Uno de los rasgos más indignantes del subdesarrollo es exportar plátanos e importar dulce de plátano enlatado; exportar azúcar e importar caramelos; o exportar aceite de oliva e importarlo dentro de un frasco y con una etiqueta en colores donde reza, con excelente redacción, todo lo que hicimos para que este producto fuera de primerísima calidad.
Cada gota de aceite está compuesta por miles de gotas de sudor, por hectáreas de bosque diverso sometidas a la voracidad omnipresente del olivar; cada gota de aceite contiene siglos de angustia y esperanza de un pueblo entero, maniatado su destino por los caprichos de una cifra, una sola cifra, en las bolsas de valores. Pero lo peor es que la noble tarea del que produce, del que convierte la sal de la tierra, el aire, la lluvia, en purísimo aceite, apenas vale una fracción del valor final. Envasadores y traficantes (que muchas veces no han visto un olivar ni en fotografía) son los grandes beneficiarios. Pero no podría decirse que son los culpables. Piensen quienes se conforman con una migaja de la tarta, por evitar el riesgo de perder la tarta entera, si vale la pena. Piensen quienes garantizan una parcela de lujo sin sobresaltos, qué responsabilidad les cabe en que a las puertas del siglo XXI, un millar de jiennenses pase de largo junto a las fábricas distantes donde otras manos envasan su aceite, mientras acuden a procurarse el jornal en los campos de Francia. Y piénsenlo rápido, porque Coosur, que ocupa el 10% del mercado, puede ser mañana una empresa nuestra, aportando un valor añadido que tanto necesita la provincia, puede entreabrir la puerta de un destino más justo para quien produce; y quizás abrir esa puerta del todo, porque nadie podrá vender mejor aceite y a precios más competitivos que nosotros. Pero también Coosur podría engrosar las multinacionales y acentuar la diferencia. Piénsenlo ahora. De ustedes depende.
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