La experiencia demuestra que toda revista cultural importante requiere de un país que le aporte patrocinios gubernamentales y de un público natural e inmediato. Sobrevivir sin apoyos institucionales es un deporte de riesgo para cualquier revista cultural del mundo que, por su propia naturaleza y limitado público, difícilmente podrá cubrir sus costes con anunciantes y suscripciones. Y la cultura cubana no es la excepción. La Revista de Avance publicó el 15 de septiembre de 1930 su último número, el 50, a los tres años de su nacimiento. Orígenes alcanzó los 40 números, con una tirada de algunos cientos de ejemplares, entre 1944 y 1956. (Más los dos números apócrifos, el 35 y el 36, que publicó en paralelo José Rodríguez Feo). Ciclón circuló entre 1955 y 1957, con un número epigonal aparecido en 1959, tras lo cual “dejó de existir (…) muerta de cansancio”, como diría en Lunes de Revolución Virgilio Piñera. Y se trataba de revistas hechas en la Isla, cerca de su público natural, y dirigidas a un mercado concreto, inmediato, lo que favorecía la prospección de anunciantes y sponsors. En cambio, las revistas patrocinadas por el gobierno cubano a partir de 1959 han disfrutado de una larga vida y de una extensa tirada. Casa de las Américas, por ejemplo, ha alcanzado el número 256 con 3.000 ejemplares por número.
La revista Encuentro de la Cultura Cubana es, por tanto, un caso sui géneris. Una revista sin país, o destinada a ese país virtual que es la diáspora y al país real que le cierra sus puertas y donde casi la mitad de su tirada ha debido circular clandestinamente durante todos estos años. Una revista hecha en Madrid para un público disperso por todo el planeta y un país cerrado. Aun así, ha durado 53 números en 13 años, con una tirada de entre 2.000 y 4.000 ejemplares por número. Es, sin dudas, el mayor empeño cultural cubano en el exilio durante este medio siglo y, para muchos, la mejor revista cultural de tema cubano en circulación.
Su historia se remonta a 1994, cuando se conmemoró el cincuentenario de la revista Orígenes. La Secretaría de Estado para la Cooperación Internacional y para Iberoamérica del Ministerio de Asuntos Exteriores de España organizó el seminario La Isla Entera, con el propósito de reunir a un numeroso grupo de creadores y críticos literarios cubanos, tanto residentes en la Isla como en otras latitudes, al margen de sus ideas políticas. Amigos que no se habían encontrado en muchos años. Jóvenes que veían por primera vez en “carne y hueso” al mito Padilla. Todos se reunieron en Madrid con una cordialidad sin fronteras ni ideologías. El escritor cubano Jesús Díaz, recién llegado de Berlín, venía a Madrid con una idea fija: fundar una revista donde encontrara cabida “un debate sobre el presente, el pasado y el futuro del país”. Expuso su proyecto, se produjo un diálogo marcado por el entusiasmo, y los asistentes confirmaron su apoyo y lo enriquecieron con sugerencias e ideas.
En 1995 se fundó la Asociación Encuentro de la Cultura Cubana, y en 1996 la Agencia Española de Cooperación Internacional donó los primeros fondos al nuevo proyecto. El primer número de la revista Encuentro apareció en el verano de ese año en condiciones bastantes precarias. A partir del segundo año, las fuentes de financiación se diversificaron: la National Endowment for Democracy (NED), el Centro Internacional Olof Palme, del Partido Socialdemócrata Sueco, la Fundación Pablo Iglesias, del Partido Socialista Obrero Español, la Fundación ICO (Instituto Oficial de Crédito) española, la Fundación Ford, el Open Society Institute, la Dirección General del Tesoro, la Fundación Caja Madrid, la Junta de Andalucía, la Dirección General del Libro, la Unión Europea, etc. En 2000 se creó el diario digital y en 2002, gracias al apoyo la Unión Europea, se lanzó un portal llamado a convertirse en un sitio de referencia de la cultura cubana.
Durante estos trece años, la revista Encuentro ha publicado a centenares de autores cubanos y no cubanos, residentes en la Isla o en el exilio, y ha reafirmado su vocación plural en varias direcciones. La cultura como un espacio sin fronteras, de modo que en la revista dialogan todas las geografías. Un espacio pluritemático donde se codean la literatura y la música con las artes visuales, las ciencias sociales, la economía, la historia, la ecología y la política. Sin fronteras generacionales, porque sus páginas no se constriñen a una generación o una estética. Y, al mismo tiempo, prefigura la Cuba plural de mañana ofreciendo espacio a proyecciones ideológicas muy diversas y, con frecuencia, contradictorias, favoreciendo el diálogo necesario.
Dos de los principios fundacionales de Encuentro de la cultura cubana fueron su independencia, al no constituirse en plataforma de ningún partido u organización política de Cuba o del exilio, y su carácter abierto, al conciliar en un solo espacio de diálogo las hasta entonces antitéticas nociones de “nosotros” y “ellos”, “adentro” y “afuera”. No obstante, y quizás por ello, la revista ha sido objeto de los más persistentes ataques por parte de las autoridades cubanas y de una zona del exilio.
Según La Habana, esos principios han sido mediatizados bajo la influencia de nuestros patrocinadores, especialmente la National Endowment of Democracy, condicionando una línea editorial pro-norteamericana. Pero basta hojear la revista desde sus orígenes hasta hoy para percatarse de la falsedad de esas acusaciones. Tan temprano como en el número 1, ya aparece una mirada crítica hacia el embargo y, en especial, hacia la ley Helms-Burton. De ahí en adelante, Encuentro ha dado cabida, a lo largo de sus 52 números, a numerosos textos que cuestionan la política norteamericana hacia Cuba, firmados por Jorge I. Domínguez, Luis Manuel García, Jesús Díaz, Joaquín Roy, René Vázquez Díaz, Alberto Recarte, Ignacio Sotelo, Max J. Castro, Marifeli Pérez-Stable, Guillermo Rodríguez Rivera, Iván de la Nuez, Tzvetan Todorov, Rafael Alcides, Beatriz Bernal, Carmelo Mesa-Lago, Juan Antonio Blanco, Diego Hidalgo, Andrés Ortega, Javier Solana, Alejandro Armengol, Haroldo Dilla y Arturo López-Levy, entre otros, sin que exista un hiatus en esta política, ni un punto de inflexión que permita a los funcionarios cubanos sustentar la tesis del “desvío” del mesurado proyecto inicial, aunque eso es lo que afirma Iroel Sánchez, director del Instituto Cubano del Libro: que la revista “se inicia con una posición política no totalmente contraria a la Revolución, pero va evolucionando en esa dirección” (http://www.lajiribilla.cu/2003/n100_04/100_07.html). Una acusación que no es nueva. Según ella, el “giro” se produce alrededor de 2000-2001, con los dossiers Cuba, 170 años de presencia en Estados Unidos, Polémica en LASA 2000, Literatura Cubana en Miami y, desde luego, El presidio político en Cuba (No. 20, primavera de 2001). Pero la acusación entraña una contradicción. Si Encuentro, como afirma La Habana, ha seguido el diktat de la CIA a través del patrocinio de la NED, ese presunto “giro” se produce justo cuando la NED cede protagonismo ante las aportaciones de la Fundación Ford y la Unión Europea.
La consolidación de Encuentro, su talante abierto y la sostenida calidad de los trabajos publicados, le han valido un prestigio que atrae incesantemente a nuevos colaboradores y lectores. Encuentro ha conseguido lo que el gobierno cubano ha intentado evitar durante casi medio siglo: la nación posible donde quepan todos los cubanos. De ahí que sus ataques contra la revista sean más enconados y persistentes que contra otras publicaciones donde el anticastrismo puro y duro marca toda la línea editorial, sin espacios para el diálogo. Porque es precisamente el diálogo lo que más teme La Habana.
Para la nomenklatura de la Isla es muy difícil digerir la relación de personalidades a las que Encuentro ha rendido homenaje subrayando su aporte a nuestra cultura, no el bando o la geografía en que habitan: Tomás Gutiérrez Alea y Gastón Baquero, Eliseo Diego y Luis Cruz Azaceta, Fina García Marruz y Julio Miranda, César López y Manuel Moreno Fraginals, Antón Arrufat y Heberto Padilla, Abelardo Estorino y José Triana, Virgilio Piñera y Antonio Benítez Rojo, Aurelio de la Vega y Reina María Rodríguez, entre otros. No se trata, al estilo de las autoridades culturales cubanas, de rescatar post-mortem del ostracismo a escritores indefensos, filtrando hacia el lector de la Isla sus obras previamente escardadas de “malas hierbas”. Homenajeamos a intelectuales en activo que, en muchos casos, han recibido distinciones gubernamentales y/o militan activamente a favor del régimen.
Razón por la que una zona del exilio más beligerante ha acusado a Encuentro de ser una operación de la Seguridad de Estado cubana, destinada a dividir al exilio y “ablandarlo” frente al régimen de la Isla. Defienden el anticastrismo puro e intolerante con el mismo énfasis que el régimen propugna un castrismo sin “desviaciones” y castiga la más mínima disidencia. Acusaciones difíciles de conciliar con extensos dossiers sobre el papel de los militares en Cuba, el estado catastrófico de la economía, la transición, el desastre urbanístico, la Cuba post Castro, o el número especial sobre la represión durante la Primavera Negra de 2003. Encuentro siempre ha apreciado como un buen síntoma ese “equilibrio” entre las acusaciones de ambos extremos. La “pureza revolucionaria” que refrenda el monólogo se mira en el espejo de la “pureza contrarrevolucionaria” que refrenda el… qué casualidad. La supervivencia de ambos requiere un enemigo. Y para ambos, cualquier diálogo es perverso.
Todos nuestros colaboradores, cubanos y no cubanos residentes en cualquier geografía, son los artífices del proyecto Encuentro. Sin ellos, la idea no habría pasado de ser una ilusión compartida. Y eso es algo que conoce perfectamente el gobierno cubano, por lo que ha ejercido enormes presiones sobre los intelectuales de la Isla, y sobre muchos del exilio, para que se abstengan de publicar en nuestras páginas. Nueve de nuestros colaboradores fueron condenados a penas de hasta 25 años de privación de libertad y consta en las actas de los juicios que escribir para Encuentro era uno de sus “delitos”. La táctica de coaccionar a los autores de intramuros no es sólo un ejercicio de autoritarismo. Su lógica es más perversa: una vez cortado el tráfico intelectual con la Isla, se puede acusar a Encuentro de ser una revista “del” y “para” el exilio. Eso explica que muchos intelectuales se hayan abstenido de escribir en nuestras páginas, debido a las extrañas disciplinas que rigen las instituciones cubanas y a la presión total que puede ejercer un Estado totalitario. Pero una de las razones por las que Encuentro no se ha convertido en una revista “del” y “para” el exilio, fue expresada por un intelectual de la Isla cuyo nombre no mencionaré por prudencia: “Como antes había que publicar en Orígenes, ahora hay que publicar en Encuentro. Es la revista”. Aunque la primera razón es que muchos intelectuales, como el resto de la población, comprenden que el proyecto político ha caducado y que es imprescindible un diálogo abierto, sin servidumbres, para refundar un país que se desploma económica y socialmente. Durante los primeros treinta años de su gobierno, Fidel Castro exigió como paradigma el “intelectual comprometido” (con su proyecto, desde luego). Tras la catástrofe y el descrédito, ante la profunda desilusión de la ciudadanía, se invita a los intelectuales a recluirse en sus tareas profesionales, lo más asépticas posibles. Si no aplauden, al menos no hagan ruido. No soportan al intelectual comprometido, si no pueden manipular ese compromiso. Y este nuevo “intelectual comprometido”, ahora con sus propias ideas, empieza a ser cada vez más frecuente.
En sus ataques, el gobierno cubano ha afirmado que Encuentro “con sus aparentes fines culturales, esconde propósitos políticos”. Algo absolutamente falso. Desde el primer número hicimos explícito nuestro proyecto político: una Cuba plural y democrática, abierta al diálogo, en las antípodas de la Cuba totalitaria.
Pero esos ataques no se han traducido en un debate de ideas, a pesar de que Encuentro siempre ha estado dispuesta a publicar cualquier “versión oficial”. ¿Habría algo más natural que enviarnos un texto con una mirada diferente, que discrepe o polemice? Las poquísimas veces que esto ha sucedido, siempre se han reproducido fielmente. Pero no es éste un territorio cómodo para las autoridades de la Isla, habituadas a rehuir el debate ideológico con sus críticos y opositores, a menos que dispongan del derecho al veto, y a sustituirlo por la deslegitimación, que se ejerce desde una prensa cautiva y sin espacio a la réplica. Toda disidencia es etiquetada como “anexionista”, agente de la CIA y vendida a Washington. El insulto suplanta al argumento.
Y ese ataque se ha centrado en nuestras fuentes de financiación que, según ellos, condicionan una servidumbre política. Para esto no sólo utilizan su burocracia cultural y la prensa orgánica (un portal en internet, el diario Granma y la televisión), encargada de manipular y ocultar datos, sino que instrumentalizan la desinformación de intelectuales extranjeros a los que invitan y agasajan, llegando al extremo de circular en la Feria del Libro de Guadalajara un copioso libelo anónimo.
Parten de una falacia: que los sistemas de cooperación y mecenazgo en sociedades democráticas operan según los mismos principios que en una sociedad totalitaria, la cual no sólo evita subvencionar cualquier proyecto que vaya contra su monopolio del poder y del pensamiento único, sino que prohíbe la búsqueda de fuentes de financiamiento al margen del Estado, penaliza la producción y distribución del pensamiento alternativo y elabora su propio Index de ideas y autores prohibidos. La trasgresión de esta norma está recogida en el Código Penal cubano. Si una sociedad democrática es, por definición, plural, admitiendo grados de libertad que permiten, incluso, navegar contra la corriente de la política oficial; un estado totalitario sólo admite la circulación en un sentido. Toda infracción de la norma de tránsito, es penada.
Un vistazo al sistema de cooperación que ponen en práctica las fundaciones públicas y privadas en sociedades democráticas demuestra que éstas suelen ejercer un mecenazgo atento al interés del destinatario, más que a una presunta “coincidencia ideológica”. En un ejercicio de independencia inconcebible para las reglas del juego totalitarias, contravienen, incluso, la política exterior de los países donde radican. Así, tanto la Unión Europea como la Agencia Española para la Cooperación Internacional, Caja de Madrid y la Fundación Ford donan fondos a instituciones de Cuba y también a Encuentro de la cultura cubana. GSF y Arca, instituciones norteamericanas, al igual que la Fundación Rockefeller, donan fondos a instituciones de Cuba para promover el deshielo y no a Encuentro. En cambio, el National Endowmenf for Democracy (NED), cuyo propósito es promover la democratización, dona fondos a Encuentro y no a instituciones de la Isla.
Fernando Rojas, portavoz oficial de Cuba en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, declaró en Granma que Encuentro «ha sido financiada por la National Endowment for Democracy, (…) pantalla de la CIA». Los voceros del gobierno cubano dan por sentado el carácter axiomático de la frase y que, por carácter transitivo, Encuentro es una operación de la CIA y del gobierno norteamericano. En ese caso, La Habana debería revisar sus relaciones con Gabriel García Márquez, amigo personal de Fidel Castro, cuya Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) ha recibido fondos de la NED y de otras entidades demonizadas por La Habana: el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Council on Foreign Relations norteamericano, la USIS (U.S. Investigations Services) y la Embajada de los EE. UU. en Bogotá. Del mismo modo, las acusaciones de Cuba a la Fundación Ford, donante de Encuentro, como pantalla de la CIA, ponen en entredicho a las propias instituciones de la Isla, ya que esa Fundación ha apoyado la conservación y modernización de la biblioteca de Casa de las Américas, en La Habana; el intercambio entre la Universidad John Hopkins y el Instituto de Relaciones Internacionales del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, y ha invertido fondos para crear un estado de opinión favorable a la apertura de la política norteamericana hacia la Isla.
Argumentar que la línea editorial y la agenda de Encuentro están al servicio de la política norteamericana por razones de financiación es un razonamiento peligroso para el propio gobierno cubano. En treinta años de patrocinio soviético, Cuba recibió 39.500 millones en préstamos, de los cuales 20.000 millones permanecen impagados, 60.500 millones en subsidios y 13.400 millones en ayuda militar[1]. Siguiendo su propio razonamiento, podría aducirse que durante treinta años Cuba no fue un país, sino una operación del gobierno soviético.
Claro que las verdaderas razones de ese recurrente y patético intento de descalificar a Encuentro son la soberbia, el miedo y la impotencia. El gobierno de la Isla, desde una soberbia sin límites, se considera dueño y señor de las vidas y haciendas de todos los cubanos, y no tolera una publicación independiente y plural. En su arrogancia, se cree el administrador de la obra que hacemos incluso fuera de sus linderos territoriales. Pero tras esa soberbia se esconde el miedo ante el libre debate de las ideas, ante un espacio donde se puede hablar sin eufemismos ni discursos trucados, y donde nadie está obligado a refugiarse en el suelo sagrado de un silencio. Y la impotencia, porque al ser incapaces de rebatir ideas, se ven obligados al insulto, el engaño y la intimidación. Tanto los intelectuales de la Isla como los del exilio conocen el precio de saltarse la fatwa dictada por La Habana. Unos no recibirán permiso de salida; otros no recibirán permiso de entrada.
Y una razón que es síntesis de las anteriores: la ecología. El hábitat donde medra a sus anchas el totalitarismo es la beligerancia, la intolerancia, el miedo y la amenaza. Sobre la beligerancia permanente con Estados Unidos –cuyo mantenimiento se han esmerado en proteger de distensiones y aperturas– ha prosperado el estado de exención en que viven los cubanos hace medio siglo. Su “guerra permanente” sirve de coartada para trocar un país en cuartel, exigir obediencia y fidelidad ciegas, y declarar desertor al que huye. Todo puente hacia la reconciliación debe ser dinamitado, a riesgo de que se desmorone la retórica de plaza sitiada y el poder omnímodo del régimen.
¿Por qué una revista editada en España por un grupo de escritores y artistas despojados de todos sus derechos dentro de Cuba, y cuya única arma son las palabras, preocupa tanto a un régimen que domina la vida de sus once millones de habitantes, y el intercambio de ideas y personas? ¿Será que no pueden controlar ese otro territorio inaprensible: la mente de sus ciudadanos?
Recién publicado el número 51/52 de la revista, la Asociación Encuentro de la Cultura Cubana cerró su oficina de Madrid en octubre de 2009 por falta de fondos. Prácticamente todos los trabajadores nos hemos ido a engrosar la mayor empresa de España, el Instituto Nacional de Empleo (¿o de Desempleo?). Desde que se conoció la noticia del cierre, no pocas botellas habrán sido descorchadas en el Ministerio de Cultura cubano y en el Comité Central. Con el alivio que supone sacarse una piedra del zapato, los funcionarios de la cultura (la unión de esas dos palabras es una verdadera aberración) dormirán mejor sabiendo que los jóvenes lectores de la Isla no serán corrompidos por textos de Carlos Victoria, Gastón Baquero o Reinaldo Arenas; ni violará su inocencia algún dossier sobre el papel de los militares, el suicidio o las ruinas de La Habana; ni se pasearán por las calles de la ciudad los cadáveres de los balseros y de los fusilados en el Escambray y La Cabaña. Tampoco deberán temer que una nueva ola de represión tenga como respuesta una carta abierta firmada por cientos de los más prestigiosos intelectuales europeos y americanos.
Pero también se habrán descorchado botellas en algunos recintos del exilio. El cierre de nuestra oficina demuestra que las subvenciones de la CIA o de la Seguridad del Estado (según versiones) no han sido suficientes. Y, hasta donde sabemos, no ha habido ofertas del KGB, ni del Mosad, del MI6 o de la Sûreté Nationale.
Aunque en ciertos corrillos del exilio (y del insilio también, why not?) puede haber otro ingrediente. Omar Torrijos contaba que a la entrada de un pueblo perdido de Panamá encontró el siguiente cartel: “Abajo el que suba”. Un enunciado a priori contra todas las políticas y los políticos (hasta que no se demuestre lo contrario) también podría servir de slogan al deporte nacional español y latinoamericano: la envidia. La diáspora cubana ha visto nacer y extinguirse a decenas, cientos de proyectos, muchos de los cuales habrían merecido mejor suerte. La persistencia de Encuentro ha hecho más difícil para algunos la digestión de esos fracasos. Otros han clamado por el cese de la financiación a Encuentro como si ello pudiera trasvasarse automáticamente en financiación propia. Y algunos han apelado incluso a la fórmula ejemplar de la envidia socialista: aquel hombre que sentado en la puerta de su casa ve pasar un flamante Mercedes Benz y desea de corazón que se estrelle en la próxima curva para que todos seamos peatones.
La más importante revista cultural hecha por la diáspora cubana está abocada a su desaparición. Pero soy portador de malas nuevas para los empresarios de pompas fúnebres. El muerto patalea. Existe la posibilidad de que Encuentro regrese en 2010 de entre los muertos para enturbiarle los sueños a los funcionarios cubanos.
«Perdonen que no me levante» es, posiblemente, el más conocido de los epitafios, que se atribuye a Groucho Marx; aunque en su tumba del Eden Memorial Park de San Fernando, Los Ángeles, sólo figura su nombre, las fechas de su nacimiento y de su muerte (1890-1977) y una estrella de David. Parafraseando ese epitafio sin lápida, me gustaría inscribir hoy en la tumba provisional de Encuentro: “Perdonen que sí me levante”, para que pueda seguir siendo una revista sin país. O mejor, la revista de ese país virtual donde habitamos todos los cubanos del planeta. O mejor, la revista del país que será mañana.
“La revista del país que será”; en: Madrid habanece; Iberoamericana Vervuert, Madrid, 2011.
[1] Carmelo Mesa-Lago; Breve historia económica de la Cuba socialista. Políticas, resultados y perspectivas. Alianza Editorial. Madrid, 1994).
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