Del amor y el perdón

1 01 2008

Habiendo llegado Jesús a una casa, encontró a dos mujeres. Una le dio los buenos días y continuó barriendo sin hacerle demasiado caso. La otra se embelesó en su contemplación, enjuagó los pies de Jesús con sus lágrimas y los limpió con sus cabellos.

Mientras la una continuaba barriendo, la otra, enternecida, le besaba las ampollas y ungía dedo a dedo sus pies con ungüentos olorosos. Le raspó los callos, le cortó las uñas, y cuando hubo concluido la sesión de podología, el Maestro se levantó y habló a Simón de esta manera:

─Si un acreedor tiene dos deudores: el uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta; si no han tenido ellos con qué pagar y el acreedor perdonó la deuda a ambos, di pues, ¿cuál de los dos le amará más?

A lo que Simón respondió:

─Pienso que aquel al cual perdonó más.

─Rectamente has juzgado.

Y volviéndose a la que había continuado con sus tareas:

─¿Ves a esta mujer? ─ viendo que la señalaban, la de la escoba detuvo su tarea.

Acto seguido la interpeló:

─Entré en tu casa y no diste agua para mis pies ─la amonestó el Maestro─; mas ésta los ha regado con lágrimas y los ha limpiado con sus cabellos. No me diste ni un beso; mas ésta ─que lo miraba arrobada desde el suelo─ no ha cesado de besar mis pies apenas me adentré en el aposento. No ungiste mi cabeza con óleo, mas ésta ha ungido con ungüento mis pies; por lo cual te digo que sus muchos pecados son perdonados, porque amó mucho; mas al que se perdona poco, poco ama.

Y haciendo ademán de levantar a la que tenía los ojos brillantes y los cabellos llenos de tierra, le dijo:

─Los pecados te son perdonados. Tu fe te ha salvado. Ve en paz.

La barredora los vio alejarse pensativa y concluyó que la justicia no existe: «Trabajar como una bestia dieciséis horas al día y arriba de eso tener que acostarme con el borracho de mi marido, y arriba de eso, soportarlo todo con paciencia durante tantos años».  Pensó que no debía tener muchos pecados que perdonarse (le había escaseado el tiempo para cometerlos). Y que le viniera otro manganzón con aquel discurso. «Todavía esta cuñada mía, que se descoca por cuanto caminante viene a pedir un vaso de agua… Dime tú: Si ahora le perdonaron todos sus pecados, va y vuelve a empezar por el principio». Y continuó barriendo.

 

 

“Del amor y el perdón”; en: Habaneceres,  01/01/2008





Agrotecnia

1 01 2008

Consultada la declinación solar y el curso de los astros, el campesino decidió que ya era hora de sembrar. Caminó hasta sus campos con el morral de semillas y las echó a voleo a diestra y siniestra. Una parte de la semilla cayó junto al camino. Fue pisoteada por los transeúntes, y los gorriones, que entonces como ahora andaban a la que se cayó, se la comieron. Otra parte vino a parar en los pedregales que componían una buena extensión de su hacienda y nacieron, unas sí, otras no. Pero las que sí, apenas hubo avanzado algo la estación, murieron; porque carecían de raíces con que hacer frente a los vientos plataneros de octubre. La tercera parte trató de sobrevivir en parcelas infectadas de malas hierbas. Cosa bastante imposible para una planta buena, noble y desinteresada. De modo que las ahogaron. Por último, una ínfima parte, que al cabo apenas si le alcanzó para no morirse de hambre, prosperó en tierras buenas y mullidas, colindantes con la zanja donde abrevaban por igual sembrados y matorrales.

Sumido en la desolación estaba el campesino, cuando un profeta que acertó a pasar por allí le aseguró que « La simiente es la palabra de Dios».

«Y los de junto al camino, éstos son los que oyen;

y luego viene el diablo, y quita la palabra de su

corazón, porque no crean y se salven.

«Y los de sobre la piedra, son los que habiendo

oído, reciben la palabra con gozo; mas éstos no

tienen raíces; que a tiempo creen, y en el tiempo

de la tentación se apartan.

«Y la que cayó entre las espinas, éstos son los que

oyeron; mas yéndose, son ahogados de los cuidados y

de las riquezas y de los pasatiempos de la vida, y

no llevan fruto.

«Mas la que en buena tierra, éstos son los que con

corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y

llevan fruto en paciencia» (Lc. 8: 11‑15)

Quedó el labrador pensativo. No hacía más que fumar y mecerse en su comadrita a la puerta de la casa. Sus hijos llegaron a cuchichear que la mala cosecha lo había enloquecido. Pero él estaba trabajando con una dedicación sin precedentes.

Mucho antes de abrir la próxima estación, se puso a la tarea: Canalizó las aguas, de modo que regaran equitativamente la finca entera, limpió los pedregales y removió la tierra, añadió cientos de canastas de humus traído a lomos de burro desde las tierras bajas, desyerbó a fondo y roturó hasta la profundidad indicada en los manuales de agrotecnia intuitiva. Cuando plantó el último espantapájaros, supo que todo estaba listo.

Consultada la declinación solar y el curso de los astros, el campesino decidió que ya era hora de sembrar. Caminó hasta sus campos con el morral de semillas y la seguridad de que no hay tierra baldía sino mal cultivada.

 

“Agrotecnia”; en: Habaneceres, 01/01/2008





Pastoriles

22 06 1996

Éranse dos pastores  de muy distinto talante: para el primero las ovejas no eran animalitos  sino casipersonas, amigas que conocía una a una por sus nombres,  yerba predilecta y biografía. Tan pronto entraba al corral, ellas se arremolinaban a su alrededor, se apretaban contra sus costados y lo seguían con asiduidad de cocker spaniels.

Ya en los prados, el pastor tomaba el caramillo y las ovejas se embelesaban  escuchando sus melodías[1], aunque es justo reconocer que él sabía mucho más de ovejas que de música.

Por las noches, cuando rondaban los lobos, dormía el pastor en el establo con la escopeta por almohada.

Cierta vez, en campo abierto, cuando las ovejas fueron atacadas por un lobo, el pastor, a falta de escopeta, lo ahuyentó a palos con su cayado de roble, no sin antes encajarle el caramillo contra natura  en el amor propio.   Desde entonces, el lobo avisa desde lejos con las ventosidades musicales que se le salen  mientras corre.

 

El segundo pastor veía a sus ovejas en términos estadísticos. Para él no eran más que lana con patas, a tantos kilogramos por cabeza. La cojita del mechón oscuro era para él tan oveja como la bizca de la lana rubia, y a lo sumo las dividía en A, B y C de acuerdo a la calidad de la pelambre, para que después no lo fueran a engañar los de la esquila.

El segundo pastor trabajaba ocho horas estrictas mientras el primero a veces empleaba seis, o diez, o dieciocho, porque había descubierto que las ovejas tienen horario abierto. Hombre de paz, el segundo no tenía escopeta. Prefirió gastarse sus dineros en vino y concubinas. Durante  algunas de aquellas noches placenteras en las alcobas de la ciudad, los lobos y los ladrones hicieron con el rebaño su agosto bien entrado septiembre. Pero aquello ya estaba incluido entre las pérdidas calculadas.

Cuando en otra ocasión el lobo lo atacó en las colinas, el pastor sacó una cuenta elemental: «Ovejas habrá muchas pero vida tengo yo una sola». Y como era muy diestro en cálculo mental, el resultado de la operación lo obtuvo ya corriendo. El lobo, que era muy refranero, recordó: «A enemigo que huye, puente de plata». Y ni siquiera lo persiguió; con lo que se demuestra que cualquier pastor puede correr más rápido que las ovejas; que a los lobos los humanos no les interesan salvo en caso de caperucitas o escasez extrema, y que este lobo no es el mismo del pastor anterior, porque no emitía música.

Después de la alegre matanza que hizo el lobo a sus anchas, las ovejas sobrevivientes acordaron un éxodo masivo, uniéndose al rebaño del pastor número uno, que se vio incrementado de este modo imprevisto, cumplió ese año con creces el plan de producción, disminuyó el costo por kilogramo y aumentó las cifras de lana A (exportable).

Mientras, el segundo pastor tuvo que conformarse con pasar a la nómina del Estado; lo que redundó en más bien que daño, porque empezó a disfrutar de la  seguridad social, el sueldo fijo y descanso retribuido treinta días al año.

 

“Pastoriles”; en: Diario de Jaén, Jaén, España, 22 de junio, 1996, p. 30.


[1]Los cursos de apreciación musical son muy posteriores a esta era feliz,  bucólica y predodecafónica. Aunque Flavio Josefo habla de 500.000 músicos en Palestina (en cuyo caso La Biblia sería una ópera), los historiadores confirman que la matemática de Flavio Josefo era precaria.

 





Ovejas

15 02 1996

La parábola cuenta de un hombre que tenía cien ovejas. Una de ellas se le descarrió y él, abandonando las otras noventa y nueve, marchó al monte, rastreó sin reposo los trillos y cañadas e indagó en los barrancos hasta dar con ella.

Mientras, se le descarriaron las otras noventa y nueve.

 

“La parábola de las ovejas”; en: Diario de Jaén, Jaén, España, 15 de febrero, 1996, p. 29.

 





Contraseña

30 01 1994

Un tal Lázaro, rico hombre de Judea, vestía sólo confecciones exclusivas de las casas más prestigiosas, bebía vinos importados de las mejores bodegas y ofrecía cada día  espléndidos banquetes. A su puerta, otro Lázaro, mendigo y ulceroso hasta la náusea ─ni los perros venían a lamerle las llagas─, esperaba con paciencia y resignación por las sobras que los criados echaran a la basura.

De vez en vez, ambos Lázaros levantaban los ojos y dedicaban alguna que otra plegaria al Señor, cada cual según el grado de su fe, que era mudable. Quizás Lázaro, el mendigo, mirara más hacia el cielo, porque disponía de más tiempo y porque en esa posición se sienten menos los retortijones del hambre.

Ambos murieron el mismo día. Uno de gota y el otro de septicemia en la esperanza. Después de un breve tránsito por el purgatorio, despertaron a sus nuevas vidas. Uno fue dotado de alas y vagó sobre los cirrocúmulos y los estratonimbos entre querubes y angelitos de Miguel Ángel, disfrutando a plenitud de ese sanatorio alpino que es el cielo.

El otro se acomodó como pudo en la llama eterna y comprobó que sus llagas seguían en el lugar de siempre. Transcurrido un tiempo, logró pasar de contrabando un recado que serviría de contraseña a sus colegas en la Tierra:

«Hasta después de muertos somos pobres».

 

 

“Contraseña”; en: Somos, n.º 156, La Habana, 1994, p. 13.

 





Salariales

1 01 1994

Salió una mañana cierto propietario en busca de obreros para labrar su viña.

A las ocho concertó con algunos pagarles un denario al día y los mandó al trabajo.

Salió a las nueve, y viendo a algunos ociosos los contrató igualmente:

─Id también a mi viña y os daré lo que fuere justo.

Y ellos fueron.

Más tarde hizo lo mismo con otro grupo de desocupados.

Y, por último, una hora antes del fin de la jornada, contrató a un puñado que había pasado el día en la plaza, a la sombra de un toldo, contemplándose el ombligo:

─¿Por qué estáis aquí todo el día ociosos?

─Ha subido mucho la tasa de desempleo ─respondieron.

Y aún a riesgo de inflar su plantilla, los encaminó también hacia la viña donde ya se daban cabezazos y había mermado mucho la eficiencia.

Al fin de la jornada, mandó a su mayordomo:

─Llama a los obreros, págales el jornal empezando desde los postreros hasta los primeros.

El mayordomo pagó un denario a cada uno, desde los que habían trabajado apenas una hora, hasta los que habían sudado como burros durante todo el día.

Fueron esos últimos quienes comenzaron la sedición y las murmuraciones:

─Estos postreros sólo han trabajado una hora y los ha hecho iguales a nosotros, que hemos llevado la carga y el calor del día.

A lo que el señor respondió:

─Amigo: no te hago agravio. ¿No te concertaste conmigo por un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Mas quiero dar a este postrero como a ti. ¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mio?  ¿O es malo tu ojo porque yo soy bueno? Recuérdalo: los primeros serán postreros, y los postreros, primeros: porque muchos son llamados, mas pocos escogidos. Acababa de inventar el sueldo fijo.

 

“Salariales”; en: Somos, n.º 155, La Habana, 1994, p. 43.

 





Jodemas

30 05 1993

Cuando un oído recibe el impacto de la palabra poema, avisa inmediatamente al cerebro para que conecte el canal filosofante, melancolicoide y evocador (como los canales de Venecia). En cambio, cuando un oído recibe la palabra jodema, no sabe qué sugerencia hacer al cerebro, y sólo le comunica que se las arregle como pueda. De modo que la recepción del jodema se convierte en un asunto para cerebros de perfil ancho, con mucha iniciativa.

Si intentáramos una jodética (o arte jodética) a partir del jodema, obtendríamos una definición por exclusión: el jodema no es un poema, no es un chiste ni un tratado filosófico. Un jodema es la manifestación objetiva, material y fuera de nuestra conciencia de eso que se ha dado en llamar jodesía. Es cuando un jodeta recibe la visita de alguna musa que lo incita —si lo excita no era musa— a la jodetización durante horas, y quizás durante meses si los jodemas son de largo alcance o por entregas.

Un buen jodema debe limitarse a la sonrisa cómplice, a la sonrisa interior —como el monólogo interior, pero más divertida—, a la sonrisa aspirada, cuando no se pronuncia, o a la sonrisa cerebral, la más recóndita. Pero siempre, aunque sea dos meses más tarde, el jodema surte su efecto. Cuando transcurren veinte años y el jodema aún no ha dado resultado, es que era malo. Se recomiendan jodemas de acción rápida.

El jodema puede tratar de cualquier cosa siempre que no deje de ser un jodema. Si por razones temáticas dejara de serlo, es que de ningún modo lo era. Ni lo intente de nuevo.

Hay jodemas que no parecen jodemas, pero también hay globos que parecen condones y ningún niño se confunde. En contraste con el globo, el jodema debe ponerse en las neuronas. Conociendo su talla de cerebro, adquiera el jodema adecuado. No siempre se admiten devoluciones.

Una relación de ilustres jodetas sería imprecisa, dado que la mayoría de los jodetas no alcanzaron la fama, o la alcanzaron disfrazando de otras artes sus jodemas. Y nos llevaría varias páginas. Un bodrio incompatible con las normas elementales de la jodesía.

Berkeley, Hume, Malthus, Shopenhauer y Nietsze reconocen que uno de los rasgos que distingue al hombre de los restantes animales es su capacidad de jodetizar al prójimo. Por eso los niños, adultos en fase de materia prima, son la jodesía misma. Lástima que al adultecer se nos olvide.

 

“Jodema”; en: Somos Jóvenes, La Habana, 1993, p. 5.