30 05 2025

Luis Manuel García Méndez: Yo soy un socialdemócrata y, sobre todo, un demócrata convencido

Por Roberto Ruiz Rebo

Fue en una conversación telefónica con el escritor cubano Froilán Escobar que saltó el nombre del novelista y periodista Luis Manuel García Méndez. Sin embargo, en los años ochenta del siglo pasado, ya había leído uno de sus trabajos en una revista juvenil llamada Somos Jóvenes, que por esos años cometió la herejía de publicar unos pocos artículos atrevidos, en aquel contexto donde la censura yacía agazapada en un discurso aparentemente aperturista. Hablo de “El Caso Sandra” un artículo que narraba sin sobresaltos las peripecias de una prostituta, hija de un fenómeno que florecía en las calles cubanas por aquellos años: el jineterismo. Pese a las reacciones en las altas esferas del Partido Comunista y en especial de su más alta nomenclatura, los ejemplares de aquella edición de la revista se vendieron como pan caliente en los estanquillos del país, lo cual encendió más la ira de los mandamases. La historia nos la cuenta García Méndez de manera magistral en esta entrevista a la que él accedió generosamente desde su casa en Madrid donde reside desde el año 1994.  

Pero, haber escrito El Caso Sandra no es, ni mucho menos, el gran mérito de Luis Manuel, porque su carrera literaria es extensa y jugosa: su colección de cuentos Los Forasteros recibió el favor del jurado en el año 1987, coronándose con el Premio Union de Escritores y Artistas de Cuba; en esta obra, García Méndez explora los temas de la migración y la identidad utilizando técnicas realistas, de ciencia ficción y la literatura fantástica. Habanecer otra de sus obrasse alzó en el año 1990 con el premio Casa de Las Américas, en ella el autor fusionando diversos géneros literarios nos relata con sorprendente lirismo un día en la vida de la capital de los cubanos. Luego, vendría el Premio Vicente Blasco Ibáñez en 2001 con su novela El restaurador de almas, en la cual aborda con tono introspectivo y poético, la identidad, la memoria y la crisis existencial. En el año 2003, el escritor de Habanecer vuelve a ser ganador, pero esta vez con un libro de poemas que el tituló Utopiario, a través de la cual presenta una visión crítica de la Habana; Bitácora del silencio, es otra sus obras galardonadas en 2011 con el Premio Camilo José Cela de novelas en castellano y más reciente en 2022, Luis Manuel García Méndez recibe una nueva recompensa en el Certamen de Relato Corto Tierra de Monegros con el cuento Balance de liquidación, en el que el autor realiza una reflexión sobre las decisiones y los cambios profundos del ser humano. 

El quehacer de Luis Manuel García Méndez en el campo intelectual trasciende estos apuntes, pues se ha desempeñado también en el ámbito académico como profesor y conferencista en varias universidades del mundo, incluyendo a Cuba, su país natal. Durante años, ha recorrido recintos universitarios de México, Suiza, Alemania, Italia, Brasil y España, donde ha impartido cursos y conferencias. Desde el año 2022 Luis Manuel ha ejercido como jefe de redacción de la revista Encuentro de la Cultura Cubana, y aunque dice haberse retirado de las labores pedagógicas, aun se mantiene activo dando respuestas sorprendentes a entrevistas como esta. 

Roberto Ruiz Rebo: A finales de los años 80, en un intento por visibilizar el fenómeno del jineterismo que había tomado auge en Cuba por esos años, escribes un reportaje sobre una prostituta, que llamó la atención a los lectores de la revista Somos Jóvenes. El Caso Sandra tomó la dimensión de un escándalo que salpicó a muchos y sacudió al mundo periodístico de la Isla. ¿En qué consistió aquel incidente que supongo resultó traumático en tu carrera? 

Luis Manuel García: Méndez Érase una vez un artículo que se llamó “El caso Sandra” … podría comenzar. Narraba las aventuras y desventuras de una jinetera (antes que fueran personajes del folklore patrio). Por entonces, ellas sólo habitaban como personajes literarios en los atestados policiales. Su fe de bautismo data de mucho después, cuando Él en persona blasonó de que en Cuba disponíamos de las putas más cultas del mundo, geishas en tiempo de guaguancó. La que yo interrogué durante largas horas, acompañé en sus cacerías por La Habana, la que invité a comer en casa (para sobresalto de mi mujer y mengua de la libreta de racionamiento) era, posiblemente, la excepción de la regla. Un accidente del sistema educacional.  

Por entonces, la puta más reciente de la escritura nacional era la mítica Rachel y su bolero, pero el autor, con la prudencia a que nos tenía acostumbrados, hundía su mirada en la noche de los tiempos. A diferencia de mi Sandra, tan contemporánea que, según su propia confesión, se enteró de la publicación de sus aventuras entre un turista sueco y un mexicano de corto alcance.  

Si en 1959 las putas fueron “reeducadas” a taxistas —los autos llevaban las siglas TP, Taxis Populares, que el vulgo leía como Todas Putas—, la revelación de que treinta años más tarde reflorecían como voluptuoso marabú tomó por sorpresa a algunos (seguramente no andaban La Habana en horas de la noche), y otros, menos desinformados, optaron por hacerse los sorprendidos.  

Ante la publicación de “El Caso Sandra” hubo reacciones encontradas: entusiasmo e irritación. Se comentó que yo estaba preso, que la revista había sido clausurada y que el director fue removido de su cargo. En el extremo opuesto, se dijo que el artículo había sido expresamente encomendado por la dirección del Partido, y una agencia extranjera afirmó que Él en persona lo había aprobado. A la revista llegaron cientos de cartas y llamadas telefónicas, y el número correspondiente (200.000 ejemplares vendidos) recibió inesperadas cotizaciones en el mercado negro. 

¿Cuáles fueron las causas de esta repercusión? Antes habría que preguntarse ¿qué periodismo consumía (consume) el lector cubano? Un periodismo chato y monocorde, sobrepasado por la Agencia Vox Populi. Salvo excepciones, es común que “la noticia del día” corra de boca en boca, eludida elegantemente por la palabra escrita, desmedida en la alabanza y tímida en la crítica (o viceversa, de acuerdo al objeto de estudio). Una prensa donde el descubrimiento y revelación de problemas no es emanación precursora sino reflejo. Prudente, la prensa aguarda obediente a que el conflicto sea tocado por el discurso político. Ni siquiera se arriesga a una visión alternativa (no necesariamente contestataria). Recordemos que por entonces Internet era asunto de ciencia ficción y la prensa alternativa no existía. No es raro, por tanto, que a mediados de los 80 el propio Fidel Castro haya alabado la “disciplina” de la prensa, que es como elogiar la prudencia al volante de un piloto de fórmula uno. 

En lo coyuntural, había tenido lugar entre 1986 y 1987 una ofensiva “crítica” a las deformaciones entronizadas durante tres lustros o poco menos, período durante el cual nada de ello fue observado por la prensa.  Para nuestro asombro, Él nos comunicaba desde la tele, con la furia de Ulises a su regreso a Ítaca, que todo lo hecho en los últimos quince años era un desastre, y que “ahora sí vamos a construir el socialismo”. (Mi padre jamás se recuperó de aquella noticia). Empezó a hablarse por entonces de una “nueva política informativa”, de un “periodismo de opinión” (¿cuál que es no lo es?), del “ejercicio del criterio”, pero lo cierto es que hasta hoy el discurso periodístico oficial no ha ni siquiera igualado al discurso político en profundidad de análisis y novedad informativa. Y es mucho decir. Una especie de culminación de ese período fue el V congreso de la UJC.  

En ese contexto aparece “El caso Sandra”. El artículo cumplía premisas habituales en cualquier periodismo del mundo: tocaba un tema que no había sido manoseado institucionalmente. Lo trataba sin la timidez tradicional, que necesita disculparse por cualquier verdad incómoda. Desde el reportaje de Homero sobre la batalla de Troya, tampoco esto ha sido excepcional en el periodismo. Narraba los accidentes de una vida real, dolorosa, no hilvanaba un esquema más o menos moralista y maniqueo. Sin pretensiones sensacionalistas —como lo demuestra su lenguaje conciso y la discreción con que traté ciertas aristas—, lo era de algún modo, aunque sólo fuera porque desvelaba un submundo apenas intuido o totalmente desconocido para una buena parte de la población, sobre todo fuera de La Habana. Acto de revelación en que me jugué mucho menos el pellejo que Ryszard Kapuściński en África. 

Como parte de su “Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas”, el Periodista en jefe afirmaba: “Antes que la suciedad nos sepulte, es mucho mejor lavar los trapos al aire libre” (II Pleno del CC del PCC; en Cuba Socialista, La Habana, septiembreoctubre, 1986). Y que era un error no hacerlo “por temor de que el enemigo se entere allá en Miami, o allá, los imperialistas, y utilicen esto para atacarnos (…) Ningún enemigo nos va a criticar mejor que lo que nos criticamos nosotros. Porque nosotros sabemos mejor que nuestros enemigos dónde están nuestros problemas (…) Incluso al enemigo le quitamos las armas, lo dejamos sin armas”. Más tarde comprenderíamos que esa frase era apenas un puñado de palabras unidas por las leyes de la sintaxis, y que sólo se refería a los trapos previamente señalados por el pret à porter del poder. 

En abril de 1987, durante el V Congreso de la UJC, muchos delegados se expresaron sin eufemismos. Fue una explosión provocada con mando a distancia. Antes del congreso, Roberto Robaina, por entonces su primer secretario, recorrió la Isla expresando atrevidas críticas, incitando a los jóvenes. Con toda la imprudencia de sus años mozos, ellos lo soltaron más tarde en el Congreso, ante las mismísimas barbas del vecino y, ya de paso, dejaron escapar alguna que otra crítica imprevista de su propia cosecha. Roberto Robaina cedió complaciente la palabra y, por respeto a sus mayores, durante todo el congreso no dijo ni pío, a pesar de lo cual terminó, en el imaginario público, como el héroe de la película. De más está decir que, a su regreso, los delegados “disfrutaron” en sus provincias las bondades del sistema nacional de salud: les fueron aplicadas las más modernas técnicas para sanar su incontinencia verbal y, en la mayoría de los casos, conjurar futuras recaídas. 

En esas circunstancias, la revista Somos Jóvenes se propuso una nueva política editorial que arrancó con una entrevista al primer secretario de la UJC, publicada en marzo de 1987 bajo la firma de Mayra Beatriz.  

En la nueva política editorial, las propuestas de los trabajos centrales eran discutidas por toda la redacción, y los textos terminados se leían y analizaban en un ambiente de compromiso (complicidad) que reinó durante aquellos meses. Transitamos en un par de números desde un periodismo ligero, sonriente, algo farandulero y por momentos infantiloide, hasta el tratamiento de temas nuevos y escabrosos en condiciones de libertad vigilada, lo que nos obligaba a una precisión de lenguaje y construcción digna de funambulistas sin red, y a un rigor milimétrico en la búsqueda de información y en la selección de las fuentes. Cualquier ornitólogo sabe que la verdad tiene alas. Y en la prensa cubana ya era tradición cojear de un ala (con el beneplácito de las autoridades) y estaba completamente contraindicado cojear de la otra: pasarse por defecto era siempre un “acto de buena fe”. Pasarse por exceso te podía costar un auto de fe. Por esa razón, si queríamos que nuestro vuelo fuera mínimamente duradero, el equilibrio entre ambas alas debería ser impecable.  

Varios trabajos concebidos dentro de esta política habían sido publicados ya y decenas estaban en curso cuando apareció, en el número doble de septiembre de 1987, “El Caso Sandra”. No fue un acto temerario, sino parte de una política editorial. Tampoco iba contra la Revolución, sino a favor de la Revolución que debió ser. (Y que nunca fue).  

Yo no fui encarcelado, ni el director fue removido (ya por entonces había sido promovido a subdirector del periódico Granma). Pero sí hubo consecuencias: la primera fue una reunión en el Departamento de Orientación Revolucionaria (DOR), del Comité Central del Partido, a la que fuimos convocados una noche de noviembre, creo recordar que bastante fría, todos los trabajadores de la revista, con excepción de Guillermo Cabrera, el director que diseñara el número de la discordia. Dirigía la reunión el entonces todopoderoso Carlos Aldana, director del DOR, quien nos preguntó a todos, uno por uno, nuestra opinión sobre el artículo, con el propósito de separar las papas arrepentidas de las papas podridas y sin remedio. Y uno por uno todos, salvo dos, coincidimos en que, de vernos abocados a la decisión de publicar nuevamente el artículo, volveríamos a hacerlo. Más allá de que haya sido yo el autor material, quince de diecisiete asumimos una responsabilidad que catorce podían haber delegado. Fuenteovejuna, señor. Al cabo de tantos años, no sé si alguno se habrá arrepentido.  

Como supimos más tarde, Carlos Aldana era el agente transmisor de la ira de Fidel Castro, quien montó en cólera tras leer aquellos trapos no planificados. 

Ante la prepotencia de Aldana, sentí aquella noche un justo orgullo por mis compañeros, equiparable en intensidad a la lástima que me inspiró otro invitado a la reunión: un Roberto Robaina tembloroso que, con un hilo de voz, se sumó a las acusaciones del Sumo Pontífice de la información cubana. Todos sabíamos que él conocía el artículo desde su fase larval de manuscrito, y que acordó en su momento con nuestro director un pacto de caballeros: “oficialmente” desconocía el texto, pero, una vez publicado, nos apoyaría y protegería de cualquier represalia con todo el peso de la UJC. De modo que en aquella reunión todos, salvo Aldana, sabíamos que él sabía, sabíamos que mentía cuando alegaba sorpresa y desconocimiento, pero ni así nos rebajamos a denunciarlo, de lo que aún me alegro. No por él, sino por nuestra propia integridad moral.  

El autor intelectual de aquella reunión, cuyo fantasma deambulaba por los pasillos impecables del Comité Central, llamaba por entonces a la prensa a una batalla contra los errores, porque “si nosotros mismos [los dirigentes de la Revolución] nos hemos equivocado. ¿Qué podemos esperar, que no se equivoquen los periodistas?” (II Pleno del CC del PCC, 1986). Tardamos en comprender que esas palabras no invitaban a la libertad y la responsabilidad, sino a otra forma de obediencia. Él no necesitaba periodistas sino amanuenses, secretarios de actas que llevaran a la página impresa sus nuevos “descubrimientos” políticos —hospitales infectos, escuelas en ruinas, fábricas que no fabricaban, empresas dirigidas por Alí Babá y sus 4000 ladrones—. Tardamos en comprender que tales “descubrimientos” tenían el don de la oportunidad: coartadas para un desmoche del palmar político: ajuste de cuentas a supuestos tecnócratas que en su día suplantaron con el recetario del Tío Stiopa el inspirado método de la economía espontánea —Cordón de La Habana, Ofensiva Revolucionaria, Triángulo Lechero, Brigada Invasora Ernesto Che Guevara, Zafra de los Diez Millones—. El ajuste de cuentas a aquellos sacerdotes del Gosplan devolvería a Fidel Castro el control absoluto de la finquita nacional, que desde entonces hasta su mutis por el foro administró con una solvencia entre Pyongyang y Las Vegas.  

Años más tarde, “descubrirían” oportunamente que nuestro fiscal, Carlos Aldana, era propietario de unas tarjetas de crédito, lo suficiente para ganar un pijama que sólo mudó hace poco por el sudario.  

A Roberto Robaina no lo salvó su miedo, ni hablar por boca de otros. Fue acusado de incurrir en prácticas deshonestas como ministro y de “estrecha amistad” con el narcogobernador de Quintana Roo. Expulsado de todo, pinta gallos, paisajes, caballos y mulatas desnudas para los turistas.  

Tras aquellos sucesos, comprendimos que la prensa que intentamos durante algunos meses podría ser deseable para el sistema imaginado por Karl Marx en sus tardes de la British Library, o para el socialismo libertario, democrático, que merecían los cubanos. Pero la hacienda nacional no podía permitir a unos entrometidos enjuiciar a capataces, mayorales, jefes de lote y, menos aún, al hacendado. Una finquita sólo necesita un instrumento de propaganda, un amplificador de ideas pre empacadas que cumpliera una función meramente pedagógica. O, cuando más, echarle unas piltrafas a los hambrientos chicos de la prensa: pizzerías, baches, taxistas y guagüeros.  

A la salida de aquella reunión sabíamos que desde el día siguiente “se acabaría la diversión”, y siempre era el mismo el que mandaba a parar.  

La primera medida fue nombrar directora a la única redactora que en la reunión de marras se libró de toda culpa por el método de “allí fumé”. La directora Yonofui conservaría el (merecido) puesto durante muchos muchos años. El siguiente número de la revista —200.000 ejemplares recién salidos de la imprenta y empacados para su distribución— hizo su viaje a la semilla: fue convertido en pulpa y se sustituyó por un número armado a parches con trabajos de la reserva. Debidamente esterilizado en el autoclave de la UJC, se imprimió con una agilidad que presagiaba a la poligrafía cubana un futuro luminoso. El propósito de nuestros pícaros funcionarios era que los lectores no notaran el cambiazo. Para su mal, un paquete de revistas se salvó de la hoguera y fue distribuido por algunos trabajadores de la imprenta. Hoy es una pieza de colección. Tiene idéntica fecha y número que el distribuido, pero su interior es más perverso (incluía, entre otros, “Perseguirlo y aniquilarlo”, un artículo mío sobre la nueva clase privilegiada, la aristocracia verde olivo, corroborada por entrevistas a 135 jóvenes estudiantes, trabajadores y militares. Sus lectores entusiastas fueron los tipógrafos).  

Desde ese momento, la línea editorial y decenas de trabajos en curso fueron postergados, “endulzados” (la industria azucarera era aún la primera del país) o confinados en la gruta donde se añejan hasta gran reserva. Se estimó que “ese no era el periodismo que el momento histórico demandaba”. Y ya se sabe que el momentómetro es un instrumento muy delicado.  

A mí me condenaron a escribir sobre planetas distantes, curiosidades e historia antigua. Cualquier acontecimiento posterior al Renacimiento era de candente actualidad y no confiaban en que yo podría abordarlo con la prudencia recomendable. La revista recuperó un público adicto a las misceláneas que había cultivado con esmero durante años. Perdió un público distinto que había conquistado en apenas unos meses.  

Tres años después, en una reunión con todos los periodistas de la Editora Abril, el nuevo secretario de la UJC diría de uno de aquellos artículos proscritos:  

—Qué falta nos hubiera hecho este trabajo en su momento. 

Claro que en su momento él, en persona, se ocupó de vetarlo. Yo me limité a mandarlo al carajo con mis mejores modales.  

Otro de mis reportajes, sobre la homosexualidad en Cuba y fechado en 1987, apareció en la misma revista en 1994, tras enterarnos por Fresa y Chocolate que existían homosexuales criollos. Mis entrevistados estaban ya en fase de prejubilación. Otros artículos, casi todos de Mayra Beatriz, fueron rehechos y actualizados, constituyendo lo más digno de lectura en la Somos Jóvenes de los 90. Los menos afortunados, permanecerán en sus gavetas per sécula seculorum. En mi caso, 140 páginas, 4.200 líneas de silencio. 

Roberto Ruiz Rebo: Si por un albur de la vida te ofrecieran empleo en Cuba ¿volverías a escribir un reportaje como ese? 

Luis Manuel García Méndez: Esta pregunta supone varias condiciones difícilmente cumplibles: 

Primero: para que me ofrecieran un empleo en Cuba debería, en principio, vivir en Cuba, cosa que, hasta donde sé, no ocurrirá. 

Segunda: Si me ofrecieran un empleo online, pongamos por caso, creo que tampoco lo aceptaría por muy tentador que fuera, dado que hoy tengo el mejor empleo del mundo: estoy jubilado. Y eso no significa que no trabaje, sino que recibo un salario por trabajar, justamente, en lo que yo quiera y en el momento que yo quiera. 

Tercera: Cuba ahora tiene problemas mucho más serios (y no es que entonces no los tuviera) que las aventuras de una prostituta que, hasta donde sé, comenzó su andadura profesional recién cruzado el umbral de su mayoría de edad. El país se ha convertido en un paraíso del turismo sexual incluyendo la prostitución infantil. Hay madres que prostituyen a sus hijas y esposos, a sus mujeres. Esquilmado durante más de medio siglo, al pueblo cubano solo le ha quedado un capital: su propio cuerpo. Si en una época los capataces de la finiquita nacional tenían cierto pudor y tapaban sus desnudeces morales con discursos, ahora los Mercedes-Benz cruzan a toda velocidad frente a los tanques de basura donde bucean ancianos famélicos que ayer fueron vanguardias nacionales y soldados en las guerras coloniales africanas. En 1987 un cubano vivía (frugalmente, pero vivía) de su salario. Hoy el salario es apenas una propina que otorga a regañadientes el Estado, ese comensal cicatero que se ceba (véase sus volúmenes en cualquier reunión del buró político) a costa de la miseria de sus compatriotas. El hombre del siglo XXI no construye el comunismo en La Habana, sino los rascacielos de Miami, y es la única esperanza de los hombres del siglo XX que se quedaron en la isla. El país que exportaba azúcar y revoluciones hoy sólo exporta cubanos, aunque en eso es líder mundial. Decididamente, no volvería escribir un artículo como aquel. Un país sin coordenadas ni futuro, abocado al desastre más absoluto, y cuyos dirigentes sólo aspiran a enriquecerse y conseguir un bote salvavidas antes del naufragio, necesita mucho más que un artículo: un milagro. 

RRR: A principios de los años 90, surgió en Cuba un grupo de intelectuales que se hizo llamar Paideia. En una conversación que tuvimos, mencionaste algunos nombres de escritores que aún viven en la isla que formaban parte de ese grupo, sin embargo, apenas se conocen la existencia de ese movimiento entre los intelectuales cubanos más jóvenes y otros menos jóvenes. ¿Recuerdas este movimiento, y cuáles eran sus reclamos en aquel momento? 

LMGM: El movimiento Paideia hay que comprenderlo en el contexto de la segunda mitad de los años 80. Los que vivimos aquella época recordaremos la Perestroika y la Glasnost puestas en marcha por Mijaíl Gorbachov en la Unión Soviética. Revisión de un régimen anquilosado y enfermo en proceso de descomposición. Su objetivo no era desmantelar el régimen sino democratizarlo, hacerlo más eficiente y transparente, algo que chocó de inmediato con la nomenclatura tradicional. Fue el principio del fin de los regímenes socialistas en Europa del Este. En Cuba, Fidel Castro había comenzado un proceso de rectificación de errores y tendencias negativas que no tenía el mismo objetivo. Previendo que las ayudas soviéticas se acabarían en breve, y al cabo la propia Unión Soviética implosionaría, empleó todos los medios para fulminar a los tecnócratas de la junta central de planificación y a todo aquel que entorpeciera la puesta en práctica, de nuevo, de su voluntarismo al estilo de los años 60. Alentados por los movimientos de renovación en Europa del este, los jóvenes, y en particular los intelectuales, emprendieron acciones culturales innovadoras y desacralizadoras. La exposición de los artistas plásticos en el Castillo de la Fuerza, las performances, la música de nuevos trovadores como Carlos Varela, películas abiertamente heréticas como Alicia en el pueblo de maravillas. Y posiblemente entre los escritores el proyecto más avanzado fuera justamente Paideia. 

En su manuscrito fundacional se afirma que “PAIDEIA es un proyecto de actuación práctico-crítica en el campo de la cultura, tal y como se perfila hoy ese campo sobre el tejido de relaciones sociales que constituyen el contenido histórico-concreto de nuestro ser y nuestra idea de la cultura”. Y más adelante: “PAIDEIA se propone contribuir al diálogo permanente y mutuamente enriquecedor entre creadores, promotores, críticos e investigadores de la cultura y, sobre esa base, al intercambio y concertación de experiencias, criterios y proyectos de creación, promoción, crítica e investigación de la cultura, de modo que semejante diálogo, y el intercambio que del mismo surja, pueda derivar en un modelo -entre otros posibles- de praxis coral y polifónica de la cultura”.  

El manifiesto estaba firmado, el 19 de octubre de 1989, por Carlos Alfonso, Ángel Alonso, Atilio Caballero, Almelio Calderón, Luis Felipe Calvo, Raúl Dopico, Gerardo Fernández Fernández, Jorge Ferrer, Abel Fowler, Julio Fowler, Emilio García Montiel, Esther María Hernández, Ernesto Hernández Busto, Reinaldo López, Rafael López Ramos, Rosendo López Silverio, Pedro Marqués De Armas, Juan Carlos Mirabal, Jorge A.  Miralles, Abelardo Mena, Radamés Molina, Omar Pérez, Antonio José Ponte, Rolando Prats, Reina María Rodríguez, Alexis Somoza, Armando Suárez Cobián, Bladimir Zamora, Pedro Vizcaíno. Algunos de ellos permanecen en Cuba, otros se han marchado (al exilio o al país de nunca jamás) y a algunos les he perdido la pista.  

El propósito era básicamente que la intelectualidad tuviera una interacción directa con el poder político y desembarazarla de su papel subalterno como amanuenses sofisticados del discurso político o, mejor dicho, del discurso que orientaran los políticos. Pero Fidel Castro y compañía no estaban dispuestos a conceder ni el más mínimo margen de libertad habiendo aprendido de la experiencia soviética, y antes de la checoslovaca, y antes de la húngara, que una pequeña grieta en el muro de la intolerancia puede terminar derribando el muro. Y hablando de muros, ya el de Berlín se había desmoronado. 

Tanto el movimiento de los intelectuales como el de los artistas plásticos terminaron en el aeropuerto. Haciendo bueno el eslogan “a enemigo que huye puente de plata”, las autoridades de la isla, a las puertas del período especial en tiempos de paz, ese eufemismo para nombrar la crisis más profunda en la historia de Cuba solo superada por la actual, permitieron e incluso favorecieron el éxodo de numerosos intelectuales y artistas que se marcharon con su música (incluso con su letra) a otra parte, donde no los pudieran ver ni escuchar los inocentes habitantes de la isla. 

RRR: En el año 2021 hubo un gran estallido social en Cuba en el que muchos jóvenes intelectuales y artistas tuvieron un protagonismo importante; conozco algunos de gran talento, sin embargo, la reacción de la UNEAC y la Asociación Hermanos Saíz fue de condena. Algunos me han dicho que esos artistas no tenían ni tienen representatividad, significando con ello, que no eran miembros de ninguna institución del gobierno, lo cual no es cierto, como en el caso del teatrista Yunior García Aguilera, ahora exiliado en España. ¿Crees que es necesario pertenecer a una organización u ostentar algún carnet para ser reconocido como artista en nuestro país? 

LMGM: Existe y, hasta donde sé, en casi todos los países, los colegiados para distintas profesiones. Colegios de abogados, de médicos, de arquitectos, etcétera, cuyo propósito es, en teoría, garantizar que quienes ejerzan esas profesiones tengan reconocidas por una instancia oficial las capacidades profesionales necesarias para salvar la vida de un paciente, evitar que una edificación le caiga en la cabeza a los futuros ocupantes, o que el acusado tenga la mejor defensa posible. (Aunque a veces funcionen como mafias gremiales). Ese no es el caso de las profesiones artísticas y literarias. Basta recordar que Alejo Carpentier, uno de los mayores escritores cubanos de todos los tiempos, ni siquiera tenía una titulación universitaria. A lo largo de la historia numerosos escritores y artistas se han asociado entre sí por afinidades estéticas, movimientos culturales, intereses gremiales y de defensa mutua, sindicatos para la protección de sus derechos, e incluso por afinidades políticas. Basta recordar el movimiento de intelectuales antifascistas de los años 30. Aunque fueron los llamados países socialistas los que crearon las uniones de escritores y artistas cuyo propósito siempre fue el de amaestrar a aquellas individualidades fuertes y creativas y ponerlas al servicio del gobierno. La pertenencia a esas instituciones podía garantizar a sus miembros visibilidad, oportunidades y recursos. Lo cual no significa que pertenecer a ellas hiciera mejor o peor a un escritor o artista. Y no pertenecer, tampoco. “Por sus obras los conoceréis” y nunca es más cierto que en el caso de las profesiones artísticas, donde titulaciones, pertenencias y colegiaturas son totalmente secundarias. Lezama Lima, segregado, era más escritor que todos los policías literarios que lo excluyeron. Alejo Carpentier, militante y emblemático del nuevo régimen (más por conveniencia que por convicción, creo yo) no por ello fue peor escritor. Lo que define a un escritor o un artista es, simplemente, su obra. Y eso no tiene nada que ver con su pertenencia o no a instituciones gubernamentales, pero tampoco a instituciones disidentes, asociaciones del exilio o a cualquier otra, incluyendo los clubes de parchís o los amigos del croché. La “representatividad” en el caso de los escritores y artistas es individual e intransferible. El agregado cultural en París Alejo Carpentier representaba a Cuba. El escritor Alejo Carpentier representaba a Alejo Carpentier. Un senador representa a sus votantes. Un artista siempre y sólo se representa a sí mismo.  

RRR: En el año 2013 ofreciste una conferencia sobre “La cuentística cubana” en un Master de Literatura Hispanoamericana, por lo que supongo estás bien enterado de lo que sucede en la literatura de la isla dentro y en la diáspora, al menos hasta ese instante ¿Cómo ves el desarrollo de la cuentística y la narrativa cubana en este momento? 

LMGM: Entre 2012 y 2013 hice en la Universidad Complutense de Madrid un master de Estudios Literarios y mi tesis de fin de master se llamaba Crónica del desencanto (cuentística cubana de la revolución 1959-2013). En realidad, el tema era el héroe en la cuentística cubana y sus mutaciones a lo largo de medio siglo. Descubrí que el comportamiento del héroe en la cuentística respondía a una periodización histórica que se podía dividir en diferentes eras: Dialéctica del entusiasmo (1959-1971), Welcome Tovarich (1971-1990), Good Bye Lenin (1990-2006) y Castro remake (2006-2013). En el caso del cuento, su evolución transitó desde lo que llamo el Primer periodo dialéctico (1959-1966) hasta las narrativas de la violencia, de la adolescencia, para concluir en la narrativa del desencanto. A lo largo de ese período bastante extenso han existido movimientos y tendencias en los que se han insertado con mayor o menor acierto escritores de varias generaciones. Al no existir durante muchos años la presión editorial y comercial que en el resto del mundo dicta modas y tendencias, en particular el predominio absoluto de la novela sobre el cuento, en Cuba pudo desarrollarse una cuentística de muy variados acentos: Senel Paz, Miguel Mejides, Reinaldo Montero, Leonardo Padura, Arturo Arango, Francisco López Sacha, entre los de mi generación. A los que se sumaron en los 90 Jesús David Curbelo, Atilio Caballero, Rolando Sánchez Mejías, Amir Valle, Ángel Santiesteban, Verónica Pérez Kónina, Ronaldo Menéndez, Ena Lucía Portela, Antonio José Ponte, Karla Suárez, Anna Lidia Vega Serova y Lorenzo Lunar, entre otros. Al mismo tiempo, fuera de Cuba nuevas generaciones de escritores comenzaron a crear desde códigos y realidades propias (Reinaldo Arenas, Carlos Victoria, José Manuel Prieto, por ejemplo). Más que listar autores y obras, yo prefiero hablar de cinco caminos por los que discurren las nuevas narrativas: Iluminación de lo cotidiano; Reformulación de la memoria; Realismo escatológico; Ensayo narrativo y Neopolicíaco. Y en mi ensayo se hacía constar la evolución del héroe en la narrativa desde el héroe épico de los primeros años, al héroe épico didáctico el héroe épico clásico en la narrativa de la violencia, el héroe nacional del trabajo, una suerte de realismo socialista de escaso recorrido, el héroe romántico, el héroe realista, para desembocar en el superviviente como héroe, una especie de picaresca con la que cierro mi análisis. Debo confesarte que estoy bastante desactualizado de lo que se escribe hoy en la isla. Entre 2014 y 2018 estuve trabajando en Estados Unidos y, a mi regreso, impartí en el IB San Patricio de Toledo cursos de Lengua y Literatura en cuatro niveles diferentes, Filosofía y Teoría del Conocimiento, algo que, como imaginarás, me ocupaba una buena parte de mi tiempo. En cualquier caso, e incluso contando con mi desactualización, creo que en el último medio siglo la cuentística cubana ha contado con aportes importantísimos tanto dentro como fuera de la isla que no desmerecen en lo absoluto de los grandes cuentistas de una tradición que se remonta al siglo XIX y que en el siglo XX tiene autores de talla universal, como Lino Novas Calvo, Alejo Carpentier y Onelio Jorge Cardoso, por citar algunos.  

RRR: Alguien dijo que en tu libro de cuentos Habanecer, que fue premio Casa de las Américas 1990 y Premio Nacional de la Crítica 1992, La Habana se convierte en una especie de capital de la ilusión por obra y gracia de tus relatos. Sin embargo, hoy vives lejos de la Habana. ¿Qué diferencias o similitudes has encontrado en la capital española comparables a una ciudad como La Habana, que después de haber estado en España se me antoja una ciudad tan española? 

LMGM: Yo nací y viví en La Habana los primeros 40 años de mi vida. Allí pasé mi niñez, mi adolescencia, me hice adulto, tuve mi primer amor y el último, la mujer con quien comparto la vida desde hace 36 años. Cursé estudios universitarios, trabajé, cambié de profesión, nacieron mis dos hijos y mis primeros libros. Al abandonar el país en 1994 una buena parte de las cosas que marcan una vida ya estaban hechas. Y las hice en aquella Habana, una ciudad con una personalidad singular, abierta al mar y que podía ser tan acogedora como agreste, tan deliciosa como infame (recuerdo aquellos mítines de repudio de 1980). Pero que siempre consideré mi ciudad, esa de la que no sólo me sentía inquilino sino copropietario. Y ese sentido de pertenencia, esa percepción de ser dueño de sus espacios, de su luz, de su aire, de su mar, es la que intenté recrear en Habanecer. Posiblemente ninguna ciudad del mundo alcance para mí esa cualidad que tuvo La Habana. Nacer en una ciudad y hacer en ella todos los descubrimientos (la amistad, el amor, el sexo, las ilusiones y los desengaños, la nostalgia y el entusiasmo) la dotan de una cualidad única que difícilmente puedas transferir a otras ciudades, aunque te instales en ella durante muchos años y te apropies de sus espacios y sus ritmos. No obstante, eso es algo que, en parte, sólo en parte, conseguí en Sevilla, a la que dediqué una novela breve, La última muerte de Basilio El Bendito, publicada en 2015. Y me ocurre, sobre todo, con Madrid, la ciudad donde vivo hace más de 20 años y cuyos espacios podría decir que son ya míos. Mi último libro, aún inédito, es una especie de Madridecer, aunque sin la voluntad totalizadora de Habanecer. Si Habanecer ha sido calificado como novela invertebrada, El laberinto de las hormigas, mi último libro, es una colección de cuentos vertebrados: cada historia ocurre en una estación de la línea uno del Metro de Madrid, incluso en la estación fantasma de Chamberí, cerrada hace muchos años. He intentado que dejen su huella en este libro su ritmo trepidante, la diversidad humana, las prisas y las pausas, los sonidos, los olores, los mil acentos que pueblan esta ciudad de casi cinco millones de habitantes y otros dos de tránsito. La Habana de aquel libro escrito en 1989 y que se desarrollaba en un solo día de 1987 era una señora hermosa, aunque desmaquillada. La ciudad mantenía su encanto a pesar del maltrato. Su gente, lo mejor de la ciudad, intentaba vencer a las adversidades cotidianas y salvar sus ilusiones. En 2009 viajé a La Habana porque mi hijo, que llegó a España con cuatro años, quería recuperar la ciudad donde había nacido. El resultado es Diario delirio habanero, publicado por Mono Azul en 2010. Una crónica del desastre escrito con dolorosa ironía. Ya entonces yo era para la ciudad un turista más al que intentaban esquilmar y la ciudad se desmoronaba en tiempo de bolero. En mi último viaje, poco antes de la pandemia, constaté que mi ciudad había sido asesinada por el artefacto urbano (si se le puede llamar así, porque la Habana se ha ido ruralizando) que ha venido a sustituirla. Una ciudad que se llama igual que la mía pero que me resulta ajena. Descubrir mi Habana bajo la costra de escombros, suciedad y desaliento es tan difícil como adivinar la Roma del emperador Vespasiano paseando las ruinas del Coliseo. Madrid, en cambio, es una ciudad en permanente transformación: muta y se reconstruye cada mañana. Se infla y desinfla de propios y extraños. Su identidad es justamente no tener identidad, por eso se dice que nadie es de Madrid y, por lo tanto, todo el mundo es de Madrid. Cuando ocurrieron los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004, fui a mi centro de salud porque me pareció lo más útil. La cola para donar sangre daba la vuelta a la manzana. Al día siguiente una manifestación recorrió la Castellana precedida por un enorme cartel: “Todos somos de Madrid”. Detrás de aquel cartel, y hasta donde alcanzaba la vista, un millón de personas de sesenta nacionalidades diferentes lo confirmaban. Ese es el Madrid del que me siento ciudadano. 

RRR: Tengo amigos que emigraron de otros países, y se asombran de que los cubanos constantemente hablemos y estemos pendientes de manera casi excesiva de lo que pasa en Cuba, aunque vivamos lejos. ¿Has notado ese hecho? ¿A qué crees que se deba ese fenómeno de tanta atención? 

LMGM: Muchos pueblos a lo largo de la historia se han considerado “la mejor ocurrencia de Dios”. Algunos, como los judíos, asumen ser el pueblo elegido. Otros pueblos se vanaglorian de haberse escogido a sí mismos. Aunque en América Latina (no voy a discutir la pertinencia o no de este término) es proverbial el ego de los argentinos, los cubanos somos los argentinos del Caribe. Sabemos de todo. Somos terminantes en nuestras afirmaciones. Cuba es la isla más hermosa del planeta y “no hay otro cielo tan azul como tu cielo”, aunque he podido comprobar en muchas latitudes que la competencia es ardua. Fue una colonia más rica que la metrópoli. Nos independizamos luchando contra el ejército más poderoso desplegado nunca en América. Izar la bandera cubana en El Morro costó entre 200.000 y 300.000 vidas, muchas más que todas las que se perdieron en las guerras anticoloniales del resto del continente. A pesar de la devastación, el país se recuperó de un modo milagroso y tuvimos medio siglo de República funcional (a pesar de sus muchos defectos), algo completamente inusual al sur del Río Bravo. Puede que todo ello haya dotado a lo largo de la historia al cubano de un chovinismo de país menor, sin ínfulas imperiales. Si invadimos el mundo, que sea con el mambo. Por suerte. No quiero ni imaginar el destino de la humanidad si Fidel Castro hubiera nacido soviético. A juzgar por la carta que le escribió a Nikita Kruchev en 1962 instándolo a “dar el primer golpe”, hoy no estaríamos viendo películas post apocalípticas. Viviríamos en una. Lo cierto es que los cubanos expatriados, que ya nos acercamos a los tres millones, si no los superamos, aunque tengamos otro pasaporte en el bolsillo, nos seguimos considerando cubanos. Incluso muchos nacidos fuera de Cuba y que no han pisado la isla ni de visita. En Miami conocí al hijo de una mujer cubana nacido en Chicago. Hablaba en inglés como rapeando y en español como si se hubiera criado en Buenavista. Un caso singular de asere bilingüe. Donde vamos, los cubanos nos integramos y no solemos hacer gueto, quizá porque somos demasiado orgullosos, soberbios, autosuficientes como para sentirnos discriminados. Alguien objetará que Miami es un gran gueto cubano. Pero no es así. Hemos ido ocupando los espacios de la ciudad, pero sin la voluntad etnocéntrica del gueto de Varsovia o Chinatown. El día de la fiesta, eso sí, nos reunimos con los paisanos frente a una oferta culinaria que en Cuba es ya historia antigua. Conocí en Houston, Garcías y González de origen mexicano que no entendían español. Sus padres insistieron en que hablaran sólo la lengua “del progreso”, no la lengua “del atraso”. No conozco una sola familia cubana que lo haya hecho. Seguimos interesándonos por lo que pasa en la Isla, pero en muy diversa medida, en dependencia de nuestro arraigo. Quizás sin querer estamos fraguando una nueva nacionalidad: los cubanos de extramuros. Cuando Wole Soyinka, el escritor nigeriano, visitó.  La Habana, lo recibieron al pie de la escalerilla unos babalaos, que le dieron la bienvenida en una lengua yoruba que en Nigeria es lengua muerta. Se echó a llorar de imaginarse un Ulises que arribaba siglos después a Ítaca y lo recibían en griego clásico. Los cubanos sin isla hemos fabricado con los recuerdos nuestra propia Ítaca.  

RRR: Como se sabe asistimos a una época de una profunda crisis donde los cambios y transformaciones están marcados y acelerados por el desarrollo de las tecnologías. En este momento, la inteligencia artificial (AI) ha cambiado muchas cosas, pero también tiene preocupada a mucha gente, y aparejado a estos problemas se avecinan cambios geopolíticos como resultado de una nueva administración en la potencia más grande del orbe ¿Piensas que vamos hacia adelante o que vamos a una debacle absoluta de todo lo que hasta ahora ha creado la humanidad como piensan algunos? 

LMGM: Debo confesarte que mi bola de cristal está averiada y no encuentro ninguna empresa que me la repare, de modo que mi capacidad de adivinar el futuro está muy mermada. Todos los cambios tecnológicos a lo largo de la historia, desde la primera revolución industrial hasta la fecha han provocado efectos deseados e indeseables. ¿Qué fue de los herreros que tenían frente a su establecimiento una cola de caballos esperando por sus servicios cuando el motor de combustión interna suplantó al 95% de los caballos? Del mismo modo, hay profesiones en peligro como consecuencia de la inteligencia artificial, y otras que aún no existen, pero ocuparán a los hombres de mañana. La inteligencia artificial, como todo invento humano, no es buena ni malo per se. Depende del uso que se le dé. Un martillo sirve para clavar un clavo y para abrirle la cabeza al vecino de enfrente. La inteligencia artificial puede ofrecer en segundos un diagnóstico clínico mejor que el de la mayoría de los médicos, puede optimizar un sistema productivo, puede hacer modelos financieros que eviten una quiebra o una recesión, crear y poner a punto medicamentos que salven vidas a una velocidad sin precedentes, conjurar situaciones peligrosas y catástrofes, crear modelos matemáticos de casi cualquier cosa. Pero tampoco podemos desentendernos y permitir que la inteligencia artificial nos suplante en la toma de decisiones. Los científicos y los tecnólogos deben desarrollar las herramientas. La sociedad, representada o no por su clase política, deberá determinar los límites éticos de su uso. Es cierto que la ciencia avanza más rápido que las instituciones, las leyes y los principios éticos. Pero el asunto no es detener la ciencia, sino agilizar la gobernanza. Hace más de un siglo, José Martí, a mi juicio la mente más brillante de la historia de Cuba dijo que “gobernar es prever”. Tenemos que prever los efectos indeseados de las nuevas tecnologías sin esperar a que éstos se produzcan. Y para ello es imprescindible la fortaleza de las democracias liberales, no porque sean perfectas, sino porque son el sistema menos malo de gobierno al poner cada cuatro años el poder en manos de los gobernados. Jorge Luis Borges, admirador de las dictaduras militares del cono Sur y, en particular, de Augusto Pinochet (recuerdo su discurso “La clara espada y la furtiva dinamita”), decía que la democracia es un “abuso de la estadística”. Y es cierto. Como está demostrando el resultado de las últimas elecciones en Estados Unidos, la estadística también puede equivocarse, lo cual no significa que sea ilegítima. Y aunque la democracia puede equivocarse en sus elecciones, la autocracia es siempre un error, cuando no un horror. Sea de izquierdas o de derechas es siempre desastrosa. Ante la incertidumbre del mundo contemporáneo y el descrédito de una clase política que en muchos casos ha mirado más por su propio interés que por el de los gobernados, vemos ahora el ascenso de modelos autoritarios que se atribuyen la representación de toda la sociedad (siempre que toda la sociedad se anime a parecerse a ellos, y en caso contrario deberá ser purgada). Yo soy un socialdemócrata, y sobre todo un demócrata convencido. “Viví en el monstruo y le conozco las entrañas”, diría Martí, pero en mi caso fue el monstruo de la autocracia, donde un señor se atribuía el derecho no sólo de gobernar en mi nombre sino de pensar en mi nombre. Él sabía cómo fabricar diez millones de toneladas de azúcar, inundar la isla de leche fresca, superar en veinte años el ingreso per cápita de Estados Unidos o convertir la pequeña isla en una potencia biotecnológica mundial. Y si no lo conseguía, era especialista en encontrar oportunos culpables. Si lo anterior es cierto, y no creo que ningún cubano me desmienta, me resulta incomprensible que millones de compatriotas hayan votado por Donald Trump, un señor que nunca admite un error, que se considera en posesión de la verdad, incluso cuando invita a sus compatriotas a beber cloro para matar al coronavirus, que se considera a sí mismo, sin ruborizarse, el mejor presidente de los Estados Unidos, incluyendo a Abraham Lincoln y los padres fundadores. Un hombre que miente a conciencia y falsea o retuerce los datos para apuntalar su narrativa. Un hombre que desprecia a todo el que no sea blanco, anglosajón y rico. Que considera a los inmigrantes latinoamericanos come gatos una panda de violadores y parásitos. Un hombre cuyos mejores amigos son Vladimir Putin y Kim Jong Un, a los que admira, amigos a su vez de Díaz Canel, el sin… botones, porque su panza ha hecho saltar ya varias camisas. Y que desprecia a las democracias occidentales legítimamente electas. Un delincuente juzgado y condenado, con numerosas causas pendientes, que se ha presentado a la reelección como alternativa a la cárcel. Que no acepta las reglas del juego democrático y las impugna cuando pierde, no cuando gana. Y que sería capaz de saltarse la constitución si eso le permitiera postularse para un tercer mandato o convertirse en emperador de América, quien sabe. (Acudan los desmemoriados a aquel discurso de Fidel Castro “¿Elecciones para qué?”, del primero de mayo de 1960, que marcó el fin de la democracia en Cuba. Ya él tenía el poder y gobernaría para siempre en nombre del pueblo). Y si Donald Trump es el mejor presidente de la historia, ¿para qué necesitarían los norteamericanos nuevas elecciones? Repito, ¿nada de eso le resulta familiar a los cubanos?  Cuando elige para los cargos más importantes de la nación a ignorantes antivacunas (Salud Pública) o empresarios de la lucha libre (Educación) sólo por su fidelidad política y no por su cualificación para el puesto, ¿tampoco le recuerda esto a los cubanos el ministro ignorante o el director estúpido, pero ambos con carné del partido y méritos políticos de perrillo faldero? Cuando Trump afirma sin ruborizarse que la culpa de los problemas de América la tienen los demás, ¿no se parece a aquello de que la culpa siempre la tiene el imperialismo? Cuando Donald Trump clasifica a los norteamericanos en patriotas que lo apoyan y enemigos de la patria, ¿no le resulta familiar a los cubanos?  

Es cierto que la inteligencia artificial puede entrañar grandes ventajas, pero también grandes peligros. Pero con la inteligencia natural ocurre lo mismo. 





La posibilidad de lo imposible

28 06 2024

Escobar, Froilán; La noche bella no deja dormir,

Ilíada Ediciones, Versión Kindle, 2023. 156 pp.

La noche bella no deja dormir es una novela imposible que Froilán Escobar ha hecho posible. Las razones son cuatro: la rehumanización del mito; la abolición de las fronteras entre el personaje privado y el personaje público; la instalación del protagonista en un tiempo fluido donde pasado, presente y futuro se interdigitan, y la injerencia mutua entre el espacio objetivo de los hechos y el espacio simbólico de la escritura.

La novela de Froilán Escobar nos acerca a los últimos días en la vida de José Martí, desde su desembarco en Playitas de Cajobabo hasta Dos Ríos, pero esta es una descripción insuficiente porque el tiempo de la narración se expande hacia el pasado e incluso hacia el futuro, del mismo modo que las acciones van mucho más allá de lo meramente argumental.

Todos los cubanos, desde el busto de yeso que presidía la escuela hasta los discursos de yeso de los políticos, tenemos una imagen más o menos estereotipada de quien ha sido llamado Maestro, Apóstol, Prócer de la Patria, etc. El discurso martiano es no sólo uno de los más prolíficos del continente americano, sino también notable por su diversidad y sus enfoques en ocasiones ambiguos o contradictorios. Eso ha permitido a ideólogos de cualquier signo construir un Martí de referencia a su imagen y semejanza. (De Karl Marx dijo que “Como se puso del lado de los débiles, merece honor”, aplauso de los marxistas, y que “Espanta la tarea de echar a los hombres sobre los hombres”, aplauso de los antimarxistas, por ejemplo). Y también permite que cualquiera tenga su propio Apóstol tan fosilizado como aquel busto de yeso.

Frente a ese José Martí “ejemplar”, Escobar nos presenta un hombre enfermo, cansado, adolorido, no sólo de los pies o de las llagas, sino también del alma. La rehumanización del mito pasa por la presencia física de ese ser menudo, hecho a la ciudad y no a las serranías, que jadea montaña arriba cargado con su fusil, su pistola y su pesada mochila. Quiere demostrar que es también el hombre de guerra que no será nunca, como pronto sabremos, para demostrar a sus críticos que no es sólo un piquito de oro que invita a los demás al sacrificio, como dice el himno nacional “A las armas valientes corred” y no “corramos”, algo que observó en su día Nicolás Guillén. Ese Martí que para discutir de tú a tú con los generales de todas las guerras necesita que lo reconozcan, sino como a un igual, al menos como a un compañero de armas a quien asiste el derecho de los que se juegan la vida. Aunque desde la adolescencia lo haya arriesgado todo por la libertad de Cuba. Y ahí aparece como un fantasma recurrente Carmen Zayas Bazán, la esposa, la madre de su hijo que le reclama atención y manutención, porque un hijo es un compromiso inalienable que, según ella, no acepta como excusa la patria. Escobar no elude el conflicto: sacrificarlo todo por la patria puede resultar generoso, altruista quizás; pero abandonar sin recursos a su esposa y al hijo que nació sin que nadie le pidiera permiso no tiene tan buena prensa. Es difícil localizar con exactitud dónde queda la frontera entre la patria como deber y sacrificio, y la patria como vocación mesiánica de un hombre obsesionado por su papel en la historia, y no hablamos, desde luego, de eso que Fidel Castro, el apicultor en jefe, llamó “las mieles del poder”. La muerte evitó que José Martí alcanzara esas mieles que pueden provocar la diabetes de la corrupción. Cómo habría sido el Martí Presidente de la República es algo que jamás sabremos. La muerte lo sorprendió en su momento de luz, evitó que se fuera apagando con la niebla del tiempo.

El autor de La noche bella no deja dormir no elude conflictos. Aunque los de la carne no han sido nunca en Cuba pecados mortales, bucear en los pensamientos de Martí sobre su María de Guatemala, la niña de 16 años, “dicen que murió de amor”; o los 16 años de Modesta, la jovencita de la Sierra que “se puso zapatos y túnico nuevo para recibirlos”, con la que el Martí de 42 años mantiene un escarceo que no pasa a más por las premuras de la guerra, todo invita a un juicio contemporáneo en clave de pedofilia, aunque hace un siglo una relación de ese tipo fuera algo habitual. O los amores furtivos con su otra Carmen, la esposa de Manuel Mantilla, postrado en una silla de ruedas, que más tarde reconocería como propia a María, la segunda hija de Martí. Ese Martí que la ortodoxia patriótica de yeso prefiere escamotear a la púdica mirada de los ciudadanos.

El José Martí de los libros de texto se centra en el personaje público al servicio del ideal independentista o circunscrito a esferas profesionales: el periodismo literario, la poesía precursora del modernismo, el discurso latinoamericanista. En cambio, este Martí asciende Loma Pavano asediado por una suma promiscua de conflictos públicos y privados: su relación con los viejos generales, la necesidad de prevenir a la futura república del caudillismo autoritario, la contestación a sus críticos, el posible regreso a Estados Unidos para recaudar fondos y concertar expediciones (“iba vestido de población” en el momento de su muerte, nos cuentan), la relación con los soldados y con los ciudadanos que va encontrando a su paso, los compromisos de paternidad incumplidos, sus amores y sus deberes, los reproches de una Carmen y los halagos de la otra, las niñas de Guatemala o de la Sierra que insisten en su memoria, la difusa sensación de culpa, la madre distante y admonitoria, el incierto destino de una república que se balancea entre la metrópoli y la anexión, y la lucha contra sus propias limitaciones físicas. La abolición, en suma, de las fronteras entre el personaje privado y el personaje público.

A esto contribuye en no poca medida la construcción formal de la novela que se mueve entre el narrador omnisciente o semiomnisciente en tercera persona y el discurso indirecto libre, aproximándose en ocasiones al flujo de la conciencia. Este punto de vista introduce al lector en la intimidad del personaje. No se trata de la figura histórica a la que estamos habituados, colocada por la historiografía en la distancia, sino de un ser próximo, tangible, a nuestro alcance en su humana dimensión transitada por sus angustias y sus contradicciones.

Otro de los hallazgos que invisten a esta novela imposible es la instalación del protagonista en un tiempo fluido donde pasado, presente y futuro se interdigitan. Si bien el curso de los acontecimientos desde el desembarco hasta la muerte es el hilo temporal que vertebra la historia, los continuos flashback y flashforward, la intromisión del protagonista en un tiempo que todavía no ha ocurrido, permiten al personaje atisbar su muerte, las heridas que deforman su cadáver, la autopsia, los sucesivos enterramientos y exhumaciones e incluso la identidad de su asesino. Los tiempos se superponen, se solapan, de modo que Martí puede convocar la presencia de Modesta mientras María García Granados toca al piano una pieza de Arditi. El tiempo se ensancha o se encoge, regresa una y otra vez subrayando ciertas obsesiones. El tiempo recurrente siembra de pautas el fluir de su conciencia y pespuntea en la percepción del lector los hitos existenciales del personaje.

El último de los factores que hacen posible esta novela imposible es la injerencia mutua entre el espacio objetivo de los hechos y el espacio simbólico de la escritura. Si bien los acontecimientos de esos últimos días van sucediendo de una manera aproximadamente cronológica en lo que podríamos llamar, no sin precauciones, el plano de la realidad; existe otra realidad tan potente como la objetiva que nos arrastra hacia un espacio simbólico, y es la escritura del diario donde los acontecimientos se van filtrando de un modo nada facsimilar. Si bien hay referencias textuales al documento original, el diario escrito por Martí, existe ese otro diario que de alguna manera se escribe por su cuenta y donde aparecen incluso los detalles de su muerte. En ocasiones es el diario quien escribe a su autor, y no escasean los guiños cuando la textualidad de lo escrito difiere de la literalidad de los hechos. José Martí ha vivido toda su vida entre la realidad de un país sometido y la ficción de una patria libre. Entre las pequeñas miserias de lo cotidiano (estrecheces, enfermedad, incomprensiones, agravios) y la ficción de un apostolado luminoso. Entre las prosaicas servidumbres de la realidad y el fulgor de su propia escritura. Éste juego de espejos entre la realidad vivida y la realidad contada tiene aquí su expresión más obvia entre el angustioso ascenso de la montaña que convoca toda su debilidad humana, sus males y sus dolores, y la perfección de la palabra escrita.

Persistir durante toda la novela en el flujo de la conciencia martiana era, sin dudas, un peligro. Podría extenuar la atención del lector. Por suerte, Escobar salva el escollo con la irrupción de documentos, referencias, poemas, intervenciones de otros personajes que vienen desde el pasado, que aparecerán en el futuro pero ya constan en este presente, o de aquellos que acompañan al protagonista en sus últimos días: la inocente sensualidad de Modesta, el léxico singular de Marcos del Rosario, las recurrentes intervenciones de Máximo Gómez (¿Le pasa algo?), donde cabe toda su inquietud, su preocupación y su desasosiego. O la cortante presencia de Maceo: ¿Pero usted se queda conmigo o se va con Gómez? Y, desde luego, la excelente textura, la construcción minuciosa, el aliento poético de la palabra que es ya una seña de identidad en la literatura del autor.

Una novela, en suma, que nos aproxima desde una perspectiva singular a uno de los personajes más extraordinarios de la historia cubana. Una novela que consigue desenfardelar el cuerpo momificado del mito hasta revelarnos al ser en la plenitud de su dolorosa humanidad.

https://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/la-posibilidad-de-lo-imposible-344107





Aproximaciones a la represión I

3 04 2024

Cubaencuentro.com 01/02/2024

https://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/aproximaciones-a-la-represion-i-343534

Días atrás tuve la ocasión de participar en una conversación (no llegó a discusión, algo loable entre cubanos) sobre la represión en Cuba: su existencia (o no, o cuándo), sus variaciones, ámbito, alcance y continuidad a lo largo de seis décadas.

Según algunos, la represión ha existido desde 1959 hasta hoy. Según otros, en los años 80 nunca se percataron de que existiera. Un tercero argumentó que para sus padres, fidelistas incluso sin Fidel, la represión era una calumnia de la prensa enemiga y en respuesta aportaban numerosos ejemplos de represión siempre más allá de la plataforma insular cubana. Y muchas otras opiniones intermedias que consideraban factores como el tipo, la intensidad o el contexto. Al parecer, mientras existe unanimidad sobre el carácter de la represión nazi, el gulag, la revolución cultural china, los malos hábitos del Ku Kux Klan sureño o las matanzas de los jemeres rojos en Camboya, cuando se habla de la represión en la Isla los propios cubanos manifiestan una considerable diversidad de opiniones.

En el diccionario de la Real Academia se define la represión como “Acto, o conjunto de actos, ordinariamente desde el poder, para contener, detener o castigar con violencia actuaciones políticas o sociales. Acción y efecto de reprimir”. Y entre sus sinónimos incluye: “opresión, coacción, castigo, sometimiento, dominación, contención, prohibición, dominio”. Curiosamente, allí aparece, también, otra definición: “Acción y efecto de represar”. Y, efectivamente, reprimir es también represar: confinar en un espacio mínimo aquello que no deberá desbordarse a juicio de los represores.

Como todos sabemos, la represión está en la naturaleza de cualquier Estado, es parte de sus funciones para el mantenimiento del orden y la impartición de la justicia, así como evitar que se infrinjan las normas del contrato social. Ahora bien, aquí no hablaremos de esa represión intrínseca y respetuosa de las leyes, sino de la represión que viola de manera flagrante la Declaración universal de los derechos humanos.

¿Existen entonces diferentes verdades, todas ellas aceptables, sobre la naturaleza de la represión en Cuba durante las seis últimas décadas o, por el contrario, sólo existe una verdad sustentada por los hechos objetivos?

Si vamos a los hechos objetivos, la represión en la Cuba castrista ha perdurado desde el primer minuto hasta hoy, aunque podríamos considerar que su naturaleza respondió a diferentes etapas:

A vida o muerte: Los juicios sumarísimos a los esbirros batistianos no siempre contaron con todas las garantías procesales (y esto no es un alegato de inocencia). O el juicio a los pilotos de la Fuerza Aérea que bombardearon la Sierra Maestra y cuyo resultado Fidel Castro anuló personalmente hasta obtener el veredicto de culpabilidad y las largas penas de prisión que él deseaba. Incluso aquellos compañeros de armas que, decepcionados, se hicieron a un lado o pasaron a la oposición, sufrieron condenas draconianas, aunque se eludiera la pena capital. Una advertencia de Fidel Castro a sus propios lugartenientes, pero sin aterrarlos (un hombre aterrado puede ser muy peligroso): sé fiel y Dios te premiará. Posteriormente, durante la guerra contra los focos insurgentes del Escambray y otras zonas montañosas, se produjeron asesinatos extrajudiciales, penas desproporcionadas por delitos de colaboración, e incluso el desplazamiento forzoso de los campesinos del Escambray a Ciudad Sandino, en el extremo occidental, un remake de la reconcentración de Valeriano Weyler y las “aldeas estratégicas” de las tropas norteamericanas en Vietnam. En los momentos previos a la invasión de Playa Girón, decenas de miles de cubanos que no habían cometido delito alguno, pero que el Estado consideró posibles o presuntos quintacolumnistas, se confinaron en el Presidio Modelo de Isla de Pinos y las instalaciones fueron minadas. En caso de que la invasión se produjera por esa zona, la orden era volar el Presidio para evitar que aquellos hombres y mujeres se unieran a la fuerza expedicionaria. Como diría Maximilien  Robespierre en su Teoría del gobierno revolucionario,  “El gobierno revolucionario debe a los buenos ciudadanos toda la protección nacional; a los enemigos del pueblo no les debe sino la muerte”.

Con la revolución, todo, contra revolución, ningún derecho. Este lema totalitario del castrismo temprano marcó la naturaleza de la represión durante los siguientes lustros: el Estado se atribuyó el derecho de decidir desde las opiniones admisibles hasta el corte de pelo, la sexualidad, la fe, los derechos laborales y sociales, el arte, la familia, las limitaciones a la propiedad (de la vivienda, de tus propios hijos), y sancionó toda heterodoxia. Los creyentes y los homosexuales serían reeducados en las UMAP. El poeta Padilla se arrepentiría sudoroso de sus herejías pasadas y mi amigo Rafael Saumell cumpliría cinco años de prisión por escribir un libro. Durante este período, las penas de muerte fueron la excepción y no la regla. Y me refiero a la muerte física, no a la muerte en vida que sufrieron todos aquellos condenados por sus obras, sus opiniones, su fe o su naturaleza. Fidel Castro conocía de primera mano el precio que puede pagar una dictadura por arrojar cadáveres en las cunetas. Dominaba como pocos el arte de la imagen y se consideraba a sí mismo un referente mundial de la izquierda. Para algunos cubanólogos de sol y playa posiblemente lo fuera. Pero llegado el momento, no dudaba. Si con ello evitaba una condena internacional por narcotráfico, fusilaba al general más condecorado y a algunos sicarios de su policía política. Si con ello se evitaba un nuevo Mariel, fusilaba en 72 horas a un par de jóvenes que secuestraron una lancha sin daño alguno para los pasajeros. O evitaba condenar a quienes hundieron el remolcador 13 de Marzo con medio centenar de personas adentro. La caída del muro de Berlín y el desmoronamiento de la Unión Soviética convirtieron al referente en referencia bibliográfica. Su “revolución” comenzó a hablar exclusivamente en pasado. Posiblemente el cierre tardío de esta etapa haya sido la Primavera Negra de 2003, cuando tribunales sin la más mínima garantía procesal repartieron 1400 años de prisión entre 75 activistas, disidentes y periodistas. Dicen que el mejor disolvente para el barniz es el alcohol, pero en este caso es el terror, hasta el punto de que José Saramago, fiel escudero del castrismo, se vio obligado a admitir que “hasta aquí hemos llegado”.

La camarilla de los compinches. De aquella “revolución” que se proclamó “verde como nuestras palmas” y era verde como el melón, ya sólo quedan las letanías nostálgicas del diario Granma. El gobierno de los compinches ya no es referente ideológico de nada ni para nadie. Su única ideología es sobrevivir y robar todo lo que se pueda antes del derrumbe final. Como no convencen, vencen (de momento) apoyados en sus cuadrillas de esbirros. Saben que carecen de toda legitimidad y por eso se muestran menos puntillosos con la heterodoxia. Si un escritor publica una novela non santa o hace declaraciones, si un académico publica un artículo demoledor o un músico recoge la indignación popular, intentan no darse por aludidos. Para su mal, Internet y las redes sociales les han arrebatado el monopolio que conservaban desde Gutenberg y Cubavisión. De modo que se ocupan, extintor en mano, de sofocar pequeños incendios mediante cortas pero recurrentes detenciones, acoso, invitaciones al exilio, alguna paliza y penas de cárcel superiores llegado el caso. Todo para evitar otro 11 J. Conocedores de su ilegitinidad, no soportarían una explosión masiva de descontento. Por eso alientan el éxodo. Medio millón, principalmente de jóvenes cubanos, huyeron del país en 2023. Confían en que una población de ancianos desnutridos solo salga a la calle para despedirse. Medio escalón por encima de Corea del Norte en su vocación represiva, ni siquiera infunden temor fuera de sus fronteras. El país que exportaba guerrillas ahora es sólo el mayor exportador mundial de cubanos. (Enviadores de remesas en estado larval que, bien explotados, pueden ser una buena inversión para los compinches). Tienen menos escrúpulos que nunca antes y no dudarían en asesinar si hiciera falta, pero saben, como don Corleone, que eso es malo para los negocios.

Vistos los hechos anteriores, ¿no deberíamos tener todos la misma opinión sobre la represión en Cuba? Eso es algo de lo que me ocuparé mañana aunque necesite echar mano a dos filósofos ingleses: Roger y Francis Bacon.





Aproximaciones a la represión II

3 04 2024

Cubaencuentro.com 02/02/2024

https://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/aproximaciones-a-la-represion-ii-343544

Durante la segunda mitad del siglo XIII, el monje y filósofo inglés Roger Bacon escribió Opus maius, un volumen de múltiples contenidos pero que esencialmente trataba sobre el error. Bacon atribuía los errores humanos  a cuatro problemas que, en conjunto, él llamó offendicula, es decir, impedimentos u obstáculos a la verdad:

1-La tendencia a encubrir la ignorancia propia fingiendo conocimiento

2-El poder persuasivo de la autoridad

3-La adhesión ciega a la costumbre

4-La influencia de la opinión popular

Más de trescientos años después, otro Bacon, Francis, habló de lo mismo, y llamó “los cuatro ídolos” a las fuentes del error humano:

1-El ídolo de la tribu: hábitos cognitivos universales propios de la especie humana

2-El ídolo de la caverna: el chovinismo que nos lleva a1 desconfiar de todo lo que no proceda de nuestro propio clan

3-El ídolo de la plaza del mercado: lo que el otro Bacon llamó “la opinión popular”

4-El ídolo del teatro: las falsas doctrinas difundidas por la autoridad religiosa, científica o filosófica (añadiríamos la política) y que no se discuten dado “el poder persuasivo de la autoridad” al que hacía referencia el otro Bacon.

De modo que si analizamos las opiniones de los cubanos sobre la represión en la isla, deberíamos considerar varios factores. El primero de ellos es que para más del 90% de los cubanos que vivieron a su edad adulta el advenimiento de la “revolución” en 1959 y observaron su devenir en los años 60, ésta constituía un proceso emancipador de los males que asolaban a la República desde su nacimiento en 1902: nepotismo, caudillismo, enriquecimiento ilícito, corrupción, violencia política y escaso interés por el destino de los más vulnerables. Se abría una nueva era en la cual Cuba sería, citando a Martí, “con todos y para el bien de todos”. Y las nuevas leyes parecían corroborarlo: la ley de reforma agraria, la ley de reforma urbana, la universalización de la atención sanitaria y de la educación. Aunque al mismo tiempo se derogaran las libertades fundamentales, empezando por el derecho a decidir; las libertades de expresión y reunión y, progresivamente hasta culminar en 1969, la libertad económica. Por eso no es raro que una buena parte de la población se adhiriera al segundo punto de Roger Bacon y “el poder persuasivo de la autoridad” fuera asumido de modo bastante acrítico. Sería lo que el otro Bacon llamaría “el ídolo del teatro”, dadas las falsas doctrinas difundidas por la autoridad. Es hasta cierto punto comprensible que las personas de esa primera generación insistan en su percepción, en algunos casos hasta hoy. De lo contrario, sería como asumir que toda su vida ha sido un timo. Por otra parte, al tratarse de una opinión compartida, pesan en ello los últimos puntos de Roger Bacon: “La adhesión ciega a la costumbre” y “La influencia de la opinión popular”. Unos postulados que esta primera generación transmitió sin dudarlo a sus hijos, aunque estos, con el paso del tiempo empezaran a cuestionar las explicaciones recibidas.

No todos, desde luego, respondieron de la misma manera a esas exhortaciones a la obediencia, aunque algunos, por razones de conveniencia y para facilitar su ascenso en el escalafón, echaron mano al primer postulado de Roger Bacon: “La tendencia a encubrir la ignorancia propia fingiendo conocimiento”, o, en el peor de los casos, la tendencia a encubrir el conocimiento de la represión fingiendo su inexistencia.

Fidel Castro manipuló con muchísima eficacia el chovinismo. Primero, se dotó de un enemigo a su altura, es decir, a la altura que el mismo se atribuía. Estados Unidos era el causante de todos los males y cualquier acusación al nuevo régimen debería ser desestimada, justamente porque provenía del enemigo. Nuestra tribu debería en todo caso reafirmar nuestra razón con respecto a la razón ajena, aun cuando ignoráramos numerosos detalles e incluso si había pruebas en contra. Alguna explicación tendría que haber y la confianza en nuestros líderes tendría que ser superior a las dudas que nos suscitaran los argumentos en su contra. El ídolo de nuestra caverna es siempre más creíble que cualquier objeción de sospechoso origen. Incluso si tiene signos de veracidad.

Para el ciudadano medio es siempre más confortable descansar sus opiniones y criterios en una opinión superior, sea Dios, el cura de la localidad, el padre, el presidente, o Fidel Castro. La confianza se convierte en prueba una vez que aceptamos la autoridad moral de quien la emite.

Otro elemento importante es el punto de la ecuación en que se encuentra ese ciudadano que juzga la existencia o no de represión. Un campesino que recibe en 1960 una parcela de tierra y cuyos hijos tienen la oportunidad de estudiar en la ciudad, no valorará la represión del mismo modo que el propietario de un pequeño o gran negocio que fue expropiado por las nuevas leyes revolucionarias. Y no reaccionarán del mismo modo al valorar la existencia de represión los hijos de ese empresario, que los hijos del campesino anterior. Un homosexual que pasó por las UMAP no tendrá la misma visión que un heterosexual ignorante de aquellas circunstancias. O los hijos de los presos políticos. O los creyentes represaliados.

Ahora bien, en la medida que el nuevo gobierno ofrece posibilidades de estudiar y fomenta la aparición de jóvenes más cultos, estos no aceptan con la misma pasividad al “ídolo del teatro” con el “poder persuasivo de la autoridad”. En tanto que jóvenes, y en tanto que cultos, no se adhieren del mismo modo a la opinión pública ya formada, o a la presión social, sino que desarrollan su propio carácter contestatario. Y esto es, obviamente, mucho más acusado en las generaciones posteriores, aquellas para las cuales la “revolución” no representa ningún referente ideológico, o ningún referente de ningún tipo. O es, precisamente, referente de todo lo contrario.

Por otra parte, la “adhesión ciega a la costumbre” también varía con el paso del tiempo, sobre todo en un país que ha perdido todos sus referentes y se encuentra en un acelerado proceso de descomposición. Esto podría explicar que converjan las opiniones actuales de diferentes generaciones y contextos.

En cuanto al “ídolo de la tribu: hábitos cognitivos universales propios de la especie humana”, hay que considerar las dificultades de todos los seres humanos para cambiar de opinión y los sesgos cognitivos que nos hacen persistir incluso en el error, a pesar de evidencias en contra que vayan desmontando las bases de esa certeza.

Por todo ello, no es raro que entre nosotros, tras un larguísimo periodo sometidos al “ídolo del teatro” y los efectos de la opinión pública, haya una diversidad de opiniones respecto a la represión, y aunque existen circunstancias objetivas, hay versiones de la verdad que siguen siendo individuales, intransferibles.





Una lección de Historia

3 04 2024

Cubaencuentro.com  04/12/2023

https://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/una-leccion-de-historia-343301

Es fácil descubrir la capacidad de reciclaje de los antiguos capos comunistas en Europa del Este. Los mismos que en su día aplastaron cualquier atisbo de democratización y satanizaron el mercado han devenido entusiastas “demócratas” y oligarcas.

El imperio del KGB en Rusia encabezado por Vladimir Putin, el nuevo zar, y su escudero Aleksandr Lukashenko en Bielorrusia. La nomenklatura reciclada en Moldavia y Macedonia, Albania, Bulgaria, Rumanía, Serbia y Montenegro  ha emergido de sus rojas crisálidas como flamantes mariposas del libre mercado.

Vista la naturaleza de esas transiciones y el pedigree de sus protagonistas, es instructivo leer, 118 años después, el documento “Los veteranos de la independencia al pueblo de Cuba”, que  nos ofrece una idea sobre el calibre moral, la sabiduría y el buen juicio de quienes construyeron la patria cubana no con discursos ni proclamas, sino con su sangre. Un documento que hoy me gustaría compartir y que no requiere mayores explicaciones.

 

“Los veteranos de la independencia al pueblo de Cuba”, Octubre 28 de 1911

Conciudadanos:

Un gran movimiento de conciencia nacional agitó a la sociedad Cubana. Los veteranos lo inician y el pueblo cubano lo mantiene; la justicia lo preside; lo anima el patriotismo.

Cuando el 20 de mayo de 1902 la adorada bandera de los cubanos, saludada por todas las naciones, flameó sobre las fortalezas seculares, tras medio siglo de luchas desesperadas y gloriosas, los supervivientes de la legión libertadora, al calor de generosos y puros sentimientos estrecharon sobre su corazón a sus compatriotas; y unidos los cubanos bajo el lema de «La República con todos y para el bien de todos», comenzaron la vida dignificada, de un pueblo libre.

Rotas las cadenas, las servidumbres abatidas, el cubano, dueño al fin, de su Patria, alzó la frente al sol de un nuevo día de justicia, libertad y progreso; se arrancó del corazón las santas iras de la guerra y abrió las puertas de la nueva sociedad a todas las actividades humanas, sin amargas exclusiones. Al español que lo combatiera y al compatriota que lo traicionara, ofreció por igual sus fértiles tierras, sus ricas industrias, su comercio, sus talleres, sus libertades y el amparo de sus leyes.

El cubano, ante el enemigo vencido, borró la sombra del opresor, y ante el propio compatriota que le asesinara en la emboscada cerró los ojos y brindó a todos, por igual, con piadosa mano, cuanto poseía la tierra que había redimido y las libertades que había conquistado. Lo único que no podía, sin demencia, ofrecerles, era la dirección de la nueva República. No podían resguardar nuestra libertad los que la habían combatido; la sociedad cubana no podía erigir en jefes a sus propios enemigos.

El pueblo cubano quiso para guía de la nueva nacionalidad el probado patriotismo, y así lo expresó con voluntad soberana, al elegir sus primeros magistrados. Quiso que los cargos públicos fuesen como debe ser, para la aptitud, la idoneidad, la honradez y el mérito, no para la delincuencia. ¿Cuándo, en qué país, ni con qué pretexto de igualdad, se ha visto premiada la traición contra la Patria?

Si en la igualdad ante la Ley pudieran, monstruosamente, confundirse el bien y la perversidad, que la conciencia universal y las leyes han separado, ni tendría castigo el delito ni estimulo la virtud, y la sociedad desquiciada en su fundamento moral, sin tradiciones, sin bandera y sin ideales, caería deshonrada ante las más groseras fuerzas de la bestialidad humana.

Aquellos malos cubanos que alzaron sus manos contra Cuba, no ya conformes con el perdón de sus crímenes, se dedicaron, con diversas intrigas, a reconquistar en la República un predominio que, de subsistir, haría al pueblo cubano bajar humillado la frente, encendida por el rubor y la vergüenza. Alejándose casi siempre de los pueblos que fueron testigos de sus maldades, alistándose sigilosamente bajo los banderines de los partidos políticos y contaminando todo cuanto tocaron, han ido escalando aquellos puestos que debieron reservarse a los cubanos que carecen de manchas en su vida, a extremo tal que algunas localidades sufren la desdicha de tener como representante de la autoridad, a guerrilleros viles que en los aciagos días de la guerra gozaban en arrastrar por las calles, frente a las familias cubanas enloquecidas, los cadáveres ensangrentados de los mártires de Cuba.

BASTA YA DE MONSTRUOSA TOLERANCIA… De hoy mas nuestra pasividad sería imprevisión, deshonor, y cobardía. La República firme y fuerte después de tantos años de resignación, debe consagrar algunas energías a separar de la administración pública a los que traicionaron a la Patria.

La Ley Penal de Cuba, promulgada en la época revolucionaria, comprendía en el delito de traición, castigado con la muerte, al espía, al guerrillero, a todo cubano que, bajo bandera española, combatía contra Cuba, o de un modo directo favorecía al progreso de las armas enemigas. Y aun el mismo Código Penal español, todavía vigente en Cuba, define al traidor diciendo, con admirable concisión: «el que tomare las armas contra la patria bajo bandera enemiga».

Y si la ley Penal aquí vigente fija el concepto universal del traidor a la Patria, como un crimen tan horrendo que para él todos los pueblos de la tierra forjan la cadena perpetua y alzan la horca, ¿cómo vamos a tolerar que los traidores, adueñándose cautelosamente de la administración de la República puedan volver a traicionarla y hundir su acero en el corazón de Cuba? Cómo hemos de legar a la nueva generación con la muerte de nuestros mejores sentimientos, el ejemplo pavoroso y funesto de entregar ahora en nombre de una igualdad mentida y de una concordia vergonzosa, el dinero público, los honores y la autoridad de Cuba, a aquellos mismos siniestros guerrilleros ¡No!

Lejos está de nosotros la idea de que se les aplique hoy el castigo a que se hicieron merecedores, porque con el último disparo que consagró la victoria, se proclamó como principio fundamental para el porvenir, el perdón de todos los agravios para restablecer con la paz moral de los espíritus, el equilibrio social perturbado; pero ni entonces ni después se reconoció como un dogma confiar a la traición la obra del patriotismo. ¿Qué menos puede pedirse a nuestro enemigo de ayer, amigo interesado de hoy para medrar a la sombra de las instituciones republicanas, que la renuncia de todo cargo público, que ni moral ni legalmente tiene derecho a desempeñar? Puede, sí, vivir en Cuba como ciudadano o como extranjero, al amparo positivo de nuestras leyes protectoras, que defenderán su vida, su hacienda y su libertad; pero jamás, sin lastimar la conciencia nacional, pretenderá dirigir los destinos de la República.

Los veteranos de la Independencia en este conflicto inevitable, no por ellos provocado, sino por el cinismo con que los réprobos se van apoderando de los puestos oficiales y del porvenir de la Patria, señalan a los Poderes de la nación las inhabilitaciones prescritas contra los cubanos de «mala conducta» por la Ley del Servicio Civil, e invocando la justicia, la previsión y el sentimiento patrio, acuden al corazón del pueblo cubano, porque sería absurdo y monstruosamente inmoral calificar de «buena» la conducta de aquellos cubanos que pelearon contra Cuba, realizando un crimen de lesa patria, castigado con la pena de muerte en todos los códigos del mundo.

Somos los primeros en guardar las leyes y el público sosiego, pero con tenacidad digna de la patriótica finalidad que perseguimos, lucharemos sin descanso hasta lograr el éxito completo, que en tan noble empresa habrán de secundarnos las autoridades y Poderes de la República, el pueblo de Cuba y esa generación joven, la mejor esperanza de la patria, y a la que los veteranos hemos de entregar, como precioso legado, el patriótico deber de velar porque no se mixtifique el amor a la nacionalidad cubana.

Nada pedimos para los Veteranos, aunque la miseria les hiera muchos hogares; sólo queremos que a los desleales sustituyan en los cargos públicos los cubanos que amaron a Cuba y los que no deshonraron su existencia; todos los cubanos, menos los que combatieron contra Cuba. Queremos, porque Cuba lo necesita más que ningún otro pueblo, que aquí siempre se execre la traición y se aprecie el patriotismo. Para los cargos de la República ya no deben confundirse los traidores con los patriotas. El que igualar pretenda a los demás cubanos al guerrillero vil tiene la conciencia de un guerrillero.

Qué los traidores aren en paz la tierra que sembraron de huesos cubanos, pero que jamás usurpen ni profanen los cargos de la República que tanto odiaron, los espías, los movilizados, los guerrilleros, los que profanaron el cadáver de Antonio Maceo y destrozaron la juvenil cabeza de Panchito Gómez, siniestros malvados cuya aparición en nuestros campos era para la familia cubana, la señal terrible del incendio, la bestialidad y la matanza, a cuyo furor brutal rodaban las ancianas cabezas y eran ahogados los sollozos de las madres y los gritos de la inmaculada inocencia.

Habana, 28 de octubre de 1911.

Por el Consejo nacional de Veteranos:

General Emilio Núñez Rodríguez, Presidente

General Silverio Sánchez Figueras, General Enrique Loynaz del Castillo, Coronel Cosme de la Torriente, General Juan E. Ducassi, General Manuel Alfonso Seijas, General José Miró Argenter, General Agustín Cebreco, General Carlos García Vélez, General Pedro Díaz Molina, General Hugo Roberts, General Francisco Carrillo Morales, General José Fernández de Castro, General Francisco de P. Valiente, General Carlos González Clavel, General Demetrio Castillo Duany, Coronel Manuel María Coronado, Coronel Agustín Cruz González, Coronel Aurelio Hevia, Teniente Coronel Casimiro Naya y Serrano, Coronel Manuel Lazo, Vicepresidentes.

Comandante Manuel Secades Japón, Secretario de Actas.

Coronel José Gálvez, Coronel Dr. Eulogio Sardiñas, subteniente Dr. Edmundo Estrada, Comandante Dr. Miguel A. Varona, Comandante Miguel Coyula, Vicesecretarios.

Teniente Luis Suárez Vera, Secretario de correspondencia.

Coronel José Camejo, Comandante Armando Prats, Coronel Enrique Molina, Teniente Emilio Ayala, Comandante Miguel Ángel Ruiz, Vice-secretarios.

Coronel Manuel Aranda, Tesorero.

Capitán Armando Cartaya, Teniente Coronel Justo Carrillo, Coronel Lucas Álvarez Cerice, Coronel Fernando Figueredo, Coronel José N. Jane, vice-tesoreros.

También sumaban su firma al histórico documento más de un centenar de oficiales que iban desde Generales hasta Tenientes.





Manifestarse, ¿contra quién?

3 04 2024

Cubaencuentro.com 10/11/2023

https://www.cubaencuentro.com/internacional/articulos/manifestarse-contra-quien-343212

A partir de la atroz incursión de los milicianos de Hammás, que se saldó con 1400 víctimas y más de 200 secuestrados entre la población hebrea, el ejército de Israel ha puesto en marcha devastadores bombardeos sobre la Franja de Gaza, preludio de la invasión con el propósito de exterminar a la organización terrorista y, posiblemente, absorber la zona.

Como consecuencia de estos hechos, en el mundo se han producido cientos o miles de manifestaciones en defensa del pueblo palestino, o del pueblo hebreo, o a favor de la respuesta militar de Israel, o en contra, e incluso a favor de Hammás.

Yo acudiría a alguna de esas manifestaciones, porque repudio por igual la barbarie de Hammás y los bombardeos indiscriminados de Israel donde la población civil aporta la mayor cuota de víctimas. Pero solo si se tratara de solidarizarme con el pueblo hebreo o con el pueblo palestino.

En el caso de Hammás, no repudio sólo la masacre perpetrada contra la población civil de Israel, sino también la perpetrada contra su propia población. El hecho de que sus centros de lanzamiento de misiles, sus bases militares, sus refugios, estén situados al lado o debajo de escuelas, hospitales, parques, piscinas y zonas residenciales, los espacios donde viven, aprenden o se curan los ciudadanos palestinos que ellos dicen representar y defender, resulta doblemente repugnante. Repudio también, especialmente, el hecho de que en el momento de realizar su incursión a territorio israelí y asesinar a civiles indiscriminadamente, supieran, porque de ninguna manera podían ignorarlo, que la respuesta de Israel sería contundente. Al emplear a sus propios ciudadanos como escudos humanos, sabían que el saldo de víctimas civiles sería pavoroso, y me temo que eso era justamente lo que buscaban: la foto de Israel como un estado genocida que masacraba sin compasión ancianos, mujeres y niños. Y el saldo informativo está a su favor: en cualquier noticia sobre la guerra en Gaza, tras un breve prólogo sobre la incursión de Hammás, se muestra in extenso lo que hoy es noticia: la destrucción de la Franja, civiles muertos y heridos, hospitales devastados. Es la imagen que queda fijada en nuestra memoria.

De modo que bajo ninguna circunstancia acudiría a una manifestación en apoyo de Hammás, no sólo por estos hechos, sino por tratarse de un grupo fundamentalista islámico que niega los valores y derechos universales.

Comprendo la ira, el dolor y la sed de venganza del pueblo hebreo. Pero no acudiría tampoco a una manifestación acrítica a favor de la respuesta militar israelí, porque sería como asistir a una manifestación en apoyo de Benjamín Netanyahu, tan culpable como Hammás de lo que ha ocurrido. Y no porque lo sorprendiera el ataque. Me explico.

Los Acuerdos  de Oslo (1993) entre Yasser Arafat, líder de Al Fatah, y el primer ministro israelí, Isaac Rabin, estipulaban la creación de “un gobierno autónomo provisional palestino” para Cisjordania y Gaza que a los cinco años diera paso a la resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, es decir, la creación de un Estado palestino vecino de Israel. La solución de dos estados soberanos, que estaba explícitamente formulada desde la Resolución 181 de 1947. Pero el sionismo más recalcitrante seguía soñando con expandirse hasta lograr el Gran Israel (Eretz Israel). La fundación de Hammás en 1987, dirigido por el imán Ahmed Yassin, introducía una pugna entre dos facciones palestinas. En 1994 Hammás se negó a formar parte de la Autoridad Nacional Palestina, y emprendió una campaña de atentados hasta conseguir que la población israelí rechazara mayoritariamente los Acuerdos de Oslo. El magnicidio de Isaac Rabin a manos del ultranacionalista Yigal Amir fue otro golpe a esos acuerdos.

Curiosamente, mientras Cisjordania, bajo la Autoridad Nacional Palestina, que acepta la resolución 242, es hasta hoy un protectorado; Israel ha permitido el poder absoluto en la Franja de Gaza de Hammás, que no acepta la resolución 242 y cuyo propósito es crear un Estado Islámico que abarcara Jerusalén, Gaza y Cisjordania. ¿Favorece el sionismo a Hammás, con la ayuda del Mossad? O peor, ¿ha apoyado y financiado al grupo terrorista?

No estoy revelando nada nuevo. El periodista israelí Amnon Abramovich ya culpó a Netanyahu de connivencia con Hammás. En 2009 The Wall Street Journal, muy lejos de ser pro palestino, hizo un reportaje sobre «cómo Israel ayudó a engendrar a Hammás» (https://www.wsj.com/articles/SB123275572295011847), donde un funcionario israelí destacado en Gaza explicaba que «Hammás, para su gran pesar, es creación de Israel». En 2019, el periódico israelí The Jerusalem Post publicó unas declaraciones del primer ministro Benjamín Netanyahu durante una reunión de su partido: «El dinero para Hammás es parte de la estrategia para mantener divididos a los palestinos». «Cualquiera que quiera frustrar el establecimiento de un Estado palestino tiene que apoyar el fortalecimiento de Hammás y la transferencia de dinero a Hammás». En 2020 Haaretz, otro medio israelí, informó de la visita del jefe del Mossad a Doha, donde «rogó a los cataríes que siguieran canalizando dinero hacia Hammás». De modo que hay que juzgar a Hammás por crímenes de guerra contra el pueblo hebreo, pero también a Benjamín Netanyahu por los mismos crímenes contra su propio pueblo.

El Likud, partido conservador de Benjamín Netanyahu, gobierna en coalición con tres partidos de extrema derecha (Sionismo Religioso, Poder Judío y Noam), y dos ultraortodoxos, el sefardí Shas y el askenazí Judaísmo Unido de la Torá. Lo mejor de cada casa. Para todos ellos, una excusa para vaciar la Franja de dos millones de palestinos es una oferta única. Su propósito a largo plazo es la expulsión de todos los palestinos, como el propósito de Hammás sería expulsar a todos los judíos, si tuviera los medios. Ambos extremos consideran que ese trozo de geografía le pertenece en exclusiva: la tierra prometida del pueblo judío, la patria ancestral del pueblo palestino. Y eso excluye al otro. ¿Cuál tiene razón? Ambos y ninguno.

El territorio en disputa fue parte de los imperios egipcio, asirio, babilonio (quienes deportaron a los israelitas VIP); de los imperios aqueménida y persa, derrotados por los ejércitos de Alejandro Magno y tras él los seléucidas; los imperios romano, bizantino, otomano, y tras la I GM, territorio colonial de los británicos.

Mil años antes de Cristo ya existían los reinos de Israel, al norte, y de Judá, con capital en Jerusalén, al sur. Desde Herodoto en el V a.C. consta la denominación de Palestina, como sustituto del término Canaán.  Fue tras la Rebelión de Bar-Kochba (132-136 d.C.), cuando el emperador Adriano desterró de la región a todos los judíos, y cambió el nombre de la provincia por el de Siria-Palestina, que con Constantino el Grande sería provincia cristiana y centro importante de la nueva fe. En el 634 d.C. los musulmanes árabes ocuparon y renombraron la región como Jund Filastin, Distrito Militar de Palestina. Como se ve, menos los aztecas, los mayas y Gengis Khan, por allí pasó todo el mundo. Cada uno podría reclamar su parcela, y tocarían a finquita por imperio.

Al término de la II GM, Naciones Unidas, sensibilizada por la barbarie del Holocausto,  adjudicó el área, con la aquiescencia de Gran Bretaña, al nuevo Estado de Israel, proclamada patria del pueblo judío. Pero obsequiaron el territorio con palestinos incluidos. El 14 de mayo de 1948 Israel declaró su independencia. Un día más tarde el nuevo país fue atacado por fuerzas combinadas de los países árabes vecinos; Gran Bretaña hizo mutis por el foro; la guerra fue ganada por Israel en catorce meses, y para 700.000 palestinos ocurrió la Nakba, la tragedia, su expulsión de los territorios; lo mismo que ocurrió a los judíos 1180 años antes. 

Hemos visto en los últimos meses nutridas manifestaciones de los ciudadanos israelíes contra Benjamín Netanyahu por su intento de pervertir el Estado de derecho y crearse una justicia a la carta. Incluso unidos contra la barbarie de Hammás, hay voces en el pueblo hebreo que condenan a su líder o siguen manteniendo que la búsqueda de la paz y la convivencia son posibles. En cambio, no conozco una sola voz entre los palestinos de Gaza que critique explícitamente las acciones de Hammás. Y eso dice mucho, no sobre lo que piensan unos y otros, sino sobre las respectivas libertades para expresarlo.

Entonces, ¿es la tierra prometida del pueblo judío o la patria ancestral del pueblo palestino? Las dos. Pero no en exclusiva. Y si ambos pueblos (no me refiero a los gobiernos, sean del signo que sean) quieren convivir en paz, el único modo es la existencia de dos estados independientes donde cada pueblo decida su destino. A una manifestación con ese propósito yo sí acudiría.





La voluntad divina

3 04 2024

Cubaencuentro.com 14/12/2023

https://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/la-voluntad-divina-343348

La diferencia crucial entre las sociedades premodernas y la nuestra no son los antibióticos ni la energía atómica, ni los viajes espaciales o Internet. Es la derogación de la voluntad divina.

Para las tribus de cazadores recolectores, para los griegos, los romanos y el resto de las sociedades premodernas, la vida era parte de una representación teatral cósmica. Diluvios y sequías, pandemias y guerras, eran parte del guión divino en el cual los hombres representábamos nuestro papel aunque ignoráramos el texto. Si vencían los griegos y no los troyanos, si morían de peste bubónica todos los miembros de una familia salvo uno, si la sequía excepcional nos obligaba a emigrar hacia tierras ignotas, todo era parte de un plan maestro que nosotros, míseros mortales, nunca alcanzaríamos a comprender. Sólo nos quedaba cumplir nuestro pequeño papel en la coreografía de los dioses.

Al poner al hombre en el centro, al asumir nuestra capacidad para cambiar el destino —vencer la pandemia, combatir la sequía con ingeniosos sistemas de riego, evitar las guerras— la sociedad moderna se evade del fatalismo divino. Eludir la voluntad de los dioses es nuestro éxito y nuestra condena. Podemos fabricar el destino. Pero al mismo tiempo no tenemos ningún ente superior en el que descargar nuestra responsabilidad. Usurpar el papel de los dioses nos otorga el poder y la culpa.

Si repasamos la historia de Cuba, desde las rebeliones de los vegueros en el siglo XVIII, pasando por las guerras de independencia, hasta las revoluciones del siglo XX y las manifestaciones del 11 de junio, los cubanos asumimos el protagonismo de nuestro destino siempre que el poder ominoso de los dioses locales rebasaba ciertos límites. Imponer la construcción del propio relato nos obligaba a derogar total o parcialmente la voluntad divina. Al mismo tiempo, ha coexistido con ello la pulsión contraria: huir. Desde los palenques de cimarrones hasta Kendall, siempre que la dictadura de los dioses parecía invulnerable, hemos optado por la distancia. Nada original. La historia de la humanidad es la crónica de sus emigraciones. O estaríamos aun apiñados en Sudáfrica de espaldas a un planeta despoblado.

Durante la primera mitad del siglo XX, varios axiomas apuntalaron la noción de que rebelarse contra los dioses era insensato: “Puedes hacer una revolución con el ejército, sin el ejército, pero nunca contra el ejército”. “Puedes hacer una revolución con los americanos, sin los americanos, pero nunca contra los americanos”. Ambos fueron derogados por la revolución de 1959. Venta de tren blindado y otras componendas aparte, se hizo contra el ejército. Y aunque no desde el primer minuto, también contra Estados Unidos, que se convertiría en el comodín para delegar todos los males: sequías, ciclones, escasez de penicilina y desaparición de la malanga. (Aquellas malangas de Oklahoma que ahora el bloqueo nos veta. Qué nostalgia).

Al mismo tiempo, Fidel Castro, nuevo Jehová del olimpo nacional, inoculó en nuestra imaginación su propio axioma: “Esto no hay quien lo arregle, pero no hay quien lo tumbe”. Su intento de convertirnos en hombres premodernos, sujetos a la voluntad divina, tuvo un éxito insólito, por su fijación y durabilidad, en la historia de la isla. Para ello se vio obligado a vencer, primero, la resistencia de los hombres modernos que se alzaron en armas contra la posibilidad de verse reducidos de nuevo a la obediencia divina. Sustituyó la prensa más o menos independiente por Revolución, Granma, Juventud Rebelde, Cubavisión, sagradas escrituras donde solo se admite la palabra revelada. Derogó los viejos dioses en nombre de una nueva religión presuntamente laica. Creó su propia corte de escribas y sacerdotes, encargados de mantener vivo el culto y difundir sus parábolas y milagros. A la manera del estamento eclesiástico medieval, confiscó tierras y otros medios de producción reduciendo a sus fieles al status precapitalista de siervos de la gleba cuyo destino depende de los humores del amo. Por último, construyó su cuerpo inquisitorial, la única institución eficaz del castrismo, dado que su propósito no es promover la felicidad de los fieles sino el temor a Dios. Y gracias a la combinación entre la fe y el miedo, la propaganda y el adoctrinamiento, la repetición incesante del nuevo catecismo y los sermones de siete horas, una buena parte de los cubanos creyó / creímos / cree que “esto no hay quien lo arregle, pero no hay quien lo tumbe”, y que el poder está dotado de omnisapiencia y omnividencia. Todo lo sabe y todo lo ve. Y eso lo hace invulnerable. Aunque no sea cierto, lo importante es que los fieles lo crean.

Durante mucho tiempo, cuando los sacerdotes del nuevo Dios eran incapaces de rebatir una duda, el argumento final era apelar a la fe en la palabra revelada, dado que el señor cuenta con datos que tú, mísero mortal, desconoces. Y ahí terminaba cualquier atisbo de dialéctica. Cuando alguien pronunciaba una herejía, siempre había una cautelosa mirada en busca de ojos, oídos y micrófonos. Omnisapiencia y omnividencia. Tomen nota.

Lo más curioso es que, crucificado Dios por el calendario, sus apóstoles han heredado, no la supuesta omnisapiencia, dado que en su gestión no aciertan ni por error, pero sí una presunta omnividencia que es el único y endeble sostén de su poder.

Si frecuentan un libro muy recomendable, Postguerra, de Tony Judt, descubrirán lo frágil que era ese último axioma en los “países hermanos” de Europa del Este y lo rápido que descubrieron en Berlín que un muro de piedra no era un “muro de ideas” y que en Bucarest bastaban unos pocos abucheos en la plaza pública para que el Dios local alzara el vuelo en su helicóptero poco antes de que su alma ascendiera hacia el olvido después del fusilamiento.





España: el ruido y la furia

3 04 2024

Cubaencuentro.com Madrid | 07/11/2023 9:37 pm

https://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/espana-el-ruido-y-la-furia-343195

Quienes abran hoy la prensa española, vean la tele o escuchen la radio, verán y escucharán que el presidente en funciones Pedro Sánchez, secretario general del Partido Socialista (PSOE), es un dictador, que quiere convertir el país en Venezuela (pero sin petróleo), que es un traidor a España, un corrupto, un peligro inminente para la nación si llega a la presidencia, dada su capacidad de hundir el país y, sobre todo, que España se rompe (por culpa de Sánchez, se entiende). Sobre esto último, he rastreado la frase “España se rompe” hasta 2007, cuando Sánchez ni siquiera asomaba, de modo que si España realmente se rompe lo va haciendo despacio. En cuanto a la calidad democrática del Estado español, según The Economist, el país se encuentra ahora mismo entre las 24 democracias más avanzadas y plenas; Freedom House lo clasifica como un “país libre” y la Fundación Aternativas le otorga 6,4 sobre 10 en calidad democrática, la nota más alta en los últimos 15 años.

¿A qué se debe entonces tanta sobreactuación y catastrofismo?

Para quienes no estén muy al tanto, España tiene una monarquía parlamentaria. No hay elección directa del Presidente. Los ciudadanos votan a las listas propuestas por los partidos políticos, esos votos se traducen en escaños y son los congresistas quienes votan en el Congreso para elegir al presidente, no aquel que obtuvo más escaños (a menos que obtenga la mayoría absoluta), sino el que reúna más apoyos, de su partido y de otros, para su investidura. Eso lo sabe el Partido Popular (PP) porque en las últimas elecciones locales y autonómicas del pasado 28 de mayo, en Canarias y Extremadura el Partido Socialista fue el más votado y sin embargo no gobierna, porque, legítimamente, el PP forjó coaliciones que sumaron más escaños. No obstante, le exige al PSOE que no sigan su ejemplo y renuncie a formar alianzas que le permitan alcanzar la presidencia.

El Partido Popular fue el más votado en las últimas elecciones y trató de formar gobierno, pero no consiguió los apoyos suficientes, dado que su compañero de baile, con el cual ya gobierna en varias comunidades autónomas, es Vox, un partido de extrema derecha que niega la violencia de género, el cambio climático, está contra la inmigración, contra los derechos a la comunidad LGTBI, contra la ley de muerte digna, contra la recuperación de la memoria histórica que permitirá a los descendientes de los asesinados durante el franquismo conocer el destino de sus restos, y Vox, además, lleva en su programa la eliminación de las comunidades autónomas y la recentralización del país (algo que es inconstitucional), así como perseguir y prohibir cualquier partido político que, desde su perspectiva, sea “contrario a España”, del mismo modo que el gobierno cubano considera un “ataque a Cuba” cualquier crítica a ellos. Obviamente, la inmensa mayoría de los partidos políticos con representación en la Cámara no habrían votado jamás a un candidato que se apoyara en estos señores. Y menos los partidos nacionalistas. La investidura fue, por tanto, fallida.

Le toca entonces el turno al presidente del segundo partido más votado, Pedro Sánchez, del PSOE, pero él tampoco cuenta con los apoyos suficientes y ya ha negociado la coalición con Sumar, más a su izquierda, y el apoyo de los partidos nacionalistas vascos y catalanes. Pero estos apoyos no son, desde luego, gratuitos. Nunca lo han sido. Varios presidentes anteriores han tenido que pactar concesiones a cambio de votos, y más aun tras la fragmentación del espacio político a costa del bipartidismo. ¿De qué concesiones hablamos ahora?

En el caso de Sumar, se trata de políticas laborales y de vivienda más a la izquierda de lo habitual en el PSOE. Pero lo que está centrando los discursos más beligerantes son las concesiones a los partidos nacionalistas catalanes: Esquerra Republicana y Junts per Catalunya, en particular a esta última, dado que su líder, Carles Carles Puigdemont, permanece huido de la justicia española desde 2017. Y ahí tenemos que hacer un poco de historia.

Alcalde de Gerona entre 2011 y 2016, Carles Puigdemont se convirtió en presidente de la Generalitat de Cataluña por carambola tras las elecciones autonómicas de 2015, cuando Unidad Popular decidió impedir una nueva investidura de Artur Mas y echaron mano de este alcalde como un comodín temporal. Empujado por las fuerzas independentistas más beligerantes, impulsó la celebración de un referéndum de independencia de Cataluña el 1 de octubre de 2017, algo proscrito por la Constitución Española. El día 27 de octubre, ante la inminente acción del Estado español –desarticulación temporal del gobierno catalán mediante el artículo 155–, Carles Puigdemont estaba dispuesto a convocar nuevas elecciones autonómicas pero, dada la presión del independentismo hiperventilado declaró unilateralmente la República catalana. La más breve de la historia universal. Duró ocho segundos. (La de Lluís Companys en 1934 duró 10 horas, lo que tardó el Ejército español en entrar a detenerlo). A los ocho segundos, en el mismo discurso, dijo que se posponía unas semanas, pero no dijo cuántas, y huyó en el maletero de un coche. Hasta hoy. Por el contrario que otros dirigentes independentistas, que afrontaron las penas de cárcel por rebelión, sedición y malversación de caudales públicos y fueron indultados posteriormente. Desde entonces Puigdemont reside en Waterloo, Bélgica. Sí. El mismo Waterloo de Napoleón. Es diputado al Parlamento Europeo y dirige desde allí una nueva organización política, Junts per Catalunya, que en las últimas elecciones generales consiguió siete diputados.

El PSOE está dispuesto a conceder una amnistía a todos los implicados en el proceso independentista, más otras concesiones menores como una quita de la deuda de Cataluña por el parón económico de la pandemia, que se haría extensiva a otras comunidades autónomas, y el traspaso parcial de los trenes de cercanías. El Partido Socialista argumenta que después de seis años, una amnistía sacará de la esfera judicial y retornará a la política un conflicto político, y consolidará el clima de convivencia en Cataluña, en parte ya conseguida con los indultos a los políticos encarcelados. ¿Es cierto o no? Si esto contribuye a retornar el clima político de Cataluña a los cauces anteriores a 2017, como permite suponer el hecho de que gracias a la distensión ya hoy menos de la mitad de los catalanes están a favor de la independencia, sería cierto. ¿Lo hacen por esta causa? En tal caso, no lo harían ahora, cuando necesitan los votos de los partidos independentistas para la investidura. Lo habían hecho antes.

Aunque todavía no se conocen los detalles de la ley, la derecha se ha movilizado contra una amnistía que califican de traición a España. ¿Es cierto o no? Si se habla de una traición a España, es que no se considera a Cataluña como parte de España. O que se considera a “su” España la única posible. Y si esta amnistía es una traición por perdonar delitos políticos, habría que considerar traiciones también la amnistía de 1977 que libró de culpas a los asesinos de la etapa franquista. Y sería una traición la amnistía fiscal decretada por el gobierno de Mariano Rajoy, que eximió de culpas a grandes fortunas que habían defraudado sistemáticamente a Hacienda, es decir, a todos los españoles. ¿Lo hacen por esta causa? Está claro que si el acuerdo con los independentistas prospera, habrá investidura y España tendrá un gobierno de izquierdas durante los próximos cuatro años. En cambio, si la presión consigue que ese acuerdo descarrile, habrá que repetir elecciones en enero, a las que llegará el PSOE dañado por el ruido mediático, dado que al estar negociando con discreción no puede contrarrestar la algarada callejera de la derecha. Una nueva oportunidad para el Partido Popular.

Factor común: alcanzar el poder. ¿Para qué? Según Pedro Sánchez, para evitar un gobierno de la derecha y la ultraderecha que retrotraería a España a tiempos oscuros, y garantizar un gobierno que dé continuidad al programa progresista de los últimos años. Según Alberto Núñez Feijoo, candidato por el PP, para “derogar el sanchismo” y evitar que España se rompa por la acción conjunta de etarras, secesionistas, y perversos bolivarianos. Ninguno de los dos aspira a disfrutar de aquello que Fidel Castro llamó “las mieles del poder” cuando se refería a otros, porque el suyo era todo sacrificio y entrega. Del mismo modo, ni Sánchez ni Núñez Feijoo aspiran a ocupar la vivienda más deseada de España, el palacio de la Moncloa, por razones personales o inmobiliarias. Ambos están dispuestos a sacrificarse por nosotros.





El oficio de la ciudadanía

3 04 2024

Cubaencuentro.com Madrid | 16/11/2023

https://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/el-dificil-oficio-de-la-ciudadania-343230

La semana pasada mi esposa regresó de Cuba, donde acudió al sepelio de su abuela, con quien estaba muy unida. Al bajar del avión, ayudó a una joven que venía con tres niños pequeños. Le recordó a ella misma cuando, 30 años atrás, tuvo que volar sola de La Habana a Madrid con nuestro hijo de cuatro años (que entonces valía por tres). En el propio aeropuerto de Barajas, otra pasajera le comentó “¿No sabes quién es ella? Es Amelia Calzadilla”. Algo que a mi mujer, en ese momento, no le dijo nada. Días más tarde, encontramos sus declaraciones en las redes sociales hechas desde Cuba, y una entrevista que le realizó Ian Padrón 48 horas después de su llegada a Madrid.

Licenciada en Lengua Inglesa, Amelia Calzadilla encendió las alarmas del régimen cubano por sus críticas en directo en su perfil de Facebook. Desde enero de 2021 comenzó a criticar el corte del suministro de gas que afectaba a 11.000 familias, y el 9 de junio de 2022 subió un emotivo mensaje de nueve minutos en el que se refirió también a los cortes eléctricos, el aumento desmedido de los precios, la escasez, la compra de productos de la canasta básica en moneda extranjera. “Porque mis hijos no tienen comida, porque no tienen zapatos, porque no tienen ropa, porque necesitan a mis familiares en el extranjero para vivir dignamente en Cuba”. Y más adelante: “Madre cubana que te levantas por la mañana como yo, preocupada de que te quiten la luz, que no sabes qué le vas a dar de comida a tus niños al final de la tarde cuando lleguen de la escuela (…), yo te pregunto: ¿Cuánto más vas a aguantar? Porque yo no aguanto más”. Culpaba de la situación “a los que dirigen, a los de arriba”. “¿Hasta cuándo el pueblo va a seguir pagando las comodidades de ustedes?”.

De inmediato se produjeron todas las reacciones que cabría esperar: los comentarios de apoyo de muchos compatriotas desde cualquier geografía; otras madres cubanas, a veces con sus hijos en brazos, se grabaron también en vídeos solidarizándose con Amelia; la repercusión entre opositores y activistas, y en los medios cubanos alternativos.

Y, desde luego, la campaña de desprestigio por parte de las autoridades cubanas que, incapaces de responder sus argumentos, ponían en duda su integridad, aduciendo que una persona que se pinta las uñas de tal manera, o tenga tal mueble en su casa, o coma en tal restaurante, no podría estar pasando las dificultades de las que hablaba. (Lo dicen quienes intentan silenciar el glamour, el lujo y los viajes en yate de los Castro por los mejores resorts). Un tal “Guerrero Cubano” mencionó “la caja de Pandora de la supuesta madre sufrida”.  “¿Por qué lo hace? ¿Quiénes están detrás y pagan esto?”. Y prometió pruebas que todavía estamos esperando. Otros aseguraron que estaba financiada o que su indignación no era más que una búsqueda de patrocinios. Tampoco necesitaban pruebas. Se trata de una antiquísima estrategia: el axioma de que ningún cubano de la isla tiene criterio propio. Para ellos sólo existen tres tipos de cubanos: los que aplauden, los mercenarios pagados por el oro de Miami, y ellos mismos, los auto elegidos capataces del batey nacional que se distinguen a simple vista por sus prominentes barrigas, emblema de su rango en el país de los famélicos. (Cualquier semejanza con Kin Jon Un no es pura coincidencia). De la misma manera que los tiburones navegan custodiados por los peces piloto y las rémoras, que se alimentan de sus sobras, nuestros mayorales tienen su corte de esbirros, influencers de alquiler e “intelectuales” serviles. Uno de ellos, el “periodista y profesor universitario” Ernesto Estévez Ram publicó en Cubadebate que los vídeos compartidos en Facebook por Amelia Calzadilla son “un ejemplo de manual de lo que se llama gestión de la irritación”, y lo califica como un montaje, nada espontáneo, obra de los “habituales” (para no repetir eso de la mafia de Miami que ya está muy visto). ¿Pruebas? Ninguna. Pero no importa. Echemos a rodar la bola de fango. Ya irá creciendo sola. Si alguien tenía alguna duda sobre el estado actual de la prensa y la educación en Cuba, aquí tiene la respuesta.

Quienes visiten las intervenciones de Amelia Calzadilla en la red observarán su firmeza, su determinación, la claridad y sencillez (que no simplicidad) de sus argumentos y la firme voluntad de no dejarse manipular en ningún sentido. De la misma manera que salió en defensa de sus vecinos por el corte del gas, se pronunció en favor de la esposa de José Daniel Ferrer, a la que no dejaban visitar a su esposo, algo que le resultaba monstruoso aunque no los conocía personalmente. Afirma que agradece pero rechazó ayudas que le habían ofrecido. Cuenta las tres horas que pasó en una truculenta celda de la Seguridad del Estado, un anticipo del infierno; de las amenazas y del miedo, pero sin separarse de la verdad: no fue golpeada ni vejada por sus captores que ni siquiera levantaron la voz. Habla de la falsa condescendencia, el paternalismo de los esbirros: “No te metas en eso… Estás confundida”. Y la traca final: si tus videos incitan a la gente a echarse a la calle, tú serás la responsable. Y Amelia se pregunta: ¿Cómo le explico a mis hijos que la persona que les dice que se porten bien, que sean honestos, que digan la verdad, está en la cárcel? Habla del desarraigo, aunque agradece la oportunidad que le ha dado España a ella y a sus hijos. “Estoy salvando a mis hijos y dejando atrás a mis padres”. Y eso le sirve para recordar la despedida de su padre, quien le dijo que afuera iba a estar mejor sin ellos. ¿Cómo puede estar un hijo mejor sin sus padres?, se pregunta entre lágrimas. Pero esa es la realidad cubana: familias rotas por la distancia, cuyos mayores trabajaron toda su vida para recibir como pensión mensual dos cartones de huevos y vivir ahora de las remesas. Es lo que ocurre en cualquier naufragio: hay quienes logran subirse al bote salvavidas, y quienes confían su supervivencia a la frágil cuerda que los remolca.

En su entrevista, Ian Padrón, a instancias de una internauta, le insiste en que precise una definición, ¿es Cuba una dictadura? (Casi me recuerda aquella famosa escena de El hombre de Maisinicú, donde un alzado incita al otro a que clave la bayoneta en el cuerpo del hombre: “Pínchalo pínchalo, aquí todo el mundo tiene que pincharlo”).  Y su respuesta es interesante: “La palabra dictadura no me sirve. Hay un gobierno constituido. Yo no lo voté. Pero están allí por nosotros. Si nos plantáramos…”. Algo a lo que me he referido muchas veces: por acción u omisión, todos somos responsables de ese régimen. No en igual medida, desde luego. Hay un puñado de máximos culpables. Y un puñado de héroes que se han opuesto a la dictadura sin importar las consecuencias. Y millones de responsables subsidiarios, entre los que me incluyo, aunque yo nunca haya militado ni en la UJC ni en el PCC (siglas que ahora también pertenecen a la mayor organización criminal brasileña. Quizá sea un acto de justicia lingüística).

En cierta ocasión tuve un encuentro raro: un antiguo condiscípulo que en la universidad había ejercido con entusiasmo de fanático bolchevique, pero no “hasta la victoria siempre”, sino “hasta Madrid”. Intentó explicar su mudanza, no sólo geográfica, aduciendo que “aquello ya no es lo que era”, como si en Cuba hubiera caído un meteorito u otra fuerza de la naturaleza. Le respondí que, efectivamente, gracias a personas como tú, gracias a tus aplausos y genuflexiones, Cuba ya no es lo que fue, sino la mierda en que ustedes la convirtieron. Por eso cada vez que encuentro a un fundamentalista del exilio que acusa de comunista a todo el que no comparta su catecismo, siempre sospecho que en Cuba fue el secretario en su núcleo del partido o al menos de la UJC. Y ahora, parapetado tras un whisky single malt, canta “Al combate corred bayameses”… Corred (vosotros). No corramos. Los fundamentalistas no cambian de actitud. Cambian de bando.

Amelia Calzadilla va más allá de la mera definición de dictadura: “Lo que está pasando allí es criminal. No es un país”. Y se refiere a la corrupción generalizada, a la decadencia moral, a la falta de esperanza… Le resulta difícil encontrar la palabra más apropiada para un gobierno que está destruyendo sistemáticamente su propio país. Pero concluye que “Mi postura política es ser madre, aunque eso decepcione a muchos. Yo no voy a sacrificar a mis hijos, yo tengo que ser la heroína y la mártir de los tres hijos que traje al mundo”. Y posiblemente no haya mejor definición de ciudadano que una madre, creadora de ciudadanos. En la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789) se afirma que los derechos del hombre son “naturales, inalienables y sagrados” y que todos los hombres “nacen libres e iguales”. Es decir, todos somos ciudadanos por nacimiento. Otra cosa es que ejerzamos de ciudadanos, algo que evitan a toda costa los totalitarismos. Para ese tipo de regímenes, no importa si son de “izquierdas” o de “derechas” (siempre son “de-sastrosos”), el ciudadano es peligroso, especialmente el ciudadano que ejerce: el que se implica, opina, vota y, llegado el caso, se levanta contra la injusticia. Se puede ser habitante de un país y no ciudadano. Es sintomático que en Cuba la policía trate a los sospechosos como “ciudadanos”. Si no eres consciente de tus derechos vulnerados, o si has renunciado a ellos, entonces eres “compañero”.

Hace algunos meses, un par de músicos cubanos de paso por Madrid fueron agasajados con una especie de mitin de repudio por no haber manifestado un claro compromiso anticastrista. Un amigo defendía esa acción porque los músicos, como personalidades públicas, tenían la obligación de pronunciarse. Le pregunté si él lo había hecho cuando vivía en Cuba y me confesó que no, pero al no tratarse de una personalidad pública su pecado sería menor o inexistente. Intenté que escarbara en su memoria alguna revolución protagonizada por músicos, bailarines, o por pintores, y resultó que las revoluciones las hacen los ciudadanos. Por eso me gustaría felicitar a Amelia Calzadilla, una ciudadana que ejerce. Muchos más necesitaremos en Cuba.





El fracaso de una ensoñación descabellada

31 03 2024

Cubaencuentro. 26/03/2024

https://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/el-fracaso-de-una-ensonacion-descabellada-343715

 

Cuando oímos hablar del “hombre nuevo”, nos viene de inmediato a la memoria El socialismo y el hombre nuevo, de Ernesto Guevara (Ed. Siglo XXI, 1977), donde anuncia que la juventud “es la arcilla maleable con la que se puede construir al hombre nuevo sin ninguna de las taras anteriores” (p. 14) y reafirma que “el hombre del siglo XXI es el que debemos crear”  (p. 13).  Pero el concepto del hombre nuevo no es nada nuevo.  

En la antigua Roma, el Senado y el Consulado estaban restringidos a los patricios. Cuando los plebeyos pudieron acceder a esas dignidades, se denominaron novi homines. A medida que los plebeyos se atrincheraron en las instituciones, se convirtieron en hombres viejos que bloqueaban el paso a otros novi homines. Tanto es así que en el 63 a. C. Cicerón fue el primer homo novus en más de treinta años. Cualquier semejanza con nuestra realidad no es pura coincidencia.

Desde sus inicios, el cristianismo creaba “hombres nuevos” a través del bautismo. Rousseau, Condorcet, Herder, Saint Simon, Fourier, Comte y otros, se refirieron al hombre nuevo desde distintas perspectivas. Y Karl Marx, en La revolución de 1848 y el proletariado, afirmaba: “Nosotros sabemos que para alcanzar la nueva vida, la nueva forma de producción social necesita solamente de hombres nuevos”.

Posiblemente inspirado por un artículo de Max Stirner (1844) Friedrich Nietzsche creó en Así habló Zaratustra el concepto de Übermensch, que se podría traducir como superhombre, como alguien que ha alcanzado un estado de madurez espiritual y moral superior, y genera su propio sistema de valores, siempre que vayan a favor de su voluntad de poder. Este superhombre no se supedita a la “moralidad esclava” a la que son sometidos los débiles por el cristianismo. Ni al control de las pasiones preconizado por Sócrates y, por tanto, a la moral de rebaño de la cultura occidental. Nietzsche señala el carácter transitorio del hombre contemporáneo: “El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre”. A pesar de que, en vida, Nietzsche criticó tanto el antisemitismo como el nacionalismo alemán, el Übermensch fue empleado posteriormente por el nazismo para apoyar su concepto de la raza aria superior, semejante al superhombre, cuyo destino sería esclavizar a los Untermenschen, u hombres inferiores.

El primer intento de llevar a la práctica el “hombre nuevo” de Carlos Marx es el homo sovieticus, inefable personaje del realismo socialista que, en la práctica, se quedó en las novelas de Sholojov y en la estatua del obrero y la koljosiana, emblema de las películas de Mosfilm.  El novy sovietski chelovek, la “nueva persona soviética”, sería, según los ideólogos del PCUS, el arquetipo de las cualidades soviéticas: altruista, generoso, colectivista en contra del carácter individualista del hombre viejo, saludable, culto, defensor acérrimo del nuevo régimen, libre de las supervivencias del pasado, “dotado de una nueva perspectiva ética”, según el filósofo soviético Bernard Byjovski, y nada contestatario. Algo que se conseguiría, según León Trotski en su obra Literatura y revolución, al modificar al “perezoso homo sapiens” mediante “complejos métodos de selección artificial en oposición a la selección natural”, y llega a afirmar que “bajo el comunismo un hombre medio podría llegar a ser un Marx, un Aristóteles o un Goethe”. Ingeniería social que se aproxima a la magia. Hay que reconocer que Ernesto Guevara nunca se pasó tanto de rosca. Y ya vimos que los “complejos métodos de selección artificial” incluían el Gulag.

Y como el concepto parece más polifacético que una cuchilla suiza, Franz Fanon hablaba del hombre nuevo que aparecería después de la derogación del hombre blanco occidental como sujeto de la historia. El hombre poscolonial. Por su parte, para el iraní Alí Shariti, el hombre nuevo es el muyahidín, creyente hasta la inmolación.

En cuanto al caso que nos ocupa, ¿qué fue del hombre nuevo de Ernesto Guevara?

Según él “aquellos cuya falta de educación los hace tender al camino solitario, a la autosatisfacción de sus ambiciones” (p. 8) son el hombre viejo. A ellos se refiere: “cuando la revolución tomó el poder se produjo el éxodo de los domesticados totales” (p. 12). Domesticados por el ancient regime. “Las taras del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual y hay que hacer un trabajo continuo para erradicarlas” (p. 6). “Nuestra tarea consiste en impedir que la generación actual, dislocada por sus conflictos, se pervierta y pervierta a las nuevas (…) su pecado original; no son auténticamente revolucionarios (…) Las nuevas generaciones vendrán libres del pecado original” (p. 14). Es decir, según él, gracias a la acción milagrosa de la revolución, las nuevas generaciones nacerían sin esas taras del pasado, como si se tratara de una viruela burguesa erradicada por una vacuna de marxismo. Y dado que “La arcilla fundamental de nuestra obra es la juventud: en ella depositamos nuestra esperanza y la preparamos para tomar de nuestras manos la bandera” (p. 17), los jóvenes vendrán ya inmunizados de fábrica.

¿Y cómo obraría el nuevo régimen ese milagro? Mediante la acción social y política: “el individuo recibe continuamente el impacto del nuevo poder social y percibe que no está completamente adecuado a él. Bajo el influjo de la presión que supone la educación indirecta, trata de acomodarse a una situación que siente justa y cuya propia falta de desarrollo le ha impedido hacerlo hasta ahora. Se autoeduca” (p. 8). De modo que el joven, fascinado por los justos ideales de la revolución, se autoeduca para ponerse a la altura. Deja de tener ambiciones, sueños e ideales personales para convertirse en una célula de la nueva sociedad, un pólipo del arrecife socialista. No olvidemos la educación indirecta, aunque no sabemos si se refiere a la policía política y otros medios coercitivos, como las tristemente famosas UMAP, que pretendían fabricar “hombres nuevos” aunque muchos se rompieran definitivamente durante el proceso. Si no te autoeducas, ya nos ocuparemos nosotros: “por un lado actúa la sociedad, individual y colectiva” (p. 6). “Nos esforzaremos en la acción cotidiana, creando un hombre nuevo con una nueva técnica”. (p. 17). Lo cual recuerda la frase de Stevenson (el púgil, no el novelista) cuando afirmó que “la técnica es la técnica y sin técnica no hay técnica”. Pocas veces se puede decir tan poco como Guevara con tantas palabras. Lo increíble es que intelectuales de medio mundo y cátedras universitarias de renombre se lo tomaran en serio.

Y ¿quién educará a esos jóvenes que no alcancen solo con autoeducación el olor de santidad del hombre nuevo? La vanguardia. El partido. Porque los cubanos “ya no marchan completamente solos, por veredas extraviadas, hacia lejanos anhelos. Siguen a su vanguardia, constituida por el partido” (p. 9), y eso ocurrirá porque la masa “sólo podrá avanzar más rápido si la alentamos con nuestro ejemplo” (p. 9). “La selección natural de los destinados a caminar en la vanguardia y que adjudiquen el premio y el castigo a los que cumplen o atenten contra la sociedad en construcción” (p. 9). La vanguardia no solo iluminará el camino con su ejemplo, sino que repartirá premios y castigos. Durante los siguientes años no veremos demasiados premios, salvo los que la vanguardia se atribuyó a sí misma, pero sí muchos castigos. Y el mayor castigo fue el colectivo: “el individuo de nuestro país sabe que la época gloriosa que le toca vivir es de sacrificio” (p. 15). “No se trata de cuántos kilogramos de carne se come o de cuántas veces por año pueda ir alguien a pasearse en la playa, ni de cuántas bellezas que vienen del exterior puedan comprarse con los salarios actuales. Se trata, precisamente, de que el individuo se sienta más pleno, con mucha más riqueza interior” (p. 15). El problema es que para la inmensa mayoría de la población, la riqueza interior no compensa la miseria exterior. Y eso, por tiempo indefinido, porque el eslogan “el presente es de lucha; el futuro es nuestro” (p. 14) sigue tan vigente como el cartel que colgaban en las bodegas de antes: “Hoy no fío. Mañana sí”. Y nunca se descolgaba. Como la felicidad futurible del socialismo cubano, como el horizonte, mientras más nos acercamos a ese futuro que será nuestro, más se aleja. Por el contrario, Miami siempre queda a la misma distancia. Al final, los cubanos durante seis décadas “marchan completamente solos, por veredas extraviadas, hacia lejanos anhelos”.

Por si la perspectiva de un futuro feliz siempre en fuga no bastara,  esa selección natural de los llamados a ser la vanguardia, el ejemplo a seguir, nos enseñó, entre otras virtudes, el enriquecimiento ilícito, el desprecio por la felicidad y la vida de sus compatriotas, el oportunismo, la crueldad o la estupidez en el mejor de los casos, el nepotismo, la falta de compasión y otras tantas conductas ejemplares que nos entrenaron en la doble moral, la simulación y la paciencia a la espera de nuestra oportunidad para alcanzar ese futuro tangible que nos queda a noventa millas.

Según Guevara, el resultado de ese proceso mágico de producción del hombre nuevo, al que se educa para prescindir de su individualidad en favor de una incierta identidad colectiva, en la perspectiva de trabajar denodadamente y sin otra retribución que su riqueza interior para conseguir un futuro en fuga, será que “el hombre, en el socialismo, a pesar de su aparente estandarización, es más completo; a pesar de la falta del mecanismo perfecto para ello, su posibilidad de expresarse y hacerse sentir en el aparato social es infinitamente mayor” (p. 10). “Acentuar su participación consciente, individual y colectiva, en todos los mecanismo de dirección y producción (…) Así logrará (…) su realización plena como criatura humana, rotas las cadenas de la enajenación”. (p. 10). Cuesta creer que, derogadas las libertades refrendadas por la constitución, entre ellas las de expresión y asociación, la prensa libre, el multipartidismo y la democracia, el propio Guevara creyera que el hombre común tuviera la más mínima posibilidad de tener una “participación consciente, individual y colectiva” que no fuera aplaudir.

Cincuenta y siete años después de la muerte de Guevara, abandonado por Castro en la selva boliviana, sus ensoñaciones sin ninguna base científica, ni lógica histórica o sociológica, resultan más descabelladas que los horóscopos de las pitonisas televisivas. Un hombre que presumía de seguir los principios del materialismo histórico y dialéctico, convierte en vaticinios sus propios deseos sin la menor coherencia lógica: Seguir el ejemplo de una vanguardia de incompetentes y oportunistas que han hundido al país sin asumir ni una sola responsabilidad, produciría hombres altruistas y virtuosos. Silenciados y sin medios de participación ciudadana, tendrían una “participación consciente, individual y colectiva” en el destino de la nación. Trabajarían denodadamente sin otra recompensa que una felicidad futurible que sesenta y cinco años más tarde ni está ni se le espera.  

Por eso no resulta nada raro que 425.000 emigrantes cubanos llegaran a Estados Unidos entre 2022 y 2023, a los que se suman decenas de miles hacia otros destinos; el mayor éxodo de nuestra historia. Dado que esa emigración es mayoritariamente joven, podríamos concluir que, el hombre nuevo del siglo XXI está en Miami. Efectivamente, “las nuevas generaciones vendrán libres del pecado original”, creer en la revolución en la que un día creyeron  sus padres.