30 05 2025

Luis Manuel García Méndez: Yo soy un socialdemócrata y, sobre todo, un demócrata convencido

Por Roberto Ruiz Rebo

Fue en una conversación telefónica con el escritor cubano Froilán Escobar que saltó el nombre del novelista y periodista Luis Manuel García Méndez. Sin embargo, en los años ochenta del siglo pasado, ya había leído uno de sus trabajos en una revista juvenil llamada Somos Jóvenes, que por esos años cometió la herejía de publicar unos pocos artículos atrevidos, en aquel contexto donde la censura yacía agazapada en un discurso aparentemente aperturista. Hablo de “El Caso Sandra” un artículo que narraba sin sobresaltos las peripecias de una prostituta, hija de un fenómeno que florecía en las calles cubanas por aquellos años: el jineterismo. Pese a las reacciones en las altas esferas del Partido Comunista y en especial de su más alta nomenclatura, los ejemplares de aquella edición de la revista se vendieron como pan caliente en los estanquillos del país, lo cual encendió más la ira de los mandamases. La historia nos la cuenta García Méndez de manera magistral en esta entrevista a la que él accedió generosamente desde su casa en Madrid donde reside desde el año 1994.  

Pero, haber escrito El Caso Sandra no es, ni mucho menos, el gran mérito de Luis Manuel, porque su carrera literaria es extensa y jugosa: su colección de cuentos Los Forasteros recibió el favor del jurado en el año 1987, coronándose con el Premio Union de Escritores y Artistas de Cuba; en esta obra, García Méndez explora los temas de la migración y la identidad utilizando técnicas realistas, de ciencia ficción y la literatura fantástica. Habanecer otra de sus obrasse alzó en el año 1990 con el premio Casa de Las Américas, en ella el autor fusionando diversos géneros literarios nos relata con sorprendente lirismo un día en la vida de la capital de los cubanos. Luego, vendría el Premio Vicente Blasco Ibáñez en 2001 con su novela El restaurador de almas, en la cual aborda con tono introspectivo y poético, la identidad, la memoria y la crisis existencial. En el año 2003, el escritor de Habanecer vuelve a ser ganador, pero esta vez con un libro de poemas que el tituló Utopiario, a través de la cual presenta una visión crítica de la Habana; Bitácora del silencio, es otra sus obras galardonadas en 2011 con el Premio Camilo José Cela de novelas en castellano y más reciente en 2022, Luis Manuel García Méndez recibe una nueva recompensa en el Certamen de Relato Corto Tierra de Monegros con el cuento Balance de liquidación, en el que el autor realiza una reflexión sobre las decisiones y los cambios profundos del ser humano. 

El quehacer de Luis Manuel García Méndez en el campo intelectual trasciende estos apuntes, pues se ha desempeñado también en el ámbito académico como profesor y conferencista en varias universidades del mundo, incluyendo a Cuba, su país natal. Durante años, ha recorrido recintos universitarios de México, Suiza, Alemania, Italia, Brasil y España, donde ha impartido cursos y conferencias. Desde el año 2022 Luis Manuel ha ejercido como jefe de redacción de la revista Encuentro de la Cultura Cubana, y aunque dice haberse retirado de las labores pedagógicas, aun se mantiene activo dando respuestas sorprendentes a entrevistas como esta. 

Roberto Ruiz Rebo: A finales de los años 80, en un intento por visibilizar el fenómeno del jineterismo que había tomado auge en Cuba por esos años, escribes un reportaje sobre una prostituta, que llamó la atención a los lectores de la revista Somos Jóvenes. El Caso Sandra tomó la dimensión de un escándalo que salpicó a muchos y sacudió al mundo periodístico de la Isla. ¿En qué consistió aquel incidente que supongo resultó traumático en tu carrera? 

Luis Manuel García: Méndez Érase una vez un artículo que se llamó “El caso Sandra” … podría comenzar. Narraba las aventuras y desventuras de una jinetera (antes que fueran personajes del folklore patrio). Por entonces, ellas sólo habitaban como personajes literarios en los atestados policiales. Su fe de bautismo data de mucho después, cuando Él en persona blasonó de que en Cuba disponíamos de las putas más cultas del mundo, geishas en tiempo de guaguancó. La que yo interrogué durante largas horas, acompañé en sus cacerías por La Habana, la que invité a comer en casa (para sobresalto de mi mujer y mengua de la libreta de racionamiento) era, posiblemente, la excepción de la regla. Un accidente del sistema educacional.  

Por entonces, la puta más reciente de la escritura nacional era la mítica Rachel y su bolero, pero el autor, con la prudencia a que nos tenía acostumbrados, hundía su mirada en la noche de los tiempos. A diferencia de mi Sandra, tan contemporánea que, según su propia confesión, se enteró de la publicación de sus aventuras entre un turista sueco y un mexicano de corto alcance.  

Si en 1959 las putas fueron “reeducadas” a taxistas —los autos llevaban las siglas TP, Taxis Populares, que el vulgo leía como Todas Putas—, la revelación de que treinta años más tarde reflorecían como voluptuoso marabú tomó por sorpresa a algunos (seguramente no andaban La Habana en horas de la noche), y otros, menos desinformados, optaron por hacerse los sorprendidos.  

Ante la publicación de “El Caso Sandra” hubo reacciones encontradas: entusiasmo e irritación. Se comentó que yo estaba preso, que la revista había sido clausurada y que el director fue removido de su cargo. En el extremo opuesto, se dijo que el artículo había sido expresamente encomendado por la dirección del Partido, y una agencia extranjera afirmó que Él en persona lo había aprobado. A la revista llegaron cientos de cartas y llamadas telefónicas, y el número correspondiente (200.000 ejemplares vendidos) recibió inesperadas cotizaciones en el mercado negro. 

¿Cuáles fueron las causas de esta repercusión? Antes habría que preguntarse ¿qué periodismo consumía (consume) el lector cubano? Un periodismo chato y monocorde, sobrepasado por la Agencia Vox Populi. Salvo excepciones, es común que “la noticia del día” corra de boca en boca, eludida elegantemente por la palabra escrita, desmedida en la alabanza y tímida en la crítica (o viceversa, de acuerdo al objeto de estudio). Una prensa donde el descubrimiento y revelación de problemas no es emanación precursora sino reflejo. Prudente, la prensa aguarda obediente a que el conflicto sea tocado por el discurso político. Ni siquiera se arriesga a una visión alternativa (no necesariamente contestataria). Recordemos que por entonces Internet era asunto de ciencia ficción y la prensa alternativa no existía. No es raro, por tanto, que a mediados de los 80 el propio Fidel Castro haya alabado la “disciplina” de la prensa, que es como elogiar la prudencia al volante de un piloto de fórmula uno. 

En lo coyuntural, había tenido lugar entre 1986 y 1987 una ofensiva “crítica” a las deformaciones entronizadas durante tres lustros o poco menos, período durante el cual nada de ello fue observado por la prensa.  Para nuestro asombro, Él nos comunicaba desde la tele, con la furia de Ulises a su regreso a Ítaca, que todo lo hecho en los últimos quince años era un desastre, y que “ahora sí vamos a construir el socialismo”. (Mi padre jamás se recuperó de aquella noticia). Empezó a hablarse por entonces de una “nueva política informativa”, de un “periodismo de opinión” (¿cuál que es no lo es?), del “ejercicio del criterio”, pero lo cierto es que hasta hoy el discurso periodístico oficial no ha ni siquiera igualado al discurso político en profundidad de análisis y novedad informativa. Y es mucho decir. Una especie de culminación de ese período fue el V congreso de la UJC.  

En ese contexto aparece “El caso Sandra”. El artículo cumplía premisas habituales en cualquier periodismo del mundo: tocaba un tema que no había sido manoseado institucionalmente. Lo trataba sin la timidez tradicional, que necesita disculparse por cualquier verdad incómoda. Desde el reportaje de Homero sobre la batalla de Troya, tampoco esto ha sido excepcional en el periodismo. Narraba los accidentes de una vida real, dolorosa, no hilvanaba un esquema más o menos moralista y maniqueo. Sin pretensiones sensacionalistas —como lo demuestra su lenguaje conciso y la discreción con que traté ciertas aristas—, lo era de algún modo, aunque sólo fuera porque desvelaba un submundo apenas intuido o totalmente desconocido para una buena parte de la población, sobre todo fuera de La Habana. Acto de revelación en que me jugué mucho menos el pellejo que Ryszard Kapuściński en África. 

Como parte de su “Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas”, el Periodista en jefe afirmaba: “Antes que la suciedad nos sepulte, es mucho mejor lavar los trapos al aire libre” (II Pleno del CC del PCC; en Cuba Socialista, La Habana, septiembreoctubre, 1986). Y que era un error no hacerlo “por temor de que el enemigo se entere allá en Miami, o allá, los imperialistas, y utilicen esto para atacarnos (…) Ningún enemigo nos va a criticar mejor que lo que nos criticamos nosotros. Porque nosotros sabemos mejor que nuestros enemigos dónde están nuestros problemas (…) Incluso al enemigo le quitamos las armas, lo dejamos sin armas”. Más tarde comprenderíamos que esa frase era apenas un puñado de palabras unidas por las leyes de la sintaxis, y que sólo se refería a los trapos previamente señalados por el pret à porter del poder. 

En abril de 1987, durante el V Congreso de la UJC, muchos delegados se expresaron sin eufemismos. Fue una explosión provocada con mando a distancia. Antes del congreso, Roberto Robaina, por entonces su primer secretario, recorrió la Isla expresando atrevidas críticas, incitando a los jóvenes. Con toda la imprudencia de sus años mozos, ellos lo soltaron más tarde en el Congreso, ante las mismísimas barbas del vecino y, ya de paso, dejaron escapar alguna que otra crítica imprevista de su propia cosecha. Roberto Robaina cedió complaciente la palabra y, por respeto a sus mayores, durante todo el congreso no dijo ni pío, a pesar de lo cual terminó, en el imaginario público, como el héroe de la película. De más está decir que, a su regreso, los delegados “disfrutaron” en sus provincias las bondades del sistema nacional de salud: les fueron aplicadas las más modernas técnicas para sanar su incontinencia verbal y, en la mayoría de los casos, conjurar futuras recaídas. 

En esas circunstancias, la revista Somos Jóvenes se propuso una nueva política editorial que arrancó con una entrevista al primer secretario de la UJC, publicada en marzo de 1987 bajo la firma de Mayra Beatriz.  

En la nueva política editorial, las propuestas de los trabajos centrales eran discutidas por toda la redacción, y los textos terminados se leían y analizaban en un ambiente de compromiso (complicidad) que reinó durante aquellos meses. Transitamos en un par de números desde un periodismo ligero, sonriente, algo farandulero y por momentos infantiloide, hasta el tratamiento de temas nuevos y escabrosos en condiciones de libertad vigilada, lo que nos obligaba a una precisión de lenguaje y construcción digna de funambulistas sin red, y a un rigor milimétrico en la búsqueda de información y en la selección de las fuentes. Cualquier ornitólogo sabe que la verdad tiene alas. Y en la prensa cubana ya era tradición cojear de un ala (con el beneplácito de las autoridades) y estaba completamente contraindicado cojear de la otra: pasarse por defecto era siempre un “acto de buena fe”. Pasarse por exceso te podía costar un auto de fe. Por esa razón, si queríamos que nuestro vuelo fuera mínimamente duradero, el equilibrio entre ambas alas debería ser impecable.  

Varios trabajos concebidos dentro de esta política habían sido publicados ya y decenas estaban en curso cuando apareció, en el número doble de septiembre de 1987, “El Caso Sandra”. No fue un acto temerario, sino parte de una política editorial. Tampoco iba contra la Revolución, sino a favor de la Revolución que debió ser. (Y que nunca fue).  

Yo no fui encarcelado, ni el director fue removido (ya por entonces había sido promovido a subdirector del periódico Granma). Pero sí hubo consecuencias: la primera fue una reunión en el Departamento de Orientación Revolucionaria (DOR), del Comité Central del Partido, a la que fuimos convocados una noche de noviembre, creo recordar que bastante fría, todos los trabajadores de la revista, con excepción de Guillermo Cabrera, el director que diseñara el número de la discordia. Dirigía la reunión el entonces todopoderoso Carlos Aldana, director del DOR, quien nos preguntó a todos, uno por uno, nuestra opinión sobre el artículo, con el propósito de separar las papas arrepentidas de las papas podridas y sin remedio. Y uno por uno todos, salvo dos, coincidimos en que, de vernos abocados a la decisión de publicar nuevamente el artículo, volveríamos a hacerlo. Más allá de que haya sido yo el autor material, quince de diecisiete asumimos una responsabilidad que catorce podían haber delegado. Fuenteovejuna, señor. Al cabo de tantos años, no sé si alguno se habrá arrepentido.  

Como supimos más tarde, Carlos Aldana era el agente transmisor de la ira de Fidel Castro, quien montó en cólera tras leer aquellos trapos no planificados. 

Ante la prepotencia de Aldana, sentí aquella noche un justo orgullo por mis compañeros, equiparable en intensidad a la lástima que me inspiró otro invitado a la reunión: un Roberto Robaina tembloroso que, con un hilo de voz, se sumó a las acusaciones del Sumo Pontífice de la información cubana. Todos sabíamos que él conocía el artículo desde su fase larval de manuscrito, y que acordó en su momento con nuestro director un pacto de caballeros: “oficialmente” desconocía el texto, pero, una vez publicado, nos apoyaría y protegería de cualquier represalia con todo el peso de la UJC. De modo que en aquella reunión todos, salvo Aldana, sabíamos que él sabía, sabíamos que mentía cuando alegaba sorpresa y desconocimiento, pero ni así nos rebajamos a denunciarlo, de lo que aún me alegro. No por él, sino por nuestra propia integridad moral.  

El autor intelectual de aquella reunión, cuyo fantasma deambulaba por los pasillos impecables del Comité Central, llamaba por entonces a la prensa a una batalla contra los errores, porque “si nosotros mismos [los dirigentes de la Revolución] nos hemos equivocado. ¿Qué podemos esperar, que no se equivoquen los periodistas?” (II Pleno del CC del PCC, 1986). Tardamos en comprender que esas palabras no invitaban a la libertad y la responsabilidad, sino a otra forma de obediencia. Él no necesitaba periodistas sino amanuenses, secretarios de actas que llevaran a la página impresa sus nuevos “descubrimientos” políticos —hospitales infectos, escuelas en ruinas, fábricas que no fabricaban, empresas dirigidas por Alí Babá y sus 4000 ladrones—. Tardamos en comprender que tales “descubrimientos” tenían el don de la oportunidad: coartadas para un desmoche del palmar político: ajuste de cuentas a supuestos tecnócratas que en su día suplantaron con el recetario del Tío Stiopa el inspirado método de la economía espontánea —Cordón de La Habana, Ofensiva Revolucionaria, Triángulo Lechero, Brigada Invasora Ernesto Che Guevara, Zafra de los Diez Millones—. El ajuste de cuentas a aquellos sacerdotes del Gosplan devolvería a Fidel Castro el control absoluto de la finquita nacional, que desde entonces hasta su mutis por el foro administró con una solvencia entre Pyongyang y Las Vegas.  

Años más tarde, “descubrirían” oportunamente que nuestro fiscal, Carlos Aldana, era propietario de unas tarjetas de crédito, lo suficiente para ganar un pijama que sólo mudó hace poco por el sudario.  

A Roberto Robaina no lo salvó su miedo, ni hablar por boca de otros. Fue acusado de incurrir en prácticas deshonestas como ministro y de “estrecha amistad” con el narcogobernador de Quintana Roo. Expulsado de todo, pinta gallos, paisajes, caballos y mulatas desnudas para los turistas.  

Tras aquellos sucesos, comprendimos que la prensa que intentamos durante algunos meses podría ser deseable para el sistema imaginado por Karl Marx en sus tardes de la British Library, o para el socialismo libertario, democrático, que merecían los cubanos. Pero la hacienda nacional no podía permitir a unos entrometidos enjuiciar a capataces, mayorales, jefes de lote y, menos aún, al hacendado. Una finquita sólo necesita un instrumento de propaganda, un amplificador de ideas pre empacadas que cumpliera una función meramente pedagógica. O, cuando más, echarle unas piltrafas a los hambrientos chicos de la prensa: pizzerías, baches, taxistas y guagüeros.  

A la salida de aquella reunión sabíamos que desde el día siguiente “se acabaría la diversión”, y siempre era el mismo el que mandaba a parar.  

La primera medida fue nombrar directora a la única redactora que en la reunión de marras se libró de toda culpa por el método de “allí fumé”. La directora Yonofui conservaría el (merecido) puesto durante muchos muchos años. El siguiente número de la revista —200.000 ejemplares recién salidos de la imprenta y empacados para su distribución— hizo su viaje a la semilla: fue convertido en pulpa y se sustituyó por un número armado a parches con trabajos de la reserva. Debidamente esterilizado en el autoclave de la UJC, se imprimió con una agilidad que presagiaba a la poligrafía cubana un futuro luminoso. El propósito de nuestros pícaros funcionarios era que los lectores no notaran el cambiazo. Para su mal, un paquete de revistas se salvó de la hoguera y fue distribuido por algunos trabajadores de la imprenta. Hoy es una pieza de colección. Tiene idéntica fecha y número que el distribuido, pero su interior es más perverso (incluía, entre otros, “Perseguirlo y aniquilarlo”, un artículo mío sobre la nueva clase privilegiada, la aristocracia verde olivo, corroborada por entrevistas a 135 jóvenes estudiantes, trabajadores y militares. Sus lectores entusiastas fueron los tipógrafos).  

Desde ese momento, la línea editorial y decenas de trabajos en curso fueron postergados, “endulzados” (la industria azucarera era aún la primera del país) o confinados en la gruta donde se añejan hasta gran reserva. Se estimó que “ese no era el periodismo que el momento histórico demandaba”. Y ya se sabe que el momentómetro es un instrumento muy delicado.  

A mí me condenaron a escribir sobre planetas distantes, curiosidades e historia antigua. Cualquier acontecimiento posterior al Renacimiento era de candente actualidad y no confiaban en que yo podría abordarlo con la prudencia recomendable. La revista recuperó un público adicto a las misceláneas que había cultivado con esmero durante años. Perdió un público distinto que había conquistado en apenas unos meses.  

Tres años después, en una reunión con todos los periodistas de la Editora Abril, el nuevo secretario de la UJC diría de uno de aquellos artículos proscritos:  

—Qué falta nos hubiera hecho este trabajo en su momento. 

Claro que en su momento él, en persona, se ocupó de vetarlo. Yo me limité a mandarlo al carajo con mis mejores modales.  

Otro de mis reportajes, sobre la homosexualidad en Cuba y fechado en 1987, apareció en la misma revista en 1994, tras enterarnos por Fresa y Chocolate que existían homosexuales criollos. Mis entrevistados estaban ya en fase de prejubilación. Otros artículos, casi todos de Mayra Beatriz, fueron rehechos y actualizados, constituyendo lo más digno de lectura en la Somos Jóvenes de los 90. Los menos afortunados, permanecerán en sus gavetas per sécula seculorum. En mi caso, 140 páginas, 4.200 líneas de silencio. 

Roberto Ruiz Rebo: Si por un albur de la vida te ofrecieran empleo en Cuba ¿volverías a escribir un reportaje como ese? 

Luis Manuel García Méndez: Esta pregunta supone varias condiciones difícilmente cumplibles: 

Primero: para que me ofrecieran un empleo en Cuba debería, en principio, vivir en Cuba, cosa que, hasta donde sé, no ocurrirá. 

Segunda: Si me ofrecieran un empleo online, pongamos por caso, creo que tampoco lo aceptaría por muy tentador que fuera, dado que hoy tengo el mejor empleo del mundo: estoy jubilado. Y eso no significa que no trabaje, sino que recibo un salario por trabajar, justamente, en lo que yo quiera y en el momento que yo quiera. 

Tercera: Cuba ahora tiene problemas mucho más serios (y no es que entonces no los tuviera) que las aventuras de una prostituta que, hasta donde sé, comenzó su andadura profesional recién cruzado el umbral de su mayoría de edad. El país se ha convertido en un paraíso del turismo sexual incluyendo la prostitución infantil. Hay madres que prostituyen a sus hijas y esposos, a sus mujeres. Esquilmado durante más de medio siglo, al pueblo cubano solo le ha quedado un capital: su propio cuerpo. Si en una época los capataces de la finiquita nacional tenían cierto pudor y tapaban sus desnudeces morales con discursos, ahora los Mercedes-Benz cruzan a toda velocidad frente a los tanques de basura donde bucean ancianos famélicos que ayer fueron vanguardias nacionales y soldados en las guerras coloniales africanas. En 1987 un cubano vivía (frugalmente, pero vivía) de su salario. Hoy el salario es apenas una propina que otorga a regañadientes el Estado, ese comensal cicatero que se ceba (véase sus volúmenes en cualquier reunión del buró político) a costa de la miseria de sus compatriotas. El hombre del siglo XXI no construye el comunismo en La Habana, sino los rascacielos de Miami, y es la única esperanza de los hombres del siglo XX que se quedaron en la isla. El país que exportaba azúcar y revoluciones hoy sólo exporta cubanos, aunque en eso es líder mundial. Decididamente, no volvería escribir un artículo como aquel. Un país sin coordenadas ni futuro, abocado al desastre más absoluto, y cuyos dirigentes sólo aspiran a enriquecerse y conseguir un bote salvavidas antes del naufragio, necesita mucho más que un artículo: un milagro. 

RRR: A principios de los años 90, surgió en Cuba un grupo de intelectuales que se hizo llamar Paideia. En una conversación que tuvimos, mencionaste algunos nombres de escritores que aún viven en la isla que formaban parte de ese grupo, sin embargo, apenas se conocen la existencia de ese movimiento entre los intelectuales cubanos más jóvenes y otros menos jóvenes. ¿Recuerdas este movimiento, y cuáles eran sus reclamos en aquel momento? 

LMGM: El movimiento Paideia hay que comprenderlo en el contexto de la segunda mitad de los años 80. Los que vivimos aquella época recordaremos la Perestroika y la Glasnost puestas en marcha por Mijaíl Gorbachov en la Unión Soviética. Revisión de un régimen anquilosado y enfermo en proceso de descomposición. Su objetivo no era desmantelar el régimen sino democratizarlo, hacerlo más eficiente y transparente, algo que chocó de inmediato con la nomenclatura tradicional. Fue el principio del fin de los regímenes socialistas en Europa del Este. En Cuba, Fidel Castro había comenzado un proceso de rectificación de errores y tendencias negativas que no tenía el mismo objetivo. Previendo que las ayudas soviéticas se acabarían en breve, y al cabo la propia Unión Soviética implosionaría, empleó todos los medios para fulminar a los tecnócratas de la junta central de planificación y a todo aquel que entorpeciera la puesta en práctica, de nuevo, de su voluntarismo al estilo de los años 60. Alentados por los movimientos de renovación en Europa del este, los jóvenes, y en particular los intelectuales, emprendieron acciones culturales innovadoras y desacralizadoras. La exposición de los artistas plásticos en el Castillo de la Fuerza, las performances, la música de nuevos trovadores como Carlos Varela, películas abiertamente heréticas como Alicia en el pueblo de maravillas. Y posiblemente entre los escritores el proyecto más avanzado fuera justamente Paideia. 

En su manuscrito fundacional se afirma que “PAIDEIA es un proyecto de actuación práctico-crítica en el campo de la cultura, tal y como se perfila hoy ese campo sobre el tejido de relaciones sociales que constituyen el contenido histórico-concreto de nuestro ser y nuestra idea de la cultura”. Y más adelante: “PAIDEIA se propone contribuir al diálogo permanente y mutuamente enriquecedor entre creadores, promotores, críticos e investigadores de la cultura y, sobre esa base, al intercambio y concertación de experiencias, criterios y proyectos de creación, promoción, crítica e investigación de la cultura, de modo que semejante diálogo, y el intercambio que del mismo surja, pueda derivar en un modelo -entre otros posibles- de praxis coral y polifónica de la cultura”.  

El manifiesto estaba firmado, el 19 de octubre de 1989, por Carlos Alfonso, Ángel Alonso, Atilio Caballero, Almelio Calderón, Luis Felipe Calvo, Raúl Dopico, Gerardo Fernández Fernández, Jorge Ferrer, Abel Fowler, Julio Fowler, Emilio García Montiel, Esther María Hernández, Ernesto Hernández Busto, Reinaldo López, Rafael López Ramos, Rosendo López Silverio, Pedro Marqués De Armas, Juan Carlos Mirabal, Jorge A.  Miralles, Abelardo Mena, Radamés Molina, Omar Pérez, Antonio José Ponte, Rolando Prats, Reina María Rodríguez, Alexis Somoza, Armando Suárez Cobián, Bladimir Zamora, Pedro Vizcaíno. Algunos de ellos permanecen en Cuba, otros se han marchado (al exilio o al país de nunca jamás) y a algunos les he perdido la pista.  

El propósito era básicamente que la intelectualidad tuviera una interacción directa con el poder político y desembarazarla de su papel subalterno como amanuenses sofisticados del discurso político o, mejor dicho, del discurso que orientaran los políticos. Pero Fidel Castro y compañía no estaban dispuestos a conceder ni el más mínimo margen de libertad habiendo aprendido de la experiencia soviética, y antes de la checoslovaca, y antes de la húngara, que una pequeña grieta en el muro de la intolerancia puede terminar derribando el muro. Y hablando de muros, ya el de Berlín se había desmoronado. 

Tanto el movimiento de los intelectuales como el de los artistas plásticos terminaron en el aeropuerto. Haciendo bueno el eslogan “a enemigo que huye puente de plata”, las autoridades de la isla, a las puertas del período especial en tiempos de paz, ese eufemismo para nombrar la crisis más profunda en la historia de Cuba solo superada por la actual, permitieron e incluso favorecieron el éxodo de numerosos intelectuales y artistas que se marcharon con su música (incluso con su letra) a otra parte, donde no los pudieran ver ni escuchar los inocentes habitantes de la isla. 

RRR: En el año 2021 hubo un gran estallido social en Cuba en el que muchos jóvenes intelectuales y artistas tuvieron un protagonismo importante; conozco algunos de gran talento, sin embargo, la reacción de la UNEAC y la Asociación Hermanos Saíz fue de condena. Algunos me han dicho que esos artistas no tenían ni tienen representatividad, significando con ello, que no eran miembros de ninguna institución del gobierno, lo cual no es cierto, como en el caso del teatrista Yunior García Aguilera, ahora exiliado en España. ¿Crees que es necesario pertenecer a una organización u ostentar algún carnet para ser reconocido como artista en nuestro país? 

LMGM: Existe y, hasta donde sé, en casi todos los países, los colegiados para distintas profesiones. Colegios de abogados, de médicos, de arquitectos, etcétera, cuyo propósito es, en teoría, garantizar que quienes ejerzan esas profesiones tengan reconocidas por una instancia oficial las capacidades profesionales necesarias para salvar la vida de un paciente, evitar que una edificación le caiga en la cabeza a los futuros ocupantes, o que el acusado tenga la mejor defensa posible. (Aunque a veces funcionen como mafias gremiales). Ese no es el caso de las profesiones artísticas y literarias. Basta recordar que Alejo Carpentier, uno de los mayores escritores cubanos de todos los tiempos, ni siquiera tenía una titulación universitaria. A lo largo de la historia numerosos escritores y artistas se han asociado entre sí por afinidades estéticas, movimientos culturales, intereses gremiales y de defensa mutua, sindicatos para la protección de sus derechos, e incluso por afinidades políticas. Basta recordar el movimiento de intelectuales antifascistas de los años 30. Aunque fueron los llamados países socialistas los que crearon las uniones de escritores y artistas cuyo propósito siempre fue el de amaestrar a aquellas individualidades fuertes y creativas y ponerlas al servicio del gobierno. La pertenencia a esas instituciones podía garantizar a sus miembros visibilidad, oportunidades y recursos. Lo cual no significa que pertenecer a ellas hiciera mejor o peor a un escritor o artista. Y no pertenecer, tampoco. “Por sus obras los conoceréis” y nunca es más cierto que en el caso de las profesiones artísticas, donde titulaciones, pertenencias y colegiaturas son totalmente secundarias. Lezama Lima, segregado, era más escritor que todos los policías literarios que lo excluyeron. Alejo Carpentier, militante y emblemático del nuevo régimen (más por conveniencia que por convicción, creo yo) no por ello fue peor escritor. Lo que define a un escritor o un artista es, simplemente, su obra. Y eso no tiene nada que ver con su pertenencia o no a instituciones gubernamentales, pero tampoco a instituciones disidentes, asociaciones del exilio o a cualquier otra, incluyendo los clubes de parchís o los amigos del croché. La “representatividad” en el caso de los escritores y artistas es individual e intransferible. El agregado cultural en París Alejo Carpentier representaba a Cuba. El escritor Alejo Carpentier representaba a Alejo Carpentier. Un senador representa a sus votantes. Un artista siempre y sólo se representa a sí mismo.  

RRR: En el año 2013 ofreciste una conferencia sobre “La cuentística cubana” en un Master de Literatura Hispanoamericana, por lo que supongo estás bien enterado de lo que sucede en la literatura de la isla dentro y en la diáspora, al menos hasta ese instante ¿Cómo ves el desarrollo de la cuentística y la narrativa cubana en este momento? 

LMGM: Entre 2012 y 2013 hice en la Universidad Complutense de Madrid un master de Estudios Literarios y mi tesis de fin de master se llamaba Crónica del desencanto (cuentística cubana de la revolución 1959-2013). En realidad, el tema era el héroe en la cuentística cubana y sus mutaciones a lo largo de medio siglo. Descubrí que el comportamiento del héroe en la cuentística respondía a una periodización histórica que se podía dividir en diferentes eras: Dialéctica del entusiasmo (1959-1971), Welcome Tovarich (1971-1990), Good Bye Lenin (1990-2006) y Castro remake (2006-2013). En el caso del cuento, su evolución transitó desde lo que llamo el Primer periodo dialéctico (1959-1966) hasta las narrativas de la violencia, de la adolescencia, para concluir en la narrativa del desencanto. A lo largo de ese período bastante extenso han existido movimientos y tendencias en los que se han insertado con mayor o menor acierto escritores de varias generaciones. Al no existir durante muchos años la presión editorial y comercial que en el resto del mundo dicta modas y tendencias, en particular el predominio absoluto de la novela sobre el cuento, en Cuba pudo desarrollarse una cuentística de muy variados acentos: Senel Paz, Miguel Mejides, Reinaldo Montero, Leonardo Padura, Arturo Arango, Francisco López Sacha, entre los de mi generación. A los que se sumaron en los 90 Jesús David Curbelo, Atilio Caballero, Rolando Sánchez Mejías, Amir Valle, Ángel Santiesteban, Verónica Pérez Kónina, Ronaldo Menéndez, Ena Lucía Portela, Antonio José Ponte, Karla Suárez, Anna Lidia Vega Serova y Lorenzo Lunar, entre otros. Al mismo tiempo, fuera de Cuba nuevas generaciones de escritores comenzaron a crear desde códigos y realidades propias (Reinaldo Arenas, Carlos Victoria, José Manuel Prieto, por ejemplo). Más que listar autores y obras, yo prefiero hablar de cinco caminos por los que discurren las nuevas narrativas: Iluminación de lo cotidiano; Reformulación de la memoria; Realismo escatológico; Ensayo narrativo y Neopolicíaco. Y en mi ensayo se hacía constar la evolución del héroe en la narrativa desde el héroe épico de los primeros años, al héroe épico didáctico el héroe épico clásico en la narrativa de la violencia, el héroe nacional del trabajo, una suerte de realismo socialista de escaso recorrido, el héroe romántico, el héroe realista, para desembocar en el superviviente como héroe, una especie de picaresca con la que cierro mi análisis. Debo confesarte que estoy bastante desactualizado de lo que se escribe hoy en la isla. Entre 2014 y 2018 estuve trabajando en Estados Unidos y, a mi regreso, impartí en el IB San Patricio de Toledo cursos de Lengua y Literatura en cuatro niveles diferentes, Filosofía y Teoría del Conocimiento, algo que, como imaginarás, me ocupaba una buena parte de mi tiempo. En cualquier caso, e incluso contando con mi desactualización, creo que en el último medio siglo la cuentística cubana ha contado con aportes importantísimos tanto dentro como fuera de la isla que no desmerecen en lo absoluto de los grandes cuentistas de una tradición que se remonta al siglo XIX y que en el siglo XX tiene autores de talla universal, como Lino Novas Calvo, Alejo Carpentier y Onelio Jorge Cardoso, por citar algunos.  

RRR: Alguien dijo que en tu libro de cuentos Habanecer, que fue premio Casa de las Américas 1990 y Premio Nacional de la Crítica 1992, La Habana se convierte en una especie de capital de la ilusión por obra y gracia de tus relatos. Sin embargo, hoy vives lejos de la Habana. ¿Qué diferencias o similitudes has encontrado en la capital española comparables a una ciudad como La Habana, que después de haber estado en España se me antoja una ciudad tan española? 

LMGM: Yo nací y viví en La Habana los primeros 40 años de mi vida. Allí pasé mi niñez, mi adolescencia, me hice adulto, tuve mi primer amor y el último, la mujer con quien comparto la vida desde hace 36 años. Cursé estudios universitarios, trabajé, cambié de profesión, nacieron mis dos hijos y mis primeros libros. Al abandonar el país en 1994 una buena parte de las cosas que marcan una vida ya estaban hechas. Y las hice en aquella Habana, una ciudad con una personalidad singular, abierta al mar y que podía ser tan acogedora como agreste, tan deliciosa como infame (recuerdo aquellos mítines de repudio de 1980). Pero que siempre consideré mi ciudad, esa de la que no sólo me sentía inquilino sino copropietario. Y ese sentido de pertenencia, esa percepción de ser dueño de sus espacios, de su luz, de su aire, de su mar, es la que intenté recrear en Habanecer. Posiblemente ninguna ciudad del mundo alcance para mí esa cualidad que tuvo La Habana. Nacer en una ciudad y hacer en ella todos los descubrimientos (la amistad, el amor, el sexo, las ilusiones y los desengaños, la nostalgia y el entusiasmo) la dotan de una cualidad única que difícilmente puedas transferir a otras ciudades, aunque te instales en ella durante muchos años y te apropies de sus espacios y sus ritmos. No obstante, eso es algo que, en parte, sólo en parte, conseguí en Sevilla, a la que dediqué una novela breve, La última muerte de Basilio El Bendito, publicada en 2015. Y me ocurre, sobre todo, con Madrid, la ciudad donde vivo hace más de 20 años y cuyos espacios podría decir que son ya míos. Mi último libro, aún inédito, es una especie de Madridecer, aunque sin la voluntad totalizadora de Habanecer. Si Habanecer ha sido calificado como novela invertebrada, El laberinto de las hormigas, mi último libro, es una colección de cuentos vertebrados: cada historia ocurre en una estación de la línea uno del Metro de Madrid, incluso en la estación fantasma de Chamberí, cerrada hace muchos años. He intentado que dejen su huella en este libro su ritmo trepidante, la diversidad humana, las prisas y las pausas, los sonidos, los olores, los mil acentos que pueblan esta ciudad de casi cinco millones de habitantes y otros dos de tránsito. La Habana de aquel libro escrito en 1989 y que se desarrollaba en un solo día de 1987 era una señora hermosa, aunque desmaquillada. La ciudad mantenía su encanto a pesar del maltrato. Su gente, lo mejor de la ciudad, intentaba vencer a las adversidades cotidianas y salvar sus ilusiones. En 2009 viajé a La Habana porque mi hijo, que llegó a España con cuatro años, quería recuperar la ciudad donde había nacido. El resultado es Diario delirio habanero, publicado por Mono Azul en 2010. Una crónica del desastre escrito con dolorosa ironía. Ya entonces yo era para la ciudad un turista más al que intentaban esquilmar y la ciudad se desmoronaba en tiempo de bolero. En mi último viaje, poco antes de la pandemia, constaté que mi ciudad había sido asesinada por el artefacto urbano (si se le puede llamar así, porque la Habana se ha ido ruralizando) que ha venido a sustituirla. Una ciudad que se llama igual que la mía pero que me resulta ajena. Descubrir mi Habana bajo la costra de escombros, suciedad y desaliento es tan difícil como adivinar la Roma del emperador Vespasiano paseando las ruinas del Coliseo. Madrid, en cambio, es una ciudad en permanente transformación: muta y se reconstruye cada mañana. Se infla y desinfla de propios y extraños. Su identidad es justamente no tener identidad, por eso se dice que nadie es de Madrid y, por lo tanto, todo el mundo es de Madrid. Cuando ocurrieron los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004, fui a mi centro de salud porque me pareció lo más útil. La cola para donar sangre daba la vuelta a la manzana. Al día siguiente una manifestación recorrió la Castellana precedida por un enorme cartel: “Todos somos de Madrid”. Detrás de aquel cartel, y hasta donde alcanzaba la vista, un millón de personas de sesenta nacionalidades diferentes lo confirmaban. Ese es el Madrid del que me siento ciudadano. 

RRR: Tengo amigos que emigraron de otros países, y se asombran de que los cubanos constantemente hablemos y estemos pendientes de manera casi excesiva de lo que pasa en Cuba, aunque vivamos lejos. ¿Has notado ese hecho? ¿A qué crees que se deba ese fenómeno de tanta atención? 

LMGM: Muchos pueblos a lo largo de la historia se han considerado “la mejor ocurrencia de Dios”. Algunos, como los judíos, asumen ser el pueblo elegido. Otros pueblos se vanaglorian de haberse escogido a sí mismos. Aunque en América Latina (no voy a discutir la pertinencia o no de este término) es proverbial el ego de los argentinos, los cubanos somos los argentinos del Caribe. Sabemos de todo. Somos terminantes en nuestras afirmaciones. Cuba es la isla más hermosa del planeta y “no hay otro cielo tan azul como tu cielo”, aunque he podido comprobar en muchas latitudes que la competencia es ardua. Fue una colonia más rica que la metrópoli. Nos independizamos luchando contra el ejército más poderoso desplegado nunca en América. Izar la bandera cubana en El Morro costó entre 200.000 y 300.000 vidas, muchas más que todas las que se perdieron en las guerras anticoloniales del resto del continente. A pesar de la devastación, el país se recuperó de un modo milagroso y tuvimos medio siglo de República funcional (a pesar de sus muchos defectos), algo completamente inusual al sur del Río Bravo. Puede que todo ello haya dotado a lo largo de la historia al cubano de un chovinismo de país menor, sin ínfulas imperiales. Si invadimos el mundo, que sea con el mambo. Por suerte. No quiero ni imaginar el destino de la humanidad si Fidel Castro hubiera nacido soviético. A juzgar por la carta que le escribió a Nikita Kruchev en 1962 instándolo a “dar el primer golpe”, hoy no estaríamos viendo películas post apocalípticas. Viviríamos en una. Lo cierto es que los cubanos expatriados, que ya nos acercamos a los tres millones, si no los superamos, aunque tengamos otro pasaporte en el bolsillo, nos seguimos considerando cubanos. Incluso muchos nacidos fuera de Cuba y que no han pisado la isla ni de visita. En Miami conocí al hijo de una mujer cubana nacido en Chicago. Hablaba en inglés como rapeando y en español como si se hubiera criado en Buenavista. Un caso singular de asere bilingüe. Donde vamos, los cubanos nos integramos y no solemos hacer gueto, quizá porque somos demasiado orgullosos, soberbios, autosuficientes como para sentirnos discriminados. Alguien objetará que Miami es un gran gueto cubano. Pero no es así. Hemos ido ocupando los espacios de la ciudad, pero sin la voluntad etnocéntrica del gueto de Varsovia o Chinatown. El día de la fiesta, eso sí, nos reunimos con los paisanos frente a una oferta culinaria que en Cuba es ya historia antigua. Conocí en Houston, Garcías y González de origen mexicano que no entendían español. Sus padres insistieron en que hablaran sólo la lengua “del progreso”, no la lengua “del atraso”. No conozco una sola familia cubana que lo haya hecho. Seguimos interesándonos por lo que pasa en la Isla, pero en muy diversa medida, en dependencia de nuestro arraigo. Quizás sin querer estamos fraguando una nueva nacionalidad: los cubanos de extramuros. Cuando Wole Soyinka, el escritor nigeriano, visitó.  La Habana, lo recibieron al pie de la escalerilla unos babalaos, que le dieron la bienvenida en una lengua yoruba que en Nigeria es lengua muerta. Se echó a llorar de imaginarse un Ulises que arribaba siglos después a Ítaca y lo recibían en griego clásico. Los cubanos sin isla hemos fabricado con los recuerdos nuestra propia Ítaca.  

RRR: Como se sabe asistimos a una época de una profunda crisis donde los cambios y transformaciones están marcados y acelerados por el desarrollo de las tecnologías. En este momento, la inteligencia artificial (AI) ha cambiado muchas cosas, pero también tiene preocupada a mucha gente, y aparejado a estos problemas se avecinan cambios geopolíticos como resultado de una nueva administración en la potencia más grande del orbe ¿Piensas que vamos hacia adelante o que vamos a una debacle absoluta de todo lo que hasta ahora ha creado la humanidad como piensan algunos? 

LMGM: Debo confesarte que mi bola de cristal está averiada y no encuentro ninguna empresa que me la repare, de modo que mi capacidad de adivinar el futuro está muy mermada. Todos los cambios tecnológicos a lo largo de la historia, desde la primera revolución industrial hasta la fecha han provocado efectos deseados e indeseables. ¿Qué fue de los herreros que tenían frente a su establecimiento una cola de caballos esperando por sus servicios cuando el motor de combustión interna suplantó al 95% de los caballos? Del mismo modo, hay profesiones en peligro como consecuencia de la inteligencia artificial, y otras que aún no existen, pero ocuparán a los hombres de mañana. La inteligencia artificial, como todo invento humano, no es buena ni malo per se. Depende del uso que se le dé. Un martillo sirve para clavar un clavo y para abrirle la cabeza al vecino de enfrente. La inteligencia artificial puede ofrecer en segundos un diagnóstico clínico mejor que el de la mayoría de los médicos, puede optimizar un sistema productivo, puede hacer modelos financieros que eviten una quiebra o una recesión, crear y poner a punto medicamentos que salven vidas a una velocidad sin precedentes, conjurar situaciones peligrosas y catástrofes, crear modelos matemáticos de casi cualquier cosa. Pero tampoco podemos desentendernos y permitir que la inteligencia artificial nos suplante en la toma de decisiones. Los científicos y los tecnólogos deben desarrollar las herramientas. La sociedad, representada o no por su clase política, deberá determinar los límites éticos de su uso. Es cierto que la ciencia avanza más rápido que las instituciones, las leyes y los principios éticos. Pero el asunto no es detener la ciencia, sino agilizar la gobernanza. Hace más de un siglo, José Martí, a mi juicio la mente más brillante de la historia de Cuba dijo que “gobernar es prever”. Tenemos que prever los efectos indeseados de las nuevas tecnologías sin esperar a que éstos se produzcan. Y para ello es imprescindible la fortaleza de las democracias liberales, no porque sean perfectas, sino porque son el sistema menos malo de gobierno al poner cada cuatro años el poder en manos de los gobernados. Jorge Luis Borges, admirador de las dictaduras militares del cono Sur y, en particular, de Augusto Pinochet (recuerdo su discurso “La clara espada y la furtiva dinamita”), decía que la democracia es un “abuso de la estadística”. Y es cierto. Como está demostrando el resultado de las últimas elecciones en Estados Unidos, la estadística también puede equivocarse, lo cual no significa que sea ilegítima. Y aunque la democracia puede equivocarse en sus elecciones, la autocracia es siempre un error, cuando no un horror. Sea de izquierdas o de derechas es siempre desastrosa. Ante la incertidumbre del mundo contemporáneo y el descrédito de una clase política que en muchos casos ha mirado más por su propio interés que por el de los gobernados, vemos ahora el ascenso de modelos autoritarios que se atribuyen la representación de toda la sociedad (siempre que toda la sociedad se anime a parecerse a ellos, y en caso contrario deberá ser purgada). Yo soy un socialdemócrata, y sobre todo un demócrata convencido. “Viví en el monstruo y le conozco las entrañas”, diría Martí, pero en mi caso fue el monstruo de la autocracia, donde un señor se atribuía el derecho no sólo de gobernar en mi nombre sino de pensar en mi nombre. Él sabía cómo fabricar diez millones de toneladas de azúcar, inundar la isla de leche fresca, superar en veinte años el ingreso per cápita de Estados Unidos o convertir la pequeña isla en una potencia biotecnológica mundial. Y si no lo conseguía, era especialista en encontrar oportunos culpables. Si lo anterior es cierto, y no creo que ningún cubano me desmienta, me resulta incomprensible que millones de compatriotas hayan votado por Donald Trump, un señor que nunca admite un error, que se considera en posesión de la verdad, incluso cuando invita a sus compatriotas a beber cloro para matar al coronavirus, que se considera a sí mismo, sin ruborizarse, el mejor presidente de los Estados Unidos, incluyendo a Abraham Lincoln y los padres fundadores. Un hombre que miente a conciencia y falsea o retuerce los datos para apuntalar su narrativa. Un hombre que desprecia a todo el que no sea blanco, anglosajón y rico. Que considera a los inmigrantes latinoamericanos come gatos una panda de violadores y parásitos. Un hombre cuyos mejores amigos son Vladimir Putin y Kim Jong Un, a los que admira, amigos a su vez de Díaz Canel, el sin… botones, porque su panza ha hecho saltar ya varias camisas. Y que desprecia a las democracias occidentales legítimamente electas. Un delincuente juzgado y condenado, con numerosas causas pendientes, que se ha presentado a la reelección como alternativa a la cárcel. Que no acepta las reglas del juego democrático y las impugna cuando pierde, no cuando gana. Y que sería capaz de saltarse la constitución si eso le permitiera postularse para un tercer mandato o convertirse en emperador de América, quien sabe. (Acudan los desmemoriados a aquel discurso de Fidel Castro “¿Elecciones para qué?”, del primero de mayo de 1960, que marcó el fin de la democracia en Cuba. Ya él tenía el poder y gobernaría para siempre en nombre del pueblo). Y si Donald Trump es el mejor presidente de la historia, ¿para qué necesitarían los norteamericanos nuevas elecciones? Repito, ¿nada de eso le resulta familiar a los cubanos?  Cuando elige para los cargos más importantes de la nación a ignorantes antivacunas (Salud Pública) o empresarios de la lucha libre (Educación) sólo por su fidelidad política y no por su cualificación para el puesto, ¿tampoco le recuerda esto a los cubanos el ministro ignorante o el director estúpido, pero ambos con carné del partido y méritos políticos de perrillo faldero? Cuando Trump afirma sin ruborizarse que la culpa de los problemas de América la tienen los demás, ¿no se parece a aquello de que la culpa siempre la tiene el imperialismo? Cuando Donald Trump clasifica a los norteamericanos en patriotas que lo apoyan y enemigos de la patria, ¿no le resulta familiar a los cubanos?  

Es cierto que la inteligencia artificial puede entrañar grandes ventajas, pero también grandes peligros. Pero con la inteligencia natural ocurre lo mismo. 





El fracaso de una ensoñación descabellada

31 03 2024

Cubaencuentro. 26/03/2024

https://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/el-fracaso-de-una-ensonacion-descabellada-343715

 

Cuando oímos hablar del “hombre nuevo”, nos viene de inmediato a la memoria El socialismo y el hombre nuevo, de Ernesto Guevara (Ed. Siglo XXI, 1977), donde anuncia que la juventud “es la arcilla maleable con la que se puede construir al hombre nuevo sin ninguna de las taras anteriores” (p. 14) y reafirma que “el hombre del siglo XXI es el que debemos crear”  (p. 13).  Pero el concepto del hombre nuevo no es nada nuevo.  

En la antigua Roma, el Senado y el Consulado estaban restringidos a los patricios. Cuando los plebeyos pudieron acceder a esas dignidades, se denominaron novi homines. A medida que los plebeyos se atrincheraron en las instituciones, se convirtieron en hombres viejos que bloqueaban el paso a otros novi homines. Tanto es así que en el 63 a. C. Cicerón fue el primer homo novus en más de treinta años. Cualquier semejanza con nuestra realidad no es pura coincidencia.

Desde sus inicios, el cristianismo creaba “hombres nuevos” a través del bautismo. Rousseau, Condorcet, Herder, Saint Simon, Fourier, Comte y otros, se refirieron al hombre nuevo desde distintas perspectivas. Y Karl Marx, en La revolución de 1848 y el proletariado, afirmaba: “Nosotros sabemos que para alcanzar la nueva vida, la nueva forma de producción social necesita solamente de hombres nuevos”.

Posiblemente inspirado por un artículo de Max Stirner (1844) Friedrich Nietzsche creó en Así habló Zaratustra el concepto de Übermensch, que se podría traducir como superhombre, como alguien que ha alcanzado un estado de madurez espiritual y moral superior, y genera su propio sistema de valores, siempre que vayan a favor de su voluntad de poder. Este superhombre no se supedita a la “moralidad esclava” a la que son sometidos los débiles por el cristianismo. Ni al control de las pasiones preconizado por Sócrates y, por tanto, a la moral de rebaño de la cultura occidental. Nietzsche señala el carácter transitorio del hombre contemporáneo: “El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre”. A pesar de que, en vida, Nietzsche criticó tanto el antisemitismo como el nacionalismo alemán, el Übermensch fue empleado posteriormente por el nazismo para apoyar su concepto de la raza aria superior, semejante al superhombre, cuyo destino sería esclavizar a los Untermenschen, u hombres inferiores.

El primer intento de llevar a la práctica el “hombre nuevo” de Carlos Marx es el homo sovieticus, inefable personaje del realismo socialista que, en la práctica, se quedó en las novelas de Sholojov y en la estatua del obrero y la koljosiana, emblema de las películas de Mosfilm.  El novy sovietski chelovek, la “nueva persona soviética”, sería, según los ideólogos del PCUS, el arquetipo de las cualidades soviéticas: altruista, generoso, colectivista en contra del carácter individualista del hombre viejo, saludable, culto, defensor acérrimo del nuevo régimen, libre de las supervivencias del pasado, “dotado de una nueva perspectiva ética”, según el filósofo soviético Bernard Byjovski, y nada contestatario. Algo que se conseguiría, según León Trotski en su obra Literatura y revolución, al modificar al “perezoso homo sapiens” mediante “complejos métodos de selección artificial en oposición a la selección natural”, y llega a afirmar que “bajo el comunismo un hombre medio podría llegar a ser un Marx, un Aristóteles o un Goethe”. Ingeniería social que se aproxima a la magia. Hay que reconocer que Ernesto Guevara nunca se pasó tanto de rosca. Y ya vimos que los “complejos métodos de selección artificial” incluían el Gulag.

Y como el concepto parece más polifacético que una cuchilla suiza, Franz Fanon hablaba del hombre nuevo que aparecería después de la derogación del hombre blanco occidental como sujeto de la historia. El hombre poscolonial. Por su parte, para el iraní Alí Shariti, el hombre nuevo es el muyahidín, creyente hasta la inmolación.

En cuanto al caso que nos ocupa, ¿qué fue del hombre nuevo de Ernesto Guevara?

Según él “aquellos cuya falta de educación los hace tender al camino solitario, a la autosatisfacción de sus ambiciones” (p. 8) son el hombre viejo. A ellos se refiere: “cuando la revolución tomó el poder se produjo el éxodo de los domesticados totales” (p. 12). Domesticados por el ancient regime. “Las taras del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual y hay que hacer un trabajo continuo para erradicarlas” (p. 6). “Nuestra tarea consiste en impedir que la generación actual, dislocada por sus conflictos, se pervierta y pervierta a las nuevas (…) su pecado original; no son auténticamente revolucionarios (…) Las nuevas generaciones vendrán libres del pecado original” (p. 14). Es decir, según él, gracias a la acción milagrosa de la revolución, las nuevas generaciones nacerían sin esas taras del pasado, como si se tratara de una viruela burguesa erradicada por una vacuna de marxismo. Y dado que “La arcilla fundamental de nuestra obra es la juventud: en ella depositamos nuestra esperanza y la preparamos para tomar de nuestras manos la bandera” (p. 17), los jóvenes vendrán ya inmunizados de fábrica.

¿Y cómo obraría el nuevo régimen ese milagro? Mediante la acción social y política: “el individuo recibe continuamente el impacto del nuevo poder social y percibe que no está completamente adecuado a él. Bajo el influjo de la presión que supone la educación indirecta, trata de acomodarse a una situación que siente justa y cuya propia falta de desarrollo le ha impedido hacerlo hasta ahora. Se autoeduca” (p. 8). De modo que el joven, fascinado por los justos ideales de la revolución, se autoeduca para ponerse a la altura. Deja de tener ambiciones, sueños e ideales personales para convertirse en una célula de la nueva sociedad, un pólipo del arrecife socialista. No olvidemos la educación indirecta, aunque no sabemos si se refiere a la policía política y otros medios coercitivos, como las tristemente famosas UMAP, que pretendían fabricar “hombres nuevos” aunque muchos se rompieran definitivamente durante el proceso. Si no te autoeducas, ya nos ocuparemos nosotros: “por un lado actúa la sociedad, individual y colectiva” (p. 6). “Nos esforzaremos en la acción cotidiana, creando un hombre nuevo con una nueva técnica”. (p. 17). Lo cual recuerda la frase de Stevenson (el púgil, no el novelista) cuando afirmó que “la técnica es la técnica y sin técnica no hay técnica”. Pocas veces se puede decir tan poco como Guevara con tantas palabras. Lo increíble es que intelectuales de medio mundo y cátedras universitarias de renombre se lo tomaran en serio.

Y ¿quién educará a esos jóvenes que no alcancen solo con autoeducación el olor de santidad del hombre nuevo? La vanguardia. El partido. Porque los cubanos “ya no marchan completamente solos, por veredas extraviadas, hacia lejanos anhelos. Siguen a su vanguardia, constituida por el partido” (p. 9), y eso ocurrirá porque la masa “sólo podrá avanzar más rápido si la alentamos con nuestro ejemplo” (p. 9). “La selección natural de los destinados a caminar en la vanguardia y que adjudiquen el premio y el castigo a los que cumplen o atenten contra la sociedad en construcción” (p. 9). La vanguardia no solo iluminará el camino con su ejemplo, sino que repartirá premios y castigos. Durante los siguientes años no veremos demasiados premios, salvo los que la vanguardia se atribuyó a sí misma, pero sí muchos castigos. Y el mayor castigo fue el colectivo: “el individuo de nuestro país sabe que la época gloriosa que le toca vivir es de sacrificio” (p. 15). “No se trata de cuántos kilogramos de carne se come o de cuántas veces por año pueda ir alguien a pasearse en la playa, ni de cuántas bellezas que vienen del exterior puedan comprarse con los salarios actuales. Se trata, precisamente, de que el individuo se sienta más pleno, con mucha más riqueza interior” (p. 15). El problema es que para la inmensa mayoría de la población, la riqueza interior no compensa la miseria exterior. Y eso, por tiempo indefinido, porque el eslogan “el presente es de lucha; el futuro es nuestro” (p. 14) sigue tan vigente como el cartel que colgaban en las bodegas de antes: “Hoy no fío. Mañana sí”. Y nunca se descolgaba. Como la felicidad futurible del socialismo cubano, como el horizonte, mientras más nos acercamos a ese futuro que será nuestro, más se aleja. Por el contrario, Miami siempre queda a la misma distancia. Al final, los cubanos durante seis décadas “marchan completamente solos, por veredas extraviadas, hacia lejanos anhelos”.

Por si la perspectiva de un futuro feliz siempre en fuga no bastara,  esa selección natural de los llamados a ser la vanguardia, el ejemplo a seguir, nos enseñó, entre otras virtudes, el enriquecimiento ilícito, el desprecio por la felicidad y la vida de sus compatriotas, el oportunismo, la crueldad o la estupidez en el mejor de los casos, el nepotismo, la falta de compasión y otras tantas conductas ejemplares que nos entrenaron en la doble moral, la simulación y la paciencia a la espera de nuestra oportunidad para alcanzar ese futuro tangible que nos queda a noventa millas.

Según Guevara, el resultado de ese proceso mágico de producción del hombre nuevo, al que se educa para prescindir de su individualidad en favor de una incierta identidad colectiva, en la perspectiva de trabajar denodadamente y sin otra retribución que su riqueza interior para conseguir un futuro en fuga, será que “el hombre, en el socialismo, a pesar de su aparente estandarización, es más completo; a pesar de la falta del mecanismo perfecto para ello, su posibilidad de expresarse y hacerse sentir en el aparato social es infinitamente mayor” (p. 10). “Acentuar su participación consciente, individual y colectiva, en todos los mecanismo de dirección y producción (…) Así logrará (…) su realización plena como criatura humana, rotas las cadenas de la enajenación”. (p. 10). Cuesta creer que, derogadas las libertades refrendadas por la constitución, entre ellas las de expresión y asociación, la prensa libre, el multipartidismo y la democracia, el propio Guevara creyera que el hombre común tuviera la más mínima posibilidad de tener una “participación consciente, individual y colectiva” que no fuera aplaudir.

Cincuenta y siete años después de la muerte de Guevara, abandonado por Castro en la selva boliviana, sus ensoñaciones sin ninguna base científica, ni lógica histórica o sociológica, resultan más descabelladas que los horóscopos de las pitonisas televisivas. Un hombre que presumía de seguir los principios del materialismo histórico y dialéctico, convierte en vaticinios sus propios deseos sin la menor coherencia lógica: Seguir el ejemplo de una vanguardia de incompetentes y oportunistas que han hundido al país sin asumir ni una sola responsabilidad, produciría hombres altruistas y virtuosos. Silenciados y sin medios de participación ciudadana, tendrían una “participación consciente, individual y colectiva” en el destino de la nación. Trabajarían denodadamente sin otra recompensa que una felicidad futurible que sesenta y cinco años más tarde ni está ni se le espera.  

Por eso no resulta nada raro que 425.000 emigrantes cubanos llegaran a Estados Unidos entre 2022 y 2023, a los que se suman decenas de miles hacia otros destinos; el mayor éxodo de nuestra historia. Dado que esa emigración es mayoritariamente joven, podríamos concluir que, el hombre nuevo del siglo XXI está en Miami. Efectivamente, “las nuevas generaciones vendrán libres del pecado original”, creer en la revolución en la que un día creyeron  sus padres.





Soltar al tigre

31 03 2024

Cubaencuentro.com 24/11/2023

https://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/soltar-al-tigre-343271

“Freiheit ist immer die Freiheit des Andersdenkenden” (“La libertad siempre ha sido y es la libertad para aquellos que piensen diferente”), escribió la socialdemócrata Rosa Luxemburgo en 1916. En una entrevista de 1920, Fernando de los Ríos, diputado del Partido Socialista Obrero Español, preguntó al bolchevique V. I. Lenin cuándo disfrutarían de libertad los ciudadanos soviéticos, a lo que éste respondió “¿Libertad para qué?”.

Quienes tenemos la suerte de vivir en libertad sabemos para qué: para todo. Para ser quienes somos y no quienes otros desean que seamos. Para pensar, opinar, amar y soñar en conciencia. Para creer (o no) en dioses, próceres, éticas y estéticas. Para expresar con total libertad esas opiniones y asociarnos (o no) en consonancia. Tenemos claro que nos asiste el derecho y la obligación de defender esa libertad. Pero no siempre tenemos claro que, con el mismo énfasis, debemos defender la libertad del otro, del que piensa diferente.

Eso lo saben perfectamente todas las dictaduras, por eso no es casual que una de las primeras medidas de Fidel Castro fuera intervenir todos los medios de prensa. Se establecía así que todo ciudadano era libre de pensar lo que quisiera, siempre y cuando no lo pronunciara. El triunfo del monólogo interior. O que desde los nazis hasta Pinochet incineraran montañas de libros. Un procedimiento que traspasa continentes e ideologías: desde los regímenes comunistas, hasta los ayatolas, los terroristas de ISIS y los talibanes, o las dictaduras de diverso pelaje en todo el mundo. Ya lo sabía Ray Bradbury en Fahrenheit 451.

Pero la libertad no es un don irrevocable que se nos ha concedido para siempre. Si no la defendemos cada día, o si asumimos que mi libertad puede prescindir de la libertad del otro, nada me garantiza que mañana ese otro se sienta tentado a prescindir de la mía.

Occidente ha sido, sin dudas, el espacio que mayores libertades ha disfrutado en este planeta y durante más tiempo. Se lo debemos a la democracia, un sistema político en el cual mi adversario tiene el mismo derecho a existir que yo, siempre y cuando no intente quebrantar mediante la violencia el orden constitucional. Eso impone la convivencia que, según la RAE, es “vivir en compañía de otro u otros”, “coexistir en armonía”. Sin embargo, estamos observando en muchos países la quiebra de esa convivencia. La descalificación del adversario tildándolo de traidor, tramposo, enemigo de la nación, mentiroso, delincuente… Y si eso no diera resultado, se echa mano de las fake news: la señora Hillary Clinton regenta un negocio de pornografía infantil en la trastienda de una pizzería; la esposa de Pedro Sánchez es en realidad un hombre travestido y trafica mariguana desde Marruecos, y Obama nació en África. Los esbirros cubanos son dignos herederos del KGB en esos ejercicios de infamia. No hacen falta pruebas y en caso de que el emisor sea condenado por difamación, hace una colecta entre sus fans para que paguen la multa. Y da resultado. La mentira es más poderosa que la ley. Más poderosa que la razón. Algunos independentistas catalanes insisten en creer que, libres de España, serían tan ricos como Dinamarca, que permanecerían automáticamente en la Unión Europea y que conservarían su pasaporte español. No se explican por qué muchas compañías catalanas emblemáticas se dieron a la fuga. (El dinero es incrédulo). Los ingleses que votaron a favor del brexit que iba a hacer de Gran Bretaña el país más rico y feliz del mundo una vez librado de la tiranía de Bruselas, descubren ahora que el camión con sus verduras está retenido en la frontera, que los precios se han desbocado, el crecimiento económico es la mitad de la media europea y que su médico y su enfermera regresaron a España.

Aquí estamos viviendo una campaña electoral permanente desde principios de año. Una vez constituido el gobierno, podría pensarse que la campaña ha terminado, pero no es así. Noche tras noche, transmitidas en vivo por la televisión, hemos visto las manifestaciones ante la sede de Ferraz: jóvenes y orgullosos neonazis a cara descubierta o embozados, muchos con antecedentes penales; falangistas de antes y de ahora; nostálgicos franquistas de ayer y jóvenes promesas que sólo han conocido al caudillo por las historias de sus abuelitos antes de acostarse. Monárquicos anti felipistas. Desokupas. Hooligans. “Guardias Grises” y “Jemeres azules”. “Gente de bien”, dice la oposición. Gritan los eslóganes más soeces y agitan los emblemas más esperpénticos: banderas de los tercios;  muñecas inflables con los nombres de las ministras; banderas mutiladas de escudo en repudio del rey Felipe IV por no cabalgar con Abascal y Santiago Apóstol en su caballo blanco y exterminar a los rojos; cánticos xenófobos y homófobos. Y verdaderos contrasentidos: acusaciones de golpista al presidente Sánchez, democráticamente electo por una mayoría parlamentaria, mientras corean “Franco Franco Franco”, al que en 1936 tampoco le gustó que los republicanos ganaran las elecciones. Eso reforzado por otro slogan genial: «Aquí hace falta un Tejero, pero de los de verdad». Es decir, hace falta un coronel como Tejero, que en 1982 tomó el Congreso e intentó un golpe de Estado, y no golpistas de mentiritas como Sánchez.

Alguien me dirá, y seguramente con razón, que se trata de una minoría de exaltados que no representan a la oposición legal y democrática. Que las verdaderamente representativas son las manifestaciones pacíficas convocadas por el Partido Popular. Y estamos de acuerdo. Pero el hecho de que esos exaltados cuenten con la aprobación o al menos la disculpa de partidos con representación parlamentaria; que la presidenta de una comunidad autónoma clame contra esta “dictadura” y llame a derrocarla, que un político en ejercicio llame al magnicidio, explica que los ultra se sientan legitimados para quebrar la convivencia mediante acciones violentas. Por si fuera poco, un grupo de militares jubilados, alguno de los cuales pidió hace cierto tiempo una limpieza social “aunque tengamos que fusilar a 26 millones de españoles”, ha publicado recientemente una carta abierta al ejército instándolo a que deponga al Presidente. Son unos viejos militares sin poder, nostálgicos del franquismo, dirá alguno. Y tiene razón. Lo preocupante es que el clima de beligerancia permanente, insulto y descalificación los envalentonen hasta incurrir en un delito.

La acritud ha llegado al punto de perder las más elementales normas institucionales. Es habitual que el presidente del partido más votado sea felicitado por su oponente en la noche electoral. No ocurrió. Y que el presidente electo por los votos del Congreso sea felicitado por el jefe de la oposición. Tampoco. En su lugar, Núñez Feijóo se acercó al presidente Sánchez en el hemiciclo para decirle “Es un error”. ¿Un error de quién? ¿De Sánchez que ganó la votación? ¿De los partidos con representación parlamentaria que votaron a su favor en nombre de sus electores? ¿De los españoles que votaron a esos partidos? No es un error. Se llama democracia. Y en el traspaso de carteras ministeriales hemos visto el bochornoso espectáculo de dos ministras de Podemos que no repetían en sus cargos, arremeter contra el gobierno del cual todavía forman parte, acusándolo de destruirlas por su espléndido trabajo y sus grandes virtudes, cuando en realidad es consecuencia de sus persistentes errores, su nula autocrítica y su deslealtad institucional.

Lo peor es cuando la intolerancia se infiltra hasta la vida cotidiana: padres, hijos, hermanos, familias cubanas fracturadas durante años por el odio entre los pro y los contras; mi abuela ocultando a sus hijos que se quedaron las cartas de sus hijos que se fueron, los innombrables; la familia catalana que celebra la Nochebuena hablando del tiempo y misceláneas para evitar el tema de la independencia; trumpistas y anti trumpistas incapaces de compartir el pavo de Thanksgiving.

Aunque lo más interesante es constatar en las redes sociales las ácidas críticas de los grupos ultra no sólo a sus “enemigos naturales” sino a sus patrocinadores por acción u omisión, a quienes tildan de blandos, cobardes y cómplices. En las olimpiadas del fundamentalismo siempre hay un extremista más radical. Ese es el peligro de soltar al tigre. Nunca sabrás a quien morderá primero.





Desparasitar las remesas

31 07 2012

El pasado 18 de junio se restableció el pago de aranceles en aduana a los alimentos que entren a la Isla los portadores de un pasaporte cubano. Diez pesos por kilogramo si eres residente en el país o diez CUC si habitas del Malecón pa fuera.

Ahora nos notifican de las nuevas tasas aduaneras para viajeros y envíos de paquetes que pesarán a partir de septiembre sobre artículos sin carácter comercial, destinados a personas naturales. La resolución 122/2012 estipula el precio, según su peso, de los productos que clasifican como miscelánea (ropa, calzado y similares), cuyos envíos se realicen a la Isla por vía aérea, marítima, postal y de mensajería. Quedarán exentos los envíos hasta 3 kilogramos y productos hasta 50 pesos y 99 centavos. A partir de dicha cifra y hasta un valor de mil pesos, los viajeros deberán abonar una tarifa progresiva. De 51,00 pesos hasta 500,99 se aplicará una tarifa del 100%. De 501 pesos hasta 1.000, el 200%.

Es decir, si le envío a mi madre un kilogramo de leche en polvo que cuesta en un supermercado madrileño 7,10 euros, 8,71 USD, y lo incluyo en una caja de 12 kilogramos, el kilo de leche en polvo costará 26,13 CUC, con lo cual podría comprar 21 litros de leche enriquecida con calcio.

Un pasaporte cubano cuesta 180 euros (contra los 17 que cuesta un pasaporte español) y cada dos años hay que abonar otros 90. Es decir, un pasaporte por seis años cuesta 360 euros. Sesenta euros anuales por un documento que, si tienes otra ciudadanía, sólo sirve para viajar a Cuba. Mientras, el pasaporte español, que dura diez años, cuesta 1,70 euros anuales. Y en Estados Unidos el pasaporte cubano cuesta 375 dólares más la prórroga, 180 dólares cada dos años. Ciento veintidós dólares y cincuenta centavos anuales si quieres viajar a Cuba. Eso sin contar los 45 euros (o 60 dólares) mensuales por el alquiler de nuestra madre residente en Cuba para que nos visite.

Un cubano que envíe cien dólares mensuales a su familia en la Isla, mantenga vigente su pasaporte, viaje una vez al año a ver a sus familiares (dejará en la Isla no menos de 1.000 dólares), y envíe un paquete al año valorado en 800 USD, por el que le cobrarán 1.600 USD de aranceles, entrega graciosamente al clan de los generales 3.722,20 dólares al año, sin que ellos tengan que mover no un dedo, ni una pestaña en hacer más eficiente la economía insular. Considerando que con los 1.200 dólares anuales su familia adquiera productos que en el mercado mundial tienen un valor de 400 USD, serían 3.322,50 dólares de regalo al gobierno cubano.

Gracias a esas aportaciones, Cuba tiene representantes diplomáticos en sitios tan peregrinos como Antigua y Barbuda, Albania, Azerbaizán o Timor del Este, que sufragamos los expatriados con nuestro “impuesto revolucionario”.

Comprendo que esos consulados fungen como jubilación de agentes descontinuados, plan vacacional de funcionarios menores y sobrinos segundos de ministros, e incubadoras de redes avispas y otros accidentes entomológicos. Pero si algo he aprendido en 18 años out of borders es que cada cual se paga sus propias vacaciones. O se queda en su casa leyendo el best seller del verano.

Emilio Morales acaba de publicar en Café fuerte que “las remesas enviadas a Cuba desde el extranjero durante 2011 alcanzaron la astronómica cifra de 2.294 millones de dólares, un crecimiento estimado del 19% en comparación con el año anterior”, según un estudio independiente de The Havana Consulting Group (THCG). Y el factor decisivo de este incremento ha sido “el incremento de los viajes a la isla. En el 2011 viajaron a Cuba más de medio millón de cubanos que viven en el exterior, principalmente en los Estados Unidos”, y la reducción del costo de los envíos de remesas. Además, con la apertura a la pequeña empresa privada, “un reciente sondeo exploratorio en una muestra de 250 cubanos residentes en Estados Unidos –realizado por THCG– constató que de cada 14 entrevistados 11 estaban ayudando de una manera u otra a invertir a sus familiares en la isla”.

A ello se añade que “durante la última década emigraron unos 45.000 cubanos como promedio anual, cifra que ha mantenido una tendencia estable”. Una emigración con lazos familiares recientes y arraigados.

Si esas cifras son correctas, el exilio envía a la Isla más de 191 millones de dólares mensuales, lo cual supera los 1.738,1 millones anuales de ingresos brutos por el turismo,  144,8 millones de dólares  mensuales.

A pesar del peso específico que tiene el exilio en la economía de la Isla, pagamos obedientemente las tasas consulares, el alquiler de nuestra madre para traerla de visita, el impuesto de 10 CUC por entrar a Cuba cada kilogramo de leche en polvo; el 200% de impuesto por el vestido y los zapatos pera que tu hija celebre su boda, el arancel sobre los medicamentos de tu padre enfermo.

Si alguna cualidad de la cultura occidental ha quedado firmemente implantada en la idiosincrasia cubana es el individualismo. Blasonamos de cubanía, nos reunimos para la bachata, compartimos cervezas frías y puerco asado en Laponia, pero no somos excesivamente gregarios. Cada uno lleva su Cuba a cuestas y piensa que es la auténtica. Poner de acuerdo a cinco cubanos sobre un asunto o estrategia es tarea ardua. Los generales lo saben. Y lo aprovechan.

Cada cubano antepone a cualquier otra consideración su madre enferma, su padre sin recursos, su hermano que quiere poner una ponchera, su hija que necesita el vestido para los quince, y eso lo honra. Obviamente, cualquier medida de presión afectaría a los nuestros en primera instancia. Sólo en primera instancia. De derogarse las tasas consulares excesivas y las penalizaciones aduanales, cada remitente de remesas ahorraría no menos de 1.700 dólares anuales, 141,67 al mes para reforzar el envío a la abuelita enferma.

Me pregunto, ¿qué ocurriría si los cubanos suprimieran sus remesas un mes? Con que lo hiciera el 50%, el Estado parasitario perdería 72 millones de dólares. ¿Qué ocurriría si prorrogaran la abstención dos meses, tres, hasta que el Estado cubano, único país del planeta que penaliza a quienes lo sustentan, derogara los impuestos arancelarios? ¿Qué ocurriría si nos abstuviéramos de trámites consulares un mes, dos, tres, hasta que repatríen a sus segurosos de menor graduación jubilados en Albania, Azerbaizán o Timor del Este? ¿Resistirían el embite cuando empezaran a regresar a Marianao los segurosos de mayor graduación destinados a París, New York o Viena? ¿O ajustarían las tarifas a las que mundialmente imperan en los trámites consulares? Ante una huelga de dólares caídos, ¿terminarían por admitir la conversión de esas remesas en capital y el derecho a residir en la Isla si así lo deseas? ¿Terminarían por dispensarnos el mismo tratamiento que cualquier otro país a sus emigrantes? ¿No dice la página del MINREX que somos equiparables?

No se trataría de suprimir la ayuda a los nuestros, desde luego, sino de optimizarla. Desparasitar las remesas. Minimizar a un intermediario que grava el amor filial y se comporta como el propietario o el chulo de una población cautiva, condenada a la beneficencia si quiere sobrevivir.

Para que surta efecto tendría que ser una acción concertada con interlocutor y exigencias claras.  Actualizando a Antonio Maceo, demostrar que los derechos no se mendigan. Se conquistan con el filo de un billete. Además de su saludable efecto pedagógico sobre nuestros paisanos de la Isla.

Durante medio siglo, los cubanos se han visto desposeídos de sus derechos ciudadanos gracias a la acción conjunta de un tridente devastador: la persuasión, la esperanza y el miedo.

La esperanza de un futuro luminoso se ha desvanecido. El persuasivo en jefe ya ha alcanzado el estado ectoplasmático, es el fantasma de sí mismo, y se ha convertido en un twittero bobalicón que segrega filosofía de banqueta de bar en reflexiones de cincuenta palabras. El Comandante el Jefe parece estar bajo las órdenes del General Alzheimer.

Sólo queda el miedo, perfectamente justificado porque la capacidad represiva del gobierno se mantiene intacta. Pero, a diferencia  de décadas anteriores, el precio político de emplearla a gran escala, una vez evaporados sus dos complementos, podría ser altísimo. Razón por la que se limitan a una represión selectiva, profiláctica, para cercar a la disidencia con un cordón sanitario que evite la ampliación de sus bases.

Pero en la época de las revoluciones a través de las redes sociales y la telefonía móvil, de Anonymous y los indignados del 15M, poco podrían hacer frente a acciones ciudadanas conjuntas dirigidas a la recuperación de los derechos, al estilo de las que aquí boicotean a una red de gasolineras hasta que bajen los precios, para después boicotear a la siguiente. No se trata de “al combate corred bayameses”, una invitación inmoral desde la confortable seguridad del exilio, sino de que nuestros compatriotas sean conscientes de que disponen de muchísimos recursos al ser una inmensa mayoría conectada mediante 1,2 millones de teléfonos móviles. Y que sean conscientes, también, de que ningún derecho les será concedido graciosamente por un generalato instalado en la noción de que le asisten todos los derechos, y que su cesión sería siempre a costa de su patrimonio.

Ante acciones de esa naturaleza, no violentas pero multitudinarias, poco podrían hacer los generales. Retroceder hasta Corea del Norte no sería confortable. El horizonte de nuestros generales no se reduce a empacharse de coñac francés y jóvenes milicianas en sus búnkers. Ellos aspiran a ser millonarios de verdad, con cuenta en Suiza, chalé de veraneo en las Bahamas, hijos estudiando en Oxford y nietos en Yale. Y puede que lo consigan, siempre que no tensen demasiado la cuerda y relean a los clásicos de la República, como su homólogo, el General José Miguel Gómez, quien postuló la primera ley de la filosofía: “Tiburón se baña, pero salpica”.

Dejo la idea sin copyright por si a alguien le interesa. Pero me temo que los cubanos somos demasiado individualistas, cualidad acentuada por el exilio. Y difícilmente sindicalizables. Y que los jóvenes de la Isla, motor tradicional de todos los cambios, están más interesados (algo que, desde luego, no les reprocho) en trocar la Geografía que la Historia.

“Desparasitar las remesas”; en: Cubaencuentro, Madrid, 31/07/2012. http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/desparasitar-las-remesas-278878





Mudanzas

20 04 2012

El término mudanza se refiere a lo que en América y Andalucía conocemos como mudada. Quizás nuestra mudada venga de la isla de El Hierro, en las Canarias, donde se conoce como “las mudadas”, “los cambios de domicilio que numerosos herreños realizaban a lo largo del año (…) por diferentes razones: de una parte el mejor aprovechamiento de los pastos para el ganado, de otro estos cambios coincidían con la realización de las faenas agrícolas y también en busca de unas mejores condiciones climáticas”, según cuenta Venancio Acosta Padrón.

Y, efectivamente, quienes hemos optado por el éxodo (exilio, emigración, destierro o como cada cual quiera llamar a su propio ejercicio diaspórico), nos hemos desplazado, entre otras razones, en busca de mejores pastos y de mejores condiciones climáticas, entendida la meteorología en sentido amplio.
Añade Acosta Padrón que los herreños trasladaban “los escasos enseres necesarios para pasar la temporada en el sitio de la mudada, utilizando para ello los burros como animales de carga”, lo cual nos diferencia, porque nosotros hemos sido nuestros propios burros.

También el diccionario de la RAE contempla otras acepciones de mudada: “cambio de traje”, mudada de la “epidermis de los ofidios”, y de ello también hay, porque tras la mudada de ecosistema suele observarse la conversión de comunistas más ortodoxos que Brezhniev al neoliberalismo militante. Incluso no es raro que los intransigentes del castrismo sufran en un vuelo de nueve horas, o de cuarenta y cinco minutos, una radical conversión a la intransigencia anticastrista. No tan asombrosa si consideramos que su verdadera ideología no es el adjetivo, sino el sustantivo: la intransigencia, que durante decenios nos han vendido como virtud, escamoteando que es sinónimo de intolerancia.

Como el término “mudanza” es el que se emplea en la península, el diccionario de la RAE le añade muchas acepciones, desde la “inconstancia”, “portarse con inconsecuencia, ser inconstante en amores”, “cierto número de movimientos que se hacen a compás en los bailes y danzas”, etcétera. Y algo de ello hay en toda mudada.

Desde luego, cada mudada o mudanza es una muda: cambio de domicilio, de país, de casa, de costumbres, de idioma. Como la muda de las aves cuando renuevan su plumaje, o la muda de ropa interior que en ocasiones equivale a enfundar la conciencia en calzoncillos nuevos. La mudada puede ser como aquel “tránsito o paso de un timbre de voz a otro que experimentan los muchachos regularmente cuando entran en la pubertad”. El tránsito entre un tono atiplado, chillón (consignas, lemas), al tono grave que mejor se acomoda a la categoría de solista en un mundo donde cada cual es dueño de sus palabras. Gracias a la muda, dejamos de ser mudos, o de hablar mediante persona interpuesta: el líder con salvoconducto para verter nuestras palabras impronunciadas en el molde la de unanimidad (y no es una nimiedad).

Como algunos saben, acabo de mudarme, razón por la que he estado ausente de estas páginas durante algunas semanas. Un enroque corto: no he cambiado de país, de ciudad, ni siquiera de barrio, pero aun así toda mudada es una pequeña revolución. Toca donar a la biblioteca más cercana los libros que no leeremos de nuevo (o que no leeremos); podar la papelería de documentos inútiles; descubrir objetos que han pasado a la categoría de lastre pero ni siquiera contribuyen a la navegación.

Y es también ocasión de reencontrarnos con el yo que fuimos y que en buena medida habíamos olvidado: poemas impublicables, cartas de amor, buenos propósitos en viejos planes de trabajo que nunca llegamos a cumplir, ideas desvanecidas que recobran protagonismo. Una colección de espejuelos caducados demuestra que ahora vemos peor, lo que no significa que veamos menos.

Si el exilio es la gran mudada de nuestras vidas, el que trastoca todas las coordenadas, cada mudada es también un exilio bonsái que reacomoda el pasado a un nuevo espacio, pero también a un nuevo tiempo. Como los cangrejos ermitaños que al crecer abandonan su vieja concha y vagan desnudos hasta encontrar otra concha vacía de su talla, ya no seremos los mismos, o no lo pareceremos.

Y todo esto para decir que mudarse es una desgracia, pero también una oportunidad. Como el exilio.

«Mudanzas»; en: Cubaencuentro, Madrid, 20/04/2012





Outsiders

31 01 2012

Reflexionar sobre el papel que deben jugar en el acontecer insular los intelectuales cubanos que viven fuera de la Isla, exige un análisis previo sobre qué es un intelectual y qué funciones cumple o debe cumplir en la vida pública.

A la pregunta ¿qué es un intelectual? se han dado muchas respuestas. Quien trabaja con su cerebro y no con sus manos podría ser la más elemental, en cuyo caso incluiríamos a un bróker de la bolsa y excluiríamos a Picasso. Según Michael Löwy, en Para una sociología de los intelectuales revolucionarios, al no ser una clase, los intelectuales, creadores de productos ideológico-culturales, no se definen en relación con los medios  de producción. Pueden elegir, de modo que no existe inteligentzia neutra. Lo cual se puede aplicar a cualquier ciudadano, cuya ideología no está estrictamente signada por su extracción social. Añade Löwy que al regirse por “valores” ajenos al dinero, los intelectuales “sienten una aversión casi natural contra el capitalismo”, algo que no merece comentarios.

Gramsci señalaba que «todos los hombres son intelectuales, pero no todos los hombres cumplen en la sociedad la función de intelectuales». Y añadía que “los intelectuales modernos son directores y organizadores involucrados en la tarea práctica de construir la sociedad”. Una boutade gramsciana que nunca ha alcanzado el carácter de ley. Norberto Bobbio opina que los intelectuales son expresión de la sociedad de su tiempo y que el momento histórico es crucial en su definición y también de su responsabilidad histórica. Lo cual es seguramente cierto, y aplicable a toda la humanidad.

Si el intelectual no siempre es “un individuo dotado de la facultad de representar, encarnar y articular un mensaje, una visión, una actitud, filosofía u opinión para y en favor de un público”, como aseguraba Gramsci, sí es, en la definición de Umberto Eco, “quién realiza trabajos creativos bien sea en las artes o en las ciencias, y propone ideas innovadoras”. Y añadiría que, en general, deberá ejercer una reflexión crítica sobre la realidad en su ámbito de competencia que no se limita a las humanidades. En una cultura intertextual, médicos, físicos, biólogos, informáticos, etc., proyectan sobre la realidad una reflexión en ocasiones más esclarecedora que los intelectuales “tradicionales”.

A lo largo de la historia, los intelectuales han asumido diferentes papeles, desde la Paideia griega, que debía dotar al individuo de conocimiento y control sobre sí mismo y sobre sus expresiones y prepararlo para ejercer sus deberes como ciudadano, no siempre como político (aunque Solón fuese el prototipo del intelectual-político en la Grecia presocrática). Hasta el intelectual público romano: Ovidio, Tácito, Séneca. Papel que cambió drásticamente en una sociedad teocéntrica y teocrática, el Medioevo, donde los monjes eran apenas guardianes de la cultura. El hombre del Renacimiento, relativamente independiente pero subordinado al poder de sus mecenas. El intelectual en el capitalismo, cuyos márgenes de libertad se ensancharon, y las complejas relaciones en el socialismo entre los intelectuales y los aparatos partidistas y el Estado.

Umberto Eco, en “Papel del intelectual”, distingue distintos tipos:

Los intelectuales orgánicos (Ulises al servicio de Agamenón), quienes, según él, “deben aceptar la idea de que el grupo, al que en cierto sentido han decidido pertenecer, no les ame demasiado”. “Si les ama demasiado y les da palmaditas en la espalda (…) son intelectuales del régimen”. Sobre éstos decía Gramsci que eran captados por la clase dominante para que otorguen a su proyecto “homogeneidad y legitimidad” y creen “una ideología que trascienda a las clases”. Adolf Hitler tuvo excelentes científicos e intelectuales orgánicos, como Martin Heidegger. Y John Fitzgerald Kennedy reclutó una corte de intelectuales prestigiosos, como Arthur M. Schlessinger Jr. y McGeorge Bundy.

Los intelectuales platónicos, aquellos que, como Platón, a pesar de su experimento fallido con el tirano de Siracusa, creen que pueden enseñar a gobernar. Apostilla Eco: “Si tuviésemos que vivir en la isla de la Utopía de Tomás Moro o en uno de los falansterios de Fourier, lo pasaríamos peor que un moscovita en los tiempos de Stalin”. Como bien sabía Octavio Paz, es “muy distinto mandar a pensar: lo primero corresponde al gobernante, lo segundo al intelectual. Los intelectuales en el poder dejan de ser intelectuales (…) sustituyen la crítica por la ideología”. La segunda otorga al poder un fundamento moral, lógico e histórico; la primera juzga y, cuando es necesario, contradice y critica.

Los maestros aristotélicos, quienes enseñan todo tipo de cosas, pero no dan consejos precisos.

Y los intelectuales críticos con su propio clan, más que con los enemigos, al estilo de Sócrates, que operan como “conciencia crítica de su grupo”, a los que tampoco se les ama demasiado. Este será creativo, elaborará ideas interesantes que el político inteligente deberá considerar, aunque no las aplique textualmente. Según Carlos Fabreti, esos “intelectuales tienen una responsabilidad: la crítica sistemática de los argumentos esgrimidos por el poder, el cuestionamiento radical y continuo del ‘pensamiento único’ que pretenden imponernos”. Claro que ello habitualmente no gusta a los políticos.

Jorge Castañeda atribuye a los intelectuales de América Latina el papel de guardianes de la conciencia nacional, demandantes de responsabilidad, baluartes de rectitud, defensores de los principios humanistas, críticos del sistema y de los abusos de poder. Lo cual, a mi juicio, es mucho pedir.

El ejercicio de esta “conciencia crítica” ha resultado con frecuencia nefasto para sus protagonistas: ostacismo, cárcel, exilio, persecución y muerte. El fiscal fascista que juzgó a Antonio Gramsci dictaminó: “Durante veinte años debemos impedir que este cerebro funcione”, y fue condenado a veinte años. Murió en prisión a los 46 años de edad. La periodista Anna Politkovskaya, quien reveló los crímenes en Chechenia, recibió dos balazos en la nuca. La lista sería interminable.

De modo que, al menos en teoría, el intelectual debe ser parte de la “conciencia crítica” de la sociedad que habita. Ni más ni menos, a mi juicio, que todo aquel, intelectual o no, que desee ejercer su papel de ciudadano y no conformarse con figurar en las estadísticas demográficas.

En las circunstancias actuales de Cuba, eso sería óptimo. Desde el derrumbe del campo socialista, el país ha estado abocado a una redefinición continua que ha afectado a la economía, la política, la relación entre el poder y los ciudadanos y de estos entre sí, entre el exilio y el insilio, entre el discurso ideológico y la praxis social. Podría decirse, siguiendo a Gramsci, que el país se enfrenta a una “crisis de hegemonía”, en cuyo caso se impone la necesidad de un debate público y sin limitaciones, con el objetivo de articular nuevos consensos. Un debate que convoque a todos los estamentos de la sociedad, pero donde los intelectuales (o algunos intelectuales, en particular los aristotélicos y los críticos, para no generalizar), al disponer de un discurso estructurado sobre la sociedad que es su campo profesional de actuación, podrían aportar a la clase política argumentaciones muy atendibles.

Y, de hecho, ese debate ocurre, aunque no con la profundidad, la transparencia y la amplitud que la actual situación del país requeriría. Tiene lugar en foros profesionales, debates más o menos cerrados y en medios que, por razones editoriales o tecnológicas, tienen escasa incidencia en la población de la Isla. Los distintos llamamientos a debates públicos realizados desde el poder han sido oportunidades perdidas. Sus resultados no se han ventilado con la trasparencia que merecían ni desembocaron en referendos que sancionaran democráticamente las principales inquietudes de los ciudadanos, quienes han operado como una intelectualidad aristotélica a su pesar, pues sus juicios concretos se han convertido, en su ósmosis hacia el poder, en opiniones difusas más próximas a la estadística que a la ideología.

No pocas veces he repetido que el debate sobre el presente y el futuro de Cuba atañe, en primer lugar, a los cubanos, intelectuales o no, que residen en la lsla. Y, en segunda instancia, a quienes habitamos allende el Malecón. Las razones son obvias: sobre los cubanos de la Isla recae el peso de las dificultades que padece el país, de modo que son ellos los primeros interesados en remediarlas; son ellos los que disponen de los derechos ciudadanos que a sus compatriotas del exilio les son enajenados tan pronto truecan su geografía, y si bien el exiliado puede regresar (o no), quienes viven en la Isla saben que de sus decisiones de hoy dependerá la habitabilidad de su propio futuro y el de sus hijos.

Exhortar a la frugalidad y al sacrificio a los cubanos en nombre de un ideal que ciertos grupos de izquierda defienden con fervor ante lonchas de jamón serrano y algún Ribera del Duero Gran Reserva, me resulta tan inmoral como exhortar a esos mismos cubanos a derribar al gobierno al precio de sus vidas, mientras se trasiega un sándwich cubano y un batido de mamey en el Palacio de los Jugos.

Y entre esos cubanos del inside puede que sean algunos/muchos/los intelectuales quienes dispongan de mejores recursos para ejercer su “conciencia crítica”, dado que poseen los recursos teóricos y una información de primera mano sobre la realidad cubana. Aunque esa “conciencia crítica” pueda estar condicionada no sólo por el miedo a las represalias, sino por el mero cálculo de su escasa rentabilidad a corto plazo. Para Edward Said, “la dependencia económica del poder mediante subvenciones o ayudas para las investigaciones son formas de control de los intelectuales”. En un país donde todos los medios culturales y de difusión, así como otorgar (o no) libertad de movimiento, están en manos del Estado,  la dignidad contestataria puede ser temeraria.

Eso no significa, desde luego, que a los cubanos que residen fuera de la Isla, y en particular a sus intelectuales, les esté vedada la participación en ese debate. Muy por el contrario, sería recomendable. Dado que en la diáspora habita el 15% de los cubanos del planeta, vetar su participación equivaldría a la exclusión de todos los habitantes de la ciudad de La Habana.

Sin que me avale ninguna estadística confiable, opino que la mayoría de los cubanos de la diáspora conserva su interés por los acontecimientos de la Isla, bien sea porque ésta afecta a sus familias allí o porque se sienten con derecho a ejercer su ciudadanía insular, así sea virtual. Y creo que sería muy útil para el país que esas voces fuesen escuchadas y se sumasen a las de sus compatriotas en la Isla. Las razones son varias.

En primer lugar, al conservar su ciudadanía cubana (incluso tras haber adquirido otra, cosa que la Constitución prohíbe pero el gobierno mantiene), les asiste el derecho de participar en la vida pública de su país. Si, como reza la página del Ministerio de Relaciones Exteriores, esa diáspora es esencialmente económica, comparable con otras poblaciones migrantes de nuestro continente, deberían recibir un trato equivalente: preservar sus derechos económicos, sociales y políticos y ejercerlos desde cualquier geografía.

Entre esa población outsider existe una elevada proporción de profesionales altamente calificados, formados en Cuba y/o fuera de Cuba, cuya aportación al debate social, político, económico, artístico y científico que prefigure el futuro de la Isla, no debería desecharse. Portadores de una experiencia profesional y ciudadana adquirida en otros contextos, ésta les concede la posibilidad de pronunciarse partiendo de enfoques y perspectivas que enriquecerían el debate y, en sintonía con sus colegas de la Isla, conjurar males futuros y sortear obstáculos evitables. Como ya observó Gramsci, la escolarización proporcionada por un Estado responde a su aparato ideológico. Inyectar sabidurías otorgadas por otros modelos de escolarización sería, por fuerza, enriquecedor. Y no me refiero a predominio alguno, sino a las bondades de la biodiversidad.

Dado que Cuba se encuentra inmersa en un proceso de cambio y que, por su carácter de economía abierta en medio de un mundo globalizado, le sería casi imposible superar su crisis actual de modo endogámico, sería esencial para el país apelar al capital intelectual, a la experiencia profesional, empresarial y científica de su diáspora, sobre todo si la perspectiva de Cuba es sumarse al verdadero motor del desarrollo en el siglo XXI: la sociedad del conocimiento.

Una participación activa de ese capital humano, e incluso del otro capital, en el proceso de renovación y remodelación de la sociedad cubana, facilitaría la apertura de puentes y espacios de colaboración entre ambas orillas; el traspaso de know how, tecnologías e información; mercados de bienes y servicios, y mercados de ideas.

Para ello, desde luego, sería imprescindible que el Estado cubano reconsiderara sus relaciones con la diáspora. Ya que preserva su condición nacional, es moralmente insostenible no preservar sus derechos ciudadanos, así como a entrar o salir libremente de la Isla y disponer allí de las mismas prerrogativas que sus compatriotas residentes en Cuba. Sería inaceptable otorgar a la diáspora el derecho de aportar su capital profesional al tiempo que se le amputan otros derechos. E imponer condicionamientos políticos a esa participación bastaría para sentenciar su inviabilidad.

Ciertamente, una parte de la diáspora, atenta a sus carreras profesionales y a las coordenadas sociopolíticas de las sociedades donde se han reinsertado, se desentiende de los asuntos cubanos. Y está en todo su derecho. Son noruegos o canadienses vocacionales. Según un estudio realizado en Miami por la Florida International University (FIU), sólo una pequeña parte de los exiliados en esa ciudad regresaría a la Isla incluso en caso de que cambiaran drásticamente las condiciones que los empujaron al exilio. Han rehecho sus vidas y ya tienen hijos y nietos que viven, como diría Gustavo Pérez-Firmat, en el hyphen: cubano-americanos, cubano-españoles. Pero, gracias a las nuevas tecnologías de la información, muchos de ellos estarían dispuestos a contribuir con sus saberes y experiencia, aunque no se radicaran en la Isla. Pocos países de nuestro entorno cuentan con ese capital potencialmente disponible para su relanzamiento.

Relicto de aquel unamuniano “¡Qué inventen ellos!”, se mantienen en nuestros países no pocos prejuicios ideológicos contra los intelectuales: una élite improductiva y desasida de la vida práctica, y ante la cual la sociedad suele adoptar posiciones extremas: la reverencia o la descalificación. La historia demuestra, en cambio, que aquellos países que primero comprendieron la fuerza motriz de las ideas son hoy las sociedades económica y socialmente más avanzadas. Cuba cuenta con una doble reserva de la materia prima más importante del siglo XXI: el talento: una población altamente instruida en la Isla y una sólida masa profesional en su diáspora. Al Estado cubano atañe la responsabilidad, pensando en el destino de la nación más que en el ejercicio confortable del poder, de crear las condiciones para que esa doble reserva de talento se revierta en bien de toda la sociedad, o, por el contrario, inhibir su despliegue por temor a los “daños colaterales” que pueda ocasionar, pues, como escribió a Nikita Kruschev en 1954 el académico Piotr Kapitsa: “una de las condiciones para el desarrollo del talento es la libertad de desobediencia”.

El papel del intelectual contemporáneo ya no es el mismo que en época de Emil Zolá, Antonio Gramsci o Jean Paul Sartre. Una sociedad mucho más compleja y el recuento de la experiencia histórica excluyen los sitiales de gurús supremos. Aun así, el talento sigue siendo “incómodo” para toda forma de poder que no asuma a la intelectualidad y su “conciencia crítica” como parte inalienable del tejido social y propulsor de su desarrollo. El Estado moderno no puede entresacar con una pinza de cejas aquellos saberes deseables y desechar los saberes incómodos. Está condenado a comprar el pack completo.

Umberto Eco afirmaba que nada lo irritaba más (o lo hacía sonreír) que ver a los intelectuales utilizados como oráculos. Y nada más alejado de este texto que pretenderse oracular. Me bastaría que algunas de estas ideas alimentaran el debate entre los hombres y mujeres destinados a construir la Cuba del mañana.

“Outsiders”; en: Espacio Laical, nº 1, La Habana, 2012, pp. 69-71. http://www.espaciolaical.org/contens/29/6971.pdf





Después de las seis

18 07 2011

Entre julio de 2010 y abril de 2011, 115 presos políticos cubanos fueron excarcelados y trasladados a España junto con 647 familiares, a razón de 5,63 familiares por preso.

Se ha afirmado que la operación fue acordada entre el gobierno de Raúl Castro, la Iglesia Católica cubana, dotada por primera vez de cierto protagonismo, y el gobierno español. El diputado del PP Teófilo de Luis calificó, en un debate parlamentario, de «inmisericorde y vergonzante» la colaboración del cardenal Ortega en el proceso de excarcelaciones y opinó que a los presos «no se les dejó ninguna opción de permanecer en Cuba» y se «les forzó al destierro». Aunque el ex prisionero Julio César Gálvez ha afirmado: «Yo no pedí venir a España», lo cierto es que, tal y como han aclarado el Arzopispado de La Habana y Laura Pollán, presidenta de las Damas de Blanco, a los reclusos incluidos en el proceso el cardenal Ortega les informó sobre su inminente excarcelación y les consultó si deseaban o no viajar a España. «Nadie ha obligado a ningún preso a que abandone el país», afirmó Pollán, y citó los casos de Rafael Ibarra, un preso político que no aceptó viajar, y continúa en prisión, y de su esposo, Héctor Maseda, uno de los 12 excarcelados que decidieron permanecer en Cuba. Aunque es perfectamente comprensible que la mayoría decidiera abandonar el país.

Quien haya seguido la política del gobierno cubano sabe que estas excarcelaciones no corresponden a un giro en su política respecto a la disidencia o a los derechos humanos, y la represión posterior lo corrobora. Ciertamente, ese lavado de imagen sirvió de argumento al ministro de Exteriores español para solicitar a la Unión Europea la derogación de la Posición Común, aunque no hayan variado las circunstancias que la motivaron. Pero, sobre todo, podría servir de argumento a la administración Obama para relajar o derogar el veto a sus ciudadanos de viajar a Cuba, algo vital para la economía insular en bancarrota. Al mismo tiempo, la Iglesia remozaba su imagen pública y ganaba un espacio de interlocución. En cualquier caso, la excarcelación de opositores políticos pacíficos es siempre una buena noticia.

Los cubanos excarcelados y sus familiares han llegado a España acogidos a un programa financiado por los Ministerios de Trabajo y Asuntos Sociales, y Asuntos Exteriores y de Cooperación, idéntico al que se aplica a otros refugiados por razones humanitarias. Tras una breve estancia de tránsito en Madrid, los refugiados han sido redistribuidos por los centros de acogida que Cruz Roja Española, la Asociación Comisión Católica Española de Migración y la Comisión Española de Ayuda a Refugiados tienen repartidos por todo el país. En una tercera fase, cada familia pasa a un piso de alquiler y recibe una ayuda de unos 1.390 euros al mes, más otras ayudas para la escolarización de los niños y la compra de libros de texto, y unos 300 euros al año para la compra de ropa, más cursos de formación para la búsqueda de empleo.

Lo primero que llama la atención de esta operación ha sido el número de familiares que han acompañado a los 115 ex prisioneros: 647. Como promedio, familias de siete miembros, aunque en algunos casos superan los 30. El ex preso político Néstor Rodríguez Lobaina ha dado las gracias al gobierno español por sacarlo de Cuba a él y a su familia, pero afirma que aquí se ha enfrentado a un “infierno de burocracia”. “Si el gobierno español no tenía las condiciones por estar en una crisis económica, yo no comprendo cómo hace un arreglo con la dictadura cubana para traer a 1.000 personas a un lugar donde no hay trabajo”, se pregunta. Y quizás tenga razón, aunque dicho por alguien que se ha beneficiado de esta generosidad resulta, cuando menos, indelicado.

Varios refugiados han agradecido a España por su acogida. Miguel Martínez afirma que “la ayuda ha sido generosa y alcanza”. Y Antonio Díaz, que “hemos tenido cubiertas nuestras necesidades. Nuestros hijos han ido a la escuela, han recibido atención médica, tenemos casas confortables, y una ayuda que nos permite subsistir en un nivel muy, pero muy digno”, aunque se queja de tener que renovar el permiso de trabajo cada tres meses y la demora en concederles el asilo político –se ha concedido hasta ahora el estatus de refugiado político a 53 disidentes o familiares, y a otros 400 la protección subsidiaria–, por lo que ha decidido trasladarse a Miami.

Pero lo que es noticia en los últimos días es, justamente, lo contrario. Al menos cuatro refugiados han perdido las ayudas. Entre ellos, Néstor Rodríguez Lobaina y Erick Caballero Martínez. El primero, por «reiteradas faltas de respeto al personal de la Cruz Roja», «actitud desafiante y amenazadora», incumplir con las ordenanzas del centro, su «desinterés y desprecio absoluto» por las ayudas concertadas para su proceso de integración, y, sobre todo, la «agresión» a otros cubanos, según el subdirector de migraciones de la Cruz Roja. Rodríguez Lobaina se declara el blanco de una «maniobra oscura» por parte de la ONG, en connivencia con la dictadura castrista, para separarlo de su familia. Afirma que le han quitado el abono de transporte, el derecho a realizar llamadas a Cuba, el suministro de algunos artículos personales y el alimento de los domingos. Que se le acabaron la pasta dental y el desodorante y que no ha recibido dinero para cortarse el cabello desde su llegada.

Erick Caballero, por su parte, amenazó en Torrelavega, Cantabria, con una huelga de hambre en protesta por las condiciones de vida. “Nos están tratando como unos simples inmigrantes”, dijo. Y ha denunciado a El Nuevo Herald que muchos no han recibido el dinero para ropa y transporte prometido, o que lo han recibido tarde, y que la asistencia médica ha sido deficiente y tardía. Se queja de los estrictos horarios y de la alimentación. “Yo salí de una prisión de máxima seguridad, y aquí ponen horario para todo: bañarme, comer, salir, la tele”, dijo Caballero. Agregó que algunos no han podido asistir a seminarios para hallar empleo porque no hay dinero para el transporte ni para ropa.

La Comisión Española de Ayuda al Refugiado expulsó a fines de junio a siete cubanos de su centro de acogida en Málaga y del programa de atención del que se beneficiaban. Entre los expulsados está Carlos Martín Gómez, que hace unos días emprendió, junto a cuatro familiares, una huelga de hambre al no lograr alquilar un piso donde establecerse. La institución explicó en un comunicado que los expulsados habían mantenido “continuos conflictos entre ellos, llegando a la agresión física” obligando al reajuste de “la distribución de este grupo familiar por habitaciones”. Los acusa de “proferir amenazas directas e indirectas, agresiones verbales y faltas manifiestas al respeto” contra los trabajadores del centro; la introducción de “alcohol en el centro o exhibir armas blancas en el patio”, así como su “falta de compromiso” al abandonar los cursos formativos y limitarse “a reivindicar actuaciones y prestaciones más allá de las establecidas”.

(Imaginemos el alborozo en el Palacio de la Revolución ante estos sucesos: Eso les pasa por no leer el Granma. Son delincuentes comunes. Yo se lo dije a los gaitos, pero no me hicieron caso).

Julio César Gálvez y Ricardo González Alfonso también se han quejado de su acogida. Y Regis Iglesias declaró a El Nuevo Herald que “la falta de un estatus [de refugiado político] ha impedido insertarnos en la sociedad española”, aunque agradece la ayuda económica recibida. En entrevista concedida a Libertad Digital, Juan Carlos Herrera declara que quiere regresar a Cuba ante el “trato hostil” y “vengativo” del Gobierno español y la “violación” de sus derechos. También Néstor Rodríguez Lobaina ha pedido que se le devuelva a la prisión de donde salió. Dado que no se han cumplido los once meses reglamentarios, supongo que esas repatriaciones serán perfectamente viables.

¿Han sido diametralmente diferentes las condiciones de acogida en unos y otros lugares? ¿O han sido diferentes las visiones de unos y otros sobre circunstancias más o menos similares?

Hay una situación objetiva: España está en plena crisis y su tasa de desempleo es la mayor de Europa, de modo que la integración plena, que empieza por la independencia económica, se vislumbra difícil. Cuando el economista Miguel Martínez se queja de la lenta homologación de títulos académicos y universitarios («un trámite muy lento y burocratizado», admite un portavoz de Accem) y duda de las “posibilidades de que podamos acceder al mercado laboral conforme a nuestros estudios y preparación”, se integra al clamor de varios millones de españoles.  Es el caso del odontólogo Alfredo Pulido, aunque según éste, “Nada es comparable con una prisión, y menos en Cuba”.

Según las ONG de acogida, algunos han conseguido algunos trabajos esporádicos, pero ningún contrato permanente. La secretaria general de CEAR, Estrella Galán, asegura que los cubanos cuentan con la «simpatía» de la sociedad española, pero que los pocos que han encontrado trabajo ha sido en la economía sumergida, o que, como cualquier parado de larga duración, “ante el temor a perder las ayudas, sopesan bastante las ofertas de trabajo». Por todas estas razones, el gobierno ha decidido prorrogar otros seis meses los subsidios, siempre que «las personas formen parte activa del proceso de integración«, en palabras del subdirector para Migraciones de Cruz Roja, José Javier Sánchez.

Lo cierto es que desde octubre, nueve disidentes se han trasladado a Miami, uno a Chile y otro a la República Checa, y la cifra podría ascender a una treintena. Las autoridades norteamericanas ya han creado un programa de visados para los asilados políticos cubanos. Si se trata de reunirse con sus familiares y encontrar un espacio promisorio, es perfectamente razonable. Si alguno confía en las subvenciones norteamericanas al exilio político cubano, debería tomar nota de las quejas de Reina Luisa Tamayo, madre Orlando Zapata, porque la ayuda que ha estado recibiendo se está «agotando» y actualmente ninguno de sus doce familiares, alojados en cuatro apartamentos (a un alquiler de 1.295 dólares mensuales cada uno) tiene trabajo que les garantice el sustento en los próximos meses. De momento, ya buscan un nuevo lugar donde vivir, más económico.

Una de las informaciones más asombrosas relacionadas con los excarcelados cubanos la ofrece Fran Cosme (http://www.primaveradecuba.org/Articulo/22odisea). Según él, “dos minutos antes de abordar el avión, funcionarios de la embajada española les dieron a firmar un compromiso que dentro de sus tantos puntos contenía uno que los obligaba a abstenerse de formular críticas al gobierno cubano y al español, así como abstenerse también de manifestaciones políticas”. El autor no cita la fuente y, dadas las pruebas, resulta difícil compatibilizar esas exigencias (claramente inconstitucionales) con el hecho de que el 19 de julio de 2010, diez ex prisioneros solicitaron por escrito a los cancilleres de la Unión Europea que no fuese revocada la posición común, tal como solicitaba el ministro Moratinos, sin que, hasta donde se sabe, se produjeran represalias. O que Regis Iglesias y Miguel Martínez aceptaran una invitación a una conferencia de prensa organizada en Madrid por Unión Progreso y Democracia (UPyD), en la que ambos señalaron que España ha incumplido el “Proceso de acogida e integración social a personas pidiendo protección internacional”. En esa ocasión, Fernando Maura, de UPyD, sostuvo que “los trajeron como mercancía política para cambiar la posición común de la Unión Europea hacia Cuba”. Olvidó decir que en aquella conferencia de prensa, Iglesias y Martínez también eran “mercancía”, en este caso de la política doméstica.

Responsables de las ONG de acogida han afirmado que la mayor parte de los excarcelados llegó con unas «expectativas muy altas que no se han podido cumplir». Y eso nos lleva a un fenómeno endémico en la sociedad cubana: la sobrevaloración de lo extranjero. Frente a la retórica de Granma, según la cual, excepto Cuba, Corea del Norte y Venezuela, el mundo entero está a punto de hundirse en la miseria, los cubanos han desarrollado un imaginario del Malecón pallá en el cual los jamones pata negra y los trajes de Armani florecen como la verdolaga. Basta recogerlos. Eso explica que muchas familias consideren las remesas vitalicias de sus parientes out of borders una especie de derecho adquirido por el simple hecho de permanecer en la Isla, cuidándola para que no se hunda y que al regresar de visita la encontremos en el mismo sitio. Y que el primo segundo de la tía política no pida un par de tenis para ir a la escuela, sino unos Converse último modelo.

Durante medio siglo ha actuado sobre nosotros una pinza perversa. Por un lado, el poder ha intentado convencernos de que los cubanos, faro y guía del universo, somos el pueblo elegido, tributario natural de la solidaridad internacional. Y predica con el ejemplo: casi 198.000 millones logró sacarle a los rusos, y 21.000 millones de deuda impagada. Más lo que le debe al Club de París y las subvenciones venezolanas.

La otra mandíbula de la pinza es la indefensión. El cubano que reside en la Isla no está autorizado a mejorar su situación económica, algo que debe comprender el visitante que llega, y el amigo o pariente que lo recibe si tiene la suerte de brincar el charco. Quienes lo ayudan, invitan o convidan como muestra de amistad, afecto, amor u otros sucedáneos, cumplen una obligación que no requiere más explicaciones.

En el caso que nos ocupa, puede que algunos consideren una obligación internacional la subvención a quienes luchan por la democracia en Cuba, y han sufrido prisión por ello. Es comprensible que eso fuera así mientras permanecían en la Isla, hostigados por el régimen que les negaba, incluso, el acceso a un puesto de trabajo. Y es justo que se les otorguen subsidios temporales y facilidades para integrarse a esta sociedad en uno de sus momentos más difíciles, algo de lo que no disfrutan millones de sus compatriotas, “simples inmigrantes”, en palabras de Erick Caballero.

Pero ningún país del mundo tiene obligaciones o deberes con la Isla. El destino de Cuba es, exclusivamente, un asunto de los cubanos.

Un amigo que fue a recibir a uno de los primeros grupos de excarcelados me contó de una señora que, al bajar del avión, le manifestó su intención de continuar desde España la lucha por la democratización de Cuba. Y él le respondió: “Después de las seis”. “¿Cómo?”, preguntó ella. “Después de las seis. A esa hora termina la jornada de trabajo”.

 

“Después de las seis”; en: Cubaencuentro, Madrid, 18/07/2011. http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/despues-de-las-seis-265503





La revista del país que será

1 07 2011

 La experiencia demuestra que toda revista cultural importante requiere de un país que le aporte patrocinios gubernamentales y de un público natural e inmediato. Sobrevivir sin apoyos institucionales es un deporte de riesgo para cualquier revista cultural del mundo que, por su propia naturaleza y limitado público, difícilmente podrá cubrir sus costes con anunciantes y suscripciones. Y la cultura cubana no es la excepción. La Revista de Avance publicó el 15 de septiembre de 1930 su último número, el 50, a los tres años de su nacimiento. Orígenes alcanzó los 40 números, con una tirada de algunos cientos de ejemplares, entre 1944 y 1956. (Más los dos números apócrifos, el 35 y el 36, que publicó en paralelo José Rodríguez Feo). Ciclón circuló entre 1955 y 1957, con un número epigonal aparecido en 1959, tras lo cual “dejó de existir (…) muerta de cansancio”, como diría en Lunes de Revolución Virgilio Piñera. Y se trataba de revistas hechas en la Isla, cerca de su público natural, y dirigidas a un mercado concreto, inmediato, lo que favorecía la prospección de anunciantes y sponsors. En cambio, las revistas patrocinadas por el gobierno cubano a partir de 1959 han disfrutado de una larga vida y de una extensa tirada. Casa de las Américas, por ejemplo, ha alcanzado el número 256 con 3.000 ejemplares por número.

La revista Encuentro de la Cultura Cubana es, por tanto, un caso sui géneris. Una revista sin país, o destinada a ese país virtual que es la diáspora y al país real que le cierra sus puertas y donde casi la mitad de su tirada ha debido circular clandestinamente durante todos estos años. Una revista hecha en Madrid para un público disperso por todo el planeta y un país cerrado. Aun así, ha durado 53 números en 13 años, con una tirada de entre 2.000 y 4.000 ejemplares por número. Es, sin dudas, el mayor empeño cultural cubano en el exilio durante este medio siglo y, para muchos, la mejor revista cultural de tema cubano en circulación.

Su historia se remonta a 1994, cuando se conmemoró el cincuentenario de la revista Orígenes. La Secretaría de Estado para la Cooperación Internacional y para Iberoamérica del Ministerio de Asuntos Exteriores de España organizó el seminario La Isla Entera, con el propósito de reunir a un numeroso grupo de creadores y críticos literarios cubanos, tanto residentes en la Isla como en otras latitudes, al margen de sus ideas políticas. Amigos que no se habían encontrado en muchos años. Jóvenes que veían por primera vez en “carne y hueso” al mito Padilla. Todos se reunieron en Madrid con una cordialidad sin fronteras ni ideologías. El escritor cubano Jesús Díaz, recién llegado de Berlín, venía a Madrid con una idea fija: fundar una revista donde encontrara cabida “un debate sobre el presente, el pasado y el futuro del país”. Expuso su proyecto, se produjo un diálogo marcado por el entusiasmo, y los asistentes confirmaron su apoyo y lo enriquecieron con sugerencias e ideas.

En 1995 se fundó la Asociación Encuentro de la Cultura Cubana, y en 1996 la Agencia Española de Cooperación Internacional donó los primeros fondos al nuevo proyecto. El primer número de la revista Encuentro apareció en el verano de ese año en condiciones bastantes precarias. A partir del segundo año, las fuentes de financiación se diversificaron: la National Endowment for Democracy (NED),  el Centro Internacional Olof Palme, del Partido Socialdemócrata Sueco, la Fundación Pablo Iglesias, del Partido Socialista Obrero Español, la Fundación ICO (Instituto Oficial de Crédito) española, la Fundación Ford, el Open Society Institute, la Dirección General del Tesoro, la Fundación Caja Madrid, la Junta de Andalucía, la Dirección General del Libro, la Unión Europea, etc. En 2000 se creó el diario digital y en 2002, gracias al apoyo la Unión Europea, se lanzó un portal llamado a convertirse en un sitio de referencia de la cultura cubana.

Durante estos trece años, la revista Encuentro ha publicado a centenares de autores cubanos y no cubanos, residentes en la Isla o en el exilio, y ha reafirmado su vocación plural en varias direcciones. La cultura como un espacio sin fronteras, de modo que en la revista dialogan todas las geografías. Un espacio pluritemático donde se codean la literatura y la música con las artes visuales, las ciencias sociales, la economía, la historia, la ecología y la política. Sin fronteras generacionales, porque sus páginas no se constriñen a una generación o una estética. Y, al mismo tiempo, prefigura la Cuba plural de mañana ofreciendo espacio a proyecciones ideológicas muy diversas y, con frecuencia, contradictorias, favoreciendo el diálogo necesario.

Dos de los principios fundacionales de Encuentro de la cultura cubana fueron su independencia, al no constituirse en plataforma de ningún partido u organización política de Cuba o del exilio,  y su carácter abierto, al conciliar en un solo espacio de diálogo las hasta entonces antitéticas nociones de “nosotros” y “ellos”, “adentro” y “afuera”. No obstante, y quizás por ello, la revista ha sido objeto de los más persistentes ataques por parte de las autoridades cubanas y de una zona del exilio.

Según La Habana, esos principios han sido mediatizados bajo la influencia de nuestros patrocinadores, especialmente la National Endowment of Democracy, condicionando una línea editorial pro-norteamericana. Pero basta hojear la revista desde sus orígenes hasta hoy para percatarse de la falsedad de esas acusaciones. Tan temprano como en el número 1, ya aparece una mirada crítica hacia el embargo y, en especial, hacia la ley Helms-Burton. De ahí en adelante, Encuentro ha dado cabida, a lo largo de sus 52 números, a numerosos textos que cuestionan la política norteamericana hacia Cuba, firmados por Jorge I. Domínguez, Luis Manuel García, Jesús Díaz, Joaquín Roy, René Vázquez Díaz, Alberto Recarte, Ignacio Sotelo, Max J. Castro, Marifeli Pérez-Stable, Guillermo Rodríguez Rivera, Iván de la Nuez, Tzvetan Todorov, Rafael Alcides, Beatriz Bernal, Carmelo Mesa-Lago, Juan Antonio Blanco, Diego Hidalgo, Andrés Ortega, Javier Solana, Alejandro Armengol, Haroldo Dilla y Arturo López-Levy, entre otros, sin que exista un hiatus en esta política, ni un punto de inflexión que permita a los funcionarios cubanos sustentar la tesis del “desvío” del mesurado proyecto inicial, aunque eso es lo que afirma Iroel Sánchez, director del Instituto Cubano del Libro:  que la revista “se inicia con una posición política no totalmente contraria a la Revolución, pero va evolucionando en esa dirección” (http://www.lajiribilla.cu/2003/n100_04/100_07.html). Una acusación que no es nueva. Según ella, el “giro” se produce alrededor de 2000-2001, con los dossiers Cuba, 170 años de presencia en Estados Unidos, Polémica en LASA 2000, Literatura Cubana en Miami y, desde luego, El presidio político en Cuba (No. 20, primavera de 2001). Pero la acusación entraña una contradicción. Si Encuentro, como afirma La Habana, ha seguido el diktat de la CIA a través del patrocinio de la NED, ese presunto “giro” se produce justo cuando la NED cede protagonismo ante las aportaciones de la Fundación Ford y la Unión Europea.

La consolidación de Encuentro, su talante abierto y la sostenida calidad de los trabajos publicados, le han valido un prestigio que atrae incesantemente a nuevos colaboradores y lectores. Encuentro ha conseguido lo que el gobierno cubano ha intentado evitar durante casi medio siglo: la nación posible donde quepan todos los cubanos. De ahí que sus ataques contra la revista sean más enconados y persistentes que contra otras publicaciones donde el anticastrismo puro y duro marca toda la línea editorial, sin espacios para el diálogo. Porque es precisamente el diálogo lo que más teme La Habana.

Para la nomenklatura de la Isla es muy difícil digerir la relación de personalidades a las que Encuentro ha rendido homenaje subrayando su aporte a nuestra cultura, no el bando o la geografía en que habitan: Tomás Gutiérrez Alea y Gastón Baquero, Eliseo Diego y Luis Cruz Azaceta, Fina García Marruz y Julio Miranda, César López y Manuel Moreno Fraginals, Antón Arrufat y Heberto Padilla,  Abelardo Estorino y José Triana, Virgilio Piñera y Antonio Benítez Rojo, Aurelio de la Vega y Reina María Rodríguez, entre otros. No se trata, al estilo de las autoridades culturales cubanas, de rescatar post-mortem del ostracismo a escritores indefensos, filtrando hacia el lector de la Isla sus obras previamente escardadas de “malas hierbas”.  Homenajeamos a intelectuales en activo que, en muchos casos, han recibido distinciones gubernamentales y/o militan activamente a favor del régimen.

Razón por la que una zona del exilio más beligerante ha acusado a Encuentro de ser una operación de la Seguridad de Estado cubana, destinada a dividir al exilio y “ablandarlo” frente al régimen de la Isla. Defienden el anticastrismo puro e intolerante con el mismo énfasis que el régimen propugna un castrismo sin “desviaciones” y castiga la más mínima disidencia. Acusaciones difíciles de conciliar con extensos dossiers sobre el papel de los militares en Cuba, el estado catastrófico de la economía, la transición, el desastre urbanístico, la Cuba post Castro, o el número especial sobre la represión durante la Primavera Negra de 2003. Encuentro siempre ha apreciado como un buen síntoma ese “equilibrio” entre las acusaciones de ambos extremos. La “pureza revolucionaria” que refrenda el monólogo se mira en el espejo de la “pureza contrarrevolucionaria” que refrenda el… qué casualidad. La supervivencia de ambos requiere un enemigo. Y para ambos, cualquier diálogo es perverso.

Todos nuestros colaboradores, cubanos y no cubanos residentes en cualquier geografía, son los artífices del proyecto Encuentro. Sin ellos, la idea no habría pasado de ser una ilusión compartida. Y eso es algo que conoce perfectamente el gobierno cubano, por lo que ha ejercido enormes presiones sobre los intelectuales de la Isla, y sobre muchos del exilio, para que se abstengan de publicar en nuestras páginas. Nueve de nuestros colaboradores fueron condenados a penas de hasta 25 años de privación de libertad y consta en las actas de los juicios que escribir para Encuentro era uno de sus “delitos”.  La táctica de coaccionar a los autores de intramuros  no es sólo un ejercicio de autoritarismo. Su lógica es más perversa: una vez cortado el tráfico intelectual con la Isla, se puede acusar a Encuentro de ser una revista “del” y “para” el exilio. Eso explica que muchos intelectuales se hayan abstenido de escribir en nuestras páginas, debido a las extrañas disciplinas que rigen las instituciones cubanas y a la presión total que puede ejercer un Estado totalitario. Pero una de las razones por las que Encuentro no se ha convertido en una revista “del” y “para” el exilio, fue expresada por un intelectual de la Isla cuyo nombre no mencionaré por prudencia: “Como antes había que publicar en Orígenes, ahora hay que publicar en Encuentro. Es la revista”. Aunque la primera razón es que muchos intelectuales, como el resto de la población, comprenden que el proyecto político ha caducado y que es imprescindible un diálogo abierto, sin servidumbres, para refundar un país que se desploma económica y socialmente. Durante los primeros treinta años de su gobierno, Fidel Castro exigió como paradigma el “intelectual comprometido” (con su proyecto, desde luego). Tras la catástrofe y el descrédito, ante la profunda desilusión de la ciudadanía, se invita a los intelectuales a recluirse en sus tareas profesionales, lo más asépticas posibles. Si no aplauden, al menos no hagan ruido. No soportan al intelectual comprometido, si no pueden manipular ese compromiso.  Y este nuevo “intelectual comprometido”, ahora con sus propias ideas, empieza a ser cada vez más frecuente.

En sus ataques, el gobierno cubano ha afirmado que Encuentro “con sus aparentes fines culturales, esconde propósitos políticos”.  Algo absolutamente falso. Desde el primer número hicimos explícito nuestro proyecto político: una Cuba plural y democrática, abierta al diálogo, en las antípodas de la Cuba totalitaria.

Pero esos ataques no se han traducido en un debate de ideas, a pesar de que Encuentro siempre ha estado dispuesta a publicar cualquier “versión oficial”. ¿Habría algo más natural que enviarnos un texto con una mirada diferente, que discrepe o polemice? Las poquísimas veces que esto ha sucedido, siempre se han reproducido fielmente. Pero no es éste un territorio cómodo para las autoridades de la Isla, habituadas a rehuir el debate ideológico con sus críticos y opositores, a menos que dispongan del derecho al veto, y a sustituirlo por la deslegitimación, que se ejerce desde una prensa cautiva y sin espacio a la réplica. Toda disidencia es etiquetada como “anexionista”, agente de la CIA y vendida a Washington. El insulto suplanta al argumento.

Y ese ataque se ha centrado en nuestras fuentes de financiación que, según ellos, condicionan una servidumbre política. Para esto no sólo utilizan su burocracia cultural y la prensa orgánica (un portal en internet, el diario Granma y la televisión), encargada de  manipular y ocultar datos, sino que instrumentalizan la desinformación de intelectuales extranjeros a los que invitan y agasajan, llegando al extremo de circular en la Feria del Libro de Guadalajara un copioso libelo anónimo.

Parten de una falacia: que los sistemas de cooperación y mecenazgo en sociedades democráticas operan según los mismos principios que en una sociedad totalitaria, la cual no sólo evita subvencionar cualquier proyecto que vaya contra su monopolio del poder y del pensamiento único, sino que prohíbe la búsqueda de fuentes de financiamiento al margen del Estado, penaliza la producción y distribución del pensamiento alternativo y elabora su propio Index de ideas y autores prohibidos. La trasgresión de esta norma está recogida en el Código Penal cubano. Si una sociedad democrática es, por definición, plural, admitiendo grados de libertad que permiten, incluso, navegar contra la corriente de la política oficial; un estado  totalitario sólo admite la circulación en un sentido.  Toda infracción de la norma de tránsito, es penada.

Un vistazo al sistema de cooperación que ponen en práctica las fundaciones públicas y privadas en sociedades democráticas demuestra que éstas suelen ejercer un mecenazgo atento al interés del destinatario, más que a una presunta “coincidencia ideológica”. En un ejercicio de independencia inconcebible para las reglas del juego totalitarias, contravienen, incluso, la política exterior de los países donde radican. Así, tanto la Unión Europea como la Agencia Española para la Cooperación Internacional, Caja de Madrid y la Fundación Ford donan fondos a instituciones de Cuba y también a Encuentro de la cultura cubana. GSF y Arca, instituciones norteamericanas, al igual que la Fundación Rockefeller, donan fondos a instituciones de Cuba para promover el deshielo y no a  Encuentro. En cambio, el National Endowmenf for Democracy (NED), cuyo propósito es promover la democratización, dona fondos a  Encuentro y no a instituciones de la Isla.

Fernando Rojas,  portavoz oficial de Cuba en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, declaró en Granma que Encuentro «ha sido financiada por la National Endowment for Democracy, (…) pantalla de la CIA».  Los voceros del gobierno cubano dan por sentado el carácter axiomático de la frase y que, por carácter transitivo, Encuentro es una operación de la CIA y del gobierno norteamericano. En ese caso, La Habana debería revisar sus relaciones con Gabriel García Márquez, amigo personal de Fidel Castro, cuya Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) ha recibido fondos de la NED y de otras entidades demonizadas por La Habana: el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Council on Foreign Relations norteamericano, la USIS (U.S. Investigations Services) y la Embajada de los EE. UU. en Bogotá. Del mismo modo, las acusaciones de Cuba a la Fundación Ford, donante de Encuentro, como pantalla de la CIA, ponen en entredicho a las propias instituciones de la Isla, ya que esa Fundación ha apoyado la conservación y modernización de la biblioteca de Casa de las Américas, en La Habana; el intercambio entre la Universidad John Hopkins y el Instituto de Relaciones Internacionales del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, y ha invertido fondos para crear un estado de opinión  favorable a la apertura de la política norteamericana hacia la Isla.

Argumentar que la línea editorial y la agenda de Encuentro están al servicio de la política norteamericana por razones de financiación es un razonamiento peligroso para el propio gobierno cubano. En treinta años de patrocinio soviético, Cuba recibió 39.500 millones en préstamos, de los cuales 20.000 millones permanecen impagados, 60.500 millones en subsidios y 13.400 millones en ayuda militar[1]. Siguiendo su propio razonamiento, podría aducirse que durante treinta años Cuba no fue un país, sino una operación del gobierno soviético.

Claro que las verdaderas razones de ese recurrente y patético intento de descalificar a Encuentro son la soberbia, el miedo y la impotencia. El gobierno de la Isla, desde una soberbia sin límites, se considera dueño y señor de las vidas y haciendas de todos los cubanos, y no tolera una publicación independiente y plural. En su arrogancia, se cree el administrador de la obra que hacemos incluso fuera de sus linderos territoriales. Pero tras esa soberbia se esconde el miedo ante el libre debate de las ideas, ante un espacio donde se puede hablar sin eufemismos ni discursos trucados, y donde nadie está obligado a refugiarse en el suelo sagrado de un silencio. Y la impotencia, porque al ser incapaces de rebatir ideas, se ven obligados al insulto, el engaño y la intimidación. Tanto los intelectuales de la Isla como los del exilio conocen el precio de saltarse la fatwa dictada por La Habana. Unos no recibirán permiso de salida; otros no recibirán permiso de entrada.

Y una razón que es síntesis de las anteriores: la ecología. El hábitat donde medra a sus anchas el totalitarismo es la beligerancia, la intolerancia, el miedo y la amenaza. Sobre la beligerancia permanente con Estados Unidos –cuyo mantenimiento se han esmerado en proteger de distensiones y aperturas– ha prosperado el estado de exención en que viven los cubanos hace medio siglo. Su “guerra permanente” sirve de coartada para trocar un país en cuartel, exigir obediencia y fidelidad ciegas,  y declarar desertor al que huye. Todo puente hacia la reconciliación debe ser dinamitado, a riesgo de que se desmorone la retórica de plaza sitiada y el poder omnímodo del régimen.

¿Por qué una revista editada en España por un grupo de escritores y artistas despojados de todos sus derechos dentro de Cuba, y cuya única arma son las palabras, preocupa tanto a un régimen que domina la vida de sus once millones de habitantes, y el intercambio de ideas y personas? ¿Será que no pueden controlar ese otro territorio inaprensible: la mente de sus ciudadanos?

 

Recién publicado el número 51/52 de la revista, la Asociación Encuentro de la Cultura Cubana cerró su oficina de Madrid en octubre de 2009 por falta de fondos. Prácticamente todos los trabajadores nos hemos ido a engrosar la mayor empresa de España, el Instituto Nacional de Empleo (¿o de Desempleo?). Desde que se conoció la noticia del cierre, no pocas botellas habrán sido descorchadas en el Ministerio de Cultura cubano y en el Comité Central. Con el alivio que supone sacarse una piedra del zapato, los funcionarios de la cultura (la unión de esas dos palabras es una verdadera aberración) dormirán mejor sabiendo que los jóvenes lectores de la Isla no serán corrompidos por textos de Carlos Victoria, Gastón Baquero o Reinaldo Arenas; ni violará su inocencia algún dossier sobre el papel de los militares, el suicidio o las ruinas de La Habana; ni se pasearán por las calles de la ciudad los cadáveres de los balseros y de los fusilados en el Escambray y La Cabaña. Tampoco deberán temer que una nueva ola de represión tenga como respuesta una carta abierta firmada por cientos de los más prestigiosos intelectuales europeos y americanos.

Pero también se habrán descorchado botellas en algunos recintos del exilio. El cierre de nuestra oficina demuestra que las subvenciones de la CIA o de la Seguridad del Estado (según versiones) no han sido suficientes. Y, hasta donde sabemos, no ha habido ofertas del KGB, ni del Mosad, del MI6 o de la Sûreté Nationale.

Aunque en ciertos corrillos del exilio (y del insilio también, why not?) puede haber otro ingrediente. Omar Torrijos contaba que a la entrada de un pueblo perdido de Panamá encontró el siguiente cartel: “Abajo el que suba”. Un enunciado a priori contra todas las políticas y los políticos (hasta que no se demuestre lo contrario) también podría servir de slogan al deporte nacional español y latinoamericano: la envidia. La diáspora cubana ha visto nacer y extinguirse a decenas, cientos de proyectos, muchos de los cuales habrían merecido mejor suerte. La persistencia de Encuentro ha hecho más difícil para algunos la digestión de esos fracasos. Otros han clamado por el cese de la financiación a Encuentro como si ello pudiera trasvasarse automáticamente en financiación propia. Y algunos han apelado incluso a la fórmula ejemplar de la envidia socialista: aquel hombre que sentado en la puerta de su casa ve pasar un flamante Mercedes Benz y desea de corazón que se estrelle en la próxima curva para que todos seamos peatones.

La más importante revista cultural hecha por la diáspora cubana está abocada a su desaparición. Pero soy portador de malas nuevas para los empresarios de pompas fúnebres. El muerto patalea. Existe la posibilidad de que Encuentro regrese en 2010 de entre los muertos para enturbiarle los sueños a los funcionarios cubanos.

«Perdonen que no me levante» es, posiblemente, el más conocido de los epitafios, que se atribuye a Groucho Marx; aunque en su tumba del Eden Memorial Park de San Fernando, Los Ángeles, sólo figura su nombre, las fechas de su nacimiento y de su muerte (1890-1977) y una estrella de David. Parafraseando ese epitafio sin lápida, me gustaría inscribir hoy en la tumba provisional de Encuentro: “Perdonen que sí me levante”, para que pueda seguir siendo una revista sin país. O mejor, la revista de ese país virtual donde habitamos todos los cubanos del planeta. O mejor, la revista del país que será mañana.

 

“La revista del país que será”; en: Madrid habanece; Iberoamericana Vervuert, Madrid, 2011.

 


[1] Carmelo Mesa-Lago; Breve historia económica de la Cuba socialista. Políticas, resultados y perspectivas. Alianza Editorial. Madrid, 1994).





De la libertad y Terminator

24 06 2011

En Mi viaje a la Rusia soviética, publicado en 1921, Fernando de los Ríos cuenta que al entrevistarse con Lenin en su oficina del Kremlin, le preguntó por la libertad, y Lenin le aclaró que “nosotros nunca hemos hablado de libertad, sino de dictadura del proletariado”, algo que “en Rusia podría durar unos cuarenta o cincuenta años”. “¿Libertad para qué?”, concluyó Lenin. De los Ríos se pregunta entonces “¿Bajo qué régimen hay que vivir en tanto se llega a la meta…? ¿Bajo el “despotismo ilustrado” de una “vanguardia” de la clase obrera, que controla toda la economía, la cultura y la expresión de un país?”.

Años más tarde, Albert Einstein, en su conocido artículo “¿Por qué Socialismo?”, advertía que “Una economía planificada puede estar acompañada de la completa esclavitud del individuo. (…) ¿cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del individuo y cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?”.

Libertad, despotismo, utopía, poder, sociedad, individuo. En esas palabras se condensa la tragedia del socialismo real y, en particular, la que ha asolado a Cuba durante medio siglo.

Recientemente, la editorial Aduana Vieja ha publicado tres libros transitados oblicua o perpendicularmente por esas palabras, tres libros entre los cuales descubrimos de inmediato vasos comunicantes, puentes tendidos por la escritura entre las dos orillas, la del individuo y la del poder, mientras al fondo del cañón fluye la sociedad: sus visibles remolinos de aplausos y su corriente de fondo, casi subterránea, de frustración y miedo.

En Última novela: Cuba. Treinta años de Mariel (Ed. Aduana Vieja, 2010, 148 pp.), Ramón Luque se acerca a los autores de la generación del Mariel a través de una escritura híbrida entre la narrativa, el periodismo, la memoria personal y el ensayo. Una escritura ágil, sin pausas, que sumerge al lector en una levedad engañosa, la de los textos perfectamente anudados. Los protagonistas visibles son José Abreu, Luis de la Paz, Armando de Armas y Rodolfo Martínez Sotomayor, a los que se unen los fantasmas de Reinaldo Arenas, Carlos Victoria y Guillermo Rosales. Aunque el verdadero protagonista es la voluntad libertaria de un grupo de amigos, compinches literarios segregados por la historia y cuyo único refugio fue la geografía. Más que una comunión estética —es difícil conjugar en un corpus único la prosa avasallante de Arenas, los mecanismos de relojería de Victoria y el grito angustioso de Rosales, por poner algunos ejemplos—, los escritores de Mariel estaban unidos por la desolación. En Cuba, ellos reivindicaron al individuo frente al poder que suplantaba la voz de una sociedad silenciada. En el exilio, reivindicaron el cuerpo frente a la maquinaria estandarizadora de una sociedad donde nunca encontraron su justo lugar, al tiempo que inventaban “un Miami littéraire”, como decía Jesús Díaz en 1999 al referirse a Rosales y Victoria.

En todos ellos, en mayor o menor medida, encontramos la misma angustia del desajuste, de la incapacidad del “amoldamiento”. Un desarraigo que asola por igual a sus personajes de la Isla y del exilio. Un exilio que no es sólo ese espacio físico de la diáspora, esa patria de repuesto, especialmente Miami. Eso explica que las tres novelas de Victoria sean verdaderos Bildungsromanen, especialmente La travesía secreta y La ruta del mago, mientras Puente en la oscuridad las anuda mediante una búsqueda inversa que desdibuja la frontera entre realidad, nostalgia y mitología. Abel (La ruta del mago, 1997), Marcos Manuel Velazco (La travesía secreta, 1994) y Natán Velázquez (Puente en la oscuridad, 1993) tienen diferentes nombres, pero los tres componen un mismo Aprendizaje de Wilhelm Meister. Los tres intentan exorcizar a los mismos fantasmas: la soledad, el desarraigo y el difícil ajuste a dos sociedades que exigen su tributo, cada una en su propia moneda. De modo que los verdaderos exilios son esas huidas interiores a las que parecen propensos muchos de los personajes que pueblan la literatura de los autores de esta generación, una suerte de respuesta transgresora a las presiones de la realidad exterior. Los exilios subsidiarios del alcohol y la muerte, la noche y la literatura; excepto el propio cuerpo, ese refugio último.

De Carlos Victoria es el segundo libro, sus Cuentos completos (Ed. Aduana Vieja, 2010, 206 pp.), en una feliz reedición que añade a la anterior los cuentos de El salón del ciego y un hermoso prólogo de Madeline Cámara. Si con Luque recorrimos los predios de la generación Mariel, con Victoria nos codeamos con una galería de personajes marginados y marginales, seres que intentan ser ellos mismos frente al patrón de una presunta “normalidad”. La huida, ese es el tema de Victoria, y el exilio es apenas una de sus manifestaciones. La intolerancia, la inadaptación y el exilio no son en él cotos privados de nuestra insularidad transida de política; se extiende también a esa sociedad donde han sido acarreados por la resaca de la huida: una sociedad intolerante a su manera, cuadriculada por un andamiaje de normas y costumbres, y sometida a la dictadura del mercado. Quizás por eso la geografía de Carlos Victoria es incierta, dubitativa, los personajes transitan de un paisaje a otro, viven en Miami con el mismo gesto de habitar La Habana.  “Desde el comienzo de mi carrera noté que todo a mi alrededor conspiraba para que yo dejara de ser quien estaba siendo”, confiesa Victoria. La angustia del desarraigo y la marginalidad eclosionan en la ambigüedad de “El resbaloso”, uno de los textos más inquietantes del volumen. Ese personaje inasible, perseguido nadie sabe exactamente por qué. (¿O será precisamente por eso, porque una sociedad que nos obliga al tributo del cuerpo no acepta a ese espíritu que no puede ser disecado en las actas de la República?). Ese espíritu de la noche en la ciudad que se deshace hacia un recuerdo de la ciudad.

Si el puente entre los libros de Luque y Victoria son evidentes, el que une a ambos con Buena Vista Social Blog. Internet y libertad de expresión en Cuba, coordinado y editado por Beatriz Calvo Peña (Ed. Aduana Vieja, 2010, 329 pp.), requiere ciertas explicaciones.

Buena Vista Social Blog combina en sabias dosis el ensayo sociopolítico con textos más o menos periodísticos o íntimos de los propios blogueros y nos permite ir desentrañando un fenómeno que ha crecido selvático durante los últimos años. Este volumen dota a la blogosfera de una suerte de urbanismo a posteriori, al analizarlo como un nuevo medio de comunicación que parte de la necesidad y la iniciativa personal, pero también de esa anagnórisis que padece la cubanía independientemente de la latitud donde radique, a lo que se suma la necesidad testimonial y la urgencia de construir una sociedad civil cuyo tránsito del universo virtual al real ya se está produciendo. El libro apunta acertadamente al hecho de que la confluencia en los blogs de intimidad e intencionalidad testimonial y política ensaya y prediseña la sociedad del mañana. Y en ello radica el hecho diferencial de la blogosfera cubana: toda ella tiende a recomponer la sociedad plural abolida por decreto, incluso desde la intimidad.

En “Arte bloguética”, Yoani Sánchez habla de sus posts como un ejercicio de cobardía: “Cada nuevo post impide que la presión aumente dentro de mí y estalle de forma comprometedora. De modo que los kilobytes deben cargar con mi impotencia cívica, con mis pocas posibilidades de —en la vida real— decir todo esto”.

La blogosfera nos demuestra que la sociedad de mañana no se construye con discursos de caudillos o hazañas de héroes, sino con los pequeños miedos y las pequeñas heroicidades de todos nosotros. La voz online ya no es un código secreto entre conjurados. Va tomando la calle, el cuchicheo, el susurro, y ese, como bien saben los carceleros de la palabra, es el preámbulo del grito.

Jürgen Habermas proponía un tipo ideal de sociedad, donde la acción comunicativa fuera el eje central y, según Foucault, el sujeto-cuerpo se halla inmerso en la sociedad y es determinado por ella a partir de normas y reglas, de modo que el sujeto se interconecta con la sociedad  a partir de las relaciones de poder que ejerce y que padece. La blogosfera ha empezado a restituir el equilibrio ideal de Habermas, a equilibrar las relaciones de poder que, según Foucault, la sociedad padece, con las que ejerce.

En la práctica, el socialismo declara construir una sociedad libre donde el propio hombre no lo es, aunque Marx y Engels, en El Manifiesto Comunista, hablaban de “una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos”. De modo que, para los puristas del marxismo, la blogosfera respondería mejor a los clásicos que esa “nueva sociedad” que no educa para ser libre, sino para obedecer y sacrificarse, en la mejor retórica bíblica, si deseas conquistar el paraíso terrenal del comunismo donde sobrarán manzanas por la libre.

En 1884, José Martí, al comentar el libro La futura esclavitud, de Herbert Spencer, anota que en un hipotético socialismo “De ser siervo de sí mismo, pasaría el hombre a ser siervo del Estado. De ser esclavo de los capitalistas (…) iría a ser esclavo de los funcionarios. (…) Y como los funcionarios son seres humanos, y por tanto abusadores, soberbios y ambiciosos, y en esa organización tendrían gran poder (…) El funcionarismo autocrático abusará de la plebe cansada y trabajadora. Lamentable será, y general, la servidumbre”.

La blogosfera es, ante todo, como anota este libro, un espacio de libertad. Una nueva forma de democracia donde el sujeto no sólo tiene voto, sino voz. Una voz que prescinde de intermediarios y censores. No pocos centros de poder acusan a la blogosfera de caótica. Y tienen razón. Es tan caótica como la libertad.

Pero la blogosfera es más que eso.

En la segunda entrega de Terminator, cuando Hollywood decidió que el futuro gobernador de California no debería hacer papeles de villano, Robert Patrick encarna al robot T-1000, un prototipo de metal líquido que es capaz de transformarse en cualquier persona y reconstruirse a si mismo aunque lo desintegren. La llamada Revolución Cubana también intentó desintegrar a su “terminator”, la sociedad de la Isla: escindió los afectos y bloqueó el diálogo entre las dos orillas, suplantó la familia de la sangre con la familia ideológica, condenó al individuo que no aceptara la servidumbre e inmolara su yo en el altar de una sociedad prediseñada mediante técnicas de ingeniería social, dictaminó la obediencia del hombre al poder, aunque cuidándose de enmascararlo como “ el bien común”. Toda Revolución funciona como un artefacto explosivo y ésta no fue la excepción. Los escritores de Mariel son esquirlas de esa explosión. Su angustia y su soledad han ido engrosando el corpus literario del exilio, que es también el corpus literario (diverso, contradictorio, enriquecedor) de todos nosotros. Hoy, esas esquirlas y muchas otras que la onda expansiva arrojó a todos los confines, comienzan a reunirse en la blogosfera como gotas de metal líquido empeñadas en reconfigurar el cuerpo de la nación. Y los guionistas del castrismo, menos imaginativos y capaces que los de Hollywood, no serán capaces de evitarlo.

 

“De la libertad y Terminator”; en: Cubaencuentro, Madrid, 24/06/2011. http://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/de-la-libertad-y-terminator-264537





Elogio de la elegancia: Nicolás Quintana

3 06 2011

Aquel mediodía de noviembre de 2004 era bastante caluroso, como corresponde a Miami, y llegué al Versalles casi al mismo tiempo que Nicolás Quintana y su esposa Isabel. Habíamos hablado muchas veces e intercambiado un grueso fajo de emails, pero no nos conocíamos personalmente.

Durante aquel almuerzo, hablamos de su ingreso al consejo de redacción de Encuentro de la Cultura Cubana; me contó sobre su simulación por ordenador de La Habana posible, y le pedí su colaboración en el dossier sobre el urbanismo de La Habana que haríamos tiempo después, y para el cual nos propuso a arquitectos residentes en EE. UU., España y Cuba. La conversación fluyó naturalmente hacia las distintas visiones de la arquitectura y el urbanismo y, en particular, la contraposición entre un urbanismo tradicionalista y conservador y otro innovador y audaz por el que él apostaba. De esa conversación hay una frase de Nicolás Quintana que conservo como una suerte de principio das conversas: “No acepto un urbanismo que no toma en cuenta a las personas“.

Y nos adentramos en esos ejercicios profesionales –en la política o el urbanismo, en la ciencia o la administración—que consideran a los ciudadanos meros conejillos de indias en los que probar sus tesis.

Sabía que Nicolás Quintana había colaborado con Le Corbusier, Sigfried Giedion, Walter Gropius, José Luis Sert y otros grandes del urbanismo y la arquitectura del siglo XX; que entre1954 y 1960 fue el director de Planes Maestros Urbanos y Regionales para el centro turístico de Varadero y la ciudad histórica de Trinidad; ganador en 1956 de dos Premios Nacionales a la Excelencia Arquitectónica; autor del Plan Maestro de la ciudad de Caricuao, en Venezuela. Y que en Puerto Rico fue autor de más de cien proyectos. Conocía su actividad docente en la Universidad de Miami y en la Universidad Internacional de la Florida. Sabía que todo ello lo hizo merecedor del “Urban Design Award” de la AIA, del premio del Senado del Estado Libre Asociado de Puerto Rico, por su “extraordinaria contribución a la arquitectura puertorriqueña” (2000), y del Premio a toda su obra concedido por la Fundación Cintas, entre otras.

Pero debo confesar que no fueron sus éxitos académicos o profesionales lo que más me impresionó de Nicolás Quintana, sino su elegancia. No me refiero, desde luego, a la elegancia del petimetre, sino a la elegancia intelectual de quien sabe exponer sus opiniones sin pretender un monopolio de la verdad, la elegancia personal de quien sabe escuchar y valorar los argumentos del otro, aun desde la diferencia o la total divergencia de criterios. Y, sobre todo, la elegancia de ponderar las virtudes profesionales y/o personales de quienes polemizaban con sus ideas.

Recuerdo que mientras lo escuchaba pensé en esa como una virtud rara en una Cuba donde el adversario es siempre enemigo a batir por todos los medios: el menosprecio profesional, la calumnia y el escarnio.  Para desesperación de Borges, una Cuba donde los adjetivos valen más que los sustantivos. Y también pensé que esa elegancia personal e intelectual es la de Miró Argenter y Maceo cuando aceptan el valor, la tenacidad y el heroísmo de sus enemigos, la de los cubanos que, desde las antípodas políticas, consensuaron en 1940 la constitución más innovadora de su tiempo.

Más tarde supe de su trabajo en el Compendio de la Infraestructura de Cuba para el proceso de reconstrucción de la Isla post, y consulté su proyecto “La Habana y sus Paisajes. Una ciudad hacia el futuro: un enfoque sostenible de diseño urbano”. Y allí también encontré la elegancia, esta vez aplicada a la recuperación de una ciudad que nunca dejó de habitar Nicolás Quintana. Un proyecto que intenta impedir la “dramática alteración del entorno urbano (…) el certificado de defunción de La Habana como obra de arte. La Habana cesará de ser la expresión de nuestra cultura y habrá perdido su autenticidad y su atractivo”. En ese proyecto se recoge una frase de Paul Goldberger, quien, en  “The Future of Cuban Cities” (1998), afirma que “El gran reto, para La Habana (…) será encontrar una forma de mantener la autenticidad que es tan esencial para el potencial de las ciudades (…) el reto es encontrar una vía intermedia, para balancear la nueva construcción con la antigua, reconocer las escalas, celebrar la importancia de la calle y los lugares públicos”.

Y ahora comprendo que esa elegancia a la que hacía referencia es una forma de equilibrio. Y no es, desde luego, la elegancia del „nuevo rico“. Quintana conjugaba sin sobresaltos a Le Corbusier y Walter Gropius con Benny Moré y Tata Güines. Si en la ciudad, como dijo Lewis Mumford, „el tiempo se hace visible“, el hombre lo consigue en la conversación. Desde entonces sospecho que la semejanza entre las palabras urbanidad y urbanismo no es un accidente del idioma.

 

“Elogio de la elegancia: Nicolás Quintana”; en: Cubaencuentro, Madrid, 03/06/2011. http://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/elogio-de-la-elegancia-nicolas-quintana-263689