Las trampas del azar

20 01 1997

La palabra «juego» equivale a una maldición para muchas familias españolas. Las estadísticas, forzosamente incompletas dado que la mayoría de los ludópatas no se consideran tales, son, aun así, pavorosas. Familias destruidas, honestos trabajadores que un día decidieron echarle un pulso al destino y a la teoría de las probabilidades invirtiendo en ello lo que tenían y lo que no tenían; honrados que metieron mano a lo ajeno con la convicción de devolverlo «mañana», que sería el día de su fortuna súbita; padres amantísimos que han llegado a jugarse la merienda de sus hijos. Todo ello explica que las asociaciones contra la ludopatía aborrezcan hasta el parchís, e incluso consideren indiscriminadamente los ciberjuegos infantiles un prólogo a la ludopatía crónica. Y no niego que pueda ser así en muchos casos, pero habría que observar la otra cara del juego, actividad que no es privativa del ser humano.

Cualquier zoólogo, y hasta los dueños de perros y gatos, confirmarán que los animales juegan. Esencialmente los animales superiores, dado que el juego requiere una alta dosis de inteligencia. Y ya se sabe que en la naturaleza nada es gratuito. El juego es un sistema de aprendizaje. Jugando aprenden a cazar los leones. Jugando aprenden los niños las normas de convivencia, las primeras letras, sus nociones iniciales de geometría y álgebra. Los ejercicios de física, química y matemática que resolvemos en la escuela no son más que juegos didácticos; e incluso muchos pedagogos contemporáneos tienden a subrayar el carácter lúdico del aprendizaje, en contra de la noción memorística y pesada que primó en el pasado. Aprender es un juego de la inteligencia, no una extenuante albañilería de la memoria. E incluso más allá de su aspecto ontológico, de los códigos mediante los cuales pretende interpretar el mundo, ¿qué es el arte sino un juego de la sensibilidad y la belleza? Si hurgamos en nuestras actividades cotidianas, hallaremos indicios lúdicos en muchas, sobre todo en aquellas que nos proporcionan placer, de modo que descalificar en bloque el juego por nocivo resulta tan contraproducente como negar en bloque la civilización a partir, exclusivamente, de sus efectos ecológicos.

El problema no radica en el juego en sí, sino en sus fines. El niño que se enfrasca ante la máquina, que intenta sortear el laberinto sin que se lo coman los bicharracos cibernéticos, adquiere habilidades manuales, reflejos, sentido del espacio y del tiempo, además de adiestrarse en el uso del ordenador, su futura herramienta de trabajo. Malo cuando no puede prencindir de la pantallita. Como es malo el monocultivo, aunque no por ello sea nocivo el aceite de oliva. Y peor en el caso del adulto que invierte en su presunta buena suerte lo que no ha sido capaz de invertir en su actividad profesional y personal. Si sus relaciones humanas son una especie de yugo social, si su trabajo es un penoso y mero ganarse el pan carente de placeres y alegrías intrínsecas, es casi lógico que le tienten las emociones del juego, carente como está de otras emociones.

Por eso son raros los ludópatas entre quienes se han entregado a su profesión o sus afectos. Quizás algún día cada hombre pueda encontrar el espacio profesional y personal para el cual está diseñado, sin que la necesidad o las convenciones ejerzan un papel dictatorial, quizás un día las estadísticas de Naciones Unidas computen los índices de felicidad y no sólo la renta per cápita o el PNB. Quizás un día vivir sea para cada uno el juego por excelencia, no un simple huir de la miseria o dar caza a la riqueza. Hasta entonces, no desactivaremos por completo las trampas del azar.

“Las trampas del azar”; en: Diario de Jaén. Jaén, España, 20 de enero, 1997, p. 16.





Rapiña de difuntos

20 12 1996

Las leyes del comercio son inexorables y despiadadas, es algo que todos sabemos, aunque de vez en cuando nos hagamos pasar por compradores y no por billeteras con ojos que el comerciante intenta ordeñar.

Pero cualquiera diferenciará la compra de un coche, de un electrodoméstico, una medicina o un ataúd. Cada comercio tiene sus propias leyes y su ética, más o menos consolidadas en países donde la economía de mercado ha ido puliendo las reglas del juego.

Pero los países que acaban de acceder con entusiasmo al mercado distan mucho de ejercer el «todo vale» pero «hasta cierto punto». Se han quedado en el primer axioma.

Y en la República Checa, el asunto ya toma tintes de broma macabra. Aunque la Cámara Profesional del gremio funerario tilda de «poco éticas y abusivas» ciertas prácticas, la ganancia impone su propia ética, que no figura en los tratados de Moral y Cívica ni en los diccionarios, sino en los cursos de Contabilidad. Hasta tal punto ha llegado la rebatiña de difuntos entre las diferentes empresas de pompas fúnebres, que en los hospitales pululan agentes enemigos listos para disputarse la carroña, se pagan comisiones a los médicos, enfermeras y policías que dan parte de un nuevo cliente, e incluso recomiendan tal firma de ataúdes a los parientes, con la soltura de quien comunica por experiencia las bondades de una lavadora.

Alguien afirmó que cada ser humano se acerca al aspecto o las costumbres de cierto animal. Cuánta razón tenía.

“Rapiña de difuntos”; en: Diario de Jaén, Jaén, España, 20 de diciembre, 1996, p. 29.





Referéndum ¿innecesario?

15 12 1996

Cuando leí que los malagueños de Borge decidieron hacer un referéndum para elegir entre humanidad y neoliberalismo, recordé de inmediato el caso absolutamente opuesto, pero idiomáticamente colindante; el del escritor argentino Jorge Luis Borges, quien al recibir una distinción en Chile de manos de los militares de Pinochet, hizo referencia a «la clara espada» (la de los golpistas chilenos) en contra de «la furtiva dinamita» (la de los supuestos terroristas). Hoy sabemos cuántos inocentes fueron víctimas dela «clara espada», que desmembró una sociedad entera y dispersó sus fragmentos por medio mundo.

Pero los de Borge apuestan por la humanidad, apuestan por un mundo que gaste más en medios para curar que en medios para matar, en alimentos que en cañones. Un mundo donde la ley de la oferta y la demanda, el implacable orden del mercado, la ley suprema de la ganancia al menor costo posible, no sea precisamente lo que nos distinga de nuestros parientes del reino animal; sino nuestra condición humana: la misma que ha creado el arte y las guerras, pero también la que nos concede dos derechos incompatibles con la ley de la selva: la bondad y la solidaridad.

Muchos podrían pensar que se trata de un simple gesto sin mayores consecuencias, un referéndum innecesario que no cambiará un ápice la diametral injusticia del orden internacional. Cierto. Pero también es cierto que el Hombre deberá plantearse el siglo XXI en otros términos, que no son precisamente edificar la opulencia sobre las espaldas de 800 millones de hambrientos, o parcelar el mundo en cotos de riqueza y cotos de caza. O vender armas sin que conste en acta al mejor postor, para después acudir en misiones humanitarias, con despliegue de medios televisivos, con el fin de rescatar a los supervivientes. No es, ni lejanamente, un gesto inútil el de los ciudadanos de Borge. Si no empezamos a hablar ahora de unas nuevas reglas del juego que rescaten la condición del hombre, estaremos ayudando con nuestra dosis de silencio a convertir este planeta en la mayor bomba de tiempo de la historia.

“Referéndum”; en: Diario de Jaén, Jaén, España, 15 de diciembre, 1996, p. 51.





Anfibología y otras sospechas

24 11 1996

María Moliner, en El Diccionario de uso del español, define el término «anfibología» como «Equívoco. Circunstancia de tener una palabra o expresión más de un significado». Lo mismo ocurre en la vida. A veces parece que un banquero es el ejemplo de made himself para mostrar a la juventud, una especie de Cid Campeador de las finanzas, y al final resulta un ratero al por mayor. O un militar que vela por el sueño de los honrados currantes se trueca en un cuatrero evadido por medio mundo y para agarrarlo hay que ofrecer recompensas más sustanciosas que en su día por Billy The Kid.

De modo que los inocentes consumidores de noticias, acudimos a los diarios con el ánimo de enterarnos, al menos, de lo que ocurre en el teatro del acontecer, aunque sigamos ignorando lo que ocurre de verdad entre bambalinas, porque la realidad suele desclasificarse mucho después de ocurrida. ¿Y qué encontramos? Con frecuencia, indicios y pistas que bien podrían acercarnos a la verdad. Pero otras, intentamos entender, pero ni con muy buena voluntad nos enteramos.

Por ejemplo: «Abierto el plazo para solicitar alimentos de intervención de la Cruz Roja». ¿Qué son alimentos de intervención? ¿Alimentos que intervienen nuestra hambre? ¿O que interviene la Cruz Roja?

O: «El portavoz de la familia Cordón cree que el industrial secuestrado sigue en sus manos». Si sigue en manos de la familia Cordón, como asegura este titular, se trata de una noticia muy interesante. En tal caso, ¿por qué cree y no está segura la familia? ¿Y si esasmanos parece que son, pero no son, entonces, de quién son?

Pero la noticia más asombrosa que he descubierto últimamente en los titulares es que: «Declaran el despido de una embarazada improcedente». Lo que parece una noticia china, donde un segundo embarazo es altamente improcedente. Pero se trata de una información local. Quizás la perspicacia del periodista rebasa nuestra admiración. Puede que ni la improcedente madre o el padre, que seguramente no hizo ni más ni menos que lo que suele hacerse en estos casos, sepan que un niño improcedente está a punto de arribar a este mundo (no tan procedente como algunos quisieran). Y por eso la despidieron. Desde que leí la noticia escruto a cada embarazada por la calle para ver si es improcedente o no. Pero no lo consigo.

“Anfibología”; en: Diario de Jaén, Jaén, España, 24 de noviembre, 1996, p. 52.

 





Nueva víctima de Barbie

16 11 1996

Una joven granadina de 26 años yace en coma irreverible tras ingerir diuréticos masivamente para bajar de peso. Una joven que, según las estadísticas, no había recorrido sino la tercera parte de su trayecto vital, intentaba disminuir unos kilos a cualquier precio, y de hecho ha disminuido hasta el peso cero: la levedad de la muerte.

Mientras en los países en desarrollo (mejor decir en subdesarrollo, que lo otro es mera conjetura) millones de personas mueren de hambre sin intentarlo, porque la vida no les deja otra opción; en nuestros lares, que podrían alimentar a un cuarto de Europa más con lo que se tira a la basura, miles de jóvenes bien alimentadas se suicidan de hambre por alcanzar la estética Barbie, una estética que ya va siendo tan macabra en víctimas de la anorexia como aquellos zapatos de hierro que usaban las mujeres chinas para tener los pies pequeños, y que a los occidentales nos aterran por su barbarie.

¿Qué dosis de responsabilidad atañe en estos casos a la persona que, entontecida por un diseño corporal que los ricos alcanzan, cuenta corriente de por medio, a silicona y bisturí, se niega a reconciliarse consigo misma, y sobrevalora kilos y centímetros a costa de subvalorar su inteligencia, sus sueños y su sensibilidad, es decir, lo que hacen de ella un ser humano, no una muñeca presuntamente perfecta? Mucha. ¿Cuánta responsabilidad correspondea una propaganda repetitiva hasta la obsesión, al bombardeo de imágenes perfectas, de personitas de diseño, e incluso al empresario que exige «buena presencia», aunque él mismo sea feo como la muerte en día de lluvia? Mucha también.

De cualquier modo, vale reflexionar en estos casos sobre lo que hemos perdido. ¿Cuántas obras, emociones, sueños y felicidades (o infelicidades) probables habrá inmolado esta joven a la diosa Barbie? Nunca lo sabremos. Sólo que 26 años de experiencia vital no fueron suficientes para comprender que la vida, aún en su humana imperfección, es la aventura más espléndida, destinada por igual a ser disfrutada y padecida por gordos y flacos, por feos que nunca tendrán «buena presencia», y por feos del alma, que son los peores aunque se paseen por las pasarelas.

“Víctimas de Barbie”; en: Diario de Jaén, Jaén, España, 16 de noviembre, 1996, p. 33.





Aceituneros altivos

6 11 1996

Uno de los rasgos más indignantes del subdesarrollo es exportar plátanos e importar dulce de plátano enlatado; exportar azúcar e importar caramelos; o exportar aceite de oliva e importarlo dentro de un frasco y con una etiqueta en colores donde reza, con excelente redacción, todo lo que hicimos para que este producto fuera de primerísima calidad.

Cada gota de aceite está compuesta por miles de gotas de sudor, por hectáreas de bosque diverso sometidas a la voracidad omnipresente del olivar; cada gota de aceite contiene siglos de angustia y esperanza de un pueblo entero, maniatado su destino por los caprichos de una cifra, una sola cifra, en las bolsas de valores.  Pero lo peor es que la noble tarea del que produce, del que convierte la sal de la tierra, el aire, la lluvia, en purísimo aceite, apenas vale una fracción del valor final. Envasadores y traficantes (que muchas veces no han visto un olivar ni en fotografía) son los grandes beneficiarios.  Pero no podría decirse que son los culpables. Piensen quienes se conforman con una migaja de la tarta, por evitar el riesgo de perder la tarta entera, si vale la pena. Piensen quienes garantizan una parcela de lujo sin sobresaltos, qué responsabilidad les cabe en que a las puertas del siglo XXI, un millar de jiennenses pase de largo junto a las fábricas distantes donde otras manos envasan su aceite, mientras acuden a procurarse el jornal en los campos de Francia. Y piénsenlo rápido, porque Coosur, que ocupa el 10% del mercado, puede ser mañana una empresa nuestra, aportando un valor añadido que tanto necesita la provincia, puede entreabrir la puerta de un destino más justo para quien produce; y quizás abrir esa puerta del todo, porque nadie podrá vender mejor aceite y a precios más competitivos que nosotros. Pero también Coosur podría engrosar las multinacionales y acentuar la diferencia. Piénsenlo ahora. De ustedes depende.





Traficantes de esperanza

4 11 1996

El presidente de la Asociación Pro-derechos Humanos de Cádiz, Rafael Lara, denunciaba recientemente a los consulados españoles en Marruecos por la venta de visados, sobre todo en Tetuán. Las pateras se subastan en Cádiz y luego son revendidas en la costa de enfrente. Los pesqueros transportan ilegales. Las autoridades marroquíes cierran o abren los ojos a las salidas ilegales, en dependencia del estado de sus negociaciones con Europa, y ya de paso liberan la presión social mediante esa válvula de escape. De modo que proliferan los traficantes de la esperanza, contrabandistas de hombres, mafias que engañan y esquilman a quienes ya la vida ha esquilmado hasta los límites del éxodo.

La historia se repite con una asiduidad pavorosa en todo el planeta. Los espaldas mojadas mexicanos son conducidos a través de la frontera por «coyotes», que con frecuencia los abandonan en sitios inhóspitos o simplemente los matan para no dejar testigos. Fidel Castro abre la espita de la emigración masiva, o custodia rigurosamente las costas (tan rigurosamente, que en el verano de 1994 hundió un barco con más de 30 personas en la bodega), en dependencia del estado de sus diferencias con el vecino del Norte y los avatares del marketing político. Los dominicanos se ahogan en el Paso de la Mona intentando alcanzar el trampolín a USA que es Puerto Rico. Los haitianos naufragan o son asesinados por los traficantes en la Corriente del Golfo, que arrastra los cadáveres del Caribe hacia algun desconocido cementerio del Atlántico Norte.

En todos los confines del planeta, millones de hambreados votan con los pies (o con sus cadáveres) en un gigantesco referéndum contra la pobreza. En el mejor de los casos, les tocará limpiar los desechos de las sociedades opulentas; en el peor, serán devueltos a sus infiernos de origen o accederán al cielo (si existe algun cielo para los pobres de solemnidad, y si allí no les exigen el visado en regla).

Se avizora un brillante porvenir a los nuevos tratantes de esclavos, contrabandistas de la esperanza, y las pateras superarán en breve a los vuelos charter; al menos mientras no acabemos de entender que la emigración no es el problema, sino la miseria; y que el planeta es demasiado pequeño como para apagar el televisor cuando hablan de Burundi.

 

“Traficantes de esperanza”; en: Diario de Jaén, Jaén, España, 4 de noviembre,  1996, p. 16.





Diana cazadora

31 10 1996

Con su gesto independiente y altivo, la Diana cazadora de los griegos bien podría figurar en el escudo de los movimientos feministas. La que quizás no figure nunca (o quizás sí) es esta Diana Cazadora de Gales, que insiste en ser noticia y ha recorrido desde la crónica rosa hasta la prensa amarilla. De la telenovela sin happy end que fue su matrimonio hasta las poses de víctima y las sospechas de victimaria, hay un solo factor común: cualquiera que la mire con atención se dará cuenta de que esta mujer (mujer y media a juzgar por el largo), llore o sonría, camine con ese encorvamiento ligero que algunos tomaron como humildad cuando no es más que un modo de parecer más pequeña que el Príncipe, acaricie niños minusválidos o represente al Reino Unido en alguna ceremonia oficial, siempre sabe más, mucho más de lo que dice. Incluso de contabilidad, como demuestra su contrato de divorcio. Decididamente, mucho tiene que saber para dirigir 200 asociaciones (yo no recordaría ni los nombres), aunque ahora renuncie, humildemente, a cien.

Según el Daily Express, Diana está dispuesta a convertirse en la colaboradora número uno en la lucha contra el SIDA. Y no lo dudo. Diana las caza al vuelo y el SIDA, aun sin ser la enfermedad que más gente se lleva al otro barrio, es la enfermedad más publicitada, que arrasa sin miramientos a cantantes y estrellas del basket en plena edad competitiva, no cree en millonarios, políticos y nobles; aunque su víctima predilecta sea el africano que no conoce el preservativo ni de oídas y el yonqui de séptima categoría.

Diana del SIDA, perdón, de Gales, sin olvidar sus otras 100 organizaciones caritativas, cruzará el planeta en todas direcciones (el SIDA es como Dios, omnipresente) y seguirá apareciendo hasta en la sopa, porque alla sabe de muchas cosas, pero sobre todo de marketing y no permitir que la olvidemos es su primer empleo.

“Diana cazadora”; en: Diario de Jaén, Jaén, España, 31 de octubre, 1996, p. 29.

 





Felices sueños

28 10 1996

La foto es patética y conmovedora: un viejo comunista ruso, de manos vastas como estepas siberianas y bastas (pésima manicura es el trabajo), un viejo comunista con su medalla en la solapa, sus cabellos nevados (los que quedan), dormita encogido en su asiento del Congreso Popular Patriótico celebrado en Moscú.

¿Quién es? El fotógrafo posiblemente lo ignora. Sólo captó la cáscara de sus sueños. Quizás un defenestrado de la nomenklatura que no supo reconvertirse a tiempo en demócrata y nuevo rico, de modo que las vacaciones en Marbella le están vedadas. O algun tiranuelo de bolsillo, esos que engendra con tanta asiduidad la autocracia. ¿O un abstemio que escondía el vodka en frascos de limonada?

Pero quizás persiguió durante toda su vida, desde la popa de un arado allá en su koljós anónimo, el espejismo de un futuro equitativo y justo. O quizás sea un humilde tornero que soñó, empecinadamente, diseñar la pieza exacta para la maquinaria luminosa del porvenir. Sin darse cuenta, como Serguei Boronov, que «estamos condenados a la esperanza». Los manipuladores de la esperanza supieron mandarse a hacer, con la doctrina de Marx y Engels, trajes a la medida de sus ambiciones. Los manipulados fueron convencidos de la comodidad y la elegancia de las camisas de fuerza. Hoy, los más ágiles y susceptibles a los cambios de la moda, detentan un discurso demócrata, defienden la sagrada libertad de empresa y asisten a misa. Los otros, duermen. De cualquier modo, manipulador o manipulado, felices sueños. Mejor sería que no te despertaras. La vigilia es siempre menos reparadora.

 

“Felices sueños”; en: Diario de Jaén, Jaén, España, 28 de octubre, 1996, p. 15.





La ciudad a distancia

10 10 1996

Dos experiencias que no olvidaré fueron volar entre Río de Janeiro y Sao Paulo, y aterrizar en Ciudad México.

A veinte minutos de Río aparecieron bajo las ventanillas los suburbios de Sao Paulo. Faltaban 25 minutos más para aterrizar en medio de esta New York del Sur que acoge 19 millones de almas (cuento también a los desalmados). Tan sólo su barrio japonés es dos veces y media mayor que Jaén.

Cuando el avión se asomó al valle de México y pude ver, bajo la nube perpetua de smog que ni siquiera los 21 millones de DeeFectuosos (así se llaman a sí mismos los habitantes del DF) son capaces de respirar, aquel océano de cemento que transgrede el horizonte, sentí el mismo vértigo que ante un precipicio.

La I Conferencia Internacional sobre el futuro de las ciudades, celebrada en Santiago de Chile recientemente, discutió el destino de los espacios urbanos, en especial las megalópolis latinoamericanas, región cuyo déficit habitacional demandará 170 millones de viviendas hasta el año 2000. Un Santiago de Chile cada año. 200.000 hectáreas en 4 años; superficie que podría cuadruplicarse si no se densifican y se revitalizan los centros. Ciudades que crecen con la furia aleatoria de las malas hierbas, al ritmo de dos urbanismos contrapuestos pero igualmente devastadores: el de la miseria y el de la nueva riqueza. De modo que los problemas estructurales se multiplican.

La densificación del espacio urbano permitiría la optimización de un bien que ya en algunos países es escaso: la tierra, y dotaría a las ciudades de más espacios verdes. Pero ello requerirá un modelo urbanístico no sujeto a la espontaneidad del mercado. Un modelo que concilie armónicamente pasado y futuro, preservando la personalidad de las ciudades, pero no a costa de su habitabilidad.

Por muy eficientes que sean los sistemas de transporte público, ya un habitante de México DF emplea 4 horas al día en desplazamientos. Cifra en aumento. De modo que se impone el modelo de ciudades satélites. No sólo ciudades dormitorio, sino verdaderos núcleos urbanos autosuficientes en lo esencial, capaces de generar empleo a sus habitantes. Si a ello se suma el trabajo a distancia mediante las autopistas de la información, algunos estiman que los actuales tiempos de desplazamiento promedio podrían reducirse a menos de la mitad, aún con los medios actuales de transporte. La reducción del stress y el ajuste individual de los horarios laborales más productivos incrementaría la eficiencia y permitiría un mayor margen de ocio.

Algunos se aterran ante un futuro de hombres asociales dialogando mediante ordenadores y encerrados en sus pequeños nichos climatizados. Temen la desocialización de la humanidad. Pero, con idénticas razones, pudo temerse cuando la familia sustituyó a la tribu, o cuando las mujeres dejaron de acudir a la fuente por agua, o cuando se empezó a recolectar el trigo con máquinas. Creo que los humanos somos, por naturaleza, animales gregarios, y cada uno de esos pasos que han abolido espacios de convivencia forzosa, han acentuado nuevos espacios de convivencia voluntaria. Nunca antes nos habíamos reunido con tanta asiduidad y para actividades más diversas.

Si planificamos adecuadamente nuestras ciudades, dejarán de ser los lugares donde malamente sobrevivimos entre humos, ruidos, congestiones de tráfico y horarios punta; para convertirse en espacios «vivibles», en artefactos urbanos al servicio de los hombres, no viceversa. Yo me confieso animal citadino; no me seduce la bucólica campestre; ni creo que una ciudad tenga que carecer, por fatal definición, de armonía. Pero tendrá que ser obra de la naturaleza… humana.

“La ciudad a distancia”; en: Diario de Jaén, Jaén, España, 10 de octubre, 1996, p. 34.