(11 de septiembre, 2013)
Zubiri – Pamplona: 22,24 km)
A Roncesvalles: 44,38 km
A Santiago de Compostela: 716,63 km
Tardaré dos días en hacer de regreso el trayecto que hice en autobús en una hora y poco.
Hoy debo llegar a Pamplona.
Ayer ocurrió algo habitual en el camino. Varias personas que por edad, oficio y geografía no estaban destinadas a conocerse y cuyos destinos jamás se habrían cruzado, se encuentran en este camino que suma la humanidad más variopinta de Europa. Coincidimos en el albergue privado Zaldiko, donde nos atienden con esmero, un conductor de autobuses de Málaga, una enfermera canaria, un bombero de Valencia, un ingeniero químico de Alicante, una canadiense especialista en optimización de procesos y dos empleados de banca de Madrid. Continuaremos en los próximos días, intermitentemente, como es habitual en el camino, caminando, comiendo y pernoctando juntos, compartiendo una experiencia que a veces resulta intransferible. A cada cual toca elegir el momento de la compañía y el de la soledad.
Con los días se sumarán una diseñadora valenciana, un médico de Murcia y una pareja de madrileñas, pero siempre al estilo del camino. Hoy podemos ser diez o doce alrededor de una mesa y mañana puedes caminar solo treinta kilómetros. La mayoría de los peregrinos vienen solos y lo primero que te enseña el camino es a conocer y respetar tu propio ritmo.
Anoche cenamos juntos el malagueño, el alicantino, el valenciano y yo, junto a una pareja de jóvenes valencianos que encontraremos con mucha frecuencia hasta Logroño. El menú del peregrino: primero, segundo, pan, vino y postre, de entre 9 y 11 euros, nos acompañará a todo lo largo del camino.
Tras salir temprano, bordeo la fábrica de magnesita de Zubiri, una especie de parche industrial en este paisaje idílico. A la fábrica pertenece parte del área por donde cruza el camino, y un cartel advierte que no deberemos abandonarlo a riesgo de ingresar en terreno privado. Un pequeño cortocircuito entre lo humano y lo divino. Al menos una zona del tejido industrial es tierra sacra.
El dolor que anoche me hacía caminar a pasitos de concubina imperial china tras la reducción de sus pies, ha remitido y comprobaré a lo largo de los días que cada vez lo hará más rápido. También va desapareciendo la inflamación del hombro izquierdo por el peso de la mochila.
Mantengo un paso largo, a un ritmo homogéneo, que poco a poco se estabiliza por su cuenta.
Esta segunda etapa discurre por Ilárraz y Esquízoz hasta Larrasoaña, Aquerreta y Zuriáin, se cruza el río Arga en Iroz, a Zabaldica y de ahí a Arleta, Trinidad de Arre, Villava y Burlada, para terminar en Pamplona. Un camino más accidentado de consonantes que de geografía. A excepción de algunos repechos antes de Ilarraz y en Akerreta, y la larga bajada de Trinidad de Arre.
En Larrasoaña se suma una nueva riada de peregrinos que ha pernoctado allí, cinco kilómetros más cerca de Pamplona que nosotros. Hay familias completas, parejas jóvenes o mayores, grupos de amigos y caminantes solitarios. Una joven italiana viene acompañada por un enorme perro labrador de pelaje leonado, calzado con unos zapaticos negros y perrunos que sospecho apropiados para el peregrinaje.
A mitad de trayecto, en un bar que un avispado empresario ha situado en el medio del bosque, encuentro al malagueño y la enfermera canaria. Más tarde nos alcanzará la canadiente y juntos alcanzamos Pamplona donde coincidimos en el excelente albergue municipal Jesús y María con el resto del grupo que el azar reunió en Zubiri. Esta noche será de tapas de diseño y tintos (navarros o a lo sumo riojanos, para no ofender).
Pero antes envío a casa por correo un kilo de peso excedente y trasiego un par de tapas con una copa de Rioja como almuerzo. No soy el único. Y no me refiero a las tapas. Cinco o seis peregrinos esperan en el correo para enviar a casa paquetes en ocasiones muy voluminosos. El camino es el mejor sistema de pesos y medidas, el optimizados de carga que hace de éste un viaje sin souvenirs. A los peregrinos se les reconoce inmediatamente tras las primeras etapas. El caminar dubitativo, como quien circula sobre vidrio molido, o francamente penoso cuando las ampollas han hecho su aparición.
Esta nueva mirada a Pamplona confirma mi impresión anterior. Una ciudad que para ser un destino muy recomendable no necesita vestirse de toros y mozos dopados de calimocho y adrenalina. Bastarían sus excelentes tabernas, sus imaginativas tapas y la catedral.
Por eso aprovecho la tarde para visitar la catedral, una síntesis cultural del camino. Fundada la ciudad por Pompeyo Magno en el 74 AC, las excavaciones en el solar de la catedral han descubierto cimentaciones romanas. Se sabe que un templo románico emplazado en este mismo sitio fue demolido en el año 924 por Abd-al -Rahman. Levantado de nuevo entre el 1004 y el 1035 por Sancho el Mayor, fue demolido de nuevo y reedificado hacia1083-1097. La catedral románica será terminada en 1137, el claustro gótico en 1375 y, tras el derrumbe de 1391, la iglesia románica de hoy, excepto la fachada neoclásica de Ventura Rodríguez, concluida en 1803. Una historia de sucesivas reencarnaciones, tiempos oscuros, destrucción y olvido que recuerda la propia historia del camino tantas veces recuperado y tantas otras sumido en el silencio.
La visita es espléndida, no sólo por el estado de conservación, sino por el exquisito cuidado con que lo muestran. Por tres euros, precio para peregrinos, se puede subir a los aposentos del campanero, ver desde arriba las cubiertas y recorrer todas las zonas del templo, incluso los antiguos refectorio y cocina, así como la exposición que nos descubre un corte vertical de la historia a través de la evolución del templo.
Mañana continuaré on the road, como diría Kerouac, quien nos reveló el camino no como medio sino como fin. El camino es muchas cosas al mismo tiempo, pero es también un destino. Durante un mes nuestra vida está enfocada hacia un solo objetivo: vencer ese espacio que nos separa de Santiago. Por el contrario que la vida cotidiana, donde con frecuencia múltiples objetivos se solapan, o donde nos podemos encontrar desnortados, sin rumbo, dubitativos frente a la posibilidad de múltiples caminos, el de Santiago permite centrar todos nuestros esfuerzos paso a paso. Concentrar la mirada, las piernas, la anatomía toda, al tiempo que liberamos la imaginación. Sabiendo que Santiago de Compostela es solo el objetivo aparente. El verdadero objetivo es el camino en sí. Cada paso. Cada etapa. Cada kilómetro.
Ya empieza el camino, como todo río viejo, a volverse meandroso y el caminante, que busca incursionar en los lugares y en la gente para quedarse con sus huellas, también busca salirse de sus propios pasos para encontrar lo múltiple del eco que replica en el tiempo.
Froilán