Calentón.net

3 01 2012

El pasado 19 de octubre apareció en el diario Juventud Rebelde un artículo (http://www.juventudrebelde.cu/suplementos/informatica/2011-10-19/internet-calienta-el-mundo/), cuando menos, original: “Internet «calienta» el mundo”, escrito por Mario Alberto Arrastía Ávila, especialista de Cubaenergía.

El autor nos descubre que si bien Internet ha traído ciertos beneficios, hacer una búsqueda en Google, entrar en Facebook o ver un video en YouTube consume electricidad y emite “gases que contribuyen al calentamiento global”.

Anota que entre 2000 y 2010 el tráfico en Internet creció 200 veces, y pormenoriza millones de emails por segundo, cuentas diarias de Twiter y 3.000 millones de usuarios en 2015 con un tráfico de 966 exabytes, según Cisco.

El autor afirma que “como la electricidad que usan nuestras computadoras y el centro de datos no se genera cerca de nosotros, no podemos ver la contaminación atmosférica creada y es difícil que nos inquiete saber cuánta energía se usa y en qué medida contribuye Internet a ensuciar la atmósfera y calentar el mundo”. (Tampoco queda más cerca la termoeléctrica cuando encendemos la luz o el ventilador, pero en lo de la distancia tiene toda la razón). Y nos alerta de que las telecomunicaciones globales ya ocupan el quinto lugar por su consumo de energía, detrás de Estados Unidos, China, Rusia y Japón. Añade que Amazon, Google, Microsoft, Apple, IBM o Facebook “consumen gran cantidad de electricidad producida a partir de carbón mineral”. Un dato sorprendente: ¿cómo ha averiguado el articulista el origen exacto de la electricidad en redes nacionales entrelazadas que normalmente proviene de hidro y termoeléctricas, nucleares y plantas de energías renovables? ¿Trae la electricidad producida con carbón alguna boronilla que permita distinguirla? En cualquier caso, me fijaré a ver si detecto luminiscencia radioactiva, si gotea crudo o si sale del tomacorriente un vientecillo de generador eólico.

El articulista comenta alarmado que los centros de datos en Estados Unidos consumen el 2% de la energía del país. Y en el planeta es el 1,3%, equivalente a la energía producida por todos los aerogeneradores del mundo. Greenpeace estima que el consumo de electricidad de los centros de datos crecerá en un 200% para 2020 (1.430 millones de toneladas de CO2 emitidas). Aunque los especialistas de Pike Research predicen una reducción del 31% para la misma fecha.

Anota que con el consumo de la infraestructura técnica de Google se alimentaría a 200.000 viviendas norteamericanas (¿cuántas viviendas cubanas? ¿alguien lo sabe?) para gestionar cada día mil millones de búsquedas que seguramente serían más ahorrativas si los clientes se desplazaran a la biblioteca. Que los usuarios de YouTube emiten unas 6.000 toneladas diarias de GEI y que cada clic en Google requiere de 0,003 kWh, lo que provoca la emisión de 0,2 gramos de dióxido de carbono. Confieso que mi próximo clic será dubitativo.

En un país donde los internautas apenas contaminan, es reconfortante que un especialista tenga el altruismo de preocuparse por los cibercontaminantes planetarios. Aunque no es raro si tomamos en cuenta que Cuba es el país más ecológico del mundo.

En primer lugar, la contaminación industrial es ínfima. No sé si el país cumple con los protocolos de Kyoto, pero la cosa ha mejorado mucho desde que los protocolos de Moscú la abandonaron. Y las industrias, y los ómnibus húngaros Ikarus, cuyos humos se observaban a tres paradas de distancia. Muchos carros americanos y Ladas han muerto de muerte natural y la clase dirigente, dispuesta a salvar el planeta, se ha resignado a los Toyota y los Mercedes Benz que cumplen la normativa europea de emisiones.

La casi abolición de la industria azucarera fue otro aporte de la Isla a la capa de ozono, y los grupos electrógenos no duraron lo suficiente para agrandar el agujero.

Hablando de gases, se ha comprobado que el mayor emisor de metano a la atmósfera es el culo de las vacas. Ante la imposibilidad de conseguir por ingeniería genética vacas sin culo, se optó por la extinción de la especie. Gracias a ello, no se necesita desarbolar grandes extensiones para pastizales (como en los 60), y el ecosistema del marabú (esa planta exótica pero que ya sentimos como nuestra) se mantiene intacto.

La frugal alimentación de los ciudadanos también genera menos deyecciones y éstas son más vegetarianas, lo que, según Greenpeace, es más asimilable por el paisaje.

La contaminación acústica es una asignatura pendiente (y qué clase de contaminación), pero la lumínica, que tanto molesta a los astrónomos, está casi resuelta. En algunas zonas de Párraga y Caimito del Guayabal el panorama del cielo es tan diáfano como en el observatorio del Teide. Mira que mandar el Hubble al espacio exterior cuando pudieron colocarlo en Coco Solo. Y eso tiene una ventaja colateral. Cuando pasan de noche sobre la Isla, los satélites espías se dan una perdía del carajo. En el triángulo de las Bermudas hay más luces que en La Habana.

Lejos del consumismo occidental, la conciencia ecológica impulsa en Cuba una cultura del reciclaje que debe estar entre las más decididas del planeta: se reciclan las bolsitas desechables, las botellas plásticas y las laticas; el Frigidaire con el motor quemado se convierte en armario y la plancha sin asa, en tostadora. Nada se desecha, ni siquiera los dirigentes del Partido, que llevan medio siglo reciclándose de ministerio en ministerio.

El país también ha evitado los excesos del urbanismo salvaje que llena el paisaje de rascacielos e invade el hábitat del tomeguín y del sinsonte. En Cuba el crecimiento urbanístico es interior: barbacoas, mamparas, cuatro generaciones en quince metros cuadrados. (Por cierto, el articulista también pertenece a Cubasolar, aunque no sé si eso tendrá relación con el urbanismo). Cuando se llena la barbacoa y la familia empieza a disponer turnos rotativos para dormir, los más jóvenes tienen la delicadeza de ceder sitio a sus mayores e irse. Me refiero a irse. Lo que ha contribuido a la preservación de los ecosistemas marinos. Frente a los océanos sobreexplotados de por ahí, las aguas territoriales cubanas han presenciado un raro ejercicio de reciprocidad: los cubanos se comen tantos peces, como los peces, cubanos.

Y eso nos lleva al comercio exterior de productos ecológicos. El primer rubro de exportación son los cubanos, un sector en que la Isla es líder mundial. Se ha comprobado que los dos millones de unidades exportadas son cien por cien naturales, sin conservantes ni colorantes. Una ganadería sostenible que no genera gastos de transporte y que rinde beneficios durante muchos años. La mala costumbre de los condones soviéticos de convertirse en chalecos salvavidas ocasionó un baby boom en los 60, sobre todo después que la vida nocturna se redujo a la televisión nacional. Ahora la producción ha disminuido, pero aun así se mantienen e incluso se incrementan las exportaciones.

La integridad del autor le obliga a reconocer que “la investigación y redacción de este artículo (…) provocó la emisión de unos siete kilogramos de CO2”. Algo que podría evitar mediante la distribución telepática, el mismo método que emplean los mandatarios cubanos: una discreta consulta popular mediante referendos telepáticos antes de tomar decisiones que afectarán a todos los ciudadanos de la Isla.

La conclusión de Mario Alberto Arrastía Ávila es que por todo eso, “Internet debe usarse responsablemente”. Y es lo único que no comprendo. ¿Qué quiere decir responsablemente? ¿Enviar emails modelo SMS para ahorrar energía? ¿Felicitar a la familia una vez al año por navidades, cumpleaños y santos, todo junto? ¿Buscar en Google sólo aquello que no encontremos en la Biblioteca Nacional? ¿No leer periódicos extranjeros que, al venir desde tan lejos, pueden recargar la red? ¿Medir bien cada clic como si los dieran por la libreta a diez por semana? Aunque ahora caigo: responsabilidad viene de responsable. Yo tuve en Cuba responsables de pioneros, de aula, de sindicato, de lote, de personal y cuadros, de proyecto, de departamento, de propaganda. ¿Por qué no un responsable que nos oriente en la Intranet, esa Internet municipal? Podríamos descubrir que Buscasiboneyes.com es mejor que Google; las bondades de YouNoTube, la web del daguerrotipo, y que en Asambleadebalance.com tenemos más amigos que en Facebook. Todo bajo una supervisión que nos ayude a encontrar el buen camino en la red, ese jardín de los senderos que se bifurcan. (Cuando menos lo esperas, en una Internet sin direcciones prohibidas y adecuadamente señalizadas aparecen los innombrables). No ha quedado demostrado que generar ideas afecte a la capa de ozono, pero deambular por la red sin algún responsable que te oriente puede aumentar la temperatura emocional, y eso sí podría alterar el delicado ecosistema de la Isla.

“Calentón.net”; en: Cubaencuentro, Madrid, 03/01/2012. http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/c





El ADN de la crisis (2). La empatía

21 12 2011

 “Siempre hemos sabido que el interés desconsideradamente egoísta era inmoral; ahora sabemos que también es antieconómico”.

Franklin Delano Roosevelt (20 de enero de 1937)

 

 

Estadística de la felicidad

El Hombre Nuevo del que hablaba León Trotski en 1922 no pasó de ser un intento fallido (o quizás nunca intentado) de ingeniería social que costó la vida a millones de “hombres viejos”. Sabemos que una sociedad igualitaria por decreto es un rotundo fracaso. En primer lugar, porque sólo es igualitaria de la cúpula intocable hacia abajo. Y en segundo, porque sataniza la ambición, catalizadora del desarrollo durante miles de años. Pero una sociedad drásticamente desigual es tan perversa como aquella. Toda sociedad donde la infelicidad de la inmensa mayoría es el abono para que crezcan los privilegios de unos pocos (emperadores, reyes, secretarios del partido, dictadores o aristocracias financieras, da igual) termina implosionando.

El coeficiente Gini mide la distribución de ingresos entre 0, máxima igualdad, y 1, máxima desigualdad. En 2011, el coeficiente Gini de Dinamarca, el país menos desigual, es 0,232. Casi todos los países de Europa Occidental están por debajo de 0,30, excepto España (0,319), Grecia (0,321), Irlanda (0,328), Reino Unido (0,335), Italia (0,352), Polonia (0,372) y Portugal (0,385). Justo a los que peor les va con la crisis. En Estados Unidos el coeficiente ha crecido de 0,316 en los años 70, a 0,381 en 2011. Aunque dista mucho de Nambia cuyo coeficiente era 0,707 en 2007.

Si acudimos al Informe sobre Desarrollo Humano 2011 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, es fácil comprobar que los países con mayor calidad de vida del planeta coinciden, casi estrictamente, no sólo con los más prósperos, sino también con los más equitativos y con los menos corruptos.

En 2007, Steve Skara, un obrero metalúrgico de Indiana, contó frente a las cámaras que tras 34 años en LTV Steel, se vio obligado a retirarse por discapacidad. La bancarrota de LTV dos años más tarde le arrebató un tercio de su pensión y el derecho a la asistencia sanitaria. Steve Skara preguntó a los políticos qué está fallando en Estados Unidos y qué harían ellos para solucionarlo.

La desigualdad mata, concluye el epidemiólogo británico Richard Wilkinson al analizar las estadísticas de esperanza de vida decrecientes al compás del aumento del coeficiente Gini. Y éste aumenta con la desregularización, la escasa voluntad redistributiva y la abolición de los límites a la codicia.

El propio Adam Smith, tan apreciado por los neoliberales gracias a sus aseveraciones de que incluso las motivaciones más egoístas aumentan la riqueza social y se revierten entre todos, también se refirió, en pasajes que suelen pasarse por alto, a la honestidad, la moralidad, la compasión y la justicia como lubricantes imprescindibles de la maquinaria social.

El sentido de la equidad no es privativo del hombre. Se ha documentado exhaustivamente en primates, loros, perros, y en los niños se manifiesta desde muy corta edad. Porque la equidad garantiza la paz social, beneficiosa para todos los miembros de la especie. Henry Louis Mencken, ensayista y periodista de Baltimore, escribió: “Si quieres la paz, trabaja por la justicia”.

 

Una especie belicosa

Según los defensores del liberalismo a ultranza y el darwinismo social, sin mecanismos redistributivos que garanticen la cohesión social, ello responde a la naturaleza belicosa de nuestra especie, a la lucha por la supremacía del más apto; pero la ciencia ha demostrado que no estamos genéticamente condenados a la guerra. De hecho, como en otras especies gregarias, hay pruebas ancestrales de asesinatos y depredación entre humanos, pero las evidencias de guerras, que responden a circuitos neuronales diferentes, se remontan, a lo sumo, a 15.000 años. Y no se trata de un impulso biológico natural, algo inscrito en nuestro ADN, sino de una imposición organizada por las jerarquías de la estructura social. Mencio afirmaba que quien había visto la agonía de un animal, no podía comer su carne. “Por ello el hombre superior se mantiene alejado de sus cocinas”. Esto, a mayor escala, ocurre en la guerra. Ya Sófocles, en su obra Áyax, se refería al estrés postraumático de los veteranos de guerra: “Áyax, a quien tú enviaste y victorioso salió en los terribles combates, privado ahora de razón…”. Un fenómeno perfectamente documentado en la literatura médica. La inmensa mayoría de los hombres conducidos a la guerra se resiste al asesinato por orden de sus superiores. De hecho, se estima que apenas el 1-2% de los soldados involucrados en una contienda ocasionan la mayoría de las muertes. Durante la guerra de Vietnam, los soldados norteamericanos dispararon 50.000 tiros por cada enemigo muerto. O tenían una pésima puntería, o la mayoría intentaba no ser letal.

Y eso nos lleva a otra cualidad que sí es innata, aunque no sea exclusiva de los humanos.

 

La empatía

Se ha observado en los arenques, que nadan en cardúmenes, maniobras perfectamente coordinadas cuando acecha el peligro de depredadores. Los estorninos y otras aves hacen lo mismo para confundir a los halcones. Tanto los bueyes almizcleros como los búfalos forman círculos defensivos en cuyo centro colocan a las crías. Los depredadores se enfrentan a un muro de astas que los separa de sus presas. En todos estos casos, el “gen egoísta” recomendaría a cada individuo huir y salvarse por su cuenta, para beneplácito de sus cazadores. La empatía, en cambio, les ayuda a sobrevivir uniendo sus fuerzas en una estrategia común, en la que participa toda la manada, tanto los individuos que tienen crías por defender como los que no.

Delfines que sostienen cerca de la superficie a un compañero herido para que pueda respirar mientras se recupera; animales que salvan a otros que ni siquiera son de su especie; chimpancés que pueden luchar por su territorio pero, llegado el momento, establecen pactos de colaboración; los bonobos, que resuelven los conflictos acicalándose mutuamente y haciendo el amor con los miembros de otros grupos; tigresas, lobas y perras que amamantan cachorros huérfanos de otras especies. De estos y otros muchos ejemplos está plagado el muy recomendable libro La edad de la empatía (Tusquets editores, Barcelona, 2011), de Frans de Waal, donde se demuestra que la empatía, algo que compartimos con otros animales, se remonta a las capas más profundas y antiguas del cerebro, y que funciona como salvaguarda de la especie por encima de los impulsos individualistas.

Paul Zak, profesor de la Universidad de Claremont en California, especialista en Neuroeconomía, disciplina que conjuga economía, biología, neurociencias y sicología, ha estudiado la oxitocina, una hormona generada en el cerebro humano que se relaciona con el establecimiento de relaciones sociales y el vínculo entre la madre y su hijo recién nacido. Según las investigaciones de Zak, esta hormona estimula la empatía, la generosidad y la confianza. “Es el pegamento social que permite crear familias, comunidades y sociedades. Se utiliza como un ‘lubricante económico’ que nos permite realizar con él todo tipo de transacciones”.

Los supervivientes de la catástrofe que hace 150.000 años casi llevan a nuestra especia a la extinción, dispersos en pequeñas partidas, se reunieron hace unos 40.000 años para convertirse en una sola población pan-africana. La empatía resultó, junto con la creatividad, el más poderoso medio para la supervivencia de la especie que, a partir de ese momento, inició las largas migraciones que dispersarían a los humanos por todo el planeta.

“Libertad, igualdad y fraternidad” fue el eslogan de la Revolución Francesa, tan válido entonces como ahora. El asunto es conjugarlos armoniosamente. Si la libertad no se puede ejercer a costa de la libertad ajena, la fraternidad y la igualdad no pueden abolir la meritocracia y la justa y diferencial recompensa en dependencia del aporte a la sociedad. No se trata de una utopía ni de un asunto estrictamente económico, sino de un imperativo ético y moral del que depende la supervivencia de la especie abocada a resolver la catástrofe ecológica, social, humanitaria y económica, antes que un sorbo de agua o una bocanada de oxígeno comiencen a cotizar en bolsa. Las socialdemocracias del norte de Europa, sin ser perfectas, son un buen ejemplo de lo que ocurre cuando la sociedad se atiene a las leyes de la naturaleza, donde todo proceso tiende al equilibrio.

 

Otro mundo es posible

Los dogmas del neoliberalismo, elevados a los altares durante los últimos treinta años, se han derrumbado con la crisis. Cunde el ateísmo. Quienes garantizaban la autorregulación del mercado como fuente de todos los bienes, lo han visto desencuadernarse estrepitosamente. Y quienes llamaban comunismo a toda intervención del Estado, ahora le ruegan una inyección de liquidez que los salve del naufragio. Y si hay que pagar la factura, toda la sociedad debe arrimar el hombro, particularmente los que menos tienen (pero que son la mayoría). Bastará con un pequeño esfuerzo de los pensionistas y los parados, precarizar el empleo, renunciar a ciertos beneficios sociales en salud y educación, como si fueran una graciosa concesión y no prestaciones financiadas por los impuestos del ciudadano –que sufragan, ya de paso, los coches oficiales, abultados sueldos y dietas de la politicocracia, asesores amiguetes y otros gastos innombrables–. Se repite la moderación salarial, pero nadie habla de la moderación de la ganancia. En teoría, esa ganancia es capital que creará empleo por el bien de todos. En la práctica, tras un descenso de un 8% en 2009, la industria del lujo subió un 10% en 2010. Al desempleado en nombre del abaratamiento de los costes y el incremento de la eficiencia le queda el consuelo de ver pasar  la esbelta silueta de un Ferrari.

Y los bancos, que no han dejado de tener ganancias y recibir ayudas públicas, han cerrado con tres candados el grifo del crédito, abocando al cierre a decenas de miles de pequeñas empresas. ¿El Estado no pudo condicionar esas ayudas a la liberación del crédito para mantener el tejido productivo? ¿Tampoco ha podido gravar los bonus desmesurados, prohibirlos en caso de ayudas o sancionar a quienes se han gratificado a sí mismos incluso después de que sus bancos han sido intervenidos tras una gestión desastrosa?

El presidente Barack Obama ha propuesto al Senado la creación de un organismo de protección financiera para los consumidores, un nuevo impuesto de 0,15% a las deudas de las mayores entidades financieras, y una reforma estructural del sistema que limitaría el tamaño y el riesgo de los bancos, restringiría la participación de los bancos comerciales en actividades de alto riesgo, como fondos de cobertura y fondos de capital inversión. Cuenta con el respaldo de Paul Volcker, presidente de la Junta Asesora de Recuperación Económica, y ex presidente de la Reserva Federal bajo los presidentes Carter y Reagan.  David Stockman, director de la Oficina de Gestión y Presupuesto bajo la presidencia de Reagan y nada sospechoso de izquierdista, también apoya gravar a los bancos. Según él, «los grandes bancos deben reducirse porque no hacen gran cosa que sea útil, productiva o eficiente». Nada nuevo. Hace dos siglos, ya Adam Smith recomendaba mantener a los bancos bajo control y evitar que unos pocos se vuelvan «demasiado grandes para caer».

«El sector financiero está creando muchos riesgos sistémicos para la economía mundial», declaró Dominique Strauss-Kahn, ex director gerente del FMI, a The Telegraph. «Es justo que ese sector pague algo de sus recursos para mitigar los riesgos que crea”.

También Gran Bretaña está considerando un impuesto a los bancos para crear un fondo de garantía y un impuesto a las transacciones financieras a fin de limitar la especulación excesiva. Aunque, como vimos recientemente en su enfrentamiento con la Unión Europea, David Cameron encaja mejor en el papel de abogado de la City que en el de primer ministro de Gran Bretaña. Bien mirado, no es el único.

En Inside Job, Dominique Strauss-Kahn, ex director gerente del FMI, cuenta que en el momento más álgido de la crisis, durante una reunión con los más importantes banqueros de Wall Street, varios pidieron regulaciones. Necesitamos regulaciones para atajar nuestra codicia. Somos demasiado codiciosos, no lo podemos evitar (como si se tratara de una enfermedad venérea). Pero tanto antes como después de la crisis se han opuesto a las regulaciones, comentó el entrevistador. Efectivamente, respondió Strauss-Kahn, pero en aquel momento tenían miedo.

De modo que la única solución para contener la codicia son las regulaciones efectivas, el miedo preventivo. Lo contrario sería nombrar jefe de policía a Hannibal Lecter.

“El ADN de la crisis (II): La empatía”; en: Cubaencuentro, Madrid, 21/12/2011. http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/el-adn-de-la-crisis-ii-la-empatia-271814





El ADN de la crisis (1). La codicia

20 12 2011

“Lo que importa es el dinero, el resto es conversación”.

“Si quieres un amigo, te compras un perro”.

Gordon Gekko en Wall Street, de Oliver Stone, 1987

 

Según un estudio del ADN mitocondrial de varias poblaciones indígenas africanas publicado por Doron Behar y otros en la revista American Journal of Human Genetics, hace 150.000 años, al parecer por causas climáticas, la especie humana se redujo a unos 2.000 individuos, es decir, corrió inminente peligro de extinción, según Spencer Well, jefe del Genographic Project. Los supervivientes se separaron en pequeñas partidas que emigraron al sur y al norte, y vivieron aislados durante los siguientes 100.000 años.

¿Qué salvó a nuestra especie de la extinción? A pesar de que aquellos ancestros medían apenas un metro veinte y eran cazadores-recolectores de segunda sin garras ni colmillos,  en un mundo poblado por tigres dientes de sable cuyo tamaño duplicaba el de los actuales leones, poseían una cualidad que los distinguía: la ambición. Sin ella no se habrían inventado la rueda o la flecha, nadie habría escrito el Quijote, escalado el Everest o pisado la Luna. Esa cualidad pudo salvarnos, pero en conjunción con otra que no es exclusiva de nuestra especie y a la que me referiré más tarde

La ambición (del latín ambitĭo, -ōnis) se define como “un deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama”. Y también de lograr metas más altas, sean económicas, artísticas, deportivas o científicas. Si la codicia y su hermana la avaricia son siempre perversas, la ambición suele estar acompañada por el deseo de ser mejor.

Entre la ambición y la avaricia (del latín. avaritĭa), ese “afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas” hay una gradación cromática, una suerte de sfumato de límites difusos. La ambición legítima del alpinista por alcanzar la cima se torna avaricia de gloria cuando por conseguirlo abandona a su compañero en peligro. La ambición del empresario que intenta colocar en el mercado un producto único y perfecto se degrada cuando apela a cualquier medio para hundir a sus competidores y seducir a los clientes.

La ambición pudo contribuir a la salvación de nuestra especie. La avaricia, no.

 

La codicia

En el teatro clásico, desde Aristófanes y Tito Marcio Plauto hasta Goldoni, Moliere, Giovan Battista Faginoli y Valle Inclán, la avaricia es recurrente, aunque su hermana la codicia esté más presente en la vida cotidiana.

Pecado mortal en todas las religiones, la codicia es para los budistas una conexión errada entre lo material y el sentido de la felicidad. El hinduismo promete un nirvana donde la codicia desaparece. Y la Biblia invita repetidas veces a la compasión hacia los más débiles. A pesar de ello, Saraswathi, el más poderoso de los cinco Shankaracharya hindúes, está acusado de desviar 5.000 millones de dólares, y Bernard Madoff, judío practicante, estafó 50.000 millones. Andrew Carnegie, cristiano, hablaba de la competencia como una ley biológica que mejoraba al género humano. Y John D. Rockefeller sostenía que el crecimiento de un gran negocio es el resultado de una ley natural y de una ley divina, santificadas por la plusvalía. Al parecer, todos han conciliado perfectamente devoción y codicia.

Herbert Spencer ya se refería en el siglo XIX a “la supervivencia del más apto” y negaba cualquier obligación del apto hacia el no apto. Según él, la naturaleza se esfuerza continuamente para borrar del mapa a los pobres (perezosos, incapaces, faltos de espíritu emprendedor). De ahí parten los defensores del darwinismo social, como el Gordon Gekko de Wall Street, quien calificaba como “espíritu evolutivo” a una lucha sin cuartel donde los triunfadores están destinados a aplastar a los perdedores. Y en otro parlamento afirmaba que “la codicia, a falta de una palabra mejor, es buena; es necesaria y funciona. La codicia clarifica y capta la esencia del espíritu de evolución. La codicia en todas sus formas: la codicia de vivir, de saber, de amor, de dinero; es lo que ha marcado la vida de la humanidad».

Por su parte, Ayn Rand –una de las mayores influencias de su vida, reconoce Alan Greenspan, expresidente de la Reserva Federal– sostenía que la única obligación de cualquiera es consigo mismo y elevó el egoísmo a la categoría de virtud.

Para Milton Friedman la responsabilidad social entra en conflicto con la libertad. Si los directivos de las empresas aceptaran cualquier responsabilidad social que no fuera ganar para sus accionistas tanto dinero como pudieran, ello, según él, socavaría los cimientos de la sociedad libre.

 

El gen egoísta

En su libro El Gen Egoísta, el etólogo y zoólogo británico Richard Dawkins intenta explicar las relaciones sociales, desde la guerra hasta el altruismo, mediante un “darwinismo genético”. De acuerdo con su teoría, los individuos altruistas terminan por extinguirse en beneficio de los egoístas, dado que un gen es “bueno” si permanece muchas generaciones, y para ello debe velar por sí mismo, incluso a costa de otros, que disminuirán o desaparecerán. De modo que el comportamiento está regido por el egoísmo de los genes de cada organismo, no por el altruismo o la empatía del individuo respecto al resto de su especie. Y Dawkins elabora el concepto de “meme”, responsable de la transmisión cultural, análogo al gen, y sujeto a las mismas reglas evolutivas movidas por el egoísmo.

Jeff Skilling, director general de Enron Corporation y asiduo lector de Richard Dawkins, aplicó a rajatabla su interpretación de El Gen Egoísta: fomentó una competencia despiadada dentro de la empresa (lo que provocó una guerra de engaños, fraudes y zancadillas, pulverizando todo espíritu de cooperación entre los directivos) y aplicó el “todo vale” mientras diera beneficios. El resultado es bien conocido. Skilling está en prisión, y la empresa pasó de facturar 111.000 millones en 2000 a la quiebra en 2001.

Siete años más tarde, el mundo se enfrentaría a un Enron global.

 

La crisis de la codicia

La crisis de 2008, que aun perdura, es, en buena medida, la crisis de la codicia, como coinciden en afirmar dos personas de ideologías tan opuestas como Oliver Stone y Mario Vargas Llosa.

Aunque según George Soros, “el estallido de la crisis económica de 2008 puede fijarse oficialmente en agosto de 2007 cuando los bancos centrales tuvieron que intervenir para proporcionar liquidez al sistema bancario”, fue en 2008 cuando estalló la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, con la consiguiente crisis crediticia e inmobiliaria. Se produjo la quiebra de medio centenar de bancos y entidades financieras, desplome de los valores bursátiles, la quiebra de Lehman Brothers, la caída de las inmobiliarias Fannie Mae y Freddie Mac, y la aseguradora AIG, de modo que el gobierno tuvo que acudir al rescate. En una economía globalizada, de inmediato la crisis cruzó el charco.

Inside Job, la película de Charles Ferguson, analiza en detalle los pavorosos mecanismos de la crisis, que se gestó treinta años antes, con la desregulación del mercado financiero y, en la práctica, la abolición de los controles. Progresivamente, las agencias de calificación empezaron a trabajar para las grandes corporaciones a quienes vendían, literalmente, la triple A, lo que indujo confianza a los inversores que compraron masivamente hipotecas subprime y valores basura. Al tiempo que se deslocalizaba buena parte de la gran industria de los países desarrollados tras caer las cortinas de hierro y, muy particularmente, la cortina de bambú, en el sector financiero, que debía ofrecer un servicio a sus inversionistas, los directivos comenzaron a trabajar sólo para sus bonificaciones a corto plazo, incluso a costa (o apostando contra) sus clientes. El resultado fue una orgía de codicia desatada (o “una extraordinaria película de terror”, en palabras del crítico de El País Carlos Boyero) que descendió de los bancos y las inmobiliarias a los consumidores. Y el sector se ha vacunado contra todo intento de control creando el mayor lobby de presión en Washington: unos 5.000 cabilderos a sueldo, más el incesante reciclaje de ejecutivos hacia y desde el gobierno, sea demócrata o republicano.

 

El resto es conversación

La espiral de toma de riesgos (con el dinero ajeno) para maximizar los beneficios estuvo acompañada de una indecente irresponsabilidad social que ha permitido a Goldman Sachs, por ejemplo, repartir 13.000 millones de dólares en 2009, casi el triple que en 2008, según The Wall Street Journal, tras recibir 10.000 millones de dólares en fondos del Programa de Alivio de Activos en Problemas en 2008 y 12.900 millones de dólares como contrapartida de la compañía aseguradora AIG que ellos mismos ayudaron a quebrar. Algo perfectamente explicable dado el sistema de reciclaje de Goldman Sachs: Henry Paulson, secretario del Tesoro durante el gobierno de George W. Bush, y creador del Programa de Rescate de Activos en Problemas, fue director general de Goldman Sachs. Robert Rubin, secretario del Tesoro bajo la presidencia de Bill Clinton y muchos otros políticos de ambos partidos también fueron altos ejecutivos de la empresa. Práctica que ha continuado en la administración Obama.

El humorista Andy Borowitz informó que Goldman negociaba la compra del Departamento del Tesoro. Un supuesto portavoz del Tesoro anunciaba que la fusión ya estaba muy avanzada dados los empleados y el capital que fluye entre ambas entidades. Lo más complicado sería calcular qué partes del Tesoro aun no son propiedad de Goldman.

Una crisis hipotecaria convertida en crisis financiera ha terminado siendo una crisis de credibilidad, una crisis ética de la que no se salvan ni empresarios, ni políticos, ni agencias de calificación. A pesar de lo cual, ni un solo ejecutivo importante ha sido encarcelado.

El premio Nobel de Economía Joseph Stirglitz afirmó a  The Huffington Post (16 de septiembre de 2008) que “La caída de Wall Street representa para el fundamentalismo mercantil lo que la caída del Muro de Berlín representó para el comunismo: le dice al mundo que este modo de organización económica ha resultado ser insostenible”.

Y llegados a ese punto debemos echar la vista atrás, al 20 de enero de 1937, cuando el presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt sentenció: “Siempre hemos sabido que el interés desconsideradamente egoísta era inmoral; ahora sabemos que también es antieconómico”.

 

Ladrillos y castañuelas

En España el mayor impacto de la crisis se lo ha llevado el sector inmobiliario. Se construían más viviendas que en Francia, Alemania y Gran Bretaña juntas, y el país tenía la mayor cantidad de grúas del continente, como si todos los europeos se fueran a mudar a la península. Los ayuntamientos llenaron sus arcas recalificando terrenos, la mayor fuente de corrupción. Bancos y cajas, en connivencia con las agencias de tasación, muchas de su propiedad, inflaron el coste de la vivienda –Carabanchel a precios de Manhattan– y repartieron hipotecas sin garantías. Los beneficios inmediatos hacían las delicias de grandes y chicos, como decía un presentador de la tele. La codicia de constructores, políticos, inmobiliarias y banqueros, y de los ciudadanos, que incurrían en créditos que no podrían pagar, no se detuvo ni ante la perspectiva del estallido. Los directivos se bonificaban con cifras de escándalo. Algunos políticos, sin escándalo.

La desregularización ultraliberal del mercado financiero hizo el resto. Las entidades financieras vendían humo envuelto en papel de regalo. Los mismos que trucaron las cuentas de Grecia para que entrara al euro, ahora especulan con su caída. Las agencias de calificación que dieron la triple A a Lehman Brothers una  semana antes de su quiebra, ahora son tan sensibles como señoritas de escuela católica para beneplácito de los especuladores, que han pasado de comprar empresas en rebajas a comprar países, gracias a la crisis de la “deuda soberana”.

 

Psicópatas y sociópatas

Cuando escuchamos esos términos, pensamos de inmediato en el Dr. Hannibal Lecter, «El Caníbal», de El Silencio de los Corderos.  Paul Babiak y Robert Hare, en Snakes in suits: when psychopaths go to work  (2006) nos alerta sobre otro tipo de psicópatas y sociópatas igual de siniestros: los psicópatas empresariales. Se definen como aquellos que no sólo codician riquezas y poder, sino que disfrutan, sobre todo, al usurpar o arrebatar a otros cuanto puedan. Obtenerlo mediante el trabajo honesto es tan aburrido como el sexo consentido para un violador. Ya lo decía Gordon Gekko en Wall Street: “Yo no creo riqueza. Yo poseo”.

Los economistas clásicos, desde Adam Smith en el siglo XVIII hasta Keynes en el XX, presuponía que el empresario administra la producción y el capital mediante criterios racionales para conseguir el máximo beneficio. Las neurociencias han comenzado a desmentir este dogma.

Un experimento realizado en 2006 en la Universidad de Stanford demostró que, enfrentados a una inversión arriesgada, los brokers “cobayas” no activaban el córtex prefrontal (racional, planificador), sino el sistema límbico (emocional, inmediato). La codicia y el dinero provocan una euforia semejante a la del sexo y las drogas, y activan las mismas zonas del cerebro. El consumo de drogas y prostitutas entre los hombres de Wall Street está tan documentado que entre dinero, cocaína y prostitutas podría decirse que se pasaban el día colgados.

Se cree que el comportamiento sociopático es producto de malformaciones en el lóbulo frontal del cerebro, un área que se relaciona también con el miedo. O afecciones en las amígdalas, situadas cerca de la base del cerebro, que controlan la agresión, la sexualidad y la imprudencia.

Hannibal Lecter terminó el prisión. Bernard Madoff y Jeff Skilling son las excepciones de una ley no escrita: los sociópatas financieros gozan de inmunidad dineraria. No necesitan estar por encima de la ley. Les basta estar al margen.

Y eso es extraordinariamente grave en países como Estados Unidos, la antigua gran potencia industrial, cuyo sector financiero acaparó en el tercer trimestre de 2009, según el economista Dean Baker, el 34% de todas las ganancias privadas del país. Alemania, que ha preservado su tejido industrial sobre el que basa el grueso de su economía, es el país del euro que mejor ha soportado la crisis.

 

Si en el ADN de la crisis está inscrita la codicia, para su remedio la humanidad deberá apelar a otras pulsiones no menos innatas, sino más, que un día permitieron sobrevivir a nuestra especie. A ellas me referiré mañana.

 

“El ADN de la crisis (I): La codicia”; en: Cubaencuentro, Madrid, 20/12/2011. http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/el-adn-de-la-crisis-i-la-codicia-271764





Auto de fe

6 12 2011

En 1996 tropecé en la prensa con una foto patética y conmovedora: un viejo comunista ruso, con sus medallas lastrando la solapa y sus cabellos nevados, dormitaba encogido en su asiento del Congreso Popular Patriótico celebrado en Moscú. Una banderita soviética estaba a punto de caer de sus manos. El apunte de sonrisa en sus labios permite conjeturar que soñaba con aquellos felices tiempos en que el futuro era una promesa y él tenía veinte años, la edad en que todos los futuros parecen habitables. El pie de foto ignoraba su nombre. La cámara sólo captó  la cáscara de sus sueños. Quizás un defenestrado de la nomenklatura que no supo reconvertirse a tiempo en demócrata y nuevo rico, de modo que las vacaciones en Marbella le están vedadas. O un mujik rojo que persiguió durante toda su vida, desde su remoto koljós, el espejismo de un futuro equitativo y justo. O un humilde tornero que intentó diseñar la pieza exacta para la luminosa maquinaria del porvenir. Sin darse cuenta, como Serguei Boronov, que «estamos condenados a la esperanza» en un mundo donde algunos encargaron, con la doctrina de Lenin, trajes a la medida de sus ambiciones, y la mayoría fue convencida de la comodidad y la elegancia de las camisas de fuerza. Hoy, los más ágiles y atentos a los vaivenes de la moda, detentan un discurso demócrata, defienden la sagrada libertad de empresa y asisten a misa. Los otros, duermen. Felices sueños. Mejor sería no despertar. La vigilia es menos reparadora.

Mi padre también fue un comunista convencido en su versión caribeña: fidelista. Abandonó en 1959 su puesto en una empresa norteamericana para ingresar al ejército como comisario político, y redujo dos tercios su salario porque la patria lo necesitaba. Desde entonces blindó su fe en El Señor contra las inclemencias del futuro. En 1985, cuando Fidel Castro lanzó su “Proceso de rectificación de errores y tendencias negativas” y criticaba en televisión el estado de los hospitales y las escuelas, o los males que asolaban la economía del país —una vez removidos los “tecnócratas” y restaurado su propio voluntarismo económico, los males se esfumaron—, mi padre apagaba el televisor para no ver a Fidel criticando a la Revolución. Lo peor fue cuando Él en persona le dijo que “Ahora sí vamos a construir el socialismo”. Treinta y seis años de calentamiento es demasiado, incluso en las grandes ligas del comunismo mundial. Es muy difícil aceptar que la mitad de tu vida ha sido un prólogo. En 1990, un infarto masivo le ahorró el futuro.

A un amigo, ateo militante (y beligerante), siempre le recomiendo que no discuta sobre asuntos de fe, inmune al razonamiento y la lógica. No por casualidad la fe es la primera de las virtudes teologales, el “asentimiento a la revelación de Dios”, la “creencia que se da a algo por la autoridad de quien lo dice”, como reza el diccionario de la RAE. Al ser la aceptación de un enunciado que dimana de la autoridad (humana o divina), el creyente no necesita demostraciones ni pruebas. Al igual que la confianza, la fe es una certeza de futuro, y el futuro se sabe indemostrable.

La palabra hebrea emuná, equivalente de nuestra fe, significa firmeza, seguridad y fidelidad, los tres ingredientes de una fe que no se concibe sin alguno de ellos. Por eso en la Carta a los hebreos se afirma que «la fe es la certeza de lo que se espera y la evidencia de lo que no se ve» (Heb 11:1). Lo cual explica que Abraham acudiera con su hijo al monte del sacrificio, como Dios le había ordenado (Heb 11:17; Stg 2:21-22), dado que por entonces hombres y dioses se mantenían online.

El Fideísmo es la doctrina según la cual a Dios no se puede llegar por la razón, sino sólo por la fe, y afirma que el razonamiento es prescindible y los argumentos sobre la existencia de Dios son falaces e irrelevantes. A imagen y semejanza, el Fidelismo ha intentado durante medio siglo imbuirnos la idea de que las decisiones que bajan “de arriba” vienen dotadas de una sabiduría y de una información privilegiada a la que jamás los simples mortales tendremos acceso, de modo que nuestra única función, como buenos fieles, es apoltronarnos en nuestra fe y obedecer.

En El triunfo de la fe sobre la idolatría, de Jean-Baptiste Théodon, la fe es bella y enhiesta; la idolatría, rastrera. Por defecto, la fe es tenida siempre como virtuosa –para lo contrario, necesitamos adjetivarla–: esperanza, fidelidad, certidumbre, confianza, crédito, rectitud, honradez… encontrarán en cualquier diccionario de sinónimos. Todas palabras amables. Algo subrayado por el hecho de que una fe es casi siempre la insistencia en convertir en realidad (realidad virtual) lo deseado.  De modo que el creyente invertirá su fe en religiones o ideologías que encajen con sus ideas y deseos preconcebidos. Desde esa perspectiva, es comprensible que tras medio siglo de república trucada (desigual, corrupta, injusta), en 1959 la inmensa mayoría de la población depositara su fe en el proyecto nacionalista y socialdemócrata de La historia me absolverá, único documento programático del Movimiento 26 de Julio, como proyecto colectivo de renovación republicana.

La fe es empecinada, sobre todo aquella que se contrae a edades fértiles de la imaginación. Y holística: interpreta la realidad como un todo que no se puede reducir a la suma de sus partes. Fracasarán la economía y el bienestar, las libertades y los derechos, pero ese todo que la fe llama Revolución se mantiene, para sus creyentes, como una suprarrealidad incólume. No es casual que en la Alegoría de la fe, de Luis Salvador Carmona, el rostro de la fe está cubierto por un fino velo que tamiza la realidad. Es el mejor modo de convertir tu fe de vida en una fe  de erratas.

Hablo, desde luego, de la fe verdadera que nace de la necesidad de materializar un deseo o una creencia, y que se confirma y  cuaja en la aprobación colectiva, de ahí que (mientras el mesías se mantuvo en pie) las manifestaciones, las concentraciones, los desfiles y los mítines fueran tan importantes como las misas y las procesiones de otros tiempos. La multitud sigue a los símbolos de la nueva fe en los desfiles, procesiones encabezadas bajo palio por la santísima trinidad del marxismo; dialoga a través de sus aplausos con el nuevo mesías que los exhorta desde el púlpito. Pero, sobre todo, la multitud se confirma a sí misma. Cada hombre y mujer de la plaza se confirma en su vecino. Hay que aplaudir, vitorear y responder con un sí o un no multitudinario a las preguntas del líder. La disonancia es pecado, incluso el silencio o la apatía. Cualquiera que desafine en la consigna  será expulsado de la orquesta. Y va cuajando la inmolación del yo al nosotros (aunque ese nosotros sea el seudónimo de un solo Yo que lo suplanta). El creyente habla de nuestra lucha, nuestros éxitos, nuestras victorias (las derrotas vienen de serie con un culpable asignado) como si fuera su protagonista, y no un mero peón de decisiones ajenas. El yo destituido se consuela con la autoestima inflamada del nosotros. Es el puteado obrero de Volgogrado (nuestro ruso adormilado de la foto, quizás) que se duele por la pérdida de la grandeza soviética, potencia mundial, cuando él era un puteado obrero de Volgogrado.

No hablo, desde luego, de la fe simulada. Esa es un mecanismo de supervivencia (sumisión involuntaria) que responde a las leyes de la física: desaparece cuando cesa la presión ejercida. Tampoco hablo de la fe como coartada para el instinto depredador de un predicador ateo. Esa responde a las leyes de la química: reacciona con la circunstancia y trueca radicalmente el objeto de sus devociones. Rusia está plagada de magnates que aprendieron de finanzas en el KGB.

Pero hay también conversiones de otra naturaleza entre quienes necesitan una fe para apuntalar su alma a punto del derrumbe. Al caducar su fe en el porvenir, el cubano ha echado mano a otra fe de repuesto. Tras casi medio siglo de educación laica, cientos de miles han regresado a las iglesias, y se ha mudado del armario a la sala el Corazón de Jesús o el altar a Changó. Una sociedad que potencia la educación se muestra comprensiva con ese ciudadano politeísta y bilingüe, que dispone de un idioma para la asamblea y de otro para la intimidad, de un credo público y de otro privado.

En cualquier caso, y aunque en franca mengua, todavía queda en la Isla una feligresía empecinada en los antiguos dioses de la Revolución, sobre todo entre los mayores de 60, aquellos que contrajeron su fe a edades tempranas, aunque sólo sea porque es muy doloroso reconocer que te han timado tres cuartos de tu vida y casi todos tus sueños. La bancarrota de las ilusiones es el peor evento posible, aunque no lo registren las cotizaciones de la bolsa o las cifras macroeconómicas, sobre todo cuando has invertido en ello todo el capital disponible: tu propia vida. Una tarea de los constructores de futuro en Cuba será convencerlos de que ese futuro también les pertenece. (Hasta donde sé, ningún código penal del planeta condena la ingenuidad o la ignorancia, salvo que la buena fe se haya traducido en autos de fe). Ellos son también parte de sus activos, porque no de otro modo se construirá un nuevo país sobre las ruinas del pasado.

 

“Auto de fe”; en: Cubaencuentro, Madrid, 06/12/2011. http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/auto-de-fe-271289





Cuando un amigo se va

24 10 2011

Cuando un amigo se va

queda un espacio vacío

que no lo puede llenar

la llegada de otro amigo.

Alberto Cortés

 

Por el contrario que Hugo Chávez, quien ha declarado que el asesinato de Muamar el Gadafi constituye «un atropello más a la vida» y lo declara «un mártir y un gran luchador”, Fidel Castro nunca fue amigo del coronel libio, que sí fascinó a Daniel Ortega. Será un problema de coeficiente de inteligencia. Aparte de sí mismo y, quizás, de García Márquez, Fidel Castro no tiene amigos. Sólo súbditos, cómplices necesarios, aliados eventuales y enemigos (siempre despreciables). Con la excepción de su hermano, basta repasar el destino de sus más cercanos colaboradores.

El coronel Gadafi, al que algunos llamaron el Che Guevara árabe –dado que nunca encabezó una guerrilla, sería por los fusilamientos— transitó del nasserismo panarabista al “socialismo árabe”, del anticomunismo al prosovietismo; del intervencionismo –3.000 militares libios apoyaron a Idio Amin en la guerra entre Uganda y Tanzania, y durante la Guerra de los Toyota intervino en Chad dados sus potenciales depósitos de uranio, intentó derrocar al presidente Hissène Habré y anexó la franja de Aouzou— al pacifismo africanista, una vez acomodado sobre un océano de petróleo. Propuso como receta la “tercera teoría universal”, la “yamahiriya” y el Libro Verde, un arroz con mango de marxismo mal digerido, islamismo de baja intensidad y nacionalismo como excusa de un gadafismo, ese sí, ortodoxo. De patrocinador del terrorismo internacional y los movimientos guerrilleros latinoamericanos, a amigo íntimo de Berlusconi y portero complaciente de las grandes petroleras internacionales que dejaron en su cuenta familiar miles de millones de dólares. Siguiendo a Josip Briz Tito y a Sri Pandit Jawaharlal Nehru, Intentó convertirse en líder del Movimiento de Países No Alineados. Intentó unificar Libia con Egipto, Sudán, Siria, Irak, Marruecos, Túnez, Argelia y Chad, e incluso formó la Federación de Repúblicas Árabes (1972-1977). Y consiguió hacerse multimillonario.

La ambición de Fidel Castro, que inauguró la política televisiva, ha sido convertirse en un político de talla universal, al que la mala suerte dotó de una pequeña isla, convertida en pedestal de su propia estatua. Y en buena medida lo ha conseguido, al costo de sacrificar el bienestar y la vida de los cubanos. Fiscal de todos los males universales (capitalistas), Castro ha proyectado una imagen de solvencia intelectual y un discurso que, aun hoy, despierta no pocas simpatías entre quienes no se toman el trabajo de cotejar la teoría con la práctica.

El coronel Gadafi fue un tenebroso showman del mundo del espectáculo, con sus declaraciones disparatadas, su recua de guardaespaldas diz que vírgenes y su jaima que plantaba con idéntico desparpajo en París, Londres o Roma. Los líderes de Occidente ya no podrán arrancar de sus álbumes de fotos los abrazos y besos al beduino loco del desierto.

A pesar de estas cruciales diferencias, Castro siempre ha cultivado a los tontos útiles y a los aliados de ocasión. Sabe que en Naciones Unidas y en la Comisión de Derechos Humanos un voto es un voto y no solicitan certificados de legitimidad, de inteligencia o de salud mental. Por otra parte, en la escena internacional, el raulismo ha convertido a Cuba en mero edecán de la política chavista. (La devaluación de nuestras metrópolis es un índice de la devaluación del país). Ello explica que los balbuceantes comentarios del diario Granma respecto a las revueltas árabes –piden democracia y libertades, no más socialismo–, hayan ganado en aplomo para apoyar decididamente al coronel en Libia. Fidel Castro dictó la línea editorial el 16 de marzo: «Estamos en contra de la guerra interna en Libia y a favor de la paz inmediata y el respeto por la vida y los derechos de todos los ciudadanos, sin una intervención extranjera que únicamente sirve para prolongar el conflicto y los intereses de la OTAN». Como si no sobraran declaraciones al respecto, Raúl Castro recibió el 3 de agosto pasado, 25 días antes de la caída de Trípoli, a Abdulhafid M. Zlitni, secretario del Comité Popular General de Planificación y Finanzas de Libia, enviado especial de Gadafi, y hasta hoy no ha reconocido al Consejo Nacional de Transición (CNT).

Si revisamos el diario Granma desde febrero de 2011, cuando la violenta respuesta del coronel a las manifestaciones pacíficas desembocó en el conflicto armado que acabó con su régimen, encontraremos numerosas referencias a asesinatos y matanzas.  El 2 de mayo, el MINREX condena el asesinato de un hijo y tres nietos Gadafi por los bombardeos, de lo que se hace eco Granma días más tarde. El 28 de julio, recoge la demanda ante el tribunal de Bruselas, por la muerte de varios civiles en el ataque de la OTAN a Hemidi Juildi, militar de Gadafi. El día 30 denuncia los bombardeos y atribuye a sus compañeros del CNT el asesinato del general Abdel Fatah Yunis, pasado a la insurgencia. El 9 de agosto, notifica el presunto secuestro de un centenar de niños en Misurata y se muestra preocupado por el destino de “

los hogares de ancianos y casas de discapacitados (…) bajo control de los opositores” y que podrían ser víctimas de “asesinatos, descuartizamientos, violaciones y quemaduras”. (Sobre el trato a los ancianos en Cuba, véase la última escena de Suite Habana). El 6 de septiembre, recoge la denuncia de Daramola Siji, coordinador de los nigerianos en Libia, para que cesen los asesinatos de subsaharianos, acusados de mercenarios, por los milicianos del CNT. El 14 de septiembre, subraya el deterioro de la situación humanitaria en Bani Walid, atribuible al cerco rebelde, los crímenes de guerra y «ajustes de cuentas» por parte de las fuerzas subversivas, redadas domiciliarias y asesinatos, en particular de 85 presuntos mercenarios subsaharianos en Misrata.

Ante tan prolija relación de los desmanes de los rebeldes, se echan en falta en la prensa cubana los bombardeos de febrero contra la población civil con aviones de combate y helicópteros artillados, y el bombardeo indiscriminado de Bengasi que ocasionó la deserción de una decena de pilotos, cientos de soldados, oficiales y policías que se negaban a masacrar al pueblo, así como diplomáticos libios ante la ONU, India, China y la Liga Árabe, y funcionarios horrorizados por la matanza. O el hallazgo, el 1 de octubre, de 357 cadáveres en fosas comunes. O el del 25 de septiembre pasado, cuando se abrió una fosa común cerca de la prisión de Abu Salim, con 1.270 cadáveres de prisioneros asesinados por Gadafi en 1996, y otros seis en el jardín del hotel Rexos. Ese 25 de septiembre,  la portada de Granma se consagró a los cinco héroes, la visita del presidente de la República Popular del Congo, el abanderamiento del equipo de béisbol y, en las páginas interiores, el ataque a Sirte por las “tropas insurgentes libias, apoyadas por la OTAN”, que están “pagando un alto precio debido a la tenaz resistencia de los leales a Muamar el Gadafi”. Es decir, “insurgentes” y “rebeldes” contra “leales”. Ha pasado mucho tiempo desde aquellos lejanos días en que los “rebeldes” eran los buenos, y les asistía el derecho de luchar contra una dictadura y despachar a los esbirros (no a los “leales”) tras juicios sumarísmos.

El Granma califica la muerte de Gadafi como asesinato. Y, al parecer, lo fue. La reconstrucción más fiable de los hechos indica que tras ser bombardeado por la OTAN el convoy donde huía, Gadafi, herido leve, recordó que había llamado ratas a los rebeldes, y se refugió en un tubo de alcantarilla, de donde lo sacaron vivo, aunque ya había perdido la elocuencia, porque su último discurso fue brevísimo: “No disparen”. Pero a Misrata, donde el doctor Ibrahim Tika realizó la autopsia, llegó con un tiro en la cabeza y una bala en el abdomen que fue la que, al parecer, le ocasionó la muerte. (En eso también se asemeja al Che Guevara).

Asesinado o ajusticiado como Trujillo o Somoza (eventos aplaudidos en su día por La Habana), no es difícil comprender que una milicia poco disciplinada y deseosa de venganza se tomara la justicia por su mano, no sólo por los cuarenta años de dictadura, sino por los miles de muertos que ha costado al país el empecinamiento del coronel en negarse a aceptar la voluntad popular, y refugiarse en alguna dictadura hospitalaria (sobre todo para exdictadores millonarios) a releer su Libro Verde. Aunque su muerte, en términos de puro pragmatismo, posiblemente haya ahorrado a Libia algunos cientos de vidas que valen más que la del coronel, habría sido preferible un juicio con todas las garantías (que él nunca ofreció). Más que por respeto al dictador, por respeto al futuro de Libia, que crecerá ahora bajo sospecha.

Una declaración del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba emitida hace poco, subraya que la isla solo reconocerá a un Gobierno libio que se constituya «de manera legítima y sin intervención extranjera, mediante la libre, soberana y única voluntad del hermano pueblo libio». Las imágenes del júbilo en las calles de Libia son un referendo inapelable.

Desde la caída del campo socialista, Fidel Castro no deja de perder amigos (o compinches, o cómplices circunstanciales), “un espacio vacío / que no lo puede llenar / la llegada de otro amigo”. Y lo peor no es que se marchen, sino que dejan tras de sí un rastro de malos ejemplos.

 

“Cuando un amigo se va”; en: Cubaencuentro, Madrid, 24/10/2011. http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/cuando-un-amigo-se-va-269713





Cubanos de alquiler

19 10 2011

Hasta finales de los años 70, todo cubano que emigraba sabía que el regreso a la isla le estaba vetado in saecula saeculorum. Por entonces, los cubanos eran, exclusivamente, mercancía política: en buen estado si permanecían en el almacén insular, defectuosa una vez exportada.

Tras las conversaciones con la emigración, los gusanos salieron de sus crisálidas convertidos en flamantes mariposas, se abrió el banderín de los retornos y fluyeron hacia la Isla hijos, padres, primos y sobrinos, y maletas, muchas maletas con un muestrario de bisutería capitalista que demostró en pocos meses su capacidad erosiva sobre la granítica ideología revolucionaria. Algo que podría predecir cualquier pichón de geógrafo cuando la pelea es entre el agua blanda y la dura piedra. Siempre ha sido más fácil hacerse un vestido con una pieza de tela que con una pieza de oratoria.

Nos habían repetido que en Miami la condesa lavaba platos y el doctor fregaba carros. Cuando ambos aparecieron con todo lo que el ministerio de Comercio Interior no pudo suministrar durante dos décadas, comprendimos que en el más allá las tareas de limpieza se retribuían con largueza.

Hasta hoy, se ha mantenido a los cubanos el carácter de mercancía política. Al derecho de admisión, habitual en muchas discotecas, el gobierno de la Isla añade el derecho de emisión y el de desplazamiento, incluso dentro de las fronteras, de modo que ha aparecido una figura sui géneris: el no inmigrante ilegal, al que se caza en La Habana o Varadero para devolverlo a su hábitat original en las provincias orientales, posiblemente por razones ecológicas, para no alterar la biodiversidad.

El derecho de admisión se mantiene mediante la “habilitación” del pasaporte (a los cubanos que ellos consideren admisibles) y la in-habilitación de los restantes. Y la emisión de cubanos es también discrecional, aunque “la política de la Revolución, si alguien quiere salir de nuestro país para otro país, si le dan permiso de entrada en ese otro país, es autorizarlo a que salga. Nuestro país no prohíbe que ninguna familia emigre, porque construir una sociedad revolucionaria y justa como el socialismo es una decisión voluntaria y libre” (Fidel Castro; 23 de diciembre de 1999, cuando clamaba por la vuelta de Elián González). Pero ya se sabe que para Castro los conceptos de “libre” y “voluntario” no tienen el mismo significado que para la Academia de la Lengua. Basta recordar el caso del físico Luis Grave de Peralta Morell, preso de conciencia condenado a trece años y deportado tras cuatro años de prisión. Sus hijos y su esposa, a pesar de contar con un visado norteamericano, no fueron autorizarlos a viajar durante años. Cumplieron íntegra la pena que a su padre le fue conmutada gracias a los buenos oficios del congresista demócrata Bill Richardson. O el ya habitual veto que se impone a los viajes de Oswaldo Payá, Yoani Sánchez, Elizardo Sánchez Santa Cruz y otros opositores, e incluso a los que no lo son. Cuando España organizó el encuentro de narradores «La Isla Entera», el gobierno cubano negó el permiso de salida a una decena de narradores, de modo que el encuentro fuera “La Media Isla”.

El 28 de agosto de 2000, la secretaria de Estado Madeleine Albright hizo pública una relación de las 117 personas a las que en apenas dos meses y medio Cuba había prohibido viajar, aun  teniendo visado norteamericano, y denunció que a los cubanos, con ingresos anuales de 144 dólares, el gobierno les exigiera un impuesto de salida de 500. De ello se deduce el alto valor que conceden las autoridades de la Isla a la huida, como quien vende salvavidas a sobreprecio en medio de la mar picada.

La Constitución de la República de Cuba de 1901 estipulaba en su artículo 29 que “Toda persona podrá entrar en el territorio de la República, salir de él, viajar dentro de sus límites, y mudar de residencia, sin necesidad de carta de seguridad, pasaporte u otro requisito semejante, salvo lo que se disponga en las leyes sobre inmigración, y las facultades atribuidas a la autoridad en caso de responsabilidad criminal”. Y en su artículo 30, que “Ningún cubano podrá ser expatriado ni a ninguno podrá prohibírsele la entrada en el territorio de la República”. Lo cual será refrendado por la Constitución de 1940.

En su artículo 32, la Constitución de 1992 establece que “Los cubanos no podrán ser privados de su ciudadanía, salvo por causas legalmente establecidas. Tampoco podrán ser privados del derecho a cambiar de esta. No se admitirá la doble ciudadanía. En consecuencia, cuando se adquiera una ciudadanía extranjera, se perderá la cubana”.

De modo que todos los que hemos adquirido otra nacionalidad, deberíamos ser despojados automáticamente de la cubana. En su defensa, el gobierno cubano podría declararse incapaz de conocer cuáles de sus dos millones de exiliados se han convertido en norteamericanos, españoles o suecos. Pero hay pruebas de lo contrario. En la revista Encuentro de la Cultura Cubana se publicó un excelente texto sobre el caso de un ciudadano cubano que adquirió en la Isla la nacionalidad española y, en estricta interpretación de la Constitución, solicitó que le fuera extraída la nacionalidad cubana, como una muela sin posibilidad de empaste. Había sopesado las ventajas de ser extranjero y residir en Cuba. Tras meses de silencio, y ante la insistencia de su abogado, un viceministro del MINREX le respondió que la ciudadanía española le había sido concedida por una “potencia extranjera” y que el gobierno cubano, en nombre de la soberanía nacional y la autodeterminación, se negaba  a emprender cualquier tipo de acción bajo la presión de una decisión unilateral de una “potencia extranjera” (reiteración incluida).

En realidad, lo que justifica que el gobierno de la Isla viole su propia constitución es que los cubanos somos su mercancía, y no sólo política. Ignoro qué evento trascendental ocurrió el 31 de Diciembre de 1970, pero quienes emigraron antes de esa fecha son los únicos autorizados a regresar con pasaportes exóticos, después de pagar 105 € por la “habilitación” (se infiere que hasta entonces malvivían inhábiles) y el permiso de entrada. El resto, estamos condenados a adquirir a sobreprecio un pasaporte de 180 € (y otros 180 € en prórrogas), que en Estados Unidos asciende 370 US$  más prórrogas, como se constata en la página de la Sección de Intereses de Cuba en Washington (http://www.cubadiplomatica.cu/sicw/ES/ServiciosConsulares.aspx), donde se clama por la libertad para los cinco, cuando estadísticamente sería más justo exigir la libertad de los trece millones.

 Si usted se acerca a un consulado cubano, encontrará un listado de precios:

Carta de invitación 175 €

Permisos humanitarios de regreso definitivo 135 €

Permiso de Residencia en el Exterior (PRE) 80 €

Poder para salida de un menor 125 €

Legalización y certificación de nacimientos, matrimonios, defunciones (100 € por documento)

Transcripción a Cuba de nacimientos y defunciones 100 €

Transcripción de matrimonio a Cuba175 €

Documentación para casarse en Cuba: Solteros, 200 €; divorciados, 300 €; viudos, 400 €. Más 125 € si se casa por poder. Y 110 € por la certificación y legalización del certificado de matrimonio español.

Etcétera. Etcétera.

A juzgar por los precios, todo consulado cubano ha sido bendecido con una estrella Michelín. No hay menú del día ni platos combinados.

Pero posiblemente el más humillante de esos “impuestos revolucionarios” (como llamaba ETA a sus extorsiones a los empresarios españoles) sean las prórrogas de permiso de viaje al exterior (PVE). Después de pagar carta de invitación, pasaporte, permiso de salida, visado y billetes de avión, usted recibe por fin a su padre o a su madre en el aeropuerto. Pero no se engañe. Usted disfruta de sus padres en régimen de alquiler. Por ese concepto deberá pagar 40 € mensuales al gobierno cubano a partir del primer mes. 150 US$ en Estados Unidos. Hasta un tope de once meses, momento en que ese Estado considera que “el que fue a Sevilla perdió su silla” y expropia a su padre casa, muebles, carro y le expropia la patria negándole el derecho a regresar. Hipotecada la vida del ciudadano, en caso de impago, el Estado acreedor procede a la incautación de bienes y derechos.

Tucídides afirmaba que la ciudad no son sus murallas, sino sus habitantes. Y los Castro se percataron de inmediato que no bastaba ser propietarios  de las tierras y mares adyacentes, las fábricas y las casas. Como propietaria de todos los cubanos, la aristocracia verde olivo podía votar, decidir e incluso vivir en su nombre; enviarlos a guerras lejanas y reducirlos a menores de edad perpetuos o incapacitados permanentes que deberán ser representados. “Fidel es nuestro papá”, dijo en cierta ocasión no sé si Robertico Robaina o Felipito Pérez Roque, ambos castigaditos por su mala conducta. Y un padre, como afirmaba Pablo Neruda en su “Oda a Stalin”, suele castigar a los desobedientes: “Stalin alza, limpia, construye, fortifica, preserva, mira, protege, alimenta, pero también castiga. Y esto es cuanto quería deciros, camaradas: hace falta el castigo”.

Los italianos tienen un curioso eslogan: “Intenta vivir de tus padres hasta que puedas vivir de tus hijos”. Y nadie como los Castro lo ha puesto en práctica. Malgastaron en un decenio la economía saneada que heredaron en 1959 de sus padres; disfrutaron durante treinta años la suculenta mesada del padrecito soviético, y desde los 90 intentan vivir de sus hijos. Para ello han actualizado una tecnología del siglo XVII. Por entonces, aunque alguien no dispusiera de hacienda ni de fábrica donde colocarlos, podía adquirir un par de esclavos y “echarlos a ganar”. Como peón, carpintero, pescador o puta, el esclavo conservaría lo indispensable para su sostén y entregaría al dueño la plusvalía. Médicos, entrenadores, militares y marinos han sido “echados a ganar” por los caminos del mundo, bien sujetos a la Isla por una cadena invisible de rehenes filiales. “No podrán otorgar carta de invitación los ciudadanos cubanos que se encuentren cumpliendo misiones oficiales o contratos de trabajo”, reza una advertencia en las páginas de los consulados cubanos. Y añaden que quien deserte “no podrá viajar a Cuba, transcurridos 5 años desde la fecha de su salida del país”, y tampoco recibirán autorización para reunirse con el prófugo sus familiares, los rehenes. El mono habrá escapado, pero la cadena es propiedad del Estado. También en la Isla se ha “echado a ganar” en las corporaciones extranjeras a muchos cubanos. Incluso las putas por cuenta propia son expoliadas indirectamente por el Estado a través de policías y funcionarios, proxenetas del Materialismo Dialéctico. Fidel Castro se encargó personalmente del marketing al calificar a las jineteras insulares como “las más cultas del mundo”, como si los putañeros del universo acudieran a la Isla a disfrutar las bellas artes de la conversación.

Destruida la industria azucarera, arruinados los cafetales y renqueantes las fábricas soviéticas, obsoletas de nacimiento, la exportación de carne ha pasado a ser la primera industria de la Isla, algo que haría las delicias de los caníbales de Papúa-Nueva Guinea: se exporta carne humana en su envase original (100% natural, sin conservantes ni colorantes). Cubanos de bajo coste que permiten al buró político del alzheimer continuar viajando por la vida en primera clase.

La diferencia con el siglo XVII es que por entonces el esclavo podía ahorrar para comprar su libertad y disponer entonces del fruto íntegro de su trabajo. De momento, la legislación laboral cubana no contempla la manumisión entre los derechos de la clase trabajadora. La única alternativa es el exilio. Y entonces opera la cadena invisible del amor filial: remesas mediante, el exilio cubano está condenado a una práctica que aterraría a los dicharacheros italianos: mantener a sus hijos en el continente y a sus padres en la Isla, y sacarlos de vez en cuando a tomar el fresco del planeta, por 40 € mensuales, el alquiler fijo de un cubano, sin rebajas en temporada baja ni descuentos a los clientes habituales.

 

“Cubanos de alquiler”; en: Cubaencuentro, Madrid, 19/10/2011. http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/cubanos-de-alquiler-269265





Playing for Change

11 10 2011

Frente a una tienda Old Navy, Roger Ridley, músico callejero de Santa Mónica, interpretaba aquel día de marzo de 2005 uno de sus temas favoritos, Stand By Me. Pero no fue un día cualquiera. Mark Johnson, un joven productor e ingeniero de sonido, decidió grabarlo, y en ese momento, casi sin darse cuenta, comenzó a tejer una red mundial de pura música.

Mark Johnson viajó a New Orleans, Amsterdam, Barcelona, Pisa, New Mexico, Toulouse, Rio de Janeiro, Moscú, Caracas, El Congo y Sudáfrica, y allí fue compilando sobre la grabación original la percusión de Twin Eagle Drum Group, Junior Kissangwa Mbouta y Django Degen en las tumbadoras, la tabla de Washboard Chaz, la pandereta de François Viguié; las guitarras de Cesar Pope, Roberto Luti, Geraldo y Dionisio; el chello de Dimitri Dolganov; el saxo de Stefano Tomaselli; el bajo de Pokei Klaas; el sonido africano en las voces de Vusi Mahlasela y el coro Sinamuva; la cavernosa voz y la armónica de Gradpa Elliot, y el extraordinario timbre de Clarence Bekker. En la producción final, la percusión de los nativos americanos se empasta con la batería de un congolés, los sonidos del blues y del cajun dialogan con los coros sudafricanos y el jazz en el saxo de Tomaselli, o el chello sinfónico de Dolganov. Como si todo el planeta hubiese comenzado a interpretar la misma canción al mismo tiempo. El resultado: en mayo de 2011, 31 millones de usuarios ya habían visto el video en Youtube.

Desde entonces, el proyecto se ha ampliado. Songs Around the World incluye, además de Stand By Me, de Ben E. King; One Love y War: No More Trouble, ambas de Bob Marley; Don’t Worry, de Pierre Minetti, y Chanda Mama, de Ananda Giri y Enzo Buono. Mark Johnson ha recorrido la India, Nepal, Mali, Irlanda, Miami, La Habana, Santiago de Cuba, Maipú, Buenos Aires, Tel Aviv, Lisboa, Zimbawe, París, Livorno, y muchas más que harían de esta relación una tediosa clase de geografía. Y ha conseguido la colaboración de más de cien músicos aficionados y profesionales, desconocidos y famosos, entre ellos Felipe Carmona, Keb Mo, Vusi Mahlasela, Bono, The Omagh Community Youth Choir, Tal Ben Ari (Tula), Rajhesh Vaidhya, Pierre Minetti, Manu Chao y Carlos Vives.

Playing for Change, fundación nacida en 2007, es ya un gran proyecto global multimedia que intenta concretar sus esfuerzos por un diálogo global entre culturas a través de la enseñanza musical, y se dedica a la construcción de escuelas de música en todo el planeta: tres en Nepal, y cuatro en Sudáfrica, Ghana, Mali y Rwanda.

Que la música, y el arte en general, son universales y traspasan fronteras, lenguas e ideologías, no es nada nuevo. África está en Picasso como el son cubano en Gershwin y África en el son. Unir bajo una misma batuta a músicos distintos, distantes e incluso enemigos, tampoco. Lo hizo con su Orquesta del Diván Este-Oeste, donde se agrupan músicos israelíes, árabes y españoles, el judío-argentino Daniel Barenboim, en colaboración con el escritor palestino-norteamericano Edward Saíd. Lo han hecho Peter Gabriel y Paul Simon. Pero Playing for Change ha aprovechado dos globalizaciones: la de los lenguajes musicales, y la globalización de internet que ha colocado sus videos más allá de cualquier frontera, de ahí sus resonancias, de modo que al formar la Playing For Change Band, integrada por músicos de todo el mundo, sus conciertos en numerosas ciudades han sido llenos completos.

En la página de la fundación reiteran la “convicción de que la música desarma las fronteras y nos ayuda a superar nuestras diferencias. Independientemente de nuestros orígenes geográficos, políticos, económicos, espirituales o ideológicos, la música tiene el poder universal de unirnos como habitantes de un mismo planeta”. Dicen que la música amansa a las fieras, aunque ahora mismo me asalta la imagen de Adolf Hitler, melómano confeso, asiduo de los festivales de Bayreuth, conmovido en el Nido del Águila mientras escucha Tristán e Isolda (aunque la banda sonora del nazismo fuera El anillo del Nibelungo). Será por eso que entre Wagner y Julio Iglesias me quedo con Benny Moré.

En cualquier caso, una de las grandes virtudes de la globalización ha sido convencernos (mediante las aerolíneras de bajo coste) de que no somos tan distantes, ni, en el fondo, tan distintos como intentan hacernos creer los nacionalismos de bajo coste y las ideologías al servicio de los productores ejecutivos que pretenden dictar el guión de nuestras vidas.

Y hay pruebas. Si visitan en You Tube, entre una docena de nuevos videos,  el de Satchita, comprobarán que un bossa nova que comienza en Rio de Janeiro puede continuar en Cabo Verde y La Habana, pasar por Jamaica, Santiago de Cuba y Buenos Aires, entrarle en tiempo de rumba en Almería, bailarlo con pasos flamencos en Cádiz y terminar en una playa de la India, como si el propio Visnú se uniera a la fiesta.

 

“Playing for Change”; en: Cubaencuentro, Madrid, 11/10/2011. http://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/playing-for-change-269196

 

 





Las virtudes de la crisis

27 09 2011

Hace poco llegó un amigo de Cuba y al día siguiente acudimos a la calle Cardenal Cisneros, donde se alinean las mejores cervecerías de Madrid. Cada una con su propia personalidad, su carta más o menos extensa de abadías belgas y alemanas, y todas llenas a rebosar de parroquianos enarbolando sus copas y sus jarras. ¿Y ésta es la famosa crisis?, preguntó mi amigo. Trabajo me costó explicárselo entre el estruendo de las conversaciones, pero sí, esta es la crisis, aunque a veces no lo parezca. Sobre todo viniendo de Cuba, instalada en una crisis permanente, y donde la asidua lectura del diario Granma sugiere al viajero que encontrará en la Puerta de Alcalá una legión de famélicos parados que engrosarán en breve los campos de refugiados de La Castellana.

Aunque no sea la que el Granma sugiere, la crisis existe, sobre todo para los 4.910.200 de parados españoles que en el primer trimestre de 2011 sitúan la tasa de desempleo en el 21% de la población activa. Miles de familias han perdido sus casas al no poder hacer frente a las hipotecas y millones de personas han reducido drásticamente sus expectativas desde que en 2007 la crisis hipotecaria en Estados Unidos dio el pistoletazo de salida a la que ya es una crisis global, sobre todo desde el desplome mundial de las bolsas en 2008.

Tras la caída del comunismo entre 1989 y 1991, nos han repetido que el modelo de capitalismo globalizado en boga es lo más sublime para el alma divertir, y que nuestra única función es consumir desaforadamente para mantener en movimiento la maquinaria económica. Las virtudes que contribuyeron a crear en Occidente y Japón los grandes polos de desarrollo –abnegación, ahorro, laboriosidad, disciplina, educación, honradez, perseverancia, prudencia, responsabilidad— pasaron de moda. El ahorro fue sustituido por el despilfarro; la prudencia, por el consumismo; la honradez, por la malversación y lo que en España llaman la cultura del pelotazo: enriquecimiento relámpago a costa de lo que sea. Ante la oferta de trabajos bien pagados, muchos jóvenes abandonaban sus estudios (su futuro) para poder disfrutar (ahora, hoy mismo) de coche nuevo y las mejores etiquetas en sus jeans. Las familias incurrieron en hipotecas que rozaban sus límites de solvencia. La ingeniería que construye máquinas y puentes perdió protagonismo ante la ingeniería financiera que empaquetaba hipotecas basura y valores dudosos en papel de regalo y los vendía y revendía sabiendo que algún día se abriría el precioso envoltorio y los incautos descubrirían una burbuja de aire, pero ya por entonces las ganancias estarían a buen recaudo. La codicia fue enaltecida como un nuevo modelo de sabiduría. Más nos valía ser listos que inteligentes.

Nos convencieron de que no había nada de qué preocuparse. Los estados no tenían que intervenir. El mercado, regido por los gurús de las finanzas, se regulaba solo. Las agencias de calificación –Standard & Poor’s, Moody’s, Fitch– y los grandes gabinetes asesores –Ernst and Youg, Accenture, Deloitte, McKinsey, Boston Consulting Group, KPMG— velaban por nosotros.  Tanto, que no fueron capaces de prever ni la caída de Lehman Brothers. Pero cuando se hubo consumado la catástrofe, los mercados y los bancos clamaron por la intervención de quienes antes no tenían que intervenir: los estados, es decir, el dinero de los contribuyentes. En nuestro nombre se inyectaron billones a los bancos para evitar la quiebra del sistema. Y los bancos, tan solidarios como de costumbre, no convirtieron esa liquidez en créditos a la pequeña y mediana empresa para reactivar la economía, sino en inversiones de alta rentabilidad que multiplicaran sus ganancias. Y en eso estamos. Inmersos en un sistema global en que, al menos en los países democráticos, los ciudadanos votan a los líderes que una vez electos serán gobernados por los mercados o, en el mejor de los casos, gobernarán más atentos a las agencias de calificación y los vaivenes de la bolsa, que a sus electores. El resultado de esa espiral enloquecida es que, al tiempo que se desploman los ingresos de la mayoría, crecen y se consolidan las grandes fortunas, como si los pobres subvencionaran a los ricos. Incluso a nivel global. China y Brasil salen al rescate de la deuda europea ante el temor a quedarse sin clientes.

Pero la crisis también tiene sus virtudes.

Una generación que parecía adormilada entre el hedonismo y el desinterés, sale a la calle indignada. El movimiento 15M, que se ha replicado en toda Europa, exige la puesta al día de valores olvidados: igualdad, progreso, solidaridad, sostenibilidad ecológica y desarrollo, el bienestar y la felicidad de las personas; el derecho a la vivienda, al trabajo, a la cultura, a la salud, a la educación, a la participación política, al libre desarrollo personal, y contra una “dictadura partitocrática” que, según ellos, no nos representa. Apuestan por una democracia más demos y menos crática, sustentada en la universalidad de la palabra, la opinión y la participación, gracias a las nuevas tecnologías.

La sociedad cobra conciencia de las malas políticas económicas, la falta de regulaciones, escasa supervisión y la ilimitada codicia e irresponsabilidad financiera a costa del bien ajeno. Se exige el cese de la impunidad, de la delincuencia política y financiera, y ya se ha sentado en el banquillo, acusado de negligencia grave, el ex primer ministro islandés Geeir H. Hardee. Pero deberían ser muchos, muchos más.

Aunque la globalización es ya imparable, habrá que replanteársela en otros términos, en particular en lo que respecta a la coordinación entre los estados para el control y la supervisión de la economía financiera y la abolición de los paraísos fiscales. Derivar la economía productiva hacia la economía financiera –en Estados Unidos ella constituye el 8,5% del PIB y un 30% de los beneficios— puede ser tan peligroso como caminar sobre un pavimento de humo. La riqueza de los países no proviene de la prestidigitación financiera, sino de la innovación y el trabajo. Los ingenieros de máquinas y puentes deberán recuperar protagonismo frente a los ingenieros de nubes. Y recordar a Albert Einstein cuando enunció que “el pensamiento que ha creado la crisis no puede ser el mismo que va a solucionarla”.

Se cobra conciencia de que un modelo basado en una espiral de consumismo y sobreendeudamiento progresivo es, simplemente, insostenible. Grecia, Portugal, Italia y España son testigos. Y Estados Unidos, donde la transferencia de la deuda privada hacia la deuda pública elevará el endeudamiento del Estado a un 80% de su PIB. Puede que esto sirva para regresar a la antigua virtud del ahorro desde las familias hasta los países. Y eso puede derivar en el restablecimiento de las dinámicas a largo plazo en las decisiones económicas frente a la mentalidad del aquí y ahora y la cultura del pelotazo.

Si no lo hacen los poderes financieros, los estados tendrán que imponer al capital normas y valores más allá de la pura codicia. El resultado último de la evolución es el hombre, no el dólar. Schumpeter y Hayek ya enunciaron que la economía también tiene que sustentarse sobre valores, más allá de los tipos de interés.

La explosión de la burbuja inmobiliaria, que ha dejado a media España en el paro –se construía como si todos los jubilados del continente se fueran a mudar a la península–, también tiene sus lados buenos. Y no son pocos. Con el aumento del desempleo, muchos inmigrantes han regresado a sus países con sus indemnizaciones, transfiriendo no sólo capital, que ya está fomentando el desarrollo, sino experiencia. Aumenta la tendencia de los jóvenes al alquiler de viviendas, no a la compra, lo que favorece la movilidad laboral. El abaratamiento de la vivienda podría redundar en un incremento de la natalidad, lo que a su vez contribuiría al mantenimiento del sistema de pensiones. Y, sobre todo, la explosión de la burbuja demuestra que España está obligada a reconsiderar su modelo de desarrollo, que no puede descansar en el turismo y el ladrillo, sino en la sociedad del conocimiento. Y a eso contribuye el que, ante la escasa oferta laboral, muchos jóvenes que habían abandonado sus estudios, reingresan en procesos de formación y se recalifiquen.

Pero no es la única burbuja que ha estallado con la crisis. La burbuja del neoliberalismo como verdad suprema también se ha desvanecido. El mundo está abocado a una economía más racional y tangible, basada en la producción y el consumo responsable. Y junto a ésta, la burbuja mediática y política de los vendedores de ilusiones. O la burbuja de una buena parte del “arte contemporáneo” –ya Sotheby’s ha tenido dificultades para concluir muchas de sus subastas–, al no representar valores seguros, valores refugio para la riqueza desmedida de una oligarquía mundial. Posiblemente el arte de los próximos años valore más el virtuosismo, la imaginación y las ideas que el exabrupto snob.

También los modelos de negocio han evolucionado con la crisis. No sobrevive el más fuerte ni el más grande, sino el que mejor se adapte y evolucione con racionalidad ante las nuevas circunstancias: innovación, contención del gasto, mejor relación calidad/precio, productividad y una atenta observación de las necesidades del cliente.

La crisis tiene, incluso, sus virtudes ecológicas. El consumo responsable comienza a sustituir la filosofía del usar y tirar. Se racionaliza el empleo de los recursos. Se acelera la carrera por las energías renovables (basta visitar los últimos salones del automóvil). Se recicla con más entusiasmo y, ante la imposibilidad de perpetuar el plan renove de elecrodomésticos y automóviles, ha reaparecido en los diccionarios una palabra olvidada: reparar.

Y la ecología social: Se racionaliza la proliferación de funcionarios e instituciones redundantes o simplemente innecesarias que proliferaron alegremente al amparo de los contribuyentes. Aunque aún distamos de poner coto al despilfarro de políticos.

Alejo Carpentier ya observaba que los siglos no se ajustaban exactamente al calendario y que, por ejemplo, el siglo XIX había comenzado con la Revolución Francesa y el siglo XX con la Revolución de Octubre. Desde esa perspectiva, el siglo XXI comenzaría con la caída del muro de Berlín, aunque muchos cifran ese inicio el 11 de septiembre de 2001, con la caída de las Torres Gemelas. Pero este siglo XXI debería comenzar el 15 de septiembre de 2008, con la quiebra de Lehman Brothers, cuando empezamos a preguntarnos si este es el modelo de sociedad que deseamos legar a nuestros hijos.

 

“Las virtudes de la crisis”; en: Cubaencuentro, Madrid, 27/09/2011. http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/las-virtudes-de-la-crisis-268621





La lentitud confortable

13 09 2011

Degustar un Yoichi 20 años, fabricado por Nikka, es una experiencia memorable. Un whisky cargado de matices –violetas, cuero, tabaco, grosellas— que abandonan en el paladar una larga memoria de las excelentes aguas de Hokkaido y de la turba purificadora en sus suelos. No por casualidad fue elegido en 2008 el mejor single malt en el World Whisky Awards, desbancando por primera vez a un whisky escocés.

Ese sabor se lo debemos a Masataka Taketsuru (1894–1979), un joven que tomó clases de química orgánica en la Universidad de Glasgow en 1919 y, posteriormente, trabajó en varias destilerías escocesas. En 1920 regresó a Japón cargado de cuadernos donde fue anotando el proceso de producción, y allí comenzó a trabajar para la destilería de Shinjiro Torii, creando en 1934 su propia empresa, Nikka, en Hokkaido, la Escocia japonesa.

De haber nacido en el Japón tradicionalista y hermético de la primera mitad del siglo XIX, el empeño innovador de Masataka Taketsuruno no habría fructificado; pero coincidió con la apertura del país a las nuevas tecnologías que convirtió a Japón en una potencia de primer orden. El país comprendió que no se trataba de reinventar la rueda, sino de adaptarla a su entorno. Ni de importar bisuterías de consumo, sino de estudiarlas, mejorarlas y producirlas con una eficiencia óptima. Treinta años después de los hermanos Wright, Japón fabricaba el Mitsubishi A6M, Zero, uno de los mejores cazas de la época.

En su libro Armas, gérmenes y acero: breve historia de la humanidad en los últimos trece mil años (Debate, 2006), Jared Diamond ofrece la explicación más convincente de por qué la humanidad se ha desarrollado diferencialmente en distintas regiones. Revela las causas objetivas de que en Mesoamérica y Los Andes surgieran las grandes civilizaciones americanas, y no en la Patagonia o en los Grandes Lagos. Y las razones geográficas, biológicas y climáticas gracias a las cuales las culturas de Eurasia y del Creciente Fértil han dominado el mundo durante los últimos milenios: la disponibilidad de animales y plantas domesticables y de alto rendimiento, pero, sobre todo, la posibilidad de expandir tecnologías, cultivos y ganado en un eje paralelo (y no meridiano, como en América o África) con franjas climáticas semejantes.

Gracias a ello, un puñado de conquistadores españoles vencieron a los imperios maya, azteca e inca, no porque fueran seres superiores, sino porque, entre otras razones, venían armados con acero (facturado por primera vez en India, Sri Lanka y China, donde también se inventó la pólvora) y sobre caballos que fueron domesticados por vez primera en Asia Central. Anotaban sobre papel (de origen chino) sus experiencias, mapas y conquistas gracias a una escritura muy perfeccionada a partir de sus orígenes babilonios. Y, sobre todo, venían armados con gérmenes contra los cuales los eurasiáticos se habían inmunizado a lo largo de milenios. Los americanos carecían de anticuerpos. Cómputos recientes demuestran que la gripe, la viruela, el sarampión, el tifo y la influenza fueron los grandes genocidas de la conquista.

Karl Marx realizó en su momento el análisis más exhaustivo del capital, pero pecó de escolástico al conferir a sus leyes de la dialéctica un carácter universal e inmutable. A ellas debía someterse, a las buenas o a las malas, la naturaleza y la historia. Y su Materialismo Histórico –determinista, eurocentrista y racista, entre otras istas–, intenta embutir en la horma europea el devenir histórico de toda la humanidad, sin considerar la historia como la compleja interacción entre múltiples procesos, no un mero resultado de la lucha de clases. De ahí que las sociedades construidas a punta de bayoneta como modelos más o menos (in)fieles a sus tesis hayan demostrado su caducidad histórica.

Jared Diamond, biólogo y biogeógrafo, profesor de la Universidad de California, parte de los datos objetivos e intenta explicar los hechos probados mediante razones comprobables. China, la gran potencia tecnológica del primer milenio, se subdesarrolló tras impermeabilizarse a lo nuevo y confinarse dentro de sus fronteras en una suerte de endogamia histórica. Lo contrario que Japón cuando a mediados del XIX asimiló el acervo tecnológico de Occidente. O la gran cultura islámica, dueña de la sabiduría medieval, que caducó tras imponer la transmisión de la fe sobre la transmisión del conocimiento.

El libro de Diamond hace referencia a un caso singular, el de Tasmania, una de las sociedades más primitivas del planeta a inicios del siglo XX. Unida a Australia mediante un puente de tierra durante milenios, hacia ella migraron las tecnologías australianas, según demuestra el registro arqueológico. Sumergido el puente, bastó que una epidemia o una guerra mataran a los artesanos de una aldea para que dejara de fabricarse el bumerang y otros instrumentos, y la comunidad fuera sumiéndose en una economía cada vez más precaria, sin posibilidad de reactivación tecnológica por transmisión. Por el contrario que en Eurasia, estaban condenados a reinventar, una y otra vez, la rueda.

Cuba es un caso singular de aplicación de las tesis de Jared Diamond. Exterminada en su casi totalidad la población autóctona por los gérmenes y el acero de la conquista, la isla, extensión occidental de la cultura occidental, adoptó rápidamente la ganadería europea, la caña de la India y el café etíope, pero también las tecnologías navales más avanzadas. Más tarde aprovechará, desde inicios del siglo XIX, el estrecho puente de mar que la separa de una de las sociedades más innovadoras, la norteamericana. De modo que la colonia dispone de ferrocarril antes que la metrópoli y crea durante el XIX una industria, especialmente la azucarera, de tecnología punta, al tiempo que se forma una clase empresarial y una tecnocracia capaces de operarla eficazmente, algo que se acelera y diversifica tras la independencia, durante la primera mitad del siglo XX.

Con todas las objeciones que pueda, justamente, hacérsele –inestabilidad política, diferencia entre la ciudad y el campo, monocultivo, corrupción, etc.–, aquella era una sociedad en crecimiento, ágil en la implantación de las novedades tecnológicas, y que se encontraba en proceso de diversificación –tabacalera, industria ligera y textiles, alimentaria, transporte, minería, metalurgia, entre otras–, gracias a contar con un creciente sector de personal altamente calificado. Como en el Japón de Masataka Taketsuru, no se trataba de importar bisutería norteamericana, sino de realizar producciones propias ajustando la tecnología a las condiciones y posibilidades locales.

La revolución de 1959 cortó el puente marítimo con la capital tecnológica del siglo XX y estableció un puente transoceánico con la Tasmania soviética, de donde comenzamos a recibir hachas de piedra y otras tecnologías obsoletas. El proceso de desmantelamiento de la economía precedente concluyó, en lo esencial, con la Ofensiva Revolucionaria y la Zafra de los Diez Millones. Los artesanos de la aldea no perecieron en guerras o epidemias. Se exiliaron masivamente en menos de un decenio.

Entre 1968 y 1989, la aristocracia verde olivo disfrutó su Edad de Oro. Eliminada la competencia y abolida la sociedad civil y la prensa libre, dueños absolutos del poder político y económico, la nueva oligarquía, subvencionada por razones geopolíticas, no tenía siquiera que ser eficiente. El sueño dorado de cualquier dictadura. Sin inquietud por la opinión pública, la prensa o la oposición, abolida la inquietud electoral, podían dedicarse impunemente a juegos de guerras y guerrillas o a la prestidigitación económica: vacas como elefantes que harían correr ríos de leche, zafras que inundarían de azúcar el planeta, café caturra, arroz, naranjales estudiantiles. Cada desastre era el prólogo, a golpes de consigna, de un nuevo milagro que nos colocaría a la cabeza del universo. Mientras, bajo el manto de una presunta planificación modelo GOSPLAN, se echaron al olvido palabras obsoletas propias del ancien régime: contabilidad, fiscalidad, rentabilidad, auditoría, control de gastos y resultados, facturación, beneficios, eficiencia.

Posiblemente la gerontocracia criolla recuerde hoy con nostalgia aquellos años felices cuando era mayor su esperanza de (buena) vida.

Ahora la supervivencia obliga a reinventar a trompicones la empresa privada (pero si incentivos fiscales, ni apoyo financiero, ni mayoristas); se entregan tierras en usufructo sin insumos ni banco agrícola y con trabas a la producción y la comercialización; se reinstauran la contabilidad y el control de gastos y resultados; se impone un sistema fiscal que abrume adecuadamente a los pequeños empresarios; palabras como rentabilidad, facturación, beneficios y eficiencia se rescatan de los viejos diccionarios. Y las auditorías, como un ras de mar, amenazan a los jerarcas que habitan al nivel del mar. Difícilmente la marea suba hasta las altas cumbres.

Lo más llamativo para los expertos es la lentitud y los reiterados “errores” y “olvidos” en la reimplantación de esas viejas tecnologías. Si la pólvora o la imprenta se distribuyeron gracias al eje meridiano de Eurasia, hoy los nuevos medios de transporte y el eje multidireccional de Internet permiten la difusión instantánea de las tecnologías en todas direcciones. Cualquier Manual de negocios para Dummies permite al más lerdo la reimplantación de la empresa privada, con todo su aparato subsidiario, en un par de meses. El raulismo, en cambio, repite que todo se hará con calma y sosiego para no equivocarse. (Son los mismos que se equivocaron a toda velocidad durante los 60, pero la tercera edad ya no está para esos trotes). Y aun así, se equivocan, comenzando por los tempos. En una economía globalizada y dinámica que se mueve a saltos tecnológicos, la lentitud es el primer error.

Pero no es un error ni un olvido. Una parte de la aristocracia verde olivo hace retranca al cambio, anclada aún en la nostalgia por su Edad Dorada. Triste jubilación sería soportar el alzheimer y los males de próstata, como almas en pena de museo, en un mundo de pequeños empresarios exitosos y solventes. Otros, más emprendedores y ya de civil, aunque conserven sus al(r)mas de generales, saben que mientras afianzan la administración o la gerencia de las corporaciones y empresas de las que mañana serán dueños, necesitan un período de carencia, un plazo de gracia sin la competencia desleal de un empresariado advenedizo, aunque sean ingenieros y licenciados condenados a oficios del siglo XIX: arrieros, aguadores o forradores de botones.

Y no es que la espera sea demasiado inconfortable. Como aquellos emperadores de la China hermética que sólo permitían la importación de relojes para su uso y entretenimiento, pero prohibían construirlos a los artesanos locales (los autócratas siempre han querido monopolizar el usufructo del tiempo), la aristocracia verde olivo cuenta en privado con la parafernalia tecnológica de última generación para su disfrute, lo que facilita la redacción de los llamados al sacrificio y la abnegación de los súbditos, entre sorbos de un Yoichi 20 años, fruto del emprendedor Masataka Taketsuru y de la apertura japonesa.

 

“La lentitud confortable”; en: Cubaencuentro, Madrid, 13/09/2011. http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/la-lentitud-confortable-268066





Sean realistas, pidan lo posible

5 09 2011

“Sean realistas, pidan lo imposible”

Eslogan del Mayo francés, en la estación Censier, 1968

 

 

La Spanish Revolution, el movimiento 15-M, horizontal, apartidista, sin líderes visibles (aunque ya comienzan a aparecer algunos portavoces recurrentes), ha inaugurado en Europa la era de las revueltas online en la estela de las ocurridas en el mundo árabe –salvando las enormes distancias entre ambas sociedades, el carácter de las reivindicaciones y la respuesta gubernamental.

Puede aducirse en contra del 15-M que es por momentos caótico, que se mueve a golpe de eslóganes no siempre equipados con una reflexión de fondo, que no ha hallado aún el modo de traducirse en una acción política concreta, o que a la corriente cívica mayoritaria se han sumado corrientes ajenas, como los antisistema adictos a la violencia y que más parecen enemigos del mobiliario urbano.

Pero los argumentos a favor son abrumadores. Una generación que parecía adormilada entre el hedonismo y el desinterés, sale a la calle armada de ideas que, de tan manoseadas, parecen demodé, como la igualdad, el progreso, la solidaridad, la sostenibilidad ecológica y el desarrollo, el bienestar y la felicidad de las personas; el derecho a la vivienda, al trabajo, a la cultura, a la salud, a la educación, a la participación política, al libre desarrollo personal, y contra una “dictadura partitocrática” encabezada por el PPSOE, suma de las siglas del Partido Popular y del Partido Socialista Obrero Español, los que se alternan en el gobierno desde el inicio de la democracia, en un sistema que, en la práctica, ha terminado siendo bipartidista. Reivindican que su existencia anónima es la que produce los bienes y mueve el mundo y proponen una Revolución Ética.

Nadie negará que en buena medida sus reivindicaciones coinciden con los asuntos que más preocupan a la ciudadanía (el paro, la corrupción de la clase política, etc.), lo cual explica su poder de convocatoria demostrado en las manifestaciones multitudinarias que han tomado las calles de todas las grandes ciudades españoles. Incluso muchos políticos tradicionales han reconocido la pertinencia de sus reclamos, aunque atribuyendo siempre esos males al partido contrario.

Si visitamos la página de ¡Democracia Real Ya! (http://www.democraciarealya.es) encontraremos desgranadas por acápites sus reivindicaciones. En qué medida son viables o pertinentes es algo que vale la pena analizar. De ello dependerá la solvencia del movimiento y su posibilidad de traducirse en acciones concretas

 

El primer punto se refiere a la eliminación de los privilegios de la clase política: control estricto del cumplimiento de sus funciones, como el que se aplica a cualquier otro trabajador; supresión de los privilegios en el pago de impuestos, los años de cotización y el monto de las pensiones; equiparación del salario de los representantes electos al salario medio español más las dietas indispensables para el ejercicio de sus funciones; eliminación de la inmunidad asociada al cargo; imprescriptibilidad de los delitos de corrupción; reducción de los cargos de libre designación, y publicación obligatoria del patrimonio de todos los cargos públicos antes y después de jurar el cargo.

El hecho de que el 15-M sea un movimiento apartidista no significa que no sea político, razón por la que su juicio sobre la clase política es la primera de sus reivindicaciones, aunque sea la tercera preocupación de los españoles, en orden de importancia. Si partimos de que un político es un servidor público electo por los ciudadanos para que decida, por delegación, en su nombre, es razonable que sus emolumentos, sus obligaciones tributarias, su disfrute de la seguridad social y el cumplimiento de sus obligaciones sean equiparables a los del resto de los asalariados, y, como en cualquier empresa, sus ingresos serán potestad de la junta de accionistas, en este caso, de la junta de electores. Aspirar a que se ajusten por decreto al salario medio es utópico e injusto, dadas las funciones profesionales que se les encargan y los bienes confiados a su custodia. La primera profilaxis de la corrupción es retribuir en justicia el trabajo del funcionario público. Lo segundo es que sean obligatorias las declaraciones de patrimonio antes y después, que deberán ser verificadas por las instituciones competentes y la imprescriptibilidad de los delitos de corrupción.

En este país se da el contrasentido de que el presidente de los 47 millones de españoles gana 73.486 euros al año, mientras el presidente de los 7,5 millones de catalanes duplica esa cifra. O que siete presidentes de autonomías y los alcaldes de ciudades como Zaragoza, Barcelona, Madrid, Bilbao y San Sebastián ganen más que el presidente del gobierno. La razón es que son los propios políticos quienes deciden sus salarios y, en el caso de las comunidades autónomas, que cuentan con esa potestad, hay una escandalosa sobrevaloración de sus merecimientos. Del mismo modo que la defensa o las relaciones exteriores son potestad del gobierno central, creo que debería existir una comisión técnica que dictara un escalafón salarial en estricta proporción con la masa de ciudadanos representados por cada cargo político, reajustable sólo de acuerdo al índice del costo de la vida en cada localidad, de modo que el poder adquisitivo de un alcalde de una ciudad de cierto tramo poblacional sea equiparable con el de sus homólogos en todo el país. Y que ello se extendiera a todos los cargos electos. Claro que habría que vencer la resistencia, en primer lugar, de los políticos autonómicos, que defenderán sus salarios en nombre de los fueros comunitarios, confundiendo prebendas propias con derechos de sus ciudadanos. Una medida de esta naturaleza sólo será viable de aprobarse en referendo vinculante y que Hacienda vele por su estricto cumplimiento.

La reducción de los cargos de libre designación sería deseable, a los efectos de que sólo una pequeña cúpula de cargos políticos rote tras las alecciones, y que la mayoría del aparato esté compuesto por profesionales de probada solvencia que den continuidad al trabajo institucional. No cargos vitalicios, sino sujetos a sus resultados, como cualquier empleado.

En cuanto a la eliminación de la inmunidad asociada al cargo, creo que deberá ser automática en caso de delitos como la corrupción, el abuso de poder o el nepotismo. No en todo aquello que preserva la independencia de los políticos para legislar en conciencia y de acuerdo a los intereses del electorado. En caso contrario, cualquier político podría ser continuamente demandado por empresas o personas afectadas por leyes, decretos o resoluciones de interés general. Los políticos podrían pasar más tiempo en los juzgados que en el parlamento.

 

La segunda reclamación de los indignados se refiere al desempleo. Proponen el reparto del trabajo fomentando las reducciones de jornada y la conciliación laboral; jubilación a los 65 y ningún aumento de la edad de jubilación hasta acabar con el desempleo juvenil; bonificaciones para aquellas empresas con menos de un 10% de contratación temporal; imposibilidad de despidos colectivos en las grandes empresas mientras haya beneficios; fiscalización de esas empresas para asegurar que no cubren con trabajadores temporales empleos que podrían ser fijos, y restablecimiento del subsidio de 426 € para todos los parados de larga duración.

El desempleo, que asciende al 20,7% de la población activa, es hoy, con razón, la primera inquietud del ciudadano español. Flexibilizar las jornadas de trabajo y la conciliación laboral es deseable, pero el reparto de trabajo sería nefasto. En países comunistas donde se empleó a doscientos cuando se necesitaban cien trabajadores para abolir el desempleo por decreto, el desplome de la productividad ocasionó el desempleo encubierto y el subsalario. Al cabo, la bancarrota del país y la necesidad de un reajuste drástico. La única solución realista es el crecimiento económico, el fomento de las PYMES y una adecuada política de financiación. No aumentar la edad de jubilación en consonancia con el aumento de la esperanza de vida, tampoco creará empleo, sino que gravitará sobre los costes de la seguridad social y obligará a los nuevos trabajadores a cotizar más para sostener la viabilidad del sistema. Seguramente los indignados tampoco estarían dispuestos a cotizar más. La globalización ha provocado un decidido proceso de deslocalización industrial hacia países donde la mano de obra es más barata, lo cual ha beneficiado a los países emergentes. E imponer a las empresas costes laborales desmedidos y rigidez en el sistema de contratación para proteger al trabajador, puede desprotegerlo totalmente cuando la empresa migre a China. La única solución para conservar un tejido industrial y empresarial es aumentar sustancialmente la productividad y la calificación de la mano de obra, lo único que permitirá transitar decididamente hacia las altas tecnologías. Sin ese cambio, será difícil no ya mantener el subsidio de 426 € para todos los parados de larga duración, sino la viabilidad de todo el sistema de seguridad social.

 

El siguiente punto se refiere a los servicios públicos de calidad: supresión de gastos inútiles en las Administraciones Públicas y establecimiento de un control independiente de presupuestos y gastos; contratación de personal sanitario y de profesorado para mejorar esos servicios; reducción del coste de matrícula universitaria; financiación pública de la investigación para garantizar su independencia; transporte público barato, de calidad y ecológicamente sostenible; restricción del tráfico rodado privado en el centro de las ciudades; construcción de carriles bici, y aumentar los recursos para atender a dependientes y desamparados.

En este caso hay una mezcla de propuestas válidas, buenas intenciones sin fundamentos sólidos y alguna que otra utopía peregrina.

En cuanto a la supresión de gastos inútiles y el establecimiento de controles, habría que comenzar por el final: el control independiente de presupuestos y gastos se llama Tribunal de Cuentas, y ya existe, aunque sea, como todo, infinitamente mejorable. Sobre los gastos “útiles” e “inútiles”, lo primero sería definir quién decide qué es útil y qué no. Pero, ciertamente, existen muchas partidas de donde, a primera vista, podrían recortarse gastos y hacer menos gravoso el aparato estatal y los gobiernos locales. Ante todo, el senado, una institución en buena medida redundante con el congreso. Noruega, Suecia y Dinamarca no tienen senado y funcionan perfectamente. Estados Unidos tiene 100 senadores y España, 264. Se podría adelgazar el servicio exterior hasta lo mínimo indispensable para el cumplimiento de sus misiones. Eliminar la pensión vitalicia de diputados, senadores y otros altos cargos. Rebajar las partidas destinadas a sindicatos y partidos políticos, que deberán adelgazar su burocracia parasitaria; a fundaciones peregrinas y decorativas; así como las transferencias a la Iglesia Católica, que deberá “gozar” de las mismas condiciones fiscales que el resto de las entidades del país. Como botón de muestra, se estima que la visita del Papa a Madrid costará 50 millones, sufragado en buena medida por las grandes empresas del Ibex 35, muchas de las cuales son responsables de la crisis, recibieron ayudas a bajo interés y han cerrado sus líneas de crédito a las PYMES y los autónomos. Por otra parte, los gobiernos autonómicos y locales duplican y a veces triplican aparatos administrativos y altos cargos para ofrecer el mismo servicio. Una comisión técnica independiente debería analizar la relación costo/funcionalidad de estos aparatos hipertrofiados y publicar sus resultados, para que el público sepa en qué se (mal)gastan sus impuestos.

Contratar más personal docente y sanitario, así como destinar más recursos a los dependientes y desamparados, dependerá del crecimiento económico, no de la voluntad popular. Reducir de modo generalizado las matrículas, bastante moderadas ya (les asombraría saber lo que cuesta una carrera universitaria en Estados Unidos), sería inviable en una enseñanza ya subvencionada, e injusto. ¿Por qué rebajar por igual la matrícula al hijo del banquero y al del albañil? Para ello existe un sistema de becas para personas de ingresos bajos y por razones de excelencia, que podría extenderse y aumentarse, así como los créditos a bajo interés pagaderos una vez concluidos los estudios. Facilidades y becas para quienes acuden a la universidad a aprender, no para quienes mariposean de facultad en facultad durante diez años, como quien estudia para rector, antes de sacarse un título. Tampoco los costes de las matrículas deberán ser inamovibles. El país deberá subvencionar aquellas disciplinas más necesarias para su crecimiento perspectivo, no aquellas cuyo peso en el desarrollo será secundario.

En cuanto al transporte, no hay objeciones a los carriles bici y la restricción del transporte privado en los cascos urbanos, e incluso limitar el transporte comercial a los horarios de mínima circulación. Pero al hablar de un transporte barato, de calidad y ecológico, deberán explicarse mejor. ¿A qué se refieren? ¿El regreso a la navegación a vela, los carruajes de tracción animal y las sillas de postas? No. Quieren Alta Velocidad a precio de carretón. Yo también. Pero la pregunta es ¿quién lo subvenciona? ¿El Estado? Es decir, nuestros impuestos. De momento, existen abonos subvencionados para jóvenes y mayores. Y podrían concretar sus propuestas. Por ejemplo, que Renfe y las compañías de autobuses hagan un afectivo reajuste de precios entre los días y horarios de más demanda y los de menos, tal como hacen los vuelos de bajo coste. Por el contrario que nuestros tatarabuelos, quienes nacían y morían en veinte kilómetros a la redonda, hoy, por suerte, viajar es un derecho y una práctica habitual, pero no gratuita. Y algo que entronca con el I+D y con el transporte sería la potenciación en España del transporte eléctrico e híbrido. Una apuesta de futuro.

Al hablar de la “financiación pública de la investigación para garantizar su independencia” no queda claro a qué se refieren. ¿Asegurar que el Estado monopolice las patentes? ¿Desestimular al capital privado en sus esfuerzos de I+D?

El porcentaje del PIB español dedicado a I+D fue el año pasado un 1,38, por debajo del 2,01 de la media europea y muy lejos del 3,96 de Finlandia, e incluso del 2,91 de Corea del Sur. España ocupa el puesto 18 entre los 27 de la UE, y según Robert-Jan Smits, encargado de la política de ciencia e innovación de la Unión, “España está en una encrucijada, un momento histórico en el que tiene que elegir si quiere convertirse en una economía basada en el conocimiento –entonces debe invertir drásticamente en I+D– o si continúa en su posición actual, estancándose”. El presupuesto de 2011 en investigación, desarrollo e innovación es de 7.577,07 millones de euros, más 974,62 millones en el sector militar (11,47% de la inversión civil en I+D). No ha sufrido drásticos recortes, pero es insuficiente, y para colmo de males, la crisis está provocando en España un éxodo de cerebros hacia destinos más promisorios. De modo que limitarse a la “financiación pública de la investigación para garantizar su independencia” es un crimen de futuro, por no decir una estupidez. España tiene que ofrecer todo tipo de incentivos a las empresas de I+D, incluyendo los fiscales, y redireccionar recursos al I+D si no quiere quedar reducida al balneario de Europa.

 

En lo que se refiere al derecho a la vivienda, el 15-M propone la expropiación por el Estado de las viviendas construidas que no se han vendido, para colocarlas en el mercado en régimen de alquiler protegido; ayudas al alquiler para jóvenes y personas de bajos recursos, y que se permita la dación en pago de las viviendas para cancelar las hipotecas.

De hecho, la vivienda es un bien esencial, y con la explosión de la burbuja inmobiliaria, la crisis y el aumento del paro, se ha creado en España una situación caótica. Miles de obras a medio terminar por la quiebra de las constructoras, miles de viviendas sujetas a embargo por impago, viviendas cuyo valor ha descendido, de modo que ni entregándola al banco el comprador salda su deuda. Y miles de pisos desocupados que, de salir al mercado, abaratarían los alquileres. Al mismo tiempo, los bancos, propietarios de decenas de miles de viviendas expropiadas, se han convertido en inmobiliarias involuntarias. Al respecto, podría haber muchas soluciones que contribuyan a paliar la descompensación del mercado.

Primero, en caso de que se trate de una vivienda habitual (excepto las de lujo), la dación de la vivienda debería saldar la deuda con el banco. Quien quiso comprarse un chalet de trescientos metros sin calcular sus posibilidades, o quien compró cuatro pisos con el propósito de especular, deberán asumir las consecuencias de sus actos. Otra posibilidad es decretar una moratoria de tres años para evitar las expropiaciones masivas, con lo cual los bancos mantienen su expectativa de cobro. Los bancos podrían vender al Estado su stock inmobiliario, o saldar con él parte de su deuda por las ayudas recibidas, y éste, colocarlo mediante las agencias locales para su alquiler a precio regulado. Por otra parte, como en Alemania, gravar fiscalmente las viviendas vacías, de modo que se impulse su salida al mercado y el abaratamiento de los alquileres. Y, por último, el Estado podría asumir la terminación de las obras abandonadas por constructoras en quiebra, con lo que se crearía empleo y se fomentaría la movilidad laboral con su salida al mercado en régimen de alquiler. Amén de otras fórmulas de ayudas directas a personas de bajos recursos.

 

El control de las entidades bancarias es la siguiente reclamación: prohibir cualquier tipo de rescate o inyección de capital a entidades bancarias y devolución de todo capital público aportado; elevación de los impuestos a la banca en proporción al gasto social ocasionado por la crisis generada por su mala gestión; prohibición a los bancos españoles de invertir en paraísos fiscales y sanciones a los movimientos especulativos y a la mala praxis bancaria; aumento del tipo impositivo a las grandes fortunas; eliminación de las SICAV –Sociedades de Inversión de Capital Variable, que permiten invertir dinero y diferir el pago anual de impuestos, así como tributar un exiguo 1% en impuesto sobre sociedades–; recuperar el Impuesto sobre el Patrimonio; el control del fraude fiscal y de la fuga de capitales a paraísos fiscales, y promover a nivel mundial la adopción de la tasa Tobin a las transacciones internacionales.

Todo muy bonito pero, en la práctica, inviable en su mayoría, a menos que se concierten acuerdos internacionales.

Comenzando por lo primero, si el Estado no hubiera inyectado liquidez a los bancos y se hubieran producido quiebras, millones de ahorradores, pensionistas y empresas habrían pagado las consecuencias. Esas inyecciones fueron préstamos, no graciosos regalos, y los bancos deberán devolverlos. Ahora bien, en la mayor parte de los casos, esos préstamos a bajo interés no redundaron en un aumento del crédito a las empresas españolas, condición que debió imponer el gobierno antes de concederlos, sino que se han invertido en sectores más suculentos, dentro o fuera de España, lo que explica que los bancos no sólo no han quebrado, sino que han tenido importantes ganancias. El dinero jamás ha alardeado de su responsabilidad social o su patriotismo.

Sería deseable recuperar el Impuesto sobre el Patrimonio, pero vistas las perspectivas electorales, me temo que no ocurrirá. La elevación de los impuestos a las grandes fortunas es justa y correcta; pero en el caso de los bancos (“en proporción al gasto social ocasionado por la crisis generada por su mala gestión” no pasa de ser una boutade, una frase ingeniosa, ¿quién lo ha calculado?) deberá jugarse más con la atracción que con la coacción. El dinero es escurridizo y alarmista, fluye hacia rentabilidades superiores y huye del peligro como una gacela. Un paquete de medidas bien pensadas que incluya atractivos fiscales para invertir en empresas españolas, en especial las de I+D y las que fomenten el empleo, puede ser más efectivo que un diktat terminante. La mala praxis bancaria debe ser sancionada, desde luego, y deberán consensuarse leyes internacionales para regular el mercado financiero, así como la tasa Tobin, impracticable a nivel local. En un mercado globalizado, las acciones locales sólo consiguen empujar al capital de las altas a las bajas presiones, como muchos fenómenos meteorológicos. Una economía sólida y saneada es el mejor antídoto contra los movimientos especulativos, y no es necesario prohibir las SICAV, basta modificar sus prerrogativas.

Perseguir el fraude fiscal es algo que se viene haciendo cada vez mejor, aunque sea perfectible. Y prohibir la fuga de capitales y las inversiones en los opacos paraísos fiscales sólo se conseguirá erradicando los paraísos fiscales, algo imposible sin la cooperación internacional. También podrían gravarse al máximo los bonus de los directivos de las empresas españolas, al 100% incluso para aquellas que han recibido ayudas públicas.

 

En cuanto a las libertades ciudadanas y la democracia participativa, exigen que no exista control de internet; la abolición de la Ley Sinde sobre los derechos intelectuales en la red; la protección de la libertad de información y del periodismo de investigación; referéndums obligatorios y vinculantes para las cuestiones de gran calado que modifican las condiciones de vida de los ciudadanos, y para la introducción de las medidas dictadas desde la Unión Europea; modificación de la Ley Electoral para garantizar un sistema auténticamente representativo y proporcional que no discrimine a ninguna fuerza política ni voluntad social, incluyendo la representación en el legislativo del voto en blanco y el voto nulo; la independencia del Poder Judicial con la reforma de la figura del Ministerio Fiscal para garantizar su independencia, y que no sea el Poder Ejecutivo el que nombre a los miembros del Tribunal Constitucional y del Consejo General del Poder Judicial, y el establecimiento de mecanismos efectivos que garanticen la democracia interna en los partidos políticos.

Como en el punto anterior, aquí hay una suerte de arroz con mango.

Creo que la libertad de información y del periodismo de investigación está perfectamente protegida por la Constitución y sobran pruebas de ello, entre otras, la libertad de que gozan los indignados. Y la democracia interna de los partidos políticos es “interna”. Si no te gusta, puedes no afiliarte, ni votarlos. El control de internet no es, desde luego, deseable, pero tampoco creo que nadie lo haya propuesto. Otra cosa es que se persigan los comportamientos delictivos en la red. Y la ley Sinde debe repensarse con más calma y al compás de los cambios tecnológicos, aunque, sin dudas, se necesitan regulaciones que protejan los derechos intelectuales, cuya vulneración atenta directamente contra la viabilidad del proceso creativo. Que haya “referéndums obligatorios y vinculantes para las cuestiones de gran calado” me parece crucial y una garantía de que la política responda a la voluntad de los ciudadanos, pero de ahí a llevar a referendo toda medida de la UE va un largo trecho: tendríamos que aprobar (o no) normativas sobre el tratamiento de productos reciclados o cuotas pesqueras.

La Ley Electoral deberá ser, efectivamente, modificada, de modo que cada partido, sea nacional o nacionalista, tenga una participación en el parlamento estrictamente proporcional a los votos obtenidos. La actual, con su norma absurda de circunscripciones y porcentajes, sólo consigue que en una provincia poco poblada un voto valga hasta 3,5 veces más que el de una más poblada, y potencia artificialmente a los partidos nacionalistas gracias a la concentración local del voto. En las Elecciones Generales de 2008, Unión Progreso y Democracia obtuvo un escaño con más votos que el Partido Nacionalista Vasco, que consiguió seis. Y el voto en blanco debería cuantificarse como voto en blanco, no importa que la cámara tenga en una legislatura 350 miembros y en la siguiente 320. Ese es el reflejo exacto de la voluntad popular. Y para que fuese más fiel, el voto debería ser un derecho y una obligación ciudadana (no votar no es una opinión, sino obsequiar mi silencio para que sea manipulado). Votar es obligatorio en Australia, Austria, Nueva Zelanda y Francia, pero también en muchos países de Sudamérica, por lo que no hace ni mejor ni peor a una democracia, sino más fiel al juicio de la ciudadanía. Y para facilitarlo, así como los referendos, ya se puede implementar el voto online mediante firma electrónica y una clave personal.

En cuanto al Poder Judicial, es algo que en España necesita una reforma integral. Las enormes demoras de los procesos, los frecuentes errores por sobrecarga de los juzgados, la precaria aplicación de las nuevas tecnologías. Todo debe sufrir una reforma a fondo. En cuanto al nombramiento de los miembros del Tribunal Constitucional y del Consejo General del Poder Judicial y la reforma de la figura del Ministerio Fiscal, es algo que deberá someterse a un análisis más serio que una pancarta. Creo que no son escasas las demostraciones de la independencia del poder judicial, también perfectible. ¿Quién deberá nombrar a los miembros del Tribunal Constitucional y del Consejo General del Poder Judicial si no es el ejecutivo? ¿El Legislativo? Viene siendo lo mismo. ¿El Poder Judicial al que nadie ha elegido? Si no queremos hacerlo motivo de una nueva votación, donde legos en la materia elegirán magistrados, tendría que ser una comisión de expertos de probada capacidad (y renovable) la que lo haga en lugar de los políticos. Algo que me parece más sabio, aunque siempre sujeto a errores, como toda obra humana. Pero antes, repito, el sistema requiere cirugía mayor y terapia intensiva.

 

El último reclamo de los indignados es la reducción del gasto militar. Dicho así, ya se ha cumplido, al descender un 5,19% respecto al ejercicio anterior. Todos aspiramos a un mundo sin armas ni ejércitos, pero eso, lamentablemente, seguirá siendo una utopía durante muchos años. Con un modesto 1,2% del PIB en gasto militar, España ocupa un honorable puesto 128 entre todos los países del mundo. Toda reducción será bienvenida, siempre que ello no ponga en peligro a las tropas que, más que prevenir una invasión de nuestros vecinos, desempeñan importantes misiones en países en conflicto.

 

El movimiento 15-M es, sin dudas, un soplo de aire fresco en el enrarecido panorama de la política nacional, el despertar de una conciencia ciudadana que el país necesita desesperadamente, pero deberá reflexionar a fondo sobre la pertinencia y viabilidad de sus reivindicaciones si aspira a convertirse en un elemento de peso en la real politik española y que sus pancartas se traduzcan en hechos. Y deberán comprender, ante todo, que antes de repartir beneficios hay que obtenerlos.

Hay mucho que corregir en España, pero lo primero será torcer la senda del crecimiento de las arenas playeras y los chiringuitos hacia el laboratorio. Como en los vasos comunicantes de Pascal, la imaginación y la creatividad política del 15-M deberá desplazarse también hacia la economía del conocimiento, y subvertir por fin la trágica máxima de Unamuno: ¡Que inventen ellos!

 

“Sean realistas, pidan lo posible (I)”; en: Cubaencuentro, Madrid, 05/07/2011. http://www.cubaencuentro.com/internacional/articulos/sean-realistas-pidan-lo-posible-i-264971 / “Sean realistas, pidan lo posible (II)”; en: Cubaencuentro, Madrid, 06/07/2011. http://www.cubaencuentro.com/internacional/articulos/sean-realistas-pidan-lo-posible-ii-264992