada y que el director fue removido de su cargo. En el extremo opuesto, se dijo que el artículo había sido expresamente encomendado por la dirección del Partido, y una agencia extranjera afirmó que Él en persona lo había aprobado. A la revista llegaron cientos de cartas y llamadas telefónicas, y el número correspondiente (200.000 ejemplares vendidos) recibió inesperadas cotizaciones en el mercado negro. 

¿Cuáles fueron las causas de esta repercusión? Antes habría que preguntarse ¿qué periodismo consumía (consume) el lector cubano? Un periodismo chato y monocorde, sobrepasado por la Agencia Vox Populi. Salvo excepciones, es común que “la noticia del día” corra de boca en boca, eludida elegantemente por la palabra escrita, desmedida en la alabanza y tímida en la crítica (o viceversa, de acuerdo al objeto de estudio). Una prensa donde el descubrimiento y revelación de problemas no es emanación precursora sino reflejo. Prudente, la prensa aguarda obediente a que el conflicto sea tocado por el discurso político. Ni siquiera se arriesga a una visión alternativa (no necesariamente contestataria). Recordemos que por entonces Internet era asunto de ciencia ficción y la prensa alternativa no existía. No es raro, por tanto, que a mediados de los 80 el propio Fidel Castro haya alabado la “disciplina” de la prensa, que es como elogiar la prudencia al volante de un piloto de fórmula uno. 

En lo coyuntural, había tenido lugar entre 1986 y 1987 una ofensiva “crítica” a las deformaciones entronizadas durante tres lustros o poco menos, período durante el cual nada de ello fue observado por la prensa.  Para nuestro asombro, Él nos comunicaba desde la tele, con la furia de Ulises a su regreso a Ítaca, que todo lo hecho en los últimos quince años era un desastre, y que “ahora sí vamos a construir el socialismo”. (Mi padre jamás se recuperó de aquella noticia). Empezó a hablarse por entonces de una “nueva política informativa”, de un “periodismo de opinión” (¿cuál que es no lo es?), del “ejercicio del criterio”, pero lo cierto es que hasta hoy el discurso periodístico oficial no ha ni siquiera igualado al discurso político en profundidad de análisis y novedad informativa. Y es mucho decir. Una especie de culminación de ese período fue el V congreso de la UJC.  

En ese contexto aparece “El caso Sandra”. El artículo cumplía premisas habituales en cualquier periodismo del mundo: tocaba un tema que no había sido manoseado institucionalmente. Lo trataba sin la timidez tradicional, que necesita disculparse por cualquier verdad incómoda. Desde el reportaje de Homero sobre la batalla de Troya, tampoco esto ha sido excepcional en el periodismo. Narraba los accidentes de una vida real, dolorosa, no hilvanaba un esquema más o menos moralista y maniqueo. Sin pretensiones sensacionalistas —como lo demuestra su lenguaje conciso y la discreción con que traté ciertas aristas—, lo era de algún modo, aunque sólo fuera porque desvelaba un submundo apenas intuido o totalmente desconocido para una buena parte de la población, sobre todo fuera de La Habana. Acto de revelación en que me jugué mucho menos el pellejo que Ryszard Kapuściński en África. 

Como parte de su “Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas”, el Periodista en jefe afirmaba: “Antes que la suciedad nos sepulte, es mucho mejor lavar los trapos al aire libre” (II Pleno del CC del PCC; en Cuba Socialista, La Habana, septiembreoctubre, 1986). Y que era un error no hacerlo “por temor de que el enemigo se entere allá en Miami, o allá, los imperialistas, y utilicen esto para atacarnos (…) Ningún enemigo nos va a criticar mejor que lo que nos criticamos nosotros. Porque nosotros sabemos mejor que nuestros enemigos dónde están nuestros problemas (…) Incluso al enemigo le quitamos las armas, lo dejamos sin armas”. Más tarde comprenderíamos que esa frase era apenas un puñado de palabras unidas por las leyes de la sintaxis, y que sólo se refería a los trapos previamente señalados por el pret à porter del poder. 

En abril de 1987, durante el V Congreso de la UJC, muchos delegados se expresaron sin eufemismos. Fue una explosión provocada con mando a distancia. Antes del congreso, Roberto Robaina, por entonces su primer secretario, recorrió la Isla expresando atrevidas críticas, incitando a los jóvenes. Con toda la imprudencia de sus años mozos, ellos lo soltaron más tarde en el Congreso, ante las mismísimas barbas del vecino y, ya de paso, dejaron escapar alguna que otra crítica imprevista de su propia cosecha. Roberto Robaina cedió complaciente la palabra y, por respeto a sus mayores, durante todo el congreso no dijo ni pío, a pesar de lo cual terminó, en el imaginario público, como el héroe de la película. De más está decir que, a su regreso, los delegados “disfrutaron” en sus provincias las bondades del sistema nacional de salud: les fueron aplicadas las más modernas técnicas para sanar su incontinencia verbal y, en la mayoría de los casos, conjurar futuras recaídas. 

En esas circunstancias, la revista Somos Jóvenes se propuso una nueva política editorial que arrancó con una entrevista al primer secretario de la UJC, publicada en marzo de 1987 bajo la firma de Mayra Beatriz.  

En la nueva política editorial, las propuestas de los trabajos centrales eran discutidas por toda la redacción, y los textos terminados se leían y analizaban en un ambiente de compromiso (complicidad) que reinó durante aquellos meses. Transitamos en un par de números desde un periodismo ligero, sonriente, algo farandulero y por momentos infantiloide, hasta el tratamiento de temas nuevos y escabrosos en condiciones de libertad vigilada, lo que nos obligaba a una precisión de lenguaje y construcción digna de funambulistas sin red, y a un rigor milimétrico en la búsqueda de información y en la selección de las fuentes. Cualquier ornitólogo sabe que la verdad tiene alas. Y en la prensa cubana ya era tradición cojear de un ala (con el beneplácito de las autoridades) y estaba completamente contraindicado cojear de la otra: pasarse por defecto era siempre un “acto de buena fe”. Pasarse por exceso te podía costar un auto de fe. Por esa razón, si queríamos que nuestro vuelo fuera mínimamente duradero, el equilibrio entre ambas alas debería ser impecable.  

Varios trabajos concebidos dentro de esta política habían sido publicados ya y decenas estaban en curso cuando apareció, en el número doble de septiembre de 1987, “El Caso Sandra”. No fue un acto temerario, sino parte de una política editorial. Tampoco iba contra la Revolución, sino a favor de la Revolución que debió ser. (Y que nunca fue).  

Yo no fui encarcelado, ni el director fue removido (ya por entonces había sido promovido a subdirector del periódico Granma). Pero sí hubo consecuencias: la primera fue una reunión en el Departamento de Orientación Revolucionaria (DOR), del Comité Central del Partido, a la que fuimos convocados una noche de noviembre, creo recordar que bastante fría, todos los trabajadores de la revista, con excepción de Guillermo Cabrera, el director que diseñara el número de la discordia. Dirigía la reunión el entonces todopoderoso Carlos Aldana, director del DOR, quien nos preguntó a todos, uno por uno, nuestra opinión sobre el artículo, con el propósito de separar las papas arrepentidas de las papas podridas y sin remedio. Y uno por uno todos, salvo dos, coincidimos en que, de vernos abocados a la decisión de publicar nuevamente el artículo, volveríamos a hacerlo. Más allá de que haya sido yo el autor material, quince de diecisiete asumimos una responsabilidad que catorce podían haber delegado. Fuenteovejuna, señor. Al cabo de tantos años, no sé si alguno se habrá arrepentido.  

Como supimos más tarde, Carlos Aldana era el agente transmisor de la ira de Fidel Castro, quien montó en cólera tras leer aquellos trapos no planificados. 

Ante la prepotencia de Aldana, sentí aquella noche un justo orgullo por mis compañeros, equiparable en intensidad a la lástima que me inspiró otro invitado a la reunión: un Roberto Robaina tembloroso que, con un hilo de voz, se sumó a las acusaciones del Sumo Pontífice de la información cubana. Todos sabíamos que él conocía el artículo desde su fase larval de manuscrito, y que acordó en su momento con nuestro director un pacto de caballeros: “oficialmente” desconocía el texto, pero, una vez publicado, nos apoyaría y protegería de cualquier represalia con todo el peso de la UJC. De modo que en aquella reunión todos, salvo Aldana, sabíamos que él sabía, sabíamos que mentía cuando alegaba sorpresa y desconocimiento, pero ni así nos rebajamos a denunciarlo, de lo que aún me alegro. No por él, sino por nuestra propia integridad moral.  

El autor intelectual de aquella reunión, cuyo fantasma deambulaba por los pasillos impecables del Comité Central, llamaba por entonces a la prensa a una batalla contra los errores, porque “si nosotros mismos [los dirigentes de la Revolución] nos hemos equivocado. ¿Qué podemos esperar, que no se equivoquen los periodistas?” (II Pleno del CC del PCC, 1986). Tardamos en comprender que esas palabras no invitaban a la libertad y la responsabilidad, sino a otra forma de obediencia. Él no necesitaba periodistas sino amanuenses, secretarios de actas que llevaran a la página impresa sus nuevos “descubrimientos” políticos —hospitales infectos, escuelas en ruinas, fábricas que no fabricaban, empresas dirigidas por Alí Babá y sus 4000 ladrones—. Tardamos en comprender que tales “descubrimientos” tenían el don de la oportunidad: coartadas para un desmoche del palmar político: ajuste de cuentas a supuestos tecnócratas que en su día suplantaron con el recetario del Tío Stiopa el inspirado método de la economía espontánea —Cordón de La Habana, Ofensiva Revolucionaria, Triángulo Lechero, Brigada Invasora Ernesto Che Guevara, Zafra de los Diez Millones—. El ajuste de cuentas a aquellos sacerdotes del Gosplan devolvería a Fidel Castro el control absoluto de la finquita nacional, que desde entonces hasta su mutis por el foro administró con una solvencia entre Pyongyang y Las Vegas.  

Años más tarde, “descubrirían” oportunamente que nuestro fiscal, Carlos Aldana, era propietario de unas tarjetas de crédito, lo suficiente para ganar un pijama que sólo mudó hace poco por el sudario.  

A Roberto Robaina no lo salvó su miedo, ni hablar por boca de otros. Fue acusado de incurrir en prácticas deshonestas como ministro y de “estrecha amistad” con el narcogobernador de Quintana Roo. Expulsado de todo, pinta gallos, paisajes, caballos y mulatas desnudas para los turistas.  

Tras aquellos sucesos, comprendimos que la prensa que intentamos durante algunos meses podría ser deseable para el sistema imaginado por Karl Marx en sus tardes de la British Library, o para el socialismo libertario, democrático, que merecían los cubanos. Pero la hacienda nacional no podía permitir a unos entrometidos enjuiciar a capataces, mayorales, jefes de lote y, menos aún, al hacendado. Una finquita sólo necesita un instrumento de propaganda, un amplificador de ideas pre empacadas que cumpliera una función meramente pedagógica. O, cuando más, echarle unas piltrafas a los hambrientos chicos de la prensa: pizzerías, baches, taxistas y guagüeros.  

A la salida de aquella reunión sabíamos que desde el día siguiente “se acabaría la diversión”, y siempre era el mismo el que mandaba a parar.  

La primera medida fue nombrar directora a la única redactora que en la reunión de marras se libró de toda culpa por el método de “allí fumé”. La directora Yonofui conservaría el (merecido) puesto durante muchos muchos años. El siguiente número de la revista —200.000 ejemplares recién salidos de la imprenta y empacados para su distribución— hizo su viaje a la semilla: fue convertido en pulpa y se sustituyó por un número armado a parches con trabajos de la reserva. Debidamente esterilizado en el autoclave de la UJC, se imprimió con una agilidad que presagiaba a la poligrafía cubana un futuro luminoso. El propósito de nuestros pícaros funcionarios era que los lectores no notaran el cambiazo. Para su mal, un paquete de revistas se salvó de la hoguera y fue distribuido por algunos trabajadores de la imprenta. Hoy es una pieza de colección. Tiene idéntica fecha y número que el distribuido, pero su interior es más perverso (incluía, entre otros, “Perseguirlo y aniquilarlo”, un artículo mío sobre la nueva clase privilegiada, la aristocracia verde olivo, corroborada por entrevistas a 135 jóvenes estudiantes, trabajadores y militares. Sus lectores entusiastas fueron los tipógrafos).  

Desde ese momento, la línea editorial y decenas de trabajos en curso fueron postergados, “endulzados” (la industria azucarera era aún la primera del país) o confinados en la gruta donde se añejan hasta gran reserva. Se estimó que “ese no era el periodismo que el momento histórico demandaba”. Y ya se sabe que el momentómetro es un instrumento muy delicado.  

A mí me condenaron a escribir sobre planetas distantes, curiosidades e historia antigua. Cualquier acontecimiento posterior al Renacimiento era de candente actualidad y no confiaban en que yo podría abordarlo con la prudencia recomendable. La revista recuperó un público adicto a las misceláneas que había cultivado con esmero durante años. Perdió un público distinto que había conquistado en apenas unos meses.  

Tres años después, en una reunión con todos los periodistas de la Editora Abril, el nuevo secretario de la UJC diría de uno de aquellos artículos proscritos:  

—Qué falta nos hubiera hecho este trabajo en su momento. 

Claro que en su momento él, en persona, se ocupó de vetarlo. Yo me limité a mandarlo al carajo con mis mejores modales.  

Otro de mis reportajes, sobre la homosexualidad en Cuba y fechado en 1987, apareció en la misma revista en 1994, tras enterarnos por Fresa y Chocolate que existían homosexuales criollos. Mis entrevistados estaban ya en fase de prejubilación. Otros artículos, casi todos de Mayra Beatriz, fueron rehechos y actualizados, constituyendo lo más digno de lectura en la Somos Jóvenes de los 90. Los menos afortunados, permanecerán en sus gavetas per sécula seculorum. En mi caso, 140 páginas, 4.200 líneas de silencio. 

Roberto Ruiz Rebo: Si por un albur de la vida te ofrecieran empleo en Cuba ¿volverías a escribir un reportaje como ese? 

Luis Manuel García Méndez: Esta pregunta supone varias condiciones difícilmente cumplibles: 

Primero: para que me ofrecieran un empleo en Cuba debería, en principio, vivir en Cuba, cosa que, hasta donde sé, no ocurrirá. 

Segunda: Si me ofrecieran un empleo online, pongamos por caso, creo que tampoco lo aceptaría por muy tentador que fuera, dado que hoy tengo el mejor empleo del mundo: estoy jubilado. Y eso no significa que no trabaje, sino que recibo un salario por trabajar, justamente, en lo que yo quiera y en el momento que yo quiera. 

Tercera: Cuba ahora tiene problemas mucho más serios (y no es que entonces no los tuviera) que las aventuras de una prostituta que, hasta donde sé, comenzó su andadura profesional recién cruzado el umbral de su mayoría de edad. El país se ha convertido en un paraíso del turismo sexual incluyendo la prostitución infantil. Hay madres que prostituyen a sus hijas y esposos, a sus mujeres. Esquilmado durante más de medio siglo, al pueblo cubano solo le ha quedado un capital: su propio cuerpo. Si en una época los capataces de la finiquita nacional tenían cierto pudor y tapaban sus desnudeces morales con discursos, ahora los Mercedes-Benz cruzan a toda velocidad frente a los tanques de basura donde bucean ancianos famélicos que ayer fueron vanguardias nacionales y soldados en las guerras coloniales africanas. En 1987 un cubano vivía (frugalmente, pero vivía) de su salario. Hoy el salario es apenas una propina que otorga a regañadientes el Estado, ese comensal cicatero que se ceba (véase sus volúmenes en cualquier reunión del buró político) a costa de la miseria de sus compatriotas. El hombre del siglo XXI no construye el comunismo en La Habana, sino los rascacielos de Miami, y es la única esperanza de los hombres del siglo XX que se quedaron en la isla. El país que exportaba azúcar y revoluciones hoy sólo exporta cubanos, aunque en eso es líder mundial. Decididamente, no volvería escribir un artículo como aquel. Un país sin coordenadas ni futuro, abocado al desastre más absoluto, y cuyos dirigentes sólo aspiran a enriquecerse y conseguir un bote salvavidas antes del naufragio, necesita mucho más que un artículo: un milagro. 

RRR: A principios de los años 90, surgió en Cuba un grupo de intelectuales que se hizo llamar Paideia. En una conversación que tuvimos, mencionaste algunos nombres de escritores que aún viven en la isla que formaban parte de ese grupo, sin embargo, apenas se conocen la existencia de ese movimiento entre los intelectuales cubanos más jóvenes y otros menos jóvenes. ¿Recuerdas este movimiento, y cuáles eran sus reclamos en aquel momento? 

LMGM: El movimiento Paideia hay que comprenderlo en el contexto de la segunda mitad de los años 80. Los que vivimos aquella época recordaremos la Perestroika y la Glasnost puestas en marcha por Mijaíl Gorbachov en la Unión Soviética. Revisión de un régimen anquilosado y enfermo en proceso de descomposición. Su objetivo no era desmantelar el régimen sino democratizarlo, hacerlo más eficiente y transparente, algo que chocó de inmediato con la nomenclatura tradicional. Fue el principio del fin de los regímenes socialistas en Europa del Este. En Cuba, Fidel Castro había comenzado un proceso de rectificación de errores y tendencias negativas que no tenía el mismo objetivo. Previendo que las ayudas soviéticas se acabarían en breve, y al cabo la propia Unión Soviética implosionaría, empleó todos los medios para fulminar a los tecnócratas de la junta central de planificación y a todo aquel que entorpeciera la puesta en práctica, de nuevo, de su voluntarismo al estilo de los años 60. Alentados por los movimientos de renovación en Europa del este, los jóvenes, y en particular los intelectuales, emprendieron acciones culturales innovadoras y desacralizadoras. La exposición de los artistas plásticos en el Castillo de la Fuerza, las performances, la música de nuevos trovadores como Carlos Varela, películas abiertamente heréticas como Alicia en el pueblo de maravillas. Y posiblemente entre los escritores el proyecto más avanzado fuera justamente Paideia. 

En su manuscrito fundacional se afirma que “PAIDEIA es un proyecto de actuación práctico-crítica en el campo de la cultura, tal y como se perfila hoy ese campo sobre el tejido de relaciones sociales que constituyen el contenido histórico-concreto de nuestro ser y nuestra idea de la cultura”. Y más adelante: “PAIDEIA se propone contribuir al diálogo permanente y mutuamente enriquecedor entre creadores, promotores, críticos e investigadores de la cultura y, sobre esa base, al intercambio y concertación de experiencias, criterios y proyectos de creación, promoción, crítica e investigación de la cultura, de modo que semejante diálogo, y el intercambio que del mismo surja, pueda derivar en un modelo -entre otros posibles- de praxis coral y polifónica de la cultura”.  

El manifiesto estaba firmado, el 19 de octubre de 1989, por Carlos Alfonso, Ángel Alonso, Atilio Caballero, Almelio Calderón, Luis Felipe Calvo, Raúl Dopico, Gerardo Fernández Fernández, Jorge Ferrer, Abel Fowler, Julio Fowler, Emilio García Montiel, Esther María Hernández, Ernesto Hernández Busto, Reinaldo López, Rafael López Ramos, Rosendo López Silverio, Pedro Marqués De Armas, Juan Carlos Mirabal, Jorge A.  Miralles, Abelardo Mena, Radamés Molina, Omar Pérez, Antonio José Ponte, Rolando Prats, Reina María Rodríguez, Alexis Somoza, Armando Suárez Cobián, Bladimir Zamora, Pedro Vizcaíno. Algunos de ellos permanecen en Cuba, otros se han marchado (al exilio o al país de nunca jamás) y a algunos les he perdido la pista.  

El propósito era básicamente que la intelectualidad tuviera una interacción directa con el poder político y desembarazarla de su papel subalterno como amanuenses sofisticados del discurso político o, mejor dicho, del discurso que orientaran los políticos. Pero Fidel Castro y compañía no estaban dispuestos a conceder ni el más mínimo margen de libertad habiendo aprendido de la experiencia soviética, y antes de la checoslovaca, y antes de la húngara, que una pequeña grieta en el muro de la intolerancia puede terminar derribando el muro. Y hablando de muros, ya el de Berlín se había desmoronado. 

Tanto el movimiento de los intelectuales como el de los artistas plásticos terminaron en el aeropuerto. Haciendo bueno el eslogan “a enemigo que huye puente de plata”, las autoridades de la isla, a las puertas del período especial en tiempos de paz, ese eufemismo para nombrar la crisis más profunda en la historia de Cuba solo superada por la actual, permitieron e incluso favorecieron el éxodo de numerosos intelectuales y artistas que se marcharon con su música (incluso con su letra) a otra parte, donde no los pudieran ver ni escuchar los inocentes habitantes de la isla. 

RRR: En el año 2021 hubo un gran estallido social en Cuba en el que muchos jóvenes intelectuales y artistas tuvieron un protagonismo importante; conozco algunos de gran talento, sin embargo, la reacción de la UNEAC y la Asociación Hermanos Saíz fue de condena. Algunos me han dicho que esos artistas no tenían ni tienen representatividad, significando con ello, que no eran miembros de ninguna institución del gobierno, lo cual no es cierto, como en el caso del teatrista Yunior García Aguilera, ahora exiliado en España. ¿Crees que es necesario pertenecer a una organización u ostentar algún carnet para ser reconocido como artista en nuestro país? 

LMGM: Existe y, hasta donde sé, en casi todos los países, los colegiados para distintas profesiones. Colegios de abogados, de médicos, de arquitectos, etcétera, cuyo propósito es, en teoría, garantizar que quienes ejerzan esas profesiones tengan reconocidas por una instancia oficial las capacidades profesionales necesarias para salvar la vida de un paciente, evitar que una edificación le caiga en la cabeza a los futuros ocupantes, o que el acusado tenga la mejor defensa posible. (Aunque a veces funcionen como mafias gremiales). Ese no es el caso de las profesiones artísticas y literarias. Basta recordar que Alejo Carpentier, uno de los mayores escritores cubanos de todos los tiempos, ni siquiera tenía una titulación universitaria. A lo largo de la historia numerosos escritores y artistas se han asociado entre sí por afinidades estéticas, movimientos culturales, intereses gremiales y de defensa mutua, sindicatos para la protección de sus derechos, e incluso por afinidades políticas. Basta recordar el movimiento de intelectuales antifascistas de los años 30. Aunque fueron los llamados países socialistas los que crearon las uniones de escritores y artistas cuyo propósito siempre fue el de amaestrar a aquellas individualidades fuertes y creativas y ponerlas al servicio del gobierno. La pertenencia a esas instituciones podía garantizar a sus miembros visibilidad, oportunidades y recursos. Lo cual no significa que pertenecer a ellas hiciera mejor o peor a un escritor o artista. Y no pertenecer, tampoco. “Por sus obras los conoceréis” y nunca es más cierto que en el caso de las profesiones artísticas, donde titulaciones, pertenencias y colegiaturas son totalmente secundarias. Lezama Lima, segregado, era más escritor que todos los policías literarios que lo excluyeron. Alejo Carpentier, militante y emblemático del nuevo régimen (más por conveniencia que por convicción, creo yo) no por ello fue peor escritor. Lo que define a un escritor o un artista es, simplemente, su obra. Y eso no tiene nada que ver con su pertenencia o no a instituciones gubernamentales, pero tampoco a instituciones disidentes, asociaciones del exilio o a cualquier otra, incluyendo los clubes de parchís o los amigos del croché. La “representatividad” en el caso de los escritores y artistas es individual e intransferible. El agregado cultural en París Alejo Carpentier representaba a Cuba. El escritor Alejo Carpentier representaba a Alejo Carpentier. Un senador representa a sus votantes. Un artista siempre y sólo se representa a sí mismo.  

RRR: En el año 2013 ofreciste una conferencia sobre “La cuentística cubana” en un Master de Literatura Hispanoamericana, por lo que supongo estás bien enterado de lo que sucede en la literatura de la isla dentro y en la diáspora, al menos hasta ese instante ¿Cómo ves el desarrollo de la cuentística y la narrativa cubana en este momento? 

LMGM: Entre 2012 y 2013 hice en la Universidad Complutense de Madrid un master de Estudios Literarios y mi tesis de fin de master se llamaba Crónica del desencanto (cuentística cubana de la revolución 1959-2013). En realidad, el tema era el héroe en la cuentística cubana y sus mutaciones a lo largo de medio siglo. Descubrí que el comportamiento del héroe en la cuentística respondía a una periodización histórica que se podía dividir en diferentes eras: Dialéctica del entusiasmo (1959-1971), Welcome Tovarich (1971-1990), Good Bye Lenin (1990-2006) y Castro remake (2006-2013). En el caso del cuento, su evolución transitó desde lo que llamo el Primer periodo dialéctico (1959-1966) hasta las narrativas de la violencia, de la adolescencia, para concluir en la narrativa del desencanto. A lo largo de ese período bastante extenso han existido movimientos y tendencias en los que se han insertado con mayor o menor acierto escritores de varias generaciones. Al no existir durante muchos años la presión editorial y comercial que en el resto del mundo dicta modas y tendencias, en particular el predominio absoluto de la novela sobre el cuento, en Cuba pudo desarrollarse una cuentística de muy variados acentos: Senel Paz, Miguel Mejides, Reinaldo Montero, Leonardo Padura, Arturo Arango, Francisco López Sacha, entre los de mi generación. A los que se sumaron en los 90 Jesús David Curbelo, Atilio Caballero, Rolando Sánchez Mejías, Amir Valle, Ángel Santiesteban, Verónica Pérez Kónina, Ronaldo Menéndez, Ena Lucía Portela, Antonio José Ponte, Karla Suárez, Anna Lidia Vega Serova y Lorenzo Lunar, entre otros. Al mismo tiempo, fuera de Cuba nuevas generaciones de escritores comenzaron a crear desde códigos y realidades propias (Reinaldo Arenas, Carlos Victoria, José Manuel Prieto, por ejemplo). Más que listar autores y obras, yo prefiero hablar de cinco caminos por los que discurren las nuevas narrativas: Iluminación de lo cotidiano; Reformulación de la memoria; Realismo escatológico; Ensayo narrativo y Neopolicíaco. Y en mi ensayo se hacía constar la evolución del héroe en la narrativa desde el héroe épico de los primeros años, al héroe épico didáctico el héroe épico clásico en la narrativa de la violencia, el héroe nacional del trabajo, una suerte de realismo socialista de escaso recorrido, el héroe romántico, el héroe realista, para desembocar en el superviviente como héroe, una especie de picaresca con la que cierro mi análisis. Debo confesarte que estoy bastante desactualizado de lo que se escribe hoy en la isla. Entre 2014 y 2018 estuve trabajando en Estados Unidos y, a mi regreso, impartí en el IB San Patricio de Toledo cursos de Lengua y Literatura en cuatro niveles diferentes, Filosofía y Teoría del Conocimiento, algo que, como imaginarás, me ocupaba una buena parte de mi tiempo. En cualquier caso, e incluso contando con mi desactualización, creo que en el último medio siglo la cuentística cubana ha contado con aportes importantísimos tanto dentro como fuera de la isla que no desmerecen en lo absoluto de los grandes cuentistas de una tradición que se remonta al siglo XIX y que en el siglo XX tiene autores de talla universal, como Lino Novas Calvo, Alejo Carpentier y Onelio Jorge Cardoso, por citar algunos.  

RRR: Alguien dijo que en tu libro de cuentos Habanecer, que fue premio Casa de las Américas 1990 y Premio Nacional de la Crítica 1992, La Habana se convierte en una especie de capital de la ilusión por obra y gracia de tus relatos. Sin embargo, hoy vives lejos de la Habana. ¿Qué diferencias o similitudes has encontrado en la capital española comparables a una ciudad como La Habana, que después de haber estado en España se me antoja una ciudad tan española? 

LMGM: Yo nací y viví en La Habana los primeros 40 años de mi vida. Allí pasé mi niñez, mi adolescencia, me hice adulto, tuve mi primer amor y el último, la mujer con quien comparto la vida desde hace 36 años. Cursé estudios universitarios, trabajé, cambié de profesión, nacieron mis dos hijos y mis primeros libros. Al abandonar el país en 1994 una buena parte de las cosas que marcan una vida ya estaban hechas. Y las hice en aquella Habana, una ciudad con una personalidad singular, abierta al mar y que podía ser tan acogedora como agreste, tan deliciosa como infame (recuerdo aquellos mítines de repudio de 1980). Pero que siempre consideré mi ciudad, esa de la que no sólo me sentía inquilino sino copropietario. Y ese sentido de pertenencia, esa percepción de ser dueño de sus espacios, de su luz, de su aire, de su mar, es la que intenté recrear en Habanecer. Posiblemente ninguna ciudad del mundo alcance para mí esa cualidad que tuvo La Habana. Nacer en una ciudad y hacer en ella todos los descubrimientos (la amistad, el amor, el sexo, las ilusiones y los desengaños, la nostalgia y el entusiasmo) la dotan de una cualidad única que difícilmente puedas transferir a otras ciudades, aunque te instales en ella durante muchos años y te apropies de sus espacios y sus ritmos. No obstante, eso es algo que, en parte, sólo en parte, conseguí en Sevilla, a la que dediqué una novela breve, La última muerte de Basilio El Bendito, publicada en 2015. Y me ocurre, sobre todo, con Madrid, la ciudad donde vivo hace más de 20 años y cuyos espacios podría decir que son ya míos. Mi último libro, aún inédito, es una especie de Madridecer, aunque sin la voluntad totalizadora de Habanecer. Si Habanecer ha sido calificado como novela invertebrada, El laberinto de las hormigas, mi último libro, es una colección de cuentos vertebrados: cada historia ocurre en una estación de la línea uno del Metro de Madrid, incluso en la estación fantasma de Chamberí, cerrada hace muchos años. He intentado que dejen su huella en este libro su ritmo trepidante, la diversidad humana, las prisas y las pausas, los sonidos, los olores, los mil acentos que pueblan esta ciudad de casi cinco millones de habitantes y otros dos de tránsito. La Habana de aquel libro escrito en 1989 y que se desarrollaba en un solo día de 1987 era una señora hermosa, aunque desmaquillada. La ciudad mantenía su encanto a pesar del maltrato. Su gente, lo mejor de la ciudad, intentaba vencer a las adversidades cotidianas y salvar sus ilusiones. En 2009 viajé a La Habana porque mi hijo, que llegó a España con cuatro años, quería recuperar la ciudad donde había nacido. El resultado es Diario delirio habanero, publicado por Mono Azul en 2010. Una crónica del desastre escrito con dolorosa ironía. Ya entonces yo era para la ciudad un turista más al que intentaban esquilmar y la ciudad se desmoronaba en tiempo de bolero. En mi último viaje, poco antes de la pandemia, constaté que mi ciudad había sido asesinada por el artefacto urbano (si se le puede llamar así, porque la Habana se ha ido ruralizando) que ha venido a sustituirla. Una ciudad que se llama igual que la mía pero que me resulta ajena. Descubrir mi Habana bajo la costra de escombros, suciedad y desaliento es tan difícil como adivinar la Roma del emperador Vespasiano paseando las ruinas del Coliseo. Madrid, en cambio, es una ciudad en permanente transformación: muta y se reconstruye cada mañana. Se infla y desinfla de propios y extraños. Su identidad es justamente no tener identidad, por eso se dice que nadie es de Madrid y, por lo tanto, todo el mundo es de Madrid. Cuando ocurrieron los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004, fui a mi centro de salud porque me pareció lo más útil. La cola para donar sangre daba la vuelta a la manzana. Al día siguiente una manifestación recorrió la Castellana precedida por un enorme cartel: “Todos somos de Madrid”. Detrás de aquel cartel, y hasta donde alcanzaba la vista, un millón de personas de sesenta nacionalidades diferentes lo confirmaban. Ese es el Madrid del que me siento ciudadano. 

RRR: Tengo amigos que emigraron de otros países, y se asombran de que los cubanos constantemente hablemos y estemos pendientes de manera casi excesiva de lo que pasa en Cuba, aunque vivamos lejos. ¿Has notado ese hecho? ¿A qué crees que se deba ese fenómeno de tanta atención? 

LMGM: Muchos pueblos a lo largo de la historia se han considerado “la mejor ocurrencia de Dios”. Algunos, como los judíos, asumen ser el pueblo elegido. Otros pueblos se vanaglorian de haberse escogido a sí mismos. Aunque en América Latina (no voy a discutir la pertinencia o no de este término) es proverbial el ego de los argentinos, los cubanos somos los argentinos del Caribe. Sabemos de todo. Somos terminantes en nuestras afirmaciones. Cuba es la isla más hermosa del planeta y “no hay otro cielo tan azul como tu cielo”, aunque he podido comprobar en muchas latitudes que la competencia es ardua. Fue una colonia más rica que la metrópoli. Nos independizamos luchando contra el ejército más poderoso desplegado nunca en América. Izar la bandera cubana en El Morro costó entre 200.000 y 300.000 vidas, muchas más que todas las que se perdieron en las guerras anticoloniales del resto del continente. A pesar de la devastación, el país se recuperó de un modo milagroso y tuvimos medio siglo de República funcional (a pesar de sus muchos defectos), algo completamente inusual al sur del Río Bravo. Puede que todo ello haya dotado a lo largo de la historia al cubano de un chovinismo de país menor, sin ínfulas imperiales. Si invadimos el mundo, que sea con el mambo. Por suerte. No quiero ni imaginar el destino de la humanidad si Fidel Castro hubiera nacido soviético. A juzgar por la carta que le escribió a Nikita Kruchev en 1962 instándolo a “dar el primer golpe”, hoy no estaríamos viendo películas post apocalípticas. Viviríamos en una. Lo cierto es que los cubanos expatriados, que ya nos acercamos a los tres millones, si no los superamos, aunque tengamos otro pasaporte en el bolsillo, nos seguimos considerando cubanos. Incluso muchos nacidos fuera de Cuba y que no han pisado la isla ni de visita. En Miami conocí al hijo de una mujer cubana nacido en Chicago. Hablaba en inglés como rapeando y en español como si se hubiera criado en Buenavista. Un caso singular de asere bilingüe. Donde vamos, los cubanos nos integramos y no solemos hacer gueto, quizá porque somos demasiado orgullosos, soberbios, autosuficientes como para sentirnos discriminados. Alguien objetará que Miami es un gran gueto cubano. Pero no es así. Hemos ido ocupando los espacios de la ciudad, pero sin la voluntad etnocéntrica del gueto de Varsovia o Chinatown. El día de la fiesta, eso sí, nos reunimos con los paisanos frente a una oferta culinaria que en Cuba es ya historia antigua. Conocí en Houston, Garcías y González de origen mexicano que no entendían español. Sus padres insistieron en que hablaran sólo la lengua “del progreso”, no la lengua “del atraso”. No conozco una sola familia cubana que lo haya hecho. Seguimos interesándonos por lo que pasa en la Isla, pero en muy diversa medida, en dependencia de nuestro arraigo. Quizás sin querer estamos fraguando una nueva nacionalidad: los cubanos de extramuros. Cuando Wole Soyinka, el escritor nigeriano, visitó.  La Habana, lo recibieron al pie de la escalerilla unos babalaos, que le dieron la bienvenida en una lengua yoruba que en Nigeria es lengua muerta. Se echó a llorar de imaginarse un Ulises que arribaba siglos después a Ítaca y lo recibían en griego clásico. Los cubanos sin isla hemos fabricado con los recuerdos nuestra propia Ítaca.  

RRR: Como se sabe asistimos a una época de una profunda crisis donde los cambios y transformaciones están marcados y acelerados por el desarrollo de las tecnologías. En este momento, la inteligencia artificial (AI) ha cambiado muchas cosas, pero también tiene preocupada a mucha gente, y aparejado a estos problemas se avecinan cambios geopolíticos como resultado de una nueva administración en la potencia más grande del orbe ¿Piensas que vamos hacia adelante o que vamos a una debacle absoluta de todo lo que hasta ahora ha creado la humanidad como piensan algunos? 

LMGM: Debo confesarte que mi bola de cristal está averiada y no encuentro ninguna empresa que me la repare, de modo que mi capacidad de adivinar el futuro está muy mermada. Todos los cambios tecnológicos a lo largo de la historia, desde la primera revolución industrial hasta la fecha han provocado efectos deseados e indeseables. ¿Qué fue de los herreros que tenían frente a su establecimiento una cola de caballos esperando por sus servicios cuando el motor de combustión interna suplantó al 95% de los caballos? Del mismo modo, hay profesiones en peligro como consecuencia de la inteligencia artificial, y otras que aún no existen, pero ocuparán a los hombres de mañana. La inteligencia artificial, como todo invento humano, no es buena ni malo per se. Depende del uso que se le dé. Un martillo sirve para clavar un clavo y para abrirle la cabeza al vecino de enfrente. La inteligencia artificial puede ofrecer en segundos un diagnóstico clínico mejor que el de la mayoría de los médicos, puede optimizar un sistema productivo, puede hacer modelos financieros que eviten una quiebra o una recesión, crear y poner a punto medicamentos que salven vidas a una velocidad sin precedentes, conjurar situaciones peligrosas y catástrofes, crear modelos matemáticos de casi cualquier cosa. Pero tampoco podemos desentendernos y permitir que la inteligencia artificial nos suplante en la toma de decisiones. Los científicos y los tecnólogos deben desarrollar las herramientas. La sociedad, representada o no por su clase política, deberá determinar los límites éticos de su uso. Es cierto que la ciencia avanza más rápido que las instituciones, las leyes y los principios éticos. Pero el asunto no es detener la ciencia, sino agilizar la gobernanza. Hace más de un siglo, José Martí, a mi juicio la mente más brillante de la historia de Cuba dijo que “gobernar es prever”. Tenemos que prever los efectos indeseados de las nuevas tecnologías sin esperar a que éstos se produzcan. Y para ello es imprescindible la fortaleza de las democracias liberales, no porque sean perfectas, sino porque son el sistema menos malo de gobierno al poner cada cuatro años el poder en manos de los gobernados. Jorge Luis Borges, admirador de las dictaduras militares del cono Sur y, en particular, de Augusto Pinochet (recuerdo su discurso “La clara espada y la furtiva dinamita”), decía que la democracia es un “abuso de la estadística”. Y es cierto. Como está demostrando el resultado de las últimas elecciones en Estados Unidos, la estadística también puede equivocarse, lo cual no significa que sea ilegítima. Y aunque la democracia puede equivocarse en sus elecciones, la autocracia es siempre un error, cuando no un horror. Sea de izquierdas o de derechas es siempre desastrosa. Ante la incertidumbre del mundo contemporáneo y el descrédito de una clase política que en muchos casos ha mirado más por su propio interés que por el de los gobernados, vemos ahora el ascenso de modelos autoritarios que se atribuyen la representación de toda la sociedad (siempre que toda la sociedad se anime a parecerse a ellos, y en caso contrario deberá ser purgada). Yo soy un socialdemócrata, y sobre todo un demócrata convencido. “Viví en el monstruo y le conozco las entrañas”, diría Martí, pero en mi caso fue el monstruo de la autocracia, donde un señor se atribuía el derecho no sólo de gobernar en mi nombre sino de pensar en mi nombre. Él sabía cómo fabricar diez millones de toneladas de azúcar, inundar la isla de leche fresca, superar en veinte años el ingreso per cápita de Estados Unidos o convertir la pequeña isla en una potencia biotecnológica mundial. Y si no lo conseguía, era especialista en encontrar oportunos culpables. Si lo anterior es cierto, y no creo que ningún cubano me desmienta, me resulta incomprensible que millones de compatriotas hayan votado por Donald Trump, un señor que nunca admite un error, que se considera en posesión de la verdad, incluso cuando invita a sus compatriotas a beber cloro para matar al coronavirus, que se considera a sí mismo, sin ruborizarse, el mejor presidente de los Estados Unidos, incluyendo a Abraham Lincoln y los padres fundadores. Un hombre que miente a conciencia y falsea o retuerce los datos para apuntalar su narrativa. Un hombre que desprecia a todo el que no sea blanco, anglosajón y rico. Que considera a los inmigrantes latinoamericanos come gatos una panda de violadores y parásitos. Un hombre cuyos mejores amigos son Vladimir Putin y Kim Jong Un, a los que admira, amigos a su vez de Díaz Canel, el sin… botones, porque su panza ha hecho saltar ya varias camisas. Y que desprecia a las democracias occidentales legítimamente electas. Un delincuente juzgado y condenado, con numerosas causas pendientes, que se ha presentado a la reelección como alternativa a la cárcel. Que no acepta las reglas del juego democrático y las impugna cuando pierde, no cuando gana. Y que sería capaz de saltarse la constitución si eso le permitiera postularse para un tercer mandato o convertirse en emperador de América, quien sabe. (Acudan los desmemoriados a aquel discurso de Fidel Castro “¿Elecciones para qué?”, del primero de mayo de 1960, que marcó el fin de la democracia en Cuba. Ya él tenía el poder y gobernaría para siempre en nombre del pueblo). Y si Donald Trump es el mejor presidente de la historia, ¿para qué necesitarían los norteamericanos nuevas elecciones? Repito, ¿nada de eso le resulta familiar a los cubanos?  Cuando elige para los cargos más importantes de la nación a ignorantes antivacunas (Salud Pública) o empresarios de la lucha libre (Educación) sólo por su fidelidad política y no por su cualificación para el puesto, ¿tampoco le recuerda esto a los cubanos el ministro ignorante o el director estúpido, pero ambos con carné del partido y méritos políticos de perrillo faldero? Cuando Trump afirma sin ruborizarse que la culpa de los problemas de América la tienen los demás, ¿no se parece a aquello de que la culpa siempre la tiene el imperialismo? Cuando Donald Trump clasifica a los norteamericanos en patriotas que lo apoyan y enemigos de la patria, ¿no le resulta familiar a los cubanos?  

Es cierto que la inteligencia artificial puede entrañar grandes ventajas, pero también grandes peligros. Pero con la inteligencia natural ocurre lo mismo. 





El fracaso de una ensoñación descabellada

31 03 2024

Cubaencuentro. 26/03/2024

https://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/el-fracaso-de-una-ensonacion-descabellada-343715

 

Cuando oímos hablar del “hombre nuevo”, nos viene de inmediato a la memoria El socialismo y el hombre nuevo, de Ernesto Guevara (Ed. Siglo XXI, 1977), donde anuncia que la juventud “es la arcilla maleable con la que se puede construir al hombre nuevo sin ninguna de las taras anteriores” (p. 14) y reafirma que “el hombre del siglo XXI es el que debemos crear”  (p. 13).  Pero el concepto del hombre nuevo no es nada nuevo.  

En la antigua Roma, el Senado y el Consulado estaban restringidos a los patricios. Cuando los plebeyos pudieron acceder a esas dignidades, se denominaron novi homines. A medida que los plebeyos se atrincheraron en las instituciones, se convirtieron en hombres viejos que bloqueaban el paso a otros novi homines. Tanto es así que en el 63 a. C. Cicerón fue el primer homo novus en más de treinta años. Cualquier semejanza con nuestra realidad no es pura coincidencia.

Desde sus inicios, el cristianismo creaba “hombres nuevos” a través del bautismo. Rousseau, Condorcet, Herder, Saint Simon, Fourier, Comte y otros, se refirieron al hombre nuevo desde distintas perspectivas. Y Karl Marx, en La revolución de 1848 y el proletariado, afirmaba: “Nosotros sabemos que para alcanzar la nueva vida, la nueva forma de producción social necesita solamente de hombres nuevos”.

Posiblemente inspirado por un artículo de Max Stirner (1844) Friedrich Nietzsche creó en Así habló Zaratustra el concepto de Übermensch, que se podría traducir como superhombre, como alguien que ha alcanzado un estado de madurez espiritual y moral superior, y genera su propio sistema de valores, siempre que vayan a favor de su voluntad de poder. Este superhombre no se supedita a la “moralidad esclava” a la que son sometidos los débiles por el cristianismo. Ni al control de las pasiones preconizado por Sócrates y, por tanto, a la moral de rebaño de la cultura occidental. Nietzsche señala el carácter transitorio del hombre contemporáneo: “El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre”. A pesar de que, en vida, Nietzsche criticó tanto el antisemitismo como el nacionalismo alemán, el Übermensch fue empleado posteriormente por el nazismo para apoyar su concepto de la raza aria superior, semejante al superhombre, cuyo destino sería esclavizar a los Untermenschen, u hombres inferiores.

El primer intento de llevar a la práctica el “hombre nuevo” de Carlos Marx es el homo sovieticus, inefable personaje del realismo socialista que, en la práctica, se quedó en las novelas de Sholojov y en la estatua del obrero y la koljosiana, emblema de las películas de Mosfilm.  El novy sovietski chelovek, la “nueva persona soviética”, sería, según los ideólogos del PCUS, el arquetipo de las cualidades soviéticas: altruista, generoso, colectivista en contra del carácter individualista del hombre viejo, saludable, culto, defensor acérrimo del nuevo régimen, libre de las supervivencias del pasado, “dotado de una nueva perspectiva ética”, según el filósofo soviético Bernard Byjovski, y nada contestatario. Algo que se conseguiría, según León Trotski en su obra Literatura y revolución, al modificar al “perezoso homo sapiens” mediante “complejos métodos de selección artificial en oposición a la selección natural”, y llega a afirmar que “bajo el comunismo un hombre medio podría llegar a ser un Marx, un Aristóteles o un Goethe”. Ingeniería social que se aproxima a la magia. Hay que reconocer que Ernesto Guevara nunca se pasó tanto de rosca. Y ya vimos que los “complejos métodos de selección artificial” incluían el Gulag.

Y como el concepto parece más polifacético que una cuchilla suiza, Franz Fanon hablaba del hombre nuevo que aparecería después de la derogación del hombre blanco occidental como sujeto de la historia. El hombre poscolonial. Por su parte, para el iraní Alí Shariti, el hombre nuevo es el muyahidín, creyente hasta la inmolación.

En cuanto al caso que nos ocupa, ¿qué fue del hombre nuevo de Ernesto Guevara?

Según él “aquellos cuya falta de educación los hace tender al camino solitario, a la autosatisfacción de sus ambiciones” (p. 8) son el hombre viejo. A ellos se refiere: “cuando la revolución tomó el poder se produjo el éxodo de los domesticados totales” (p. 12). Domesticados por el ancient regime. “Las taras del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual y hay que hacer un trabajo continuo para erradicarlas” (p. 6). “Nuestra tarea consiste en impedir que la generación actual, dislocada por sus conflictos, se pervierta y pervierta a las nuevas (…) su pecado original; no son auténticamente revolucionarios (…) Las nuevas generaciones vendrán libres del pecado original” (p. 14). Es decir, según él, gracias a la acción milagrosa de la revolución, las nuevas generaciones nacerían sin esas taras del pasado, como si se tratara de una viruela burguesa erradicada por una vacuna de marxismo. Y dado que “La arcilla fundamental de nuestra obra es la juventud: en ella depositamos nuestra esperanza y la preparamos para tomar de nuestras manos la bandera” (p. 17), los jóvenes vendrán ya inmunizados de fábrica.

¿Y cómo obraría el nuevo régimen ese milagro? Mediante la acción social y política: “el individuo recibe continuamente el impacto del nuevo poder social y percibe que no está completamente adecuado a él. Bajo el influjo de la presión que supone la educación indirecta, trata de acomodarse a una situación que siente justa y cuya propia falta de desarrollo le ha impedido hacerlo hasta ahora. Se autoeduca” (p. 8). De modo que el joven, fascinado por los justos ideales de la revolución, se autoeduca para ponerse a la altura. Deja de tener ambiciones, sueños e ideales personales para convertirse en una célula de la nueva sociedad, un pólipo del arrecife socialista. No olvidemos la educación indirecta, aunque no sabemos si se refiere a la policía política y otros medios coercitivos, como las tristemente famosas UMAP, que pretendían fabricar “hombres nuevos” aunque muchos se rompieran definitivamente durante el proceso. Si no te autoeducas, ya nos ocuparemos nosotros: “por un lado actúa la sociedad, individual y colectiva” (p. 6). “Nos esforzaremos en la acción cotidiana, creando un hombre nuevo con una nueva técnica”. (p. 17). Lo cual recuerda la frase de Stevenson (el púgil, no el novelista) cuando afirmó que “la técnica es la técnica y sin técnica no hay técnica”. Pocas veces se puede decir tan poco como Guevara con tantas palabras. Lo increíble es que intelectuales de medio mundo y cátedras universitarias de renombre se lo tomaran en serio.

Y ¿quién educará a esos jóvenes que no alcancen solo con autoeducación el olor de santidad del hombre nuevo? La vanguardia. El partido. Porque los cubanos “ya no marchan completamente solos, por veredas extraviadas, hacia lejanos anhelos. Siguen a su vanguardia, constituida por el partido” (p. 9), y eso ocurrirá porque la masa “sólo podrá avanzar más rápido si la alentamos con nuestro ejemplo” (p. 9). “La selección natural de los destinados a caminar en la vanguardia y que adjudiquen el premio y el castigo a los que cumplen o atenten contra la sociedad en construcción” (p. 9). La vanguardia no solo iluminará el camino con su ejemplo, sino que repartirá premios y castigos. Durante los siguientes años no veremos demasiados premios, salvo los que la vanguardia se atribuyó a sí misma, pero sí muchos castigos. Y el mayor castigo fue el colectivo: “el individuo de nuestro país sabe que la época gloriosa que le toca vivir es de sacrificio” (p. 15). “No se trata de cuántos kilogramos de carne se come o de cuántas veces por año pueda ir alguien a pasearse en la playa, ni de cuántas bellezas que vienen del exterior puedan comprarse con los salarios actuales. Se trata, precisamente, de que el individuo se sienta más pleno, con mucha más riqueza interior” (p. 15). El problema es que para la inmensa mayoría de la población, la riqueza interior no compensa la miseria exterior. Y eso, por tiempo indefinido, porque el eslogan “el presente es de lucha; el futuro es nuestro” (p. 14) sigue tan vigente como el cartel que colgaban en las bodegas de antes: “Hoy no fío. Mañana sí”. Y nunca se descolgaba. Como la felicidad futurible del socialismo cubano, como el horizonte, mientras más nos acercamos a ese futuro que será nuestro, más se aleja. Por el contrario, Miami siempre queda a la misma distancia. Al final, los cubanos durante seis décadas “marchan completamente solos, por veredas extraviadas, hacia lejanos anhelos”.

Por si la perspectiva de un futuro feliz siempre en fuga no bastara,  esa selección natural de los llamados a ser la vanguardia, el ejemplo a seguir, nos enseñó, entre otras virtudes, el enriquecimiento ilícito, el desprecio por la felicidad y la vida de sus compatriotas, el oportunismo, la crueldad o la estupidez en el mejor de los casos, el nepotismo, la falta de compasión y otras tantas conductas ejemplares que nos entrenaron en la doble moral, la simulación y la paciencia a la espera de nuestra oportunidad para alcanzar ese futuro tangible que nos queda a noventa millas.

Según Guevara, el resultado de ese proceso mágico de producción del hombre nuevo, al que se educa para prescindir de su individualidad en favor de una incierta identidad colectiva, en la perspectiva de trabajar denodadamente y sin otra retribución que su riqueza interior para conseguir un futuro en fuga, será que “el hombre, en el socialismo, a pesar de su aparente estandarización, es más completo; a pesar de la falta del mecanismo perfecto para ello, su posibilidad de expresarse y hacerse sentir en el aparato social es infinitamente mayor” (p. 10). “Acentuar su participación consciente, individual y colectiva, en todos los mecanismo de dirección y producción (…) Así logrará (…) su realización plena como criatura humana, rotas las cadenas de la enajenación”. (p. 10). Cuesta creer que, derogadas las libertades refrendadas por la constitución, entre ellas las de expresión y asociación, la prensa libre, el multipartidismo y la democracia, el propio Guevara creyera que el hombre común tuviera la más mínima posibilidad de tener una “participación consciente, individual y colectiva” que no fuera aplaudir.

Cincuenta y siete años después de la muerte de Guevara, abandonado por Castro en la selva boliviana, sus ensoñaciones sin ninguna base científica, ni lógica histórica o sociológica, resultan más descabelladas que los horóscopos de las pitonisas televisivas. Un hombre que presumía de seguir los principios del materialismo histórico y dialéctico, convierte en vaticinios sus propios deseos sin la menor coherencia lógica: Seguir el ejemplo de una vanguardia de incompetentes y oportunistas que han hundido al país sin asumir ni una sola responsabilidad, produciría hombres altruistas y virtuosos. Silenciados y sin medios de participación ciudadana, tendrían una “participación consciente, individual y colectiva” en el destino de la nación. Trabajarían denodadamente sin otra recompensa que una felicidad futurible que sesenta y cinco años más tarde ni está ni se le espera.  

Por eso no resulta nada raro que 425.000 emigrantes cubanos llegaran a Estados Unidos entre 2022 y 2023, a los que se suman decenas de miles hacia otros destinos; el mayor éxodo de nuestra historia. Dado que esa emigración es mayoritariamente joven, podríamos concluir que, el hombre nuevo del siglo XXI está en Miami. Efectivamente, “las nuevas generaciones vendrán libres del pecado original”, creer en la revolución en la que un día creyeron  sus padres.





Soltar al tigre

31 03 2024

Cubaencuentro.com 24/11/2023

https://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/soltar-al-tigre-343271

“Freiheit ist immer die Freiheit des Andersdenkenden” (“La libertad siempre ha sido y es la libertad para aquellos que piensen diferente”), escribió la socialdemócrata Rosa Luxemburgo en 1916. En una entrevista de 1920, Fernando de los Ríos, diputado del Partido Socialista Obrero Español, preguntó al bolchevique V. I. Lenin cuándo disfrutarían de libertad los ciudadanos soviéticos, a lo que éste respondió “¿Libertad para qué?”.

Quienes tenemos la suerte de vivir en libertad sabemos para qué: para todo. Para ser quienes somos y no quienes otros desean que seamos. Para pensar, opinar, amar y soñar en conciencia. Para creer (o no) en dioses, próceres, éticas y estéticas. Para expresar con total libertad esas opiniones y asociarnos (o no) en consonancia. Tenemos claro que nos asiste el derecho y la obligación de defender esa libertad. Pero no siempre tenemos claro que, con el mismo énfasis, debemos defender la libertad del otro, del que piensa diferente.

Eso lo saben perfectamente todas las dictaduras, por eso no es casual que una de las primeras medidas de Fidel Castro fuera intervenir todos los medios de prensa. Se establecía así que todo ciudadano era libre de pensar lo que quisiera, siempre y cuando no lo pronunciara. El triunfo del monólogo interior. O que desde los nazis hasta Pinochet incineraran montañas de libros. Un procedimiento que traspasa continentes e ideologías: desde los regímenes comunistas, hasta los ayatolas, los terroristas de ISIS y los talibanes, o las dictaduras de diverso pelaje en todo el mundo. Ya lo sabía Ray Bradbury en Fahrenheit 451.

Pero la libertad no es un don irrevocable que se nos ha concedido para siempre. Si no la defendemos cada día, o si asumimos que mi libertad puede prescindir de la libertad del otro, nada me garantiza que mañana ese otro se sienta tentado a prescindir de la mía.

Occidente ha sido, sin dudas, el espacio que mayores libertades ha disfrutado en este planeta y durante más tiempo. Se lo debemos a la democracia, un sistema político en el cual mi adversario tiene el mismo derecho a existir que yo, siempre y cuando no intente quebrantar mediante la violencia el orden constitucional. Eso impone la convivencia que, según la RAE, es “vivir en compañía de otro u otros”, “coexistir en armonía”. Sin embargo, estamos observando en muchos países la quiebra de esa convivencia. La descalificación del adversario tildándolo de traidor, tramposo, enemigo de la nación, mentiroso, delincuente… Y si eso no diera resultado, se echa mano de las fake news: la señora Hillary Clinton regenta un negocio de pornografía infantil en la trastienda de una pizzería; la esposa de Pedro Sánchez es en realidad un hombre travestido y trafica mariguana desde Marruecos, y Obama nació en África. Los esbirros cubanos son dignos herederos del KGB en esos ejercicios de infamia. No hacen falta pruebas y en caso de que el emisor sea condenado por difamación, hace una colecta entre sus fans para que paguen la multa. Y da resultado. La mentira es más poderosa que la ley. Más poderosa que la razón. Algunos independentistas catalanes insisten en creer que, libres de España, serían tan ricos como Dinamarca, que permanecerían automáticamente en la Unión Europea y que conservarían su pasaporte español. No se explican por qué muchas compañías catalanas emblemáticas se dieron a la fuga. (El dinero es incrédulo). Los ingleses que votaron a favor del brexit que iba a hacer de Gran Bretaña el país más rico y feliz del mundo una vez librado de la tiranía de Bruselas, descubren ahora que el camión con sus verduras está retenido en la frontera, que los precios se han desbocado, el crecimiento económico es la mitad de la media europea y que su médico y su enfermera regresaron a España.

Aquí estamos viviendo una campaña electoral permanente desde principios de año. Una vez constituido el gobierno, podría pensarse que la campaña ha terminado, pero no es así. Noche tras noche, transmitidas en vivo por la televisión, hemos visto las manifestaciones ante la sede de Ferraz: jóvenes y orgullosos neonazis a cara descubierta o embozados, muchos con antecedentes penales; falangistas de antes y de ahora; nostálgicos franquistas de ayer y jóvenes promesas que sólo han conocido al caudillo por las historias de sus abuelitos antes de acostarse. Monárquicos anti felipistas. Desokupas. Hooligans. “Guardias Grises” y “Jemeres azules”. “Gente de bien”, dice la oposición. Gritan los eslóganes más soeces y agitan los emblemas más esperpénticos: banderas de los tercios;  muñecas inflables con los nombres de las ministras; banderas mutiladas de escudo en repudio del rey Felipe IV por no cabalgar con Abascal y Santiago Apóstol en su caballo blanco y exterminar a los rojos; cánticos xenófobos y homófobos. Y verdaderos contrasentidos: acusaciones de golpista al presidente Sánchez, democráticamente electo por una mayoría parlamentaria, mientras corean “Franco Franco Franco”, al que en 1936 tampoco le gustó que los republicanos ganaran las elecciones. Eso reforzado por otro slogan genial: «Aquí hace falta un Tejero, pero de los de verdad». Es decir, hace falta un coronel como Tejero, que en 1982 tomó el Congreso e intentó un golpe de Estado, y no golpistas de mentiritas como Sánchez.

Alguien me dirá, y seguramente con razón, que se trata de una minoría de exaltados que no representan a la oposición legal y democrática. Que las verdaderamente representativas son las manifestaciones pacíficas convocadas por el Partido Popular. Y estamos de acuerdo. Pero el hecho de que esos exaltados cuenten con la aprobación o al menos la disculpa de partidos con representación parlamentaria; que la presidenta de una comunidad autónoma clame contra esta “dictadura” y llame a derrocarla, que un político en ejercicio llame al magnicidio, explica que los ultra se sientan legitimados para quebrar la convivencia mediante acciones violentas. Por si fuera poco, un grupo de militares jubilados, alguno de los cuales pidió hace cierto tiempo una limpieza social “aunque tengamos que fusilar a 26 millones de españoles”, ha publicado recientemente una carta abierta al ejército instándolo a que deponga al Presidente. Son unos viejos militares sin poder, nostálgicos del franquismo, dirá alguno. Y tiene razón. Lo preocupante es que el clima de beligerancia permanente, insulto y descalificación los envalentonen hasta incurrir en un delito.

La acritud ha llegado al punto de perder las más elementales normas institucionales. Es habitual que el presidente del partido más votado sea felicitado por su oponente en la noche electoral. No ocurrió. Y que el presidente electo por los votos del Congreso sea felicitado por el jefe de la oposición. Tampoco. En su lugar, Núñez Feijóo se acercó al presidente Sánchez en el hemiciclo para decirle “Es un error”. ¿Un error de quién? ¿De Sánchez que ganó la votación? ¿De los partidos con representación parlamentaria que votaron a su favor en nombre de sus electores? ¿De los españoles que votaron a esos partidos? No es un error. Se llama democracia. Y en el traspaso de carteras ministeriales hemos visto el bochornoso espectáculo de dos ministras de Podemos que no repetían en sus cargos, arremeter contra el gobierno del cual todavía forman parte, acusándolo de destruirlas por su espléndido trabajo y sus grandes virtudes, cuando en realidad es consecuencia de sus persistentes errores, su nula autocrítica y su deslealtad institucional.

Lo peor es cuando la intolerancia se infiltra hasta la vida cotidiana: padres, hijos, hermanos, familias cubanas fracturadas durante años por el odio entre los pro y los contras; mi abuela ocultando a sus hijos que se quedaron las cartas de sus hijos que se fueron, los innombrables; la familia catalana que celebra la Nochebuena hablando del tiempo y misceláneas para evitar el tema de la independencia; trumpistas y anti trumpistas incapaces de compartir el pavo de Thanksgiving.

Aunque lo más interesante es constatar en las redes sociales las ácidas críticas de los grupos ultra no sólo a sus “enemigos naturales” sino a sus patrocinadores por acción u omisión, a quienes tildan de blandos, cobardes y cómplices. En las olimpiadas del fundamentalismo siempre hay un extremista más radical. Ese es el peligro de soltar al tigre. Nunca sabrás a quien morderá primero.





Alzados on line

25 11 2011

Este libro va de micrófonos a cámaras, de sonidos subrepticios a imágenes acusadoras. De los micrófonos que dos agentes vienen a instalar en casa de Nicanor O’Donnell en el corto Monte Rouge, a los miembros de las brigadas de acción rápida que se cubren el rostro y huyen cuando los familiares de Orlando Zapata Tamayo les apuntan con las cámaras de sus teléfonos móviles.

El título de Antonio Jose Ponte, Villa Marista en plata (Editorial Colibrí, Madrid, 2010), juega con la obra de Carlos Garaicoa Las joyas de la Corona, expuesta en la Bienal de La Habana de 2009, donde se mostraban reproducciones en plata de ocho centros de detención y tortura en el mundo, entre ellos Villa Marista y la sede del Servicio de Inteligencia de Línea y A. El diccionario de la RAE recoge la acepción “en plata” como “brevemente, sin rodeos ni circunloquios, en sustancia, en resolución, en resumen”, lo que en cubano sería “de verdad”. Y aquí Villa Marista se nos muestra, más que la ideología y la política, como la osamenta del poder “de verdad” que ha conseguido sostener medio siglo de castrismo. Sin ese sustrato óseo se habría desmoronado hace mucho.

Los cruces de caminos entre arte, política y nuevas tecnologías es el recorrido que propone el autor, comenzando con la humorada de Monte Rouge, una suerte de disidencia light que mereció la reprobación oficial, hasta el punto de condenar a su autor a hacer votos públicos de fidelidad. Y se enseria con Garaicoa en una obra que equipara Villa Marista con la Stasi, la Escuela de Mecánica de la Armada y la Lubianka y que, sin embargo, contó con la aprobación de los curadores y sus “asesores”, y condenó a Nirma Acosta, en La Jiribilla, a malabarismos dialécticos para “demostrar” que la obra no era lo que decían las agencias extranjeras, sino “una mirada penetrante (…) frente a un mercado del arte asociado a concesiones y estafas”. Tras la aprobación oficial, a ella le tocaba limpiar la escena del crimen, pero con detergentes ideológicos de baja calidad.

La segunda parte del libro se adentra en “la guerra de los emails” ocurrida tras la aparición en la TV cubana, entre diciembre de 2006 y enero de 2007, de tres connotados represores de la cultura defenestrados hacía mucho, en particular Luis Pavón, ex presidente del Consejo Nacional de Cultura. Cundió el pánico entre los viejos escritores represaliados, a la sazón ascendidos a los altares de Premios Nacionales de Literatura.  ¿Traería de vuelta el raulismo a los zombies que creían recluidos para siempre en las catacumbas de la historia? Había que conjurar de inmediato aquella resurrección. Y los emails difundieron por la red el rumor, la angustia y la ira, pero pronto, por obra del reenvío y tumultuosas listas de direcciones, la riada se desbocó. Irrumpieron sin invitación incluso desde otras orillas geográficas e ideológicas.

Algunos se negaban a circunscribir el debate a aquellos policías culturales e indagaban sus conexiones con el sheriff del pueblo. Por qué quinquenio gris, se preguntaban, si la represión ya se acerca al medio siglo. Escritores del exilio convocaban desde platea alta a valentías que ellos tampoco tuvieron cuando les tocó estar en el ring. Otros alertaban sobre la inutilidad de un debate en torno a tres agentes cuando el cuerpo policial seguía intacto. Un antiguo subordinado de Pavón defendió la necesidad de desbordar el debate más allá de la cultura, hasta ámbitos políticos y sociales que hasta el momento han sido patrimonio exclusivo del líder. Jóvenes para los cuales “Papito” Serguera bien podría ser un timbalero de la Orquesta Riverside ponían en cuestión el primer (y único) mandamiento de la cultura revolucionaria: el mussoliniano “Dentro de la revolución, todo; fuera de la revolución, nada”. Había que poner coto a aquel desparrame ideológico que ya amenazaba, incluso, a quienes lo habían iniciado.

Tras dos semanas de tángana, la UNEAC publicó su declaración “La política cultural de la Revolución es irreversible” (en consonancia con un socialismo irrevocable) que conjuraba el temor de las víctimas del pavonato, pero omitía al resto de las víctimas y eludía empantanarse en cenagales ideológicos surcados de peligros. Salvo los “enterados”, el resto de la población se quedó en la duda ante aquella respuesta sin pregunta. Como escuchar “la tuya”, sin que previamente nadie diga “tu madre”.

Pero ni así se calmó la charca. Si la política cultural es irreversible, Pavón y su élite fueron consecuentes con ella, exclamó Reinaldo Escobar. A menos que sea cierta la ironía de Ponte y “aquellos comisarios medraban durante los olvidos de Dios”. Respondidos los miedos, Orlando Hernández aseveró que esa ha sido la función de la intelectualidad cubana: esperar respuestas y decisiones, no tomarlas. “No está en nuestras manos. Hace mucho que entregamos las manos”.

Al rescate y en una suerte de dialéctica inversa, Desiderio Navarro afirma que eran los comisarios con sus informes quienes decidían las órdenes de sus jefes, y Ambrosio Fornet atribuye a esos policías una capacidad retroactiva, de modo que sobre ellos recayeran también los desmanes de los 60. A pesar de reuniones a cubierto con el ministro y conferencias bajo estricta invitación, la meteorología electrónica no amainaba, y subió de tono cuando Fernando Jacomino, vicepresidente del Instituto del Libro, echó en cara al escritor Francis Sánchez y a su compañera las cifras exactas de los royalties cobrados por ellos, un intento de amordazarlos con papel moneda. Antes los enviábamos a una acería o un almacén donde les era sustraído todo su tiempo; ahora les pagamos en dinero, en viajes, en honores y en tiempo. Esa era la moraleja.

En Vida y destino, de Vasili Grossman, un científico acosado (y acusado), a punto de ser molido por la maquinaria burocrática, desenfunda toda su valentía y una dignidad fatalista, hemigwayana. Basta una llamada telefónica de Stalin, interesado por su trabajo, para que recupere todas sus prerrogativas y algunas más. Sus fiscales se convierten en aduladores y a codazos intentan alcanzar su vecindad, como una pata de conejo que inocula suerte con solo tocarla. Pero entonces, quien enfrentó con entereza el ostracismo siente pánico ante la posibilidad de perder el favor de los dioses. Es el vértigo de las alturas.

Con sus 128 páginas de 244, este capítulo es el núcleo del libro. Recoge en detalle (demasiado detalle) la guerra de los emails, y pone al descubierto los perversos mecanismos implementados por el poder en sus relaciones con la cultura y cómo las nuevas tecnologías pueden funcionar como un  medio de defensa. Emboscados en la red, lejos de las autovías del poder, comienza una guerra de guerrillas. A pesar de las oportunas intervenciones del autor y de su excelente prosa, la cita in extenso de los emails, donde no son infrecuentes los bodrios de redacción y los farragosos textos oficiales y paraoficiales, empantana a ratos la lectura, le resta agilidad. Sintetizar las citas o referirlas, lo habría evitado. Nos deja, en cambio, con el deseo de visitar la “Carta para no ser un espíritu prisionero”, de Reina María Rodríguez, quien “se acoge al ejemplo de Marina Tsviétaieva”, y que el autor no reproduce por “pudor personal” o por su habitual modestia.

Si ese capítulo se refería a la guerrilla on line, los dos últimos dan cuenta del arte de la guerra. Una guerra asimétrica entre un ágil comando de blogueros, disidentes y periodistas independientes, y la pesada caballería del Estado, que ha establecido en la Universidad de las Ciencias Informáticas de La Habana (UCI) su base de misiles. El campo de batalla es escuálido: una red lenta y minada, plagada de tierras de nadie donde ni las tropas estatales están autorizadas a operar. Razón por la que, emboscados tras cualquier matorral, los blogueros son más afectivos en sus incursiones a la Internet y las redes sociales. Los micrófonos y las cámaras de espiar han cedido paso a los micrófonos y las cámaras en los móviles que sirven para la denuncia y hacen volver el rostro, callarse y huir a los funcionarios, los esbirros y los paramilitares.

Lo peor de esta guerra es que los guerrilleros se han alzado ahora en una serranía inaccesible. No basta movilizar ciento cincuenta mil milicianos y peinar el campo. Como en los sesenta, el Estado intenta despoblar el lomerío impidiendo el acceso a Internet del ciudadano corriente, pero ya no es tan fácil confinar a la población en Ciudad Sandino. Se escurren y confraternizan con el enemigo. Con razón atribuye Yoani Sánchez al gobierno parte del mérito por su creciente popularidad. La publicidad de lo prohibido es siempre tentadora. Un nuevo tipo de escritor y de periodista que no teme salir del armario ideológico coloca en la UNEAC y en la UPEC sendos espejos donde sus mayores cuentan sus canas y sus miedos. Como el abuso de la penicilina, las invocaciones al imperialismo ya no surten efecto. La cárcel sigue siendo temible, pero ya hay quienes temen más a la reclusión voluntaria en una mazmorra de silencio y ofrecen en los blogs listados de los efectos indispensables a llevar en caso de arresto. Ahora son los esbirros quienes huyen de las cámaras y los micrófonos. Ya no están tan seguros de que el futuro pertenezca por entero a la revolución y el socialismo y, por las dudas, prefieren que no cuelguen allí su retrato enarbolando una cabilla o un insulto. Se percatan de que la nueva guerrilla ya está empezando a bajar al llano de la realidad: pasean gladiolos por la 5ª Avenida, efectúan performances callejeros, no temen interrumpir con sus exabruptos sosegadas conferencias oficiales y ni siquiera se les puede apalear con tranquilidad, porque nunca se sabe si alguien está grabando. Los alzados on line se vuelven tupamaros, ensayan la guerrilla urbana. ¿Tampoco la calle pertenece ya a los revolucionarios?

Incluso los chicos de la UCI están contaminados de libertad. De tanto andar por su cuenta en la jungla cibernética, han empezado a hacer preguntas incómodas. Quizás sea el momento de ingresarlos en la UCI, en la Unidad de Cuidados Ideológicos, antes que deserten. Los cohetes balísticos eran mucho más previsibles.

Villa Marista en plata propone un viaje. Comienza en la obra contestataria que, aún sujeta a los espacios oficiales de difusión, encuentra caminos alternativos, como Monte Rouge, gracias a la tecnología. Continúa en el hallazgo del espacio virtual como sitio de debate que el poder es incapaz de monitorear y domesticar, aunque lo intenta. Y termina en una reminiscencia de la teoría guevariana del foquismo. La guerrilla cultural se alza en un espacio imposible de acotar y señalizar, donde los agentes del Estado son incapaces de dirigir el tráfico ideológico. Al descender de la serranía virtual a la calle real, se cierra el ciclo.

La estructura del libro responde a sus contenidos: encrespada, sinuosa, ajena a una vocación lineal, como el oleaje de las nuevas tecnologías en red. El lector académico, el sociólogo y el politólogo echarán de menos una composición más cartesiana, una mayor visibilidad de causas y efectos. El lector de literatura encontrará su camino entre las turbulencias y se sentirá invitado a poner de su parte. Un libro sobre intelectuales y tecnologías apela a Villa Marista, y eso lo desgremializa. Carpinteros, soldadores, músicos. Por invocación o de hecho, por Villa Marista hemos pasado todos los cubanos.

 

“Alzados “on line”; en: Cubaencuentro, Madrid, 25/11/2011. http://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/alzados-on-line-270906





La lentitud confortable

13 09 2011

Degustar un Yoichi 20 años, fabricado por Nikka, es una experiencia memorable. Un whisky cargado de matices –violetas, cuero, tabaco, grosellas— que abandonan en el paladar una larga memoria de las excelentes aguas de Hokkaido y de la turba purificadora en sus suelos. No por casualidad fue elegido en 2008 el mejor single malt en el World Whisky Awards, desbancando por primera vez a un whisky escocés.

Ese sabor se lo debemos a Masataka Taketsuru (1894–1979), un joven que tomó clases de química orgánica en la Universidad de Glasgow en 1919 y, posteriormente, trabajó en varias destilerías escocesas. En 1920 regresó a Japón cargado de cuadernos donde fue anotando el proceso de producción, y allí comenzó a trabajar para la destilería de Shinjiro Torii, creando en 1934 su propia empresa, Nikka, en Hokkaido, la Escocia japonesa.

De haber nacido en el Japón tradicionalista y hermético de la primera mitad del siglo XIX, el empeño innovador de Masataka Taketsuruno no habría fructificado; pero coincidió con la apertura del país a las nuevas tecnologías que convirtió a Japón en una potencia de primer orden. El país comprendió que no se trataba de reinventar la rueda, sino de adaptarla a su entorno. Ni de importar bisuterías de consumo, sino de estudiarlas, mejorarlas y producirlas con una eficiencia óptima. Treinta años después de los hermanos Wright, Japón fabricaba el Mitsubishi A6M, Zero, uno de los mejores cazas de la época.

En su libro Armas, gérmenes y acero: breve historia de la humanidad en los últimos trece mil años (Debate, 2006), Jared Diamond ofrece la explicación más convincente de por qué la humanidad se ha desarrollado diferencialmente en distintas regiones. Revela las causas objetivas de que en Mesoamérica y Los Andes surgieran las grandes civilizaciones americanas, y no en la Patagonia o en los Grandes Lagos. Y las razones geográficas, biológicas y climáticas gracias a las cuales las culturas de Eurasia y del Creciente Fértil han dominado el mundo durante los últimos milenios: la disponibilidad de animales y plantas domesticables y de alto rendimiento, pero, sobre todo, la posibilidad de expandir tecnologías, cultivos y ganado en un eje paralelo (y no meridiano, como en América o África) con franjas climáticas semejantes.

Gracias a ello, un puñado de conquistadores españoles vencieron a los imperios maya, azteca e inca, no porque fueran seres superiores, sino porque, entre otras razones, venían armados con acero (facturado por primera vez en India, Sri Lanka y China, donde también se inventó la pólvora) y sobre caballos que fueron domesticados por vez primera en Asia Central. Anotaban sobre papel (de origen chino) sus experiencias, mapas y conquistas gracias a una escritura muy perfeccionada a partir de sus orígenes babilonios. Y, sobre todo, venían armados con gérmenes contra los cuales los eurasiáticos se habían inmunizado a lo largo de milenios. Los americanos carecían de anticuerpos. Cómputos recientes demuestran que la gripe, la viruela, el sarampión, el tifo y la influenza fueron los grandes genocidas de la conquista.

Karl Marx realizó en su momento el análisis más exhaustivo del capital, pero pecó de escolástico al conferir a sus leyes de la dialéctica un carácter universal e inmutable. A ellas debía someterse, a las buenas o a las malas, la naturaleza y la historia. Y su Materialismo Histórico –determinista, eurocentrista y racista, entre otras istas–, intenta embutir en la horma europea el devenir histórico de toda la humanidad, sin considerar la historia como la compleja interacción entre múltiples procesos, no un mero resultado de la lucha de clases. De ahí que las sociedades construidas a punta de bayoneta como modelos más o menos (in)fieles a sus tesis hayan demostrado su caducidad histórica.

Jared Diamond, biólogo y biogeógrafo, profesor de la Universidad de California, parte de los datos objetivos e intenta explicar los hechos probados mediante razones comprobables. China, la gran potencia tecnológica del primer milenio, se subdesarrolló tras impermeabilizarse a lo nuevo y confinarse dentro de sus fronteras en una suerte de endogamia histórica. Lo contrario que Japón cuando a mediados del XIX asimiló el acervo tecnológico de Occidente. O la gran cultura islámica, dueña de la sabiduría medieval, que caducó tras imponer la transmisión de la fe sobre la transmisión del conocimiento.

El libro de Diamond hace referencia a un caso singular, el de Tasmania, una de las sociedades más primitivas del planeta a inicios del siglo XX. Unida a Australia mediante un puente de tierra durante milenios, hacia ella migraron las tecnologías australianas, según demuestra el registro arqueológico. Sumergido el puente, bastó que una epidemia o una guerra mataran a los artesanos de una aldea para que dejara de fabricarse el bumerang y otros instrumentos, y la comunidad fuera sumiéndose en una economía cada vez más precaria, sin posibilidad de reactivación tecnológica por transmisión. Por el contrario que en Eurasia, estaban condenados a reinventar, una y otra vez, la rueda.

Cuba es un caso singular de aplicación de las tesis de Jared Diamond. Exterminada en su casi totalidad la población autóctona por los gérmenes y el acero de la conquista, la isla, extensión occidental de la cultura occidental, adoptó rápidamente la ganadería europea, la caña de la India y el café etíope, pero también las tecnologías navales más avanzadas. Más tarde aprovechará, desde inicios del siglo XIX, el estrecho puente de mar que la separa de una de las sociedades más innovadoras, la norteamericana. De modo que la colonia dispone de ferrocarril antes que la metrópoli y crea durante el XIX una industria, especialmente la azucarera, de tecnología punta, al tiempo que se forma una clase empresarial y una tecnocracia capaces de operarla eficazmente, algo que se acelera y diversifica tras la independencia, durante la primera mitad del siglo XX.

Con todas las objeciones que pueda, justamente, hacérsele –inestabilidad política, diferencia entre la ciudad y el campo, monocultivo, corrupción, etc.–, aquella era una sociedad en crecimiento, ágil en la implantación de las novedades tecnológicas, y que se encontraba en proceso de diversificación –tabacalera, industria ligera y textiles, alimentaria, transporte, minería, metalurgia, entre otras–, gracias a contar con un creciente sector de personal altamente calificado. Como en el Japón de Masataka Taketsuru, no se trataba de importar bisutería norteamericana, sino de realizar producciones propias ajustando la tecnología a las condiciones y posibilidades locales.

La revolución de 1959 cortó el puente marítimo con la capital tecnológica del siglo XX y estableció un puente transoceánico con la Tasmania soviética, de donde comenzamos a recibir hachas de piedra y otras tecnologías obsoletas. El proceso de desmantelamiento de la economía precedente concluyó, en lo esencial, con la Ofensiva Revolucionaria y la Zafra de los Diez Millones. Los artesanos de la aldea no perecieron en guerras o epidemias. Se exiliaron masivamente en menos de un decenio.

Entre 1968 y 1989, la aristocracia verde olivo disfrutó su Edad de Oro. Eliminada la competencia y abolida la sociedad civil y la prensa libre, dueños absolutos del poder político y económico, la nueva oligarquía, subvencionada por razones geopolíticas, no tenía siquiera que ser eficiente. El sueño dorado de cualquier dictadura. Sin inquietud por la opinión pública, la prensa o la oposición, abolida la inquietud electoral, podían dedicarse impunemente a juegos de guerras y guerrillas o a la prestidigitación económica: vacas como elefantes que harían correr ríos de leche, zafras que inundarían de azúcar el planeta, café caturra, arroz, naranjales estudiantiles. Cada desastre era el prólogo, a golpes de consigna, de un nuevo milagro que nos colocaría a la cabeza del universo. Mientras, bajo el manto de una presunta planificación modelo GOSPLAN, se echaron al olvido palabras obsoletas propias del ancien régime: contabilidad, fiscalidad, rentabilidad, auditoría, control de gastos y resultados, facturación, beneficios, eficiencia.

Posiblemente la gerontocracia criolla recuerde hoy con nostalgia aquellos años felices cuando era mayor su esperanza de (buena) vida.

Ahora la supervivencia obliga a reinventar a trompicones la empresa privada (pero si incentivos fiscales, ni apoyo financiero, ni mayoristas); se entregan tierras en usufructo sin insumos ni banco agrícola y con trabas a la producción y la comercialización; se reinstauran la contabilidad y el control de gastos y resultados; se impone un sistema fiscal que abrume adecuadamente a los pequeños empresarios; palabras como rentabilidad, facturación, beneficios y eficiencia se rescatan de los viejos diccionarios. Y las auditorías, como un ras de mar, amenazan a los jerarcas que habitan al nivel del mar. Difícilmente la marea suba hasta las altas cumbres.

Lo más llamativo para los expertos es la lentitud y los reiterados “errores” y “olvidos” en la reimplantación de esas viejas tecnologías. Si la pólvora o la imprenta se distribuyeron gracias al eje meridiano de Eurasia, hoy los nuevos medios de transporte y el eje multidireccional de Internet permiten la difusión instantánea de las tecnologías en todas direcciones. Cualquier Manual de negocios para Dummies permite al más lerdo la reimplantación de la empresa privada, con todo su aparato subsidiario, en un par de meses. El raulismo, en cambio, repite que todo se hará con calma y sosiego para no equivocarse. (Son los mismos que se equivocaron a toda velocidad durante los 60, pero la tercera edad ya no está para esos trotes). Y aun así, se equivocan, comenzando por los tempos. En una economía globalizada y dinámica que se mueve a saltos tecnológicos, la lentitud es el primer error.

Pero no es un error ni un olvido. Una parte de la aristocracia verde olivo hace retranca al cambio, anclada aún en la nostalgia por su Edad Dorada. Triste jubilación sería soportar el alzheimer y los males de próstata, como almas en pena de museo, en un mundo de pequeños empresarios exitosos y solventes. Otros, más emprendedores y ya de civil, aunque conserven sus al(r)mas de generales, saben que mientras afianzan la administración o la gerencia de las corporaciones y empresas de las que mañana serán dueños, necesitan un período de carencia, un plazo de gracia sin la competencia desleal de un empresariado advenedizo, aunque sean ingenieros y licenciados condenados a oficios del siglo XIX: arrieros, aguadores o forradores de botones.

Y no es que la espera sea demasiado inconfortable. Como aquellos emperadores de la China hermética que sólo permitían la importación de relojes para su uso y entretenimiento, pero prohibían construirlos a los artesanos locales (los autócratas siempre han querido monopolizar el usufructo del tiempo), la aristocracia verde olivo cuenta en privado con la parafernalia tecnológica de última generación para su disfrute, lo que facilita la redacción de los llamados al sacrificio y la abnegación de los súbditos, entre sorbos de un Yoichi 20 años, fruto del emprendedor Masataka Taketsuru y de la apertura japonesa.

 

“La lentitud confortable”; en: Cubaencuentro, Madrid, 13/09/2011. http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/la-lentitud-confortable-268066





Sean realistas, pidan lo posible

5 09 2011

“Sean realistas, pidan lo imposible”

Eslogan del Mayo francés, en la estación Censier, 1968

 

 

La Spanish Revolution, el movimiento 15-M, horizontal, apartidista, sin líderes visibles (aunque ya comienzan a aparecer algunos portavoces recurrentes), ha inaugurado en Europa la era de las revueltas online en la estela de las ocurridas en el mundo árabe –salvando las enormes distancias entre ambas sociedades, el carácter de las reivindicaciones y la respuesta gubernamental.

Puede aducirse en contra del 15-M que es por momentos caótico, que se mueve a golpe de eslóganes no siempre equipados con una reflexión de fondo, que no ha hallado aún el modo de traducirse en una acción política concreta, o que a la corriente cívica mayoritaria se han sumado corrientes ajenas, como los antisistema adictos a la violencia y que más parecen enemigos del mobiliario urbano.

Pero los argumentos a favor son abrumadores. Una generación que parecía adormilada entre el hedonismo y el desinterés, sale a la calle armada de ideas que, de tan manoseadas, parecen demodé, como la igualdad, el progreso, la solidaridad, la sostenibilidad ecológica y el desarrollo, el bienestar y la felicidad de las personas; el derecho a la vivienda, al trabajo, a la cultura, a la salud, a la educación, a la participación política, al libre desarrollo personal, y contra una “dictadura partitocrática” encabezada por el PPSOE, suma de las siglas del Partido Popular y del Partido Socialista Obrero Español, los que se alternan en el gobierno desde el inicio de la democracia, en un sistema que, en la práctica, ha terminado siendo bipartidista. Reivindican que su existencia anónima es la que produce los bienes y mueve el mundo y proponen una Revolución Ética.

Nadie negará que en buena medida sus reivindicaciones coinciden con los asuntos que más preocupan a la ciudadanía (el paro, la corrupción de la clase política, etc.), lo cual explica su poder de convocatoria demostrado en las manifestaciones multitudinarias que han tomado las calles de todas las grandes ciudades españoles. Incluso muchos políticos tradicionales han reconocido la pertinencia de sus reclamos, aunque atribuyendo siempre esos males al partido contrario.

Si visitamos la página de ¡Democracia Real Ya! (http://www.democraciarealya.es) encontraremos desgranadas por acápites sus reivindicaciones. En qué medida son viables o pertinentes es algo que vale la pena analizar. De ello dependerá la solvencia del movimiento y su posibilidad de traducirse en acciones concretas

 

El primer punto se refiere a la eliminación de los privilegios de la clase política: control estricto del cumplimiento de sus funciones, como el que se aplica a cualquier otro trabajador; supresión de los privilegios en el pago de impuestos, los años de cotización y el monto de las pensiones; equiparación del salario de los representantes electos al salario medio español más las dietas indispensables para el ejercicio de sus funciones; eliminación de la inmunidad asociada al cargo; imprescriptibilidad de los delitos de corrupción; reducción de los cargos de libre designación, y publicación obligatoria del patrimonio de todos los cargos públicos antes y después de jurar el cargo.

El hecho de que el 15-M sea un movimiento apartidista no significa que no sea político, razón por la que su juicio sobre la clase política es la primera de sus reivindicaciones, aunque sea la tercera preocupación de los españoles, en orden de importancia. Si partimos de que un político es un servidor público electo por los ciudadanos para que decida, por delegación, en su nombre, es razonable que sus emolumentos, sus obligaciones tributarias, su disfrute de la seguridad social y el cumplimiento de sus obligaciones sean equiparables a los del resto de los asalariados, y, como en cualquier empresa, sus ingresos serán potestad de la junta de accionistas, en este caso, de la junta de electores. Aspirar a que se ajusten por decreto al salario medio es utópico e injusto, dadas las funciones profesionales que se les encargan y los bienes confiados a su custodia. La primera profilaxis de la corrupción es retribuir en justicia el trabajo del funcionario público. Lo segundo es que sean obligatorias las declaraciones de patrimonio antes y después, que deberán ser verificadas por las instituciones competentes y la imprescriptibilidad de los delitos de corrupción.

En este país se da el contrasentido de que el presidente de los 47 millones de españoles gana 73.486 euros al año, mientras el presidente de los 7,5 millones de catalanes duplica esa cifra. O que siete presidentes de autonomías y los alcaldes de ciudades como Zaragoza, Barcelona, Madrid, Bilbao y San Sebastián ganen más que el presidente del gobierno. La razón es que son los propios políticos quienes deciden sus salarios y, en el caso de las comunidades autónomas, que cuentan con esa potestad, hay una escandalosa sobrevaloración de sus merecimientos. Del mismo modo que la defensa o las relaciones exteriores son potestad del gobierno central, creo que debería existir una comisión técnica que dictara un escalafón salarial en estricta proporción con la masa de ciudadanos representados por cada cargo político, reajustable sólo de acuerdo al índice del costo de la vida en cada localidad, de modo que el poder adquisitivo de un alcalde de una ciudad de cierto tramo poblacional sea equiparable con el de sus homólogos en todo el país. Y que ello se extendiera a todos los cargos electos. Claro que habría que vencer la resistencia, en primer lugar, de los políticos autonómicos, que defenderán sus salarios en nombre de los fueros comunitarios, confundiendo prebendas propias con derechos de sus ciudadanos. Una medida de esta naturaleza sólo será viable de aprobarse en referendo vinculante y que Hacienda vele por su estricto cumplimiento.

La reducción de los cargos de libre designación sería deseable, a los efectos de que sólo una pequeña cúpula de cargos políticos rote tras las alecciones, y que la mayoría del aparato esté compuesto por profesionales de probada solvencia que den continuidad al trabajo institucional. No cargos vitalicios, sino sujetos a sus resultados, como cualquier empleado.

En cuanto a la eliminación de la inmunidad asociada al cargo, creo que deberá ser automática en caso de delitos como la corrupción, el abuso de poder o el nepotismo. No en todo aquello que preserva la independencia de los políticos para legislar en conciencia y de acuerdo a los intereses del electorado. En caso contrario, cualquier político podría ser continuamente demandado por empresas o personas afectadas por leyes, decretos o resoluciones de interés general. Los políticos podrían pasar más tiempo en los juzgados que en el parlamento.

 

La segunda reclamación de los indignados se refiere al desempleo. Proponen el reparto del trabajo fomentando las reducciones de jornada y la conciliación laboral; jubilación a los 65 y ningún aumento de la edad de jubilación hasta acabar con el desempleo juvenil; bonificaciones para aquellas empresas con menos de un 10% de contratación temporal; imposibilidad de despidos colectivos en las grandes empresas mientras haya beneficios; fiscalización de esas empresas para asegurar que no cubren con trabajadores temporales empleos que podrían ser fijos, y restablecimiento del subsidio de 426 € para todos los parados de larga duración.

El desempleo, que asciende al 20,7% de la población activa, es hoy, con razón, la primera inquietud del ciudadano español. Flexibilizar las jornadas de trabajo y la conciliación laboral es deseable, pero el reparto de trabajo sería nefasto. En países comunistas donde se empleó a doscientos cuando se necesitaban cien trabajadores para abolir el desempleo por decreto, el desplome de la productividad ocasionó el desempleo encubierto y el subsalario. Al cabo, la bancarrota del país y la necesidad de un reajuste drástico. La única solución realista es el crecimiento económico, el fomento de las PYMES y una adecuada política de financiación. No aumentar la edad de jubilación en consonancia con el aumento de la esperanza de vida, tampoco creará empleo, sino que gravitará sobre los costes de la seguridad social y obligará a los nuevos trabajadores a cotizar más para sostener la viabilidad del sistema. Seguramente los indignados tampoco estarían dispuestos a cotizar más. La globalización ha provocado un decidido proceso de deslocalización industrial hacia países donde la mano de obra es más barata, lo cual ha beneficiado a los países emergentes. E imponer a las empresas costes laborales desmedidos y rigidez en el sistema de contratación para proteger al trabajador, puede desprotegerlo totalmente cuando la empresa migre a China. La única solución para conservar un tejido industrial y empresarial es aumentar sustancialmente la productividad y la calificación de la mano de obra, lo único que permitirá transitar decididamente hacia las altas tecnologías. Sin ese cambio, será difícil no ya mantener el subsidio de 426 € para todos los parados de larga duración, sino la viabilidad de todo el sistema de seguridad social.

 

El siguiente punto se refiere a los servicios públicos de calidad: supresión de gastos inútiles en las Administraciones Públicas y establecimiento de un control independiente de presupuestos y gastos; contratación de personal sanitario y de profesorado para mejorar esos servicios; reducción del coste de matrícula universitaria; financiación pública de la investigación para garantizar su independencia; transporte público barato, de calidad y ecológicamente sostenible; restricción del tráfico rodado privado en el centro de las ciudades; construcción de carriles bici, y aumentar los recursos para atender a dependientes y desamparados.

En este caso hay una mezcla de propuestas válidas, buenas intenciones sin fundamentos sólidos y alguna que otra utopía peregrina.

En cuanto a la supresión de gastos inútiles y el establecimiento de controles, habría que comenzar por el final: el control independiente de presupuestos y gastos se llama Tribunal de Cuentas, y ya existe, aunque sea, como todo, infinitamente mejorable. Sobre los gastos “útiles” e “inútiles”, lo primero sería definir quién decide qué es útil y qué no. Pero, ciertamente, existen muchas partidas de donde, a primera vista, podrían recortarse gastos y hacer menos gravoso el aparato estatal y los gobiernos locales. Ante todo, el senado, una institución en buena medida redundante con el congreso. Noruega, Suecia y Dinamarca no tienen senado y funcionan perfectamente. Estados Unidos tiene 100 senadores y España, 264. Se podría adelgazar el servicio exterior hasta lo mínimo indispensable para el cumplimiento de sus misiones. Eliminar la pensión vitalicia de diputados, senadores y otros altos cargos. Rebajar las partidas destinadas a sindicatos y partidos políticos, que deberán adelgazar su burocracia parasitaria; a fundaciones peregrinas y decorativas; así como las transferencias a la Iglesia Católica, que deberá “gozar” de las mismas condiciones fiscales que el resto de las entidades del país. Como botón de muestra, se estima que la visita del Papa a Madrid costará 50 millones, sufragado en buena medida por las grandes empresas del Ibex 35, muchas de las cuales son responsables de la crisis, recibieron ayudas a bajo interés y han cerrado sus líneas de crédito a las PYMES y los autónomos. Por otra parte, los gobiernos autonómicos y locales duplican y a veces triplican aparatos administrativos y altos cargos para ofrecer el mismo servicio. Una comisión técnica independiente debería analizar la relación costo/funcionalidad de estos aparatos hipertrofiados y publicar sus resultados, para que el público sepa en qué se (mal)gastan sus impuestos.

Contratar más personal docente y sanitario, así como destinar más recursos a los dependientes y desamparados, dependerá del crecimiento económico, no de la voluntad popular. Reducir de modo generalizado las matrículas, bastante moderadas ya (les asombraría saber lo que cuesta una carrera universitaria en Estados Unidos), sería inviable en una enseñanza ya subvencionada, e injusto. ¿Por qué rebajar por igual la matrícula al hijo del banquero y al del albañil? Para ello existe un sistema de becas para personas de ingresos bajos y por razones de excelencia, que podría extenderse y aumentarse, así como los créditos a bajo interés pagaderos una vez concluidos los estudios. Facilidades y becas para quienes acuden a la universidad a aprender, no para quienes mariposean de facultad en facultad durante diez años, como quien estudia para rector, antes de sacarse un título. Tampoco los costes de las matrículas deberán ser inamovibles. El país deberá subvencionar aquellas disciplinas más necesarias para su crecimiento perspectivo, no aquellas cuyo peso en el desarrollo será secundario.

En cuanto al transporte, no hay objeciones a los carriles bici y la restricción del transporte privado en los cascos urbanos, e incluso limitar el transporte comercial a los horarios de mínima circulación. Pero al hablar de un transporte barato, de calidad y ecológico, deberán explicarse mejor. ¿A qué se refieren? ¿El regreso a la navegación a vela, los carruajes de tracción animal y las sillas de postas? No. Quieren Alta Velocidad a precio de carretón. Yo también. Pero la pregunta es ¿quién lo subvenciona? ¿El Estado? Es decir, nuestros impuestos. De momento, existen abonos subvencionados para jóvenes y mayores. Y podrían concretar sus propuestas. Por ejemplo, que Renfe y las compañías de autobuses hagan un afectivo reajuste de precios entre los días y horarios de más demanda y los de menos, tal como hacen los vuelos de bajo coste. Por el contrario que nuestros tatarabuelos, quienes nacían y morían en veinte kilómetros a la redonda, hoy, por suerte, viajar es un derecho y una práctica habitual, pero no gratuita. Y algo que entronca con el I+D y con el transporte sería la potenciación en España del transporte eléctrico e híbrido. Una apuesta de futuro.

Al hablar de la “financiación pública de la investigación para garantizar su independencia” no queda claro a qué se refieren. ¿Asegurar que el Estado monopolice las patentes? ¿Desestimular al capital privado en sus esfuerzos de I+D?

El porcentaje del PIB español dedicado a I+D fue el año pasado un 1,38, por debajo del 2,01 de la media europea y muy lejos del 3,96 de Finlandia, e incluso del 2,91 de Corea del Sur. España ocupa el puesto 18 entre los 27 de la UE, y según Robert-Jan Smits, encargado de la política de ciencia e innovación de la Unión, “España está en una encrucijada, un momento histórico en el que tiene que elegir si quiere convertirse en una economía basada en el conocimiento –entonces debe invertir drásticamente en I+D– o si continúa en su posición actual, estancándose”. El presupuesto de 2011 en investigación, desarrollo e innovación es de 7.577,07 millones de euros, más 974,62 millones en el sector militar (11,47% de la inversión civil en I+D). No ha sufrido drásticos recortes, pero es insuficiente, y para colmo de males, la crisis está provocando en España un éxodo de cerebros hacia destinos más promisorios. De modo que limitarse a la “financiación pública de la investigación para garantizar su independencia” es un crimen de futuro, por no decir una estupidez. España tiene que ofrecer todo tipo de incentivos a las empresas de I+D, incluyendo los fiscales, y redireccionar recursos al I+D si no quiere quedar reducida al balneario de Europa.

 

En lo que se refiere al derecho a la vivienda, el 15-M propone la expropiación por el Estado de las viviendas construidas que no se han vendido, para colocarlas en el mercado en régimen de alquiler protegido; ayudas al alquiler para jóvenes y personas de bajos recursos, y que se permita la dación en pago de las viviendas para cancelar las hipotecas.

De hecho, la vivienda es un bien esencial, y con la explosión de la burbuja inmobiliaria, la crisis y el aumento del paro, se ha creado en España una situación caótica. Miles de obras a medio terminar por la quiebra de las constructoras, miles de viviendas sujetas a embargo por impago, viviendas cuyo valor ha descendido, de modo que ni entregándola al banco el comprador salda su deuda. Y miles de pisos desocupados que, de salir al mercado, abaratarían los alquileres. Al mismo tiempo, los bancos, propietarios de decenas de miles de viviendas expropiadas, se han convertido en inmobiliarias involuntarias. Al respecto, podría haber muchas soluciones que contribuyan a paliar la descompensación del mercado.

Primero, en caso de que se trate de una vivienda habitual (excepto las de lujo), la dación de la vivienda debería saldar la deuda con el banco. Quien quiso comprarse un chalet de trescientos metros sin calcular sus posibilidades, o quien compró cuatro pisos con el propósito de especular, deberán asumir las consecuencias de sus actos. Otra posibilidad es decretar una moratoria de tres años para evitar las expropiaciones masivas, con lo cual los bancos mantienen su expectativa de cobro. Los bancos podrían vender al Estado su stock inmobiliario, o saldar con él parte de su deuda por las ayudas recibidas, y éste, colocarlo mediante las agencias locales para su alquiler a precio regulado. Por otra parte, como en Alemania, gravar fiscalmente las viviendas vacías, de modo que se impulse su salida al mercado y el abaratamiento de los alquileres. Y, por último, el Estado podría asumir la terminación de las obras abandonadas por constructoras en quiebra, con lo que se crearía empleo y se fomentaría la movilidad laboral con su salida al mercado en régimen de alquiler. Amén de otras fórmulas de ayudas directas a personas de bajos recursos.

 

El control de las entidades bancarias es la siguiente reclamación: prohibir cualquier tipo de rescate o inyección de capital a entidades bancarias y devolución de todo capital público aportado; elevación de los impuestos a la banca en proporción al gasto social ocasionado por la crisis generada por su mala gestión; prohibición a los bancos españoles de invertir en paraísos fiscales y sanciones a los movimientos especulativos y a la mala praxis bancaria; aumento del tipo impositivo a las grandes fortunas; eliminación de las SICAV –Sociedades de Inversión de Capital Variable, que permiten invertir dinero y diferir el pago anual de impuestos, así como tributar un exiguo 1% en impuesto sobre sociedades–; recuperar el Impuesto sobre el Patrimonio; el control del fraude fiscal y de la fuga de capitales a paraísos fiscales, y promover a nivel mundial la adopción de la tasa Tobin a las transacciones internacionales.

Todo muy bonito pero, en la práctica, inviable en su mayoría, a menos que se concierten acuerdos internacionales.

Comenzando por lo primero, si el Estado no hubiera inyectado liquidez a los bancos y se hubieran producido quiebras, millones de ahorradores, pensionistas y empresas habrían pagado las consecuencias. Esas inyecciones fueron préstamos, no graciosos regalos, y los bancos deberán devolverlos. Ahora bien, en la mayor parte de los casos, esos préstamos a bajo interés no redundaron en un aumento del crédito a las empresas españolas, condición que debió imponer el gobierno antes de concederlos, sino que se han invertido en sectores más suculentos, dentro o fuera de España, lo que explica que los bancos no sólo no han quebrado, sino que han tenido importantes ganancias. El dinero jamás ha alardeado de su responsabilidad social o su patriotismo.

Sería deseable recuperar el Impuesto sobre el Patrimonio, pero vistas las perspectivas electorales, me temo que no ocurrirá. La elevación de los impuestos a las grandes fortunas es justa y correcta; pero en el caso de los bancos (“en proporción al gasto social ocasionado por la crisis generada por su mala gestión” no pasa de ser una boutade, una frase ingeniosa, ¿quién lo ha calculado?) deberá jugarse más con la atracción que con la coacción. El dinero es escurridizo y alarmista, fluye hacia rentabilidades superiores y huye del peligro como una gacela. Un paquete de medidas bien pensadas que incluya atractivos fiscales para invertir en empresas españolas, en especial las de I+D y las que fomenten el empleo, puede ser más efectivo que un diktat terminante. La mala praxis bancaria debe ser sancionada, desde luego, y deberán consensuarse leyes internacionales para regular el mercado financiero, así como la tasa Tobin, impracticable a nivel local. En un mercado globalizado, las acciones locales sólo consiguen empujar al capital de las altas a las bajas presiones, como muchos fenómenos meteorológicos. Una economía sólida y saneada es el mejor antídoto contra los movimientos especulativos, y no es necesario prohibir las SICAV, basta modificar sus prerrogativas.

Perseguir el fraude fiscal es algo que se viene haciendo cada vez mejor, aunque sea perfectible. Y prohibir la fuga de capitales y las inversiones en los opacos paraísos fiscales sólo se conseguirá erradicando los paraísos fiscales, algo imposible sin la cooperación internacional. También podrían gravarse al máximo los bonus de los directivos de las empresas españolas, al 100% incluso para aquellas que han recibido ayudas públicas.

 

En cuanto a las libertades ciudadanas y la democracia participativa, exigen que no exista control de internet; la abolición de la Ley Sinde sobre los derechos intelectuales en la red; la protección de la libertad de información y del periodismo de investigación; referéndums obligatorios y vinculantes para las cuestiones de gran calado que modifican las condiciones de vida de los ciudadanos, y para la introducción de las medidas dictadas desde la Unión Europea; modificación de la Ley Electoral para garantizar un sistema auténticamente representativo y proporcional que no discrimine a ninguna fuerza política ni voluntad social, incluyendo la representación en el legislativo del voto en blanco y el voto nulo; la independencia del Poder Judicial con la reforma de la figura del Ministerio Fiscal para garantizar su independencia, y que no sea el Poder Ejecutivo el que nombre a los miembros del Tribunal Constitucional y del Consejo General del Poder Judicial, y el establecimiento de mecanismos efectivos que garanticen la democracia interna en los partidos políticos.

Como en el punto anterior, aquí hay una suerte de arroz con mango.

Creo que la libertad de información y del periodismo de investigación está perfectamente protegida por la Constitución y sobran pruebas de ello, entre otras, la libertad de que gozan los indignados. Y la democracia interna de los partidos políticos es “interna”. Si no te gusta, puedes no afiliarte, ni votarlos. El control de internet no es, desde luego, deseable, pero tampoco creo que nadie lo haya propuesto. Otra cosa es que se persigan los comportamientos delictivos en la red. Y la ley Sinde debe repensarse con más calma y al compás de los cambios tecnológicos, aunque, sin dudas, se necesitan regulaciones que protejan los derechos intelectuales, cuya vulneración atenta directamente contra la viabilidad del proceso creativo. Que haya “referéndums obligatorios y vinculantes para las cuestiones de gran calado” me parece crucial y una garantía de que la política responda a la voluntad de los ciudadanos, pero de ahí a llevar a referendo toda medida de la UE va un largo trecho: tendríamos que aprobar (o no) normativas sobre el tratamiento de productos reciclados o cuotas pesqueras.

La Ley Electoral deberá ser, efectivamente, modificada, de modo que cada partido, sea nacional o nacionalista, tenga una participación en el parlamento estrictamente proporcional a los votos obtenidos. La actual, con su norma absurda de circunscripciones y porcentajes, sólo consigue que en una provincia poco poblada un voto valga hasta 3,5 veces más que el de una más poblada, y potencia artificialmente a los partidos nacionalistas gracias a la concentración local del voto. En las Elecciones Generales de 2008, Unión Progreso y Democracia obtuvo un escaño con más votos que el Partido Nacionalista Vasco, que consiguió seis. Y el voto en blanco debería cuantificarse como voto en blanco, no importa que la cámara tenga en una legislatura 350 miembros y en la siguiente 320. Ese es el reflejo exacto de la voluntad popular. Y para que fuese más fiel, el voto debería ser un derecho y una obligación ciudadana (no votar no es una opinión, sino obsequiar mi silencio para que sea manipulado). Votar es obligatorio en Australia, Austria, Nueva Zelanda y Francia, pero también en muchos países de Sudamérica, por lo que no hace ni mejor ni peor a una democracia, sino más fiel al juicio de la ciudadanía. Y para facilitarlo, así como los referendos, ya se puede implementar el voto online mediante firma electrónica y una clave personal.

En cuanto al Poder Judicial, es algo que en España necesita una reforma integral. Las enormes demoras de los procesos, los frecuentes errores por sobrecarga de los juzgados, la precaria aplicación de las nuevas tecnologías. Todo debe sufrir una reforma a fondo. En cuanto al nombramiento de los miembros del Tribunal Constitucional y del Consejo General del Poder Judicial y la reforma de la figura del Ministerio Fiscal, es algo que deberá someterse a un análisis más serio que una pancarta. Creo que no son escasas las demostraciones de la independencia del poder judicial, también perfectible. ¿Quién deberá nombrar a los miembros del Tribunal Constitucional y del Consejo General del Poder Judicial si no es el ejecutivo? ¿El Legislativo? Viene siendo lo mismo. ¿El Poder Judicial al que nadie ha elegido? Si no queremos hacerlo motivo de una nueva votación, donde legos en la materia elegirán magistrados, tendría que ser una comisión de expertos de probada capacidad (y renovable) la que lo haga en lugar de los políticos. Algo que me parece más sabio, aunque siempre sujeto a errores, como toda obra humana. Pero antes, repito, el sistema requiere cirugía mayor y terapia intensiva.

 

El último reclamo de los indignados es la reducción del gasto militar. Dicho así, ya se ha cumplido, al descender un 5,19% respecto al ejercicio anterior. Todos aspiramos a un mundo sin armas ni ejércitos, pero eso, lamentablemente, seguirá siendo una utopía durante muchos años. Con un modesto 1,2% del PIB en gasto militar, España ocupa un honorable puesto 128 entre todos los países del mundo. Toda reducción será bienvenida, siempre que ello no ponga en peligro a las tropas que, más que prevenir una invasión de nuestros vecinos, desempeñan importantes misiones en países en conflicto.

 

El movimiento 15-M es, sin dudas, un soplo de aire fresco en el enrarecido panorama de la política nacional, el despertar de una conciencia ciudadana que el país necesita desesperadamente, pero deberá reflexionar a fondo sobre la pertinencia y viabilidad de sus reivindicaciones si aspira a convertirse en un elemento de peso en la real politik española y que sus pancartas se traduzcan en hechos. Y deberán comprender, ante todo, que antes de repartir beneficios hay que obtenerlos.

Hay mucho que corregir en España, pero lo primero será torcer la senda del crecimiento de las arenas playeras y los chiringuitos hacia el laboratorio. Como en los vasos comunicantes de Pascal, la imaginación y la creatividad política del 15-M deberá desplazarse también hacia la economía del conocimiento, y subvertir por fin la trágica máxima de Unamuno: ¡Que inventen ellos!

 

“Sean realistas, pidan lo posible (I)”; en: Cubaencuentro, Madrid, 05/07/2011. http://www.cubaencuentro.com/internacional/articulos/sean-realistas-pidan-lo-posible-i-264971 / “Sean realistas, pidan lo posible (II)”; en: Cubaencuentro, Madrid, 06/07/2011. http://www.cubaencuentro.com/internacional/articulos/sean-realistas-pidan-lo-posible-ii-264992





Desobediencia

12 07 2011

El poder, humano o divino, siempre ha tenido la obediencia (de los súbditos) en muy alta estima. La desobediencia de Adán y Eva les canceló automáticamente su permiso de residencia en el jardín del Edén. Fue el primer pecado para los judíos, no necesariamente heredable por toda la especia humana, aunque lo asegure el cristianismo, como si lleváramos en nosotros el ADN de la culpa.

La desobediencia a los mandamientos de Jehová es pecado, no importa lo absurdas o despiadadas que sean sus órdenes. Así la autoridad de Dios, como afirma Erich Fromm en Tener y ser, queda “modelada sobre el papel de un rey de reyes oriental”. Y esos reyes aprovecharon desde entonces el modelo para sacralizar su despotismo a imagen y semejanza del “capo di tutti capi”. Aunque más tarde Santo Tomás de Aquino, como también afirma Fromm, le diera al pecado un sentido humanista, al considerar que éste no consiste “en desobedecer a la autoridad irracional, sino en ir contra el bienestar humano”.

Fue el caso de Prometeo, quién desobedeció a los dioses al entregar el fuego a los hombres. Ni se sometió al mandato de la autoridad, ni se sintió culpable, “rompió la ecuación entre desobediencia y pecado”. Pero el poder suele ser bastante ajeno a la compasión y sobre Prometeo cayó todo el peso de la (in)justicia divina.

El 12 de abril de 1954, el académico Piotr Kapitsa (Premio Nobel de Física 1978) escribió una carta a Nikita Krushov en la que afirmaba: “El estímulo principal para cada creación es el descontento con lo existente. El inventor está descontento con los progresos existentes e inventa nuevos; el científico está descontento con las teorías existentes y busca otras más perfectas, etc. Las personas activamente descontentas son intranquilas y su carácter no les permite ser borregos obedientes (…) el genio se manifiesta generalmente en la desobediencia. El hombre busca algo nuevo cuando no quiere atenerse a lo existente porque no lo satisface. La desobediencia es uno de los rasgos inevitables que se manifiestan en el hombre que siempre busca y crea algo nuevo en la ciencia, el arte, la literatura o la filosofía. De manera que parecería que una de las condiciones para el desarrollo del talento fuera la libertad de desobediencia”.

A un año de la muerte de Stalin, Kapitsa escribió dos palabras que en la URSS de entonces eran heréticas: “libertad” y “desobediencia”. Hacía suya la frase de Siegmund Freud: “Genio y obediencia son cosas incompatibles”. Ignoro cuál fue la respuesta de Kruschov, pero presumo que estaría en consonancia con la del zar Nicolás I cuando se reunió con los estudiantes más brillantes de la Universidad de Moscú y les espetó que “No preciso inteligentes, sino obedientes”. Así le fueron las cosas.

Una relectura de la historia nos demuestra que sociedades donde en su día florecieron la creatividad y el talento se apagaron cuando se impuso la obediencia y se unció el talento a las necesidades del poder. China era, en el siglo XIV, la nación tecnológicamente más avanzada del planeta. Pero entonces, según el historiador Manuel Castells, el Estado inhibió el desarrollo tecnológico por temor  al impacto de las nuevas tecnologías en el statu quo social; los elementos más dinámicos de la cadena productiva se consagraron al servicio estatal; la sociedad se supeditó completamente a las necesidades del Estado; se impuso una rígida organización burocrática; se suprimieron los contactos y el comercio con extranjeros, y la exploración geográfica, que había alcanzado la costa occidental de África en enormes flotas junto a las cuales las carabelas de Colón eran meras chalupas, fue abandonada y se prohibió por decreto la construcción de grandes barcos.

No escasean ejemplos puntuales de dictaduras que han potenciado, de forma interesada y muy dirigida, la investigación en determinados campos, especialmente los relacionados con la industria armamentística. La Alemania nazi y la URSS, por ejemplo. Pero, al cabo, conceder sólo libertad condicional al talento ha terminado por atrofiar esos impulsos creativos. La II Guerra Mundial concluyó con un golpe de tecnología sobre Hiroshima fraguado, en buena medida, por “excedentes” de la ciencia alemana que resultaron inadmisibles para el poder nazi.

Desde finales del siglo XIX la ciencia ya no es una parcela acotada donde cada genio cultiva en solitario sus propias ideas, sino un ecosistema en el que las ideas fluyen de unos campos a otros en una interacción difícilmente predecible por un plan quinquenal. Conceder libertad a los cultivadores de tomates y no a los de pepinos sólo sirve para que jamás se pueda hacer un buen gazpacho.

En Cuba existe hoy una gran masa escolarizada y una mina de talento por explotar. Pero no es suficiente. Carlyle afirmó que el genio es una capacidad infinita para esmerarse, pero para ello necesita condiciones propicias, patrocinios y múltiples impulsos que lo hagan posible. No basta crear un centro de Biotecnología y otro de Inmunoensayos, sectores promisorios en el imaginario castrista. Las limitaciones impuestas a la libertad creadora se traducen en limitaciones de lo creado.

El genio suele serlo en determinadas parcelas del conocimiento. No se le puede amaestrar para que salte por un aro ajeno a sus saberes. Fuera de su agua, como el pez, se ahoga, o busca en otra charca aguas alternativas. El bracero mexicano desobedece su destino y huye al Norte por razones de supervivencia. El talento hace lo mismo con un aliciente adicional: la búsqueda del clima adecuado para que su talento eclosione y alcance su posibilidad, y no se quede en la imagen, para decirlo en palabras de Lezama.

Desde mediados del siglo XX, asistimos a la sociedad del conocimiento. El desarrollo no está ya determinado por quién produce más acero o más telas, sino por quién produce más ideas. Y existe una clara distinción entre países productores y países consumidores de ideas; entre países que atraen talento y países que lo exportan. Cuba es, desde hace medio siglo, un exportador de talento. Comenzó por exportar en masa a toda la clase empresarial, los que ahora llaman emprendedores, y una buena parte de su dotación técnica. Y ha continuado exportando talento, ya educado dentro de la Revolución, en oleadas sucesivas o en un inexorable goteo.

En los “Lineamientos de la política económica y social” que, presuntamente, signarán la vida de los cubanos durante los próximos años, se habla de “crear condiciones organizativas, jurídicas e institucionales” para el desarrollo de la ciencia; “sostener y desarrollar investigaciones sobre el cambio climático, preservación de los recursos y las ciencias sociales”; “institucionalizar y sistematizar”; “ir creando las condiciones para propiciar la integración de los logros de la ciencia y la técnica en la producción”; “completar y aplicar los instrumentos jurídicos requeridos para la articulación del Sistema de Ciencia e Innovación Tecnológica”. De nuevo los planes quinquenales, el dirigismo machacón desde un Estado que ha demostrado sobradamente su incapacidad de fomentar y de prever, y que sólo ha logrado una imparable sangría de talento. Y, justamente, la palabra “talento” no aparece en esos “Lineamientos”. Tampoco la palabra “libertad”, excepto en la frase de Fidel Castro que sirve de exergo, donde se afirma que la Revolución “es igualdad y libertad plenas”. Sí se repiten hasta ocho veces los términos “orden”, “ordenamiento” y “ordenado”, y otras ocho veces, entre los “Lineamientos” y el “Informe central” de Raúl Castro, la palabra “disciplina”.

En lugar de desobediencia creadora, disciplina (léase obediencia); en lugar de libertad, orden.

Durante décadas, ante cualquier idea alternativa a las orientaciones que bajaban desde las alturas, nos repetían que aquellas directrices venían investidas de la más alta sabiduría, contaban en su haber con todos los datos de los que carecíamos nosotros, los simples mortales. El devenir histórico de Cuba acabará convenciéndonos de que los simples mortales teníamos algún destello de genialidad, o que el Olimpo estaba plagado de incompetentes, si aceptamos la tesis de Osias L. Schwarz: “De un máximo de observaciones, un hombre de talento extrae un mínimo de conclusiones, mientras que el genio saca un máximo de conclusiones de un mínimo de observaciones”.

Dado que se trata de los mismos incompetentes, me temo que un máximo de observaciones del mundo donde, quiéranlo o no, Cuba se inserta, no les alcancen para comprender que las naciones más avanzadas son, justamente, aquellas donde la libertad, incluso la libertad de equivocarse, es un derecho, y donde el aparato del Estado está condenado a aceptar, le guste o no le guste, la desobediencia del talento.

“Desobediencia”; en: Cubaencuentro, Madrid, 12/07/2011.  http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/desobediencia-265263





La revista del país que será

1 07 2011

 La experiencia demuestra que toda revista cultural importante requiere de un país que le aporte patrocinios gubernamentales y de un público natural e inmediato. Sobrevivir sin apoyos institucionales es un deporte de riesgo para cualquier revista cultural del mundo que, por su propia naturaleza y limitado público, difícilmente podrá cubrir sus costes con anunciantes y suscripciones. Y la cultura cubana no es la excepción. La Revista de Avance publicó el 15 de septiembre de 1930 su último número, el 50, a los tres años de su nacimiento. Orígenes alcanzó los 40 números, con una tirada de algunos cientos de ejemplares, entre 1944 y 1956. (Más los dos números apócrifos, el 35 y el 36, que publicó en paralelo José Rodríguez Feo). Ciclón circuló entre 1955 y 1957, con un número epigonal aparecido en 1959, tras lo cual “dejó de existir (…) muerta de cansancio”, como diría en Lunes de Revolución Virgilio Piñera. Y se trataba de revistas hechas en la Isla, cerca de su público natural, y dirigidas a un mercado concreto, inmediato, lo que favorecía la prospección de anunciantes y sponsors. En cambio, las revistas patrocinadas por el gobierno cubano a partir de 1959 han disfrutado de una larga vida y de una extensa tirada. Casa de las Américas, por ejemplo, ha alcanzado el número 256 con 3.000 ejemplares por número.

La revista Encuentro de la Cultura Cubana es, por tanto, un caso sui géneris. Una revista sin país, o destinada a ese país virtual que es la diáspora y al país real que le cierra sus puertas y donde casi la mitad de su tirada ha debido circular clandestinamente durante todos estos años. Una revista hecha en Madrid para un público disperso por todo el planeta y un país cerrado. Aun así, ha durado 53 números en 13 años, con una tirada de entre 2.000 y 4.000 ejemplares por número. Es, sin dudas, el mayor empeño cultural cubano en el exilio durante este medio siglo y, para muchos, la mejor revista cultural de tema cubano en circulación.

Su historia se remonta a 1994, cuando se conmemoró el cincuentenario de la revista Orígenes. La Secretaría de Estado para la Cooperación Internacional y para Iberoamérica del Ministerio de Asuntos Exteriores de España organizó el seminario La Isla Entera, con el propósito de reunir a un numeroso grupo de creadores y críticos literarios cubanos, tanto residentes en la Isla como en otras latitudes, al margen de sus ideas políticas. Amigos que no se habían encontrado en muchos años. Jóvenes que veían por primera vez en “carne y hueso” al mito Padilla. Todos se reunieron en Madrid con una cordialidad sin fronteras ni ideologías. El escritor cubano Jesús Díaz, recién llegado de Berlín, venía a Madrid con una idea fija: fundar una revista donde encontrara cabida “un debate sobre el presente, el pasado y el futuro del país”. Expuso su proyecto, se produjo un diálogo marcado por el entusiasmo, y los asistentes confirmaron su apoyo y lo enriquecieron con sugerencias e ideas.

En 1995 se fundó la Asociación Encuentro de la Cultura Cubana, y en 1996 la Agencia Española de Cooperación Internacional donó los primeros fondos al nuevo proyecto. El primer número de la revista Encuentro apareció en el verano de ese año en condiciones bastantes precarias. A partir del segundo año, las fuentes de financiación se diversificaron: la National Endowment for Democracy (NED),  el Centro Internacional Olof Palme, del Partido Socialdemócrata Sueco, la Fundación Pablo Iglesias, del Partido Socialista Obrero Español, la Fundación ICO (Instituto Oficial de Crédito) española, la Fundación Ford, el Open Society Institute, la Dirección General del Tesoro, la Fundación Caja Madrid, la Junta de Andalucía, la Dirección General del Libro, la Unión Europea, etc. En 2000 se creó el diario digital y en 2002, gracias al apoyo la Unión Europea, se lanzó un portal llamado a convertirse en un sitio de referencia de la cultura cubana.

Durante estos trece años, la revista Encuentro ha publicado a centenares de autores cubanos y no cubanos, residentes en la Isla o en el exilio, y ha reafirmado su vocación plural en varias direcciones. La cultura como un espacio sin fronteras, de modo que en la revista dialogan todas las geografías. Un espacio pluritemático donde se codean la literatura y la música con las artes visuales, las ciencias sociales, la economía, la historia, la ecología y la política. Sin fronteras generacionales, porque sus páginas no se constriñen a una generación o una estética. Y, al mismo tiempo, prefigura la Cuba plural de mañana ofreciendo espacio a proyecciones ideológicas muy diversas y, con frecuencia, contradictorias, favoreciendo el diálogo necesario.

Dos de los principios fundacionales de Encuentro de la cultura cubana fueron su independencia, al no constituirse en plataforma de ningún partido u organización política de Cuba o del exilio,  y su carácter abierto, al conciliar en un solo espacio de diálogo las hasta entonces antitéticas nociones de “nosotros” y “ellos”, “adentro” y “afuera”. No obstante, y quizás por ello, la revista ha sido objeto de los más persistentes ataques por parte de las autoridades cubanas y de una zona del exilio.

Según La Habana, esos principios han sido mediatizados bajo la influencia de nuestros patrocinadores, especialmente la National Endowment of Democracy, condicionando una línea editorial pro-norteamericana. Pero basta hojear la revista desde sus orígenes hasta hoy para percatarse de la falsedad de esas acusaciones. Tan temprano como en el número 1, ya aparece una mirada crítica hacia el embargo y, en especial, hacia la ley Helms-Burton. De ahí en adelante, Encuentro ha dado cabida, a lo largo de sus 52 números, a numerosos textos que cuestionan la política norteamericana hacia Cuba, firmados por Jorge I. Domínguez, Luis Manuel García, Jesús Díaz, Joaquín Roy, René Vázquez Díaz, Alberto Recarte, Ignacio Sotelo, Max J. Castro, Marifeli Pérez-Stable, Guillermo Rodríguez Rivera, Iván de la Nuez, Tzvetan Todorov, Rafael Alcides, Beatriz Bernal, Carmelo Mesa-Lago, Juan Antonio Blanco, Diego Hidalgo, Andrés Ortega, Javier Solana, Alejandro Armengol, Haroldo Dilla y Arturo López-Levy, entre otros, sin que exista un hiatus en esta política, ni un punto de inflexión que permita a los funcionarios cubanos sustentar la tesis del “desvío” del mesurado proyecto inicial, aunque eso es lo que afirma Iroel Sánchez, director del Instituto Cubano del Libro:  que la revista “se inicia con una posición política no totalmente contraria a la Revolución, pero va evolucionando en esa dirección” (http://www.lajiribilla.cu/2003/n100_04/100_07.html). Una acusación que no es nueva. Según ella, el “giro” se produce alrededor de 2000-2001, con los dossiers Cuba, 170 años de presencia en Estados Unidos, Polémica en LASA 2000, Literatura Cubana en Miami y, desde luego, El presidio político en Cuba (No. 20, primavera de 2001). Pero la acusación entraña una contradicción. Si Encuentro, como afirma La Habana, ha seguido el diktat de la CIA a través del patrocinio de la NED, ese presunto “giro” se produce justo cuando la NED cede protagonismo ante las aportaciones de la Fundación Ford y la Unión Europea.

La consolidación de Encuentro, su talante abierto y la sostenida calidad de los trabajos publicados, le han valido un prestigio que atrae incesantemente a nuevos colaboradores y lectores. Encuentro ha conseguido lo que el gobierno cubano ha intentado evitar durante casi medio siglo: la nación posible donde quepan todos los cubanos. De ahí que sus ataques contra la revista sean más enconados y persistentes que contra otras publicaciones donde el anticastrismo puro y duro marca toda la línea editorial, sin espacios para el diálogo. Porque es precisamente el diálogo lo que más teme La Habana.

Para la nomenklatura de la Isla es muy difícil digerir la relación de personalidades a las que Encuentro ha rendido homenaje subrayando su aporte a nuestra cultura, no el bando o la geografía en que habitan: Tomás Gutiérrez Alea y Gastón Baquero, Eliseo Diego y Luis Cruz Azaceta, Fina García Marruz y Julio Miranda, César López y Manuel Moreno Fraginals, Antón Arrufat y Heberto Padilla,  Abelardo Estorino y José Triana, Virgilio Piñera y Antonio Benítez Rojo, Aurelio de la Vega y Reina María Rodríguez, entre otros. No se trata, al estilo de las autoridades culturales cubanas, de rescatar post-mortem del ostracismo a escritores indefensos, filtrando hacia el lector de la Isla sus obras previamente escardadas de “malas hierbas”.  Homenajeamos a intelectuales en activo que, en muchos casos, han recibido distinciones gubernamentales y/o militan activamente a favor del régimen.

Razón por la que una zona del exilio más beligerante ha acusado a Encuentro de ser una operación de la Seguridad de Estado cubana, destinada a dividir al exilio y “ablandarlo” frente al régimen de la Isla. Defienden el anticastrismo puro e intolerante con el mismo énfasis que el régimen propugna un castrismo sin “desviaciones” y castiga la más mínima disidencia. Acusaciones difíciles de conciliar con extensos dossiers sobre el papel de los militares en Cuba, el estado catastrófico de la economía, la transición, el desastre urbanístico, la Cuba post Castro, o el número especial sobre la represión durante la Primavera Negra de 2003. Encuentro siempre ha apreciado como un buen síntoma ese “equilibrio” entre las acusaciones de ambos extremos. La “pureza revolucionaria” que refrenda el monólogo se mira en el espejo de la “pureza contrarrevolucionaria” que refrenda el… qué casualidad. La supervivencia de ambos requiere un enemigo. Y para ambos, cualquier diálogo es perverso.

Todos nuestros colaboradores, cubanos y no cubanos residentes en cualquier geografía, son los artífices del proyecto Encuentro. Sin ellos, la idea no habría pasado de ser una ilusión compartida. Y eso es algo que conoce perfectamente el gobierno cubano, por lo que ha ejercido enormes presiones sobre los intelectuales de la Isla, y sobre muchos del exilio, para que se abstengan de publicar en nuestras páginas. Nueve de nuestros colaboradores fueron condenados a penas de hasta 25 años de privación de libertad y consta en las actas de los juicios que escribir para Encuentro era uno de sus “delitos”.  La táctica de coaccionar a los autores de intramuros  no es sólo un ejercicio de autoritarismo. Su lógica es más perversa: una vez cortado el tráfico intelectual con la Isla, se puede acusar a Encuentro de ser una revista “del” y “para” el exilio. Eso explica que muchos intelectuales se hayan abstenido de escribir en nuestras páginas, debido a las extrañas disciplinas que rigen las instituciones cubanas y a la presión total que puede ejercer un Estado totalitario. Pero una de las razones por las que Encuentro no se ha convertido en una revista “del” y “para” el exilio, fue expresada por un intelectual de la Isla cuyo nombre no mencionaré por prudencia: “Como antes había que publicar en Orígenes, ahora hay que publicar en Encuentro. Es la revista”. Aunque la primera razón es que muchos intelectuales, como el resto de la población, comprenden que el proyecto político ha caducado y que es imprescindible un diálogo abierto, sin servidumbres, para refundar un país que se desploma económica y socialmente. Durante los primeros treinta años de su gobierno, Fidel Castro exigió como paradigma el “intelectual comprometido” (con su proyecto, desde luego). Tras la catástrofe y el descrédito, ante la profunda desilusión de la ciudadanía, se invita a los intelectuales a recluirse en sus tareas profesionales, lo más asépticas posibles. Si no aplauden, al menos no hagan ruido. No soportan al intelectual comprometido, si no pueden manipular ese compromiso.  Y este nuevo “intelectual comprometido”, ahora con sus propias ideas, empieza a ser cada vez más frecuente.

En sus ataques, el gobierno cubano ha afirmado que Encuentro “con sus aparentes fines culturales, esconde propósitos políticos”.  Algo absolutamente falso. Desde el primer número hicimos explícito nuestro proyecto político: una Cuba plural y democrática, abierta al diálogo, en las antípodas de la Cuba totalitaria.

Pero esos ataques no se han traducido en un debate de ideas, a pesar de que Encuentro siempre ha estado dispuesta a publicar cualquier “versión oficial”. ¿Habría algo más natural que enviarnos un texto con una mirada diferente, que discrepe o polemice? Las poquísimas veces que esto ha sucedido, siempre se han reproducido fielmente. Pero no es éste un territorio cómodo para las autoridades de la Isla, habituadas a rehuir el debate ideológico con sus críticos y opositores, a menos que dispongan del derecho al veto, y a sustituirlo por la deslegitimación, que se ejerce desde una prensa cautiva y sin espacio a la réplica. Toda disidencia es etiquetada como “anexionista”, agente de la CIA y vendida a Washington. El insulto suplanta al argumento.

Y ese ataque se ha centrado en nuestras fuentes de financiación que, según ellos, condicionan una servidumbre política. Para esto no sólo utilizan su burocracia cultural y la prensa orgánica (un portal en internet, el diario Granma y la televisión), encargada de  manipular y ocultar datos, sino que instrumentalizan la desinformación de intelectuales extranjeros a los que invitan y agasajan, llegando al extremo de circular en la Feria del Libro de Guadalajara un copioso libelo anónimo.

Parten de una falacia: que los sistemas de cooperación y mecenazgo en sociedades democráticas operan según los mismos principios que en una sociedad totalitaria, la cual no sólo evita subvencionar cualquier proyecto que vaya contra su monopolio del poder y del pensamiento único, sino que prohíbe la búsqueda de fuentes de financiamiento al margen del Estado, penaliza la producción y distribución del pensamiento alternativo y elabora su propio Index de ideas y autores prohibidos. La trasgresión de esta norma está recogida en el Código Penal cubano. Si una sociedad democrática es, por definición, plural, admitiendo grados de libertad que permiten, incluso, navegar contra la corriente de la política oficial; un estado  totalitario sólo admite la circulación en un sentido.  Toda infracción de la norma de tránsito, es penada.

Un vistazo al sistema de cooperación que ponen en práctica las fundaciones públicas y privadas en sociedades democráticas demuestra que éstas suelen ejercer un mecenazgo atento al interés del destinatario, más que a una presunta “coincidencia ideológica”. En un ejercicio de independencia inconcebible para las reglas del juego totalitarias, contravienen, incluso, la política exterior de los países donde radican. Así, tanto la Unión Europea como la Agencia Española para la Cooperación Internacional, Caja de Madrid y la Fundación Ford donan fondos a instituciones de Cuba y también a Encuentro de la cultura cubana. GSF y Arca, instituciones norteamericanas, al igual que la Fundación Rockefeller, donan fondos a instituciones de Cuba para promover el deshielo y no a  Encuentro. En cambio, el National Endowmenf for Democracy (NED), cuyo propósito es promover la democratización, dona fondos a  Encuentro y no a instituciones de la Isla.

Fernando Rojas,  portavoz oficial de Cuba en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, declaró en Granma que Encuentro «ha sido financiada por la National Endowment for Democracy, (…) pantalla de la CIA».  Los voceros del gobierno cubano dan por sentado el carácter axiomático de la frase y que, por carácter transitivo, Encuentro es una operación de la CIA y del gobierno norteamericano. En ese caso, La Habana debería revisar sus relaciones con Gabriel García Márquez, amigo personal de Fidel Castro, cuya Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) ha recibido fondos de la NED y de otras entidades demonizadas por La Habana: el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Council on Foreign Relations norteamericano, la USIS (U.S. Investigations Services) y la Embajada de los EE. UU. en Bogotá. Del mismo modo, las acusaciones de Cuba a la Fundación Ford, donante de Encuentro, como pantalla de la CIA, ponen en entredicho a las propias instituciones de la Isla, ya que esa Fundación ha apoyado la conservación y modernización de la biblioteca de Casa de las Américas, en La Habana; el intercambio entre la Universidad John Hopkins y el Instituto de Relaciones Internacionales del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, y ha invertido fondos para crear un estado de opinión  favorable a la apertura de la política norteamericana hacia la Isla.

Argumentar que la línea editorial y la agenda de Encuentro están al servicio de la política norteamericana por razones de financiación es un razonamiento peligroso para el propio gobierno cubano. En treinta años de patrocinio soviético, Cuba recibió 39.500 millones en préstamos, de los cuales 20.000 millones permanecen impagados, 60.500 millones en subsidios y 13.400 millones en ayuda militar[1]. Siguiendo su propio razonamiento, podría aducirse que durante treinta años Cuba no fue un país, sino una operación del gobierno soviético.

Claro que las verdaderas razones de ese recurrente y patético intento de descalificar a Encuentro son la soberbia, el miedo y la impotencia. El gobierno de la Isla, desde una soberbia sin límites, se considera dueño y señor de las vidas y haciendas de todos los cubanos, y no tolera una publicación independiente y plural. En su arrogancia, se cree el administrador de la obra que hacemos incluso fuera de sus linderos territoriales. Pero tras esa soberbia se esconde el miedo ante el libre debate de las ideas, ante un espacio donde se puede hablar sin eufemismos ni discursos trucados, y donde nadie está obligado a refugiarse en el suelo sagrado de un silencio. Y la impotencia, porque al ser incapaces de rebatir ideas, se ven obligados al insulto, el engaño y la intimidación. Tanto los intelectuales de la Isla como los del exilio conocen el precio de saltarse la fatwa dictada por La Habana. Unos no recibirán permiso de salida; otros no recibirán permiso de entrada.

Y una razón que es síntesis de las anteriores: la ecología. El hábitat donde medra a sus anchas el totalitarismo es la beligerancia, la intolerancia, el miedo y la amenaza. Sobre la beligerancia permanente con Estados Unidos –cuyo mantenimiento se han esmerado en proteger de distensiones y aperturas– ha prosperado el estado de exención en que viven los cubanos hace medio siglo. Su “guerra permanente” sirve de coartada para trocar un país en cuartel, exigir obediencia y fidelidad ciegas,  y declarar desertor al que huye. Todo puente hacia la reconciliación debe ser dinamitado, a riesgo de que se desmorone la retórica de plaza sitiada y el poder omnímodo del régimen.

¿Por qué una revista editada en España por un grupo de escritores y artistas despojados de todos sus derechos dentro de Cuba, y cuya única arma son las palabras, preocupa tanto a un régimen que domina la vida de sus once millones de habitantes, y el intercambio de ideas y personas? ¿Será que no pueden controlar ese otro territorio inaprensible: la mente de sus ciudadanos?

 

Recién publicado el número 51/52 de la revista, la Asociación Encuentro de la Cultura Cubana cerró su oficina de Madrid en octubre de 2009 por falta de fondos. Prácticamente todos los trabajadores nos hemos ido a engrosar la mayor empresa de España, el Instituto Nacional de Empleo (¿o de Desempleo?). Desde que se conoció la noticia del cierre, no pocas botellas habrán sido descorchadas en el Ministerio de Cultura cubano y en el Comité Central. Con el alivio que supone sacarse una piedra del zapato, los funcionarios de la cultura (la unión de esas dos palabras es una verdadera aberración) dormirán mejor sabiendo que los jóvenes lectores de la Isla no serán corrompidos por textos de Carlos Victoria, Gastón Baquero o Reinaldo Arenas; ni violará su inocencia algún dossier sobre el papel de los militares, el suicidio o las ruinas de La Habana; ni se pasearán por las calles de la ciudad los cadáveres de los balseros y de los fusilados en el Escambray y La Cabaña. Tampoco deberán temer que una nueva ola de represión tenga como respuesta una carta abierta firmada por cientos de los más prestigiosos intelectuales europeos y americanos.

Pero también se habrán descorchado botellas en algunos recintos del exilio. El cierre de nuestra oficina demuestra que las subvenciones de la CIA o de la Seguridad del Estado (según versiones) no han sido suficientes. Y, hasta donde sabemos, no ha habido ofertas del KGB, ni del Mosad, del MI6 o de la Sûreté Nationale.

Aunque en ciertos corrillos del exilio (y del insilio también, why not?) puede haber otro ingrediente. Omar Torrijos contaba que a la entrada de un pueblo perdido de Panamá encontró el siguiente cartel: “Abajo el que suba”. Un enunciado a priori contra todas las políticas y los políticos (hasta que no se demuestre lo contrario) también podría servir de slogan al deporte nacional español y latinoamericano: la envidia. La diáspora cubana ha visto nacer y extinguirse a decenas, cientos de proyectos, muchos de los cuales habrían merecido mejor suerte. La persistencia de Encuentro ha hecho más difícil para algunos la digestión de esos fracasos. Otros han clamado por el cese de la financiación a Encuentro como si ello pudiera trasvasarse automáticamente en financiación propia. Y algunos han apelado incluso a la fórmula ejemplar de la envidia socialista: aquel hombre que sentado en la puerta de su casa ve pasar un flamante Mercedes Benz y desea de corazón que se estrelle en la próxima curva para que todos seamos peatones.

La más importante revista cultural hecha por la diáspora cubana está abocada a su desaparición. Pero soy portador de malas nuevas para los empresarios de pompas fúnebres. El muerto patalea. Existe la posibilidad de que Encuentro regrese en 2010 de entre los muertos para enturbiarle los sueños a los funcionarios cubanos.

«Perdonen que no me levante» es, posiblemente, el más conocido de los epitafios, que se atribuye a Groucho Marx; aunque en su tumba del Eden Memorial Park de San Fernando, Los Ángeles, sólo figura su nombre, las fechas de su nacimiento y de su muerte (1890-1977) y una estrella de David. Parafraseando ese epitafio sin lápida, me gustaría inscribir hoy en la tumba provisional de Encuentro: “Perdonen que sí me levante”, para que pueda seguir siendo una revista sin país. O mejor, la revista de ese país virtual donde habitamos todos los cubanos del planeta. O mejor, la revista del país que será mañana.

 

“La revista del país que será”; en: Madrid habanece; Iberoamericana Vervuert, Madrid, 2011.

 


[1] Carmelo Mesa-Lago; Breve historia económica de la Cuba socialista. Políticas, resultados y perspectivas. Alianza Editorial. Madrid, 1994).





El momentómetro

28 06 2011

En 1989 se implantó en Cuba un sistema de evaluación que rebajaba la frontera del aprobado y favorecía, en la estela del llamado “promocionismo”, un incremento de las notas medias en el sistema de enseñanza que no reflejaban en lo absoluto un incremento en la calidad pedagógica o los conocimientos de los estudiantes. Tras consultar a maestros, pedagogos y estudiantes, así como las claves del nuevo sistema, escribí un artículo donde se reflejaba su efecto perverso sobre la calidad de la enseñanza. Por entonces, yo estaba condenado a escribir sobre planetas distantes e historia antigua, y el artículo fue engavetado por la revista Somos Jóvenes siguiendo orientaciones de la dirección nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas, dado que aquel no era “el momento” adecuado para su publicación. Tres años más tarde, ya derogado el sistema de evaluación, en una asamblea de la editorial con el secretario general de la UJC, éste nos invitó a un periodismo más comprometido, y citó como ejemplo mi artículo que, de haberse publicado en su momento, hubiera sido extraordinariamente útil para evitar los males provocados por aquel sistema.

Todos recordamos la sutil dialéctica de “el momento”. Habitualmente, en Cuba cualquier crítica sólo es admisible si se pronuncia en “el momento” histórico correcto. Y ello requiere una delicadísima percepción de hacia dónde soplan los alisios de la política nacional. Normalmente, nunca es “el momento”, y lo más frecuente es que “el momento”, fugaz milisegundo histórico, pase por nuestro lado sin que nos demos cuenta, y la próxima estación del crítico sea enterarse de que ya no es “el momento”.

Eso me recuerda una anécdota a la que se refiere Isaiah Berlin en “La dialéctica artificial”: Un camarero de un crucero pregunta cómo evitar que los platos se le caigan cuando la mar se pique. Le responden que no deberá caminar en línea recta, sino en zigzag, acomodando sus pasos al balanceo del barco. Llegado el momento, rompió una montaña de platos y argumentó en su defensa que cuando él hacía zig, el barco hacía zag, y viceversa. Concluye Berlin que esa es la sabiduría de cualquier ciudadano soviético: saber hacer zig o zag al compás del Partido.

“El momento” es una dama famélica a dieta de puro silencio. Camina con un dedo sobre los labios. Pide silencio, porque cualquier palabra no autorizada puede servirle al enemigo para componer una copla satírica. No hay que darle argumentos. Que se resigne a la música instrumental. Los muertecitos de Stalin no estaban muertos sino en terapia intensiva; se les proporcionaba respiración artificial de discursos, himnos en vena. Hasta la intervención de Nikita Kruschov en el XX Congreso. Ese día los desconectaron de golpe. Y fíjese bien, compañero, sabemos que hay un bache en la carretera de Viñales, pero no es el momento histórico de mencionar ese bache, que es bache pero es nuestro. El enemigo usaría nuestra autocrítica para decir que toda la carretera de Viñales es un bache, que el comunismo es un bache en la carretera de la Historia. ¿Comprende, compañero?

Entre “Fidel, Kruschov, estamos con los dos” y “Nikita, mariquita, lo que se da no se quita” hubo un interregno de duda en que un error de cálculo podía ser fatal. Como lo fue el titular del diario Revolución ante la invasión rusa a Checoslovaquia de 1968. Los chinos han sido, alternativamente, hermanos y peones del imperialismo. En 1978, los “gusanos” se convirtieron en “comunidad cubana en el exterior”, “mariposas”, para abreviar. Los sancionados por escribir a sus padres y hermanos de Miami, pudieron recibirlos en persona y sin disimulo. Nunca el género epistolar fue tan maltratado. La revista Sputnik pasó de recomendable a prohibida. Silvio Rodríguez, de prohibido a obligatorio. Y Fidel Castro, en 1985, durante el “Proceso de rectificación de errores y tendencias negativas”, censuró el desempeño de su propia revolución como quien acaba de regresar de un largo viaje y encuentra la casa desordenada.

Ahora hemos escuchado a Raúl Castro afirmar que “o Cuba cambia o se hunde la revolución”; «o rectificamos o ya se acaba el tiempo de seguir bordeando el precipicio, nos hundimos”; se refiere a los «errores» cometidos durante medio siglo de socialismo; invita a  «poner sobre la mesa toda la información y los argumentos que fundamentan cada decisión y, de paso, suprimir el exceso de secretismo a que nos habituamos durante más de 50 años de cerco enemigo»; afirma que «es necesario cambiar la mentalidad de los cuadros y de todos los compatriotas al encarar el nuevo escenario que comienza a delinearse»; invita a  no frenar, como en el pasado, las iniciativas de cambio, y que los acuerdos del Gobierno deberán cumplirse y no convertirse en letra muerta como ha sido habitual.

Y haciéndole la segunda, Alfredo Guevara (http://www.cubaencuentro.com/cuba/noticias/alfredo-guevara-cuba-vive-transicion-del-disparate-al-socialismo-264525) considera que Cuba vive una “transición del disparate” hacia el socialismo y, en un encuentro con estudiantes universitarios que recoge el portal Cubadebate, llama a “desestatizar” y “desburocratizar” al país. Advierte que nada cambiará “mientras todo lo administre una burocracia disparatada e ineficiente”, y llama a “destruir este aparataje descomunal que ha decomisado la sociedad”. “El crimen más grande que podemos cometer es aceptar que la ignorancia ocupe cargos (…) tenga poder sobre los demás. Y hay demasiada ignorancia en nuestro Estado todavía”. “Todas mis esperanzas, la verdad, están en que la desestatización y la desburocratización de la sociedad cubana, conduzca a una sociedad en que la creatividad de las personas se desencadene y sea tomada en cuenta seriamente”. Y concluye que “en lo más alto de la cúpula del poder hoy día, no priman ideas dogmáticas”, pero que durante años los dirigentes estudiaban marxismo “como marxismo-leninismo, como catecismo estalinista”.

Como diría Martí, «es la hora de los hornos y no se ha de ver más que la luz» (al final del túnel), por lo que el presidente cubano ha afirmado que ahora no es tiempo de mirar atrás, confiando en la amnesia selectiva de los cubanos. Una amnesia en la que también confía Alfredo Guevara. Pero, desgraciadamente, existen las hemerotecas.

Guevara considera que Cuba vive una “transición del disparate” hacia el socialismo. Y no queda muy claro a qué se refiere, porque en su intervención de 1961 en la Biblioteca Nacional afirmó que “después de la proclamación de nuestra revolución como una revolución socialista, no puede haber ni crítica ni posición honesta y seria de un intelectual que no parta del conocimiento profundo y serio de las posiciones marxistas-leninistas” (Revolución es lucidez, Ediciones ICAIC, 1998). ¿Era ese el disparate? En caso contrario, ¿lo mencionó antes?

Quien llama a “desestatizar” y “desburocratizar” al país, el que advierte que nada cambiará “mientras todo lo administre una burocracia disparatada e ineficiente”, y llama a “destruir este aparataje descomunal que ha decomisado la sociedad”, es el mismo que encabezó la cruzada contra Lunes de Revolución en aras de una centralización (del poder) cultural, el que  llamaba a desenmascarar “estas corrientes que se titulan nuevas y son antiguas, que se enmascaran con la revolución y se ríen de ella, que apoyan a la revolución y la niegan con su indiferencia en el arte”. (“Las catedrales de paja”, en: Nueva revista cubana, enero-marzo, 1960), y los acusó de no reconocer el cine soviético y de alabar, en cambio, el cine norteamericano, primero, luego la “nueva ola” francesa y el cine polaco. Y lo hizo en estrecho contubernio con el neoestalinismo de Edith García Buchaca. Aunque ahora afirme que durante años los dirigentes estudiaban marxismo “como marxismo-leninismo, como catecismo estalinista”.

Quien afirma que “el crimen más grande que podemos cometer es aceptar que la ignorancia ocupe cargos (…) tenga poder sobre los demás. Y hay demasiada ignorancia en nuestro Estado todavía”, no sólo hizo silencio mientras tanta ignorancia era entronizada, sino que practicó él mismo un favoritismo que con frecuencia primaba en el escalafón virtudes ajenas a la capacidad y el talento.

El que pone sus esperanzas en que nos encaminemos “a una sociedad en que la creatividad de las personas se desencadene y sea tomada en cuenta seriamente”, es el mismo que hostigó a Tomás Gutiérrez Alea, la figura mayor del cine cubano. En Volver sobre mis pasos. Una selección epistolar de Mirtha Ibarra (Tomás Gutiérrez Alea; Ediciones y Publicaciones Autor SRL, Madrid, 2007), cuya publicación intentó impedir Alfredo Guevara, aparece el memorando de Titón a Guevara, fechado el 25 de mayo de 1961, “Asuntos generales del Instituto”, donde toca prácticamente todas las llagas que asolarían durante medio siglo la cultura y la vida cubana: la ultracentralización de la toma de decisiones, que termina creando un cuello de botella que entorpece el trabajo; el escamoteo y la ocultación de información para evitar que los creadores “se contaminen” de algún virus capitalista; la cúpula autodesignada para decidir quién puede leer o ver esto o aquello sin mancharse; el monopolio estético, pues todas las obras deberán pasar por el filtro del gusto de una sola persona; la tendencia a pensar por los demás e imponer ideas; la minimización de los márgenes de libertad y la falta de confianza en las personas, con su corolario: la supervisión excesiva que ralentiza y castra el trabajo, mata la pasión artística y crea un clima opresivo.

Por eso no es raro que Memorias del subdesarrollo saliera adelante gracias a la intervención personal de Osvaldo Dorticós, entonces presidente de la República; que su película El encuentro fuera paralizada; que algunas de sus películas fueran engavetadas y otras, llevadas a pasear por diferentes festivales internacionales de la mano de funcionarios y burócratas, sin comunicarlo siquiera a su director, o que prosperara, con la anuencia de Guevara, el caso de suplantación realizado por Santiago Álvarez al apropiarse del crédito de realización de Muerte al Invasor, dirigido y editado por Titón. En carta de 1977 a Alfredo Guevara, Titón reconoce que las relaciones entre ambos han dejado de existir hace tiempo, a pesar de lo cual le escribe para aclarar cosas en aras del trabajo. Desgrana, entonces, un rosario de miserias y ostracismo a los que ha sido sometido, e incluso la posibilidad de irse del ICAIC y no hacer más cine.

En el caso específico de Guevara, hay que reconocer que, muy selectivamente, dio refugio en tiempos difíciles a artistas condenados al ostracismo, y no se le puede aplicar que “la ignorancia ocupe cargos”, para decirlo con sus palabras. La explicación la ofrece él mismo: “Creo que la inteligencia cuando es madura tiene un ángulo de diabolismo; si no, no es inteligencia”. (Entrevista a Alfredo Guevara por Leandro Estupiñán Zaldívar el 23 de octubre de 2009)

“Más vale llegar a tiempo que ser invitado”, reza un viejo proverbio, y a ese don de la oportunidad apela en todo el mundo la clase política. La diferencia es que en Cuba sólo existe un momentómetro homologado (obsoleta tecnología soviética remendada una y otra vez), y aunque las hemerotecas estén racionadas e impere la ley del olvido selectivo, para su mal, ha venido Pilar Google trayendo “al desmemoriado una almohadilla de olor”.

 

“El momentómetro”; en: Cubaencuentro, Madrid, 28/06/2011. http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/el-momentometro-264665





Twitter contra el Palacio de Invierno

21 05 2011

Comenzó en Túnez, el 17 de diciembre de 2010, día de San Lázaro, Babalú-Ayé, con el suicidio de un joven vendedor, apaleado por la policía del corrupto presidente Ben Alí, quien huyó a Arabia Saudí ante la presión popular, apaleado por la muleta de San Lázaro, el 14 de enero de 2011. Siete días antes, ya las protestas se habían extendido a Argelia. El 17 de enero, un hombre se inmoló frente al parlamento egipcio. El 11 de febrero, Hosni Mubarak ya había sido depuesto, y será juzgado en abril por corrupción y asesinato. Bahrein, Jordania, Siria, Yemen, El Líbano, Marruecos, Irán, Irak, Palestina. Todo el mundo árabe, regido durante decenios por feroces dictaduras religiosas o laicas, se ha contaminado de sueños alcanzables, bien sea por la masiva confirmación de la voluntad popular en las calles, o por la fuerza de las armas cuando, como en Libia, la hipoacusia del dictador le impide escuchar los gritos y el pueblo tiene que apelar a estruendos mayores.

Presidentes auto reelegibles, jeques, emires, reyes, dictadores todos por la gracia de Dios o por la propia, tolerados o alegremente aceptados por Occidente durante todos estos años, gracias al océano de petróleo sobre el que asientan sus tronos, o porque sus dictaduras son un muro de contención contra el fundamentalismo islámico (los daños colaterales son una nota al margen). Sin excepción, autócratas obscenamente ricos. Abdalá Bin Abdelaziz, el rey de Arabia Saudí, 15.000 millones de euros; el jeque Jalifa Bin Zayed al Nahyan, de Emiratos Árabes Unidos, 14.000 millones; Makhtoum bin Rashid Al-Maktoum, actual primer ministro y vice presidente de los Emiratos Árabes, 10.000 millones; Ben Alí y su clan, 8.000 millones; Mubarak, 70.000 millones de dólares; Gadafi, cuya fortuna se estima en 87.000 millones de euros, aunque es difícil de calcular, tiene 150 toneladas de oro en un escondite al sur del país, y, en una sola cuenta en el Reino Unido, 4.800 millones de dólares. Y, sin excepción, comparten todos el mismo terror por esta revuelta popular, e intentan venderla a los lectores ingenuos como insurrecciones del integrismo islámico o conspiraciones extranjeras contra las más sagradas tradiciones árabes, es decir, ellos mismos.

Históricamente, invocar el peligro externo y dividir a los presuntos competidores han sido los medios más eficaces para conservar las satrapías. El solitario siervo de la gleba era más vulnerable que los gremios de artesanos concentrados en las ciudades, las asociaciones obreras y los ciudadanos unidos para exigir sus derechos. Reprimir una manifestación en las plazas y en las calles deja más evidencias que reprimir, selectivamente, a sus organizadores, y abortarla en estado embrionario. Pero ahora el poder ha topado con un enemigo escurridizo: Internet y las redes sociales. Basta un teléfono móvil para que cientos de miles de malestares se conjuguen. Y en este caso, el tamaño sí importa. Cuando un millón de ciudadanos se dan cita por los misteriosos cauces de la red y toman la calle, suelen ser imparables.

Ahora ha tocado el turno a los jóvenes españoles. No piden la derogación de sultanatos o la instauración de una democracia representativa, porque ya existe. La plataforma Democracia Real Ya anuncia que “no somos mercancía en manos de políticos y banqueros”. Y se definen como “los desempleados, los mal remunerados, los subcontratados, los precarios, los jóvenes… [que] queremos un cambio y un futuro digno. Estamos hartos de reformas antisociales, de que nos dejen en el paro, de que los bancos que han provocado la crisis nos suban las hipotecas o se queden con nuestras viviendas, de que nos impongan leyes que limitan nuestra libertad en beneficio de los poderosos”. Aducen, con razón, que una crisis provocada por la avaricia de los especuladores y el capital financiero está siendo sufragada por el pueblo, mientras quienes la ocasionaron emergen de ella más ricos que antes. No creen en los partidos ni en los sindicatos tradicionales como una solución, sino como parte del problema y, en más de 60 ciudades españolas, 130.000 ciudadanos de distintos sectores sociales lo han ratificado el domingo con su presencia, que se ha extendido a las acampadas espontáneas que aún permanecen en distintas ciudades. La de Madrid tiene su propia página, http://madrid.tomalaplaza.net. Los vecinos y comerciantes de la zona están colaborando con ellos: mantas, comida, agua. Y ya han organizado carpas para pernoctar, reparto de alimentos y recogida de basura.

Hartos de políticos ineficaces y corruptos, de políticas más atentas a la conservación del poder que a las necesidades de los ciudadanos, esta plataforma horizontal, asamblearia y abierta, pretende crear otro modelo de sociedad civil, que no sólo emita su opinión o su voto, sino que tenga un peso decisivo en la cosa pública. Añaden que su propósito es “coordinar una acción global y común entre todas aquellas asociaciones, grupos y movimientos ciudadanos que, a través de distintas vías, están intentando contribuir a que la actual situación cambie”.

Hartos de mentiras, escándalos de corrupción, dobles raseros, clientelismo, intereses espurios, discursos trucados y otras lindezas de una clase política que ya la población considera el tercer problema de España, después del paro y la economía, sus pancartas se refieren no tanto a lo que quieren como a lo que no quieren: “Alternancia no es igual a democracia”, “Vuestra crisis, no la nuestra”, “Los políticos no nos representan”, “La banca siempre gana y no me da la gana”, “No es una crisis, es una estafa”, “Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”, “No hay pan para tanto chorizo”, embutido que apoda en España a los delincuentes y corruptos.

Y esto, en plena campaña electoral donde los políticos gastan alegremente el presupuesto público (el mismo que ha sufrido drásticos recortes, sobre todo en políticas sociales) en vendernos una mercancía, cuando menos, defectuosa. Y, en el peor de los casos, falsificada.

Entre las libertades, garantías y derechos que otorga cualquier democracia occidental y los regímenes que han derrocado o intentan derrocar los ciudadanos árabes, hay la misma distancia que entre el derecho de pernada y el sufragio universal. No obstante esta situación privilegiada, si la comparamos con el resto del planeta, y a pesar de sus objetivos aún por traducir en medidas concretas, este movimiento espontáneo convocado a través de las redes sociales es el anticipo de una nueva democracia. Recordar que el significado de demoskratos es “gobierno del pueblo”, no de un puñado de políticos; que necesita la figura del ho boulomenos, “cualquier persona que lo desee”, en los asuntos de gobierno, y que la última palabra corresponde a la asamblea, que ahora sí podría ser universal gracias a la red. Algo que no se consigue, desde luego, si la sociedad, apática, permite que la gobiernen (o malgobiernen) en su nombre un puñado de elegidos.

Internet ha democratizado el acceso a la información como nunca antes, ha arrojado luz (antes y después de Wikileaks) sobre la penumbra donde tan a gusto se mueven los políticos entre bambalinas, y ya se sabe que el control del conocimiento privilegiado ha sido siempre la primera arma de los políticos para manipular al demos, antes que las espadas o los fusiles.

La educación e información universales, la comunicación sin fronteras y las redes sociales permiten hoy, al menos en una buena parte del mundo, un modelo de democracia permanente que no se limite a depositar un voto (que a veces parece una patente de corso) cada cuatro años; una democracia que degrade a los políticos a ejecutores del mandato popular, servidores públicos nombrados por los electores. Como en cualquier sociedad anónima, será la junta de accionistas, en este caso de electores, la que decida sus atribuciones, sus obligaciones, sus límites y sus emolumentos. Es inmoral que los políticos se gratifiquen a sí mismos con salarios indecentes por un desempeño muchas veces mediocre. Como en cualquier empresa, éste dependerá de los resultados y deberá ser aprobado por sus votantes.

Como demuestra Suiza, una de las democracias más perfeccionadas del planeta, y donde toda decisión importante debe aprobarse en referendo, una sociedad madura no necesita líderes iluminados sino gestores competentes a los que se confirme o remueva en dependencia de su ejecutoria.

El 7 de noviembre de 1917, 25 de octubre según el calendario juliano, los bolcheviques tomaron el Palacio de Invierno de San Petesburgo. Prometían el poder a los obreros y campesinos y, en su lugar, concedieron a los rusos, más que el poder, la obligación de aplaudir a los nuevos zares. Hoy el Palacio de Invierno de la vieja política está siendo asaltado por twitter y sin derramar una gota de sangre.

 

“Twitter contra el Palacio de Invierno”; en: Cubaencuentro, Madrid, 21/05/2011. http://www.cubaencuentro.com/internacional/articulos/twitter-contra-el-palacio-de-invierno-263106