En conversaciones con los cubanos residentes en el planeta extrainsular se habla con frecuencia del “día después”. ¿Qué ocurrirá? ¿Cómo transitará la Isla hacia la democracia, la pluralidad y la economía de mercado? ¿Qué lastres y ventajas portará al adentrarse en ese futuro? ¿Quiénes, cuándo, cómo? Cientos de preguntas, que no cesan ni siquiera ahora, cuando sabemos que el socialismo perpetuo es carne constitucional, con la aprobación, o al menos con la firma, de ocho millones y pico de cubanos.
En conversaciones con los cubanos residentes en la Isla, quienes habitan ese agónico espacio que es la supervivencia, se detecta una inquietud por el mañana, que sólo aflora, ciertamente, cuando los apremios del hoy, del ahora mismo, otorgan un espacio para la reflexión. Una inquietud que no cesa ni con la declaración del socialismo in eternis, que todos firman y menos afirman.
Puede que Pablo o Juan, quienes han edificado su existencia bajo la devoción irrestricta al líder, se nieguen a derogar el rumbo que ha signado sus vidas, porque sería como reconocer que sus sueños, sus sacrificios, sus convicciones, su currículum vitae sólo han sido parte de la documentación necesaria para redactar el mayor timo histórico en los anales de la Isla. Pablo y Juan simplemente no desean concebir el cambio.
Pero la inmensa mayoría sabe que su mundo va a cambiar. ¿Para mejor? ¿Para peor? That’s the question. Un profesional de 55 años con un Lada destartalado y un apartamento en Alamar, que vende dulce de coco los domingos para arañar unos pesos, no está muy seguro que el neoliberalismo sea más benevolente con él que el socialismo. El funcionario que ignora el corrimiento al rojo postulado por la Física, pero conoce al dedillo el corrimiento al (mercado) negro de los inventarios, también recela del futuro, pero por otra razón.
Muchas serán las herencias que recibirá esa Cuba del día después, presuponiendo que sea una Cuba plural, democrática, que conserve ciertas garantías sociales y conceda libertades individuales, empezando por las económicas. Herencias buenas, malas y todo lo contrario.
Entre las buenas, esa Cuba heredará un pueblo saludable y un capital humano con niveles de instrucción muy superiores a los de su entorno geográfico. Instrucción que será una excelente base para la puesta al día de mano de obra altamente calificada, y a precios competitivos –respecto a los parámetros europeos y norteamericanos–, posible atractivo para los inversionistas. Instrucción que liberada se traducirá en iniciativa y productividad. Heredará un pueblo habituado a ciertas garantías sociales, lo que condicionará el comportamiento de los políticos futuros, en cuanto al presunto recorte de derechos adquiridos. Heredará un entorno no demasiado masacrado por la industrialización; y un exilio que no ha cortado los lazos familiares con el país de origen (sus remesas son hoy una de las principales fuentes de ingreso), y cuyo aporte puede ser decisivo en la creación de pequeñas y medianas empresas que son, como se sabe, las primeras creadoras de empleo. Claro que los beneficios de esta herencia dependerán del carácter emprendedor de los cubanos de la Isla.
En un curso de post grado sobre la República Cubana que se ofreció recientemente en El Escorial, el historiador y ensayista español Antonio Elorza sustentaba la tesis de que en Cuba el florecimiento de una economía de mercado en la base no tendría lugar, y que su recuperación sería muy lenta, porque el espíritu empresarial había sido podado hasta la raíz. Por el contrario, y como muestra la más pequeña apertura (cuentapropistas, mercado campesino, y el siempre presente mercado negro), por no hablar del éxito económico de la comunidad exiliada, el espíritu empresarial de los cubanos ha demostrado una capacidad admirable de supervivencia en las condiciones más arduas; de modo que si algo ocurrirá será todo lo contrario: una explosión de creatividad tantos años contenida, ante la perspectiva de una libertad de ejecución inédita.
En la otra orilla, la futura república heredará una economía completamente desestructurada y en proceso de descapitalización. Heredará un país plagado de industrias obsoletas e ineficaces. Heredará una deuda externa de $40 mil millones. $11,208.9 millones en moneda libremente convertible; $24,500 millones a Rusia, más unos $2,200 millones a sus antiguos socios de Europa del Este; y unos $3,000 millones, acumulada en los últimos cinco años por préstamos obtenidos de proveedores particulares, para financiar el déficit anual de su cuenta corriente. Una de las deudas per cápita más altas del mundo. Una deuda que inhabilita hoy al país para obtener nuevos créditos, aunque bien podría engrosar en un futuro próximo. A Japón le debe $1,700 millones, $1,200 millones a la Argentina en bancarrota. El 10.8% de su deuda es con España, más $200 millones en deudas privadas.. A Panamá se le deben $400 millones, aunque muchos empresarios se abstienen de hacerlo público por temor a que el gobierno cubano suspenda definitivamente los pagos. México ha renegociado la deuda cubana de $380 millones. La deuda con Venezuela ya ronda los $200 millones, y ha provocado suspensión en los envíos de petróleo. En septiembre de 2001 Francia congeló $175 millones en créditos comerciales a corto plazo por el impago de $10.5 millones; al igual que los $120 millones congelados por España. Atlantis Diesel Engines, de Sudáfrica, retuvo cargamentos de piezas y maquinarias por impago de $85 millones. Exportadores chilenos detuvieron embarques de macarela enlatada por lo mismo. Los plazos de los $107 millones renegociados con Berlín en el 2000, tampoco han sido satisfechos. Y así sucesivamente. Más la negativa de Cuba de aceptar cualquier recomendación del demonizado FMI, lo que aumenta la desconfianza de los acreedores.
Y al continuar gastando más de lo que gana, el país se ha visto obligado a negociar nuevos préstamos, de corto plazo y altos intereses, para cubrir ese déficit. El informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), organismo de la ONU, indica que si en el 2000 el déficit cubano fue de $687 millones, el de 2001 es de $758 millones. »Lo que consumimos y requerimos del exterior todavía sobrepasa en mucho lo que logramos exportar y esto no puede ser indefinido», admitió el vicepresidente del Consejo de Ministros, José Ramón Fernández.
Un país en bancarrota no declarada, cuya deuda heredará la Cuba futura. ¿Podría condonarse esa deuda a la próxima república en bien de una transición indolora? La Ley Helms-Burton dice todo lo contrario. Y Carmelo Mesa-Lago, profesor de economía de la Universidad Internacional de la Florida, afirma que habrá que reconocer y renegociar la deuda, si se quiere acceder a inyecciones de capital. »Es una situación desastrosa para el futuro, pero hay que pensar que es posible lograr que algunos países importantes perdonen la deuda, parcial o totalmente. (…) De hecho eso ya ha ocurrido con algunos países pequeños altamente endeudados». Aunque por su propia situación económica, algunos acreedores no perdonarán graciosamente la deuda cubana. Y con razón.
La república futura heredará decenios de atraso tecnológico e insuficientes infraestructuras.
Heredará medio siglo de indisciplina laboral y pésimos hábitos contraídos tras la entronización del slogan real del socialismo, donde “el trabajador simula que trabaja y el estado simula que le paga”.
Heredará, también, junto a la conciencia de los derechos sociales, la escasa conciencia de los derechos individuales, de modo que la sociedad civil tendrá que reinventarse. Tres generaciones de cubanos han alcanzado la edad adulta amaestrados por una sociedad paternalista donde la subsistencia es el pago a la obediencia; ajenos a una noción clara de su papel como ciudadanos.
Heredará, en suma, medio siglo de potenciales desaprovechadas, atizamiento de odios, enaltecimiento del orgullo nacional (como nunca antes) y sublimación de lo extranjero (como nunca antes también). Medio siglo y dos millones de compatriotas extraviados en un exilio abrumadoramente irreversible. Más decenas o cientos de miles de vidas perdidas en huidas desesperadas, cárceles, ejecuciones, conflictos fratricidas y guerras distantes.
Aunque posiblemente la peor herencia sea esa sensación, pesada como una losa de granito, que gravita sobre la inmensa mayoría de los ciudadanos de la Isla y del destierro. La sensación de que algo tan ineludible como el destino pesa sobre nosotros. De que el presente es inamovible, y que el futuro inmediato puede depararnos cosas peores, o mejores, pero que escapan a nuestra voluntad. La oscura sensación, inducida por medio siglo de monoteísmo político –tan abrumador, que no admite siquiera la herejía del silencio–, de nuestra nulidad como protagonistas de la historia patria. Nos basta, con frecuencia, sentirnos víctimas indefensas del destino; y asumir que el curso de Cuba dependerá de la Corriente del Golfo, de los alisios o de sus orishas tutelares, pero no de nuestra pequeña y multitudinaria participación.
Esa será la primera herencia de la que deberemos librarnos; si aspiramos algún día a que la Cuba posible sea una conjunciones de esos millones de Cubas probables que fraguamos, a solas, cada uno de nosotros.
Herencias; en: Cubaencuentro, Madrid, 26 de septiembre, 2002. http://arch.cubaencuentro.com/opinion/2002/09/26/10005.html.
Deja una respuesta