(14 de septiembre, 2013)
Estrella/Lizarra – Los Arcos: 21,89 km
A Roncesvalles: 113,17 km
A Santiago de Compostela: 647,64 km
Por la mañana, como casi todos los días, me levanto poco después de las cinco. Cuando bajo, están los coreanos cocinando un copioso desayuno. O no han cambiado el uso horario y este es su almuerzo según el de Corea, o allí se desayuna caliente.
Hoy camino solo. Al contrario que en la ciudad, donde los amaneceres son casi siempre iguales: un despertador que suena, un pequeño rayo de sol que atraviesa el salón mientras desayunamos, la estridencia de una música que se escucha a lo lejos o las malas noticias que descarga la tele, en el campo todos los amaneceres son distintos. En ocasiones el sol emerge suavemente al fondo del paisaje, y en otras, primero se va adueñando del mundo una luz casi misteriosa, evanescente, hasta que el sol hace su aparición. No hay dos amaneceres iguales, como no hay dos días iguales en este camino donde el paisaje no cruza fugaz y olvidable a través de la ventanilla. El peregrino debe degustar el paisaje paso a paso y confinarlo en la memoria solo cuando haya sido perfectamente digerido.
A la salida de la ciudad, encuentro las bodegas Irache y la fuente del vino, que ofrece vino gratuito al caminante. Pero la fuente está seca a esta hora temprana. Debería hacerse alguna coproducción entre las bodegas y alguna vaquería cercana para que a esta hora ofreciera café con leche.
Poco más arriba el sendero se bifurca y hay que decidir teniendo a la vista el monte Monjarín. Continúo, y el camino se empina desde la cota 570 hasta la 673.
Los bastones son las dos patas adicionales del peregrino. Aunque algunos optan por el báculo o por un solo bastón, los cuadrúpedos, muchos de los cuales duermen de pie, demuestran el plus de estabilidad que otorga tener cuatro patas. Los dos bastones permiten apoyarse en las subidas, un remedo de ascenso a gatas, pero conservando la compostura. Apoyarse y frenar en las bajadas, lo que puede evitar no pocos descalabros y el choque del dedo gordo contra la punta de la bota. Pero incluso en las planicies marcan el ritmo y te impulsan hacia delante a la manera de los esquiadores. Aunque no soy anatomista, supongo que esto mejora la circulación y ejercita el tren superior. Solo requiere llevar libres ambas manos y guantes o guantillas para evitar ampollas.
Después de Axqueta trepo a Villamayor de Monjardín. Un recorrido quebrado, pero no abrupto conduce paralelo a la carrretera hasta avistar las sierras de Lokiz y Cotés. La carretera se aleja y el camino concluye en una suave bajada hasta Los Arcos. Allí pernocto en el albergue de la Fuente Casa de Austria, que llevan hospitaleros de esa nacionalidad. Aunque lo atienden hoy hospitaleros voluntarios. Te recibe un artesano con uniforme de hippie de los 60 que quedó colgado en algún pliegue del tiempo, y en unos segundos hace con alambre la figura de un peregrino. El albergue es el más alternativo del camino con su decoración flowers & love. Sin ser el más impecable, como era de esperar, tampoco es un desastre. Tiene suficientes espacios comunes y las camas son aproximadamente confortables. Al mediodía acudimos al tradicional menú del peregrino en un restaurante recomendado, y en esta ocasión ya sumamos diez, los mismos que esta noche nos reuniremos en el comedor del piso alto de la casa a hacer una cena comunitaria que es, al mismo tiempo, despedida a las dos peregrinas recién incorporadas que mañana regresan de Logroño a Madrid. Cocina el valenciano que en su parque de bomberos, durante las guardias de 24 horas, lo hace de vez en cuando para sus compañeros. Y lo hace bien. Doy fe. Si alguna vez paso por Valencia al mediodía, antes de arriesgarme a un restaurante desconocido, visitaré el parque de bomberos.
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