Prestidigitación

8 10 2001

Dominar las habilidades escapistas de Houdini. Convertir halcones en palomas. Extraer la carta exacta en el momento justo. Sacar un enemigo útil del sombrero vacío. Y más tarde serrucharlo ante los espectadores, pretendiendo que el enemigo sonría a la cámara y corrobore la buena fe del mago. Todas estas, juntas, son las diversas técnicas de prestidigitación que está poniendo en práctica el gobierno cubano. De probarse su eficacia, recibirá el diploma cum laude en las artes de la manipulación.

Muchos escritores se han referido a la magia del idioma, pero sólo he podido constatarlo en el artículo “Terminología y manipulación”, publicado por el diario Granma. En él se nos aclara que la yihad es un “combate espiritual”, contra la opresión y la injusticia, siempre defensivo y jamás dirigido contra civiles inocentes (lo dice el Corán). Su ámbito es “la purificación espiritual individual y el esfuerzo por mejorar la calidad de vida de la sociedad”. Esa es la razón por la que en NY los terroristas aguardaron a que las torres estuvieran atiborradas de comandos de elite disfrazados de secretarias y ejecutivos. O que una discoteca judía se llenara de agentes del Mosaad, bajo la apariencia de adolescentes domingueros. En ambos casos las víctimas pasaron a mejor vida. Si a eso se refiere la mejora aludida por el diario cubano. Claro que la presencia de intereses norteamericanos en países islámicos puede interpretarse como una agresión (según Granma), ajustándose a derecho (coránico) la convocatoria a la yihad. Aclara el periodista que el Islam aborrece el suicidio, aunque poco más adelante refiere que los suicidas de la yihad —“personas capaces de inmolarse por los conceptos religiosos en los que creen”, y de paso inmolan a los demás— alcanzarán el cielo mediante esa fórmula del martirologio. Cosa rara, dado que en una sola detonación volatilizan dos preceptos coránicos: son suicidas y asesinos de inocentes.

Un tipo de magia interpretativa se acaba de producir al comentar el apoyo del presidente Bush a un futuro Estado palestino. El mundo lo interpreta como un importante paso, a contrapelo de su colega Sharon, para resolver el mayor foco de conflicto en el mundo árabe, imprescindible para la extirpación global del terrorismo. Las autoridades cubanas lo han calificado como mera retórica en busca del apoyo de los países árabes a su causa. Si hubiera dicho lo contrario, se trataría de apoyo irrestricto al opresor judío. Y si no hubiera dicho nada, silencio cómplice. Claro que esta es una magia menor, que ya sólo causa asombro en los parvularios. Cuba es el país que más respeta los derechos humanos, el único verdaderamente democrático, donde no hay presos de conciencia, etc. Meter un pañuelo rojo en la chistera, y sacarlo tan rápido que parezca azul.

Pero la Política Mandrake no se reduce a la semiótica. Las autoridades cubanas muestran una sorprendente preocupación por el exilio cubano en Estados Unidos, que “puede ser arrastrado por la furia xenófila de los norteamericanos». Luis Sexto se lamenta de que cualquier cubano residente en Estados Unidos podría ser acusado indiscriminadamente de terrorista. Olvidando que sus cinco Luises anteriores les acusaban indiscriminadamente de mafiosos. Varios entrevistados temen por la vida de sus familiares en Estados Unidos, víctimas de «la intolerancia del pueblo norteamericano” (sensu Renato Recio). Amén de que los jóvenes cubanoamericanos serán utilizados como “carne de cañón” en la próxima guerra. Una comprensible preocupación de La Habana, dado que Afganistán queda más lejos que Angola y que Etiopía, y en estos tiempos ocurren muchos accidentes aéreos.

Este tipo de magia es la evolutiva: el gusano de los 60 se mete en el sombrero, y a fines de los 70 sale una mariposa cargada de regalos, miembro de la colmena llamada “comunidad cubana en el exterior”; el mafioso de los 90 se extrae a fines de 2001, convertido en dulce conejito, víctima del águila imperial. Darwin nuestro que estás en los cielos. A este paso, puede que mañana nos descubran que Miami no está poblada por exiliados, sino por androides fabricados por el Pentágono para confundir a la opinión pública mundial, o por invasores extraterrestres que bailan casino en el Nostalgia con el perverso fin de despistar a la especie humana.

Por último, acompañando al pésame a las víctimas, los sentidos votos antiterroristas, y su adhesión (a regañadientes, pero adhesión) al tratado formulado por el Consejo de Seguridad de la ONU, el gobierno alerta a la población, un día sí y el otro también, sobre la presunta, posible y hasta inminente, agresión de Estados Unidos a la Isla. ¿Qué razones tendría para temer algo así un gobierno que jamás ha amparado ni ejercido el terrorismo? ¿Qué informaciones confidenciales impulsan al señor Fidel Castro a exclamar: «¡Nuestra independencia, nuestros principios y nuestras conquistas sociales los defenderemos con honor hasta la última gota de sangre, si somos agredidos!»? Misterio de misterios. Magia de alto calibre. Puede que las razones dimanen de un viejo principio de la magia: La mano es más rápida que la vista. Reformulado: la lengua es más rápida que la vista y la mano. Una técnica que ya conocían los pastores del Viejo Testamento. De modo que cuando la esquila era excesiva, el pasto escaso, o se secaba el abrevadero, gritaban: Ahí viene el Lobo. Y las ovejas se ponían en guardia, postergaban su sed, olvidaban trincar alguna brizna de hierba, y cerraban filas, muy marciales, en torno al pastor. Porque hay una sola cosa peor que no tener nada que comer: ser comido. Con cara de Robin Hood en el bosque de Sherwood, el pastor oteaba el horizonte con el ceño fruncido y la seguridad de que ningún lobo adicto al ganado ovino merodeaba en cien leguas a la redonda. Asombrado aún de que hubiera ovejas tan crédulas, incluso después de trasquiladas.

 

Prestidigitación”; en: Cubaencuentro, Madrid, 8 de octubre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/sociedad/2001/10/08/4187.html.

 

 





Coincidencias

4 10 2001

El 6 de octubre de 1976, el avión CUT 1201 de Cubana de Aviación, sufrió un atentado terrorista en las proximidades de Barbados. Tras infructuosos esfuerzos para alcanzar el aeropuerto, el avión se precipitó al mar a escasas millas de la playa. De las 73 personas que se encontraban a bordo —su único delito era ser cubanos residentes en la Isla que viajaban en un avión cubano—, sólo unos pocos despojos fueron hallados. En aquella ocasión, Cuba sometió al Consejo de Seguridad el proyecto de Resolución S/23990, para que actuara contra los culpables. Pero el proyecto no fue considerado.

Veinticinco años después de aquel acto de barbarie, la Asamblea Nacional del Poder Popular convoca una sesión extraordinaria para rendir tributo a las víctimas, al tiempo que otro episodio de terror tiene al planeta en los umbrales de una guerra cuyas proporciones, alcance y duración aún se desconocen.

Esta vez las Naciones Unidas solicitan unidad a todos los países miembros para evitar el terrorismo, medidas de control sobre las armas químicas, nucleares y bacteriológicas. Una resolución urgente del Consejo de Seguridad (dictada tras “rápidas y poco transparentes negociaciones” según el embajador cubano ante la ONU), acogida al capítulo 7 de la Carta de las Naciones Unidas, obliga a los 189 Estados miembros a negarle asilo y apoyo de cualquier tipo, incluido el político, a los terroristas, cooperar en las investigaciones, facilitar ayuda e información, y congelar los activos financieros vinculados al terrorismo. Se debate en estos momentos un tratado internacional para concertar una campaña contra el terrorismo de alcance mundial. Un tratado que posiblemente incorpore los 12 acuerdos internacionales existentes en materia de terrorismo, a cuya aprobación se insta con urgencia. Esperemos que la definición de la palabra “terrorismo” haya quedado suficientemente aclarada —la delegación cubana exige esclarecer el término, para evitar aceptar sin más la definición que ofrezca la potencia hegemónica—, como para que los Estados acuerden la ratificación de los acuerdos por la vía rápida. Los terroristas, por su parte, no sufren ninguna vacilación semántica.

En medio de esta cruzada global, el primero de octubre, el representante permanente de la República de Cuba ante la ONU, Bruno Rodríguez, citó al señor Fidel Castro, quien en discurso reciente afirmó que el terrorismo “no puede ser nunca instrumento de una causa verdaderamente noble y justa», y que “la comunidad internacional debe crear una conciencia mundial contra el terrorismo”. En lugar de la guerra, que sería “el comienzo del fin del tan proclamado Estado de Derecho”, el embajador cubano en la ONU propone que sea la Asamblea General, más multitudinaria y democrática que el selecto Consejo de Seguridad, la que implemente y organice una estrategia mundial contra el terrorismo, llegando incluso al uso de la fuerza, pero “con extrema prudencia y responsabilidad”. Pide La Habana sortear hegemonismos, dobles raseros o selectividades políticas, invita a convocar “una Conferencia de Alto Nivel sobre el Terrorismo Internacional, la creación de un Centro de Cooperación Internacional y la negociación de una Convención General sobre el Terrorismo Internacional”.

Aunque se declara terminantemente contrario a participar en cualquier acción militar, que antes tendría que contar con la autorización expresa del Consejo de Seguridad, el embajador de Cuba asegura que cooperará de buena fe contra el terrorismo y que “nuestras finanzas son transparentes y nuestros bancos no atesoran ni lavan dinero mal habido (…)nuestras instituciones no venden ilegalmente información o tecnologías, ni toleran el tráfico de armas ni sustancias peligrosas; ni nuestras fronteras amparan el crimen transnacional”.

El embajador reitera que la ONU deberá otorgar el peso decisivo a la Asamblea General, en contra del elitista y minoritario Consejo de Seguridad, y que debería abolirse el derecho al veto.

Coincido en que el terrorismo es un mal de alcance global, y que globalmente debe ser repudiado. No se puede censurar el terrorismo de Estado que ejerce Israel, y hacer silencio ante el estruendo de los hombres-bomba. O viceversa. Ni condenar el terror sembrado por los paramilitares y olvidar el que ejerce la guerrilla. O condenar una posible bomba en Panamá, mientras se elude condenar las bombas de ETA.

Coincido en que se promueva un consenso internacional contra el terrorismo, se debata la semántica y hasta la semiótica del término. Pero la comunidad internacional no se puede enfrascar de brazos cruzados en discusiones bizantinas. Sería un insulto a los que yacen aún bajo las Torres Gemelas, a los cadáveres de Cachemira, las niñas aterradas de Belfast o los concejales de Bilbao que se despiertan a medianoche con la pesadilla del tiro en la nuca.

Coincido en que cada país tenga el derecho de alinearse (o no) en la próxima guerra; pero a todo país le asiste la obligación de cooperar sin titubeos en la extirpación de cualquier terrorismo. La neutralidad o el silencio son en este caso tan perversos como cómplices.

Coincido en que quienes volaron el avión de Cubana hace un cuarto de siglo merecen castigo. Y los que atacaron NY. Y los que derribaron el avión civil de Hermanos al Rescate. Los patrocinadores de los hombres-bomba y los artífices del asesinato high-tech en Israel. Los que hundieron el remolcador Trece de Marzo y los que dejan a su paso en Colombia cosechas de coca y de cadáveres.

Coincido con el gobierno cubano en que la democratización de la ONU es un imperativo global. Un selecto club de naciones no tiene por qué dictar las normas que deberán cumplir todas las naciones. O vetarlas graciosamente cuando no sean de su agrado. Un mundo globalizado demanda órganos que respondan a los intereses de la humanidad, y no de sus segmentos elegidos. E iría más lejos en mi apoyo a las autoridades cubanas en su afán de democratizar el órgano supremo de las naciones. ¿Por qué debe valer lo mismo el voto de un país de 11 millones, que el voto de un país de 1.000 millones de habitantes? En términos de estricta democracia, es absurdo. Aún más: Si queremos que el órgano supremo sea un reflejo cabal de las aspiraciones de toda la humanidad, deberíamos garantizar que quienes asumen la voz y el voto de sus pueblos sean verdaderamente sus representantes, democráticamente electos. Promover la democracia entre las naciones mientras se admite su ausencia dentro de las naciones es una manipulación falaz de la estadística.

El terrorismo jamás ha sido democrático, salvo en el desprecio y la indiferencia hacia la naturaleza de sus víctimas.

Leyendo lo anterior, me percato de que en este asunto mis coincidencias con el gobierno cubano son casi unánimes.

Habría que ver si ellos, en reciprocidad, coinciden conmigo.

 

Coincidencias”; en: Cubaencuentro, Madrid,4 de octubre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/internacional/2001/10/04/4114.html.

 





Mesas redondantes

1 10 2001

Una de las peores herencias del Caso Elián, son las repetitivas mesas redondas, que han terminado por agotar la paciencia audiovisual de los cubanos. A partir de los sucesos de actualidad, los temas se repiten cíclicamente: el embargo, la Ley de Ajuste, la globalización, el embargo. Despreciando los avances del marketing subliminar, su mensaje machacón se extiende durante horas, sin la menor noción de síntesis. Un selecto grupo de propagandistas, denominados periodistas en el argot oficial, se encarga de volver una y otra vez sobre los argumentos, siguiendo el método pedagógico del Orador en Jefe.

Los procedimientos de las mesas redondas se resumen en siete: repetición, verdades fragmentarias, mentiras de apoyo, silencios selectos, afirmaciones tangenciales, olvidos convenientes e interpretación única.

En la última mesa redonda transmitida por la televisión cubana, los propagandistas habituales se refirieron con velado regocijo a la preparación de los talibán para la defensa, y a los miles de voluntarios pakistaníes que acuden a cumplir en Kabul su deber internacionalista y fundamentalista. Se trata de una afirmación tangencial, dado que no pueden expresar abiertamente su apoyo a los talibán contra Estados Unidos en la presente coyuntura. Como cuando evocan la antigua relación de negocios entre las familias Bush y bin Laden, que nada tiene que ver con Osama, pero sugiere al espectador un vínculo perverso.

Se acusó al imperialismo, por supuesto, de emprender una guerra hegemónica que ya tenía preparada, y a la espera de una excusa, en consonancia con lo expresado recientemente por el señor Fidel Castro: «Ante el Congreso de Estados Unidos, se diseñó la idea de una dictadura militar mundial bajo la égida exclusiva de la fuerza, sin leyes ni instituciones internacionales de ninguna índole». (Interpretación única, que será repetida una y otra vez, y no requiere demostración). Claro que uno no sabe muy bien si, mientras lo decía, el señor Fidel Castro recordaba las aspiraciones expansionistas del antiguo campo socialista, o su propio intento de establecer un imperio de la subversión manipulado desde La Habana, y conformado por los más variopintos grupos, con un denominador común: su enemistad hacia Estados Unidos. En sus épocas de esplendor, cuando aún contaba con la logística soviética, sus tentáculos alcanzaron cuatro continentes. Sus asesores militares florecieron como la verdolaga, hasta el punto de que durante la guerra entre Etiopía y Somalia, había cubanos en ambos bandos.

En la mesa redonda se comentó también el levantamiento de sanciones y las ayudas económicas norteamericanas como un modo de “comprar” la cooperación de Pakistán. De nuevo se olvida (selectivamente) que en sus “buenos tiempos” Cuba compró adhesiones obsequiando hospitales y centrales azucareros; médicos y maestros tan bien capacitados como mal pagados, por lo que constituían una mercancía barata. O armas, ya repondría Papaíto Moscú. O aquella libra de azúcar que cada cubano donó de su cuota al Chile de Salvador Allende, y que debió seguirse entregando puntualmente al Chile de Pinochet, porque jamás la recuperamos.

No merecen comentario sus acusaciones a las autoridades norteamericanas de pretender cercenar los derechos civiles. Dicho desde Cuba, es puro chiste. Es un ejemplo de silencio elegido (toda referencia a los derechos civiles en Cuba) y verdad fragmentaria al no mencionarse las posibles causas de esos presuntos recortes. Esta última técnica es mucho más explícita cuando Arleen Rodríguez, comentando el apoyo de Rusia a Bush, extrae con pinzas la acotación de que algunos parlamentarios no han estado de acuerdo. Traducida y ponderada la nota: una parte del pueblo ruso no aprueba la alineación de su presidente.

Y cuando Randy Alonso denuncia que la prensa será presionada hasta llegar a la mentira, que una emisora de televisión de Baltimore obligó a todos sus locutores a leer antes las cámaras una declaración de apoyo al gobierno, o que la Voz de las Américas censuró un mensaje del mullah Mohammad Omar al pueblo estadounidense. Aunque no sabemos si se trata de una crítica o de una autocrítica velada.

Pero lo más interesante de esta última mesa redonda es que en un solo silencio se resumen la reiteración, la mentira de apoyo, el olvido conveniente y la interpretación única.

Uno de los temas recurrentes de los últimos tiempos han sido los cinco agentes condenados en Estados Unidos por espiar para Cuba (repetición), de quienes se reiteraba que no se interesaban por objetivos norteamericanos sino sólo por las actividades del exilio. Esta afirmación, que hasta el momento no pasaba de interpretación única, se ha convertido de pronto en mentira de apoyo.

La detención reciente de Ana Belén Montes, principal analista del Pentágono para asuntos militares cubanos, acusada de espiar para Cuba desde 1996, ha echado por tierra el argumento principal para la reivindicación patriótica de los cinco espías. Resulta difícil demostrar que Ana Belén Montes se dedicara a espiar al exilio en Washington y, en particular, desde uno de los circuitos más selectos de la inteligencia norteamericana, la Agencia de Información de Defensa (DIA), brazo de inteligencia del Departamento de Defensa. Una agencia que integra, con la CIA, la Agencia de Seguridad Nacional y la Oficina Nacional de Reconocimiento, la elite de la inteligencia norteamericana. Resulta difícil explicar con la tesis patriótica y anti-exilio, que esta agente haya entregado a Cuba un «Programa de Acceso Especial», tan clasificado que ni siquiera pudo ser mostrado al tribunal. El hecho de que la especialista de la DIA haya sido detenida a raíz del desmantelamiento de la Red Avispa demuestra la relación de esta “patriota” con los otros cinco. Más inconveniente aún, cuando ahora se sabe que entre sus actividades al servicio de Cuba pudo influir en el informe al Congreso de Estados Unidos en 1998, donde se afirmaba que Cuba ya no es una amenaza militar para Estados Unidos. Un intento de influir directamente en la política norteamericana, y que muy poco tendría que ver con el exilio. O la información, que presuntamente pasó a la Isla, sobre unas maniobras militares realizadas en 1996 por el Comando Atlántico, ejercicios militares en Norfolk, Virginia, y «un programa de acceso especial relacionado con la defensa nacional de Estados Unidos”. La sugerencia de la representante republicana de Florida, Ileana Ros-Lehtinen, acerca de que Cuba podría haber compartido esta información con Irán o Iraq puede asumirse por ahora como hipótesis, aunque en caso de confirmarse agravaría los hechos.

¿Cómo han asumido las mesas redondas esta noticia? Primero: el silencio. Ni una línea se ha publicado en la Isla sobre el caso. Ni un comentario en las mesas redundantes que tanto tiempo gastan en repetir manidos argumentos. Segundo: desaparecen los cinco “patriotas” de la retórica oficial (fin de la reiteración e inicio del olvido conveniente). Un modo, aunque sea verbal, de desconectarse del hilo directo que conduce hacia Ana Belén Montes. Tercero: al develarse que la interpretación única (patriotas Vs. exilio) no era más que una mentira de apoyo, se pasa de inmediato al Plan B: el silencio.

No obstante, los portavoces de las mesas redondas continuarán ideando astucias para sortear los baches de silencio (transitar las calles cubanas es una práctica excelente), agotar la sintaxis para decir lo mismo y que no lo parezca, quizás con el propósito de convertir a La Habana en una caricatura retórica de Camelot.

 

Mesas redondantes”; en: Cubaencuentro, Madrid,1 de octubre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/sociedad/2001/10/01/4043.html.

 





Demencia cerril

20 09 2001

Desde la declaración inicial de condolencia por las víctimas de los actos terroristas contra Estados Unidos, y la oferta de ayuda humanitaria al vecino del norte, hecha pública por el Señor Fidel Castro, la prensa cubana ha dejado traslucir una suerte de satisfacción contenida. La moraleja de los textos propios y los refritos de la prensa internacional cuidadosamente seleccionados, es que “donde las dan, las toman”. Y que lo sucedido no es sino la inevitable reacción a la acción norteamericana en el mundo. Esta ambigüedad ha oscilado entre el pésame y la revancha, sin precisar una postura diáfana y oficial sobre la inevitable reacción norteamericana a lo que ya se ha calificado como un acto de guerra. Hasta hoy.

Con fecha 19 de septiembre, y bajo el título “No todo está perdido todavía”, el diario Granma publica una declaración oficial del gobierno de la República de Cuba. Tras una fugaz referencia al acto terrorista, se habla de que como consecuencia han resucitado “viejos métodos y doctrinas que están en la raíz misma del terrorismo”, “se escuchan frases” de dirigentes norteamericanos, no oídas, según Granma, “desde los tiempos que precedieron a la Segunda Guerra Mundial”. No hay que ser muy listo para invocar a la Alemania nazi.

Más adelante cuestiona el gobierno cubano si Estados Unidos persigue la justicia o imponer una tiranía universal. Y señala que bien podría abrogarse el derecho de asesinar a cualquiera que estime conveniente en cualquier lugar del mundo, recordando de paso a Patricio Lumumba y los atentados contra el Señor Fidel Castro, investigados por el propio Senado norteamericano. Con lo cual hace una interesante acotación, porque la Asamblea Nacional del Poder Popular jamás sería autorizada a investigar el derribo de la avioneta de Hermanos al Rescate, o el hundimiento del buque 13 de Marzo, por ejemplo.

En un párrafo donde muestran un inusitado pudor, se declara que “Tan grave como el terrorismo, y una de sus formas más execrables, es que un Estado proclame el derecho de matar a discreción en cualquier rincón del mundo sin normas legales, juicios y ni siquiera pruebas. Tal política constituiría un hecho bárbaro e incivilizado, que echaría por tierra todas las normas y bases legales sobre las que puedan construirse la paz y la convivencia entre las naciones”. Un texto que no parece elaborado por el mismo Estado que ha entrenado guerrillas en tres continentes, que da cobijo a terroristas notorios del IRA y de ETA, que manejó durante más de una década los hilos de la subversión latinoamericana, actuó como ejército de ocupación durante la guerra civil angolana, entre otras, y apoya en Colombia a la narcoguerrilla del secuestro. El mismo gobierno que jamás levantó la voz para comentar (no ya condenar) la invasión soviética a Afganistán, que costó cientos de miles de víctimas, ahora se aterra ante la posible invasión norteamericana. Una guerra contra la dictadura talibán, posiblemente el peor enemigo que haya tenido en su larga historia el pueblo afgano (y no han sido pocos), una invasión que aplaudirá media humanidad, empezando por los cinco millones de exiliados afganos.

Otro curioso comentario de la declaración, tras tildar de terrorista y fascista la presunta conducta norteamericana, es que de producirse una respuesta consistente en “asesinar fríamente a otras personas, violar leyes, castigar sin pruebas y negar principios de elemental equidad y justicia para combatir el terrorismo”, se destruiría el prestigio de Estados Unidos. Hay aquí dos elementos novedosos: El primero: un apego muy reciente, diría que de ahora mismo, por el ejercicio de la justicia, la equidad, las pruebas y la vida; en un país donde la lista de fusilados por razones políticas es larga, los abogados defensores parecen compungidos fiscales, la ley se estira o encoge a voluntad, opinar es delito, e incluso puedes caer en chirona por el crimen que vas a cometer mañana, es decir, por peligrosidad. Una perla de la jurisprudencia. La segunda curiosidad: Ahora resulta que los abominables Estados Unidos tienen prestigio, dado que no se puede destruir lo que no existe.

También los talibán exigen pruebas concluyentes contra Osama Bin Laden, antes de estudiar si lo entregan o no. Y piden mucho más. Que por pedir no quede. Puede que ahora mismo nadie pueda entregarles esas pruebas, ni ellos facilitarán que sean encontradas en su territorio. Pero basta hacer memoria para recordar las acciones contra dos embajadas en Kenya y Tanzania, donde murieron 257 personas, la minoría norteamericanas, a las que Bin Laden no fue ajeno. Libia lo busca por el asesinato de dos alemanes en 1994. Se le atribuye el primer atentado a las torres del WTC en 1993. Según los rusos, es el principal sostén de la guerrilla chechena que, más allá de la justicia o no de su causa, y de los pocos escrúpulos rusos en materia de represión (que Cuba tampoco ha condenado), provocó en Moscú la masacre de 300 civiles, aunque menos televisiva que la de las torres gemelas. Sus declaraciones a favor de una cruzada contra Occidente son públicas y notorias. Con muchas menos pruebas, cualquier disidente de barrio es sentado en La Habana en el banquillo de los acusados. Por hablar. Simplemente. Y condenado.

Claro que en la versión de la postura afgana que nos entrega el comunicado cubano, “Los ulemas de Afganistán, dirigentes religiosos de un pueblo tradicionalmente combativo y valiente, están reunidos para adoptar decisiones fundamentales. Han dicho que no se opondrán a la aplicación de la justicia y a los procedimientos pertinentes, si los acusados de los hechos que residan en su país son culpables. Han pedido simplemente pruebas, han pedido garantías de imparcialidad y equidad en el proceso”. El gobierno cubano parece ignorar (o suponen que nosotros lo ignoramos) que para esos “dirigentes religiosos” (algo que suena a piadoso y respetable) “la aplicación de la justicia” incluye la mutilación, la discriminación sexual, la represión más feroz, la ejecución sin mucho trámite de todo el que incumpla la sharia, incluso una inocente estatua de Buda. Pero no. Según la declaración de marras, es el gobierno norteamericano quien está exigiendo “a los líderes religiosos pasar por encima de las más profundas convicciones de su fe, que como se sabe suelen defender hasta la muerte”. Y de pasar por encima de las ”profundas convicciones” de la fe ajena algo sabrá el gobierno cubano.

Para colmo, ahora resulta que estos santos señores del gobierno talibán “no sacrificarían a su pueblo inútilmente si lo que solicitan, éticamente irrefutable, es tomado en cuenta”. Vistos los últimos acontecimientos, la afirmación resultaría risible si no fuera trágica. Los talibán vienen sacrificando a su pueblo, en especial a sus mujeres, desde que tomaron el poder. No sé si eso será relevante para el machismo-leninismo tropical. Y de que no lo sacrifique más se está ocupando el propio pueblo afgano, los cientos de miles que huyen hoy hacia cualquier frontera, haciendo caso omiso al llamado a la yihad del jeque Mohamed Omar.

En un alarde de pacifismo reciente, el comunicado afirma que “ningún problema del mundo actual podría resolverse por la fuerza”, de modo que ya no se crearán dos, tres, muchos Vietnam, el desmedido gasto militar cubano es innecesario, la recomendación a Kruschev de asestar el primer golpe y desatar los fuegos artificiales es cosa del pasado, y en breve los discursos del Patriarca en su invierno concluirán con “Peace & Love” en lugar del “Patria o Muerte”.

Tras el patético llamamiento a un juicio justo a Bin Laden, el nuevo pacifismo de las autoridades de la Isla, y la invocación a alternativas a la guerra “injusta” que se avecina, alternativas que Cuba no especifica pero que apoyaría “sin vacilación”; se descubre sin dificultad que en el cartel de “Se busca vivo o muerto” diseñado por las autoridades cubanas, el retrato que aparece no es el del terrorismo internacional, sino el mismo que de costumbre. Confiemos que en un momento especialmente delicado como éste, Occidente no atribuya esta declaración a la complicidad, sino al Alzheimer.

Demencia cerril”; en: Cubaencuentro, Madrid,  20 de septiembre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/sociedad/2001/09/20/3897.html.

 





Los niños nacen para ser

5 09 2001

Dadas las circunstancias que son moneda corriente para una buena parte de la infancia de este planeta, decir que los niños nacen para ser felices puede ser excesivo. Bastaría que nacieran para ser, para sobrevivir sin padecer malnutrición (150 millones); sin morir por causas evitables (10 millones por año); acudiendo a la escuela (100 millones en el mundo no asisten a las aulas); en lugar de ser obligados al trabajo infantil (250 millones entre 5 y 14 años), en especial, la prostitución y el tráfico de drogas que ejercen niños raptados, esclavizados o vendidos por sus propios padres; o los 300.000 niños-soldados que pelean en 30 países después corromper sus vidas para siempre al entrenarlos para matar. De todos ellos se hablará en la sesión especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que debatirá entre el 19 y el 21 de septiembre próximo sobre la calidad de vida infantil en la década de los 90. Y de los 13 millones de huérfanos legados por el SIDA, principalmente en África.

Frente a ese mapa pavoroso de la infancia, bien podría decirse que los niños en Cuba nacen para ser felices. A pesar de la escasez de medios y recursos, disfrutan de escolarización obligatoria y generalizada. La venta y el tráfico de niños son fenómenos inexistentes. Las estadísticas de salud infantil son dignas del primer mundo. Aunque carecen de leche a partir de los siete años y aunque sus índices nutricionales han descendido considerablemente durante los 90, aún distan mucho de los parámetros que asolan a los niños más castigados del Tercer Mundo. No hay niños esclavizados ni uncidos a extenuantes jornadas de trabajos forzados, tal como se observa en muchos países del mundo.

Tratándose de los niños cubanos, me encantaría concluir este artículo en el punto y aparte anterior, afirmar que la infancia en la Isla es una foto en colores de niños felices con pañoletas de pioneros. Muy a mi pesar, no es así.

Si bien los niños cubanos disponen de un sistema de salud que la mayoría del Tercer Mundo envidiaría, la falta de medicamentos y las precarias condiciones materiales de los hospitales hacen más penosa la vida de los que tengan la mala suerte de enfermarse y no cuenten con ningún pariente entre la mafia de Miami que le envíe los medicamentos.

Cuba se ha convertido, según los analistas, en el segundo destino del turismo sexual en el mundo, y de las (los) jineteras(os), una parte importante no rebasa los 18 años, edad que normalmente marca la mayoría de edad —aunque en Cuba, curiosa diferencia, la mayoría de edad para ejercer el voto único son los 16 años, y los 21, en cambio, para emigrar—. Lo peor en que, con harta frecuencia, la prostitución es admitida o tolerada por los padres, dado que en una sola noche una jinetera de quince años puede aportar al presupuesto familiar más que su madre y su padre (ingeniero y médico, respectivamente) en un mes. La jinetera ya no es depositaria del repudio social. Por el contrario. Las (los) ejecutivos del sexo son triunfadores en la dura carrera por la supervivencia, y hay niñas que se disfrazan de jineteras en las fiestas. Chulos y policías hacen más sórdido su status.

El trabajo infantil forzoso no reviste en Cuba la crueldad de otras latitudes, pero existe. En las escuelas al campo y en el campo, los niños son obligados al trabajo agrícola no remunerado, cuyo propósito es supuestamente educativo. En realidad, constituye una excelente escuela de simulación, donde los niños, sin dejar de repetir la consigna, escurren el bulto todo lo posible, y se aprende precozmente a odiar el trabajo cuyos resultados no se palpan. Y ese es, posiblemente, el peor resultado.

Los niños en Cuba no son enrolados en la guerra, ante todo porque Cuba no está en guerra. Pero sí son educados en el odio: al Imperialismo, a los yanquis, a sus compatriotas del exilio, el odio a todo el que no esté de acuerdo con el credo oficial. Con frecuencia el catecismo que reciben en la escuela difiere de las opiniones que escuchan en la casa, adquiriendo tempranas nociones de doble moral. Y la moral desaparece cuando se duplica. No son raras las familias que se abstienen de comentarios heréticos ante los niños, con un doble propósito: evitar que en su inocencia los repitan en la escuela, algo que puede acarrear desagradables consecuencias, y que entren demasiado pronto en crisis de credibilidad: maestros vs. familiares, realidad teórica vs. realidad objetiva. Deben repetir las consignas que les redactan sus mayores, sin importar que crean o no en ellas y adquieren la noción de que lo políticamente correcto, no sólo es recomendable, sino obligatorio. Negarse de plano a acudir a las escuelas al campo, negarse a ingresar en los pioneros y, más tarde, en la Unión de Jóvenes Comunistas, les cerrará la puerta hacia los estudios superiores. De modo que es cada vez más difícil distinguir a los que creen de quienes simulan creer. Hablar en esas circunstancias de valores, moral y principios, es bastante arriesgado. Ni siquiera de la elemental honradez que consiste en respetar la ley, porque la supervivencia en Cuba depende hoy de la continua transgresión de las leyes, a menos que dispongas de la ayuda familiar que envían los “mafiosos de Miami” a los que aluden diariamente las mesas redondas. Para más confusión.

El alejamiento de las familias durante los años cruciales de su formación, acentúa en adolescentes la pérdida de valores, en ambientes donde la promiscuidad y la temprana iniciación sexual, desembocan con frecuencia en cifras de abortos en menores que, a pesar de ser maquilladas, son simplemente atroces.

Que el niño cubano no disponga de la última gameboy, o de los más elementales bienes de consumo, es lo de menos. Pero la precariedad de la vivienda, la promiscuidad y el hacinamiento, sí afectan la convivencia, desestructuran la familia e inciden en el altísimo índice de divorcios. Si a ello sumamos que uno de cada seis cubanos vive en el exilio, y que resulta excepcional la familia que se libra de la dispersión, el panorama familiar del niño cubano no es precisamente idílico.

Por eso no es raro que las estadísticas de suicidios en adolescentes cubanos sean pavorosas, que haya disminuido la intención de ingreso a las universidades, y que los niños cubanos cifren precozmente sus esperanzas de futuro en la picaresca o el exilio.

De esos Elianes sin nombre no se hablará en la próxima sesión especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas, lo que demuestra que no toda infelicidad cabe en las estadísticas.

 

Los niños nacen para ser”; en: Cubaencuentro, Madrid,5 de septiembre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/sociedad/2001/09/05/3672.html.

 





La invasión gallega

3 09 2001

Lo que algunos llaman la “nueva colonización” española de Cuba no es nada nuevo ni se refiere exclusivamente a Cuba. Tras la consolidación del despegue económico español, sus empresarios han dirigido su mirada (y su capital) hacia América Latina con un fervor sólo comparable al de aquellos precursores de la globalización que, en el siglo XVI, adscribieron todo un continente a la geografía europea. De modo que en apenas veinte años, España se ha convertido en el segundo y a veces el primer inversionista extranjero en varios países latinoamericanos, cosa sorprendente si consideramos que hasta hace no mucho la península pertenecía por derecho propio al Tercer Mundo.

Con sus altas y sus bajas, Fidel Castro mantuvo buenas relaciones comerciales con su homólogo Franco, época de la que conserva a su mejor interlocutor en la Madre Patria: el capo gallego Don Manuel Fraga Iribarne. Claro que España no iba a conceder a Cuba las subvenciones de las que la dotaba el campo socialista. Por eso habría que esperar a su extinción, y la apertura cubana a las inversiones, para que España se convirtiera, junto a Canadá, en el primer socio comercial cubano, con la cuarta parte de las 392 asociaciones económicas de capital mixto, y 213 empresas representadas (de las 775 presentes en la Isla). Actualmente, es el tercer acreedor de Cuba, con un 10,8% de su deuda externa —$11.200 millones hasta 1998, que habrán crecido sustancialmente, dado el déficit de Cuba en la balanza comercial ($515 millones vs. $120 millones sólo en 2000). A esto se suman 150.000 turistas españoles por año de visita a la Isla.

La XI Sesión del Comité Hispano Cubano de Cooperación Empresarial, celebrada recientemente, contó con la participación de 70 empresarios españoles, el vicepresidente del Consejo de Ministros de Cuba, José Ramón Fernández, los titulares de Comercio Exterior, Raúl de la Nuez, de Inversión Extranjera, Marta Lomas, y de Transporte, Álvaro Pérez. En ella, José Manuel Fernández, director de la Cámara de Industria y Comercio española, definió a Cuba como una “zona estratégica para las inversiones», trampolín para la expansión económica hacia otras regiones, e instó al gobierno cubano a ofrecer mayores «seguridades legales» a los inversionistas. Se solicitará a la Isla la liberación y desregularización de los sectores cerrados a la inversión extranjera. Un argumento que no hizo explícito, pero que todos conocemos, es la especial circunstancia de que el escenario cubano está vedado al inversionista norteamericano, competidor peligroso y cercano.

Al mismo tiempo que las autoridades cubanas promueven inversiones españolas en infraestructura del turismo y distribución comercial, reconocen, por boca de Antonio Carricarte, presidente de la Cámara de Comercio de Cuba, que el desequilibrio de la balanza, muy favorable a España, es «uno de los problemas más acuciantes en nuestras relaciones». Exportar la Revolución ya no es rentable, por tanto el gobierno deberá pensar otras soluciones.

Todo esto ha despertado una extendida animadversión hacia los empresarios españoles en los círculos cubanos del exilio: tanto entre instituciones como entre ciudadanos corrientes, principalmente en Estados Unidos. Las razones son diversas.

Expertos norteamericanos criticaban recientemente en Miami la explotación de los trabajadores cubanos por los empresarios españoles en la Isla. A esos trabajadores se les pagan salarios de miseria que el Gobierno cubano reduce más de veinte veces al traducirlos automáticamente a pesos. Sin libertad de asociación ni sindicatos que defiendan sus derechos, los trabajadores cubanos se encuentran en el status de mano de obra cautiva, aunque un funcionario del sindicato Comisiones Obreras afirme desde Madrid que en Cuba “tienen reconocidos los derechos de los trabajadores en su Constitución” y que los cubanos disfrutan de una “pobreza bella, porque cada uno de los ciudadanos la vive». Claro que si ese sindicalista propusiera a los trabajadores españoles una cobertura sindical semejante lo echarían a patadas de su puesto en cinco minutos.

Otro argumento es que los inversionistas españoles oxigenan al régimen cubano, permitiendo su supervivencia. Que aprovechan oportunidades de las que están excluidos los propios cubanos (de adentro o de fuera), sin otra consideración moral que la ganancia. Y no hay que olvidar la noción de la superioridad cubana: desde mediados del siglo XIX, la Isla fue más productiva y rica que su metrópoli, y durante la primera mitad del XX, los “gallegos” inmigraron como bodegueros y peones, no como ejecutivos. Medio siglo después, la balanza migratoria se ha invertido. Pero cuesta trabajo acostumbrarse.

Es cierto que la inversión extranjera colabora a la supervivencia del gobierno actual. Como también colaboran las remesas familiares —con su monopolio del comercio minorista, el gobierno cubano se abroga el derecho de imponer unos márgenes abusivos de ganancia—. Es cierto que el capital extranjero aprovecha en Cuba los bajos precios de la mano de obra, la limitada competencia; como también es cierto que se arriesga en un mercado incierto y sujeto a la cambiante voluntad del Economista en Jefe.

La Cuba de hoy sin inversiones foráneas ni los $1.200 millones anuales de remesas familiares, se vería abocada a un Período Más Especial, si cabe. Una circunstancia que podría provocar tímidas reformas económicas, e incluso una evolución sínica de la economía, pero difícilmente una apertura democrática. Una vuelta de tuerca a la represión sería más que probable.

La primera pregunta pertinente: ¿Se comportaría de diferente manera el inversionista norteamericano, el cubano-americano o el presunto empresario cubano, de serle concedidas idénticas oportunidades?

Y la segunda: ¿Estaría dispuesto el exilio cubano a suprimir las remesas, restándole oxígeno al régimen y ahogando de paso a sus propios familiares? Sospecho que la respuesta mayoritaria es no. De lo que se desprende la tercera pregunta:

¿Podemos pedirle al inversionista español que prescinda de oportunidades, que no negocie con el régimen, que no le preste respiración artificial, cuando nosotros mismos nos sentimos moralmente incapaces de cortarle el suministro de dólares, si el precio a pagar es la supervivencia de los nuestros?

Cada cual tendrá sus propias respuestas a estas preguntas. Pero algo que no dimana de las palabras, sino de los hechos, queda para mí muy claro. Al inversionista le interesa, ante todo, su margen de ganancia. Al gobierno cubano, mantenerse en el poder a toda costa, incluso contra el bienestar y la supervivencia de los gobernados. Y a los denostados exiliados, a la “mafia de Miami”, a la diáspora repartida por medio mundo, antes que promover la caída del régimen que nos obligó a ese duro oficio que es el exilio, nos interesa el destino de los nuestros. Nuestros compatriotas. Los nuestros. No los suyos. Y eso me enorgullece.

 

La invasión gallega”; en: Cubaencuentro, Madrid,3 de septiembre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/economia/2001/09/03/3624.html.

 





Vaticinios

8 08 2001

Si no aprendemos de la Historia, nos vemos obligados a repetirla. Cierto.

Pero si no cambiamos el futuro, nos veremos obligados a soportarlo.

Y eso podría ser peor.

Alvin Toffler

 

“El futuro ya no es lo que era”, dijo un tal Anónimo, y lo repitieron con otras palabras Paul Valery y Arthur Clarke. Puede decirse que el futuro ya no es lo que solía ser aquel 16 de octubre de 1953, cuando el joven abogado Fidel Castro Ruz leyó su alegato de defensa “La historia me absolverá”. Aquel texto nos permite cotejar el dibujo del porvenir que en aquellos días nos ofrecía el protolíder cubano con la realidad a medio siglo de distancia.

Antes de ofrecernos un vaticinio del futuro que se construiría bajo sus órdenes, FC vindicó su derecho a subvertir por la fuerza un orden tiránico. Citaba a tales efectos a las monarquías teocráticas de la antigüedad, a los pensadores de la antigua India, las ciudades estado de Grecia y a la República Romana, a Juan de Salisbury, Santo Tomás de Aquino, Martín Lutero, Felipe Melanchtlon, Calvino, Juan Mariana, los reformadores escoceses y Jorge Buchman, Juan Altusio, Juan Jacobo Rousseau, la Declaración de los Derechos del Hombre (“Cuando una persona se apodere de la soberanía, debe ser condenada a muerte por los hombres libres”) y a Montesquieu, entre otros, con una memoria prodigiosa que le abandonó en 1959, porque desde entonces hasta hoy la más tímida disidencia ha sido objeto de sanciones desmesuradas, tildadas de acciones al servicio de una potencia extranjera (el monopolio del poder trae de ñapa el monopolio de la cubanía). Él mismo lo explica citando en su alegato a Montesquieu: “Así como es necesaria la virtud en una democracia, el honor en una monarquía, hace falta el temor en un Gobierno despótico, en cuanto a la virtud, no es necesaria, y en cuanto a honor, sería peligroso”. Desde aquel instante podíamos empezar a preocuparnos por nuestro futuro, el sitio donde, como dijeran Mike Mc Avennie y Woody Allen, habríamos de pasar el resto de nuestras vidas.

¿Cuál era el futuro de Cuba que proponía aquel abogado? Se resumía en cinco leyes que “serían proclamadas inmediatamente”. La primera “devolvía al pueblo la soberanía y proclamaba la Constitución de 1940 como la verdadera ley suprema del Estado”. La segunda era la Ley de Reforma Agraria que se pondría en marcha. La tercera, otorgaría “a los obreros y empleados el derecho de participar del 30% de las utilidades en todas las grandes empresas”. “La cuarta ley revolucionaria concedía a todos los colonos el derecho a participar del 55% del rendimiento de la caña y cuota mínima de 40 mil arrobas a todos los pequeños colonos que llevasen tres años o más de establecidos”. Y la quinta ley “ordenaba la confiscación de todos los bienes a todos los malversadores de todos los Gobiernos” y a herederos de dineros mal habidos. Cosa que también se puso en práctica. Concluyendo “que la política cubana en América sería de estrecha solidaridad con los pueblos democráticos del continente”, porque “Cuba debía ser baluarte de libertad y no eslabón vergonzoso de despotismo”. De seis, dos. Mal average.

Otros buenos propósitos del joven abogado eran “asegurar a cada trabajador manual e intelectual una existencia decorosa”, así como resolver los ocho problemas: “El problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud del pueblo; (…) junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia política”. En cuanto al problema habitacional, se proponía financiar “la construcción de viviendas en toda la Isla en escala nunca vista, bajo el criterio de que si lo ideal en el campo es que cada familia posea su propia parcela, lo ideal en la ciudad es que cada familia viva en su propia casa o apartamento”. Medio siglo después, el legado es la destrucción de las ciudades “en escala nunca vista”, sólo el pequeño agricultor de 1959 posee la tierra, y aquel joven abogado que citaba los criterios anti latifundistas de la Constitución del 40 es el mayor terrateniente del planeta. Vamos a peor: de ocho, dos, y quizás pecamos de generosos.

“Cuba sique siendo una factoría productora de materia prima”. (…) “el Estado se cruza de brazos y la industrialización espera por las calendas griegas”, decía él por entonces y no parece haber transcurrido medio siglo. Incluso resulta asombroso que desde esa distancia, aquel abogado nos dicte un programa de Gobierno que se ajusta bastante a lo que esperan los cubanos de una transición: “Un Gobierno revolucionario con el respaldo del pueblo y el respeto de la nación, después de limpiar las instituciones de funcionarios venales y corrompidos, procedería inmediatamente a industrializar el país, movilizando todo el capital inactivo que pasa actualmente de mil quinientos millones a través del Banco Nacional y del Banco de Fomento Agrícola e Industrial y sometiendo la magna tarea al estudio, dirección, planificación y realización por técnicos y hombres de absoluta competencia, ajenos por completo a los manejos de la política”. Claro que ya no existen los millones que él heredó y dilapidó graciosamente.

Cierto que algunas cosas han variado: el cubano es hoy un pueblo más instruido, y dispone de índices de atención médica y educacional superiores. El país de inmigrantes se convirtió en país de emigrantes. De estar a la cabeza de América Latina en sus parámetros económicos, se ha trasladado a la cola. Del superávit al déficit. De acreedor a deudor. De conceder ayuda humanitaria, a recibirla. Hasta Malasia y el Vietnam devastado por una de las peores guerras del siglo le otorgan créditos blandos que parecen limosnas. Los gallegos acuden de turistas a la Isla. Los cubanos acuden de braceros a Almería, se asilan en Honduras, se baten con los tiburones del Estrecho para pisar la tierra prometida. Cuba dispone de uno de los mayores ejércitos del mundo con relación a sus habitantes, la moneda nacional es el U.S. dólar, las prostitutas multiplican el salario de los médicos, y los ingenieros sueñan ser camareros al servicio de un patrón catalán, que ahora acuden como bodegueros de alto standing. O mejor, despertarse algún día convertido en extranjero, para poder vivir decorosamente en el Vedado, fundar su propia empresa en Miramar y llevar a los niños de vacaciones a Varadero. O a Santa María, para no ser muy ambiciosos.

Por todo ello, coincido con aquel joven abogado cuando aseguraba en su alegato: “No podréis negarme que el régimen de Gobierno que se le ha impuesto a la nación es indigno de su tradición y de su historia”. Lo que él pronunció como una acusación, se encargó de convertirlo más tarde en vaticinio.

 

La Historia: pendiente de absolución (II) ”; en: Cubaencuentro, Madrid,8 de agosto, 2001. http://www.cubaencuentro.com/opinion/2001/08/08/3488.html.

 





Angola en la desmemoria

3 08 2001

Más de un cuarto de siglo ha transcurrido desde aquel octubre de 1975, cuando en una operación relámpago tropas especiales cubanas atravesaron el Atlántico y cambiaron el destino inmediato de Angola, un país que hasta ese día pocos cubanos conocían. La operación sorprendió a la inteligencia norteamericana, y más aún a las tropas sudafricanas que habían iniciado un paseo triunfal hacia Luanda.

El 10 de noviembre de 1975 la bandera portuguesa sería arriada por última vez, y una frenética carrera hacia Luanda tenía lugar entre el MPLA de Agostinho Neto, la UNITA de Jonas Sabimvi, el fantasmal FNLA de Holden Roberto, y las tropas sudafricanas.

Detenidos en seco por los cubanos, con la cooperación de las FAPLA, brazo armado del MPLA, los sudafricanos contemplaron estupefactos el principio del fin del apartheid, aunque aún no lo supieran.

Hasta enero del siguiente año, los cubanos no leeríamos en la prensa una mención ambigua a la participación de Cuba en esa guerra, aunque ya habían comenzado las movilizaciones que constituirían, a lo largo de 16 años, e involucrando a cientos de miles de soldados y reservistas, la mayor campaña militar cubana fuera de sus fronteras.

Durante 16 años, Cuba mantuvo en Angola un contingente militar de entre 30.000 y 50.000 hombres; al que se sumaron técnicos, médicos, maestros, etc. Salvo una minoría de mandos militares y dirigentes, que hicieron en Angola carrera y fortuna, los “internacionalistas” acudían a África movidos por el altruismo y la generosidad (en el mejor de los casos), o para evitar una mancha en su expediente que truncaría en Cuba toda posibilidad de ascenso.

Tras el acuerdo tripartita de 1988 entre Angola, Sudáfrica y Cuba, que sancionaría la independencia de Namibia según la resolución 435 de las Naciones Unidas; se determinó la evacuación de los soldados cubanos antes del primero de julio de 1991.

Vimos el regreso de los últimos soldados y la repatriación de los cadáveres, algo más de 2.000 en cifras oficiales; muchos más, según fuentes alternativas. Las secuelas de aquella guerra aún son palpables en los veteranos mutilados física o síquicamente, las viudas y los huérfanos. Para ellos no se trató de un ejercicio de “internacionalismo”. Tampoco fue el capítulo africano en la operación a gran escala por el liderazgo en el Tercer Mundo, emprendida por el Comandante en Jefe tras la extenuación de la insurgencia latinoamericana. Para ellos sigue siendo, hoy, la experiencia que marcó para siempre sus vidas, en ocasiones de modo irreversible.

A diez años de la retirada cubana, ¿cuál ha sido el destino de Angola? ¿Qué peso específico tiene en él la Isla?

La primera pregunta tiene una respuesta trágica. En el décimo aniversario de los acuerdos de paz de Bicesse, firmados en Lisboa, y donde Cuba no fue invitada ni como observadora, Angola cumple más de un cuarto de siglo de guerra civil, con un saldo de cuatro millones de desplazados, un millón de muertos, más de un millón de casos de malaria, más de medio millón de seropositivos y 100.000 afectados por la enfermedad del sueño; un 80% de la población infantil desnutrida y escasos 46 años como promedio de vida. Si es vida que, en uno de los países más ricos de África, con enormes recursos petrolíferos, diamantes y pesca, la mitad de la población duerma a la intemperie, el 82% se encuentre por debajo del umbral de pobreza, sólo el 37% disponga de agua potable, y apenas el 16% cuente con servicios mínimos de saneamiento.

Tanto el presidente José Eduardo dos Santos, democráticamente electo, y que desestimó un futuro socialista para Angola, como Jonas Sabimvi, quien no aceptó su derrota electoral y retomó las armas, reiteran ahora su disposición de reanudar conversaciones de paz. Una disposición más bien retórica, que no descarta el mantenimiento de sus ofensivas militares.

La UNITA, apoyada por Zambia, Burkina Faso, Togo, Ruanda, Uganda, ciertos círculos nostálgicos de África del Sur y los rebeldes del antiguo Zaire —aliados que “no quieren que Angola se convierta en un régimen imperialista en esta parte de África”, según Rui Oliveira, portavoz de UNITA—, ha pasado de controlar las provincias de Cuando-Cubango, Moxico, Bié y las Lundas, donde se encuentras las minas de diamantes, su gran fuente de financiación, a repartirse por todas las áreas rurales, donde desarrolla una estrategia de guerrillas y domina las comunicaciones, incluso las aéreas, hasta el punto de interrumpir el Programa Alimentario Mundial, tras el derribo de dos aviones de la ONU. Acusan al gobierno de practicar ofensivas a gran escala y masacrar a las poblaciones civiles de las áreas controladas por ellos.

Eduardo dos Santos, a su vez, plantea como condiciones básicas para el diálogo, el alto al fuego, el desarme de la guerrilla, el reconocimiento de los acuerdos de paz y el respeto a las leyes e instituciones del Estado, descartando la suspensión de las ofensivas gubernamentales, mientras ocurran sucesos como la matanza reciente de 200 civiles en Caxito y el secuestro de 60 niños, caso denunciado también por Ibrahim Gambari, secretario general adjunto de la ONU para los asuntos africanos, quien ha advertido a UNITA que “no se justifica hacer rehenes como medio de alcanzar objetivos políticos”.

La segunda pregunta, ¿qué peso específico tiene Cuba en el presente y el futuro de Angola?, es muy fácil de responder: ninguno. Portugal, antigua metrópoli; Rusia, suministrador de armas a Luanda; Estados Unidos y Francia, cuyas trasnacionales explotan las reservas petrolíferas de Angola; así como los aliados regionales de ambos bandos, son los elementos que podrían inducir a un acuerdo y el cese de una guerra tan trágica como olvidada por la comunidad internacional. La ONU afirma ahora que adoptará nuevas medidas para buscar la paz en Angola. Y el presidente George W. Bush ha afirmado que no apoyará incondicionalmente al gobierno angolano a pesar de sus concesiones de petróleo, y en carta a dos Santos ha exigido “la búsqueda de una solución pacífica para el conflicto que paraliza el pleno desarrollo de las inmensas riquezas y el potencial de su país y de su pueblo”, lo que explica el retorno a la retórica del diálogo. ¿Será posible la paz a corto plazo en ese opulento y miserable país que un día fue noticia para los cubanos? No hay indicios serios que permitan afirmarlo.

Cuando estuve en Angola en 1985, un humilde estibador de los muelles de Luanda, me confesó para mi perplejidad: “Cuando los portugueses estábamos mejor”. Yo atribuí la frase a su ignorancia. Dieciséis años después, cuando de Cuba sólo quedan en Angola recuerdos difusos y los huesos de muchos compatriotas abonando una tierra martirizada, empiezo a creer que el ignorante era yo.

 

Angola en la desmemoria”; en: Cubaencuentro, Madrid,3 de agosto, 2001. http://www.cubaencuentro.com/internacional/2001/08/03/3409.html.

 





La historia: pendiente de absolución

2 08 2001

A propósito de los recientes festejos por el 26 de julio, he releído el texto del alegato de defensa de Fidel Castro Ruz, conocido como “La historia me absolverá”—título heredado de Adolf Hitler—, 25.241 palabras pronunciadas el16 de octubre de 1953, y he intentado cotejar el dibujo que de aquellos días nos ofrecía el protolíder cubano, su diseño de porvenir para la Isla, con la realidad que tiene lugar medio siglo más tarde, gracias, en buena medida, a su intervención.

Según FC, la dictadura en curso de Fulgencio Batista había significado para Cuba un retroceso de 20 años, y “arruinado al país con la conmoción, la ineptitud y la zozobra se dedica a la más repugnante politiquería, inventando fórmulas y más fórmulas de perpetuarse en el poder”. Y esa dictadura llegó cuando acababa “de cumplir cincuenta años la República que tantas vidas costó para la libertad, el respeto y la felicidad de todos los cubanos”, porque “nacimos en un país libre que nos legaron nuestros padres”. De modo que todavía no era la seudorrepública que más tarde nos enseñaron en la escuela, sino una forma de organización socio-política que su posterior sepulturero definía de la siguiente manera:

“Había una vez una República. Tenía su Constitución, sus Leyes, sus Libertades; Presidente, Congreso, Tribunales; todo el mundo podía reunirse, asociarse, hablar y escribir con entera libertad. El Gobierno no satisfacía al pueblo pero el pueblo podía cambiarlo y ya sólo faltaban unos días para hacerlo. Existía una opinión pública respetada y acatada y todos los problemas de interés colectivo eran discutidos libremente. Había partidos políticos, horas doctrinales de radio, programas polémicos de televisión, actos públicos y en el pueblo palpitaba el entusiasmo. Este pueblo había sufrido mucho y si no era feliz, deseaba serlo y tenía derecho a ello. Lo habían engañado muchas veces y miraba el pasado con verdadero terror. Creía ciegamente que éste no podría volver; estaba orgulloso de su amor a la libertad y vivía engreído de que ella sería respetada como cosa sagrada: sentía una noble confianza en la seguridad de que nadie se atrevería a cometer el crimen de atentar contra sus instituciones democráticas. Deseaba un cambio, una mejora, un avance, y lo veía cerca. Toda su esperanza estaba en el futuro”.

Si llega a escribirlo hoy un periodista independiente, estaría cumpliendo condena de 25 años (sin amnistía).

Por entonces la Constitución del 40, que FC defiende con fervor en su alegato, había sido sustituida por unos estatutos a la medida del nuevo amo, y que entrañaban una contradicción: aunque se reconocía que “La soberanía reside en el pueblo y de éste emanan todos los poderes” (Art. 118), se añadía que “El presidente de la República será designado por el Consejo de Ministros” y que a su vez “Corresponde al presidente nombrar y remover libremente a los ministros, sustituyéndolos en las oportunidades que proceda”, de modo que se eligieron entre ellos, y, a su vez, se atribuyeron el derecho a modificar la constitución. Un procedimiento cuyas virtudes tuvo tiempo de reconsiderar en los años siguientes, para ponerlo en práctica, corregido y mejorado, tan pronto asumió el mando de la Isla, hasta el punto de gobernar casi 20 años sin constitución alguna, hacerse una a medida para los 30 siguientes, y olvidar que, según él mismo dijo en su alegato, “es un principio elemental de Derecho Público que no existe la constitucionalidad allí donde el Poder Constituyente y el Poder Legislativo residen en el mismo organismo. Si el Consejo de Ministros hace las leyes, los decretos, los reglamentos y al mismo tiempo tiene facultad de modificar la Constitución en diez minutos, ¡maldita la falta que nos hace un Tribunal de Garantías Constitucionales!”.(Y ¡maldita la falta que nos hace una Asamblea Nacional del Poder Popular que jamás ha votado en contra!, digo yo). Obviando también, una vez ocupado el trono, que “El que tratare de impedir o estorbar la celebración de elecciones generales, incurrirá en una sanción de privación de libertad de cuatro a ocho años”, cosa que recordó a sus jueces.

FC hablaba en su alegato en nombre de los cubanos humildes, a quienes describía pormenorizadamente. Empezando por los soldados, a quienes se prohibía “conversar con cualquier ciudadano de la oposición, es decir, el 99% del pueblo … ? ¡Qué desconfianza …! ¡Ni a las vírgenes vestales de Roma se les impuso semejante regla!”. Las casitas que les habían prometido no pasaban de 300 en toda la Isla, cuando “con lo gastado en tanques, cañones y armas había para fabricarle una casa a cada alistado”. Recuerda “a los seiscientos mil cubanos que están sin trabajo deseando ganarse el pan honradamente sin tener que emigrar de su patria en busca de sustento” (y ya los emigrantes van por dos millones). “A los cuatrocientos mil obreros industriales y braceros cuyos retiros, todos, están desfalcados, cuyas conquistas les están arrebatando, cuyas viviendas son las infernales habitaciones de las cuarterías, cuyos salarios pasan de las manos del patrón a las del garrotero” (valga hoy la redundancia). Recuerda a los agricultores que trabajan una tierra que no es suya y “que no pueden amarla, ni mejorarla, ni embellecerla, plantar un cedro o un naranjo”. Habla en nombre de “los treinta mil maestros y profesores tan abnegados, sacrificados y necesarios al destino mejor de las futuras generaciones y que tan mal se les trata y se les paga; a los veinte mil pequeños comerciantes abrumados de deudas, arruinados por las crisis y rematados por una plaga de funcionarios filibusteros y venales, a los diez mil profesionales jóvenes (…) que salen de las aulas con sus títulos, deseosos de lucha y llenos de esperanza, para encontrarse en un callejón sin salida, cerradas todas las puertas, sordas al clamor y a la súplica”. Y a los maestros les promete entre 200 y 350 pesos (dólares al cambio de entonces) mensuales, es decir, que hoy deberían ganar entre 4.400 y 7.700 pesos, para que no vivan “asediados por toda clase de mezquinas privaciones”. Más el uso gratuito del transporte a los maestros rurales, años sabáticos, etc. “¿De dónde sacar el dinero necesario?”, se preguntaba FC en su alegato. Y respondía: “Cuando no lo roben, cuando no haya funcionarios venales que se dejen sobornar por las grandes empresas con detrimento del fisco, cuando los inmensos recursos de la nación estén movilizados y se dejen de comprar tanques, bombarderos y cañones en este país sin fronteras, sólo para guerrear contra el pueblo, y se le quiera educar en vez de matar, entonces habrá dinero de sobra”. Lo dijo él, que conste.

Pero FC es aún más contundente al avizorar el futuro describiendo el presente, cuando nos habla de que “cuatrocientas mil familias del campo y de la ciudad viven hacinadas en barracones, cuarterías y solares sin las más elementales condiciones de higiene y salud”; o de que “Cuba podría albergar espléndidamente una población tres veces mayor, no hay razón pues para que exista miseria entre sus actuales habitantes. Los mercados debieran estar abarrotados de productos; las despensas de las casas debieran estar llenas; todos los brazos podrían estar produciendo laboriosamente. No, eso no es inconcebible. Lo inconcebible es que haya hombres que se acuesten con hambre mientras quede una pulgada de tierra sin sembrar”. Para concluir que los niños “habrán oído diez millones de discursos, y morirán al fin de miseria y decepción”. Lamentablemente, citando al mismo, para los cubanos se mantiene invariable que sus “caminos de angustia están empedrados de engaños y falsas promesas”.

La Historia: pendiente de absolución”; en: Cubaencuentro, Madrid,2 de agosto, 2001. http://www.cubaencuentro.com/opinion/2001/08/02/3393.html.





Siempre es 26

30 07 2001

Ya lo había anunciado el máximo líder, cuando vaticinó 1.200.000 cubanos congregados el 26 de julio. Y, qué poder de predicción, señores televidentes, pudimos contemplarlos por la CNN, desfilando junto al mar para rememorar el asalto a un cuartel de Santiago, y exigir la devolución de cinco patrióticos espías a su verdadero padre. Ello demuestra la sintonía entre los deseos del líder y la espontaneidad de los cubanos. Claro que no podían menos ante una fecha de resonancias universales: mencionada en la televisión de Nigeria, y celebrada en el restaurante Havana Club, con asistencia del cuerpo diplomático acreditado en Ulan Bator, Mongolia.

Mientras veía las imágenes del desfile en La Habana, que “amaneció inundada de pueblo y vestida de los colores rojo y negro”, e “hizo retumbar las calles”, según Granma; escuchaba en mi memoria la inolvidable voz de Omara Portuondo repitiendo el estribillo “Siempre es 26” —toda consigna es un estribillo redactado por compositores políticos, razón por la que sus montunos son tan aburridos—. ¿Qué intentaba anunciarnos la conocida frase, además de que se derogaba el calendario gregoriano?

La interpretación popular y festiva celebra un día de asueto. Algunos claman por un calendario lleno de 26, para disfrutar de un festivo eterno, y otros dictaminan que en Cuba, dado el contrato social —el Estado se hace el que paga y los empleados se hacen los que trabajan—, siempre es 26.

En la interpretación oficial, se trata del “Día de la Rebeldía Nacional”, cuando tuvo lugar el primer episodio de la serie que concedería el poder perpetuo a un hasta entonces desconocido abogado: Fidel Castro Ruz. La denominación de origen extiende el suceso a todo el pueblo cubano. Una extrapolación sancionada por el triunfo posterior, y la necesidad que tiene todo nuevo orden de crear su propia mitología, e incluso su propia cronología. Antes de 1959. Después de 1959. Y así travestir sus hitos en hitos de la Patria Toda. La “rebeldía nacional” comenzó en 1953. Las guerras de independencia fueron apenas sus preámbulos.

Claro que “siempre es 26” podría tener otros significados. Seguramente no es un homenaje a Santa Ana, la abuela de Jesucristo, mencionada por primera vez por San Epifanio. Ni a Santa Ana María Taigi, mujer de paciencia invicta. Tampoco hará referencia al día de la independencia de Liberia, a la muerte de Jaime I, el Conquistador, el nacimiento de Bernard Shaw, Antonio Machado, Jung, André Maurois, Adous Huxley, Satanley Kubrick o Mick Jagger; el aniversario de la promulgación en el Reich de una ley de esterilización para mejorar la raza humana, la creación de la CIA en 1947, la muerte de Eva Perón o el estreno de Parsifal de Wagner en Bayreuth.

Dudo que el slogan sea un homenaje a los carnavales que se celebraban en Santiago aquel 26 de julio de 1953. “Siempre es carnaval” carece de la solemnidad que necesitan los gobernantes de facto para sacralizar lo que no ha sido sancionado por la libre voluntad del pueblo. El monarca que se instaura apelando a méritos históricos, requiere un andamiaje propagandístico, una mitología más espesa, que el monarca tradicional, a quien basta el pedigrí de su hemoglobina.

Aunque si acudimos a la etimología del carnaval, palabra que procede del latín carnem levare (quitar la carne) podría decirse que celebramos el día en que nos quitaron la carne. Siempre es 26. Lo de carrus navalis es otro asunto etimológico en discusión, yen 1953 faltaban tres años y pico para que zarpara el Granma, el mayor barco o carrus navalis de la historia, en palabras de Pepito. Si recordamos que el carnaval es subversión, travestismo, retorno al caos primigenio, cuando nada es lo que parece y la verdad se enmascara; muñecones, disfraces, caretas, comparsas y carrozas con mucho papel de colores que se deshace al primer aguacero, entonces podría decirse que siempre es 26. Así, por el llamado “Protestódromo” del Malecón, émulo sin gracia del Sambódromo de Río, desfiló el pasado 26 la mayor comparsa, encabezada por el abuelo del Ayatolá Pérez Roque, y el nieto del Ayatolá Khomeini, el tal Hojjatoleslam Hajj Seyed Hassan Khomeini. Del Coranjo la comparsa. Durante todo el año se nos presentan chirigotas redondas en la tele. Desfile de muñecones en la antigua Plaza Cívica, disfrazada a su vez de Plaza de la Revolución. Un niño náufrago convertido en mascota política. Unos patriotas que parecen espías, y pasan por poetas (de libro édito y todo). Un millón de católicos habaneros que pasean como protestantes frente a la Oficina de Intereses norteamericana. Un embargo disfrazado de bloqueo, que inhibe el crecimiento de la malanga y aborta la parición del aguacate. Y una democracia tan bien disfrazada de dictadura que ni se le nota. Siempre es 26.

Pero no, porque el carnaval es la libertad controlada y temporal de subvertir el orden establecido e irse de lengua suelta contra los poderosos, y en Cuba ya se sabe que la ley contiene rigurosamente esos excesos.

Pero existen otras interpretaciones. FC reconocía en su alegato de 1953, La historia me absolverá, que el plan de ataque al Moncada “fue trazado por un grupo de jóvenes ninguno de los cuales tenía experiencia militar”, además de sobreestimar su propia voluntad y pasar por alto la realidad objetiva. De ahí los extravíos, descoordinación y la consiguiente derrota. Porque lo que se celebra en esta fecha es una derrota. Si hilamos la compra de barredoras de nieve, el Cordón de la Habana, el Plan Lechero que desembocó en el status actual de la vaca en Cuba como especie protegida; aquel café caturra de aciaga memoria; la Zafra de los 10 millones cuyo único resultado feliz son los Van Van, las fábricas a medio hacer por toda la Isla, el descalabro de producciones tradicionales, el ínfimo rendimiento y la escasez crónica; concluiremos que, efectivamente, siempre es 26. Sólo que la derrota de un centenar durante un día, se ha ampliado a once millones durante medio siglo.

Pero no sólo fue una derrota. Fue una masacre. A los, quizás, 32 muertos en combate por la parte rebelde, y 22 soldados, se sumaron otros 50 o más asesinados. Los próximos 48 años presenciarían miles de fusilamientos; decenas de miles de muertos en combates cercanos y lejanos: ahorcados en Manicaragua, ametrallados en Adis Abeba, degollados en Ahaggar, devorados vivos en las márgenes del Okavango; otras decenas de miles intentando huir a través del campo minado que rodea la Base Naval de Guantánamo, o a través del Estrecho minado de tiburones y corrientes traicioneras, que rodea la Base Naval de Cuba; tiroteados, hundidos a golpes de proa, cayendo de los trenes de aterrizaje en aeropuertos helados: náufragos del naufragio que es la Isla. Siempre es 26, corean las viudas y los huérfanos.

Claro que el 26 de julio se celebra también la presentación política en sociedad del abogado Fidel Castro Ruz, quien no desaprovechó la ocasión de convertir su derrota militar en una operación de marketing con un rating de mártires. Desde el Moncada a la Sierra, las guerrillas latinoamericanas, Angola y Etiopía, hasta cumbres y cónclaves internacionales surtidos, la felicidad de los cubanos ha sido la moneda que ha sufragado al contado, sin plazos ni moratorias, la mayor operación de marketing político montada por líder alguno, la elevación del ego personal al rango de primera prioridad de una nación, rehén de la vanidad y la soberbia.

Efectivamente, Omara, siempre es 26, y por muchas razones.

 

¿Siempre es 26? ”; en: Cubaencuentro, Madrid,30 de julio, 2001. http://www.cubaencuentro.com/sociedad/2001/07/30/3329.html.