Rehenes

8 06 2001

La situación de la niña cubana Sandra Becerra Jova, rehén e instrumento de venganza política, ha convocado de nuevo el Affaire Elián, que machacó a la opinión pública hasta los límites del hastío.

En este caso se trata de una Elián a la inversa.

Vicente Becerra y Zaída Jova, padres de la niña, cursaron en la Universidad de Campinas, en Sao Paulo, Brasil, estudios de postgrado, presuntamente a través de un convenio interestatal entre ambos países, modo casi exclusivo en Cuba de matricular en una institución extranjera. Como es habitual en estos casos, Sandra, su hija, no fue autorizada a viajar con ellos, y quedó al cuidado de su abuela.

Por razones personales, profesionales, económicas o porque hace ya tres años nació en Brasil Daniel, su segundo hijo, Vicente y Zaida decidieron quedarse a residir en el país sudamericano. La nacionalidad brasileña de Daniel, concedía a toda la familia el permiso de residencia, incluso a Sandra, la niña de once años que aún se encuentra en Cuba.

La pareja ha intentado infructuosamente que el gobierno cubano permita la salida de Sandra, y sólo ahora, hartos después de «cuatro años de infructuosos y humillantes trámites ante el régimen de Fidel Castro», deciden dar a conocer su caso. La situación de Sandra, la niña privada de sus padres, ha sido denunciada en la asamblea anual de la Organización de Estados Americanos (OEA), reunida en San José de Costa Rica, ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), e incluso la cancillería brasileña se interesó por el asunto en abril, ante el embajador de Cuba en Brasilia, Jorge Lezcano Pérez, sin recibir respuesta.

Quienes conocemos el misterioso laberinto migratorio cubano, sabemos que no habrá respuesta.

Tras una época en la que viajar era prerrogativa de unos pocos, y siempre en funciones encomendadas por el Estado —exceptuando las llamadas “salidas definitivas”, que presuponen al gobierno actual como “definitivo”—, se abrió en los 80 la posibilidad de viajar si se era invitado por alguien que se hiciera cargo del (¿minusválido?) cubano; se multiplicaron los viajes de estudio e intercambio, y las invitaciones de instituciones culturales, frecuente tapadera de un exilio menos traumático, y a veces reversible. En todos estos casos, el Estado cubano, salvo excepciones, autoriza la salida de los adultos, pero no de sus hijos, dado que los menores de edad no están en Cuba autorizados a viajar al exterior, para protegerlos así de la contaminación capitalista, y que crezcan sanos y felices con su litro diario de leche garantizado hasta los siete años, momento en que se convierten en adultos lácteos, pero no migratorios.

El procedimiento tiene múltiples utilidades:

Si los padres se sienten tentados a “desertar” —es la palabra castrense empleada, dado que todos los cubanos son enrolados desde su nacimiento en la Revolución, sin siquiera solicitarlo—, es decir, a establecerse fuera de Cuba, deberán saber que su hijo queda a cargo de la Patria, que se los devolverá, discrecionalmente, cuando le dé su real gana. Si los padres se “portan bien”, es decir, no hacen declaraciones anticastristas en los medios de prensa, no se vinculan a organizaciones non gratas del exilio, y se mantienen calladitos, este plazo puede ser de tres a cinco años, durante los cuales el Estado retiene, pero no mantiene al menor. Si los padres se “portan mal”, es decir, hacen declaraciones que desagraden a las autoridades de La Habana, se vinculan políticamente, u otros etcéteras, el Estado cubano se atribuye la potestad de retener al menor por tiempo indefinido, librándolo así de la mala influencia de sus padres, y cuidando con esmero de su salud ideológica.

Ya sé que suena cínico, pero lo más cínico es que ocurra.

Si el famoso Elián debía estar con su padre, fuera comunista, demócrata, republicano o anarcosindicalista, viviera en Matanzas o en Arizona, tampoco deberían ocurrir los cientos de pequeñas-grandes tragedias, como la de la niña Sandra Becerra Jova, en silencio, sin que se filtren a la prensa. Los padres temen (con razón) que la divulgación de su caso sólo obtendría represalias de los mandantes cubanos, dueños de las vidas de sus súbditos, cuya libertad es apenas un gracioso obsequio, no un derecho.

Comprendo sus razones, pero también creo que los cubanos hemos hecho demasiado silencio. Quizás si se divulgaran los casos de esos cientos de elianes privados de sus padres en un ejercicio de venganza política, y a los cuales La Habana no aplica la batería de argumentos humanitarios que disparó con alegría en el Caso Elián, la presión internacional lograría lo que no consigue la silenciosa desesperación de tantas familias fracturadas: convencer a Fidel Castro de que cuanto en los mítines de la Unión de Jóvenes Comunistas se le nombra como “Nuestro Papá” (sin contar antes con la aprobación de nuestras pobres madres) se trata apenas de un slogan diseñado por alguna lumbrera de la guataquería. Ser amo podrá ser oficio del puño y del cerebro. Pero ser padre no es ni siquiera un derecho consagrado por unas gotas de semen, sino un oficio de la víscera más generosa: el corazón. Y dudo que en su corazón, tan apuntalado hoy como La Habana, y atestado de amor a sí mismo, quepa demasiada gente,

 

“Rehenes”; en: Cubaencuentro, Madrid,8 de junio, 2001. http://www.cubaencuentro.com/encuba/2001/06/08/2633.html.

 





El poder relativo

31 05 2001

Después de la aplastante victoria electoral, durante las pasadas elecciones del 13 de mayo, de Silvio Berlusconi, máximo exponente del dinero y de la derecha en Italia, algo que no se veía desde la época de oro de la democracia cristiana, anoche se dieron a conocer unos resultados diametralmente opuestos en las elecciones municipales, donde el electorado italiano designó a los alcaldes de las principales ciudades.
Sólo una ciudad de primer orden en Italia, Milán, ha quedado en manos de la derecha, al conservar Gabriele Albertini su puesto. La coalición de centroizquierda El Olivo, contra muchos pronósticos (Berlusconi y su coalición también gobierna las principales regiones del país), ha mantenido las alcaldías de Roma, Nápoles y Turín. Como nuevo alcalde de Roma, con el 52,5% de los votos, se mantiene Walter Veltroni, secretario general de los Demócratas de Izquierda (ex-comunistas). Triunfo importante que le da un respiro para el proceso de reorganización en que está enfrascada la izquierda italiana. En Nápoles, el puesto lo ocupará la ex ministra del Interior democristiana Rosa Russo Jervolino (El Olivo), con el 52,9% de los votos. Y el nuevo alcalde de Turín, con el 52,8%, será Sergio Chiamparinode.
Al otro lado del mar, mientras el equipo de Bush negociaba una reducción de impuestos que se eleva a 1,3 billones de dólares, se ha producido un importante cambio en la correlación de fuerzas del senado: el senador republicano James Jeffords abandona la nave y se decide a ir como independiente, al tiempo que Tom Daschle ascendía como nuevo líder de la mayoría demócrata. Se prevee que muchos comités cambien de presidente ante la nueva correlación.
Curiosamente, el recorte de impuestos salió adelante gracias al voto a favor del senador demócrata Baucus, del Estado de Montana, incluso contra la opinión de su partido.
Todos sabemos que una nación es un pacto entre tendencias, facciones, intereses con frecuencia contrapuestos, que halan en diferentes direcciones la política del país, cuya historia inmediata no es sino la suma vectorial de esas tendencias. Algunos defienden las mayorías absolutas que suelen generar gobiernos fuentes, capaces de poner en práctica sus programas sin cortapisas. Yo respeto esas mayorías, siempre que sean fruto de la libre voluntad de los electores; pero prefiero las mayorías relativas, los gobiernos formados a partir del compromiso entre diferentes fuerzas. El arte del consenso, la voluntad de compromiso, suelen ser más sabios y representativos de la voluntad de los electores que el ejercicio estricto de la mayoría absoluta, un abuso numérico que con frecuencia se traduce en un puñado de votos.
Si algo define a la política no es el mero ejercicio de la demagogia, la retórica o el usufructo del poder visto como botín, sino el arte de la negociación, la necesidad de alcanzar ese justo equilibrio que, tanto en la sociedad como en la física atómica, aspira a la estabilidad.
Está demostrado que en una discusión los seres humanos dedicamos más tiempo a pensar nuestras respuestas que a escuchar las objeciones del prójimo (sobre todo si es un prójimo no tan próximo); está demostrado que la mayoría absoluta es el sueño de todo político, y la verdad absoluta, la aspiración de todo ideólogo. Pero, por suerte, la praxis cotidiana nos demuestra que la verdad es una aproximación que sólo se consigue sumando algebraicamente sus diferentes versiones; la ideología, una ecuación complejísima que tiene múltiples soluciones y ninguna irrebatible, y el buen gobierno no es otra cosa que el pacto social entre políticos de diverso pelaje, vigilados por la voluntad de sus pueblos. Los políticos saben que a más tardar en cuatro años los anónimos electores recuperarán el poder que les han otorgado en préstamo. Bastará que muevan hacia arriba el pulgar para garantizar su supervivencia, o que apunten a la arena del circo para condenarlos a la jubilación. Quines practican el arte de la negociación suelen pasar la prueba del pulgar con más éxito. Sobrevivir intacto a la mayoría absoluta es más difícil.
“El poder relativo”; en: Cubaencuentro, Madrid,  31 de mayo, 2001. http://www.cubaencuentro.com/meridiano/2001/05/31/2510.html.





Primos (Desde esa geografía incierta que es la ausencia)

8 05 2001

Una tarde de 1961 (creo recordar) abandoné la finca donde vivía una parte de mi familia, siguiendo el camino custodiado por enormes árboles de donde goteaban los mangos filipinos más dulces del mundo. Atrás quedaban, diciendo adiós con las manos levantadas, mis cinco primos y mis cuatro tíos. No le concedí especial atención a aquella despedida —sospecho que mis primos tampoco—: un breve paréntesis hasta el próximo fin de semana. Lo que jamás habrían adivinado mis siete años de entonces, es que el próximo fin de semana se produciría 39 años más tarde.

Desde el momento en que mi padre, fidelista devoto hasta su último minuto, conoció que sus hermanos habían decidido marcharse de Cuba, se suprimieron las visitas a la finca. Mis preguntas sólo obtuvieron respuestas evasivas como si no otra cosa mereciera la evasión de mis familiares. Sólo me enteré que no estaban en Cuba años más tarde. Entonces supe que una zona de mi infancia se había extinguido: el día que, remolcado por María Eugenia, mi experiencia de esquiador en el portal baldeado a cubos terminó con cuatro puntos de sutura; los paseos a caballo con Castorcito; las mandarinas de junto al estanque, la champola de guanábana, las guayabas del Perú y las gallinas que perseguíamos con fervor, todo engrosó una suerte de prehistoria. Pero la caligrafía de la memoria suele escribirse con tinta indeleble. Todavía huelo el perfume de la tierra en días de lluvia, el aroma de los fogones, los ramitos de albahaca. Ningún político ha logrado derogar esa manera de recordar con todo el cuerpo que tiene la infancia.

Nunca les escribí una carta a mis primos. Ellos eran el enemigo, rezaba la consigna. Ignoro si ellos me escribieron. Tampoco habría recibido sus cartas.

Treinta y nueve años después de aquella despedida, otro fin de semana, visité Miami, y descubrí la misma cara de mi primo Castor, en un cuerpo de hombre maduro, más cerca de los 50 que de los cuarenta; hablé con mis primas y tíos dispersos entre Nueva Jersey y North Carolina. Supe que durante años mi abuela sostuvo correspondencia a hurtadillas de mi padre con sus hijos-enemigos y sus nietos-enemigos. Quizás a hurtadillas relativas. Mi padre no podía admitir correspondencia con el enemigo, pero bien pudo saber de sus hermanos y sobrinos sin indagar la procedencia, como si las noticias hubieran alcanzado a mi abuela por algún cauce misterioso del éter. Cosas más raras se han visto. En 1978, siendo yo profesor de la universidad, a una de mis alumnas le fue negada la condición de ejemplar, acusada de intercambiar correspondencia con su padre, exiliado en Miami. Los mismos que le imponían el veto, recibían por entonces a sus familiares de Miami, con el beneplácito del Partido Comunista. Nunca la crítica literaria maltrató tanto al género epistolar.

Ignoro si con el correr de los años la vida habría puesto entre mis primos y yo una distancia superior a las 90 millas. Se sabe que los humanos tenemos la costumbre de adquirir una familia vocacional: los amigos. Y yo ignoro si alguno de mis primos habría formado parte de esa familia elegida por el libre albedrío y no por la genética. Pero sí estoy convencido de que ninguna profesión de fe, ningún credo político tenía derecho a mutilar mi infancia. No juzgo a sus padres ni a los míos en sus decisiones de quedarse o irse. Pero sí juzgo una fe que necesitó sumar enemigos para garantizar la incondicionalidad de los amigos.

Durante años, la fe oficial convocó en Cuba al sacrificio de nuestros padres en aras del futuro feliz de sus hijos; para convocar más tarde a los hijos en aras de los nietos, y así sucesivamente: la felicidad futurible. “Hoy no fío. Mañana sí”, decía aquel bodeguero y mantuvo colgado el cartel hasta que le expropiaron la bodega y el método de trabajo.

Sé que mi caso es pavorosamente vulgar. A millones de cubanos nos hurtaron los primos, o peor: los padres, los abuelos, los hermanos, los hijos. Sé que millones de cubanos hemos amado, casi siempre en silencio, a enemigos censados por supuestos amigos que en muchos casos aborrecíamos. Y de haber levantado la voz contra la sustracción de primos, sin dudas nos habrían cogido de primos. Pero lo peor fue que nos convencieran —todo el tiempo, una parte del tiempo, apelando a nuestra credulidad o nuestra adolescencia emocional, haciéndonos creer que creíamos—, según el expedito sistema de Goebbels. Aunque más tarde nos declaráramos ateos gracias a Dios.

Treinta y nueve años después de aquella despedida en la finca, la historia se repite: los primos de mi hijo, que vive en Sevilla, se reparten entre Texas y La Habana, y sus abuelos, entre Houston y Marianao.

Más temprano que tarde se derogarán las distancias, Cuba transitará hacia una sociedad democrática y abierta, los fabricantes de enemigos, los arquitectos del odio, pagarán con el peor de los castigos: el olvido. Pero ya a mí, a nosotros, nadie nos podrá devolver nuestros primos, ni el agridulce aroma de una infancia probable. Como tampoco podrán devolvérselos a mi hijo.

Confío en que mis nietos se busquen sus propios enemigos, y nadie se atribuya la potestad de endosárselos por decreto.

 

Primos (Desde esa geografía incierta que es la ausencia)”; en: Cubaencuentro, Madrid,  8 de mayo, 2001. http://arch.cubaencuentro.com/desde/2001/05/08/2185.html





Yo, el supremo

4 05 2001

“Yo, el Supremo Dictador de la República…”. Así empezaba Roa Bastos la mayor novela de dictadores escrita en América Latina. Los cubanos, en cambio, disponemos, por desgracia, de una realidad histórica tan delirante como su novela, con la diferencia que llevamos 42 años leyéndola con todo el cuerpo.

El discurso de nuestro Supremo el pasado primero de mayo es una pieza digna de figurar en la literatura siquiátrica. Tras contar a los sufridos asistentes su versión condensada de la historia de América, al mejor estilo del Reader´s Digest, afirma sin rubor que su triunfo de 1959 forjó “una nueva etapa en la historia de este hemisferio”. Y dado que se trata de Su Revolución, es Él, Oh Lord, el partero de la nueva era, el que cortó la cinta en la Expo Porvenir de América Latina (o de América Toda). Tres lustros promoviendo guerrillas en Latinoamérica concluyeron en una democratización del continente, lejos de los parámetros del Poder Popular. Tres lustros de guerras africanas concluyeron con aquel Megistu huyendo con su botín, las facciones angolanas repartiéndose petróleo y diamantes sobre un tapete de miseria y sangre, y miles de viudas cubanas recordando a sus muertos. Tras diez años de ausencia rusa y Período Especial, tenemos al Supremo de regreso, proclamándose el segundo fundador de América.

Y como un Supremo no puede menos que tener un Supremo Enemigo, afirma que “Todo cuanto hicieron los gobiernos de Estados Unidos en este hemisferio hasta el momento actual estuvo fuertemente influido por su obsesión y temor ante la presencia desconcertante de la Revolución Cubana”. De modo que una Isla de once millones de habitantes, cuyo peso económico decrece y cuya influencia internacional ha pasado de ser canónica a ser histriónica, protagoniza la atención del Norte hacia todo un continente poblado por más de 500 millones de almas. Rara anomalía de las estadísticas.

Claro que esa América Latina que olímpicamente desprecia, es aquella que en los 60, integrada en la OEA —“repugnante institución, invalidada moralmente para siempre por el entreguismo y la traición”—, expulsó a Cuba del gremio “Con una abyección repugnante que pasará a la historia como ejemplo sin precedentes de infamia” (la redacción es un abuso idiomático). La misma América Latina que hoy se presta a “una gigantesca anexión (…) a Estados Unidos”.

Según nuestro Supremo, el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) tiene como propósito “liquidar la soberanía, impedir la integración, devorar los recursos y frustrar el destino de un conjunto de pueblos (…) con lengua latina, cultura e historia comunes”. Claro que la apoyan gobiernos “burgueses y oligárquicos, sin principios políticos ni éticos, que votaron junto a Estados Unidos en Ginebra, por oportunismo o cobardía, para servirle en bandeja de plata pretextos y justificaciones a un gobierno de extrema derecha de Estados Unidos, con el objetivo de mantener su bloqueo genocida, e incluso podrían servir como excusa para agredir al pueblo de Cuba”. Y en sus inferencias podría ir más allá: la tercera guerra mundial, el fin de la galaxia, la extinción del Sol.

No continuaré citando la sarta de insultos, porque el espacio de mi columna es breve. Lo cierto es que nuestro Supremo tiene el legítimo derecho de opinar lo que desee sobre el ALCA, pero quizás fuera más persuasivo si ofreciera datos concretos sobre sus nefastas consecuencias, fijándose incluso en México, cuya experiencia en el Libre Comercio no es nada desdeñable. El único amago reflexivo que nos hace es alertar sobre la sustitución de materias primar naturales (presuntas exportaciones de nuestros países) por homólogos sintéticos, de donde se infiere que del Río Grande hacia el sur no hay nada exportable. En cuyo caso no habría comercio, ni libre ni preso. Y Cuba debería olvidarse del azúcar, el ron, los tabacos y el níquel, y promocionar su tecnología espacial.

Su panorama es francamente unipolar: USA lo comprará todo en América Latina, lo controlará todo, y los latinoamericanos se convertirán en productores de materias primas, no se sabe bien para qué, porque antes nos dijo que eran sustituibles, y mano de obra barata (casi tan barata como la cubana). Muchos cultivos desaparecerán por la competencia desleal de la subvencionada y tecnológica agricultura norteamericana, y cuando venga una crisis, medio mundo se morirá de hambre por culpa del ALCA. Al margen de que las monedas nacionales desaparecerán —como ya ha ocurrido en Cuba; aunque Él afirme que se ha revalorizado el peso criollo siete veces entre 1994 y 1999, olvidando el detalle de que se ha devaluado 22 veces respecto a 1959—. Aumentará el desempleo al Norte y al Sur del continente (por arte de magia). Debacle con hecatombe y genocidio, para continuar con su estilo.

Algo que no nos explica es el por qué, siendo tan mala malísima el ALCA, y tan enemigo de Cuba Estados Unidos, ese país no le propuso a nuestro Supremo integrarse a la comparsa, y hacerle así muchísimo daño.

Claro que esos gobiernos anexionistas no les cuentan a sus pueblos las verdades que nos revela el Supremo, “ocultan información” —rubro en que Él tiene una amplia experiencia—. Sólo Venezuela y Brasil comprenden estas verdades y “encabezan la resistencia”. Sólo por un problema de cortesía acudieron a Quebec y firmaron el acuerdo.

Y después de advertirnos que en sus palabras no hay ni rastros de exageración, nuestro Supremo solicita un plebiscito para que los pueblos de Latinoamérica decidan si desean o no que sus países integren el ALCA.

Plebiscito. Palabra burguesa que siempre ha denostado. Palabra mágica que viene repitiendo la oposición en Cuba durante decenios. Y ahora es pronunciada, al fin, por sus labios. Claro que la regla es “hagan lo que yo digo y no digan lo que yo hago”.

¿Le asiste algún derecho para exhortar a un plebiscito? En el orden de las ideas abstractas, le asiste incluso el derecho de proponer el deshielo de la Antártida para irrigar el Sahara. En el orden de las competencias, sólo le correspondería implementar un plebiscito en su propio país, y comprobar con cifras supervisadas que los cubanos detestan el ALCA y lo adoran a Él. La respuesta es tan obvia que en 42 años no se ha atrevido a hacerlo. En el orden del marketing político, era algo previsible:

1º-Demostrar que la fiesta a la que no me han invitado, es un fracaso.

2º-Devolver, con un cocotazo retórico, la bofetada que algunos países latinoamericanos le asestaron en Ginebra.

3º-Mantenerse, aunque sólo sea por bocón, en los titulares de la prensa.

4º-Distraer al personal de la Isla, sumido en el área de nulo comercio, en la crisis sin fondo (ni siquiera monetario), la libreta de racionamiento light, y la explotación del hombre por El Hombre.

Quizás la culpa la tengamos los periodistas, que comentamos sus suculentas ocurrencias en lugar de hacer un espeso silencio. O esos mandatarios que en los eventos internacionales se apresuran a hacerse la foto de rigor, por pura curiosidad paleontológica, aunque más tarde, cuando se trate de discutir en serio, no le hagan ni el más mínimo caso.

 

Yo, el supremo”; en: Cubaencuentro, Madrid, 4 de mayo, 2001. http://www.cubaencuentro.com/encuba/2001/05/04/2199.html.

 





Imagine

19 12 2000

Ni con la más desbocada Imagine habrá imaginado John Lennon que descansaría de sus andares sobre la tierra en un parque de 15 y 6, en el Vedado, en La Habana. Menos aún que el comandante en jefe Fidel Castro develaría la estatua –de mala gana, se le adivina el gesto en los noticiarios, como quien despacha rápido su purgante–, y que el presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Ricardo Alarcón de Quesada, pronunciaría el discurso inaugural, prólogo al concierto masivo donde miles de cubanos, sí, en La Habana, corearían Imagine. Imagine todo eso alguien que tenga hoy la edad de John Lennon aquel día fatal, alguien que haya caminado este mismo parque durante los 60 o los 70, alguien que se hubiera sentado quizás en este mismo banco, a descansar sus huesos, no mansamente, como ahora Lennon en su bronce, sino a la expectativa, no fuera a aparecer la policía y lo arrastrara por los pelos hasta la estación más cercana en un coche jaula, donde sería escarnecido y rapado –todas las inquisiciones insisten en la perversidad de la pelambre– y, con suerte, echado a la calle con pinta de loco tras la última sesión de electroshocks.

Imagine que don Ricardo Alarcón nos acaba de develar en su discurso un Lennon cuyas «canciones conforman el más completo inventario de la porfía colectiva de los jóvenes por la paz, la revolución, el poder popular, la emancipación de la clase obrera y de la mujer, los derechos de los indígenas y la igualdad racial». (Y eso lo dice el presidente del Poder Popular, que algo sabrá del asunto.) De modo que este Lennon en el imaginario de Alarcón era revolucionario, miembro del poder popular y partidario de la emancipación de la clase obrera. ¿Quienes éramos entonces nosotros, jóvenes que trasegábamos sus canciones en placas rudimentarias y grabaciones caseras, o le escuchábamos de madrugada en la WQAM? Siempre con nocturnidad y ensañamiento. ¿Quiénes éramos los seguidores de su estética y de su poética, o los que susurramos alguna vez un Peace & Love herético?

Pero, sobre todo, ¿quiénes eran los que prohibieron sus canciones, los que tapiaron su imagen, los que derrocharon miles de palabras para convencernos de la perversidad ideológica de este Lennon que, según palabras de Ricardo Alarcón, «expresa abiertamente su identificación con el ideal socialista»? Eran entonces enemigos del «ideal socialista» los que persiguieron nuestra juventud, los que sumieron en las catacumbas nuestro fervor por este Lennon, artífice de una época en que se produjo la caída de «dogmas y fetiches, se quebraron los moldes del fariseísmo y la banalidad, se replegó la torpe mediocridad de una sociedad injusta y embustera» (Alarcón dixit)? ¿Eran entonces aquellos funcionarios y policías de mi juventud fariseos y banales, torpes mediocres fabricantes de una sociedad injusta y embustera?

Pero, un momento. ¿No eran ellos los defensores de la pureza ideológica de la revolución? ¿No eran ellos el baluarte contra tipejos como Lennon, que ahora resulta un revolucionario, socialista incluso, y campeón de la clase obrera? ¿Y quiénes éramos entonces nosotros? ¿Resulta que cuando mutilaban nuestro espíritu revolucionario en nombre de la revolución no hacían sino defender su derecho de propiedad sobre una sociedad injusta y embustera que nos vendían como nuestra?

Y habla Alarcón de un «Lennon como paradigma del intelectual enteramente libre y creador, cabalmente comprometido con su tiempo». De modo que nuestros represores pretendían que fuésemos todo lo contrario: sumisas cajas de resonancia de espaldas a nuestro tiempo. Y Alarcón llega a ponerse picúo cuando le dice «Querido John: allí, en Liverpool, entonaban baladas de amor con verbo proletario y nosotros acá desafiábamos al monstruo».

Ahora comprendo: el monstruo éramos nosotros, que entonábamos las mismas canciones, pero con verbo burgués. ¿En qué bando estaría entonces don Ricardo Alarcón, el de los perseguidos o el de los perseguidores? ¿Escucharía a escondidas, entre reuniones del partido, al Lennon que hoy tanto ama? ¿Levantaría alguna vez la voz contra las persecuciones y la caza de brujas? ¿Habrá propuesto, sin que nosotros lo supiéramos, no ya levantarle una estatua, sino lo más elemental: que pudiéramos escuchar a este cantor de «verbo proletario» en las emisoras radiales del proletariado, y no en las del «monstruo imperialista», que según él nos cuenta, lo perseguía con saña (y lo publicaba con fervor)?

O quizás responda como Fidel Castro, cuando la prensa (extranjera, of course), ante el Lennon inmutable de la estatua, le preguntó por aquellas persecuciones: «No tengo la culpa», dijo. «Lamento mucho no haberlo conocido antes» –le faltó dar la mano a la estatua: «Mucho gusto. No, el gusto es mío»–. «En aquellos tiempos teníamos tanto trabajo». Y más tarde se consideró ante la prensa «un soñador» como Lennon y afirmó que el ex beatle tenía razón, quedaban unos cuantos soñadores más. «Yo soy un soñador que ha visto convertidos más de una vez mis sueños en realidades».

Adiferencia de Lennon, sus sueños cumplidos son las cumplidas pesadillas de muchos. Tampoco tendría la culpa Alarcón, porque cita textualmente a Lennon: «Los sesenta vieron una revolución entre la juventud… Una revolución completa en el modo de pensar. La juventud lo asumió primero y la siguiente generación después. Los Beatles fueron parte de la revolución. Estábamos todos en este barco en los sesenta. Nuestra generación –un barco que iba a descubrir el nuevo mundo. Y los Beatles éramos los vigías de ese barco. Eramos parte de él».

Pero a nosotros nos repitieron que el barco era el Granma, y que el vigía era otro. No. Tampoco don Rodrigo de Triana. Otro. La amnesia de los políticos siempre me maravilla. Pero en este caso me escandaliza. Más que amnesia, parece demencia senil, y de las más avanzadas. Confiemos que en los próximos días ninguno de los nuevos policías venidos de Oriente, y que quizás no haya oído hablar de la «inspiración comunista» que, según Alarcón, animaba a John Lennon, le arrastre por los pelos de bronce a la comisaría más cercana, le propine al titanio una paliza con una barra de acero y lo eche de nuevo a la calle, rapado a soplete, con pinta de loco tras la última sesión de electroshocks en el manicomio político de la isla.

“Imagine”; en: Nuevo Herald. Miami, 19 de diciembre, 2000.





Cuba para neófitos

1 06 1997

Los juicios sobre Cuba cumplen con asiduidad el axioma de que “no llegan, o se pasan”. Si una izquierda nostálgica persiste en culpar exclusivamente al embargo norteamericano de que la Ínsula no sea una sucursal del paraíso, la derecha más tuerta incurre en la intrínseca maldad de Fidel Castro. Una de las virtudes de este libro, Cuba, la hora de la verdad, del ecuatoriano Eduardo Durán-Cousin, es eludir ambos extremos.

No podría decirse que aporte algo a la ya vasta bibliografía de tema cubano. Pero el prólogo de Simón Espinosa bien podría iluminar con más eficacia un par de ideas sobre las que pivotea el texto, si no ocupara tanto espacio en comparar las realidades cubana y ecuatoriana con más persistencia que suerte.

“La dictadura del carisma”, título de la primera parte, constituye la médula del libro. En ella se repasa de modo ágil la historia de la revolución cubana, enfatizando los aspectos económicos que, como de costumbre, condicionan los otros. Uno de los elementos que puntualiza Durán-Cousin es la diferencia entre el castrismoy la profunda reformulación del marxismo original que se puso en práctica en la Europa Oriental bajo la etiqueta de marxismo-leninismo. De ello extrae una conclusión que merece la pena citar: “el castrismo se estructuró en torno a una personalidad dominante cuya autoridad se deriva de un acto de rebeldía y cuyo poder se ha mantenido por la permanente movilización de la población en torno a sus ideas (…) el elemento fundamental del castrismo es Castro mismo”. Con lo que diferencia la autocracia cubana de la inmensa mayoría de las dictaduras al uso padecidas por Latinoamérica; y obliga al lector a un análisis particular y no genérico. Subraya una realidad ya sancionada por los más perspicaces observadores —ningún descubrimiento sorprende en este libro a los conocedores de la realidad cubana—, pero que con frecuencia se soslaya, bien sea por puro maniqueísmo o por la beligerancia explícita de los autores.

No obstante sus aciertos en la clara exposición del tema, cierto afán pedagógico, o las limitaciones de un material de campo recogido en sólo dos visitas a la Isla, le conducen a simplificaciones rayanas en el error —a veces recuerda aquella Cuba para principiantes, de Rius, pero sin su sentido del humor—, amén de errores en la apreciación de las funciones de los CDR, o en la relación entre Proceso de Rectificación y Perestroika, cuyo andamiaje de vasos comunicantes es mucho más sutil y complejo. No obstante, expone de una manera coherente el verdadero peso del embargo norteamericano en la crisis cubana y, por otro lado, el desastroso resultado de la nueva era de voluntarismo económico que se inicia a mediados de los 80; sin valorar, en cambio, el nivel de ineficiencia que se produjo durante la “era dorada”, entre el 75 y el 85, quizás porque el manto de subvenciones y ayudas, así como el secretismo de las informaciones oficiales, permitieron enmascarar la realidad, esta vez con una notable eficiencia.

En la segunda parte, “Y llegó la hora de la verdad…”, Durán-Cousin intenta una visión de la circunstancia actual, empezando por una correcta valoración del carácter de la ayuda prestada durante 30 años por la URSS, que unos llaman subvención y otros “modelo de relación comercial entre países desarrollados (?) y subdesarrollados”. Pero al explicar el desplome del nivel y las expectativas de vida de los cubanos con el advenimiento del Período Especial, en comparación con los 80, llega a exageraciones inadmisibles: “sus 11 millones de habitantes, acostumbrados a un standard de vidaenvidiable en el mundo entero..”. Refiriéndose a índices alimentarios y de consumo más aparentes que reales. Si la realidad se hubiera comportado como afirma Durán-Cousin, las visitas familiares desde Estados Unidos, que se produjeron a fines de los 70, no habrían reportado un devastador efecto ideológico sobre la doctrina oficial, que estalló al abrirse en Mariel la válvula de escape en 1980. Por el contrario, se hablaría hoy de los cayohuesitos, que huyeron en masa de Estados Unidos hacia la Isla, paraíso de la abundancia.

La valoración de la crisis actual es una zona del texto que el lector deberá leer con atención si desea adquirir aunque sea una noción aproximada de su magnitud. La descripción de lo cotidiano es pálida, aunque podría decirse (en descargo del autor) que para transmitir una imagen verídica de su dramatismo, necesitaría algo más que dos visitas a Cuba y mucho más espacio que las 63 páginas de este libro. No obstante, las cifras son suficientemente explícitas como para que el lector atento supla lo anterior: el desplome de las calorías percápita a niveles de desnutrición, la reducción del producto social global en un 65% entre 1989 y 1993, la escasa rentabilidad efectiva del turismo, o los 50 años de crecimiento continuo a un 6% que serían necesarios para que la economía regresara a 1989 (ni H. G. Wells habría imaginado una máquina del tiempo semejante).

A pesar de la adecuada valoración que hace el autor del derribo de las avionetas y su corolario, la aprobación de la Ley Helms- Burton, como reafirmación de ambas “líneas duras”, en Miami y La Habana, y contra los intereses de supervivencia del pueblo cubano; aún cree posible que:

“… en una apertura pronta —y quizás todavía no resulte demasiado tarde— la sociedad cubana podría elevarse rápidamente a una vigorosa posición de desarrollo, la que si se conservan algunos rasgos del colectivismo del régimen, como el sentido de solidaridad social de la población y se transforma la propiedad estatal en cooperativa, bien podría aportar un nuevo modelo de organización social para los países de América Latina.

“… una democracia socialista, que conjugue en Cuba el régimen de libertades de las sociedades de occidente con una economía cooperativa”.

Envidio su optimismo y quisiera compartirlo. Lamentablemente, el propio Fidel Castro, citado en el libro, se encarga de contradecirlo:

“¿Cuándo llegará el día en que desaparecerá el racionamiento? A mí me parece que ese día está tan lejano, que quizás sólo los nietos o bisnietos de algunos de ustedes lo verán”.

Consecuencia evidente de su noción de inmovilidad en las reglas del juego. Pero nietos y bisnietos no deben aterrarse desde ahora en sus espermatozoides y óvulos por venir. La política es el arte de lo inmediato y los decretos se firman en los palacios presidenciales, no en los mausoleos.

 

Cuba para neófitos, en: Encuentro de la Cultura Cubana; Buena Letra. n.º 4/5, primavera/verano, 1997, pp. 247-249. (Eduardo Durán-Cousin; Cuba, la hora de la verdad; Ecuador, 1996, 64 pp.)





Metástasis del poder

30 01 1997

La ciencia española está de fiesta.

Como demuestra el artículo publicado recientemente en la revista Nature, los equipos dirigidos por los españoles Piero Crespo Baraja y Xosé Bustelo, en el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos y en la Universidad de Stony Brook respectivamente, han descubierto el mecanismo molecular que emplea el oncogen vav para transmitir instrucciones cancerígenas a las células sanas. De modo que si se lograra bloquear esa información, las células sanas seguirían a su aire, sin hacer el menor caso al perverso vav.

La noticia nos alegra a todos, especialmente a los que hacemos una vida insana y nicotínica. Desde hoy encenderemos el próximo ducado con un pelín más de esperanza de llegar a viejos.

Lo que parece más difícil de descubrir, y aunque se descubra sería aún más difícil de erradicar, es el mecanismo mediante el cual el oncogen del poder transmite información cancerígena a un político sano y altruista ─que creía en su misión de cambiar (para mejor) el mundo─, alentándolo a un crecimiento desmedido de su ambición, a una necesidad multiplicada de poder que (quizás se diga a si mismo) mañana le permitirá transformar (para mejor y más rápido, dado que posee más medios con qué hacerlo) el mundo; sin importar las componendas, trapacerías y corruptelas que sean necesarias; porque el oncogen del poder tiene la rara propiedad de deprimir prejuicios morales y barreras éticas. Hasta que la naturaleza social obra lo suyo (aunque no siempre), y el político, al fin, hace metástasis.

“Metástasis del poder”; en: Diario de Jaén, Jaén, España, 30 de enero, 1997, p. 25.





Helms, Burton y la Caperucita Roja

1 06 1996

Mientras Dinamarca, país que pocas inversiones tiene en Cuba, veta el reglamento comunitario contra la Ley Helms-Burton aduciendo que vulnera su Constitución; la Cumbre Iberoamericana rechaza terminantemente la Ley. Pero quizás se habla demasiado y se sabe poco de esa Ley que «procura sanciones internacionales contra el Gobierno de Castro en Cuba, planificar el apoyo a un gobierno de transición que conduzca a un gobierno electo democráticamente en la Isla y otros fines». Su presupuesto básico es sancionar y reparar «el robo por ese Gobierno (el de Castro) de propiedades de nacionales de los Estados Unidos», haciendo de ello un instrumento para la democratización de Cuba. He leído varios artículos que invocan su carácter justiciero. Se invoca al pobre galleguito que sufragó su bodega con años de sudor y malcomer, para que Fidel se la quitara. Yo recordé al chino de Genios e Industria, que vino huyendo de Mao, montó su almacén, apareció Fidel y terminó de asalariado en Miami. Pero el chino y el gallego, así sean ciudadanos norteamericanos, sólo podrán recuperar su bodega «si el monto de la reclamación supera la suma o el valor de 50 000 dólares sin considerarse los intereses, gastos y honorarios de abogados» (sic). De modo que ya sabemos quiénes serán los presuntos beneficiarios.

Y será el Presidente de los Estados Unidos quien determine cuándo existe un gobierno de transición. Dimanar de elecciones libres e imparciales y una clara orientación hacia el mercado, sobre la base del derecho a poseer y disfrutar propiedades, son las condiciones adicionales para que el mismo Presidente concluya que se trata de un gobierno elegido democráticamente, momento en que la felicidad reinará en la Isla, ya que el bienestar del pueblo cubano se ha afectado, según la ley, por el deterioro económico y por «la renuencia del régimen a permitir la celebración de elecciones democráticas». La primera razón es obviamente correcta. La segunda, indemostrable. Taiwán, Corea y Chile, por un lado; Haití, Nicaragua y Rusia, por el otro, demuestran que la democracia de las urnas y la democracia del pan no forman un matrimonio indisoluble. Sólo me queda claro un derecho que Occidente defiende sin reticencia: «la garantía del derecho a la propiedad privada», como reza la ley.

)Cómo restablecer en Cuba ese derecho?, es una pregunta que intenta responder el tándem Helms-Burton: En teoría, logrando mediante medidas de presión el desmoronamiento del gobierno cubano. En la práctica, estrangulando al pueblo cubano por cualquier medio, incluso «un embargo internacional obligatorio» de la ONU, hasta que la subversión brutal a cualquier costo sea el único y estrecho pasadizo hacia la supervivencia probable.

Claro que aún las más drásticas medidas (no importa sobre quién recaigan) están justificadas, dado que «el Gobierno de Cuba ha planteado y continúa planteando una amenaza a la seguridad nacional de los Estados Unidos». Y reitera en varios párrafos «las amenazas de terrorismo constantes del Gobierno de Castro», e incluso advierte que «la terminación y explotación de cualquier instalación nuclear» y «cualquier nueva manipulación política del deseo de los cubanos de escapar que provoque una emigración en masa hacia los Estados Unidos, se considerará un acto de agresión que recibirá la respuesta adecuada…». De ésto cualquier lector ingenuo derivaría las siguientes conclusiones:

11. El monstruoso bloqueo y las continuas amenazas que la potencia castrista impone a los pobrecitos Estados Unidos justifican cualquier medida defensiva. Y

21. Según el derecho de reciprocidad, el gobierno cubano puede decidir qué instalaciones nucleares norteamericanas son admisibles.

Y un lector no tan ingenuo detectaría que la ley padece cierta amnesia: la emigración cubana post-revolucionaria, que muy en sus inicios pudo ser política ─Estados Unidos acogió incluso a criminales de guerra buscados por la justicia cubana, con lo que sentó un pésimo precedente que Castro ha retomado─, se convirtió muy pronto en mayoritariamente económica; con la diferencia (respecto a los mexicanos, por ejemplo, que sí emigran masivamente) de que siempre fue objeto de manipulación política por ambos bandos: Estados Unidos obstaculiza la emigración legal y alienta la ilegal. Cuba abre y cierra a conveniencia la válvula de escape. Unas dantescas elecciones donde los cubanos sólo han votado con sus cadáveres, arrastrados por la Corriente del Golfo a algún cementerio secreto del Atlántico Norte.

La Ley Helms-Burton está destinada a defender los intereses de las grandes corporaciones norteamericanas a costa de quien sea. Pero aún más, la «amenaza castrista» permite a la ley apelar a la extraterritorialidad y sancionar a terceros países, dado que «El derecho internacional reconoce que una nación puede establecer normas de derecho respecto de toda conducta ocurrida fuera de su territorio que surta o está destinada a surtir un efecto sustancial dentro de su territorio» (sic). No sólo a entidades y personas que «trafiquen con propiedades confiscadas reclamadas por nacionales de los Estados Unidos», sino a quienes aporten personal técnico, asesor o colaboren de algun modo con la central nuclear de Juraguá (obra del actual gobierno cubano en colaboración con la Unión Soviética (e.p.d.); a quienes establezcan con Cuba cualquier comercio en condiciones más favorables que las del mercado; donen, concedan derechos arancelarios preferenciales, condiciones favorables de pago, préstamos, condonación de deudas, etc, etc. Es decir, todo lo que proporcione al Gobierno Cubano «beneficios financieros que mucho necesita (…) por lo cual atenta contra la política exterior que aplican los Estados Unidos». De modo que el planeta Tierra y sus alrededores quedan advertidos: Cualquier acción que contradiga la política exterior norteamericana respecto a Cuba, queda terminantemente prohibida.  El resultado hasta ahora: sólo 16 empresas han suspendido sus negocios con Cuba. )Razones? Helms y Burton no tomaron en cuenta que esas actividades económicas son también beneficiosas para los inversionistas; y como la primera ley del capital es la ganancia, y la primera libertad democrática es la libertad de empresa, y el primer deber de un gobierno es defender a sus ciudadanos, y si son empresarios, más aún, la protesta ha sido unánime: La Unión Europea está dispuesta a dar batalla y prepara sanciones si al fin Clinton decide aplicar la ley tal cual; México y Canadá han elevado protestas formales; incluso la hasta ayer dócil OEA ha repudiado la ley, consiguiendo de rebote la solidaridad hacia el pueblo cubano (que de un modo u otro se convierte en apoyo al gobierno de Fidel Castro). En lugar de quedar «aislado el régimen cubano», la ley ha conseguido aislar a los Estados Unidos.

Está claro que Fidel Castro jamás aceptará las decisiones de una corte norteamericana, de modo que no será él quien pague las propiedades que expropió. )Quién las pagará entonces? Aunque la Ley Helms-Burton estipula que el Presidente de Estados Unidos podrá derogarla una vez se democratice la Isla, las reclamaciones anteriores a esa fecha tendrán que ser satisfechas (incluso la voluntad de satisfacerlas es condición  para que el nuevo gobierno sea aceptable); de modo que se da el contrasentido: Una ley dirigida contra Castro sólo afectará al gobierno de transición o al «democráticamente electo» que lo suceda ─los que, al menos teóricamente, propugna la ley─. Gobierno que no sólo heredará un país arruinado por el desbarajuste económico, sino también una deuda que no contrajo. A lo que se sumará la mediatización impuesta por las preferencias, posiblemente decisivas, de Estados Unidos sobre el futuro político de Cuba. Aunque la ley Helms-Burton afirma «No dispensar ningun tratamiento de preferencia a persona o entidad alguna ni influir a su favor en la selección que haga el pueblo cubano de su futuro gobierno», de entrada veta a los Castro, y de salida exije el levantamiento de interferencias a Tele y Radio Martí (lo lógico sería su desmantelamiento una vez concluida la beligerancia), que se convertirían en medios de propaganda electoral no sujetos a la equitativa distribución de espacios entre formaciones políticas que la propia ley exige a las futuras autoridades cubanas.  Como si no bastara la diferencia «de león a mono amarrao» entre la solvencia de las formaciones políticas del exilio, en especial la que constituye el lobby de presión más fuerte de Washington, y cualquiera que recién aparezca en la Isla. Si el propósito es fomentar el nacimiento de una democracia precaria, está muy bien pensado.

Los efectos de la Ley Helms-burton, pueden ser diametralmente contradictorios, y entorpecer más que facilitar una transición democrática en Cuba. Pero ya eso es una tradición en la política norteamericana hacia la Cuba revolucionaria. Al parecer, su famoso pragmatismo falla cuando se trata de lidiar con Fidel Castro, superviviente del bloqueo y el desastre económico,  del rechazo internacional, el descontento y el éxodo, incluso de la caída de la URSS. Lección clara: la ley del garrote sólo consigue incrementar el repudio mundial hacia una política incompatible con el derecho internacional (e ineficaz, de contra); y aunque el bloqueo (que la ley pretende recrudecer) haga más difícil la vida del cubano de a pie, su efecto político es contradictorio: en 37 años, cada presión no ha hecho sino consolidar al pueblo alrededor del líder y frente al enemigo externo. Ahí viene el lobo, grita la Caperucita Roja. Y el lobo viene, como si se hubieran puesto de acuerdo para comerse a la abuelita que hace la cola para el pan en la Habana Vieja. De modo que el bloqueo carga las culpas que le corresponden, y algunas más de contrabando. Si alguna vez Estados Unidos comprendiera ésto y lo levantara, la ineficaz burocracia cubana desfilaría en manifestación denunciando «esa nueva maniobra del Imperialismo».

Pero me asombra más, incluso me aterroriza, que la comunidad cubana de Miami se decante abrumadoramente por esta solución; sabiendo ─no hay que ser muy perspicaz─ que con ley o sin ella, si a alguien faltará lo elemental, no será a Fidel Castro, sino a mi hermana y a tus primos, cuyo único derecho es soportar el peso de la pirámide, para que ahora se le sienten encima Helms, Burton y un millón de exiliados. No importa cuántos mueran por falta de un medicamento o de una intervención quirúrgica (que en el último año se han reducido casi a la mitad). Es el castigo por haberse quedado en Cuba. El gobierno norteamericano, que a mediano y largo plazo (obviemos ese cíclico interés cuatrianual por el exilio cubano) responde a sus intereses, puede pasar por alto esta pequeña circunstancia. Los cubanos, no. Si lo que se pretende es una Cuba mejor, libre y democrática (ningun político reconocerá lo contrario), deberán tener en cuenta algo que Tucídices ya sabía hace dos milenios: que la ciudad no son sus murallas sino sus gentes. Y los habitantes de la Isla serán los primeros en sospechar de quienes pretenden inmolarlos «por su bien». Alguno ha afirmado que se trata de «alentar» a los cubanos a «derrocar la dictadura». Una especie de «Sublevación o Muerte». Sólo que quienes instan al martirologio sólo lo verán por televisión.

Aunque el riesgo de desnacionalizar la Isla deje de ser mera hipótesis; no quedaría otro camino que la inversión masiva de capital, precisamente lo que la nueva ley pretende evitar.  )Y esas inversiones no apuntalarían al gobierno actual? A corto plazo, sí. Pero también aliviarían la hoy dramática supervivencia de los cubanos que viven en la Isla, cuyo sufrimiento no puede ser la moneda con que se compre una presunta «transición democrática». Y a mediano plazo, cada empresa que se deslice a otro tipo de gestión demostrará la ineficacia de la economía estatal ultracentralizada al uso, debilitará los instrumentos de control del individuo por parte del estado. La descentralización de la economía desverticalizará paulatinamente la sociedad, abrirá nuevos márgenes de libertad y concederá al pueblo cubano una percepción más universal, más abierta, y de ahí una mayor noción de sus propios derechos, o de su falta de derechos, en contraste con los que se otorgan al extranjero en su propia tierra; desmitificando el camino trazado desde arriba como el único posible. Amén de que la dinámica del capital exigirá nuevos espacios, nuevas aperturas.

Hoy los turistas y los empresarios extranjeros corroen más que cualquier bloqueo las doctrinarias exhortaciones al sacrificio. Muchos empiezan a sospechar que el porvenir no queda hacia delante, por la línea trazada que se pierde más allá del horizonte y cuyo destino es por tanto invisible, sino hacia el lado. Más al alcance de la mano.

En La Habana, ciudad que por falta de mantenimiento constructivo e inversión inmoviliaria puede ser declarada inhabitable en un 50% a fin de siglo, se invierte el cemento en una red de refugios antiaéreos (Ahí viene el lobo, de nuevo). Pero el gobierno sabe que no hay refugio posible si el bombardeo es con dólares. Helms y Burton todavía no se han enterado.





La era de las tres erres (Cuba en verde y negro sobre fondo rojo)

1 04 1995

Aquella luminosa mañana del primero de enero de 1959, La Habana no durmió la resaca como otros años. Despertó temprano entre sirenas, gritos y banderas. El dictador Fulgencio Batista había huido. La Revolución acababa de triunfar en aquel país monoproductor (80% de sus exportaciones en azúcar), monocultivador (52% de la tierra cultivable dedicada a la caña), con una cabeza vacuna por habitante y escasamente industrializado, profundas diferencias de clase, sociales, y estructurales entre la ciudad y el campo; 23% de analfabetismo, deficientes redes de asistencia médica y educacional; un país que exportaba azúcar, tabaco y concentrados de níquel, e importaba chicles y automóviles; amaestrado en el servilismo a lo extranjero y, en especial, a lo yanqui (tercer socio comercial de Estados Unidos en el continente), con un incipiente pero acelerado desarrollo del turismo (US$ 50 millones por año); balanza de pagos favorable, cero deuda externa y una reserva de divisas equivalente al volumen de su comercio exterior; un país con una estructura democrática plegable, galopante malversación, nepotismo, corrupción y abuso del poder. Cuba, que algún turista había definió como el tropical paradise de putas y maraqueros, se preparaba a ser noticia durante los próximos 40 años; a tocar el cielo/el infierno (según versiones) desde su soledad continental, a sostener el mito de David frente a Goliat, referente para América Latina y buena parte del Tercer Mundo, a desatar pasiones extremas y la enemistad de nueve inquilinos de la Casa Blanca. Verdadera tradición norteamericana.

En aquella Isla que había padecido medio siglo de democracia precaria, y un crecimiento económico sostenido que asimiló más de un millón de inmigrantes; los barbudos de Fidel Castro representaron la honradez, la valentía de derrocar por las armas al tirano, contra todo pronóstico, y un sentido nuevo de la justicia social que transmitía su hipnótica oratoria. Él se apresuró a dictar medidas que fomentaran la adhesión de las grandes mayorías: Reforma Urbana, Reforma Agraria, Alfabetización. Grandes palabras de los 60, la Era del Entusiasmo, que se redondeó el 13 de marzo de 1968 con la Ofensiva Revolucionaria: incautación de los últimos 58.012 pequeños negocios que quedaban, con lo que se erradicaba la propiedad privada sobre los medios de producción (si exceptuamos el 30% de las tierras cultivables). Desde entonces, el Estado se encargaría de administrar toda la economía cubana.

Vencida la contrarrevolución armada en Playa Girón y el Escambray, desactivada la oposición y amaestrada la prensa —monopolio estatal— hasta la obediencia incondicional, ninguna voz se alzaría impunemente contra los sucesivos experimentos económicos y políticos. Máxime después que fueron refundidas las organizaciones que participaron en la lucha, bajo las órdenes de Fidel Castro, quien ha terminado abrumándose a sí mismo de trabajo: Primer Ministro, presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Primer Secretario del Partido Comunista, y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. La Constitución de la República (1976) menciona explícitamente su liderazgo vitalicio, de modo que es inconstitucional cuestionarlo. De todos modos, en previsión de disonancias, se instituyeron los mecanismos de una vasta inquisición ideológica cuyo exponente más nefasto fue la UMAP, campos de “reeducación” donde se confinaron por igual a católicos militantes, homosexuales, disidentes y heterodoxos.

Tres pilares edificarían la rápida prosperidad de la nación: la frugalidad estoica —reducción drástica del consumo para dedicar el máximo de recursos a la industrialización—; la conciencia laboral y política de los trabajadores, que se esforzarían sin apenas retribución —igualitaria, trabajaras o no, de acuerdo a la libreta de racionamiento—, y la unanimidad en torno a sus dirigentes, lo que hacía innecesario cualquier mecanismo participativo. Hasta 1976 no se crea el primer y único órgano vagamente democrático: la Asamblea Nacional del Poder Popular, que en 23 años jamás ha aprobado una ley contra la opinión del líder, e incluso ha reescrito otras ya publicadas. Ni siquiera le fueron consultadas las guerras de Angola y Etiopía, que involucraron a cientos de miles de cubanos. La “democracia directa” suple al parlamento: Fidel habla (unos 3.200 discursos registrados) y el pueblo aplaude.

Lamentablemente, la tríada “frugalidad-conciencia-unanimidad” no funcionó. La escasa estimulación provocó una huelga generalizada de brazos caídos. La caída de la producción, escasez. La escasez, inflación, desestimulando más a los trabajadores para cerrar el círculo: El Estado simulaba un salario y los obreros simulaban un trabajo. La subvención soviética, a través de relaciones económicas preferenciales, créditos blandos y armamento gratuito —a mediados de los 70, Cuba recibía la mitad de toda la ayuda que la URSS enviaba al Tercer Mundo—, evitó el colapso económico de la Isla; paliando con creces los efectos del embargo norteamericano (US$40.000 millones en 40 años, el 7,6% del PIB, según datos del propio gobierno), aprovechando en cambio su valor añadido: chivo expiatorio de cuanto desastre económico ocurra, y recurso fácil para convocar al rebaño al grito de “Ahí viene el lobo”. Si mañana la Casa Blanca levantara el embargo, no pocos funcionarios cubanos, despojados de su excusa predilecta, saldrían en manifestación denunciando “esa nueva maniobra del imperialismo”.

Al mismo tiempo, se establecía la gratuidad de la asistencia médica, la educación (a todos los niveles) y el entierro. Crecía la red asistencial hasta cotas cercanas a las del mundo desarrollado. Se universalizaba la enseñanza, y las cuatro universidades de 1959 se convertían en 45, generando al cabo 400.000 profesionales universitarios en una población de 11 millones. Fuerza laboral altamente calificada que contrajo expectativas de vida frustradas por el bajo desarrollo de las relaciones de producción, máxime cuando el gobierno ha mantenido inalterable un sistema promocional que pondera la incondicionalidad política al talento, y no tolera la desobediencia creadora. Vox Populi afirma que en Cuba “El que sabe, sabe. Y el que no sabe, es jefe”. Razón de los múltiples altercados entre el gobierno y el sector cultural, cuya tarea ha sido, por otra parte, dignificada, beneficiándose de la difusión y accesibilidad del libro y los espectáculos culturales, la creación de una enseñanza y una industria cinematográfica y artística sin precedentes. Aunque tan temprano como en 1961, se les advirtió que: “Dentro de la Revolución, todo; fuera de la Revolución, nada”.

Los cubanos suelen recordar los 80 como la Edad Dorada: tímida estimulación salarial; creación del mercado paralelo (no racionado) tras el éxodo masivo de 1980 por el Mariel; permisos de visita a los cubanos del exilio; apertura internacional al turismo, y un poderoso mercado negro alimentado por las tiendas en dólares y la propiedad estatal—propiedad de todos que terminó siendo propiedad de nadie o del listillo que le echara el guante—. A lo que se sumaba una notable homogeneidad social, herencia del igualitarismo. Una edad que concluiría con la década: en 1990, se decretaba el Período Especial en Tiempos de Paz, eufemismo para designar la crisis más profunda del siglo XX cubano.

Con la caída del Este (y del 80% del comercio insular), Cuba queda a solas entre su propia ineficiencia económica y el embargo norteamericano. En menos de seis meses, la devaluación alcanza el 2.500%. Un ingeniero pasa a cobrar 450 pesetas mensuales al cambio (hoy ronda las 2.000), lo suficiente para comprar quince cajetillas de cigarros o un pollo. Cientos de fábricas cierran por falta de repuestos, materias primas y energía, quedando los desempleados con un subsidio del 60%, es decir, el 2% de su poder adquisitivo un año atrás. Fidel Castro anuncia el olvidable slogan “Socialismo o Muerte”. Pero los pueblos no se suicidan y el Comandante en Jefe se encuentra ante la disyuntiva: ¿Cómo evitar que el hambre y la desesperación pongan en peligro el statu quo, sin ceder el monopolio del poder? ¿Cómo incrementar la eficiencia económica sin acudir a fórmulas del FMI, sin cancelar las conquistas sociales y sin dinamitar los fundamentos del sistema: ultra centralización, propiedad estatal y manejo de la economía según criterios políticos? La ensaladilla rusa, hambre con democracia, no es buena receta para conservar el poder. Eligieron el pato al estilo de Pekín: dictadura política con crecimiento económico. Traduciendo: un capitalismo sólo para extranjeros que subvencionara el socialismo sólo para cubanos: descapitalizar la nación vendiendo medios de producción al capital foráneo, para cobrar el diezmo. La elección no es casual: El inversionista extranjero hace funcionar la empresa y paga impuestos, pero carece de derechos políticos, y si obtiene ganancias, apoyará al gobierno. Los nacionales podrían constituir a mediano plazo una capa productiva, eficiente, y el poder económico siente un hambre precoz de poder político. “Antes se hundiría la Isla en el mar” (FC dixit). Incluso las tímidas modalidades de trabajo por cuenta propia se han permitido a regañadientes para paliar la escasez, contener el descontento y ofrecer una salida de emergencia al enorme desempleo. Pero abrumándolos de impuestos; sin hacer constar por ley la libertad de empresa y comercio de los nacionales, de modo que sea reversible, y prohibiendo a los profesionales ejercer por libre sus oficios, evitando así el surgimiento de una empresa altamente cualificada y competitiva, pero privada, que subraye la incompetencia estatal.

No obstante, la subasta del país se hace con cautela. El mercado es especialista en desatar lo atado y bien atado. La zona más ortodoxa de la vieja guardia teme al capital por razones ideológicas y nada ayudaría más a erosionar ese statu quo que la supresión del embargo, derogando así un fuerte factor de cohesión alrededor del líder, según la tesis “Ahí viene el lobo”. Pero EE. UU. prefiere el método John Wayne. Otros miembros de la burocracia política se están colocando ya como gerentes neocapitalistas, en posición de esperar el cambio bien arropados en sus crisálidas, que abandonarán convertidos en las mariposas de la nueva burguesía. Mientras puedan, no van a tolerar la libre competencia.

No hay por ahora indicios de que la tímida apertura económica se desplace hacia el terreno político. Dada la profunda crisis que pesa sobre la cotidianía del cubano, permitir la aparición de alternativas políticas sería un suicidio. Y las burocracias tampoco se suicidan. No habrá Gorbachov Segunda Parte. Se insiste en un vago proyecto de sucesión dinástica que ya nadie cree viable. Y para forzar desde abajo una transición radical, haría falta el 70”1% de la desesperación. Situación poco predecible: Primero: Opera aún el “síndrome del líder” (una porción aún cree; la equivalencia Fidel=Socialismo=Patria, reiterada durante 40 años, ha calado hondo). Segundo: La idiosincrasia del cubano, que sólo llega a la sangre in extremis. Tercero: El temor de muchos a la alternativa Miami en caso de desplome. Y Cuarto: El ejemplo ruso, donde los menos aptos están peor que antes. Para los cubanos mayores de 50 años el horizonte pos fidelista se barrunta negro, un capitalismo más cerca de Haití que de Suecia, desguarnecido de las (ya precarias) conquistas sociales. Los más jóvenes prefieren huir al “paraíso”, antes que intentar uno propio. El resto, espera. Ojalá no sea por mucho tiempo. Podríamos heredar un país que no nos pertenezca.

Cuarenta años después de aquel primero de enero de 1959, Cuba es un país monocultivador y monoproductor (más de la mitad de las tierras dedicadas a la caña, aunque el azúcar ha sido superado por las remesas de los exiliados), con 0,3 reses por habitante, escasamente industrializado -a pesar de cierta infraestructura industrial-, sin analfabetismo, con una población sana y altamente calificada, con redes educativa y de asistencia médica suficientes en cantidad y aceptables en calidad, aunque huérfanas hoy de medios; un país que exporta azúcar y concentrados de níquel e importa hasta los más elementales bienes de consumo; un país que ganó en tres decenios otro sentido de la dignidad y el orgullo nacionales, y lo pierde un poco cada día en la picaresca de la miseria; un país que el turismo (300 millones de dólares por año) y la subasta de su economía, van amaestrando en el servilismo a lo extranjero (en especial a lo yanqui, corroborado por el espejo de Miami y la oferta televisiva de enlatados norteamericanos); un país con una balanza de pagos negativa, una deuda externa de $US10.000 millones (más 24.000 con la antigua URSS) y una reserva de divisas estimada en el 1% del volumen de su comercio exterior; un país donde once millones tienen derecho a votar por un candidato o por el mismo. Otros dos millones ya han votado con los pies, o con los remos. Un millón de inmigrantes en medio siglo, se han convertido en dos millones de emigrantes durante la segunda mitad. Y una macabra procesión de cadáveres que vagan por el Estrecho de la Florida.

¿Será el socialismo el camino más largo entre el capitalismo y el capitalismo? Quizás. El país que se nacionalizó de punta a cabo, se anuncia hoy en liquidación hasta fin de existencias. El país estatalizado, se privatiza. El garito del Caribe que reeducó a sus prostitutas, es hoy destino del turismo sexual. Los gusanos que huyeron ayer, salvan del hambre hoy a los que se quedaron. La ciudad que construyó La Habana del Este para desactivar el tristemente célebre Barrio de las Yaguas, esperará el milenio con la mitad de sus viviendas en mal estado (251.000), 175.000 inhabitables, de las que 100.000 se perderán sin remedio. Y en el país más antiimperialista y anti yanqui del planeta, un billete de Washington vale por veintidós de José Martí.

La Cuba que construyó hace cuarenta años una Revolución “verde como sus palmas” (o verde como la sandía), es hoy una Isla tricolor: sobre el fondo rojo de la desvaída economía estatal, cuyos asalariados a 1,500 pesetas por mes pedalean sus bicicletas y Resisten como pueden la crisis, apelando con suerte a las remesas de sus parientes que un día optaron por Remar; aparecen los islotes del capitalismo para extranjeros, verde dólar, y todo ello sobre el fondo negro de la economía sumergida, la omnipresente bolsa negra, donde la picaresca es ley, y Robar, mero ejercicio de supervivencia. Es decir, tras la Era del Entusiasmo y la Era Dorada, aparece lo que un cubano llamó La Era de las Tres Erres: Resistir, Robar o Remar.

“Cuba: La era de las tres R”; en: AlSur, n.º19, Jaén, España, marzo-abril, 1995, pp. 44-46





En el nombre del pueblo: Irma Elena

22 09 1985

La niñez se desliza por sus ojos con un regusto de prehistoria efímera. Una prehistoria de doce años, porque fue entonces cuando Irma Elena desembocó en la historia.

 

Preludio

Cuando estaba estudiando, yo me iba a meter a las manifestaciones, aunque no tenía ningún conocimiento de lo que era la historia. Salíamos a hacer pintas, a pegar afiches. No estaba del todo integrada. Era una colaboradora nomás. Más bien empecé porque me gustaba andar en esos revoltijos, ver a los guardias corriendo y que nos echaran balazos. Ganas de andar fregando, de andar carrereando por ahí. Con las charlas políticas y eso me fui dando cuenta de que no era salir a manchar. Entonces comienzo a madurar, sobre todo después que un compañero, que cayó ya, me recluta y me explica el por qué de la lucha.

Sí, en esa época tomamos una iglesia. De allí salió la manifestación. Fue masacrada. Tomamos algunas emisoras, el Ministerio de Educación. Ya entonces me dedicaba de lleno al trabajo con las masas. Mi primera manifestación fue en el parque Libertad, en el centro de San Salvador, en repudio a una masacre de campesinos que pedían tierra para trabajar.

¿Mis padres? Bueno, ellos pensaban al principio que me dedicaba a la prostitución: llegaba tarde a dormir o no llegaba. Pasaba semanas sin venir. O llegaba manchada de pintura. Y entonces supieron en lo que andaba. Me dijeron: “Andate, que no queremos tener problemas con los enemigos”. Y me echaron de la casa. Eso fue después que me vieron en actividades políticas.

 

Después que me incorporo de lleno al Frente, recibo educación militar. Primero fue el trabajo de masas, después, durante  la ofensiva general de 1981, participé en ataques y toma de poblaciones. Los tres años antes de mi captura, el Partido me encomendó el trabajo clandestino sin salir de San Salvador.

Fue en la misma ciudad, en plena calle. Sí, me capturó la Guardia Nacional. Yo estaba “quemada”. Habían decidido sacarme por eso. Pero hubo unos atrasos y entonces me cayeron. El Partido no considera que me hayan puesto el dedo.

 

El último círculo

Yo estaba realizando una tarea. Varios hombres vestidos de civil comenzaron a caminar detrás de mí. También una camionetilla Cherokee de vidrios polarizados. Allá las usa mucho el Escuadrón de la Muerte. Cuando vi que era conmigo la cosa, comencé a caminar rápido, y ellos aceleraron su paso. Seguidamente me agarraron, porque cuando intenté correr, ya la Cherokee se me había atravesado delante. Por detrás venían los dos hombres. Al mismo tiempo me estaban apuntando. En ese momento yo lo que pensé fue correr con idea de que me tiraran. Porque siempre pensamos: antes que nos capturen, es preferible que nos maten. Pero ellos me agarraron cuando intenté correr. No me tiraron, porque la idea era agarrarme viva. Me viraron hacia atrás los brazos. Cuando me llevaron a la puerta de la Cherokee, yo me abrí, me agarré de la puerta y ahí me dieron un culatazo en la espalda. No me pudieron meter. Caí al suelo e intenté correr de nuevo, pero me volvieron a pegar otro culatazo, que ese sí me venció.

Me pusieron las esposas, me vendaron, me quitaron el reloj. En ese momento yo pensé que lo único que tenía cerca era la Guardia Nacional. Empecé a hacer el cálculo del tiempo que iba a demorar. Exactamente. Me llevaron a la Guardia Nacional, en el centro de San Salvador. Me llevaron del pelo, a empujones, y empecé a caminar. Adentro me desnudaron, porque saben que si uno queda vestido, lo que hacen muchos compañeros antes de ser torturados, es ahorcarse. Después, desnuda, empezaron a golpearme. Mientras, me insultaban, me decían palabras obscenas y me manoseaban. Seguidamente me dejaron ahí tirada y se fueron. Regresó otro y me levantó del pelo. Me llevó a la sala de interrogación, donde empezaron a preguntarme por mi nombre legal, la organización a que pertenecía, las tareas que me había asignado el Partido, qué tareas había cumplido yo, cuántos guardias había matado, cuántos buses había quemado, y una serie de preguntas más. Yo me negaba. Lo que decía era que yo no había participado en nada, que estaba estudiando. Incluso dije que era evangélica, porque sucede que a esa religión la respetan un poco. No que la respeten, sino que en esa religión hay cuerpos del régimen infiltrados. Me dijeron que eso era mentira y me siguieron insultado. Después, me llevaron de nuevo al cuarto y continuaron golpeándome. Empezaron a manosearme y abusaron de mí. Luego me acostaron en una cama y me pusieron los choques eléctricos. Me echaron agua fría, me conectaron unos cables en las puntas de los pies, atrás de las orejas, bueno, yo me estremecía toda y caía desmayada. Cuando volvía en mí, me preguntaban lo mismo. Y yo me negaba. Pasó ese día y esa  noche.

Al siguiente día, me golpearon, me dieron puntapiés, me halaron el pelo y seguía vendada. Al tercero me pusieron la capucha, que es una bolsa plástica de cemento o cal. Se la meten a uno por la cabeza y se la atan al cuello. En esos momentos uno empieza a perder la respiración y cae desmayado. Al cuarto día, me pusieron los choques eléctricos. Al quinto, me hicieron una tortura que llaman “el avioncito”: le halan los brazos hacia atrás y  la abren a una y se le sube un hombre en la espalda y empieza a retorcerte. Todos los huesos empiezan a estirarse. Yo insistía en que no pertenecía a ninguna organización y me decía: Si tantos compas han caído en manos del régimen y han resistido, ¿por qué yo no voy a resistir si yo tengo fuerzas también y lucho por una causa?  Entonces me levantaba la moral y me decía: Tenés que hacerle huevo, que es como nosotros decimos. Tenés que afrontarlo. Pasé ocho días sin tomar agua, sin comer. Y me resistía a pedirles e implorarles. Los choques eléctricos me dejaban la boca seca y la lengua como partida. A los ocho días pedí que me dieran agua. Lo que hicieron fue llevarme un bote de leche con orines. Cuando sentí que eran orines, pero a saber de cuánto tiempo, porque era un hedor tremendo; yo me les quedo viendo y les digo que no quería. Entonces me los lanzaron encima. Luego me llevaron comida, a los diez días, pero los frijoles estaban hasta con gusanos y el arroz, con esa natilla verde que le sale cuando está podrido.

En el décimo día me llevaron a la sala de interrogación. Me hicieron las mismas preguntas, me ofrecieron cierta cantidad de dinero y el pasaporte en ese momento, para enviarme a Estados Unidos. Yo les dije que no. Entonces me dijeron que me iban a pasar a los tribunales si yo colaboraba con ellos. Y eso es una maniobra, porque uno piensa  que si la van a presentar a los tribunales no la torturarían más; pasará al juzgado y de ahí a la cárcel. Yo esperaba que alguien llegara, ver asomarse a la Cruz Roja Internacional, para que vieran que yo estaba allí. Pero estaba en una celda aislada, y lo único que se oía eran lamentos, gritos de los compañeros torturados. Puede que fueran reales, de alguien que estaba siendo torturado, pero quizás fuera una grabación, porque se escuchaba todo el día. Yo estaba toda  adolorida y morada. Me dolían hasta las uñas y el pelo. Me preguntaba hasta cuándo. A los veinte días me sentía bastante bastante débil, me sentía morir, ya lo único que quería era que me llevara un golpe, que me mataran mejor. Pero como a los veinte días me dije: Bueno, esto es un hecho. Van a matarme. Aunque sea de palabra tengo que defenderme yo. No me puedo morir con la boca cerrada. Así a los veinte días yo empiezo a insultarlos. Les decía que eran unos perros. Ya estaba decidida pues. Y lo peor para ellos es que a una mujer, que es más sensible, no logren doblegarla. Eso los enfurece más y hace que se ensañen. Se sienten débiles.

A los veintiún días me dijeron: esta es la última vez que te damos, pero si no colaboras con nosotros, te vamos a matar. Que conocían dónde vivía mi familia y la iban a matar. Y yo les dije que si mi familia iba a morir, pues yo también iba a morir, pero yo no iba a colaborar. Entonces les dije que sí, que estaba organizada, pero que no les iba a decir nada más.

Yo no sabía cuándo era de día y cuándo era de noche, porque había estado todo el tiempo vendada en un cuarto donde no entraba la claridad y había perdido la noción del tiempo. Era una celda pequeñita. Cuando una vez logré aflojarme un poco la venda, vi que las paredes estaban llenas de sangre y había pintadas muchas consignas: “Compañeros, no se dobleguen ante el enemigo”, “Compañeros, sigamos adelante”, “Patria o muerte”, pintadas por compañeros que habían estado en esa celda. Esa fue mi única comunicación con ellos: las consignas en las paredes.

En los veintidós días comí sólo una vez y tomé agua dos veces. Cuando comí fueron unos frijoles que estaban mejor que los de la primera vez. Y me los pude comer, pero me dieron diarreas. Lo hice en la misma celda y estuvo allí hasta que se secó.

No. No hubo días peores. Los veintidós días fueron una tortura. Hubiera preferido morirme veintidós veces. Pero nunca me dieron ganas de llorar, sino una rabia, un odio.

A los veintidós días, en la madrugada (creo) me dicen que me ponga un blúmer, que me iban a dar una vuelta, que me iban a sacar a pasear. Entonces me dije: Bueno, hoy sí  se me llegó la hora. Ese paseo que dicen, es que me van a dar mecha, o sea, a matarme. Me vestí y me metieron esposada, vendada, en no sé qué tipo de vehículo. Empezaron a dar vueltas y vueltas alrededor del lugar donde me iban a dejar tirada. Por fin me bajaron. Sentí que era grava y había mucho viento. No sé qué lugar sería, pero tenía que ser muy elevado, por la brisa. Me hacen un interrogatorio, y lo que hice fue insultarlos. Sentí en ese momento que me daban un golpe en la cabeza. Caí y sentí otro golpe, y me chorreó algo espeso por la cara. Y comencé a sentir el olor a sangre. Como ya me habían quitado las esposas, pienso que los dedos los perdí en la angustia que yo sentía que metía las manos. En el momento que me golpeaban la cabeza yo tenía como la alucinación de que era una pesadilla. No sé si era el paso de la muerte o qué sé yo. ¿Será que estoy dormida y es una pesadilla y quiero despertar? Me seguían dando y me seguían dando, pero ya a mí no me dolía. El cuerpo lo tenía remallungado con tanto golpe que me habían dado. Sentía que se me movía la cabeza. Los brazos los sentía calientes y un leve ardor, hasta que perdí el conocimiento por completo.

Después (me imagino yo), como muchos casos que han sucedido, de que hay mucha gente de la población civil que ve, y mucha gente no se va. Lo que hacen es quedarse allí escondidas. Esa gente no se fue. Y lo que hizo fue que después me entregó a la Cruz Roja internacional. Mi captura ya había sido denunciada a ellos y a la Comisión de Derechos Humanos.

Después me suturaron. Tengo 38 heridas, casi todas de machete. Siete en la cabeza. Dos hundimientos craneales. Perdí la visión de un ojo por un culatazo. Perdí tres dedos y la movilidad de la mano derecha. Estuve tres días en estado de coma, por los golpes en la cabeza. Por eso el Partido elaboró dejarme por un tiempo adentro. Por supuesto, con grandes medidas de seguridad. Y así, cuando ya estaba un poco restablecida, salí del país.

Desconozco si mi familia sabe algo de mí y de mi hermano. ¿Mi hermano? Fue capturado después de mí y torturado. Ahora debe tener dieciséis años. Desconozco si está vivo.

—¿Qué nombre te damos en esta entrevista?

—Irma Elena. Fue una comandante nuestra que cayó y fue masacrada.

—¿Qué edad tienes?

—¿Yo? Veintitrés. Cuando me capturaron tenía 22 años.

 

“En el nombre del pueblo (I) Irma Elena”; en: Somos Jóvenes, n.º 71, La Habana, septiembre, 1985.