Abolición de las islas (Narrativas nacionales y posnacionales en el Caribe contemporáneo)

31 10 2012

Una mirada sobre los principales caminos de la actual narrativa del Caribe hispanohablante, especialmente a la pos-posmodernidad: la narrativa de la reformulación de la memoria, la metaforización de lo cotidiano en los descendientes de García Márquez, el realismo escatológico, el nuevo policíaco, la literatura posnacional y el ensayo narrativo en las literaturas cubana, dominicana y portorriqueña, pero también en las diaspóricas: cubanamericans, newricans, dominicans, caribeños, especialmente cubanos, dispersos desde México a Rusia y de Canadá a Chile, con polos muy intensos en Madrid, Barcelona, México D. F. y Miami.

 

El siglo XX literario comienza en América Latina a fines del XIX, con el modernismo, cuando el subcontinente deja de copiar a Europa y empieza a transcribir su propia naturaleza, busca sus esencias y transita desde una literatura que intenta otorgar ciudadanía letrada a las selvas y a una naturaleza inédita, hasta las vanguardias y la literatura urbana que emergerá de los nuevos bosques de cemento en Buenos Aires, México, Bogotá, La Habana, Montevideo.

Una literatura que se multiplica durante los períodos de bonanza económica de las guerras mundiales con la consiguiente expansión del mercado de la cultura. Argentina se convierte en el centro editorial de la lengua, seguida por México. Ello coincide con las dictaduras políticamente correctas durante la primera mitad del siglo, gracias al papel imperial de Estados Unidos que considera el resto del continente su propio patio. La fractura de 1959, con la Revolución Cubana, y la utopía guerrillera que cunde por todo el Sur, prefiguran no un caso (nunca cumplido) de civilización contra barbarie, sino, por acción y reacción, de barbarie contra barbarie. El eclipse de la guerrilla y de los gobiernos dictatoriales marcó el inicio de la utopía neoliberal que, en menos de un decenio, demostraría su incapacidad para subvertir las enormes diferencias distributivas y los grandes déficits estructurales de la región. Mientras Asia fomentaba el crecimiento de tigres y otros felinos económicos, América Latina perdía (con excepciones, desde luego) no años, sino decenios. Pero algo había cambiado. En todo el continente brotaban democracias estables como nunca antes en nuestra historia. Tan creíbles, que permitieron la aparición, por la vía de las urnas, de aquello que con la caída de Allende en Chile se había frustrado: la multiplicación de los modelos, desde la socialdemocracia en Chile, Brasil, Argentina y Uruguay, hasta el despertar de los populismos en Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador: la guerrilla de las urnas; otra vuelta de tuerca, como diría Carson McCullers.

En República Dominicana, Puerto Rico y Cuba, los tres países que nos ocupan, la historia discurrió por caminos divergentes aunque con muchos puntos de contacto. Los tres provienen de un largo estadio colonial, pero, tras las respectivas guerras contra la metrópoli española, mientras República Dominicana y Cuba emergen como repúblicas independientes (aun con el yugo de la Enmienda Platt en esta última, que duraría hasta los años 30), Puerto Rico, donde no existió un poderoso impulso independentista, se convierte en un “Estado libre asociado” a Estados Unidos, frase a la que sólo le sobraba la palabra “libre”, porque pasarían muchos años antes que los boricuas fueran consultados al respecto. En esa isla, tras la II Guerra Mundial, aparecería, eso sí, un fuerte movimiento nacionalista, expresión del sector más radical de la burguesía puertorriqueña, y apelativo emocional para una juventud que comienza a tener conciencia histórica. Es entonces cuando Pedro Albizu Campos alcanza la categoría de símbolo. Un movimiento que se atenúa en los 60, cuando cunde una suerte de posnacionalismo. La isla cuenta con estabilidad política, caudalosos créditos e inversión extranjera. Dadas las garantías que le ofrece un territorio sujeto a la voluntad congresional, Puerto Rico es un destino óptimo para el capital norteamericano. La comunidad boricua en Estados Unidos se multiplica y los nexos con el Norte ya no son entre Estados o territorios, sino entre ramas de una misma familia. Los newricans son el primer gueto latino en Nueva York. Al mismo tiempo, en Puerto Rico el proceso de anexión se amplía. La estrecha simbiosis económica con el capital norteamericano se convierte en simbiosis política, especialmente del Partido Popular, cuya política de gobierno queda sometida a las necesidades de la inversión extranjera. No sería hasta la generación de los 70 que se produciría un repunte de un nacionalismo de inspiración marxista. Aunque minoritario, como han demostrado los referendos de los últimos lustros: la mayor parte del electorado rechaza por igual independizarse de la Unión y convertirse en un Estado de la Unión. Prefieren el status quo.

En República Dominicana, la inestabilidad (1900-1916) fue seguida por la invasión norteamericana de 1916, que se extendería hasta 1924, cuando tendría lugar en todo el Caribe un período de bonanza económica, la Danza de los Millones (1924-1929), que concluiría con el día negro en la bolsa de Nueva York. Desde 1930, Rafael Leónidas Trujillo estableció una de las peores dictaduras del continente, ya pródigo en dictaduras, y convirtió a Santo Domingo en su propia finca, donde hombres, bienes y mujeres ajenas eran propiedad del capo hasta 1961, cuando lo cosieron a tiros, abriendo un nuevo período de inestabilidad que culminará con una nueva invasión norteamericana en 1965. Desde 1966 hasta 1978 y del 86 al 96 impera la semidictadura de Joaquín Balaguer, antiguo acólito de Trujillo y eminencia gris de la política dominicana durante décadas, ejerciendo el poder personalmente o por delegación en Leonel Fernández, su ahijado político y presidente entre el 96 y el 2000 y, de nuevo, de 2004 a 2008, con períodos intermedios de dominio del PRD y de Hipótito Mejías. Es durante las últimas cuatro décadas, entre crisis cíclicas y escándalos, cuando se produce una acelerada “modernización” del país: las maquiladoras, la explosión de la industria turística, la emigración masiva hacia Estados Unidos y España que se revierte en forma de remesas, inyección de capital que activa la pequeña empresa y desarrolla una creciente clase media que comienza a remodelar la sociedad dominicana.

Un panorama sui géneris se produce en Cuba. Durante los primeros 57 años del siglo (1902-1959) tiene lugar un período republicano menos turbulento que el de otras naciones del continente, pero no exento de sobresaltos (asonadas, revueltas y dictaduras, principalmente las de Gerardo Machado, 1929-1933, y la dictadura batistiana entre 1952 y 1958), a pesar de lo cual, el país consiguió despojarse de la Enmienda Platt, cláusula impuesta en 1902 por Estados Unidos, y aprobar la Constitución de 1940, una de las más progresistas de su época. Durante esa primera mitad de siglo, Cuba recibe más de un millón de inmigrantes, mayoritariamente españoles, y registra un sostenido crecimiento económico que convierte a la Isla, devastada a fines del XIX por las guerras de Independencia, en una de las naciones más prósperas de América Latina, aun sin contar con los recursos energéticos de Venezuela o la tradición educacional y desarrollista de Argentina y Uruguay, que se encontraban por entonces a la cabeza de la región en casi todos los índices. La revolución contra Fulgencio Batista entroniza en el poder a Fidel Castro en enero de 1959, momento en que se inicia en Cuba una trayectoria histórica singular, marcada por la enemistad hacia Estados Unidos, antiguo socio económico y político, y su acercamiento al Este de Europa tras establecerse una “república popular”, al estilo de los totalitarismos del llamado “campo socialista”, pero condimentada con una fuerte dosis de caudillismo hispanoamericano de corte mesiánico —Tirano Banderas con la hoz y el martillo–. Un gobierno que, durante su primera década, contó con un mayoritario apoyo popular, enfrentó durante los 60 una guerra civil que se extendió por casi toda la isla, y un éxodo masivo de las clases altas y medias, creadoras de la segunda ciudad cubana del planeta: Miami. Tras esa primera “Era del Entusiasmo”, cuando La Habana ocupó la capitalidad cultural del continente y se convirtió en el mayor exportador mundial de guerrillas, los 70 y los 80 presenciaron su alineación con la Unión Soviética (la “Era Welcome Tovarich”) y el desvío hacia África de su vocación hegemónica en el patrocinio de los movimientos insurgentes. Entre 1989 y 1990, tras la desaparición de la Unión Soviética y sus subsidios, comienza la “Era Good Bye Lenin” que dura hasta hoy. Cuba deja de ser un país subvencionado y queda librada a su suerte, entre el embargo y la ineficacia, sólo paliada en los últimos años por el salvavidas petrolero de Venezuela. Es lo que se ha denominado “Período Especial en Tiempos de Paz”, un eufemismo para nombrar la mayor crisis de la historia cubana, que ha conducido a la Isla en medio siglo de discutir los primeros puestos en América Latina a discutir los últimos, intentando evitar el descenso a la tercera división del Tercer Mundo. A la literatura de esta era postsoviética vamos a referirnos.

 

¿Existen elementos comunes entre las tres islas, a pesar de la marcada singularidad de cada una? Además de su pasado hispánico, su presente poscolonial y cierta comunión de idiosincrasia que proviene de la cocción de similares ingredientes étnicos en un mismo clima, las tres están marcadas por la cercanía de Estados Unidos. Decisiva, aunque diferente en magnitud y sentido entre las tres. Puerto Rico es, de hecho, parte de la Unión. Su emigración es interna, no sometida a los malabarismos de la emigración ilegal. Es, sin dudas, la que menos sobresaltos ha sufrido en el orden político y económico y, curiosamente, se ha negado a la anglización, manteniendo lengua y cultura como hecho diferencial. En Dominicana, como en Cuba, es muy acusada la dualidad amor/odio hacia Estados Unidos, admiración a su prosperidad y sus avances tecnológicos y odio a su prepotencia materializada en sucesivas invasiones. En Dominicana, la presencia de una gran comunidad emigrada que retroalimenta continuamente la economía del país, y los intensos lazos socio-económicos con Estados Unidos componen un entramado casi insoluble. Cuba, en cambio, aunque en 1959 era la más norteamericana de las naciones latinoamericanas, rompió bruscamente esos nexos y cambió radicalmente de bando en el tablero de la Guerra Fría, hecho que ha determinado su radical singularidad, su perfil político e ideológico en el continente y en una zona importante del Tercer Mundo poscolonial. Aunque de distinta naturaleza y severidad, el trujillismo y el castrismo han marcado sus destinos, como las diferentes naturalezas de sus respectivas diásporas han marcado desde la distancia la conformación de una nacionalidad posnacional.

 

Narrativas del Caribe hispanohablante

En Puerto Rico, una cualidad que salta generaciones y estilos es el uso lúdico de la lengua coloquial, la musicalidad de la isla permeando el discurso literario. Tras la generación de escritores de 1950, ideológicamente nacionalista, los narradores de los 70, desde el coloquialismo, la yuxtaposición de códigos y la ironía, se proponen dar voz a ciertas zonas de lo real puertorriqueño que antes habían sido ignoradas o poco trabajadas artísticamente: la sexualidad homoerótica y lesbiana, la negritud, el submundo de los toxicómanos. Protagonizan esta etapa Edgardo Rodríguez Juliá (1946), Manuel Ramos Otero (1948-1992), Magali García Ramis (1946) y Rosario Ferré (1942). Hay que mencionar a Rafael Luis Sánchez, con La guaracha del Macho Camacho (1976)[1] y La importancia de llamarse Daniel Santos (1988)[2], y a Ana Lydia Vega, autora de Pasión de historia y otras historias de pasión (1987)[3], en particular, del cuento “Sobre tumbas y héroes”. En los escritores de la generación de los 90, la palabra no es tanto la queja de los 80, sino la denuncia directa, el grito, la amenaza, la invitación. Ahí encontramos a Luis López Nieves (“Seva”, 1984)[4]; Eduardo Lalo (“Naturaleza muerta”, 1992)[5]; Mayra Santos Febres (“Marina y su olor”, 1995)[6]; José Liboy (Cada vez te despides mejor, 2004)[7]; Pedro Cabiya (“Historia del hombre que huyó a buscar la fortuna”, 1999)[8]; Elidio La Torre Lagares (“El día que llovió dinero en Adjuntas”, 2000)[9], y Francisco Font (“Érase un hombre pegado a una oreja pegada a un hombre”, 2004)[10].

En la isla vecina, la nueva camada de la narrativa dominicana retoma lo experimental y juega con las técnicas del flash back o del fade out, del cine; del fluir síquico; de la improvisación del jazz o el rock; se experimenta con los planos narrativos, las fragmentaciones temporales, las fusiones de lo real con lo deseado o con lo imaginario; dominan el juego, el erotismo, el humor y la ironía que gira alrededor del gran producto de exportación literaria dominicana: el trujillato. Un precursrs de esta nueva narrativa fue José Luis González[11]. En esta horneada encontramos La fértil agonía del amor (1982)[12], de Marcio Veloz Maggiolo; El recurso de la cámara lenta (1996)[13] y particularmente el cuento “Los ojos de Sara”, de Ramón Tejada Holguín; Piedra de sacrificio (1999)[14], de Ángela Hernández Núñez, y La tercera cara de la moneda (1987)[15], de Manuel García Cartagena.

En el capítulo “El campo roturado”, de su libro Tumbas sin sosiego[16], Rafael Rojas afirma que

Hoy la cultura cubana experimenta todos los síntomas del quiebre de un canon nacional. Emergen nuevas hibridaciones en el arte y nuevas subjetividades en la literatura. (…) Un orden postcolonial comienza a ser rebasado por otro transnacional, (…) El despliegue de alteridades en la isla y la diáspora dibuja un nuevo mapa de actores culturales que rompe el molde machista de la ciudadanía revolucionaria. (…) La moralidad de esos actores se funda, como diría Jean Francois Lyotard[17], en atributos posmodernos: alteridad, diferencia, transgresión, ingravidez, marginalidad, resistencia, impostura.

Según Rojas, existen tres políticas intelectuales en la narrativa cubana: la política del cuerpo, la de la cifra y la del sujeto. La política del cuerpo propone sexualidades y erotismos, morbos y escatologías como prácticas liberadoras del sujeto. La política “de la cifra” practica una interlocución más letrada con los discursos nacionales. Descifrar o traducir la identidad cubana en códigos estéticos de la alta literatura occidental. Un territorio fecundo de “la cifra”, según Rojas, es el de la novela histórica. Búsqueda de significantes de ficción en ciertas zonas del pasado de Cuba que apela al recurso de la alegoría para narrar oblicuamente el presente político. La política del sujeto es más convencional que la del cuerpo y menos erudita que la de la cifra. Anclada en el canon realista de la novela moderna, esta política se propone clasificar e interpretar las identidades de los nuevos sujetos, como si se tratara de un ejercicio taxonómico.

Yo prefiero hablar de cinco caminos por los que discurren las nuevas narrativas del Caribe: Iluminación de lo cotidiano; Reformulación de la memoria; Realismo escatológico; Ensayo narrativo y Neopolicíaco. Así como una literatura posnacional que puede ingresar en cualquiera de las categorías anteriores.

 

Iluminación de lo cotidiano

Esta zona participaría de las políticas de la cifra y la del sujeto, definidas por Rojas, iluminando la realidad inmediata mediante diferentes procedimientos con participación variable de lo testimonial o el libre juego de lo imaginario.

En el caso de Cuba, encontramos aquí Tuyo es el reino (1998)[18], de Abilio Estévez[19]; Misiones (2001)[20], de Reinaldo Montero; La noche del aguafiestas (2000)[21], de Antón Arrufat; Cuentos de todas partes del imperio (2000)[22] y Contrabando de sombras (2002)[23], de Antonio José Ponte; El libro de la realidad (2001)[24], de Arturo Arango; Habanecer, de Luis Manuel García Méndez (1993, 2005)[25] y Esther en ninguna parte (2006)[26], de Eliseo Alberto Diego.

En Dominicana iluminan lo cotidiano “Así llenamos nuestros espacios temporales” (1986)[27] y “La verdadera historia de la mujer que era incapaz de amar” (1987)[28], de Ramón Tejada Holguín, desde el humor, el erotismo, el juego entre autor y personajes. En Un día en la vida de Joe Di Magio II (1985)[29] y Cartas al espejo (1985)[30], Manuel García Cartagena aparece el flujo de la conciencia heredero de Joyce con oportunos toques de humor y una eficaz instrumentalización del idioma. En Cómo recoger la sombra de las flores (1988)[31], Ángela Hernández Núñez juega con diferentes texturas del idioma, desde un lenguaje poético hasta la estructuración directa y cuidada de los diálogos en textos de  atmósfera. Hay que mencionar también a Julio Adames, con “Unos gatos empujan la pared” (1990)[32], y “El bocal de seis flores” (1993)[33], de Rafael García Romero. Un ejemplo de la simbiosis entre discursos yuxtapuestos, lo encontramos en Rita Indiana Hernández (La estrategia de Chochueca, 2000)[34]:

El local empezaba a llenarse de gente como a la una, chamaquitos hermosos, todavía sin barba, bailoteando en esta gelatina absurda que nos han dejado nuestros padres, después de tanto que queremos, tanto we want the world and we want it, tanta carcajada histórica, tanto Marx y compañero para esto, esta brincadera de pequeñas bestias sin idea, este mac universo en el que o te tumbas a contemplar burbujas en el screensaver o te tumbas (p. 73).

Posiblemente el más notable narrador dominicano que ilumina tangencialmente lo cotidiano sea Marcio Veloz Maggiolo (Santo Domingo, 1936), narrador, poeta, ensayista, crítico literario, arqueólogo y antropólogo, especialmente en sus novelas El hombre del acordeón (2003)[35] y La mosca soldado (2004)[36].

En Puerto Rico, la Generación McOndo de los 90, por oposición al Macondo del realismo mágico, se convierte en un nuevo, refrescante y llamativo referente de la literatura regional. Precursor, Manuel Abreu Adorno se anticipa en 15 años al McOndismo con su libro de relatos Llegaron los hippies (1978)[37].

 

Reformulación de la memoria

Llamo así al campo de la novela histórica que, directa o indirectamente, ilumina las zonas oscuras de lo contemporáneo mediante la reconstrucción del pasado. Esto ocurre en la obra de Ana Lydia Vega (1946), escritora puertorriqueña que practica la recuperación de lo histórico haciendo hincapié en la mujer y lo femenino. Demetria (2007)[38], novela de Pedro Amador Lloréns, recoge el ambiente de las haciendas del siglo XIX en Puerto Rico, y Demetria, su protagonista, es un modelo feminista del siglo XIX. Luis López Nieves[39], quien ha creado leyendas urbanas que los puertorriqueños asumen como verdades históricas literalmente legendarias, escribe en 1984 su cuento “Seva”, que crea conmoción nacional al reescribir la historia oficial de la invasión norteamericana a Puerto Rico del 25 de julio de 1898. Comienza simulando ser una carta escrita por el autor a un periódico de San Juan, y que fue publicado por éste, se habla de documentos que comprobarían que la invasión se produjo en verdad en mayo de 1898, y que encontró una resistencia tan heroica en Seva que las tropas norteamericanas liquidaron al pueblo completo, instalaron sobre sus escombros la base militar Roosevelt Roads y construyeron en las inmediaciones otro pueblo, llamado Ceiba, que existe realmente, para evitar una rebelión popular y trastocar la historia. Fue infructuoso que López Nieves intentase explicar que aquello era solamente ficción, porque “Seva” se convirtió en historia de inmediato y la gente comenzó a exigir justicia y esclarecimiento del pasado. Rosario Ferré[40], por su parte, despliega en su poderosa obra la historia de su país vista desde la clase dominante, y su tránsito de la independencia de España a la dependencia de Estados Unidos.

En República Dominicana, Marcio Veloz Maggiolo reformula la memoria en Cuentos, recuentos y casicuentos (1986)[41], El Jefe iba descalzo (1993)[42], Trujillo, Villa Francisca y otros fantasmas (1996)[43], El hombre del acordeón (2003) y La mosca soldado (2004).

En Cuba, podemos mencionar Como un mensajero tuyo (1998)[44], de la cubano-portorriqueña Mayra Montero; La novela de mi vida (2001)[45], de Leonardo Padura; Mujer en traje de batalla (2001)[46], de Antonio Benítez Rojo, La visita de la Infanta (2005)[47], de Reinaldo Montero, y El restaurador del almas (2002)[48], de Luis Manuel García Méndez.

 

Realismo escatológico

Según la portorriqueña Mayra Santos Febres (1966)[49], “la sensualidad es la manera más directa de conectarse con el mundo. Sin los sentidos no vemos, ni olemos, ni tocamos, ni oímos, ni gustamos del mundo. El resto es derivativo. El pensamiento es la huella de los sentidos y a veces su trampa. Por querer escapar de la trampa, regreso a la sensualidad. Quizás así podamos repensar el mundo de una manera más íntegra. (…) Yo no creo en marginalidades fijas, quizás porque pertenezco a varias. Soy mujer, negra, caribeña y quién sabe qué otras cosas más que me colocan en un margen. Pero he observado que este margen siempre es móvil. A veces estoy en el centro (por cuestiones de educación, de clase quizás) y a veces soy la abyecta (por razones de piel, por pertenecer a un país colonizado por EE.UU.). Precisamente por esa movilidad me doy permiso para transitar por varios mundos, por varios márgenes”[50]. De su cuento “Resinas para Aurelia”[51] es el siguiente fragmento:

Así fue como de jardinero municipal, Lucas se convirtió en rescatador de cadáveres de putas ahogadas. Pues, para su asombro, seguían apareciendo cuerpos de rameras entre las aguas del rio, mucho después de que él rescatara a todas las que habría ahogado la inundación. De vez en cuando, lo llamaban del municipio para que fuera a recoger cadáveres realengos. Otra puta ahogada por «la inundación» decían entre risitas los policías que llamaban a Lucas a trabajar. Se acopló a la costumbre, después de los primeros meses, e iba ya él solo, patrullando las riberas del rio, para economizarle las llamadas a los oficiales y no tener que interrumpir su rutina de jardinero, a la que volvió después de la primera tanda de rescates.

Con los cadáveres recuperados siempre era la misma historia. Primero se tiraba al rio, nadando, para desenredar los cuerpos de entre la maleza que lograba detener la deriva de las putas ahogadas. Les desenmarañaba el pelo para ver si podía identificarlas. Cuando llegaba a ellas, algunas ya tenían los labios picados por los peces, o los párpados poblados de crustáceos, y las tripas habitadas por pequeños camarones y pulgas acuáticas. Era difícil identificarlas, si no llega a ser por la cadenita en el tobillo izquierdo que delataba profesión. A las desfiguradas las cargaba suavemente, como si estuvieran dormidas y las llevaba directamente a la morgue. Con otras, casi todas de muerte más fresca, se encariñaba, no sabía por qué razón. Entonces se las llevaba para la casa. Les preparaba algún aceite con esencia de olor para quitarles del rostro el rictus de la sorpresa de encontrarse ahogadas, el susto de pesadilla en la faz y los músculos. Les acariciaba experto la carne, les destensaba el semblante con las manos pensando en cómo nadie las iría a reclamar, en cómo las tirarían al vertedero, cremadas, sin una sola caricia de despedida, aquellos cuerpos que el pueblo entero había manoseado y de los cuales ahora se querían desentender. «Nadie te quiere tocar,» les decía Lucas por lo bajo, «nadie te quiere tocar y nadie sabría cómo hacerlo ahora más que yo.» No era gran cosa lo que hacía por ellas, lo sabía. Pero al entregar a la morgue un cuerpo nuevo de aquellos que le provocaban cariño, se enorgullecía de lo bellos que quedaban, con la piel tersa y aceitada, con olor a plantas frescas de menta, con la cara en reposo. Antes de montarlas de nuevo en su guincha municipal, les destrababa del tobillo la infame cadenita de oro, y se la guardaba en el bolsillo de su pantalón. Quizás así las tratarían mejor.

En esta vertiente se inserta también Mayra Montero, quien nació en La Habana en 1952, pero desde hace muchos años vive en Puerto Rico. Ha publicado varias novelas que han sido traducidas a numerosos idiomas. Entre ellas, La última noche que pasé contigo (1991)[52], Del rojo de su sombra  (1998)[53] y Como un mensajero tuyo (1998)[54], todas publicadas por Tusquets Editores. Obtuvo el XXII premio La sonrisa vertical, para literatura erótica, por su novela Púrpura profundo (2001)[55].

De República Dominicana es José Alcántara Almánzar (1946), quien ha publicado, entre otros, Las máscaras de la seducción (Premio Anual de Cuento, 1983)[56], La carne estremecida (Premio Anual de Cuento, 1989)[57], El sabor de lo prohibido. Antología personal de cuentos (1993)[58], y Presagios de la noche. Antología de cuentos (2005)[59]. Alcántara nos dice:

En cuanto al “tema del hombre marginado” a que te refieres, es algo que llevo muy dentro, pues crecí en un barrio humilde de Santo Domingo, donde la marginación en todas sus formas me conmovió desde que tuve uso de razón, llevándome a tomar conciencia de lo que significan la desigualdad, el rechazo, el ostracismo: el neorrealismo social, el neorrealismo psicológico y lo fantástico.

El erotismo, que es la expresión cultural de la sexualidad, ocupa en mi obra un espacio nuclear, tanto en los personajes marginales como en los de clase media o alta. Con una franqueza que a veces raya en el atrevimiento, las manifestaciones eróticas y las obsesiones sexuales de mis personajes son, más que juegos, respuestas de la condición humana ante situaciones diversas[60].

En Cuba, esta formulación tiene numerosos ejemplos, tanto de escritores residentes dentro como fuera de la Isla: Te dí la vida entera (1996)[61], de Zoé Valdés; Al otro lado (1997)[62], de Yanitzia Canetti; El hombre, la hembra y el hambre (1998)[63], de Daína Chaviano; Trilogía sucia de la Habana (1998)[64], de Pedro Juan Gutiérrez[65]; Cuentos frígidos (1998)[66], de Pedro de Jesús; Perversiones en el Prado (1999)[67], de Miguel Mejides; Siberiana (2000)[68], de Jesús Díaz, y El paseante cándido (2001)[69], de Jorge Ángel Pérez. Así como otras obras que participan de varias sensibilidades: de Ena Lucía Portela, Cien botellas en una pared (2002)[70] y El pájaro: pincel y tinta china[71] (1999). El Período Especial ha generado ya un subgénero dentro de la narrativa cubana de ambas orillas: miseria, desesperación, atmósfera sofocante y claustrofóbica, y escatología de lo cotidiano son sus ingredientes esenciales. Una nueva picaresca recorre las novelas y cuentos que aparecen durante los últimos dos decenios en la Isla. Y su reflejo invertido en la naciente literatura del Miami cubano es una poética del desarraigo, contenida y con frecuencia sublimada en la obra de Carlos Victoria (1950-2007), angustiosa como un grito en la novela Boarding Home, de Guillermo Rosales, publicada en España como La casa de los náufragos[72] (2003).

 

El ensayo narrativo

Se trata de textos que se encuentran a medio camino entre lo narrativo y lo ensayístico, o donde el argumento es mera excusa para hilvanar un discurso ensayístico. Es el caso de Antonio José Ponte en La fiesta vigilada (2007)[73]; Iván de la Nuez, en Fantasía Roja (2006)[74]; o Eliseo Alberto, en su Informe contra mí mismo (1997)[75]. De La fiesta vigilada es el siguiente fragmento, que bien podría ser ejemplar de este procedimiento, de esta tierra de nadie (de ambos) entre ficción y reflexión, “reficción” que continúa el largo proceso de mulatez genérica:

Putas y putos un tanto metafísicos, la mayor parte daba poca importancia a las contundencias corporales. Decanos del oficio, se hallaban ya por encima del sexo. Y ofrecían, sobre todo, tiempo a sus clientes.

Pedían que se les contestara con una invitación al viaje. Daban historia a cambio de geografía.

Merodeaban hoteles ya que no podían hacer lo mismo con embajadas y consulados.

El dinero podía volar ante sus ojos, que ellos tomarían flemáticamente un espectáculo de tal clase. ¿Qué significaba una transacción efectuada con billetes cuando se la comparaba con esa otra donde trocaban tiempo por espacio?

 

Neopolicíaco

Se caracteriza por su aproximación a la novela negra y porque la trama apenas es la apoyatura del planteamiento de una literatura más social que lo habitual del género.

En Puerto Rico encontramos a Ana Lydia Vega, con su Pasión de historia y otras historias de pasión (1987). En Cuba, a Amir Valle[76], Lorenzo Lunar, Daniel Chavarría y Leonardo Padura[77]. Leonardo Padura es, posiblemente, no sólo el escritor policíaco más conocido en Cuba, sino el escritor cubano vivo más conocido fuera de la Isla, y su saga de novelas protagonizadas por el detective Mario Conde ha sido ampliamente estudiada.

Prefiero subrayar las singularidades de Lorenzo Lunar. Con la novela negra Que en vez de infierno encuentres gloria (2003)[78], Lunar consigue construir, en las primeras diez páginas, un universo particular: el barrio: cerrado, con leyes propias y, sobre todo, vivo. Un universo real, literariamente real. En Polvo en el viento (2005)[79], el barrio se expande a la ciudad, que no funciona como un espacio cerrado, sino como un espejo del país, del tiempo angustioso, de la desesperanza, esta sí, cerrada, donde son prisioneros todos los personajes por igual: policías y bandidos, funcionarios y drogadictos, creyentes y ateos, “fieles” por decreto a una religión laica. Personajes de vidas rotas, machacadas por la miseria, extraviadas en un mundo donde el relativismo moral no es perversión sino garantía de supervivencia. Una corte de los milagros donde cualquier destello de esperanza, cualquier aspiración es aplastada sin piedad. El lector se sienta voyeur, mirahuecos, fisgón, a medida que el policía va abriendo las puertas del barrio, ventilando intimidades. En Polvo en el viento parece que César (¿el mismo César ansioso de culpables, lo sean o no, de la novela anterior?) no conoce verdaderamente a nadie. Universo paralelo donde el sexo (hetero, homo, bi, múltiple, incestuoso), el arte, las drogas, la música, no cumplen una función orgiástica. Son rituales funerarios, preámbulos de una muerte buscada como único revulsivo de la realidad. Es una suerte de última cena donde los comensales engullen desaforadamente de todos los platos con la certeza de que nunca concluirán la digestión. Si el sexo es el último reducto de libertad individual en la Isla, en esta isla de Lunar es siempre dominio o amenaza, instrumento, moneda, compra, venta, huida o muerte. Si en Que en vez de infierno… una muerte real convocaba al policía a desbrozar un mundo que conoce; en Polvo en el viento, la presunta muerte de un símbolo, de una alegoría (en consonancia con toda la muerte simbólica que atraviesa la novela) empuja a otro policía completamente distinto a forzar una realidad que le resulta ajena, que es incapaz de comprender, para acompasarla a sus necesidades. Si la primera es una historia simple, convincente y fragmentada con inteligencia para construir la trama, donde, al final, gana el delincuente (“a veces es mejor que olvides que sabes cosas”, le dicen al policía cuando pierde); en la segunda, una novela de trama más compleja, donde hay un juego evanescente entre lo inmediato y lo simbólico, todos pierden. Como si César hubiera echado a andar una maquinaria de destrucción. Que en vez de infierno… es una novela tragicómica, ha declarado el autor, porque en Cuba “vivimos un humor negro tristón”[80].

 

La música y la narrativa de la ciudad

Rafael Rojas[81] apunta que:

Existe, sin embargo, un lugar donde el campo literario comienza a dar muestras de una sorprendente integración: ese lugar es La Habana. Cualquiera que lea las interesantes novelas El pájaro: pincel y tinta china (1998), de Ena Lucía Portela, Perversiones en el Prado (1999), de Miguel Mejides, y El paseante cándido (2001) de Jorge Ángel Pérez, (…) retoman una línea de la alta modernidad literaria, transitada por Guillermo Cabrera Infante en Tres tristes tigres y Reinaldo Arenas en El color del verano, que consiste en estetizar los rumores y chismes de la ciudad letrada. (…) Esta topología simbólica de la ciudad es más legible aún en una narrativa como la de El Rey de la Habana (1999) de Pedro Juan Gutiérrez o La sombra del caminante (2001) de Ena Lucía Portela. (…) la estetización de las ruinas que practican novelas como Los palacios distantes de Abilio Estévez y Contrabando de sombras de Antonio José Ponte.

Algo equivalente ocurre con la música en la narrativa del Caribe, En República Dominicana, la isla se escucha gracias al bolero. Es el caso de la novela Sólo cenizas hallarás (Bolero) (1980)[82], de Pedro Vergés, y de Enriquillo Sánchez y su Musiquito. Anales de un déspota y un bolerista (1993)[83]. Textos que no alcanzan la cota de excelencia de la puertorriqueña Mayra Santos Febres en su «Sirenita Selena se viste de pena” (2000)[84] o la excepcional novela El hombre del acordeón (2003), de Marcio Veloz Maggiolo.

 

Literaturas posnacionales

La redefinición del concepto de nacionalidad no es nada nuevo, aunque la globalización ha reavivado no sólo el tema, sino el hecho.

Edward W. Said[85], al referirse a su identidad, sustituye la metáfora del árbol que hunde sus raíces en la tierra (que alimenta y encarcela el árbol) por “un cúmulo de flujos y corrientes” antes que como “una identidad sólida”. La nación de desterritorializa y se desacraliza, en palabras de Bernat Castany Prado[86]. Ya Claudio Magris[87] proponía una concepción líquida, fluida, de la identidad: “el río es por excelencia la figura interrogativa de la identidad, con la eterna pregunta de si podemos o no bañarnos dos veces en sus aguas”. Y Carlos Monsiváis ha denominado «posnacionalista» al proceso de crisis política, económica y cultural del país, precedido, a fines de los 60 y principios de los 70 por una reformulación de las representaciones culturales de la nación.

Según Christopher Domínguez Michael, “la extinción de las literaturas nacionales, al menos en América Latina, no será desde luego un proceso ni natural ni lineal. Implica la desmantelación de un concepto firmemente establecido en la academia, en la opinión pública, en el espíritu de muchos escritores aún ligados sentimentalmente al nacionalismo cultural. Contra lo que suele pensarse en el extranjero (y en México mismo), ese proceso de desarraigo arranca con el siglo veinte: la tradición cosmopolita es la tradición central –aunque no la única– de la literatura mexicana moderna”[88]. Domínguez recuerda cómo la sociedad letrada de América Latina siempre se sintió el extremo occidental de la cultura occidental, de modo que “narradores como Salvador Elizondo y Alejandro Rossi (ambos nacidos en 1932 y ambos traducidos al francés) se desplazan por la literatura mundial con absoluta libertad, viajando indistintamente hacia el mundo de los suplicios chinos o regresando a las raíces del caudillismo hispánico; un Sergio Pitol (1933) hace suya la literatura centroeuropea, lo mismo que otros escritores, como Juan García Ponce (1932-2003), Hugo Hiriart (1942) o Fabio Morábito (1955), corroboran en sus obras ese fenómeno del cual Borges es un epítome: el cosmopolitismo latinoamericano es una de las grandes escuelas del siglo veinte”. Y subraya que en el presente globalizado, donde la información viaja a una velocidad sin precedentes y el español recobra la universalidad del Siglo de Oro, “La narrativa (y la poesía) latinoamericanas, además, se benefician de una globalización cultural que, permitiéndonos abandonar la obsoleta noción romántica de literatura nacional, nos devuelve, con más ganancias que pérdidas, al universalismo de las Luces”[89]. De este modo, se cancela “la identificación romántica entre cultura y nación, misma que convertía al escritor latinoamericano en una suerte de embajador ontológico de su país, destinado a explicar los misterios esotéricos de México, del Perú, de Colombia al público europeo”[90]. Es “el fin de nuestra excepcionalidad y de los fueros que el realismo mágico, falso o verdadero, conllevó”[91].

La traslación hacia lo posnacional de una importante zona literaria es algo que se observa con extraordinaria claridad en el Caribe, tras medio siglo (el doble, en el caso de Puerto Rico) de emigraciones masivas e intercambio fluido con Norteamérica y Europa, más que con otras naciones del continente. Si ya puede hablarse de una cultura chicana, que no es propiamente mexicana ni propiamente norteamericana (la nacionalidad reformulada), también puede hablarse de los newricans, los dominicanamericans y los cubanamericans, pero en otros términos: escrituras posnacionales, descentradas, multifocales.

Es particularmente interesante el boon de la narrativa dominicana en New York, donde encontramos a Loida Martiza Pérez (Geographies of Home, 1999)[92], Julia Álvarez (Yo, 1997)[93], Viriato Sención (Los que falsificaron la firma de Dios, 1995)[94], Nelly Rosario, Angie Cruz y Junot Díaz. Factor común entre ellos es el desarraigo insular y la recreación de un país anclado en la memoria, el país de la infancia, y el uso de un lenguaje que encaja en la estructura del inglés tanto los modismos y aportaciones del gueto, como las piezas de un español dominicano que nadan en el discurso como peces perfectamente aclimatados a esas nuevas aguas. Por el contrario que lo que ocurre en escritores norteamericanos de origen cubano, como Cristina García[95] y Oscar Hijuelos[96], para quienes lo cubano es escenografía y contexto, para ellos lo dominicano (temas, personajes y caracterizaciones) es la sustancia narrativa. Así como los conflictos del gueto por componer una identidad que ya no es dominicana y que aún no es norteamericana (en Junot Díaz[97] y en Soledad de Cruz, por ejemplo). Pero existe también una literatura anclada en una sensibilidad posnacional escrita por autores cubanos o de origen cubano desperdigados por el mundo. Obras que eluden “lo cubano” sin asumirse como apófisis de las culturas de sus países de acogida. Es el caso de José Manuel Prieto (Enciclopedia de una vida en Rusia, 1997; Livadia, 1999, y Rex, 2007)[98], de muchas obras de Mayra Montero[99] o de Orestes Hurtado (Cuentos de salir, 2009)[100].

La globalización, con su extraordinaria movilidad de las personas, la información y las ideas, ha terminado de abolir la dictadura de escuelas estéticas y movimientos culturales dominantes. Las periferias se aproximan, la alternancia y movilidad de los centros emisores de la cultura es un hecho al que no son ajenos los mecanismos del mercado global y su manipulación del arte en tanto que mercancía.   De ahí que la diversidad de los caminos, de las búsquedas y las indagaciones que hoy siguen las literaturas del Caribe no sean indicios de singularidad, sino de concurrencia. La Historia comienza a subsanar la Geografía. El siglo XXI prefigura la abolición de las islas.

 

Abolición de las islas (Narrativas nacionales y posnacionales en el Caribe contemporáneo)”; Madrid, 2012


[1] Sánchez, Luis Rafael; La guaracha del Macho Camacho; Ed. De la Flor, Buenos Aires, 1976.

[2] Sánchez, Luis Rafael; La importancia de llamarse Daniel Santos, Ediciones del Norte, Hanover, 1988.

[3] Vega, Ana Lydia; Pasión de historia y otras historias de pasión; Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1987.

[4] López Nieves, Luis; “Seva” (cuento, 1984); Ed. Norma, Colombia, 2006.

[5] Lalo, Eduardo; “Naturaleza muerta” (cuento, 1992); en: La isla silente, Isla Negra Editores, San Juan de Puerto Rico, 2002.

[6] Santos Febres, Mayra; “Marina y su olor” (cuento, 1995); en: Pez de vidrio y otros cuentos; Ediciones Huracán, Río Piedras, Puerto Rico, 1996.

[7] Liboy, José; Cada vez te despides mejor, Isla Negra Editores, San Juan, Puerto Rico, 2003.

[8] Cabiya, Pedro; “Historia del hombre que huyó a buscar la fortuna”; en: Historias tremendas; Isla negra Editores, San Juan, Puerto Rico, 1999.

[9] La  Torre Lagares, Elidio; “El día que llovió dinero en Adjuntas” (cuento); en: Septiembre, Editorial Cultural,  San Juan, Puerto Rico, 2000.

[10] Font, Francisco; “Érase un hombre pegado a una oreja pegada a un hombre”; en: Caleidoscopio; Isla Negra Editores, San Juan de Puerto Rico, 2004.

[11] Ver González, José Luis; “Al fondo del caño había un negrito” (cuento); en: La galería y otros cuentos; Ediciones Era, México D.F., 1972. “La carta” (cuento); en: El hombre de la calle, San Juan, Puerto Rico, 1948. “La noche que volvimos a ser gente” (cuento); en: Mambrú se fue a la guerra; Ed. Joaquín Mortiz, México D.F., 1972.

[12] Veloz Maggiolo, Marcio; La fértil agonía del amor, Ed. Taller, Santo Domingo, 1982. Ver también Florbella; Editora Taller, Santo Domingo, 1986. Materia prima; Fundación Cultural Dominicana, Santo Domingo, 1988.   Ritos de cabaret; Fundación Cultural Dominicana, 1991.

[13] Tejada Holguín, Ramón; El recurso de la cámara lenta; Biblioteca Nacional, Santo Domingo, 1996.

[14] Hernández Núñez, Ángela; Piedra del sacrificio; Secretaría de Estado de Educación, Santo Domingo, 1999.

[15] García Cartagena, Manuel; “La tercera cara de la moneda” (cuento); en: Cuentos Premiados 1987; Casa de Teatro, Santo Domingo, 1987.

[16] Tumbas sin sosiego. Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano Ed. Anagrama, Barcelona, 2006.

[17] Moralidades postmodernas; Tecnos, Madrid, 1996.

[18] Estévez, Abilio; Tuyo es el reino; Ed. Tusquets, Barcelona, 1998.

[19] Ver también Estévez, Abilio; Los palacios distantes; Ed. Tusquets, Barcelona, 2002. Inventario secreto de La Habana; Ed. Tusquets, Barcelona, 2005.

[20] Montero, Reinaldo; Misiones; Ed. Letras Cubanas, La Habana, 2001.

[21] Arrufat, Antón; La noche del aguafiestas; Ed. Letras Cubanas, La Habana, 2000.

[22] Ponte, Antonio José; Cuentos de todas partes del imperio; Éditions Delatur, París, 2000.

[23] Ponte, Antonio José; Contrabando de sombras; Ed. Mondadori, Barcelona, 2002.

[24] Arango, Arturo; El libro de la realidad; Ed. Tusquets, Barcelona, 2001, ISBN: 978-84-8310-165-0
224 pp.

[25] García Méndez, Luis Manuel; Habanecer; Ed. Mono Azul, Sevilla, 2005.

[26] Diego, Eliseo Alberto; Esther en ninguna parte; Ed. Espasa, Madrid, 2006.

[27] Cuentos premiados; Concurso de Cuentos de Casa de Teatro, Santo Domingo, 1986.

[28] Cuentos premiados; Concurso de Cuentos de Casa de Teatro, Santo Domingo, 1987.

[29] Cuentos premiados; Concurso de Cuentos de Casa de Teatro, Santo Domingo, 1985.

[30] Íd.

[31] Cuentos premiados; Concurso de Cuentos de Casa de Teatro, Santo Domingo, 1988.

[32] Adames, Julio; “Unos gatos empujan la pared” (cuento); en: Cuentos premiados 1990; Casa de Teatro, Santo Domingo, 1990.

[33] García Romero, Rafael; “El bocal de seis flores” (cuento); en: Los ídolos de Amorgos; Ed. Alfa y Omega, Santo Domingo, 1993.

[34] Hernández, Rita Indiana; La estrategia de Chochueca; Isla Negra Editores, San Juan de Puerto Rico, 2000.

[35] Veloz Maggiolo, Marcio;  El hombre del acordeón; Ed. Siruela, Barcelona, 2003.

[36] Veloz Maggiolo, Marcio;  La mosca soldado; Ed. Siruela, Barcelona, 2004.

[37] Abreu Adorno, Manuel; Llegaron los hippies y otros cuentos; Huracán, Río Piedras, Puerto Rico, 1978.

[38] Amador Lloréns, Pedro; Demetria; Ed. Tanamá, San Juan de Puerto Rico, 2007.

[39] Ver López Nieves, Luis; El corazón de Voltaire; Ed. Norma, Colombia, 2005. Escribir para Rafa, cuentos; Ed. De la Flor, Argentina, 1987. La verdadera muerte de Juan Ponce de León; Ed. Norma, Colombia, 2006.

[40] Ver Ferré, Rosario; Maldito amor; Ed. Joaquín Mortiz, México D.F., 1987.

[41] Veloz Maggiolo, Marcio;  Cuentos, recuentos y casicuentos; Editora Taller, Santo Domingo, 1986.

[42] Veloz Maggiolo, Marcio;  El Jefe iba descalzo; Ed.  Alfa y Omega, Santo Domingo, 1993.

[43] Veloz Maggiolo, Marcio;  Trujillo, Villa Francisca y otros fantasmas; Banco de Reservas de la República Dominicana, Santo Domingo, 1996.

[44] Montero, Mayra; Como un mensajero tuyo; Ed. Tusquets, Barcelona, 1998.

[45] Padura, Leonardo; La novela de mi vida; Ed. Tusquets, Barcelona, 2001.

[46] Benítez Rojo, Antonio; Mujer en traje de batalla; Ed. Alfaguara, Madrid, 2001.

[47] Montero, Reinaldo; La visita de la Infanta; Ed. Letras Cubanas, La Habana, 2005.

[48] García Méndez, Luis Manuel; El restaurador de almas; Ed. Algar, Valencia, 2002.

[49] De esta autora son también Cualquier miércoles soy tuya; Ed. Mondadori, Barcelona, 2002. El cuerpo correcto; R&R Editoras, San Juan de Puerto Rico, 1998. Nuestra señora de la noche; Ed. Espasa Calpe Mexicana, S.A., México D.F., 2006. Pez de vidrio y otros cuentos; Ediciones Huracán, Río Piedras, Puerto Rico, 1996. Tercer Mundo; Trilce Ediciones, Puerto Rico, 2000.

[50] “Literatura para curar el asma”; en: http://www.barcelonareview.com/17/s_ent_msf.htm

[52] Montero, Mayra; La última noche que pasé contigo; Ed. Tusquets, Barcelona, 1991.

[53] Montero, Mayra; Del rojo de su sombra; Ed. Tusquets, Barcelona, 1998.

[54] Montero, Mayra; Como un mensajero tuyo; Ed. Tusquets, Barcelona, 1998.

[55] Montero, Mayra; Púrpura profundo; Ed. Tusquets, Barcelona, 2001.

[56] Alcántara Almánzar, José; Las máscaras de la seducción; Editora Taller, Santo Domingo, 1983.

[57] Alcántara Almánzar, José; La carne estremecida; Fundación Cultural Dominicana, Santo Domingo, 1989.

[58] Alcántara Almánzar, José; El sabor prohibido. Antología personal de cuentos; Editorial de la Universidad de Puerto Rico, Puerto Rico, 1993.

[59] Alcántara Almánzar, José; Presagios de la noche. Antología de cuentos (2005).

[60] “José Alcántara Almánzar : un clásico de la narrativa dominicana contemporánea”; en:  http://www.caribenet.info/pensare_06_mayor_alcantara.asp?l=

[61] Valdés, Zoé; Te di la vida entera; Ed. Planeta, Bercelona, 1996.

[62] Canetti, Yanitzia; Al otro lado; Seix Barral, Barcelona, 1997.

[63] Chaviano, Daína; El hombre, la  hembra y el hambre; Ed. Planeta, Bercelona, 1998.

[64] Gutiérrez, Pedro Juan; Trilogía sucia de la Habana; Ed. Anagrama, Barcelona, 1998.

[65] Ver también Gutiérrez, Pedro Juan; Carne de perro; Ed. Anagrama, Barcelona, 2003. El nido de la serpiente. Memorias del hijo del heladero; Ed. Anagrama, Barcelona, 2006.

[66] Jesús, Pedro de; Cuentos frígidos; Ed. Olalla, España, 1998.

[67] Mejides, Miguel; Perversiones en el Prado; Ed. Unión, La Habana, 1999.

[68] Díaz, Jesús; Siberiana; Ed. Espasa, Madrid, 2000.

[69] Pérez, Jorge Ángel; El paseante cándido; Ed. Unión, La Habana, 2001.

[70] Portela, Ena Lucía; Cien botellas en una pared; Fundación Caja de Granada, Ed. Debate, España, 2002.

[71] Portela, Ena Lucía; El pájaro: pincel y tinta china; Casiopea, Barcelona, 1999.

[72] La casa de los náufragos; Editorial Siruela, Barcelona, 2003.

[73] Ponte, Antonio José; La fiesta vigilada; Ed. Anagrama, Barcelona, 2007.

[74] Nuez, Iván de la; Fantasía roja; Ed. Debate, Barcelona, 2006.

[75] Diego, Eliseo Alberto; Informe contra mí mismo; Ed. Alfaguara, Madrid, 1997.

[76] Ver Valle, Amir; Entre el miedo y las sombras; Ed. Zoela, Granada, 2003.

[77] Ver Padura, Leonardo; Máscaras; Ed. Tusquets, Barcelona, 1997.

[78] Lunar, Lorenzo; Que en vez de infierno encuentres gloria; Ed. Zoela, Granada, 2003.

[79] Lunar, Lorenzo; Polvo en el viento; Plaza Mayor, San Juan de Puerto Rico, 2005.

[80] El País, 11 de julio, 2004. Dos nuevas entregas de la saga Leo Martín acaban de aparecer: La vida es un tango (2006) y Usted es la culpable (2007)

[81] Ob. Cit.

[82] Vergés, Pedro; Sólo cenizas hallarás (Bolero); Ed. Destino, Barcelona, 1982. 

[83] Sánchez, Enriquillo; Musiquito. Anales de un déspota y un bolerista; Editora Taller, Santo Domingo, 1993.

[84] Santos Febres, Mayra; Sirena Selena vestida de pena; Ed. Mondadori, Barcelona, 2000.

[85] Fuera de lugar; De Bolsillo, Barcelona, 2002, p. 377.

[86] “Las nuevas metáforas identitarias de la literatura posnacional”, en Konvergencias, Filosofía y Culturas en Diálogo, n.º 9, año III, junio de 2005, en http://www.konvergencias.net/literaturaposnacional.htm. Ver también: Bernat Castany Prado; Literatura Posnacional; Editum, Ediciones de la Universidad de Murcia, Servicio de Publicaciones, 2007.

[87] El Danubio; Anagrama, Barcelona, 1997, p. 21.

[88] “¿Fin de la literatura nacional?”; en: Reforma, Ciudad de México, agosto 21, 2005, en: http://atari2600.blogspot.com/2005_08_01_atari2600_archive.html

[89] Íd.

[90] Íd.

[91] Íd.

[92] Pérez, Loida Maritza; Geographies of Home; Viking Penguin Inc., Estados Unidos, 1999.

[93] Álvarez, Julia; Yo; Algonquin Books of Chapel Hill; Nueva York, 1997.

[94] Sención, Viriato; Los que falsificaron la firma de Dios; Editorial Taller, Salto Domingo, 1992

[95] García, Cristina; Soñar en cubano; Espasa Calpe, Madrid, 1993.

[96] Hijuelos, Oscar; Los reyes del mambo bailan canciones de amor; Ed. Siruela, Barcelona, 1992.

[97] Díaz, Junot; La maravillosa vida breve de Oscar Wao; Ed. Mondadori, Barcelona, 2008.

[98] Prieto, José Manuel; Enciclopedia de una vida en Rusia; Ed. Mondadori, Barcelona, 1997. PrietoMariposas nocturnas del Imperio Ruso (Livadia); Ed. Mondadori, Barcelona, 1999. Rex; Ed. Anagrama, Barcelona, 2007.

[99] Montero, Mayra; El capitán de los dormidos; Ed. Tusquets, Barcelona, 2002.

[100] Hurtado, Orestes; Cuentos de salir; Verbum, Madrid, 2009.





La lingua franca de El Callao a Nueva York. Entrevista a Cristóbal Díaz Ayala

2 11 2011

Cristóbal Díaz Ayala (La Habana, 20/06/1930) se graduó en la Escuela de Periodismo de su ciudad en 1952, y posteriormente se tituló en Ciencias Sociales, por la Universidad de La Habana y en la Facultad de Derecho de la misma universidad, título revalidado en 1966 por el Colegio de Abogados de Puerto Rico. Pero eso es un meandro de su currículo. Cristóbal Díaz Ayala es conocido como uno de los más importantes musicólogos del Caribe. Ensayista y promotor cultural, fue de 1979 a 1992 productor y conductor de Cubanacán, programa semanal de radio, lo que le valió varios premios del Instituto Teleradial de Puerto Rico, y asiduo panelista e invitado en la radio y la televisión de Puerto Rico y otros países. Obtuvo en 1994 la medalla del Festival del Caribe, en Cartagena, Colombia, y el premio de la Association for Recorded Sound Collections (ARSC) a su Discografia de la Música Cubana, y en 2009 el “Lifetime Achievement Award”, de la misma asociación, a toda su trayectoria. Ha publicado Música cubana del Areyto a la Nueva Trova (1981); Si te quieres por el pico divertir: historia del pregón musical latinoamericano (1988); Música cubana del areyto al rap cubano (1993); Cuando salí de La Habana: 1898-1997: cien años de música cubana por el mundo (1998); La marcha de Los Jíbaros 1898-1997 (1998); su monumental Cuba canta y baila: discografía de la música cubana, primer volumen: 1898-1925 (1994) y segundo volumen: de 1925 a la actualidad (2005); Los contrapuntos de la música cubana (2006), y San Juan-New York: discografía de la música puertorriqueña (2009).

 

Periodista, sociólogo, abogado… toda tu formación previa ha desembocado en la investigación musical, ese fenómeno social, particularmente en el Caribe. Creo que comenzaste a acercarte a la música a través del jazz y de la ethnic music” producida en Estados Unidos. ¿Cómo fue el descubrimiento de que la música era tu verdadera pasión y cuándo te redirigiste decididamente hacia la del Caribe?

Cristóbal Díaz Ayala (CDA): En realidad, no me gradué de la Escuela de Periodismo. Me faltó el último año, estudié alli de 1950 a 1952. Pero como bien dices, eso es solo un meandro en mi currículo. Otra aclaración es  que la Discografía sólo cubre hasta 1960, pero sucede que a las figuras que grabaron antes de esa fecha, le sigo la Discografía hasta después de 1960, bien porque hayan grabado después de esa fecha, o se hayan reeditado sus grabaciones antiguas en un formato más moderno; en ese sentido la Discografía está al día, porque la reviso periódicamente cada 3 o 4 años, acabamos de hacerlo. Esa es la gran ventaja de tenerla en pantalla, la puedes actualizar, cosa que no puedes hacer con los libros, salvo con nuevas ediciones. Pero paso a la primera pregunta, cuya respuesta es un poco complicada. Nací en 1930, y de  1934 a 1937 viví con mis padres en el Hotel Vistalegre, en los altos del café y restaurant del mismo nombre, situado en la calle Belascoaín  entre San Lázaro y Malecón, frente por frente al Parque Maceo.  El café estaba en un punto crucial de la comunicación entre La Habana Vieja y sus ensanches, con el barrio de El Vedado, donde en aquella época  vivía la mayoría de la clase económicamente solvente de La Habana; doctores, abogados, políticos, etc, que muchas  veces desayunaban allí, pero sobre todo en la tarde, al regresar de sus trabajos, se daban un trago en el aire libre que tenía el café. El hotel era en realidad una casa de vecindad con baños comunes, pero cada habitación tenía un balcón mirando hacia el Parque Maceo,  y bajando la vista, miraba las mesas del aire libre, y escuchaba las voces y guitarras de trovadores como el Trío Matamoros, Sindo Garay y su hijo, Graciano Gómez, el Cuarteto Luna, etc. Para colmo, los sábados tocaban retreta en la glorieta que tenía el parque, precisamente mirando hacia el hotel. Un sábado, la Banda Municipal dirigida por Gonzalo Roig; el siguiente, la del Estado Mayor del Ejército dirigida por Luis Casas Romero, y el otro, la de la Policía, dirigida por el Maestro Romaguera. Fueron varios cursos intensivos de música cubana, que me dejaron inoculado de por vida….  Lo de la música norteamericana fue una etapa de la juventud,  en que hasta llegué a tener un programa radial cuando tenía 16 años, pero duró poco…Luego también incluí en mi dieta la música clásica, y otras, hasta convertirme en un promiscuo musical, casi sin darme cuenta. Lo curioso es que nunca me lo propuse en su forma activa, como tocar un instrumento, sino como simple oyente.  Dentro de esto, la inclinación especial hacia la música cubana era lógica, y la ampliación ya hacia una órbita caribeña, se produce desde que, en 1960, me radico en Puerto Rico.

 

Has dicho que “en la tradición musical antillana está la argamasa que nos une y la distancia que nos separa. Somos parecidas, pero no iguales”. ¿En qué consisten, básicamente, esas semejanzas y diferencias entre pueblos con una composición étnica, lingüística y tradiciones musicales que parten de los mismos ingredientes?

CDA: Las semejanzas vienen dadas por los elementos que tú señalas en el caso de las tres grandes antillas: el idioma, en parte, porque en la isla de Haití conviven dominicanos hispanoparlantes con haitianos que hablan mayormente patois;  pero si amplías el horizonte e incluyes las otras Antillas y áreas caribeñas, ya tienes que considerar otros idiomas como el  inglés, francés, holandés y hasta lenguas indúes y asiáticas de emigrantes de esas partes del mundo con importante presencia en esta área, con descendientes de los primitivos indígenas, españoles y otros europeos, y de africanos; o sea, el Caribe es una versión gigantesca del ajiaco simbólico que nos enseñó  Fernando Ortiz refiriéndose a Cuba. Además, la olla que lo contiene no se limita a las islas y costas bañadas por el mar Caribe, sino  que sigue bajando por la costa sudeste de América por Venezuela, las tres Guayanas y Brasil hasta llegar a Río de Janeiro; y por el noroeste, atraviesa el estrecho de Yucatán para ocupar las costas del Golfo de México hasta Veracruz; un poco más abajo por el oeste cruza el canal de Panamá, para llegar por el sur a las costas del Pacífico colombiano, ecuatoriano y peruano hasta llegar a El Callao; y arriba, por el nordeste, se posesiona tranquilamente de Las Islas Bahamas y otras. Este mar, como el Mediterráneo, es algo más que simple agua: es una cultura; una cultura con vocación diaspórica: como algunas plantas que tienen la cualidad de convertir sus raíces subterráneas en tallos que de pronto brotan lejos de la planta original, los llamados rizomas. Y el Caribe tiene muchos de ellos: Nueva Orleans es una ciudad caribeña, y también son caribeños los barrios latinos de Nueva York y otras ciudades norteamericanas, y lo mismo pasa en Londres.

Hay, en consecuencia, una amalgama de idiomas, religiones, costumbres que tienen que irse adaptando a un ambiente diferente, en que precisamente una de sus características será la necesidad de adaptación a los otros, adaptación a diferentes climas, costumbres; a convivir. Y una de esas formas de convivencia es la música; seguir con la propia, pero aceptar otras. Por tanto, es la región del mundo en que, pese a su escaso territorio y población, y corta vida como pueblos civilizados, tiene, sin embargo, la mayor producción de géneros musicales, más de 200. Comprendí lo que era el Caribe una noche en Cartagena, en medio de un evento llamado Festival del Caribe al que acudían grupos musicales de todo este ajiaco. Se celebra en una plaza de toros, que es el escenario ideal para cualquier evento de tipo musical; la orquesta va en las gradas, junto con el público, y la arena circular, donde normalmente se torea, la ocupan los bailadores, que con sus pasos, incitan a los que están en las gradas a bailar también; cuando la música llega a su paroxismo, todo el mundo baila. Creo que renace el areito de nuestros aborígenes. Pues bien, allí se sucedían orquestas de todo el Caribe, pasando de la salsa al reggae, de  éste al compás, y de ahí al calipso, sin parar; y los bailadores, en este caso cartageneros, lo bailaban todo, como si toda su vida lo hubieran hecho. No había que enseñarle los pasos ni los ritmos; los llevaban en los cromosomas. Eso es el Caribe. Y la música, su lingua franca.

 

Sobre los puentes entre la música popular del Caribe, en particular la cubana, y la norteamericana, has afirmado que “los intercambios empiezan tan temprano como cuando empieza el jazz en Nueva Orleans, hacia 1900, con un trío en que la corneta lleva la melodía y el clarinete y el trombón le hacen la contramelodía, completan la armonía”. Y te remontas al danzón cubano, que existía desde 1875, y en cuya parte final se hacía eso mismo con un ritmo distinto. Afirmas  que ese danzón llegó a Nueva Orleans a través del disco y gracias a los regimientos de soldados negros norteamericanos que intervinieron en la Guerra Hispanocubanoamericana. ¿No existen pruebas de intercambios anteriores, desde inicios del siglo XIX? Dada la intensidad de los nexos entre Cuba y Estados Unidos (tecnológicos, migratorios, políticos, educacionales, literarios) durante todo el siglo XIX, sería de esperar una huella en las músicas respectivas.

CDA: Todo el siglo XIX, y aún antes, fue de frecuentes intercambios en el triángulo que formaban Nueva Orleans, Santiago de Cuba y Port Au Prince, por relaciones comerciales que conllevan a su vez lazos sociales y culturales. La célula rítmica que algunos autores llaman de “tango” y que es en realidad un patrón rítmico que aparece en las músicas rituales de congos y yorubas, o sea, dos golpes cortos seguidos de dos largos, lo que los músicos cubanos llaman “café con pan”, puede haber estado presente en Nueva Orleans, en Congo Square, como señala Ned Sublette, y seguro en Cuba,  en la contradanza y danza cubana, desde principios del siglo XIX. Es la célula que se convertirá en la habanera, en Cuba, y que en Estados Unidos será una de las bases del jazz, como señaló el músico Jelly Roll Morton, que la llamaba spanish tinge, ya que por entonces Cuba era parte de España y, por consiguiente, se llamaba así lo que viniera de Cuba.

 

Has investigado en profundidad y con acierto los intensos intercambios entre la música cubana y el jazz durante el siglo XX. ¿Qué efectos tuvo sobre la música cubana el abrupto cese de esos intercambios en 1959? ¿Puede hablarse de un proceso de endogamia en la música cubana al menos durante un cuarto de siglo, proceso que se ha ido subvirtiendo paulatinamente a partir de entonces?

CDA: De 1959 en adelante, sucede lo que podemos llamar “la fuerza de la inercia”; o sea, la influencia que se dejaba sentir de la música norteamericana , que en aquel momento era el “tsunami” que fue el rock and roll, siguió haciendo efecto en Cuba, sobre todo en los primeros años de la década de los 60. Son los años con estrellas cubanas del rock, de cuartetos que imitan a los norteamericanos, en que el filin está permitido, en que se graban varios LPs de jazz cubano e inclusive las vestimentas y peinados siguen la estilística norteña. Después comienza un período jacobino que culminará en el llamado “quinquenio gris” que en realidad dura más de cinco años,  donde se produce la endogamia que señalas. Pero  las influencias  yanquis, sobre todo del jazz, eran muy fuertes: La orquesta cubana de Música Moderna, esa incubadora de donde saldrían músicos como Chucho Valdés, Paquito D’Rivera, Arturo Sandoval y muchos otros, era en realidad una orquesta de jazz. El próximo paso es, por una parte,  Irakere, la mejor orquesta que ha existido de Cuban Jazz, y por otra, fenómenos como La nueva trova,  y las innovaciones que inicia Formell en el tradicional formato de la Charanga Cubana; pero  aún en algunas composiciones de Silvio Rodríguez se nota la presencia de la música norteamericana. Su presencia es reconocida inclusive por el gurú de nuestra música, Leonardo Acosta, como muy fructífera para la música cubana. Ese favor lo hemos pagado con creces, porque a su vez el Cuban jazz empezó a crecer, hasta convertirse en latin jazz, y ser ahora el área mas progresiva, dinámica y en crecimiento del  jazz norteamericano.

 

Eres autor de una memorable selección, una caja de CDs con las cien mejores canciones cubanas del milenio. Subrayo la palabra “canciones” porque has optado por un término neutro que englobe diferentes géneros. Recientemente, analizaste los desaciertos sistemáticos de Edesio Alejandro en una antología del son que incluía piezas difícilmente clasificables como tales. Dado el ajiaco cultural del Caribe, creo que el proceso de intertextualidad genérica, que hoy observamos en casi todas las artes y en la literatura, comenzó allí mucho antes. ¿No habrá sido superado por la realidad todo intento de clasificación genérica?

CDA: Como reza un viejo dicho cubano, “que el relajo sea con orden”. Las fusiones o mezclas de géneros musicales son  viejísimas, y de ellas van surgiendo nuevos géneros musicales. El vals, por ejemplo, proviene del laender; el punto cubanos, de géneros canarios y andaluces, etc. Pero eso no impide que se haga el análisis de un género fusionado, para saber de qué se compone. Para seguir el ejemplo gastronómico de don Fernando Ortiz, la paella es una fusión que comenzó con el arroz y el conejo, dos elementos baratos de la cocina valenciana; pero fue creciendo el número de elementos agregados, y hoy hay paellas de mariscos, de carne, vegetarianasa, de todo.

En arquitectura sucede lo mismo. En ocasiones, para describir una catedral tienes que señalar que diferentes elementos de la misma corresponden a escuelas arquitectónicas distintas. O sea, es muy normal que se mezclen géneros musicales, pero debe seguirse la buena regla de señalar cuales elementos se están usando en una canción determinada. El relajo, en este caso, lo comenzó el movimiento musical de la salsa, que comenzó sin señalar que género o géneros constituían un número determinado, y desgraciadamente muchos compositores o intérpretes  han seguido esa costumbre.

Yo no tengo reparos en que se mezclen o fusionen géneros musicales, pero creo debe señalarse en cada caso los elementos usados. Tú no te comes una paella que aparezca en un menú solamente con ese nombre, sin preguntar sus ingredientes.

 

Has afirmado que el bolero “nace en Cuba con Pepe Sánchez; primero se dice que en 1875 pero creo que es más viejo”. Y has descubierto que en 1905 se grabaron en La Habana cinco boleros, entre ellos “La Dorila”, criolla dominicana del XIX, que Sindo Garay escuchó allí y se llevó a Cuba para reinterpretarla como bolero. El bolero es, curiosamente, un género antillano que ha renacido una y otra vez con identidades propias en México, en Chile, en Perú, como si tocara una fibra emocional común a todos los latinoamericanos, por lo que me recuerda a la radio y la telenovela que, desde El derecho de nacer, es ya patrimonio común a todo el continente, y se ha infiltrado en la industria de los seriales televisivos en Estados Unidos. ¿Qué cualidades del bolero le otorgan esa ubicuidad entre nosotros?

CDA: Te pudiera contestar con una frase lapidaria del escritor colombiano César Pagano: “El bolero, ese gran corruptor de mayores”; pero trataré de ser más específico, aunque me ponga un poco “picúo”: un buen bolero es un pedazo arrancado del corazón. Tan sencillo como eso. Pero además, el muy pícaro tiene vocación imperialista; como bien señalas. Sindo convierte una criolla dominicana en un bolero, y así hemos hecho con tangos, valses, habaneras, etc. Además, el bolero nace en parques y cafetines de Santiago de Cuba, para cantarse  al pie de ventanales; pero cuando se da cuenta que un género perdura más si es bailable,  inmediatamente se arrejunta con el son, para producir el bolero-son. De ahí en adelante, serán incontables sus enlaces; el  bolero-cha, el bolero-mambo, el bolero-ranchera. A México llega posiblemente con las compañías de bufos cubanos que así llevan también la clave y el danzón cubanos; se va creando una forma bolerística propia de ese país, y lo mismo  sucede con Puerto Rico. A otros países caribeños y sudamericanos va llegando gracias a los discos y la radio. Pero hay otro humilde medio trasmisor,  muy efectivo. Desde 1932, en México se edita el llamado Cancionero Picot que anunciaba el producto de ese nombre, un antiácido precursor del Alka-Seltzer. Se trataba de un pequeño fascículo  de unas 30 páginas que se distribuía gratuitamente en las farmacias o boticas del Caribe, Centro y Sudamérica, conteniendo mayormente boleros cubanos y mexicanos, y después también puertorriqueños, argentinos y de otros países. Para rematar, el cine mexicano, desde fines de los 30, se encargó de propagarlo también. Para conquistar los Estados Unidos y Europa, se cambió el nombre: allá le conocían como “rumba”, o mejor, “rhumba”. Pero era el bolero, guillado. Para otros menesteres, usamos otros géneros musicales: Pero para el amor, y sobre todo para el desamor, el bolero es la receta mágica, que en muchos países  latinoamericanos durante los años 40 y 50, se adquiría por unas módicas monedas, que se le echaban a esos psiquiatras que eran las victrolas o velloneras, como se llamaban en diferentes países.

 

Eres autor de una obra que normalmente requiere un equipo de trabajo, tu monumental Cuba canta y baila: discografía de la música cubana, primer volumen: 1898-1925 (1994) y segundo volumen: de 1925 a la actualidad (2005). ¿Cuántos años de trabajo invertiste en esa obra? ¿No sería importante que alguna institución creara una línea de investigación y la dotara de los medios necesarios para continuar ese trabajo que es piedra angular y referencia inexcusable para todos los investigadores de la música antillana?

CDA: Casi te diría que toda una vida, como el bolero de Osvaldo Farrés. Desde que empecé a coleccionar discos, a los 12 años, intuitivamente comprendí la importancia de conservar los mismos, de hacer un listado de los que tenía. Cuando ya me dedico  de los 60 en adelante a investigar y escribir sobre la música, le doy más importancia a la discografía, y cuando el investigador norteamericano Dick Spottsswood me invita en los años 70  a que revisase la parte dedicada a la música en español de su monumental obra  Ethnic Music on Records- Discography of Ehtnic Recordings Produced in the United States, 1893 to 1942, me doy cuenta que a eso es a lo que quiero dedicarme, a completar esa discografía  en la parte de Cuba. Estuve largo tiempo en los archivos de la Victor y también  en la Columbia de Nueva York copiando información de sus archivos, consiguiendo datos de coleccionistas de todo el mundo, lo que aparecía de mi colección de discos, etc, y aunque he dedicado parte del  tiempo a escribir y editar otros libros, la discografía sigue siendo mi norte. Está en web gracias a la Florida Internacional University, a la que hay acceso libre de costo por internet, desde hace unos 8 años. Yo la reviso cada 4 o 5 años, haciéndole correcciones y muchas adiciones, pero sólo cubre  desde 1893 hasta 1960, salvo el caso de algunos artistas que grabaron antes de 1960, en cuyo caso sigo su discografía hasta la actualidad. Déjame decirte que todo este trabajo de una vida hubiera sido imposible sin la ayuda de Marisa, mi esposa, que comparte conmigo esta pasión por la música y su investigación, y ha sido mi eficaz colaboradora .Como bien dices, sería necesario disponer de los medios para completar la Discografía de 1960 en adelante, y mantenerla abierta para seguir agregando lo que se produzca. Sería, me parece, el único país del mundo que tenga su discografía completa en una sola fuente. Le he ofrecido mi colaboración y asesoría a instituciones de Cuba como la CIDMUC  (Centro de Investigaciones  de la Música Cubana) pero no he tenido respuesta.

 

A lo largo de tu vida conseguiste reunir una espléndida colección que asciende a unas 100.000 piezas valoradas en cerca de un millón de dólares: 25.000 LPS; 14.500 discos de 78 revoluciones; 4.500 casetes con entrevistas radiales a compositores y músicos; de 4.000 partituras; 3.000 libros y miles de CDs, fotografías, vídeos, carteles y documentos, entre ellos raras grabaciones realizadas en Cuba durante la primera mitad del siglo XX. Con tu generosidad habitual, has donado esa colección a la Florida International University. ¿Por qué a FIU y no a alguna universidad puertorriqueña, país donde has vivido casi toda tu vida?

CDA: Traté de donarla a Puerto Rico hace más de 10 años, pero no logré que le interesara a ninguna de las universidades de la isla. Solamente se interesó el Conservartorio de Música, pero en aquel momento no tenía las facilidades físicas y de personal para recibir la colección.  Traté entonces con otras instituciones de los Estados Unidos, pero me decidi por la Florida Internacional  University, que además de ser una de las más importantes y de crecimiento más rápido en los Estados Unidos, está en una posición estratégica, con un alumnado peocedente de toda Latinoamérica, en la ciudad que es la puerta de entrada de América Latina  a Estados Unidos, y no hay que olvidar que mi colección no es  tan solo de música cubana, sino que hay en ella una muestra importante de muchos de los países latinoamericanos; o sea, FIU era el sitio ideal, y así ha funcionado en estos diez años. Se ha mejorado y ampliado la colección, y se sigue catalogando para en el futuro subir a internet también la relación del contenido de otros países, para que pueda ser usada por investigadores e interesados del mundo entero.

 

FIU ofrece al año dos becas de la Fundación Díaz-Ayala, dotada cada una con 1.500 dólares, para que estudiantes de postgrado y académicos realicen investigaciones en tu colección durante, como mínimo, una semana de estancia. ¿Cuáles han sido hasta hoy los resultados más importantes de esa generosa oferta a la que, lamentablemente, no pueden acogerse los investigadores que residen en Cuba? Dados los cambios  recientes en la política de intercambios académicos y culturales, ¿no habrá alguna perspectiva de que puedan hacerse extensivas a ellos esas becas?

CDA: Las becas han  funcionado muy bien. Cada año se reciben propuestas de Estados Unidos, Latinoamérica y Europa. Generalmente se trata de tesis que se están escribiendo sobre determinados temas de la música cubana o latinoamericana, que después se publicarán en revistas especializadas. Además, los becarios deben dar durante el periodo de su presencia en FIU una conferencia sobre el tema que han escogido, copia de la cual se archiva para uso de otros posibles interesados. Desgraciadamente, las instituciones que proveen el dinero para estas becas estás sometidas a la legislación del Estado de la Florida que prohíbe el uso de dinero para becados de Cuba. Espero que en los cambios de la política que señalas se modifique esta perjudicial ley. Hay, por supuesto, muchos investigadores cubanos deseosos de usar la colección para importantes trabajos en la historiografía de nuestra música.

 

“La “lingua” franca de El Callao a Nueva York”; en: Cubaencuentro, Madrid, 02/11/2011. http://www.cubaencuentro.com/entrevistas/articulos/la-lingua-franca-de-el-callao-a-nueva-york-270065