El Edén pospuesto

2 11 2001

En intervención del pasado miércoles en Santiago de Cuba, el señor Fidel Castro ha reconocido que el drástico descenso del turismo, como consecuencia de los acontecimientos del 11 de septiembre, ha sido «un golpe tremendo» para la Isla. A ello se une la bajada de los precios del níquel y el azúcar, rubros tradicionales de exportación.
El mundo entero está afectado por las cancelaciones de viajes y estancias. Por razones de seguridad, muchas personas temen viajar. A lo que se suma el miedo a la guerra bacteriológica y el parón económico que sufre Estados Unidos, con su reflejo en muchos otros países, impulsando la contracción del gasto. Más de la mitad de los ingresos de Cuba en divisas proceden del turismo y de las remesas familiares del exilio. Ambos afectados a muy corto plazo por la coyuntura actual. Al igual que el ritmo de operación de la compañía aérea nacional.
Advierte el señor FC a los ciudadanos de la Isla que «hay que prepararse, algunos sacrificios vendrán lógicamente». «Nuestros ingresos en [divisas] convertibles se afectan», aunque, según él, la afectación es menor, «puesto que no dependíamos del turismo norteamericano». Efectivamente, Canadá y Europa son las dos fuentes principales del turismo insular. En otros receptores como España, también afectados por la crisis, el descenso de turistas extranjeros viene acompañado por el aumento de nacionales, que modifican sus destinos, temerosos de abandonar el país. Cosa que no ocurre en Cuba, donde el turismo nacional es prácticamente nulo. Tampoco ha estructurado la Isla una economía diversificada o un mercado interno importante que permitan moderar las pérdidas.
Veinte de los 225 hoteles cubanos han sido cerrados y 12 000 de las 36 000 habitaciones disponibles, están vacías. Algo que sobrepasa la cifra de 5% de descenso reconocida por las autoridades en septiembre y su estimado del 10% para octubre.
Aunque en su discurso el señor Fidel Castro no especifica cuáles serán las afectaciones y los sacrificios a los que la población deberá hacer frente, ya se registra un notable incremento en el ritmo de los apagones, el dólar ha pasado en un brevísimo lapso de 22 a 27 pesos y las casas de cambio han optado por comprar dólares pero no venderlos. Ello hace prever nuevos descensos de la moneda nacional.
Los llamamientos al sacrificio de la población, a partir de crisis para las cuales siempre hay un culpable externo, no son nada nuevo. A inicios de los sesenta fue la ruptura de relaciones con los Estados Unidos y el embargo económico —gran culpable hasta hoy de todos los males que afectan a la Isla—. Como consecuencia, se estableció el sistema de racionamiento que ya dura cuatro décadas. Los efectos del ciclón Flora, a mediados de los sesenta, hicieron que se racionara el café, un producto tradicional. El ciclón ha durado hasta hoy. La nefasta Ofensiva Revolucionaria de 1968, que extirpó todo negocio privado, seguida por la Zafra de los Diez Millones, que remató la economía de la Isla, redoblaron la escasez y el racionamiento.
Salvo en el caso de la zafra, cuando el Gobierno admitió su culpabilidad, siempre aparecieron sequías o inundaciones, ciclones de la meteorología o de las finanzas internacionales, que explicaran cada desastre. El penúltimo fue la desaparición del campo socialista y de la URSS con el que se mantenían excepcionales condiciones de intercambio y un nivel de subvenciones que, bien administradas, habrían paliado con creces los efectos nocivos del embargo norteamericano: 40 000 millones de dólares en cifras de La Habana.
Y no es una opinión sino un dato. Recientemente, al referirse a los 200 millones de dólares anuales que recibía el régimen como pago por la estación radioelectrónica de Lourdes, la declaración oficial admitió que ello representaba sólo el 3% de los beneficios perdidos por la desaparición de la URSS. En buena matemática, dicha subvención ascendería entonces a más de 6 600 millones anuales, sin contar la deuda de 20 000 millones que al parecer Cuba no pagará —aducen que la deuda era con la URSS, no con Rusia—. De modo que entre ciclones, sequías y crisis mundiales, la administración cubana olvidó aportar el dato de que, durante treinta años, la compensación económica soviética a cambio de su alineación política hizo del embargo y la beligerancia perpetua hacia Norteamérica, un suculento negocio. Dilapidado, lamentablemente, en ineficacia, mala administración, guerritas extracontinentales y planes hegemónicos de cara al Tercer Mundo.
Cada una de esas crisis y recortes siempre fue acompañada por espléndidos panoramas del futuro. Durante los sesenta se mencionaba a 1970 como el año en que el país se convertiría en la Jauja del Caribe. En los setenta, se pospuso la fecha para la década entrante, que 125 000 cubanos no tuvieron la paciencia de aguardar, huyendo en masa por el Mariel. Los ochenta, quizás la época dorada de la economía socialista, nos abrumaron con noticias de saltos espectaculares en la producción que debían conducirnos al desarrollo. Los noventa fueron el viaje a la semilla de nuestras desgracias, al demostrarse que la relativa bonanza de la década anterior, más que a un crecimiento serio y sostenible de la economía, se debía a un déficit impagable en la balanza de pagos, una de las deudas per cápita más altas del planeta, y subvenciones externas cuyo cese hizo descender en picado la escenografía económica de la Isla.
Durante el llamado Período Especial, no sólo se encontró un culpable directo, sino dos —el efecto USA + Rusia—. Pero bastó un lustro y la multiplicación del capital extranjero invertido en Cuba, para que el Noticiero Nacional ofreciera de nuevo noticias esperanzadoras: cosechas espectaculares, desaforado interés de los inversionistas extranjeros, presuntos saltos de la biotecnología que colocarían al país a la cabeza de las naciones. Con el asalto a las Torres Gemelas, el ciclo de miseria cotidiana vs felicidad futurible, recomienza.
Cuba, como cualquier otro país —máxime ahora, cuando está sometida a las inclemencias de la economía mundial sin el paraguas de las subvenciones—, sufre períodos de bonanza y depresión cuyas causas pueden ser en cierta medida contextuales. Pero no sólo. Lo que no explica el discurso oficial, atento ante todo a su supervivencia, ni sus medios de prensa, nada proclives a los deportes de riesgo, es por qué el país pasó de encabezar la lista de las economías americanas a situarse en la cola, habiendo gozado de más ayudas en medio siglo que todos sus vecinos. Para ello no bastaría la perversidad política (del otro) o la meteorológica.
Hoy Cuba entra en el ciclo dramático. Como tantas otras veces, el señor Fidel Castro exige sacrificios a los ciudadanos. Mañana quizás, como en las buenas religiones, le veremos prometer el cielo siempre que se porten bien y sean obedientes durante su tránsito por este valle de lágrimas. Trabajar hoy con denuedo por la felicidad de nuestros hijos. Para que mañana nuestros hijos trabajen con denuedo por la felicidad de los nietos. Y así sucesivamente. La felicidad futurible, misterio de toda fe que debe ser, como buen dogma, verdad revelada y no cálculo económico, ese arte capitalista y laico, de tenderos y mercachifles.
Hoy el señor Fidel Castro exige sacrificios a los cubanos, un capital de miserias cotidianas y sueños rotos que se amortizará en lo que otras religiones denominan Edén o Paraíso, y en la terminología oficialista, comunismo.
¿Estaría dispuesto el señor Castro a un sacrificio, uno solo, que paliara el que hoy exige a sus compatriotas? Seguramente no. La felicidad de once millones es siempre futurible. El poder de uno solo, no. Según los teólogos, en el Más Allá no existe democracia pero, que se sepa, el dictador es otro.


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