Día 16

25 09 2013

(25 de septiembre, 2013)

Carrión de los Condes – Terradillos de los templarios: 26,84 km

A Roncesvalles: 379,97 km

A Santiago de Compostela: 380,84 km

 

Hoy me despedí con un café cortado de mi compatriota el hospitalero, quien hizo el camino el año pasado y ha regresado éste como voluntario. Emigró en 1961 y ha vivido todo el tiempo en New Jersey, donde trabajaba para la televisión hasta que se jubiló. Descendiente de chino e inglés, nunca ha regresado a la isla porque allí no tiene familia. Coincidimos en que el futuro de Cuba pasa por una democracia plural en que todos tengan derecho a la palabra, desde los comunistas a los conservadores, pero emitir esa opinión le ha traído disgustos con tirios y troyanos. Me comenta que en Carrión de los Condes vivió hasta hace unos meses un cubano que en las tertulias del bar defendía con fervor el castrismo. Era un anciano cuya hija había emigrado a este pueblo y que en su ocaso lo trajo a vivir con ella para evitarle las penurias y carencias de la isla. Pero él se negaba a variar su discurso, anclada la memoria en las ilusiones de su juventud. Murió meses atrás. Descanse en paz.

Me recomienda el servicio de transporte de mochilas que funciona en todo el camino, a razón de unos tres euros por trayecto, y que al parecer él empleó en su momento. Yo prefiero llevar mi propia mochila, no por un prurito de hombría caminera, sino porque el peregrino debe ser una unidad sellada con la casa a cuestas, previniendo un cansancio o un entusiasmo súbito, albergues llenos o un cambio de planes que lo obligue a pernoctar antes o después de lo previsto. Además, es parte de la lección de vida que ofrece el camino: carga sólo lo esencial. El resto es superfluo, peso muerto que deberás acarrear sin más provecho que la tendinitis. A otras escalas, lo mismo te ocurrirá el resto de tu vida. He escuchado a peregrinos supuestamente puristas llamar con desprecio turigrinos, mitad turistas mitad peregrinos, a estos que encomiendan sus bártulos. Pero volvemos a lo mismo. Son muchos los propósitos y los modos de hacer el camino. Cada cual sabe sus razones y sus posibilidades. Habrá quien no quiera y quien no pueda. El “purista” argumenta que es injusto que un caminante aligerado llegue antes al alberque y le quite el sitio. Con idéntica lógica, tampoco es justo que un joven de veinte años llegue antes que un anciano de ochenta.

Tenía pensado concluir hoy mi camino en Calzadilla de la Cueza, 17,38 kilómetros, pero revisando en la mañana las opiniones sobre los albergues, encuentro que el que tiene mejor prensa es el albergue Los templarios, en Tejadillo de los templarios, a 26,84 kilómetros, y opto por acercarme allí y estar a tres horas de camino de Sahagún, mi meta de mañana, una localidad a la que cualquier peregrino debería dedicar un tiempo.

Hoy el camino es extraordinariamente aburrido. Una línea recta que se pierde en un horizonte plano, sin accidentes geográficos y casi sin árboles. Tan monótono, que lo único que podemos hacer es permitir a los pies que cumplan su trabajo minuciosa, metódica y mecánicamente, y echar a volar la imaginación. Hacer lo que muchas veces en la vida cotidiana nos está vedado. Dedicar cinco, seis horas a pensar. Un tractor a lo lejos, un pájaro que sobrevuela el camino, el ruido en sordina de la autovía que se divisa a unos quinientos metros, y los pasos sobre la gravilla. Esa es la banda sonora del camino hoy.

Sigo indagando las razones personales de cada uno para hacer el camino, pero no he hallado a nadie que acuda a cumplir una promesa o a pedir un milagro al apóstol, aunque no dudo que los haya. O será que quienes así lo hacen ocultan una fe literal que es ya moneda rara en nuestros tiempos. El peregrino clásico de la Edad Media emprendía el camino casi invariablemente por esas razones con una fe a toda prueba. El Camino debió ser una procesión de agradecidos y de enfermos que con frecuencia no alcanzaban su destino. Hoy la fe es un artrículo mucho más metafórico.

En el horizonte asoma la torre de una iglesia y poco a poco se empieza a ver un cementerio. El mapa anuncia la inminencia de Calzadilla de la Cueza, pero no aparece. Es otro pueblo subterráneo. De pronto, rebasado un pequeño alto, en un profundo valle asoman de la nada, como una ilusión quijotesca, las primeras casas a menos de trescientos metros. Hasta Terradillos de los templarios faltan 9,46 kilómetros, dos horas de camino que, según el mapa, parecen más entretenidas que las anteriores. Aunque no demasiado, como comprobaré en breve.

Llegando a Ledigos, siento una sensación extraña. Mi pie izquierdo está completamente dormido. Y dormido no significa anestesiado. Duele como de costumbre pasados los diez o doce kilómetros. De ese dolor no te libra nadie. La sensación es tan extraña que me detengo y a los cinco minutos vuelve a su estado normal. Recupero con alivio el cansancio habitual, el dolor de todos los días. Un dolor soportable y reversible.

Coincido en el albergue Los templarios, de excelentes instalaciones pero situado en medio de la nada, con unos gallegos de Santiago a los que había perdido la pista en Burgos. Me preguntan por el grupo que el azar reunió en el albergue de Zubiri, al pie de Roncesvalles. Les cuento que el valenciano, el alicantino y la enfermera canaria regresaron a sus lugares. Sólo disponían de algunos días para el camino, que continuarán el año próximo. Nuestra amiga canadiense está a dos o tres jornadas atrás. Sufrió una intoxicación alimentaria y tuvo a su lado a la enfermera para auxiliarla. Los bancarios madrileños me llevan una jornada de ventaja y dos o tres el malagueño. Es el Camino, que junta y dispersa, y que al final se atiene a la antología de la memoria. De los que salimos de Roncesvalles con los únicos que coincido en trayectos y albergues, casi invariablemente, es con el coreano de las reverencias y su mujer.

El atardecer es espectacular, especialmente para los gallegos, hombres de horizontes montañosos, cerrados. Uno de ellos me dice que estos horizontes abiertos son como el mar, como caminar sobre las aguas de un océano, cuando parece que todo el mundo es puro cielo.


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