1 de octubre
León-San Martín del Camino: 26,15 km
A Roncesvalles: 491,79 km
A Santiago de Compostela: 308,21 km
Un día de extremos. Despierto en Madrid, al lado de mi mujer, a las 6:00, y me acuesto en San Martín del Camino, entre León y Astorga, pasadas las diez de la noche, en la misma habitación que nueve desconocidos (o recién conocidos, si lo prefieren).
A las 7:30 tomo en Chamartín, la estación norte de Madrid, un tren a León, donde llego a las 10:15. En la catedral me sellan la credencial, y en la Casa Unamuno, albergue universitario y de peregrinos, consigo una nueva, porque la mía se está llenando.
Bajo una lluvia pertinaz abandono el bello centro de León, que conozco de visitas anteriores. Ningún peregrino deberá perderse esta ciudad, “plena de todo tipo de felicidades”, según el Calixtino, y que llegó a tener en el Medioevo 30 hospitales de peregrinos. La catedral, con sus 1.765 metros cuadrados de vidrieras. Las plazas Mayor y de Santa María del Camino. El Barrio Húmedo. La colegiata de San Isidoro. La casa de Botines, obra de Gaudí. Y el espectacular museo de León.
Día de paraguas, sería bueno para perderse en sus callejas, museos, templos y palacios, pero además de que ya conozco la ciudad, el camino me llama. Aunque se hace esperar. Salir de León cuesta lo suyo. Los ocho kilómetros hasta la Virgen del Camino es una sucesión de barrios, urbanizaciones, polígonos industriales, naves y el perenne ruido de la carretera. Y numerosísimas bodegas subterráneas más o menos sofisticadas, donde almacenan edl vino o los emnbutidos, o los ahúman. Algunas se han convertido en sitios de reunión de los jóvenes a quienes, desde tiempos inmemoriales, les ha tirado lo underground.
Más adelante, el enlace entre distintas carreteras y autovías obliga a desvíos por la imposibilidad de cruzarlas. Llegando a Valverde de la Virgen, el camino se encauza invariable en paralelo a la carretera N-120. Diecisiete kilómetros de maizales infinitos a la derecha y una interminable hilera de autos y camiones a la izquierda. Diecisiete kilómetros escuchando el tráfico a alta velocidad (de los maizales no tengo quejas) no es la banda sonora idónea para un camino que invita a la meditación, no a taponarse los oídos.
Llego al albergue Vieira cerca de las cinco. Excelente hospitalidad e instalaciones.
En mi habitación somos casi todos hispanohablantes, un suceso raro en este camino de Babel. La última cama la ocupa un joven húngaro que ha hecho el viaje de Roncesvalles a aquí, casi 500 kilómetros, en diez días. No sé si intenta romper algún récord o si esa es su velocidad habitual. Con unos cuantos húngaros así, quiebra el transporte público.
Declino la invitación a participar en la cena. Lo siento por eludir la vida social, pero una cena copiosa a esta hora me derribaría sobre el colchón y no me permitiría escribir una letra. Ni pensar. En esas circunstancias parece que todo el cuerpo, hasta la última neurona, se dedicara en exclusiva a la digestión. Proceso que ha generado una de las palabras más universales del castellano: la siesta.
Me gustó lo del camino de Babel.
Un abrazo y ánimo con las cenas y las ampollas de los pies.
Tu compi Daniel