Aproximaciones a la represión I

3 04 2024

Cubaencuentro.com 01/02/2024

https://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/aproximaciones-a-la-represion-i-343534

Días atrás tuve la ocasión de participar en una conversación (no llegó a discusión, algo loable entre cubanos) sobre la represión en Cuba: su existencia (o no, o cuándo), sus variaciones, ámbito, alcance y continuidad a lo largo de seis décadas.

Según algunos, la represión ha existido desde 1959 hasta hoy. Según otros, en los años 80 nunca se percataron de que existiera. Un tercero argumentó que para sus padres, fidelistas incluso sin Fidel, la represión era una calumnia de la prensa enemiga y en respuesta aportaban numerosos ejemplos de represión siempre más allá de la plataforma insular cubana. Y muchas otras opiniones intermedias que consideraban factores como el tipo, la intensidad o el contexto. Al parecer, mientras existe unanimidad sobre el carácter de la represión nazi, el gulag, la revolución cultural china, los malos hábitos del Ku Kux Klan sureño o las matanzas de los jemeres rojos en Camboya, cuando se habla de la represión en la Isla los propios cubanos manifiestan una considerable diversidad de opiniones.

En el diccionario de la Real Academia se define la represión como “Acto, o conjunto de actos, ordinariamente desde el poder, para contener, detener o castigar con violencia actuaciones políticas o sociales. Acción y efecto de reprimir”. Y entre sus sinónimos incluye: “opresión, coacción, castigo, sometimiento, dominación, contención, prohibición, dominio”. Curiosamente, allí aparece, también, otra definición: “Acción y efecto de represar”. Y, efectivamente, reprimir es también represar: confinar en un espacio mínimo aquello que no deberá desbordarse a juicio de los represores.

Como todos sabemos, la represión está en la naturaleza de cualquier Estado, es parte de sus funciones para el mantenimiento del orden y la impartición de la justicia, así como evitar que se infrinjan las normas del contrato social. Ahora bien, aquí no hablaremos de esa represión intrínseca y respetuosa de las leyes, sino de la represión que viola de manera flagrante la Declaración universal de los derechos humanos.

¿Existen entonces diferentes verdades, todas ellas aceptables, sobre la naturaleza de la represión en Cuba durante las seis últimas décadas o, por el contrario, sólo existe una verdad sustentada por los hechos objetivos?

Si vamos a los hechos objetivos, la represión en la Cuba castrista ha perdurado desde el primer minuto hasta hoy, aunque podríamos considerar que su naturaleza respondió a diferentes etapas:

A vida o muerte: Los juicios sumarísimos a los esbirros batistianos no siempre contaron con todas las garantías procesales (y esto no es un alegato de inocencia). O el juicio a los pilotos de la Fuerza Aérea que bombardearon la Sierra Maestra y cuyo resultado Fidel Castro anuló personalmente hasta obtener el veredicto de culpabilidad y las largas penas de prisión que él deseaba. Incluso aquellos compañeros de armas que, decepcionados, se hicieron a un lado o pasaron a la oposición, sufrieron condenas draconianas, aunque se eludiera la pena capital. Una advertencia de Fidel Castro a sus propios lugartenientes, pero sin aterrarlos (un hombre aterrado puede ser muy peligroso): sé fiel y Dios te premiará. Posteriormente, durante la guerra contra los focos insurgentes del Escambray y otras zonas montañosas, se produjeron asesinatos extrajudiciales, penas desproporcionadas por delitos de colaboración, e incluso el desplazamiento forzoso de los campesinos del Escambray a Ciudad Sandino, en el extremo occidental, un remake de la reconcentración de Valeriano Weyler y las “aldeas estratégicas” de las tropas norteamericanas en Vietnam. En los momentos previos a la invasión de Playa Girón, decenas de miles de cubanos que no habían cometido delito alguno, pero que el Estado consideró posibles o presuntos quintacolumnistas, se confinaron en el Presidio Modelo de Isla de Pinos y las instalaciones fueron minadas. En caso de que la invasión se produjera por esa zona, la orden era volar el Presidio para evitar que aquellos hombres y mujeres se unieran a la fuerza expedicionaria. Como diría Maximilien  Robespierre en su Teoría del gobierno revolucionario,  “El gobierno revolucionario debe a los buenos ciudadanos toda la protección nacional; a los enemigos del pueblo no les debe sino la muerte”.

Con la revolución, todo, contra revolución, ningún derecho. Este lema totalitario del castrismo temprano marcó la naturaleza de la represión durante los siguientes lustros: el Estado se atribuyó el derecho de decidir desde las opiniones admisibles hasta el corte de pelo, la sexualidad, la fe, los derechos laborales y sociales, el arte, la familia, las limitaciones a la propiedad (de la vivienda, de tus propios hijos), y sancionó toda heterodoxia. Los creyentes y los homosexuales serían reeducados en las UMAP. El poeta Padilla se arrepentiría sudoroso de sus herejías pasadas y mi amigo Rafael Saumell cumpliría cinco años de prisión por escribir un libro. Durante este período, las penas de muerte fueron la excepción y no la regla. Y me refiero a la muerte física, no a la muerte en vida que sufrieron todos aquellos condenados por sus obras, sus opiniones, su fe o su naturaleza. Fidel Castro conocía de primera mano el precio que puede pagar una dictadura por arrojar cadáveres en las cunetas. Dominaba como pocos el arte de la imagen y se consideraba a sí mismo un referente mundial de la izquierda. Para algunos cubanólogos de sol y playa posiblemente lo fuera. Pero llegado el momento, no dudaba. Si con ello evitaba una condena internacional por narcotráfico, fusilaba al general más condecorado y a algunos sicarios de su policía política. Si con ello se evitaba un nuevo Mariel, fusilaba en 72 horas a un par de jóvenes que secuestraron una lancha sin daño alguno para los pasajeros. O evitaba condenar a quienes hundieron el remolcador 13 de Marzo con medio centenar de personas adentro. La caída del muro de Berlín y el desmoronamiento de la Unión Soviética convirtieron al referente en referencia bibliográfica. Su “revolución” comenzó a hablar exclusivamente en pasado. Posiblemente el cierre tardío de esta etapa haya sido la Primavera Negra de 2003, cuando tribunales sin la más mínima garantía procesal repartieron 1400 años de prisión entre 75 activistas, disidentes y periodistas. Dicen que el mejor disolvente para el barniz es el alcohol, pero en este caso es el terror, hasta el punto de que José Saramago, fiel escudero del castrismo, se vio obligado a admitir que “hasta aquí hemos llegado”.

La camarilla de los compinches. De aquella “revolución” que se proclamó “verde como nuestras palmas” y era verde como el melón, ya sólo quedan las letanías nostálgicas del diario Granma. El gobierno de los compinches ya no es referente ideológico de nada ni para nadie. Su única ideología es sobrevivir y robar todo lo que se pueda antes del derrumbe final. Como no convencen, vencen (de momento) apoyados en sus cuadrillas de esbirros. Saben que carecen de toda legitimidad y por eso se muestran menos puntillosos con la heterodoxia. Si un escritor publica una novela non santa o hace declaraciones, si un académico publica un artículo demoledor o un músico recoge la indignación popular, intentan no darse por aludidos. Para su mal, Internet y las redes sociales les han arrebatado el monopolio que conservaban desde Gutenberg y Cubavisión. De modo que se ocupan, extintor en mano, de sofocar pequeños incendios mediante cortas pero recurrentes detenciones, acoso, invitaciones al exilio, alguna paliza y penas de cárcel superiores llegado el caso. Todo para evitar otro 11 J. Conocedores de su ilegitinidad, no soportarían una explosión masiva de descontento. Por eso alientan el éxodo. Medio millón, principalmente de jóvenes cubanos, huyeron del país en 2023. Confían en que una población de ancianos desnutridos solo salga a la calle para despedirse. Medio escalón por encima de Corea del Norte en su vocación represiva, ni siquiera infunden temor fuera de sus fronteras. El país que exportaba guerrillas ahora es sólo el mayor exportador mundial de cubanos. (Enviadores de remesas en estado larval que, bien explotados, pueden ser una buena inversión para los compinches). Tienen menos escrúpulos que nunca antes y no dudarían en asesinar si hiciera falta, pero saben, como don Corleone, que eso es malo para los negocios.

Vistos los hechos anteriores, ¿no deberíamos tener todos la misma opinión sobre la represión en Cuba? Eso es algo de lo que me ocuparé mañana aunque necesite echar mano a dos filósofos ingleses: Roger y Francis Bacon.





Aproximaciones a la represión II

3 04 2024

Cubaencuentro.com 02/02/2024

https://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/aproximaciones-a-la-represion-ii-343544

Durante la segunda mitad del siglo XIII, el monje y filósofo inglés Roger Bacon escribió Opus maius, un volumen de múltiples contenidos pero que esencialmente trataba sobre el error. Bacon atribuía los errores humanos  a cuatro problemas que, en conjunto, él llamó offendicula, es decir, impedimentos u obstáculos a la verdad:

1-La tendencia a encubrir la ignorancia propia fingiendo conocimiento

2-El poder persuasivo de la autoridad

3-La adhesión ciega a la costumbre

4-La influencia de la opinión popular

Más de trescientos años después, otro Bacon, Francis, habló de lo mismo, y llamó “los cuatro ídolos” a las fuentes del error humano:

1-El ídolo de la tribu: hábitos cognitivos universales propios de la especie humana

2-El ídolo de la caverna: el chovinismo que nos lleva a1 desconfiar de todo lo que no proceda de nuestro propio clan

3-El ídolo de la plaza del mercado: lo que el otro Bacon llamó “la opinión popular”

4-El ídolo del teatro: las falsas doctrinas difundidas por la autoridad religiosa, científica o filosófica (añadiríamos la política) y que no se discuten dado “el poder persuasivo de la autoridad” al que hacía referencia el otro Bacon.

De modo que si analizamos las opiniones de los cubanos sobre la represión en la isla, deberíamos considerar varios factores. El primero de ellos es que para más del 90% de los cubanos que vivieron a su edad adulta el advenimiento de la “revolución” en 1959 y observaron su devenir en los años 60, ésta constituía un proceso emancipador de los males que asolaban a la República desde su nacimiento en 1902: nepotismo, caudillismo, enriquecimiento ilícito, corrupción, violencia política y escaso interés por el destino de los más vulnerables. Se abría una nueva era en la cual Cuba sería, citando a Martí, “con todos y para el bien de todos”. Y las nuevas leyes parecían corroborarlo: la ley de reforma agraria, la ley de reforma urbana, la universalización de la atención sanitaria y de la educación. Aunque al mismo tiempo se derogaran las libertades fundamentales, empezando por el derecho a decidir; las libertades de expresión y reunión y, progresivamente hasta culminar en 1969, la libertad económica. Por eso no es raro que una buena parte de la población se adhiriera al segundo punto de Roger Bacon y “el poder persuasivo de la autoridad” fuera asumido de modo bastante acrítico. Sería lo que el otro Bacon llamaría “el ídolo del teatro”, dadas las falsas doctrinas difundidas por la autoridad. Es hasta cierto punto comprensible que las personas de esa primera generación insistan en su percepción, en algunos casos hasta hoy. De lo contrario, sería como asumir que toda su vida ha sido un timo. Por otra parte, al tratarse de una opinión compartida, pesan en ello los últimos puntos de Roger Bacon: “La adhesión ciega a la costumbre” y “La influencia de la opinión popular”. Unos postulados que esta primera generación transmitió sin dudarlo a sus hijos, aunque estos, con el paso del tiempo empezaran a cuestionar las explicaciones recibidas.

No todos, desde luego, respondieron de la misma manera a esas exhortaciones a la obediencia, aunque algunos, por razones de conveniencia y para facilitar su ascenso en el escalafón, echaron mano al primer postulado de Roger Bacon: “La tendencia a encubrir la ignorancia propia fingiendo conocimiento”, o, en el peor de los casos, la tendencia a encubrir el conocimiento de la represión fingiendo su inexistencia.

Fidel Castro manipuló con muchísima eficacia el chovinismo. Primero, se dotó de un enemigo a su altura, es decir, a la altura que el mismo se atribuía. Estados Unidos era el causante de todos los males y cualquier acusación al nuevo régimen debería ser desestimada, justamente porque provenía del enemigo. Nuestra tribu debería en todo caso reafirmar nuestra razón con respecto a la razón ajena, aun cuando ignoráramos numerosos detalles e incluso si había pruebas en contra. Alguna explicación tendría que haber y la confianza en nuestros líderes tendría que ser superior a las dudas que nos suscitaran los argumentos en su contra. El ídolo de nuestra caverna es siempre más creíble que cualquier objeción de sospechoso origen. Incluso si tiene signos de veracidad.

Para el ciudadano medio es siempre más confortable descansar sus opiniones y criterios en una opinión superior, sea Dios, el cura de la localidad, el padre, el presidente, o Fidel Castro. La confianza se convierte en prueba una vez que aceptamos la autoridad moral de quien la emite.

Otro elemento importante es el punto de la ecuación en que se encuentra ese ciudadano que juzga la existencia o no de represión. Un campesino que recibe en 1960 una parcela de tierra y cuyos hijos tienen la oportunidad de estudiar en la ciudad, no valorará la represión del mismo modo que el propietario de un pequeño o gran negocio que fue expropiado por las nuevas leyes revolucionarias. Y no reaccionarán del mismo modo al valorar la existencia de represión los hijos de ese empresario, que los hijos del campesino anterior. Un homosexual que pasó por las UMAP no tendrá la misma visión que un heterosexual ignorante de aquellas circunstancias. O los hijos de los presos políticos. O los creyentes represaliados.

Ahora bien, en la medida que el nuevo gobierno ofrece posibilidades de estudiar y fomenta la aparición de jóvenes más cultos, estos no aceptan con la misma pasividad al “ídolo del teatro” con el “poder persuasivo de la autoridad”. En tanto que jóvenes, y en tanto que cultos, no se adhieren del mismo modo a la opinión pública ya formada, o a la presión social, sino que desarrollan su propio carácter contestatario. Y esto es, obviamente, mucho más acusado en las generaciones posteriores, aquellas para las cuales la “revolución” no representa ningún referente ideológico, o ningún referente de ningún tipo. O es, precisamente, referente de todo lo contrario.

Por otra parte, la “adhesión ciega a la costumbre” también varía con el paso del tiempo, sobre todo en un país que ha perdido todos sus referentes y se encuentra en un acelerado proceso de descomposición. Esto podría explicar que converjan las opiniones actuales de diferentes generaciones y contextos.

En cuanto al “ídolo de la tribu: hábitos cognitivos universales propios de la especie humana”, hay que considerar las dificultades de todos los seres humanos para cambiar de opinión y los sesgos cognitivos que nos hacen persistir incluso en el error, a pesar de evidencias en contra que vayan desmontando las bases de esa certeza.

Por todo ello, no es raro que entre nosotros, tras un larguísimo periodo sometidos al “ídolo del teatro” y los efectos de la opinión pública, haya una diversidad de opiniones respecto a la represión, y aunque existen circunstancias objetivas, hay versiones de la verdad que siguen siendo individuales, intransferibles.





Una lección de Historia

3 04 2024

Cubaencuentro.com  04/12/2023

https://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/una-leccion-de-historia-343301

Es fácil descubrir la capacidad de reciclaje de los antiguos capos comunistas en Europa del Este. Los mismos que en su día aplastaron cualquier atisbo de democratización y satanizaron el mercado han devenido entusiastas “demócratas” y oligarcas.

El imperio del KGB en Rusia encabezado por Vladimir Putin, el nuevo zar, y su escudero Aleksandr Lukashenko en Bielorrusia. La nomenklatura reciclada en Moldavia y Macedonia, Albania, Bulgaria, Rumanía, Serbia y Montenegro  ha emergido de sus rojas crisálidas como flamantes mariposas del libre mercado.

Vista la naturaleza de esas transiciones y el pedigree de sus protagonistas, es instructivo leer, 118 años después, el documento “Los veteranos de la independencia al pueblo de Cuba”, que  nos ofrece una idea sobre el calibre moral, la sabiduría y el buen juicio de quienes construyeron la patria cubana no con discursos ni proclamas, sino con su sangre. Un documento que hoy me gustaría compartir y que no requiere mayores explicaciones.

 

“Los veteranos de la independencia al pueblo de Cuba”, Octubre 28 de 1911

Conciudadanos:

Un gran movimiento de conciencia nacional agitó a la sociedad Cubana. Los veteranos lo inician y el pueblo cubano lo mantiene; la justicia lo preside; lo anima el patriotismo.

Cuando el 20 de mayo de 1902 la adorada bandera de los cubanos, saludada por todas las naciones, flameó sobre las fortalezas seculares, tras medio siglo de luchas desesperadas y gloriosas, los supervivientes de la legión libertadora, al calor de generosos y puros sentimientos estrecharon sobre su corazón a sus compatriotas; y unidos los cubanos bajo el lema de «La República con todos y para el bien de todos», comenzaron la vida dignificada, de un pueblo libre.

Rotas las cadenas, las servidumbres abatidas, el cubano, dueño al fin, de su Patria, alzó la frente al sol de un nuevo día de justicia, libertad y progreso; se arrancó del corazón las santas iras de la guerra y abrió las puertas de la nueva sociedad a todas las actividades humanas, sin amargas exclusiones. Al español que lo combatiera y al compatriota que lo traicionara, ofreció por igual sus fértiles tierras, sus ricas industrias, su comercio, sus talleres, sus libertades y el amparo de sus leyes.

El cubano, ante el enemigo vencido, borró la sombra del opresor, y ante el propio compatriota que le asesinara en la emboscada cerró los ojos y brindó a todos, por igual, con piadosa mano, cuanto poseía la tierra que había redimido y las libertades que había conquistado. Lo único que no podía, sin demencia, ofrecerles, era la dirección de la nueva República. No podían resguardar nuestra libertad los que la habían combatido; la sociedad cubana no podía erigir en jefes a sus propios enemigos.

El pueblo cubano quiso para guía de la nueva nacionalidad el probado patriotismo, y así lo expresó con voluntad soberana, al elegir sus primeros magistrados. Quiso que los cargos públicos fuesen como debe ser, para la aptitud, la idoneidad, la honradez y el mérito, no para la delincuencia. ¿Cuándo, en qué país, ni con qué pretexto de igualdad, se ha visto premiada la traición contra la Patria?

Si en la igualdad ante la Ley pudieran, monstruosamente, confundirse el bien y la perversidad, que la conciencia universal y las leyes han separado, ni tendría castigo el delito ni estimulo la virtud, y la sociedad desquiciada en su fundamento moral, sin tradiciones, sin bandera y sin ideales, caería deshonrada ante las más groseras fuerzas de la bestialidad humana.

Aquellos malos cubanos que alzaron sus manos contra Cuba, no ya conformes con el perdón de sus crímenes, se dedicaron, con diversas intrigas, a reconquistar en la República un predominio que, de subsistir, haría al pueblo cubano bajar humillado la frente, encendida por el rubor y la vergüenza. Alejándose casi siempre de los pueblos que fueron testigos de sus maldades, alistándose sigilosamente bajo los banderines de los partidos políticos y contaminando todo cuanto tocaron, han ido escalando aquellos puestos que debieron reservarse a los cubanos que carecen de manchas en su vida, a extremo tal que algunas localidades sufren la desdicha de tener como representante de la autoridad, a guerrilleros viles que en los aciagos días de la guerra gozaban en arrastrar por las calles, frente a las familias cubanas enloquecidas, los cadáveres ensangrentados de los mártires de Cuba.

BASTA YA DE MONSTRUOSA TOLERANCIA… De hoy mas nuestra pasividad sería imprevisión, deshonor, y cobardía. La República firme y fuerte después de tantos años de resignación, debe consagrar algunas energías a separar de la administración pública a los que traicionaron a la Patria.

La Ley Penal de Cuba, promulgada en la época revolucionaria, comprendía en el delito de traición, castigado con la muerte, al espía, al guerrillero, a todo cubano que, bajo bandera española, combatía contra Cuba, o de un modo directo favorecía al progreso de las armas enemigas. Y aun el mismo Código Penal español, todavía vigente en Cuba, define al traidor diciendo, con admirable concisión: «el que tomare las armas contra la patria bajo bandera enemiga».

Y si la ley Penal aquí vigente fija el concepto universal del traidor a la Patria, como un crimen tan horrendo que para él todos los pueblos de la tierra forjan la cadena perpetua y alzan la horca, ¿cómo vamos a tolerar que los traidores, adueñándose cautelosamente de la administración de la República puedan volver a traicionarla y hundir su acero en el corazón de Cuba? Cómo hemos de legar a la nueva generación con la muerte de nuestros mejores sentimientos, el ejemplo pavoroso y funesto de entregar ahora en nombre de una igualdad mentida y de una concordia vergonzosa, el dinero público, los honores y la autoridad de Cuba, a aquellos mismos siniestros guerrilleros ¡No!

Lejos está de nosotros la idea de que se les aplique hoy el castigo a que se hicieron merecedores, porque con el último disparo que consagró la victoria, se proclamó como principio fundamental para el porvenir, el perdón de todos los agravios para restablecer con la paz moral de los espíritus, el equilibrio social perturbado; pero ni entonces ni después se reconoció como un dogma confiar a la traición la obra del patriotismo. ¿Qué menos puede pedirse a nuestro enemigo de ayer, amigo interesado de hoy para medrar a la sombra de las instituciones republicanas, que la renuncia de todo cargo público, que ni moral ni legalmente tiene derecho a desempeñar? Puede, sí, vivir en Cuba como ciudadano o como extranjero, al amparo positivo de nuestras leyes protectoras, que defenderán su vida, su hacienda y su libertad; pero jamás, sin lastimar la conciencia nacional, pretenderá dirigir los destinos de la República.

Los veteranos de la Independencia en este conflicto inevitable, no por ellos provocado, sino por el cinismo con que los réprobos se van apoderando de los puestos oficiales y del porvenir de la Patria, señalan a los Poderes de la nación las inhabilitaciones prescritas contra los cubanos de «mala conducta» por la Ley del Servicio Civil, e invocando la justicia, la previsión y el sentimiento patrio, acuden al corazón del pueblo cubano, porque sería absurdo y monstruosamente inmoral calificar de «buena» la conducta de aquellos cubanos que pelearon contra Cuba, realizando un crimen de lesa patria, castigado con la pena de muerte en todos los códigos del mundo.

Somos los primeros en guardar las leyes y el público sosiego, pero con tenacidad digna de la patriótica finalidad que perseguimos, lucharemos sin descanso hasta lograr el éxito completo, que en tan noble empresa habrán de secundarnos las autoridades y Poderes de la República, el pueblo de Cuba y esa generación joven, la mejor esperanza de la patria, y a la que los veteranos hemos de entregar, como precioso legado, el patriótico deber de velar porque no se mixtifique el amor a la nacionalidad cubana.

Nada pedimos para los Veteranos, aunque la miseria les hiera muchos hogares; sólo queremos que a los desleales sustituyan en los cargos públicos los cubanos que amaron a Cuba y los que no deshonraron su existencia; todos los cubanos, menos los que combatieron contra Cuba. Queremos, porque Cuba lo necesita más que ningún otro pueblo, que aquí siempre se execre la traición y se aprecie el patriotismo. Para los cargos de la República ya no deben confundirse los traidores con los patriotas. El que igualar pretenda a los demás cubanos al guerrillero vil tiene la conciencia de un guerrillero.

Qué los traidores aren en paz la tierra que sembraron de huesos cubanos, pero que jamás usurpen ni profanen los cargos de la República que tanto odiaron, los espías, los movilizados, los guerrilleros, los que profanaron el cadáver de Antonio Maceo y destrozaron la juvenil cabeza de Panchito Gómez, siniestros malvados cuya aparición en nuestros campos era para la familia cubana, la señal terrible del incendio, la bestialidad y la matanza, a cuyo furor brutal rodaban las ancianas cabezas y eran ahogados los sollozos de las madres y los gritos de la inmaculada inocencia.

Habana, 28 de octubre de 1911.

Por el Consejo nacional de Veteranos:

General Emilio Núñez Rodríguez, Presidente

General Silverio Sánchez Figueras, General Enrique Loynaz del Castillo, Coronel Cosme de la Torriente, General Juan E. Ducassi, General Manuel Alfonso Seijas, General José Miró Argenter, General Agustín Cebreco, General Carlos García Vélez, General Pedro Díaz Molina, General Hugo Roberts, General Francisco Carrillo Morales, General José Fernández de Castro, General Francisco de P. Valiente, General Carlos González Clavel, General Demetrio Castillo Duany, Coronel Manuel María Coronado, Coronel Agustín Cruz González, Coronel Aurelio Hevia, Teniente Coronel Casimiro Naya y Serrano, Coronel Manuel Lazo, Vicepresidentes.

Comandante Manuel Secades Japón, Secretario de Actas.

Coronel José Gálvez, Coronel Dr. Eulogio Sardiñas, subteniente Dr. Edmundo Estrada, Comandante Dr. Miguel A. Varona, Comandante Miguel Coyula, Vicesecretarios.

Teniente Luis Suárez Vera, Secretario de correspondencia.

Coronel José Camejo, Comandante Armando Prats, Coronel Enrique Molina, Teniente Emilio Ayala, Comandante Miguel Ángel Ruiz, Vice-secretarios.

Coronel Manuel Aranda, Tesorero.

Capitán Armando Cartaya, Teniente Coronel Justo Carrillo, Coronel Lucas Álvarez Cerice, Coronel Fernando Figueredo, Coronel José N. Jane, vice-tesoreros.

También sumaban su firma al histórico documento más de un centenar de oficiales que iban desde Generales hasta Tenientes.





Manifestarse, ¿contra quién?

3 04 2024

Cubaencuentro.com 10/11/2023

https://www.cubaencuentro.com/internacional/articulos/manifestarse-contra-quien-343212

A partir de la atroz incursión de los milicianos de Hammás, que se saldó con 1400 víctimas y más de 200 secuestrados entre la población hebrea, el ejército de Israel ha puesto en marcha devastadores bombardeos sobre la Franja de Gaza, preludio de la invasión con el propósito de exterminar a la organización terrorista y, posiblemente, absorber la zona.

Como consecuencia de estos hechos, en el mundo se han producido cientos o miles de manifestaciones en defensa del pueblo palestino, o del pueblo hebreo, o a favor de la respuesta militar de Israel, o en contra, e incluso a favor de Hammás.

Yo acudiría a alguna de esas manifestaciones, porque repudio por igual la barbarie de Hammás y los bombardeos indiscriminados de Israel donde la población civil aporta la mayor cuota de víctimas. Pero solo si se tratara de solidarizarme con el pueblo hebreo o con el pueblo palestino.

En el caso de Hammás, no repudio sólo la masacre perpetrada contra la población civil de Israel, sino también la perpetrada contra su propia población. El hecho de que sus centros de lanzamiento de misiles, sus bases militares, sus refugios, estén situados al lado o debajo de escuelas, hospitales, parques, piscinas y zonas residenciales, los espacios donde viven, aprenden o se curan los ciudadanos palestinos que ellos dicen representar y defender, resulta doblemente repugnante. Repudio también, especialmente, el hecho de que en el momento de realizar su incursión a territorio israelí y asesinar a civiles indiscriminadamente, supieran, porque de ninguna manera podían ignorarlo, que la respuesta de Israel sería contundente. Al emplear a sus propios ciudadanos como escudos humanos, sabían que el saldo de víctimas civiles sería pavoroso, y me temo que eso era justamente lo que buscaban: la foto de Israel como un estado genocida que masacraba sin compasión ancianos, mujeres y niños. Y el saldo informativo está a su favor: en cualquier noticia sobre la guerra en Gaza, tras un breve prólogo sobre la incursión de Hammás, se muestra in extenso lo que hoy es noticia: la destrucción de la Franja, civiles muertos y heridos, hospitales devastados. Es la imagen que queda fijada en nuestra memoria.

De modo que bajo ninguna circunstancia acudiría a una manifestación en apoyo de Hammás, no sólo por estos hechos, sino por tratarse de un grupo fundamentalista islámico que niega los valores y derechos universales.

Comprendo la ira, el dolor y la sed de venganza del pueblo hebreo. Pero no acudiría tampoco a una manifestación acrítica a favor de la respuesta militar israelí, porque sería como asistir a una manifestación en apoyo de Benjamín Netanyahu, tan culpable como Hammás de lo que ha ocurrido. Y no porque lo sorprendiera el ataque. Me explico.

Los Acuerdos  de Oslo (1993) entre Yasser Arafat, líder de Al Fatah, y el primer ministro israelí, Isaac Rabin, estipulaban la creación de “un gobierno autónomo provisional palestino” para Cisjordania y Gaza que a los cinco años diera paso a la resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, es decir, la creación de un Estado palestino vecino de Israel. La solución de dos estados soberanos, que estaba explícitamente formulada desde la Resolución 181 de 1947. Pero el sionismo más recalcitrante seguía soñando con expandirse hasta lograr el Gran Israel (Eretz Israel). La fundación de Hammás en 1987, dirigido por el imán Ahmed Yassin, introducía una pugna entre dos facciones palestinas. En 1994 Hammás se negó a formar parte de la Autoridad Nacional Palestina, y emprendió una campaña de atentados hasta conseguir que la población israelí rechazara mayoritariamente los Acuerdos de Oslo. El magnicidio de Isaac Rabin a manos del ultranacionalista Yigal Amir fue otro golpe a esos acuerdos.

Curiosamente, mientras Cisjordania, bajo la Autoridad Nacional Palestina, que acepta la resolución 242, es hasta hoy un protectorado; Israel ha permitido el poder absoluto en la Franja de Gaza de Hammás, que no acepta la resolución 242 y cuyo propósito es crear un Estado Islámico que abarcara Jerusalén, Gaza y Cisjordania. ¿Favorece el sionismo a Hammás, con la ayuda del Mossad? O peor, ¿ha apoyado y financiado al grupo terrorista?

No estoy revelando nada nuevo. El periodista israelí Amnon Abramovich ya culpó a Netanyahu de connivencia con Hammás. En 2009 The Wall Street Journal, muy lejos de ser pro palestino, hizo un reportaje sobre «cómo Israel ayudó a engendrar a Hammás» (https://www.wsj.com/articles/SB123275572295011847), donde un funcionario israelí destacado en Gaza explicaba que «Hammás, para su gran pesar, es creación de Israel». En 2019, el periódico israelí The Jerusalem Post publicó unas declaraciones del primer ministro Benjamín Netanyahu durante una reunión de su partido: «El dinero para Hammás es parte de la estrategia para mantener divididos a los palestinos». «Cualquiera que quiera frustrar el establecimiento de un Estado palestino tiene que apoyar el fortalecimiento de Hammás y la transferencia de dinero a Hammás». En 2020 Haaretz, otro medio israelí, informó de la visita del jefe del Mossad a Doha, donde «rogó a los cataríes que siguieran canalizando dinero hacia Hammás». De modo que hay que juzgar a Hammás por crímenes de guerra contra el pueblo hebreo, pero también a Benjamín Netanyahu por los mismos crímenes contra su propio pueblo.

El Likud, partido conservador de Benjamín Netanyahu, gobierna en coalición con tres partidos de extrema derecha (Sionismo Religioso, Poder Judío y Noam), y dos ultraortodoxos, el sefardí Shas y el askenazí Judaísmo Unido de la Torá. Lo mejor de cada casa. Para todos ellos, una excusa para vaciar la Franja de dos millones de palestinos es una oferta única. Su propósito a largo plazo es la expulsión de todos los palestinos, como el propósito de Hammás sería expulsar a todos los judíos, si tuviera los medios. Ambos extremos consideran que ese trozo de geografía le pertenece en exclusiva: la tierra prometida del pueblo judío, la patria ancestral del pueblo palestino. Y eso excluye al otro. ¿Cuál tiene razón? Ambos y ninguno.

El territorio en disputa fue parte de los imperios egipcio, asirio, babilonio (quienes deportaron a los israelitas VIP); de los imperios aqueménida y persa, derrotados por los ejércitos de Alejandro Magno y tras él los seléucidas; los imperios romano, bizantino, otomano, y tras la I GM, territorio colonial de los británicos.

Mil años antes de Cristo ya existían los reinos de Israel, al norte, y de Judá, con capital en Jerusalén, al sur. Desde Herodoto en el V a.C. consta la denominación de Palestina, como sustituto del término Canaán.  Fue tras la Rebelión de Bar-Kochba (132-136 d.C.), cuando el emperador Adriano desterró de la región a todos los judíos, y cambió el nombre de la provincia por el de Siria-Palestina, que con Constantino el Grande sería provincia cristiana y centro importante de la nueva fe. En el 634 d.C. los musulmanes árabes ocuparon y renombraron la región como Jund Filastin, Distrito Militar de Palestina. Como se ve, menos los aztecas, los mayas y Gengis Khan, por allí pasó todo el mundo. Cada uno podría reclamar su parcela, y tocarían a finquita por imperio.

Al término de la II GM, Naciones Unidas, sensibilizada por la barbarie del Holocausto,  adjudicó el área, con la aquiescencia de Gran Bretaña, al nuevo Estado de Israel, proclamada patria del pueblo judío. Pero obsequiaron el territorio con palestinos incluidos. El 14 de mayo de 1948 Israel declaró su independencia. Un día más tarde el nuevo país fue atacado por fuerzas combinadas de los países árabes vecinos; Gran Bretaña hizo mutis por el foro; la guerra fue ganada por Israel en catorce meses, y para 700.000 palestinos ocurrió la Nakba, la tragedia, su expulsión de los territorios; lo mismo que ocurrió a los judíos 1180 años antes. 

Hemos visto en los últimos meses nutridas manifestaciones de los ciudadanos israelíes contra Benjamín Netanyahu por su intento de pervertir el Estado de derecho y crearse una justicia a la carta. Incluso unidos contra la barbarie de Hammás, hay voces en el pueblo hebreo que condenan a su líder o siguen manteniendo que la búsqueda de la paz y la convivencia son posibles. En cambio, no conozco una sola voz entre los palestinos de Gaza que critique explícitamente las acciones de Hammás. Y eso dice mucho, no sobre lo que piensan unos y otros, sino sobre las respectivas libertades para expresarlo.

Entonces, ¿es la tierra prometida del pueblo judío o la patria ancestral del pueblo palestino? Las dos. Pero no en exclusiva. Y si ambos pueblos (no me refiero a los gobiernos, sean del signo que sean) quieren convivir en paz, el único modo es la existencia de dos estados independientes donde cada pueblo decida su destino. A una manifestación con ese propósito yo sí acudiría.





La voluntad divina

3 04 2024

Cubaencuentro.com 14/12/2023

https://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/la-voluntad-divina-343348

La diferencia crucial entre las sociedades premodernas y la nuestra no son los antibióticos ni la energía atómica, ni los viajes espaciales o Internet. Es la derogación de la voluntad divina.

Para las tribus de cazadores recolectores, para los griegos, los romanos y el resto de las sociedades premodernas, la vida era parte de una representación teatral cósmica. Diluvios y sequías, pandemias y guerras, eran parte del guión divino en el cual los hombres representábamos nuestro papel aunque ignoráramos el texto. Si vencían los griegos y no los troyanos, si morían de peste bubónica todos los miembros de una familia salvo uno, si la sequía excepcional nos obligaba a emigrar hacia tierras ignotas, todo era parte de un plan maestro que nosotros, míseros mortales, nunca alcanzaríamos a comprender. Sólo nos quedaba cumplir nuestro pequeño papel en la coreografía de los dioses.

Al poner al hombre en el centro, al asumir nuestra capacidad para cambiar el destino —vencer la pandemia, combatir la sequía con ingeniosos sistemas de riego, evitar las guerras— la sociedad moderna se evade del fatalismo divino. Eludir la voluntad de los dioses es nuestro éxito y nuestra condena. Podemos fabricar el destino. Pero al mismo tiempo no tenemos ningún ente superior en el que descargar nuestra responsabilidad. Usurpar el papel de los dioses nos otorga el poder y la culpa.

Si repasamos la historia de Cuba, desde las rebeliones de los vegueros en el siglo XVIII, pasando por las guerras de independencia, hasta las revoluciones del siglo XX y las manifestaciones del 11 de junio, los cubanos asumimos el protagonismo de nuestro destino siempre que el poder ominoso de los dioses locales rebasaba ciertos límites. Imponer la construcción del propio relato nos obligaba a derogar total o parcialmente la voluntad divina. Al mismo tiempo, ha coexistido con ello la pulsión contraria: huir. Desde los palenques de cimarrones hasta Kendall, siempre que la dictadura de los dioses parecía invulnerable, hemos optado por la distancia. Nada original. La historia de la humanidad es la crónica de sus emigraciones. O estaríamos aun apiñados en Sudáfrica de espaldas a un planeta despoblado.

Durante la primera mitad del siglo XX, varios axiomas apuntalaron la noción de que rebelarse contra los dioses era insensato: “Puedes hacer una revolución con el ejército, sin el ejército, pero nunca contra el ejército”. “Puedes hacer una revolución con los americanos, sin los americanos, pero nunca contra los americanos”. Ambos fueron derogados por la revolución de 1959. Venta de tren blindado y otras componendas aparte, se hizo contra el ejército. Y aunque no desde el primer minuto, también contra Estados Unidos, que se convertiría en el comodín para delegar todos los males: sequías, ciclones, escasez de penicilina y desaparición de la malanga. (Aquellas malangas de Oklahoma que ahora el bloqueo nos veta. Qué nostalgia).

Al mismo tiempo, Fidel Castro, nuevo Jehová del olimpo nacional, inoculó en nuestra imaginación su propio axioma: “Esto no hay quien lo arregle, pero no hay quien lo tumbe”. Su intento de convertirnos en hombres premodernos, sujetos a la voluntad divina, tuvo un éxito insólito, por su fijación y durabilidad, en la historia de la isla. Para ello se vio obligado a vencer, primero, la resistencia de los hombres modernos que se alzaron en armas contra la posibilidad de verse reducidos de nuevo a la obediencia divina. Sustituyó la prensa más o menos independiente por Revolución, Granma, Juventud Rebelde, Cubavisión, sagradas escrituras donde solo se admite la palabra revelada. Derogó los viejos dioses en nombre de una nueva religión presuntamente laica. Creó su propia corte de escribas y sacerdotes, encargados de mantener vivo el culto y difundir sus parábolas y milagros. A la manera del estamento eclesiástico medieval, confiscó tierras y otros medios de producción reduciendo a sus fieles al status precapitalista de siervos de la gleba cuyo destino depende de los humores del amo. Por último, construyó su cuerpo inquisitorial, la única institución eficaz del castrismo, dado que su propósito no es promover la felicidad de los fieles sino el temor a Dios. Y gracias a la combinación entre la fe y el miedo, la propaganda y el adoctrinamiento, la repetición incesante del nuevo catecismo y los sermones de siete horas, una buena parte de los cubanos creyó / creímos / cree que “esto no hay quien lo arregle, pero no hay quien lo tumbe”, y que el poder está dotado de omnisapiencia y omnividencia. Todo lo sabe y todo lo ve. Y eso lo hace invulnerable. Aunque no sea cierto, lo importante es que los fieles lo crean.

Durante mucho tiempo, cuando los sacerdotes del nuevo Dios eran incapaces de rebatir una duda, el argumento final era apelar a la fe en la palabra revelada, dado que el señor cuenta con datos que tú, mísero mortal, desconoces. Y ahí terminaba cualquier atisbo de dialéctica. Cuando alguien pronunciaba una herejía, siempre había una cautelosa mirada en busca de ojos, oídos y micrófonos. Omnisapiencia y omnividencia. Tomen nota.

Lo más curioso es que, crucificado Dios por el calendario, sus apóstoles han heredado, no la supuesta omnisapiencia, dado que en su gestión no aciertan ni por error, pero sí una presunta omnividencia que es el único y endeble sostén de su poder.

Si frecuentan un libro muy recomendable, Postguerra, de Tony Judt, descubrirán lo frágil que era ese último axioma en los “países hermanos” de Europa del Este y lo rápido que descubrieron en Berlín que un muro de piedra no era un “muro de ideas” y que en Bucarest bastaban unos pocos abucheos en la plaza pública para que el Dios local alzara el vuelo en su helicóptero poco antes de que su alma ascendiera hacia el olvido después del fusilamiento.





España: el ruido y la furia

3 04 2024

Cubaencuentro.com Madrid | 07/11/2023 9:37 pm

https://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/espana-el-ruido-y-la-furia-343195

Quienes abran hoy la prensa española, vean la tele o escuchen la radio, verán y escucharán que el presidente en funciones Pedro Sánchez, secretario general del Partido Socialista (PSOE), es un dictador, que quiere convertir el país en Venezuela (pero sin petróleo), que es un traidor a España, un corrupto, un peligro inminente para la nación si llega a la presidencia, dada su capacidad de hundir el país y, sobre todo, que España se rompe (por culpa de Sánchez, se entiende). Sobre esto último, he rastreado la frase “España se rompe” hasta 2007, cuando Sánchez ni siquiera asomaba, de modo que si España realmente se rompe lo va haciendo despacio. En cuanto a la calidad democrática del Estado español, según The Economist, el país se encuentra ahora mismo entre las 24 democracias más avanzadas y plenas; Freedom House lo clasifica como un “país libre” y la Fundación Aternativas le otorga 6,4 sobre 10 en calidad democrática, la nota más alta en los últimos 15 años.

¿A qué se debe entonces tanta sobreactuación y catastrofismo?

Para quienes no estén muy al tanto, España tiene una monarquía parlamentaria. No hay elección directa del Presidente. Los ciudadanos votan a las listas propuestas por los partidos políticos, esos votos se traducen en escaños y son los congresistas quienes votan en el Congreso para elegir al presidente, no aquel que obtuvo más escaños (a menos que obtenga la mayoría absoluta), sino el que reúna más apoyos, de su partido y de otros, para su investidura. Eso lo sabe el Partido Popular (PP) porque en las últimas elecciones locales y autonómicas del pasado 28 de mayo, en Canarias y Extremadura el Partido Socialista fue el más votado y sin embargo no gobierna, porque, legítimamente, el PP forjó coaliciones que sumaron más escaños. No obstante, le exige al PSOE que no sigan su ejemplo y renuncie a formar alianzas que le permitan alcanzar la presidencia.

El Partido Popular fue el más votado en las últimas elecciones y trató de formar gobierno, pero no consiguió los apoyos suficientes, dado que su compañero de baile, con el cual ya gobierna en varias comunidades autónomas, es Vox, un partido de extrema derecha que niega la violencia de género, el cambio climático, está contra la inmigración, contra los derechos a la comunidad LGTBI, contra la ley de muerte digna, contra la recuperación de la memoria histórica que permitirá a los descendientes de los asesinados durante el franquismo conocer el destino de sus restos, y Vox, además, lleva en su programa la eliminación de las comunidades autónomas y la recentralización del país (algo que es inconstitucional), así como perseguir y prohibir cualquier partido político que, desde su perspectiva, sea “contrario a España”, del mismo modo que el gobierno cubano considera un “ataque a Cuba” cualquier crítica a ellos. Obviamente, la inmensa mayoría de los partidos políticos con representación en la Cámara no habrían votado jamás a un candidato que se apoyara en estos señores. Y menos los partidos nacionalistas. La investidura fue, por tanto, fallida.

Le toca entonces el turno al presidente del segundo partido más votado, Pedro Sánchez, del PSOE, pero él tampoco cuenta con los apoyos suficientes y ya ha negociado la coalición con Sumar, más a su izquierda, y el apoyo de los partidos nacionalistas vascos y catalanes. Pero estos apoyos no son, desde luego, gratuitos. Nunca lo han sido. Varios presidentes anteriores han tenido que pactar concesiones a cambio de votos, y más aun tras la fragmentación del espacio político a costa del bipartidismo. ¿De qué concesiones hablamos ahora?

En el caso de Sumar, se trata de políticas laborales y de vivienda más a la izquierda de lo habitual en el PSOE. Pero lo que está centrando los discursos más beligerantes son las concesiones a los partidos nacionalistas catalanes: Esquerra Republicana y Junts per Catalunya, en particular a esta última, dado que su líder, Carles Carles Puigdemont, permanece huido de la justicia española desde 2017. Y ahí tenemos que hacer un poco de historia.

Alcalde de Gerona entre 2011 y 2016, Carles Puigdemont se convirtió en presidente de la Generalitat de Cataluña por carambola tras las elecciones autonómicas de 2015, cuando Unidad Popular decidió impedir una nueva investidura de Artur Mas y echaron mano de este alcalde como un comodín temporal. Empujado por las fuerzas independentistas más beligerantes, impulsó la celebración de un referéndum de independencia de Cataluña el 1 de octubre de 2017, algo proscrito por la Constitución Española. El día 27 de octubre, ante la inminente acción del Estado español –desarticulación temporal del gobierno catalán mediante el artículo 155–, Carles Puigdemont estaba dispuesto a convocar nuevas elecciones autonómicas pero, dada la presión del independentismo hiperventilado declaró unilateralmente la República catalana. La más breve de la historia universal. Duró ocho segundos. (La de Lluís Companys en 1934 duró 10 horas, lo que tardó el Ejército español en entrar a detenerlo). A los ocho segundos, en el mismo discurso, dijo que se posponía unas semanas, pero no dijo cuántas, y huyó en el maletero de un coche. Hasta hoy. Por el contrario que otros dirigentes independentistas, que afrontaron las penas de cárcel por rebelión, sedición y malversación de caudales públicos y fueron indultados posteriormente. Desde entonces Puigdemont reside en Waterloo, Bélgica. Sí. El mismo Waterloo de Napoleón. Es diputado al Parlamento Europeo y dirige desde allí una nueva organización política, Junts per Catalunya, que en las últimas elecciones generales consiguió siete diputados.

El PSOE está dispuesto a conceder una amnistía a todos los implicados en el proceso independentista, más otras concesiones menores como una quita de la deuda de Cataluña por el parón económico de la pandemia, que se haría extensiva a otras comunidades autónomas, y el traspaso parcial de los trenes de cercanías. El Partido Socialista argumenta que después de seis años, una amnistía sacará de la esfera judicial y retornará a la política un conflicto político, y consolidará el clima de convivencia en Cataluña, en parte ya conseguida con los indultos a los políticos encarcelados. ¿Es cierto o no? Si esto contribuye a retornar el clima político de Cataluña a los cauces anteriores a 2017, como permite suponer el hecho de que gracias a la distensión ya hoy menos de la mitad de los catalanes están a favor de la independencia, sería cierto. ¿Lo hacen por esta causa? En tal caso, no lo harían ahora, cuando necesitan los votos de los partidos independentistas para la investidura. Lo habían hecho antes.

Aunque todavía no se conocen los detalles de la ley, la derecha se ha movilizado contra una amnistía que califican de traición a España. ¿Es cierto o no? Si se habla de una traición a España, es que no se considera a Cataluña como parte de España. O que se considera a “su” España la única posible. Y si esta amnistía es una traición por perdonar delitos políticos, habría que considerar traiciones también la amnistía de 1977 que libró de culpas a los asesinos de la etapa franquista. Y sería una traición la amnistía fiscal decretada por el gobierno de Mariano Rajoy, que eximió de culpas a grandes fortunas que habían defraudado sistemáticamente a Hacienda, es decir, a todos los españoles. ¿Lo hacen por esta causa? Está claro que si el acuerdo con los independentistas prospera, habrá investidura y España tendrá un gobierno de izquierdas durante los próximos cuatro años. En cambio, si la presión consigue que ese acuerdo descarrile, habrá que repetir elecciones en enero, a las que llegará el PSOE dañado por el ruido mediático, dado que al estar negociando con discreción no puede contrarrestar la algarada callejera de la derecha. Una nueva oportunidad para el Partido Popular.

Factor común: alcanzar el poder. ¿Para qué? Según Pedro Sánchez, para evitar un gobierno de la derecha y la ultraderecha que retrotraería a España a tiempos oscuros, y garantizar un gobierno que dé continuidad al programa progresista de los últimos años. Según Alberto Núñez Feijoo, candidato por el PP, para “derogar el sanchismo” y evitar que España se rompa por la acción conjunta de etarras, secesionistas, y perversos bolivarianos. Ninguno de los dos aspira a disfrutar de aquello que Fidel Castro llamó “las mieles del poder” cuando se refería a otros, porque el suyo era todo sacrificio y entrega. Del mismo modo, ni Sánchez ni Núñez Feijoo aspiran a ocupar la vivienda más deseada de España, el palacio de la Moncloa, por razones personales o inmobiliarias. Ambos están dispuestos a sacrificarse por nosotros.





El oficio de la ciudadanía

3 04 2024

Cubaencuentro.com Madrid | 16/11/2023

https://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/el-dificil-oficio-de-la-ciudadania-343230

La semana pasada mi esposa regresó de Cuba, donde acudió al sepelio de su abuela, con quien estaba muy unida. Al bajar del avión, ayudó a una joven que venía con tres niños pequeños. Le recordó a ella misma cuando, 30 años atrás, tuvo que volar sola de La Habana a Madrid con nuestro hijo de cuatro años (que entonces valía por tres). En el propio aeropuerto de Barajas, otra pasajera le comentó “¿No sabes quién es ella? Es Amelia Calzadilla”. Algo que a mi mujer, en ese momento, no le dijo nada. Días más tarde, encontramos sus declaraciones en las redes sociales hechas desde Cuba, y una entrevista que le realizó Ian Padrón 48 horas después de su llegada a Madrid.

Licenciada en Lengua Inglesa, Amelia Calzadilla encendió las alarmas del régimen cubano por sus críticas en directo en su perfil de Facebook. Desde enero de 2021 comenzó a criticar el corte del suministro de gas que afectaba a 11.000 familias, y el 9 de junio de 2022 subió un emotivo mensaje de nueve minutos en el que se refirió también a los cortes eléctricos, el aumento desmedido de los precios, la escasez, la compra de productos de la canasta básica en moneda extranjera. “Porque mis hijos no tienen comida, porque no tienen zapatos, porque no tienen ropa, porque necesitan a mis familiares en el extranjero para vivir dignamente en Cuba”. Y más adelante: “Madre cubana que te levantas por la mañana como yo, preocupada de que te quiten la luz, que no sabes qué le vas a dar de comida a tus niños al final de la tarde cuando lleguen de la escuela (…), yo te pregunto: ¿Cuánto más vas a aguantar? Porque yo no aguanto más”. Culpaba de la situación “a los que dirigen, a los de arriba”. “¿Hasta cuándo el pueblo va a seguir pagando las comodidades de ustedes?”.

De inmediato se produjeron todas las reacciones que cabría esperar: los comentarios de apoyo de muchos compatriotas desde cualquier geografía; otras madres cubanas, a veces con sus hijos en brazos, se grabaron también en vídeos solidarizándose con Amelia; la repercusión entre opositores y activistas, y en los medios cubanos alternativos.

Y, desde luego, la campaña de desprestigio por parte de las autoridades cubanas que, incapaces de responder sus argumentos, ponían en duda su integridad, aduciendo que una persona que se pinta las uñas de tal manera, o tenga tal mueble en su casa, o coma en tal restaurante, no podría estar pasando las dificultades de las que hablaba. (Lo dicen quienes intentan silenciar el glamour, el lujo y los viajes en yate de los Castro por los mejores resorts). Un tal “Guerrero Cubano” mencionó “la caja de Pandora de la supuesta madre sufrida”.  “¿Por qué lo hace? ¿Quiénes están detrás y pagan esto?”. Y prometió pruebas que todavía estamos esperando. Otros aseguraron que estaba financiada o que su indignación no era más que una búsqueda de patrocinios. Tampoco necesitaban pruebas. Se trata de una antiquísima estrategia: el axioma de que ningún cubano de la isla tiene criterio propio. Para ellos sólo existen tres tipos de cubanos: los que aplauden, los mercenarios pagados por el oro de Miami, y ellos mismos, los auto elegidos capataces del batey nacional que se distinguen a simple vista por sus prominentes barrigas, emblema de su rango en el país de los famélicos. (Cualquier semejanza con Kin Jon Un no es pura coincidencia). De la misma manera que los tiburones navegan custodiados por los peces piloto y las rémoras, que se alimentan de sus sobras, nuestros mayorales tienen su corte de esbirros, influencers de alquiler e “intelectuales” serviles. Uno de ellos, el “periodista y profesor universitario” Ernesto Estévez Ram publicó en Cubadebate que los vídeos compartidos en Facebook por Amelia Calzadilla son “un ejemplo de manual de lo que se llama gestión de la irritación”, y lo califica como un montaje, nada espontáneo, obra de los “habituales” (para no repetir eso de la mafia de Miami que ya está muy visto). ¿Pruebas? Ninguna. Pero no importa. Echemos a rodar la bola de fango. Ya irá creciendo sola. Si alguien tenía alguna duda sobre el estado actual de la prensa y la educación en Cuba, aquí tiene la respuesta.

Quienes visiten las intervenciones de Amelia Calzadilla en la red observarán su firmeza, su determinación, la claridad y sencillez (que no simplicidad) de sus argumentos y la firme voluntad de no dejarse manipular en ningún sentido. De la misma manera que salió en defensa de sus vecinos por el corte del gas, se pronunció en favor de la esposa de José Daniel Ferrer, a la que no dejaban visitar a su esposo, algo que le resultaba monstruoso aunque no los conocía personalmente. Afirma que agradece pero rechazó ayudas que le habían ofrecido. Cuenta las tres horas que pasó en una truculenta celda de la Seguridad del Estado, un anticipo del infierno; de las amenazas y del miedo, pero sin separarse de la verdad: no fue golpeada ni vejada por sus captores que ni siquiera levantaron la voz. Habla de la falsa condescendencia, el paternalismo de los esbirros: “No te metas en eso… Estás confundida”. Y la traca final: si tus videos incitan a la gente a echarse a la calle, tú serás la responsable. Y Amelia se pregunta: ¿Cómo le explico a mis hijos que la persona que les dice que se porten bien, que sean honestos, que digan la verdad, está en la cárcel? Habla del desarraigo, aunque agradece la oportunidad que le ha dado España a ella y a sus hijos. “Estoy salvando a mis hijos y dejando atrás a mis padres”. Y eso le sirve para recordar la despedida de su padre, quien le dijo que afuera iba a estar mejor sin ellos. ¿Cómo puede estar un hijo mejor sin sus padres?, se pregunta entre lágrimas. Pero esa es la realidad cubana: familias rotas por la distancia, cuyos mayores trabajaron toda su vida para recibir como pensión mensual dos cartones de huevos y vivir ahora de las remesas. Es lo que ocurre en cualquier naufragio: hay quienes logran subirse al bote salvavidas, y quienes confían su supervivencia a la frágil cuerda que los remolca.

En su entrevista, Ian Padrón, a instancias de una internauta, le insiste en que precise una definición, ¿es Cuba una dictadura? (Casi me recuerda aquella famosa escena de El hombre de Maisinicú, donde un alzado incita al otro a que clave la bayoneta en el cuerpo del hombre: “Pínchalo pínchalo, aquí todo el mundo tiene que pincharlo”).  Y su respuesta es interesante: “La palabra dictadura no me sirve. Hay un gobierno constituido. Yo no lo voté. Pero están allí por nosotros. Si nos plantáramos…”. Algo a lo que me he referido muchas veces: por acción u omisión, todos somos responsables de ese régimen. No en igual medida, desde luego. Hay un puñado de máximos culpables. Y un puñado de héroes que se han opuesto a la dictadura sin importar las consecuencias. Y millones de responsables subsidiarios, entre los que me incluyo, aunque yo nunca haya militado ni en la UJC ni en el PCC (siglas que ahora también pertenecen a la mayor organización criminal brasileña. Quizá sea un acto de justicia lingüística).

En cierta ocasión tuve un encuentro raro: un antiguo condiscípulo que en la universidad había ejercido con entusiasmo de fanático bolchevique, pero no “hasta la victoria siempre”, sino “hasta Madrid”. Intentó explicar su mudanza, no sólo geográfica, aduciendo que “aquello ya no es lo que era”, como si en Cuba hubiera caído un meteorito u otra fuerza de la naturaleza. Le respondí que, efectivamente, gracias a personas como tú, gracias a tus aplausos y genuflexiones, Cuba ya no es lo que fue, sino la mierda en que ustedes la convirtieron. Por eso cada vez que encuentro a un fundamentalista del exilio que acusa de comunista a todo el que no comparta su catecismo, siempre sospecho que en Cuba fue el secretario en su núcleo del partido o al menos de la UJC. Y ahora, parapetado tras un whisky single malt, canta “Al combate corred bayameses”… Corred (vosotros). No corramos. Los fundamentalistas no cambian de actitud. Cambian de bando.

Amelia Calzadilla va más allá de la mera definición de dictadura: “Lo que está pasando allí es criminal. No es un país”. Y se refiere a la corrupción generalizada, a la decadencia moral, a la falta de esperanza… Le resulta difícil encontrar la palabra más apropiada para un gobierno que está destruyendo sistemáticamente su propio país. Pero concluye que “Mi postura política es ser madre, aunque eso decepcione a muchos. Yo no voy a sacrificar a mis hijos, yo tengo que ser la heroína y la mártir de los tres hijos que traje al mundo”. Y posiblemente no haya mejor definición de ciudadano que una madre, creadora de ciudadanos. En la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789) se afirma que los derechos del hombre son “naturales, inalienables y sagrados” y que todos los hombres “nacen libres e iguales”. Es decir, todos somos ciudadanos por nacimiento. Otra cosa es que ejerzamos de ciudadanos, algo que evitan a toda costa los totalitarismos. Para ese tipo de regímenes, no importa si son de “izquierdas” o de “derechas” (siempre son “de-sastrosos”), el ciudadano es peligroso, especialmente el ciudadano que ejerce: el que se implica, opina, vota y, llegado el caso, se levanta contra la injusticia. Se puede ser habitante de un país y no ciudadano. Es sintomático que en Cuba la policía trate a los sospechosos como “ciudadanos”. Si no eres consciente de tus derechos vulnerados, o si has renunciado a ellos, entonces eres “compañero”.

Hace algunos meses, un par de músicos cubanos de paso por Madrid fueron agasajados con una especie de mitin de repudio por no haber manifestado un claro compromiso anticastrista. Un amigo defendía esa acción porque los músicos, como personalidades públicas, tenían la obligación de pronunciarse. Le pregunté si él lo había hecho cuando vivía en Cuba y me confesó que no, pero al no tratarse de una personalidad pública su pecado sería menor o inexistente. Intenté que escarbara en su memoria alguna revolución protagonizada por músicos, bailarines, o por pintores, y resultó que las revoluciones las hacen los ciudadanos. Por eso me gustaría felicitar a Amelia Calzadilla, una ciudadana que ejerce. Muchos más necesitaremos en Cuba.





El fracaso de una ensoñación descabellada

31 03 2024

Cubaencuentro. 26/03/2024

https://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/el-fracaso-de-una-ensonacion-descabellada-343715

 

Cuando oímos hablar del “hombre nuevo”, nos viene de inmediato a la memoria El socialismo y el hombre nuevo, de Ernesto Guevara (Ed. Siglo XXI, 1977), donde anuncia que la juventud “es la arcilla maleable con la que se puede construir al hombre nuevo sin ninguna de las taras anteriores” (p. 14) y reafirma que “el hombre del siglo XXI es el que debemos crear”  (p. 13).  Pero el concepto del hombre nuevo no es nada nuevo.  

En la antigua Roma, el Senado y el Consulado estaban restringidos a los patricios. Cuando los plebeyos pudieron acceder a esas dignidades, se denominaron novi homines. A medida que los plebeyos se atrincheraron en las instituciones, se convirtieron en hombres viejos que bloqueaban el paso a otros novi homines. Tanto es así que en el 63 a. C. Cicerón fue el primer homo novus en más de treinta años. Cualquier semejanza con nuestra realidad no es pura coincidencia.

Desde sus inicios, el cristianismo creaba “hombres nuevos” a través del bautismo. Rousseau, Condorcet, Herder, Saint Simon, Fourier, Comte y otros, se refirieron al hombre nuevo desde distintas perspectivas. Y Karl Marx, en La revolución de 1848 y el proletariado, afirmaba: “Nosotros sabemos que para alcanzar la nueva vida, la nueva forma de producción social necesita solamente de hombres nuevos”.

Posiblemente inspirado por un artículo de Max Stirner (1844) Friedrich Nietzsche creó en Así habló Zaratustra el concepto de Übermensch, que se podría traducir como superhombre, como alguien que ha alcanzado un estado de madurez espiritual y moral superior, y genera su propio sistema de valores, siempre que vayan a favor de su voluntad de poder. Este superhombre no se supedita a la “moralidad esclava” a la que son sometidos los débiles por el cristianismo. Ni al control de las pasiones preconizado por Sócrates y, por tanto, a la moral de rebaño de la cultura occidental. Nietzsche señala el carácter transitorio del hombre contemporáneo: “El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre”. A pesar de que, en vida, Nietzsche criticó tanto el antisemitismo como el nacionalismo alemán, el Übermensch fue empleado posteriormente por el nazismo para apoyar su concepto de la raza aria superior, semejante al superhombre, cuyo destino sería esclavizar a los Untermenschen, u hombres inferiores.

El primer intento de llevar a la práctica el “hombre nuevo” de Carlos Marx es el homo sovieticus, inefable personaje del realismo socialista que, en la práctica, se quedó en las novelas de Sholojov y en la estatua del obrero y la koljosiana, emblema de las películas de Mosfilm.  El novy sovietski chelovek, la “nueva persona soviética”, sería, según los ideólogos del PCUS, el arquetipo de las cualidades soviéticas: altruista, generoso, colectivista en contra del carácter individualista del hombre viejo, saludable, culto, defensor acérrimo del nuevo régimen, libre de las supervivencias del pasado, “dotado de una nueva perspectiva ética”, según el filósofo soviético Bernard Byjovski, y nada contestatario. Algo que se conseguiría, según León Trotski en su obra Literatura y revolución, al modificar al “perezoso homo sapiens” mediante “complejos métodos de selección artificial en oposición a la selección natural”, y llega a afirmar que “bajo el comunismo un hombre medio podría llegar a ser un Marx, un Aristóteles o un Goethe”. Ingeniería social que se aproxima a la magia. Hay que reconocer que Ernesto Guevara nunca se pasó tanto de rosca. Y ya vimos que los “complejos métodos de selección artificial” incluían el Gulag.

Y como el concepto parece más polifacético que una cuchilla suiza, Franz Fanon hablaba del hombre nuevo que aparecería después de la derogación del hombre blanco occidental como sujeto de la historia. El hombre poscolonial. Por su parte, para el iraní Alí Shariti, el hombre nuevo es el muyahidín, creyente hasta la inmolación.

En cuanto al caso que nos ocupa, ¿qué fue del hombre nuevo de Ernesto Guevara?

Según él “aquellos cuya falta de educación los hace tender al camino solitario, a la autosatisfacción de sus ambiciones” (p. 8) son el hombre viejo. A ellos se refiere: “cuando la revolución tomó el poder se produjo el éxodo de los domesticados totales” (p. 12). Domesticados por el ancient regime. “Las taras del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual y hay que hacer un trabajo continuo para erradicarlas” (p. 6). “Nuestra tarea consiste en impedir que la generación actual, dislocada por sus conflictos, se pervierta y pervierta a las nuevas (…) su pecado original; no son auténticamente revolucionarios (…) Las nuevas generaciones vendrán libres del pecado original” (p. 14). Es decir, según él, gracias a la acción milagrosa de la revolución, las nuevas generaciones nacerían sin esas taras del pasado, como si se tratara de una viruela burguesa erradicada por una vacuna de marxismo. Y dado que “La arcilla fundamental de nuestra obra es la juventud: en ella depositamos nuestra esperanza y la preparamos para tomar de nuestras manos la bandera” (p. 17), los jóvenes vendrán ya inmunizados de fábrica.

¿Y cómo obraría el nuevo régimen ese milagro? Mediante la acción social y política: “el individuo recibe continuamente el impacto del nuevo poder social y percibe que no está completamente adecuado a él. Bajo el influjo de la presión que supone la educación indirecta, trata de acomodarse a una situación que siente justa y cuya propia falta de desarrollo le ha impedido hacerlo hasta ahora. Se autoeduca” (p. 8). De modo que el joven, fascinado por los justos ideales de la revolución, se autoeduca para ponerse a la altura. Deja de tener ambiciones, sueños e ideales personales para convertirse en una célula de la nueva sociedad, un pólipo del arrecife socialista. No olvidemos la educación indirecta, aunque no sabemos si se refiere a la policía política y otros medios coercitivos, como las tristemente famosas UMAP, que pretendían fabricar “hombres nuevos” aunque muchos se rompieran definitivamente durante el proceso. Si no te autoeducas, ya nos ocuparemos nosotros: “por un lado actúa la sociedad, individual y colectiva” (p. 6). “Nos esforzaremos en la acción cotidiana, creando un hombre nuevo con una nueva técnica”. (p. 17). Lo cual recuerda la frase de Stevenson (el púgil, no el novelista) cuando afirmó que “la técnica es la técnica y sin técnica no hay técnica”. Pocas veces se puede decir tan poco como Guevara con tantas palabras. Lo increíble es que intelectuales de medio mundo y cátedras universitarias de renombre se lo tomaran en serio.

Y ¿quién educará a esos jóvenes que no alcancen solo con autoeducación el olor de santidad del hombre nuevo? La vanguardia. El partido. Porque los cubanos “ya no marchan completamente solos, por veredas extraviadas, hacia lejanos anhelos. Siguen a su vanguardia, constituida por el partido” (p. 9), y eso ocurrirá porque la masa “sólo podrá avanzar más rápido si la alentamos con nuestro ejemplo” (p. 9). “La selección natural de los destinados a caminar en la vanguardia y que adjudiquen el premio y el castigo a los que cumplen o atenten contra la sociedad en construcción” (p. 9). La vanguardia no solo iluminará el camino con su ejemplo, sino que repartirá premios y castigos. Durante los siguientes años no veremos demasiados premios, salvo los que la vanguardia se atribuyó a sí misma, pero sí muchos castigos. Y el mayor castigo fue el colectivo: “el individuo de nuestro país sabe que la época gloriosa que le toca vivir es de sacrificio” (p. 15). “No se trata de cuántos kilogramos de carne se come o de cuántas veces por año pueda ir alguien a pasearse en la playa, ni de cuántas bellezas que vienen del exterior puedan comprarse con los salarios actuales. Se trata, precisamente, de que el individuo se sienta más pleno, con mucha más riqueza interior” (p. 15). El problema es que para la inmensa mayoría de la población, la riqueza interior no compensa la miseria exterior. Y eso, por tiempo indefinido, porque el eslogan “el presente es de lucha; el futuro es nuestro” (p. 14) sigue tan vigente como el cartel que colgaban en las bodegas de antes: “Hoy no fío. Mañana sí”. Y nunca se descolgaba. Como la felicidad futurible del socialismo cubano, como el horizonte, mientras más nos acercamos a ese futuro que será nuestro, más se aleja. Por el contrario, Miami siempre queda a la misma distancia. Al final, los cubanos durante seis décadas “marchan completamente solos, por veredas extraviadas, hacia lejanos anhelos”.

Por si la perspectiva de un futuro feliz siempre en fuga no bastara,  esa selección natural de los llamados a ser la vanguardia, el ejemplo a seguir, nos enseñó, entre otras virtudes, el enriquecimiento ilícito, el desprecio por la felicidad y la vida de sus compatriotas, el oportunismo, la crueldad o la estupidez en el mejor de los casos, el nepotismo, la falta de compasión y otras tantas conductas ejemplares que nos entrenaron en la doble moral, la simulación y la paciencia a la espera de nuestra oportunidad para alcanzar ese futuro tangible que nos queda a noventa millas.

Según Guevara, el resultado de ese proceso mágico de producción del hombre nuevo, al que se educa para prescindir de su individualidad en favor de una incierta identidad colectiva, en la perspectiva de trabajar denodadamente y sin otra retribución que su riqueza interior para conseguir un futuro en fuga, será que “el hombre, en el socialismo, a pesar de su aparente estandarización, es más completo; a pesar de la falta del mecanismo perfecto para ello, su posibilidad de expresarse y hacerse sentir en el aparato social es infinitamente mayor” (p. 10). “Acentuar su participación consciente, individual y colectiva, en todos los mecanismo de dirección y producción (…) Así logrará (…) su realización plena como criatura humana, rotas las cadenas de la enajenación”. (p. 10). Cuesta creer que, derogadas las libertades refrendadas por la constitución, entre ellas las de expresión y asociación, la prensa libre, el multipartidismo y la democracia, el propio Guevara creyera que el hombre común tuviera la más mínima posibilidad de tener una “participación consciente, individual y colectiva” que no fuera aplaudir.

Cincuenta y siete años después de la muerte de Guevara, abandonado por Castro en la selva boliviana, sus ensoñaciones sin ninguna base científica, ni lógica histórica o sociológica, resultan más descabelladas que los horóscopos de las pitonisas televisivas. Un hombre que presumía de seguir los principios del materialismo histórico y dialéctico, convierte en vaticinios sus propios deseos sin la menor coherencia lógica: Seguir el ejemplo de una vanguardia de incompetentes y oportunistas que han hundido al país sin asumir ni una sola responsabilidad, produciría hombres altruistas y virtuosos. Silenciados y sin medios de participación ciudadana, tendrían una “participación consciente, individual y colectiva” en el destino de la nación. Trabajarían denodadamente sin otra recompensa que una felicidad futurible que sesenta y cinco años más tarde ni está ni se le espera.  

Por eso no resulta nada raro que 425.000 emigrantes cubanos llegaran a Estados Unidos entre 2022 y 2023, a los que se suman decenas de miles hacia otros destinos; el mayor éxodo de nuestra historia. Dado que esa emigración es mayoritariamente joven, podríamos concluir que, el hombre nuevo del siglo XXI está en Miami. Efectivamente, “las nuevas generaciones vendrán libres del pecado original”, creer en la revolución en la que un día creyeron  sus padres.





Soltar al tigre

31 03 2024

Cubaencuentro.com 24/11/2023

https://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/soltar-al-tigre-343271

“Freiheit ist immer die Freiheit des Andersdenkenden” (“La libertad siempre ha sido y es la libertad para aquellos que piensen diferente”), escribió la socialdemócrata Rosa Luxemburgo en 1916. En una entrevista de 1920, Fernando de los Ríos, diputado del Partido Socialista Obrero Español, preguntó al bolchevique V. I. Lenin cuándo disfrutarían de libertad los ciudadanos soviéticos, a lo que éste respondió “¿Libertad para qué?”.

Quienes tenemos la suerte de vivir en libertad sabemos para qué: para todo. Para ser quienes somos y no quienes otros desean que seamos. Para pensar, opinar, amar y soñar en conciencia. Para creer (o no) en dioses, próceres, éticas y estéticas. Para expresar con total libertad esas opiniones y asociarnos (o no) en consonancia. Tenemos claro que nos asiste el derecho y la obligación de defender esa libertad. Pero no siempre tenemos claro que, con el mismo énfasis, debemos defender la libertad del otro, del que piensa diferente.

Eso lo saben perfectamente todas las dictaduras, por eso no es casual que una de las primeras medidas de Fidel Castro fuera intervenir todos los medios de prensa. Se establecía así que todo ciudadano era libre de pensar lo que quisiera, siempre y cuando no lo pronunciara. El triunfo del monólogo interior. O que desde los nazis hasta Pinochet incineraran montañas de libros. Un procedimiento que traspasa continentes e ideologías: desde los regímenes comunistas, hasta los ayatolas, los terroristas de ISIS y los talibanes, o las dictaduras de diverso pelaje en todo el mundo. Ya lo sabía Ray Bradbury en Fahrenheit 451.

Pero la libertad no es un don irrevocable que se nos ha concedido para siempre. Si no la defendemos cada día, o si asumimos que mi libertad puede prescindir de la libertad del otro, nada me garantiza que mañana ese otro se sienta tentado a prescindir de la mía.

Occidente ha sido, sin dudas, el espacio que mayores libertades ha disfrutado en este planeta y durante más tiempo. Se lo debemos a la democracia, un sistema político en el cual mi adversario tiene el mismo derecho a existir que yo, siempre y cuando no intente quebrantar mediante la violencia el orden constitucional. Eso impone la convivencia que, según la RAE, es “vivir en compañía de otro u otros”, “coexistir en armonía”. Sin embargo, estamos observando en muchos países la quiebra de esa convivencia. La descalificación del adversario tildándolo de traidor, tramposo, enemigo de la nación, mentiroso, delincuente… Y si eso no diera resultado, se echa mano de las fake news: la señora Hillary Clinton regenta un negocio de pornografía infantil en la trastienda de una pizzería; la esposa de Pedro Sánchez es en realidad un hombre travestido y trafica mariguana desde Marruecos, y Obama nació en África. Los esbirros cubanos son dignos herederos del KGB en esos ejercicios de infamia. No hacen falta pruebas y en caso de que el emisor sea condenado por difamación, hace una colecta entre sus fans para que paguen la multa. Y da resultado. La mentira es más poderosa que la ley. Más poderosa que la razón. Algunos independentistas catalanes insisten en creer que, libres de España, serían tan ricos como Dinamarca, que permanecerían automáticamente en la Unión Europea y que conservarían su pasaporte español. No se explican por qué muchas compañías catalanas emblemáticas se dieron a la fuga. (El dinero es incrédulo). Los ingleses que votaron a favor del brexit que iba a hacer de Gran Bretaña el país más rico y feliz del mundo una vez librado de la tiranía de Bruselas, descubren ahora que el camión con sus verduras está retenido en la frontera, que los precios se han desbocado, el crecimiento económico es la mitad de la media europea y que su médico y su enfermera regresaron a España.

Aquí estamos viviendo una campaña electoral permanente desde principios de año. Una vez constituido el gobierno, podría pensarse que la campaña ha terminado, pero no es así. Noche tras noche, transmitidas en vivo por la televisión, hemos visto las manifestaciones ante la sede de Ferraz: jóvenes y orgullosos neonazis a cara descubierta o embozados, muchos con antecedentes penales; falangistas de antes y de ahora; nostálgicos franquistas de ayer y jóvenes promesas que sólo han conocido al caudillo por las historias de sus abuelitos antes de acostarse. Monárquicos anti felipistas. Desokupas. Hooligans. “Guardias Grises” y “Jemeres azules”. “Gente de bien”, dice la oposición. Gritan los eslóganes más soeces y agitan los emblemas más esperpénticos: banderas de los tercios;  muñecas inflables con los nombres de las ministras; banderas mutiladas de escudo en repudio del rey Felipe IV por no cabalgar con Abascal y Santiago Apóstol en su caballo blanco y exterminar a los rojos; cánticos xenófobos y homófobos. Y verdaderos contrasentidos: acusaciones de golpista al presidente Sánchez, democráticamente electo por una mayoría parlamentaria, mientras corean “Franco Franco Franco”, al que en 1936 tampoco le gustó que los republicanos ganaran las elecciones. Eso reforzado por otro slogan genial: «Aquí hace falta un Tejero, pero de los de verdad». Es decir, hace falta un coronel como Tejero, que en 1982 tomó el Congreso e intentó un golpe de Estado, y no golpistas de mentiritas como Sánchez.

Alguien me dirá, y seguramente con razón, que se trata de una minoría de exaltados que no representan a la oposición legal y democrática. Que las verdaderamente representativas son las manifestaciones pacíficas convocadas por el Partido Popular. Y estamos de acuerdo. Pero el hecho de que esos exaltados cuenten con la aprobación o al menos la disculpa de partidos con representación parlamentaria; que la presidenta de una comunidad autónoma clame contra esta “dictadura” y llame a derrocarla, que un político en ejercicio llame al magnicidio, explica que los ultra se sientan legitimados para quebrar la convivencia mediante acciones violentas. Por si fuera poco, un grupo de militares jubilados, alguno de los cuales pidió hace cierto tiempo una limpieza social “aunque tengamos que fusilar a 26 millones de españoles”, ha publicado recientemente una carta abierta al ejército instándolo a que deponga al Presidente. Son unos viejos militares sin poder, nostálgicos del franquismo, dirá alguno. Y tiene razón. Lo preocupante es que el clima de beligerancia permanente, insulto y descalificación los envalentonen hasta incurrir en un delito.

La acritud ha llegado al punto de perder las más elementales normas institucionales. Es habitual que el presidente del partido más votado sea felicitado por su oponente en la noche electoral. No ocurrió. Y que el presidente electo por los votos del Congreso sea felicitado por el jefe de la oposición. Tampoco. En su lugar, Núñez Feijóo se acercó al presidente Sánchez en el hemiciclo para decirle “Es un error”. ¿Un error de quién? ¿De Sánchez que ganó la votación? ¿De los partidos con representación parlamentaria que votaron a su favor en nombre de sus electores? ¿De los españoles que votaron a esos partidos? No es un error. Se llama democracia. Y en el traspaso de carteras ministeriales hemos visto el bochornoso espectáculo de dos ministras de Podemos que no repetían en sus cargos, arremeter contra el gobierno del cual todavía forman parte, acusándolo de destruirlas por su espléndido trabajo y sus grandes virtudes, cuando en realidad es consecuencia de sus persistentes errores, su nula autocrítica y su deslealtad institucional.

Lo peor es cuando la intolerancia se infiltra hasta la vida cotidiana: padres, hijos, hermanos, familias cubanas fracturadas durante años por el odio entre los pro y los contras; mi abuela ocultando a sus hijos que se quedaron las cartas de sus hijos que se fueron, los innombrables; la familia catalana que celebra la Nochebuena hablando del tiempo y misceláneas para evitar el tema de la independencia; trumpistas y anti trumpistas incapaces de compartir el pavo de Thanksgiving.

Aunque lo más interesante es constatar en las redes sociales las ácidas críticas de los grupos ultra no sólo a sus “enemigos naturales” sino a sus patrocinadores por acción u omisión, a quienes tildan de blandos, cobardes y cómplices. En las olimpiadas del fundamentalismo siempre hay un extremista más radical. Ese es el peligro de soltar al tigre. Nunca sabrás a quien morderá primero.





Y ahora… nada

20 03 2024

Cubaencuentro.com, 26/11/2016 4:56 pm

Diario digital, Madrid, España       http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/y-ahora-nada-327807

Desde que salí de Cuba, en 1994, la pregunta que más veces me han formulado es ¿qué pasará cuando muera Fidel Castro? Han sido muchas las posibles respuestas, hasta llegar a la noche de hoy en que ocurrió lo que García Márquez, su gran amigo, llamaría Crónica de una muerte anunciada.

Cuando se vio obligado a abandonar en 2006 lo único que amó en esta vida, el poder, comenzó una década de agonía, aderezada por sus “Reflexiones”, donde el político brillante que imantaba a las multitudes y seducía a una buena parte de la progresía mundial, demostró, palabra a palabra, su imparable deterioro intelectual. Posiblemente no haya en la historia universal un registro tan minucioso del retroceso mental, materia de estudio para los psicólogos del porvenir.

Instalado desde siempre en la desmesura, el hombre que no dudaba en cometer discursos de seis o siete horas, el que instó a Kruschov, desde una pequeña isla, a iniciar el apocalipsis nuclear, sufrió una agonía también desmedida y la peor de sus pesadillas: contemplar su progresivo viaje hacia la intrascendencia, como ese antiguo mueble que heredamos de los abuelos y que nadie sabe dónde poner cuando empezamos a cambiar la decoración de la casa.

Una ironía del destino es que quien redujo el consumo de sus súbditos a niveles de supervivencia haya muerto justamente un Black Friday, la fiesta del consumo, como si su deceso colaborara en la venta de periódicos y especiales noticiosos con sus interminables cuotas de publicidad. Su muerte, que acapara hoy las portadas de todos los periódicos, comparte protagonismo con las ofertas especiales de Amazon, Walmart y El Corte Inglés.

Posiblemente a esta hora de la madrugada se estarán descorchando botellas largo tiempo añejadas en algunas casas cubanas (de cualquier geografía) y en otras (de cualquier geografía) se llorará la partida del Querido Líder, para decirlo en términos norcoreanos. Un suceso que quince años atrás habría sido inquietante, o que plantearía incógnitas difíciles de responder, es hoy intrascendente.

Si alguien me preguntara hoy que pasará cuando muera Fidel Castro, le respondería, sencillamente, nada. En realidad, Fidel Castro lleva muerto al menos un lustro. Como en el caso de Lenin, lo que quedaba de él era un cuerpo momificado y una serie de manuscritos que, en la mejor tradición de los escritores y sus viudas, seguían rescatando de las papeleras en un intento de rentabilizar al difunto, si no económica, al menos políticamente.

Cuando era pequeño, mi hijo llamaba al televisor “La casa de Fidel Castro”. En su ingenuidad (que quizás fuera una precoz sabiduría) creía que aquel señor barbado que hablaba sin cesar vivía dentro de la caja. Eso es Fidel Castro para el 70 % de los cubanos que han crecido con su imagen omnipresente, aunque poco a poco su influencia ideológica se fuera reduciendo a la de otros elementos del paisaje como las palmas reales, las ceibas o el marabú.

Si de nuevo alguien me preguntara qué pasará cuando muera Fidel Castro y no se conformara con un simple “nada”, y exigiera explicaciones, le aclararía que durante los últimos años su hermano Raúl se ha encargado de ir desmontando pieza a pieza el sistema de subordinación absoluta a su persona que caracterizó el reinado de Fidel. Porque este último decenio ha sido un lento y dubitativo retorno al capitalismo de 1958, aunque sin su eficiencia, y con la pretensión de conservar el monopolio del poder, eso sí, al mejor estilo familiar.

La única pregunta que nos queda por responder, y es algo de lo que nos enteraremos en los próximos meses, es si los retrocesos, indecisiones y timidez de las reformas raulistas ocurrieron motu propio o por intersección divina, es decir, de su hermano, quien, aun agonizante, seguía siendo el ángel tutelar del eterno secundario. Es decir, lo único importante que ocurrirá tras la muerte de Fidel Castro en que sabremos, por fin, quién es verdaderamente Raúl Castro (aunque ya lo sospechemos).

Tanto sus enemigos acérrimos como su club de fans coincidirán en que Fidel Castro ocupa ya un lugar en la historia del siglo XX, aunque quizás no sea el sitio que él habría deseado. Tiempo al tiempo, la historia suele colocar a cada uno en su lugar. También coincidirán, amigos y enemigos, en que sin Fidel Castro Cuba sería menos conocida internacionalmente y los cubanos, posiblemente, más felices.

Sus incondicionales situarán entre sus éxitos los sistemas de enseñanza y salud que acogen a toda la población, y culparán de su actual declive al imperialismo o al clima. Sus críticos alegarán que los cubanos no siempre estamos estudiando o enfermos.

Otros legados de su mandato son una policía política extraordinariamente eficiente, el récord de longevidad entre las dictaduras de un continente pródigo en dictaduras y la universalización de lo cubano: dos millones, la quinta parte de los cubanos que pueblan el planeta, habita fuera de la Isla que un día fue el primer exportador mundial de azúcar y hoy es solo el primer exportador mundial de cubanos.

Todo panegírico relaciona in extenso las obras y virtudes del finado, y este texto no podría ser menos.

Fidel Castro Ruz compartió rasgos con muchos de sus homólogos: histriónico como Mussolini, a quien recuerda en su oratoria enfática, repetitiva y didáctica; tenía una noción mesiánica equivalente a la de Hitler; como Stalin, carecía de escrúpulos y estaba dispuesto a cualquier desmán para conservar el poder; fue tan hábil en el arte de la intriga y en tejer su propia leyenda como Mao, y, además, ejerció de líder planetario, síndrome que raras veces ataca a los caciques de naciones pequeñas.

Sin embargo, a pesar de que durante medio siglo dispuso a su albedrío del presupuesto de la nación y de las ayudas internacionales, cuantiosas durante la mitad de su reinado, más que como un constructor, Fidel Castro se comportó como una brigada de demoliciones encargada de derribar las ciudades, especialmente La Habana, con la perseverancia de un Pol Pot en tempo de bolero.

Ni siquiera, como sus amigos Saddam o Gadaffi, Fidel Castro levantó sus propios palacios. Prefirió ocupar y remodelar las mansiones abandonadas por la burguesía en fuga. Es cierto que se han edificado insultos urbanísticos, al estilo de Alamar, en casi todas las provincias, y que muchos podrían defender con sobradas razones su carácter emblemático, pero yo soy más piadoso y prefiero pasarlos por alto. Por otra parte, la restauración selectiva de La Habana Vieja es apenas la (presunta) recuperación de una memoria arquitectónica colonial, no solo ajena, sino en franco contraste con la (presunta) ideología revolucionaria. Los Chevrolets y Cadillacs de los 50 que ruedan por esas calles redondean una escenografía al servicio de los turistas, quienes se sumergen en un espacio virtual donde la Revolución no ha llegado ni, invocando a Carlos Puebla, el “Comandante mandó a parar” y donde, por tanto, no “se acabó la diversión”. El espejismo no prueba la existencia del oasis. Ningún turista, desde luego, aceptaría un tour por los centrales azucareros desmantelados, por las escuelas en el campo abandonadas, como barcos clónicos encallados en los naranjales, o la visita a los restos fósiles de la central atómica de Juraguá, que nunca procesó (para nuestro alivio) un gramo de uranio. La Revolución que en su día vendió sobre planos la arquitectura del porvenir, ofrece ahora al contado un pasado de diseño.

Durante medio siglo, Fidel Castro dilapidó enormes sumas en costear una agenda política de gran potencia —promover la insurgencia, comprar conciencias y perpetrar invasiones en tres continentes. Lo que quedaba, se destinó a una industrialización dependiente y obsoleta de nacimiento, y a desarbolar el país para convertirlo en un megalatifundio agrícola que, a pesar de las inversiones en maquinaria y productos químicos, nunca satisfizo la demanda. La universalización de la enseñanza, la atención médica y la hipertrofia militar son los grandes rubros del país. Pero el esmirriado cuerpo de la nación es incapaz de sostener una cabeza hidrocefálica y unos puños como mandarrias de cinco kilos. Mientras, las ciudades han involucionado hacia ruinas sin la grandeza del Coliseo romano. Pero la indigencia arquitectónica no se debe a la falta de medios. El líder cubano disponía de una contabilidad paralela que sufragaba sus caprichos: batallas de ideas, rescate de Elianes, campañas internacionales, e incluso, a fines de los 80, construir todo un polo científico con varios centros de investigación sin, como se dijo, “afectar el presupuesto nacional” —las arcas del Comandante se nutrían de la divina providencia.

¿Fue acaso voluntad de Fidel Castro, político narcisista, prendado de su propia imagen, legar a la posteridad un paisaje de ruinas? La respuesta, como los buenos cócteles, puede tener varios ingredientes.

El primero, su odio a una alta sociedad habanera que nunca lo aceptó como a un igual y que desapareció rumbo al Norte abandonando la ciudad a su merced. Y Fidel Castro no perdona. Ni a una ciudad a la que pretendió, incluso, arrebatar la capitalidad del país. Ni a un antiguo camarada que decidió abandonar el séquito de incondicionales —Huber Matos, Mario Chanes de Armas—; ni al que demuestre la incompetencia del líder —Arnaldo Ochoa, estratega que ganó la guerra de Angola desoyendo las instrucciones de Castro; el ministro del Azúcar Orlando Borrego, tras vaticinar en 1970 el fracaso de la Zafra de los Diez Millones—; ni al carismático que robe cámara y protagonismo a la prima donna —Camilo Cienfuegos, Ernesto Guevara—; ni a un jefe de Estado que no le conceda la jerarquía que él mismo se atribuye —Eisenhower, Kruschov—; ni siquiera a un médico, un escritor o un deportista que “deserte” del cuartelillo nacional. No es raro que no perdonara a una Habana pecadora y frívola, pero donde los combatientes clandestinos, y no los guerrilleros de la Sierra, donaron la mayor cuota de mártires.

El segundo ingrediente es su condición de no-estadista. Hitler soñaba con mil años de Tercer Reich, aun sin su presencia, y Albert Speer diseñó la capital del imperio. Fidel Castro desmanteló el Estado republicano y, como nunca estuvo dispuesto a someter su poder personal al imperio de instituciones que lo limitarían, se resistió a crear una estructura institucional, ni siquiera para que perpetúe su régimen. Fue, eso sí, un político atento a la conservación del poder absoluto a costa de la felicidad y el bienestar de los cubanos; a costa de abolir y luego trucar la democracia. Optó por el voluntarismo y la improvisación como leyes supremas de la república, con periódicos cambios de rumbo: obras a medias, proyectos inconclusos, imposible planificación a largo plazo, recursos al servicio de la política o de la “iluminación” de turno. Disfrutó del poder más absoluto hoy, ahora, y si no edificó el porvenir fue porque siempre lo supo un territorio ingobernable.

El último componente del cóctel es la inflación de su ego. Desde muy temprano, Cuba no fue su objetivo, sino su plataforma de despegue internacional. La tribuna desde donde proyectar sus ambiciones, primero, continentales, y luego, universales. Cuba fue, también, su alcancía —fondos propios o depositados por los “países hermanos”, desde la Unión Soviética hasta Venezuela— para costear su agenda de gran potencia: un servicio de inteligencia y de relaciones internacionales hipertrofiados; la adquisición de intelectuales, sindicalistas, políticos e incluso gobiernos dóciles; la promoción de la insurgencia; la implementación de campañas internacionales, y, llegado el caso, las invasiones —armadas y desarmadas— para crear o consolidar zonas de influencia.

El Comandante no ha legado un zigurat ni una pirámide, ni un museo monumental o una torre emblemática, ni la configuración institucional de un país, ni un ideario o un Manual de Instrucciones para los fidelistas del porvenir —no hay Libro Rojo, ni Idea Juche, ni ¿Qué hacer? leninista, ni Mein Kampf—. Su programático alegato de 1953, La historia me absolverá, ya no se reedita, y sus infinitos discursos, acompasados a los vaivenes de la coyuntura política, se han convertido en arte efímero, y algunos están clasificados como lectura restringida, herética, en la hemeroteca nacional. Si acaso, aunque menguante en su vigencia, la única obra publicada por Fidel Castro que se ha perpetuado hasta nuestros días es nuestra cartilla de racionamiento, la Libreta de Abastecimientos, el documento más emblemático de este medio siglo.

Google arroja 23.400.000 entradas para “Fidel Castro”; cinco veces más que las de “Gorbachev” (4.810.000) y veinticinco veces más que las de “Mao Zedong” (641.000). Aunque todavía es superado con creces por los 36.000.000 de entradas de “Stalin”.

Fidel Castro comenzó a edificar el monumento a sí mismo en la mente de los cubanos pero, en la medida que se fueron desencantando —hasta el punto de aguardar su muerte como quien espera a que escampe la Historia, venga la inclemencia que venga—, exportó la obra a la mente de una extensa y difuminada red de fans que rentabilizaba su discurso reivindicativo sin padecer su práctica totalitaria. Construyó un poder que rebasaba con mucho los límites de la Isla, y una imagen, una mitología, cuidadas hasta el detalle. Ese ha sido, con diferencia, el mayor éxito de su mandato. Arquitecto de su propio ego, Fidel Castro es la única obra perdurable de Fidel Castro.