El síndrome social del síndrome (el SIDA en Cuba)

29 04 1990

El soldado concluye de vestirse mientras la mujer, semiacostada en el camastro, cuenta los billetes, mientras el mismo día, varios años después, el otro hombre, de traje cerrado y oscuro a pesar de la resolana, anuncia a un grupo de vacilantes, en una calle de Little Rock, Arkansas, que el Armagedón ha llegado, mientras el soldado mira por última vez los pechos que emergen, como oscuras balas de cañón, de la camisola desleída, mientras el otro hombre anuncia que los fornicadores y pervertidos serán castigados, mientras el soldado sale cerrando la puerta, que hace cimbrar todo el esqueleto de la choza de adobe, mientras el otro afirma que pederastas y drogadictos serán aniquilados por la ira del Señor, mientras el soldado cruza sigiloso la cerca del campamento y alcanza su litera y se acuesta entre sonrisas cómplices que no alcanza a ver en la oscuridad, mientras el otro brama, ante la pequeña concurrencia que se ha congregado en Little Rock, Arkansas, que sólo los elegidos que abracen su fe podrán salvarse, mientras el soldado va durmiéndose mientras repite que el teniente no me cogió, no me cogió, no me cogió; porque no sabe que algo mucho peor que el teniente lo ha cogido.

 

Dos puertas de entrada

A inicios de 1986, un hombre que había regresado de una misión en África, se presentó en un hospital de La Habana quejándose de ciertas dolencias aparentemente inexplicables. Practicado uno de los pocos kits que por entonces había, resultó el primer seropositivo detectado en Cuba. Después aparecerían otros, contagiados en zonas hiperendémicas en fechas tan tempranas como 1976, y una cadena de transmisión homosexual que proliferó en la ciudad de Cabaiguán.

Haciendo caso omiso a aquel artículo del periódico Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, que se refería al SIDA como enfermedad de drogadictos, prostitutas y homosexuales en sociedades corruptas, enfermedad que jamás llegaría a Cuba, el SIDA había entrado.

Desde antes que apareciera en Cuba, cuenta el Dr. Jorge Pérez, director del Sanatorio de Santiago de las Vegas, “Nos empezamos a preparar, a recibir literatura, revistas científicas. Y mandamos a un especialista, el Dr. Millán, a trabajar a Francia con el Dr. Gentillini y el Dr. Rosenbaund, del servicio anti infeccioso de Francia, que desde el inicio estuvieron en contacto con el SIDA. El Dr. Millán regresó en el 84 y fue el primer médico entrenado en esto. De inicio, el pesquisaje de los internacionalistas infectados se hacía en un piso del Hospital Naval. Al principio, se prohibía a los infectados comentarlo. Debían decir que tenían hepatitis B. Cuando se hizo el sanatorio fue para dar mejor atención a personas que iba a durar dos años. Sin embargo, yo tengo personas aquí infectados desde hace catorce años y no están enfermos, sólo son portadores”, concluye el Dr. Jorge Pérez.

 

Períodos de incubación

Ahora se esperan períodos de incubación más largos mientras mejor sean medicamentados. La incubación de los tratados por AZT tiene una media de 13 años. El interferón cubano, por ejemplo, es capaz de prolongar el período de incubación en cinco años. En Cuba, la infección se comporta como en un país desarrollado, con excepción de que el sarcoma de capos (manchas en la piel) no es frecuente. Como la adecuada atención fue prolongando la vida de los pacientes, se hizo necesario pasar al sistema sanatorial.

 

Pero antes

se puso en práctica un sistema costoso y altamente eficiente de detección: Pruebas a todas las donaciones de sangre, a los combatientes que arribaban de África y a todas las poblaciones de riesgo; a cada ingreso en un hospital, a cada embarazada, chequeos para empleo, pesquisajes opcionales a poblaciones abiertas que quisieran hacerse la prueba. En total, 16 millones de pruebas practicadas. El resultado: sólo 9 casos de transmisión por transfusiones, vía que desde hace años ha sido totalmente eliminada, y ninguna muerte por SIDA fuera del sistema de salud.

 

 El primer sanatorio

fue creado en 1986, en la finca Los Cocos, al sur de La Habana. Cuando es detectado, al seropositivo se le recluye en el sanatorio, no opcional, sino obligatoriamente. Allí recibe habitación —a lo sumo dos pacientes por pieza en apartamentos con sala, cocina, baño, refrigerador, televisor y aire acondicionado—, generalmente en “Los edificios”, la zona más humilde, de donde con el tiempo y de acuerdo a su conducta personal, así como las bajas que se presenten, será promovido a “El Arcoíris” o al más lujoso “Marañón”. Ya en éste, se trata de casas muy confortables en una zona tranquila y arbolada.

 

Césped, árboles y silencio, y altas verjas.

El sistema médico está estructurado por zonas y funciona las 24 horas: psicólogos, sociólogos, médicos de las más diversas especialidades y el más moderno equipamiento. Al seropositivo se le practica una entrevista, que se repetirá más tarde. Aún cuando no están obligados a hacerlo, la mayor parte de los entrevistados declaran su cadena de relaciones sexuales, de entre los cuales aparecerán el o los posibles emisores y contagios sucesivos. Según el Dr. Jorge Pérez, se trata de entrevistas, sin forzar a nadie. Se le convence. Es la misma técnica empleada para cualquier enfermedad de transmisión sexual. El estudio es muy detallado. Hay quien no sabe cuándo ni a través de quién se infectó. Se indagan entonces los contactos desde que tuvieron su primera relación sexual hasta llegar a la fuente. Si una prueba es dudosa, se repite a nivel nacional. En el período pre serológico, en algunos casos (raros, porque la sensibilidad de la prueba es grande) da negativa.

Como en su primera entrevista a veces el enfermo está bajo el shock del conocimiento de su enfermedad, se re entrevista en el Sanatorio, cuando ya conoce el riesgo y la responsabilidad con los demás que significan ser portador. Declarar los contactos es una obligación moral, no legal. Como hacerse el análisis es voluntario, pero casi nadie dice que no.

—Los pacientes afirman que hay muchos seropositivos en la calle, ¿Qué usted cree de eso, Dr. Jorge Pérez?

—Nosotros localizamos a un contacto cada tres meses. Ellos dicen que ocultan contactos, y lo sé: un 10% de los contactos son ocultados. Pero, estadísticamente, la probabilidad de que esos contactos ocultos estén infectados es mínima. Ninguno ha fallecido hasta hoy de SIDA fuera de aquí.

En el sanatorio, los pacientes reciben íntegro su salario (o una pensión de 110 pesos a quienes no trabajaran, como es el caso de los estudiantes), una dieta de 5.500 calorías diarias, la medicamentación más adecuada para cada caso —750.000 dólares por año en medicamentos importados—, más una buena cifra en productos nacionales y la garantía de óptimas condiciones materiales. Cada paciente cuesta al estado cubano 36 pesos por día.

Durante un congreso en Ámsterdam, los enfermos volcaron los stands de algunas firmas en protesta por los precios de los nuevos medicamentos. Aquí, en cambio, muchos pacientes reciben cada día entre 1 y 6 tabletas de AZT (acidotimidina), que detiene la replicación del virus, a un costo de dos dólares por cápsula. Reciben interferón —alfa recombinante y gamma interferón— en diferentes dosis; el factor de transferencia, de producción nacional. Sólo el tratamiento de una criptococosis cuesta 20.000 dólares, y un tratamiento de foscarnet, 23.000. Se ofrecen algunos tratamientos con medicina verde: Cápsulas y preparados liofilizados, infusiones a base de mangle rojo, áloe, cáscara de almácigo e incienso (antiviral).

Si la calidad material de vida elimina el riesgo de stress que dada la crisis económica es tan frecuente entre la población cubana; el confinamiento crea un stress adicional: la noción subjetiva de libertad ha sido suprimida. No se trata de un asunto meramente teórico. Cada enfermo tiene derecho a vivir, pero también a querer vivir. Sin la férrea voluntad vital, puede ocurrir lo que refiere el Dr. Claudio Loyd para los casos de enfermos en fase terminal:

—Lo sacas de la enfermedad, le das ánimo y lo devuelves a una vida con cierta calidad. Reincide en la esperanza. Pero cuando se cansan o se deprimen y se dejan morir, no duran nada.

Cabe apuntar que los enfermos cubanos también carecen de otra “libertad”: la de irse consumiendo hasta la muerte sin ninguna ayuda de sus Estados, incluso algunos muy ricos. Pero

 

No es un confinamiento absoluto

Los recién ingresados tienen pases cada fin de semana con un acompañante, que será su sombra noche y día desde que salen del sanatorio hasta que regresan. Una vez que han transcurrido seis meses de ingreso, una comisión integrada por psicólogo, sociólogo y médico evalúa la conducta del paciente. Si se le considera “garante”, es decir, incapaz de propagar irresponsablemente su enfermedad, un familiar firma un documento haciéndose responsable de su conducta y desde ese momento puede salir solo los fines de semana. La condición de garante puede obtenerse pero también puede perderse por fugas del sanatorio, conductas que se juzguen inadecuadas, etc. Condición reversible.

 

Pero al principio

la institución tuvo un carácter militar. No había pases, la disciplina era inflexible e incluso un director llegó a decirle a un seropositivo:

—Ya tú no eres Frank Aragüí, ahora eres el 77. El mundo se acabó para ti. De aquí nada más se sale con los pies por delante o curado.

Estaban obligados a decir a sus familiares y amigos que padecían hepatitis B. Hablar de SIDA estaba prohibido, como si se tratara de un secreto de Estado. Habían contraído una suerte de enfermedad “capitalista” que los degradaba a estigmas nacionales: homosexuales, pervertidos. Mezcla de ideología y machismo.

—Al principio —cuenta uno de los pacientes más viejos—fue muy duro. Fíjate que el primer director me dijo: Capitán, habitúate a que ya no eres ni capitán ni soldado; ahora eres sidoso. Los escolares que pasaban por la carretera nos gritaban maricones y yo no lo soy. Nos trataban como si todos fuéramos unos delincuentes sexuales.

Con frecuencia los llevaban de paseo en ómnibus de altos vidrios polarizados, para “ver la vida como desde una pecera” porque estaba terminantemente prohibido bajarse. Tanto pavor infundían las siglas SIDA, que fue necesario pagar un plus de 100 pesos sobre el salario a cada trabajador para que aceptara un puesto en el sanatorio, condición que se ha mantenido. Hoy, los sanatorios (trece en total, que serán pronto quince, situados en casi todas las provincias de Cuba) constituyen una

 

Micro sociedad,

cuyo mayor problema es ser un segregado de la otra, o como afirma un paciente al ser interrogado: “La peor ley de esta sociedad es que no estamos incorporados a la otra”. Una micro sociedad que funciona como un organismo socio sicológico complejo. Integrada por personas estresadas por el carácter de su enfermedad, que ven pronto destruirse su esquema tradicional de vida, que ven su privacidad interrogada, puesta al descubierto, e incluso estigmatizada por una zona de la sociedad. Enfermos con mínimas posibilidades de manipulación de una enfermedad por ahora no curable, y que adquieren, a edades muy tempranas, una percepción mortal de la vida, que inclina a muchos, incluso a ateos hasta ayer militantes, hacia una religiosidad dictada por su indefensión.

 

“Yo pertenezco a la religión de Orula,

o lo que la gente llama la santería”, afirma Rigoberto. “Cada vez que yo necesito dar un toque de santos, hacer una fiesta, me dan pase. Sobre todo en enero, que es mi cumpleaños, y en septiembre, que es la velada”.

Asistimos a una misa bautista en pleno sanatorio, y notamos la concurrencia de jóvenes. No es un caso aislado. Diversas iglesias hacen labor de proselitismo, confortan a los pacientes, los agrupan, les dan un sentido gremial, de pertenecer a una sociedad y no de ser el segregado de la sociedad a la que antes pertenecían. Ofrecen una fe a quienes perdieron o están en trance de perder la otra.

En cambio, Ulises, militante de la Unión de Jóvenes Comunistas, se queja de la falta de espíritu grupal y organicidad de los militantes: “¿Será que los comunistas no somos ni una religión?”.

 

Pero no es sólo la libertad

o la noción de libertad lo que se pone en juego. Las condiciones de confinamiento crean problemas adicionales, a veces muy graves. Teniendo en cuenta que en Cuba la respuesta mayoritaria de la población a los afectados es el respaldo, la efectividad, la protección y, a veces, la sobreprotección; la extracción del seno familiar implica conflictos como los apuntados por la sicóloga María Isabel:

—Los jóvenes, a la vez que los sacas del medio familiar, empiezan a presentar problemas, desajustes.

Y eso se agrava por el hecho de que si aún la mayoría de los hospitalizados están entre 20 y 29 años, ya los nuevos casos son abrumadoramente jóvenes de 15 a 19 años.

 

La reinfección

Dada la juventud de los nuevos ingresos, la ruptura de los nexos (y límites) familiares, su mayor actividad sexual (y, en ocasiones, promiscuidad), hacen que los problemas de reinfección se conviertan en algo serio y delicado.

—La reinfección tiene el riesgo de ingresar al organismo cepas más patógenas que las originales — explica la Dra. Mirta Fraga—. Hay cepas más y menos virulentas (más rápidas y más lentas). En pacientes más antiguos que han sobrevivido, las cepas son más lentas, aunque también eso depende de cofactores: el sistema inmunológico del paciente, su fortaleza, modo de contagio, etc. Hay pacientes que han infectado a su esposa, ella ha fallecido y él permanece asintomático.

—¿Quizás como consecuencia de las mutaciones, los VIH más recientes serían más resistentes? —pregunto al Dr. Arsenio, epidemiólogo.

—Tienes razón en parte. Hay, sobre todo entre los jóvenes de sexo en grupo con mucha promiscuidad, un grupo de cepas más agresivas con las cuales el paciente dura más corto tiempo. Y no es categórico, porque el estudio de secuenciación de cepas se está haciendo ahora. Y está muy directamente relacionado con la actitud que tenga la persona ante la vida y la enfermedad. ¿Por qué? Si te acuestas no con uno, sino con 10 seropositivos, llega el momento que no tienes una cepa, tienes 3. Tres virus diferentes. Y si no te tratas, además, el virus se vuelve mucho más fuerte. Dados los cofactores, la invasión es mayor. Más cepas, más replicación viral. Te estás reinfectando continuamente. Y junto con el VIH puedes recibir la hepatitis viral, que es un cofactor, el herpes simple, la sitomegalovirosis. Estás cargando a esa persona de otras enfermedades. En esas circunstancias, el virus acaba contigo, y rápido. Tenemos muertos de 17 años, de 19 y 20.

—¿Hay diferencia de capacidad inmunológica entre rangos de edades, digamos 15‑19/20‑29?

—Está por probar —responde el Dr. Jorge Pérez— No tiene que ser así. Quizás el sistema inmunológico de personas más jóvenes no está tan desarrollado como el de los adultos. A los 15 años el sistema debe estar total y completamente formado. Pero en seres humanos no se pueden hacer generalizaciones. Puede haber enfermedades, incluso hereditarias, que hayan deprimido el sistema. Y ser más susceptibles al virus.

 

Niños

Pero también “existen padres, madres o ambos, que tienen que abandonar a sus hijos al entrar al sanatorio. Y tenemos que atenderlos. Si hay familiares que se encarguen de los niños, se les confían. En caso contrario, pasan a escuelas internas. Y se dan mayores facilidades a los padres para que visiten a sus hijos”. De todos modos, no se trata de una atención normal. Y, sean cuales sean las circunstancias en que queden los menores, la reclusión de los padres es obligatoria.

—¿Y niños con SIDA?

—La vía materno fetal está descartada —responde el Dr. Jorge Pérez— por el análisis que se hace a las embarazadas. Tres casos ha habido de mujeres que han querido tener sus hijos a pesar de todo. Han salido enfermos y han muerto en dos, tres años y medio. Hay alguna posibilidad muy remota de que no salgan infectados. Nosotros siempre recomendamos no tener hijos en esas circunstancias. Hasta los 18 meses no se puede saber si el niño está infectado o no, porque nace con los anticuerpos de la madre. Normalmente, si nace con SIDA, el niño empieza a enfermarse al mes. Pero a veces se enferma a los 3‑4 años. En Guantánamo hay una niñita de 6 años con SIDA.

 

Más allá de la barrera

“Se llama la etapa SIDA cuando el individuo transgredió ciertos límites de inmunodepresión y se producen enfermedades oportunistas. Se habla del complejo VIH‑SIDA. Sintomático, asintomático. La clasificación se basa en la cantidad de linfocitos CD4 y las enfermedades que tiene el individuo”, nos comentan en el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí, donde destinan a los enfermos de SIDA (no los seropositivos) cuando son atacados por alguna enfermedad oportunista que entrañe peligro vital.

—Uno nunca sabe todas las enfermedades que vienen. Se conocen cuatro o cinco que son las más frecuentes y se hace labor de profilaxis, aunque no hayan aparecido.

—¿Cuál es el tiempo de permanencia de los enfermos aquí?

—Prolongada. No menos de un mes. Se hace difícil el control de la enfermedad. Se deja con régimen y cuando se comprueba que el tratamiento no le hace daño, se envía a su provincia. Si recae, regresa. Si fuera necesaria una unidad de terapia intensiva por deficiencia respiratoria progresiva o cerebral, se envía al Hospital Miguel Enríquez. Si fuera recuperable. Si no, no vale la pena. Aquí no tenemos los aparatos. En la nueva sede los tendremos.

—¿Aquí no se produce ningún deceso?

—Sí. Casos que no tienen aquellas insuficiencias y no necesitan sala de terapia se quedan aquí. A veces el VIH en estadios altos hace que el individuo se consuma, el slim desees descrito en Tanzania: se le da alimentación parenteral (por vena) dado que no absorben los alimentos.

 

Auto inoculación y crisis

Las actuales circunstancias de crisis profunda que vive el país, con lo que conlleva de crisis de perspectivas, incluso de crisis ética, moral, pueden explicar lo inexplicable: el caso de un grupo de jóvenes que se auto inocularon el VIH. Preferían vivir sin limitaciones unos pocos años, que continuar padeciendo su falta de expectativas. Los que no han muerto, ya están arrepentidos. Es un caso que el gobierno prefiere desconocer, de modo que cuando le pregunté al director del centro:

—¿Es cierto que ha habido casos de auto inoculación?

—Que yo sepa, no.

 

La ley

estipula que el Ministerio de Salud Pública está autorizado para confinar en caso de peligro epidemiológico, no sólo a enfermos del SIDA. Aunque hoy sólo se aplique a ellos. Está legislado.

Por peleas, fugas, etc., se remite al enfermo, por el tiempo que dure la sanción, a Nazareno, sanatorio donde el trabajo es obligatorio, los pases son cada 45 días y el régimen es más rígido (la medicamentación y la alimentación siguen siendo las mismas). Se necesita buena conducta para regresar al sanatorio. Por causas mayores —fuga de mucho tiempo, contaminar a alguien, hechos delictivos— se remiten al Combinado del Este, la prisión más grande de La Habana, donde hay un pabellón especial para los seropositivos (que mantienen sus condiciones de alimentación y medicamentación).

Aunque varios pacientes aducen que: “No hay ninguna ley que te prohíba fugarte de aquí. Si te escapas, aunque sea para ver a tu mamá que está enferma, te acusan de propagación de epidemia aunque no haya testigos, aunque no haya nadie infectado”.

—¿Un enfermo es acusable de difundir la epidemia sólo por una fuga, sin que haya pruebas? —pregunto al Dr. Jorge Pérez, director del Sanatorio.

—Antes de ser yo director, no sé. Hemos tenido sancionados. No muchos, pero comprobados, a los que se les ha aplicado el Decreto Ley 54. De modo que ilegal no es. En casos de indisciplinas menores, la comisión de disciplina quita pases. Hemos tenido casos de fugas por 15 días y hemos comprobado que el paciente no está en su casa.

Legislado está, pero la pregunta sería

 

¿Es moral?

Se aduce que el sistema implantado está dirigido a proteger los derechos humanos de la mayoría (los sanos) a costa del derecho a la libertad de la minoría (los enfermos y seropositivos), ya que es precisamente ese sistema el causante del bajísimo índice de SIDA en Cuba.

No se podría afirmar categóricamente que es sólo el sistema implantado el responsable de estos datos, concluye la OMS al analizar el caso cubano. Aunque una parte sustancial debe corresponderle. Pero al sistema sanatorial se añade la amplia red de serodetección, el comparativamente escaso contacto de los habitantes cubanos con extranjeros, su alto nivel de instrucción, la escasa drogadicción (prácticamente nula por vía intravenosa) y la vigilancia epidemiológica.

 

La propaganda

“La propaganda intimida a la población, no la educa. Al principio se dan un gran susto y de ahí pasan a la incomprensión. Y se puede enseñar sin amedrentar”, reflexiona un paciente.

“Quieren presentarnos como lo peor”, dice otro, “como la escoria de la sociedad y eso es mentira”.

Algunos religiosos afirman: “Le han dado la imagen al pueblo de que todas las personas que están aquí adentro son promiscuas”.

¿Justifica de alguna manera ese tipo de propaganda, ante la opinión pública, el sistema de confinamiento, convirtiendo a los enfermos en culpables?

 

¿Humanitarismo Vs. Paternalismo?

Algo se desprende de las opiniones de muchos enfermos: “No estoy en contra del sanatorio como sistema de salud, ni de la atención o la alimentación. Ni de lo que aporta al paciente en cuanto al conocimiento de su situación real. Pero si el sanatorio fuera opcional, yo no estaría aquí”.

“Hay quienes no se quieren ir, porque aquí se han hecho señoras y señores y exigen su carne tierna y a la hora exacta”.

“Que me dejen trabajar los años que me quedan. Si no, yo soy un hombre muerto”.

“Que sea el sanatorio un lugar de tránsito, de preparación para enfrentar la realidad, y regresar a la vida habitual, volviendo aquí para chequeos periódicos o cuando ocurra algo”.

Y no es una idea ajena a la dirección del sanatorio, pero, al parecer, su puesta en práctica es lenta. Demasiado. Quizás porque haría falta abandonar un esquema paternalista que presupone al estado capaz de determinar lo que mejor conviene a todos y a cada uno de los ciudadanos. A cambio, bien podría delegar en la responsabilidad individual. No confinar de antemano, previniendo las posibles transgresiones. Si todos los ciudadanos estuvieran presos, no habría asaltos, pero, ¿sería moral?

 

 El Período Especial,

momento de excepcional escasez en medio de la peor crisis que ha sufrido Cuba en los últimos decenios, añade un nuevo elemento a la ya compleja circunstancia: Dado que la escasez llega al grado de suministrar algunos huevos y una exigua cuota de picadillo de soya como casi exclusiva fuente de proteínas, el factor sobrealimentación se vendría abajo, poniendo en peligro la supervivencia. Pero aún cuando se asignara una cuota especial a cada seropositivo, ¿se avendría un enfermo a sobrealimentarse mientras sus hijos lo miran mal alimentados? Es difícil, aunque sepa que en ello le va la vida.

¿Cómo garantizar que medicamentos tan caros como necesarios se disloquen por toda la red asistencial del país, azotada por la falta de combustible y otras carencias, hasta llegar a los pacientes dispersos?

De cualquier modo, hay que dar voz y voto a los seropositivos. No puede existir un esquema único e igualitarista para todos.

 

¿Quién cuida a quién?

es la pregunta que se hacen los miembros del Grupo de Prevención, integrado por seropositivos, médicos, publicistas y profesionales de distintas esferas, y que se ha propuesto prevenir el SIDA y abogar por la integración a la sociedad de los afectados. Porque “hay que luchar contra el SIDA y no contra los que tienen SIDA. Y el sanatorio crea una falsa seguridad en la población sana. Piensan que todos los seropositivos están adentro, y muchos salimos los fines de semana sin un cartel en la frente. La balanza se mueve en el sentido de que nosotros somos los que tenemos que cuidar a los sanos y no los sanos cuidarse a sí mismos. Creo que es más humano educar a la población que encerrar a los seropositivos. Hasta hoy, no se han dado más que cinco casos de seropositivos del sanatorio que contagiaron a otros. En cambio, se detectan más de cien casos nuevos por año”.

 

1990 (no publicado por la revista Somos)

 





En el nombre del pueblo: Irma Elena

22 09 1985

La niñez se desliza por sus ojos con un regusto de prehistoria efímera. Una prehistoria de doce años, porque fue entonces cuando Irma Elena desembocó en la historia.

 

Preludio

Cuando estaba estudiando, yo me iba a meter a las manifestaciones, aunque no tenía ningún conocimiento de lo que era la historia. Salíamos a hacer pintas, a pegar afiches. No estaba del todo integrada. Era una colaboradora nomás. Más bien empecé porque me gustaba andar en esos revoltijos, ver a los guardias corriendo y que nos echaran balazos. Ganas de andar fregando, de andar carrereando por ahí. Con las charlas políticas y eso me fui dando cuenta de que no era salir a manchar. Entonces comienzo a madurar, sobre todo después que un compañero, que cayó ya, me recluta y me explica el por qué de la lucha.

Sí, en esa época tomamos una iglesia. De allí salió la manifestación. Fue masacrada. Tomamos algunas emisoras, el Ministerio de Educación. Ya entonces me dedicaba de lleno al trabajo con las masas. Mi primera manifestación fue en el parque Libertad, en el centro de San Salvador, en repudio a una masacre de campesinos que pedían tierra para trabajar.

¿Mis padres? Bueno, ellos pensaban al principio que me dedicaba a la prostitución: llegaba tarde a dormir o no llegaba. Pasaba semanas sin venir. O llegaba manchada de pintura. Y entonces supieron en lo que andaba. Me dijeron: “Andate, que no queremos tener problemas con los enemigos”. Y me echaron de la casa. Eso fue después que me vieron en actividades políticas.

 

Después que me incorporo de lleno al Frente, recibo educación militar. Primero fue el trabajo de masas, después, durante  la ofensiva general de 1981, participé en ataques y toma de poblaciones. Los tres años antes de mi captura, el Partido me encomendó el trabajo clandestino sin salir de San Salvador.

Fue en la misma ciudad, en plena calle. Sí, me capturó la Guardia Nacional. Yo estaba “quemada”. Habían decidido sacarme por eso. Pero hubo unos atrasos y entonces me cayeron. El Partido no considera que me hayan puesto el dedo.

 

El último círculo

Yo estaba realizando una tarea. Varios hombres vestidos de civil comenzaron a caminar detrás de mí. También una camionetilla Cherokee de vidrios polarizados. Allá las usa mucho el Escuadrón de la Muerte. Cuando vi que era conmigo la cosa, comencé a caminar rápido, y ellos aceleraron su paso. Seguidamente me agarraron, porque cuando intenté correr, ya la Cherokee se me había atravesado delante. Por detrás venían los dos hombres. Al mismo tiempo me estaban apuntando. En ese momento yo lo que pensé fue correr con idea de que me tiraran. Porque siempre pensamos: antes que nos capturen, es preferible que nos maten. Pero ellos me agarraron cuando intenté correr. No me tiraron, porque la idea era agarrarme viva. Me viraron hacia atrás los brazos. Cuando me llevaron a la puerta de la Cherokee, yo me abrí, me agarré de la puerta y ahí me dieron un culatazo en la espalda. No me pudieron meter. Caí al suelo e intenté correr de nuevo, pero me volvieron a pegar otro culatazo, que ese sí me venció.

Me pusieron las esposas, me vendaron, me quitaron el reloj. En ese momento yo pensé que lo único que tenía cerca era la Guardia Nacional. Empecé a hacer el cálculo del tiempo que iba a demorar. Exactamente. Me llevaron a la Guardia Nacional, en el centro de San Salvador. Me llevaron del pelo, a empujones, y empecé a caminar. Adentro me desnudaron, porque saben que si uno queda vestido, lo que hacen muchos compañeros antes de ser torturados, es ahorcarse. Después, desnuda, empezaron a golpearme. Mientras, me insultaban, me decían palabras obscenas y me manoseaban. Seguidamente me dejaron ahí tirada y se fueron. Regresó otro y me levantó del pelo. Me llevó a la sala de interrogación, donde empezaron a preguntarme por mi nombre legal, la organización a que pertenecía, las tareas que me había asignado el Partido, qué tareas había cumplido yo, cuántos guardias había matado, cuántos buses había quemado, y una serie de preguntas más. Yo me negaba. Lo que decía era que yo no había participado en nada, que estaba estudiando. Incluso dije que era evangélica, porque sucede que a esa religión la respetan un poco. No que la respeten, sino que en esa religión hay cuerpos del régimen infiltrados. Me dijeron que eso era mentira y me siguieron insultado. Después, me llevaron de nuevo al cuarto y continuaron golpeándome. Empezaron a manosearme y abusaron de mí. Luego me acostaron en una cama y me pusieron los choques eléctricos. Me echaron agua fría, me conectaron unos cables en las puntas de los pies, atrás de las orejas, bueno, yo me estremecía toda y caía desmayada. Cuando volvía en mí, me preguntaban lo mismo. Y yo me negaba. Pasó ese día y esa  noche.

Al siguiente día, me golpearon, me dieron puntapiés, me halaron el pelo y seguía vendada. Al tercero me pusieron la capucha, que es una bolsa plástica de cemento o cal. Se la meten a uno por la cabeza y se la atan al cuello. En esos momentos uno empieza a perder la respiración y cae desmayado. Al cuarto día, me pusieron los choques eléctricos. Al quinto, me hicieron una tortura que llaman “el avioncito”: le halan los brazos hacia atrás y  la abren a una y se le sube un hombre en la espalda y empieza a retorcerte. Todos los huesos empiezan a estirarse. Yo insistía en que no pertenecía a ninguna organización y me decía: Si tantos compas han caído en manos del régimen y han resistido, ¿por qué yo no voy a resistir si yo tengo fuerzas también y lucho por una causa?  Entonces me levantaba la moral y me decía: Tenés que hacerle huevo, que es como nosotros decimos. Tenés que afrontarlo. Pasé ocho días sin tomar agua, sin comer. Y me resistía a pedirles e implorarles. Los choques eléctricos me dejaban la boca seca y la lengua como partida. A los ocho días pedí que me dieran agua. Lo que hicieron fue llevarme un bote de leche con orines. Cuando sentí que eran orines, pero a saber de cuánto tiempo, porque era un hedor tremendo; yo me les quedo viendo y les digo que no quería. Entonces me los lanzaron encima. Luego me llevaron comida, a los diez días, pero los frijoles estaban hasta con gusanos y el arroz, con esa natilla verde que le sale cuando está podrido.

En el décimo día me llevaron a la sala de interrogación. Me hicieron las mismas preguntas, me ofrecieron cierta cantidad de dinero y el pasaporte en ese momento, para enviarme a Estados Unidos. Yo les dije que no. Entonces me dijeron que me iban a pasar a los tribunales si yo colaboraba con ellos. Y eso es una maniobra, porque uno piensa  que si la van a presentar a los tribunales no la torturarían más; pasará al juzgado y de ahí a la cárcel. Yo esperaba que alguien llegara, ver asomarse a la Cruz Roja Internacional, para que vieran que yo estaba allí. Pero estaba en una celda aislada, y lo único que se oía eran lamentos, gritos de los compañeros torturados. Puede que fueran reales, de alguien que estaba siendo torturado, pero quizás fuera una grabación, porque se escuchaba todo el día. Yo estaba toda  adolorida y morada. Me dolían hasta las uñas y el pelo. Me preguntaba hasta cuándo. A los veinte días me sentía bastante bastante débil, me sentía morir, ya lo único que quería era que me llevara un golpe, que me mataran mejor. Pero como a los veinte días me dije: Bueno, esto es un hecho. Van a matarme. Aunque sea de palabra tengo que defenderme yo. No me puedo morir con la boca cerrada. Así a los veinte días yo empiezo a insultarlos. Les decía que eran unos perros. Ya estaba decidida pues. Y lo peor para ellos es que a una mujer, que es más sensible, no logren doblegarla. Eso los enfurece más y hace que se ensañen. Se sienten débiles.

A los veintiún días me dijeron: esta es la última vez que te damos, pero si no colaboras con nosotros, te vamos a matar. Que conocían dónde vivía mi familia y la iban a matar. Y yo les dije que si mi familia iba a morir, pues yo también iba a morir, pero yo no iba a colaborar. Entonces les dije que sí, que estaba organizada, pero que no les iba a decir nada más.

Yo no sabía cuándo era de día y cuándo era de noche, porque había estado todo el tiempo vendada en un cuarto donde no entraba la claridad y había perdido la noción del tiempo. Era una celda pequeñita. Cuando una vez logré aflojarme un poco la venda, vi que las paredes estaban llenas de sangre y había pintadas muchas consignas: “Compañeros, no se dobleguen ante el enemigo”, “Compañeros, sigamos adelante”, “Patria o muerte”, pintadas por compañeros que habían estado en esa celda. Esa fue mi única comunicación con ellos: las consignas en las paredes.

En los veintidós días comí sólo una vez y tomé agua dos veces. Cuando comí fueron unos frijoles que estaban mejor que los de la primera vez. Y me los pude comer, pero me dieron diarreas. Lo hice en la misma celda y estuvo allí hasta que se secó.

No. No hubo días peores. Los veintidós días fueron una tortura. Hubiera preferido morirme veintidós veces. Pero nunca me dieron ganas de llorar, sino una rabia, un odio.

A los veintidós días, en la madrugada (creo) me dicen que me ponga un blúmer, que me iban a dar una vuelta, que me iban a sacar a pasear. Entonces me dije: Bueno, hoy sí  se me llegó la hora. Ese paseo que dicen, es que me van a dar mecha, o sea, a matarme. Me vestí y me metieron esposada, vendada, en no sé qué tipo de vehículo. Empezaron a dar vueltas y vueltas alrededor del lugar donde me iban a dejar tirada. Por fin me bajaron. Sentí que era grava y había mucho viento. No sé qué lugar sería, pero tenía que ser muy elevado, por la brisa. Me hacen un interrogatorio, y lo que hice fue insultarlos. Sentí en ese momento que me daban un golpe en la cabeza. Caí y sentí otro golpe, y me chorreó algo espeso por la cara. Y comencé a sentir el olor a sangre. Como ya me habían quitado las esposas, pienso que los dedos los perdí en la angustia que yo sentía que metía las manos. En el momento que me golpeaban la cabeza yo tenía como la alucinación de que era una pesadilla. No sé si era el paso de la muerte o qué sé yo. ¿Será que estoy dormida y es una pesadilla y quiero despertar? Me seguían dando y me seguían dando, pero ya a mí no me dolía. El cuerpo lo tenía remallungado con tanto golpe que me habían dado. Sentía que se me movía la cabeza. Los brazos los sentía calientes y un leve ardor, hasta que perdí el conocimiento por completo.

Después (me imagino yo), como muchos casos que han sucedido, de que hay mucha gente de la población civil que ve, y mucha gente no se va. Lo que hacen es quedarse allí escondidas. Esa gente no se fue. Y lo que hizo fue que después me entregó a la Cruz Roja internacional. Mi captura ya había sido denunciada a ellos y a la Comisión de Derechos Humanos.

Después me suturaron. Tengo 38 heridas, casi todas de machete. Siete en la cabeza. Dos hundimientos craneales. Perdí la visión de un ojo por un culatazo. Perdí tres dedos y la movilidad de la mano derecha. Estuve tres días en estado de coma, por los golpes en la cabeza. Por eso el Partido elaboró dejarme por un tiempo adentro. Por supuesto, con grandes medidas de seguridad. Y así, cuando ya estaba un poco restablecida, salí del país.

Desconozco si mi familia sabe algo de mí y de mi hermano. ¿Mi hermano? Fue capturado después de mí y torturado. Ahora debe tener dieciséis años. Desconozco si está vivo.

—¿Qué nombre te damos en esta entrevista?

—Irma Elena. Fue una comandante nuestra que cayó y fue masacrada.

—¿Qué edad tienes?

—¿Yo? Veintitrés. Cuando me capturaron tenía 22 años.

 

“En el nombre del pueblo (I) Irma Elena”; en: Somos Jóvenes, n.º 71, La Habana, septiembre, 1985.

 





En el nombre del pueblo: Milton

12 08 1985

El soldado que se quiso salir,

se murió. Y el que quiso vivir

más, ese se rindió.

 

Milton

 

 

—Yo soy de San José, al norte del Salvador. Mis padres son de clase media. Tenían 500 manzanas de algodoneras. Ponían a trabajar gente y veían cómo era el trabajo, lo que podían gastar y todo eso. Nosotros somos seis hermanos. Dos nos incorporamos: el más pequeño y yo, que soy el tercero.

 

—¿Cómo te incorporaste a la guerrilla?

—Yo viajaba de San Miguel a la capital, San Salvador, a visitar a unos amigos. En el trayecto, había muchos retenes del enemigo. Allí bajaban de los buses a la gente: niños, mujeres y todo. En las paradas hay como unas graditas. Entonces a los niños, como de unos cinco años, los agarraban de la mano y los aventaban para allá. A las mujeres ancianas, de un empujón las aventaban para allá. A toda la gente los bajaban de los buses  y los ponían con las manos sobre el busto. Entonces allí, mirando la actuación de ellos con la gente de la población, mirando lo que hacían, yo comprendí que no era justo.

 

—¿Se lo dijiste a tus padres?

—No. Yo no les podía decir nada, pues mis padres están al contrario de eso. Pues yo visitaba a un amigo. Era teniente efectivo del régimen. Nos habíamos conocido antes, en el estudio. En el 80 salió a los Estados Unidos mandado por el gobierno salvadoreño para recibir entrenamiento de cómo torturar a una persona. Él me contaba que recibió ese entrenamiento en Fort Benny, Carolina del Norte. Yo no le decía nada, pero aquello me ponía mucho en qué pensar, ¿cómo puede ser esto?

 

—¿Discutiste con él?


—No, era bastante criminal y yo tenía miedo. Aunque era mi amigo, él no creía en amistad. “Si mi padre fuera y me mandaban a torturarlo, yo lo torturo”, decía. A él, como le pagaban tanto, pues… Me pasaba el día con él. Regresaba y veía el tratamiento que le daban a la gente. Veía a los que activaban en las calles y las patrullas del régimen destruidas por el FMLN. Yo tenía una tía que visitaba en el campo, y los compañeros del FMLN pasaban por allí. Entonces, casualidad que una vez tuve una conversación con ellos, y eso a mí me gustó mucho. Por eso me fui con ellos a la montaña, y allí me siguieron explicando, y yo seguí entendiendo. Tenía diecisiete años. Entonces pedí un fusil. Así fue como me organicé. Aprendí muchas cosas que no sabía en la ciudad: política y otras cosas.

 

—¿Dónde estuviste?

—En el oriente del país. En la parte más elevada del Salvador y la parte más rica en producción de café, henequén, cacao. Morazán, San Miguel, San Vicente…

 

—¿Viviste en zonas bajo control?

—Sí. Ya hay bastantes zonas bajo control.

 

—¿Cómo es la vida allí?

—La vida es buena, porque a la gente los tratan bien. Tienen un gran apoyo de nosotros y nosotros de ellos. Para mejorar la vida de los campesinos, se les da tierra y todo lo que necesitan para laborarla. Hay escuelas y algunos maestros que dan clases, y los propios miembros del ejército. Allí es donde han aventado las operaciones más fuertes. Morazán es la primera zona bajo control. Allí está Radio Venceremos. Por eso es que quieren a toda costa bajarla. Es la zona más rica y está bajo control. Otra es en el centro de Guazapa. Allí bombardean a la población civil como en Chalatenango. A veces regresábamos después de activar y veíamos las casas destruidas, los muertos. En otras, los guardias se meten y encuentras después las campesinas violadas, cadáveres degollados, mutilados. Y es a los campesinos.

 

—¿Cómo se incorporó tu hermano?

—Yo me enteré de que mi hermano se había incorporado en un pueblo donde lo vi llegar con otros compañeros. Y me impresionó porque era un niño.

 

—¿Qué edad tenía?

—Doce años, pues. Le preguntó a una compañera si yo era yo. Y vino. “Va a que vos sos mi hermano”. Sí, le digo. Y me abrazó. “Yo quiero organizarme”, dice. Pero estás muy pequeño para combatir. “Yo siento deseos”. Y quedó con los compañeros. Como al mes me di cuenta que él estaba en una escuela militar recibiendo un cursillo. Allí platicamos más. Como un día.

 

—¿En qué tipo de combates participaste?

—Tomas de cuarteles, de pueblos, desalojamiento de posiciones del enemigo.

 

—¿Y el día que te hirieron?

—Ese día fuimos a la toma de un pueblo. Allí estaba una compañía  del ejército salvadoreño: 160 soldados. Ellos nos sintieron porque para llegar había que pasar por ciertas poblaciones donde había bastantes perros que hacían bulla cuando lo veían a uno. Eso era como a las dos de la mañana. Y como en los cuarteles les meten una cosa en la cabeza: que no tienen que rendirse, que no tienen que correrse de nosotros, que tienen que hacer frente al ataque, ellos dijeron: Bueno, estos no van a poder entrar aquí. Porque se creían los mejores soldados del ejército salvadoreño. Nosotros éramos cuatro columnas. Entramos al pueblo y empezamos a combatir a las propias cinco de la mañana. En el primer encuentro que les hicimos se veían bastante fuertes. Pero ya a las nueve de la mañana, cuando la aviación vino, los teníamos rodeados. El soldado que se quiso salir, se murió, y el que quiso vivir más, ese se rindió. Allí capturamos a 135 soldados con todo el mando de la compañía y los tres de las secciones.

 

—¿Y los soldados?

—Muchos son cipotijos de quince o dieciséis años. Los arrastran a pelear y cuando los capturas, se arrodillan, imploran. Ellos venían con sed, porque durante el combate no podían tomar agua. Entonces les dimos agua y comida de la que guardábamos para nosotros. Recibieron una atención bien, porque nosotros atendemos igual a todos los soldados. De ahí fuimos a la zona bajo control porque ya habían pedido refuerzos. Después fueron entregados a la Cruz Roja.

 

—¿Cómo te hirieron?

—Fue en el asalto a una trinchera. La bala incendiaria me atravesó a lo largo el brazo derecho. Entró por aquí, ¿ves?, cerca del codo, y salió por acá.

 

—¿Y tú qué hiciste?

—Me quedé parado como un gran rato, pero después me senté hasta que perdí el conocimiento. La pérdida de sangre había sido mucha, porque la bala me había cortado las dos venas y los tendones. Fue en un cafetal. No me entró miedo ni nada, pero como a los diez  minutos caí al suelo. Otros compañeros me atendieron, pero yo no sentí nada. Vine a recordar como a los tres días. Después estuve como diez meses curándome la herida.

 

—¿Qué edad tienes?

—Veintiún años.

 

“En el nombre del pueblo (II) Milton”; en: Somos Jóvenes, n.º 70, La Habana, agosto, 1985.





Raúl Sendic: defender es vivir

11 02 1985

El 16 de marzo, Raúl Sendic Antonaccio cumplirá  sesenta

años. Confinado en la prisión de “Libertad” (un sarcasmo de la

dictadura), muestra hace doce años que el único antídoto

contra la incomunicación y la tortura, es la dignidad.

De él nos hablan sus hijos: Raúl Fernando y Ramiro

Sendic Rodríguez.

—¿Quién es Raúl Sendic?

Raúl Fernando (RF): Sobre eso hay dos anécdotas: En el 79, durante la visita, estábamos a dos metros uno del otro. Lo que te cuento era en el cuartel del Paso de los Toros. Había una reja por el medio y yo tenía las manos en la reja. Eso no estaba permitido. Había que tenerlas debajo de las piernas. Es un gesto inconsciente de acercamiento que uno hace. Uno de los militares me dijo: Baje las manos de la reja. Papá se enojó: Ponéte cómodo nomás. Él no tiene por qué molestarte. El militar, viendo que él se había molestado, dice: Sendic, saque la mano de la reja. Y Papá: No señor, no la saco nada. Bueno, entonces le corto la visita. Está bien. Córtela —respondió papá—. Y dirigiéndose a mí: Perdonáme, Raulito, pero tenemos que dejar que nos pisoteen lo menos posible. Eso fue en el 79. Ahora, cuando se termina la visita, está permitido despedirse por la ventanita. Nos despedimos y cuando me levanté, el se quedó parado mirándome. Sería para saber si había crecido. Desde que llegó, yo estaba sentado. Yo también quería verlo. Nos quedamos parados. Entonces el militar le dice: Recluso, usted vaya nomás. Él no se movió. Como estaba la pared por el medio, el militar no podía hacer nada. Entonces me sacó a mí. Cuando lo dejé de ver, seguía parado ahí, sin hacerle caso. Son dos anécdotas, pero una misma  actitud. Ese el Raúl Sendic.

—¿Cómo ocurrió ese último encuentro con tu padre?

RF: Fue emocionante; sobre todo el cambio. El cambio estaba en mí, que le atribuía una nueva dimensión, no en él, que seguía con la misma entereza de siempre. Tal vez lo nuevo sea que haya resistido todo este tiempo, porque para eso se necesita una entereza moral que hay que ir renovando.

—¿Ninguna otra diferencia?

RF: Claro, físicamente se le notan un poco los años. Y la herida en el rostro, que avanza, porque la deformación del hueso ha ido deformando la cara. Y eso sigue avanzando sin atención médica.

—¿Cómo fue el encuentro?

RF: Primero me hicieron una revisión completa. No se puede entrar con dinero, ningún tipo de papel, anillos, ningún instrumento de metal (salvo el reloj). Me pasaron al locutorio a mí primero. Allí había una mesa con un vidrio en el medio, una ventanita para saludar y teléfonos a ambos lados. Después que estuve sentado, entró el. Bueno, lo primero fue la sonrisa. Nosotros decimos que a papá cuando sonríe se le desarma la cara.

—¿Cómo transcurrió la conversación?

RF: A través del cristal no nos podíamos saludar. Empezamos a hablar de la familia. Antes de entrar se me advirtió que tenía que tocar sólo temas familiares y de estudio. No se podía hablar de política, ni siquiera de política internacional.

—¿Además de los temas familiares, pudieron hablar sutilmente de los temas políticos?

RF: Hablamos de Cuba, de Nicaragua, usamos ciertas claves. Por medio de ellas lo actualizamos de la situación de la lucha. A uno de nuestros comentarios sobre la Revolución Cubana, él  nos decía: Nunca nos han fallado y nunca nos fallarán. Porque él siempre toma como patrón para hacer determinados análisis lo que piensan los cubanos. Eso, entre otros temas familiares, porque la Revolución Cubana  es también parte de la familia. Y fue muy importante para él, que durante doce años ha mantenido la lucha con escasez de información.

—¿Tú te preparaste para la entrevista?

RF: Sí. La situación era bastante difícil. El ministro del Interior había leído un comunicado prohibiendo incluso a la prensa hablar sobre nuestra visita. Había un clima bastante tenso. Habían reconocido días antes haber matado a un compañero. Por eso se preparó muy bien la visita. Sobre todo él. Cuando le pregunté si quería que le empezara a hablar, que le contara, me dijo que no, que él había preparado esa visita y me iba a preguntar. Entonces fue preguntando las cosas que le interesaban. Tomando elementos.

—¿En ningún momento los interrumpieron?

RF: No, nunca contaron la conversación. Había uno parado escuchando. Y como la conversación es por teléfono, se graba. Después entró otro muy armado, para provocar. Se paraba muy cerca a escuchar y miraba con mucha insistencia. Bueno, nosotros lo ignoramos.

—¿Cómo son sus condiciones actualmente?

RF: Difíciles: Torturado periódicamente, aislado, mal alimentado y con problemas de salud: la hernia, el balazo, algunos problemas bronquiales, está corto de vista. Eso es algo que le ha aparecido ahora, pero como no le han recetado lentes… Una vez le llevamos unos que le sirvieron por un tiempo, pero como eran comprados al azar… A pesar de todo, hace ejercicios en la celda. Antes no podía, por la hernia; pero se construyó un aparato curvo de madera, como un plátano, que la sostiene cuando se lo aprieta con la faja. Esto impide que salga y de esa forma no le molesta. Es muy grande y le impediría los movimientos. Antes sólo podía estar acostado boca abajo o en cuclillas. Ahora puede hacer ejercicios y canta en la celda, para entrenar los músculos de la cara. Eso demuestra que es todo lo contrario de lo que quiere hacer creer la dictadura: que los presos políticos son personas destruidas. Y es todo lo contrario.

(En el momento de la entrevista, Sendic estaba en “La Isla”, el lugar de máximo castigo, donde llevan a los presos sancionados: una celda de un metro y medio por dos, sin luz. Sólo luz artificial que se enciende desde afuera, de modo que a veces lo tienen  con luz durante varios días, y otras, durante varios días en la oscuridad. El agua también se abre desde afuera. Es decir, toman agua cuando los militares quieren).

—Pero él estuvo en un pozo, ¿no?

RF: Sí. Mucho tiempo. Bueno, aquí la cama es de cemento. Al preso normal le dan un colchón por la noche y se lo quitan por la mañana para que no pueda dormir de día. Él tiene que dormir en el cemento. Abajo tiene un agujero grande de ventilación. En invierno es una heladera. Lo tenían sin ropa. A él y a los otros. La misma situación es para los nueve.

—¿Todas las celdas son de presos políticos?

RF: En “La Isla” sí. En el penal hay presos comunes. Los usan mucho para provocar a los presos políticos, pero en “La Isla” no hay. Eso demuestra que se mantiene la condición de rehenes. Pero nosotros decimos que aunque esté en el mejor hotel de Montevideo, la condición de rehenes es la misma. Es, ante todo, una situación política.

—¿Hay casos necesitados de atención médica aparte de Sendic?

RF: Todos. Pero los hay más graves.

—¿Más que Sendic?

RF: Sí. Está Adolfo Wassen Alaniz. Hizo una huelga de hambre hace poco. Tiene un cáncer que ya ha hecho metástasis en algunos lugares y no ha sido tratado como es debido. La huelga duró casi un mes. Empeoró mucho, pero demostró que antes de morirse simplemente de cáncer, prefiere morir luchando.

—¿Cuáles son tus primeros recuerdos de él?

Ramiro Sendic (R): Bueno, el primer recuerdo concreto de él es en Punta Carretas, la cárcel más grande de Montevideo. Allí era mucho menos limitada la visita. Es un recuerdo muy definido. Después fue la fuga. El movimiento le puso a la operación “El abuso”, porque se fugó con 108 presos más. Fue un abuso.

—Y a ti, ¿por qué te decían que estaba preso tu padre?

RF: De lo que me decían no me acuerdo, pero nosotros sabíamos que estaba preso por tupamaro.

—Esa palabra sí la conocían. ¿Pero no lo vinculaban con la jefatura del movimiento?

RF: No.

R: No. Incluso a nosotros se nos provocaba bastante en la escuela: las maestras, los compañeros. Si protestábamos por cualquier cosa, nos decían: Cállate, vos sos el hijo de un tupamaro. La primera vez que lo vimos, en el 73, después del balazo, estaba supercambiado. Tenía la cara deformada. Nosotros éramos bastante chicos y se nos preparó, se nos dijo que no iba a ser igual que antes.

—¿Los impresionó?

RF: Impresiona.

R: Lo que pasa es que nos habían exagerado, y lo vimos hasta más lindo de lo que pensábamos. Esa fue la única vez que lo vimos en “Libertad”. Después lo sacaron en septiembre y empezamos a verlo en los distintos cuarteles.

—Entonces, ¿ustedes no tienen recuerdos de él en familia?

RF: No. Pero, a pesar de eso, nuestra relación era, y es, una relación normal de padre‑hijo.

—¿Cómo ocurrió para ustedes el cambio de visión desde padre hasta líder político?

RF: Hay un proceso de descubrimiento. Claro, nosotros partimos de una educación en la casa. Mamá nos explicaba que era bueno y que por eso era tupamaro. Desde chiquitos sabíamos que él tenía razón. Lo que no sabíamos…

—Hasta dónde llegaba esa razón.

RF: No sabíamos bien por qué. Pero, además, en la convivencia de la visita uno aprende a odiar a los fascistas. Uno aprende que ellos son la injusticia en el poder. Entonces se odia y uno no puede evitarlo. Empezamos a valorar a papá a partir  del conocimiento de la Revolución Cubana y de lo que él quería hacer, que es esto. Además, conocer su biografía completa. Así empezamos a valorarlo. Es un proceso que no termina, porque se evalúa mejor en la medida que él representa una concepción cada vez más válida para Uruguay.

—¿Es difícil ser el hijo de un héroe?

—RF: Es difícil, pero tiene sus ventajas.

—¿Por qué es difícil y por qué tiene sus ventajas?

RF: Bueno, la ventaja es que uno tiene un ejemplo cerca, y es difícil, porque hay que estar a la altura de ese ejemplo. La meta es ser continuador: materializar las ideas de papá, que son las que ya aparecían en la Segunda Declaración de La Habana: Lo que hay que hacer es hacer.

Defender es vivir”; en: Somos Jóvenes, n.º 64, La Habana, febrero, 1985.