Ese ojo no es suyo

1 01 1987

Atlántico noroccidental

Septiembre de 1981. Buque Playa Varadero. Cuadrante 3 O. Zona Flemish Cap (Terranova). 18:00 Hora local.

El jefe de refrigeración, Oscar Galano, de veintiocho años, manipula una válvula de amoníaco cuando se produce una sobrecarga en la línea y ésta revienta lanzándole un chorro a la cara.

Mientras llega a la enfermería, ha hecho un paro por asfixia. En una carrera contra el tiempo, el masaje cardíaco y la ventilación mediante el resucitador, logran sacarlo del paro antes de tres minutos.

Ambos ojos presentan una extensa quemadura química de hasta un 75% en la córnea y conjuntiva, y el aspecto de una malla corroída por el amoníaco. Se neutraliza su acción mediante ácido acético y se hace un amplio lavado con suero fisiológico y soluciones desinfectantes. Se aplican antibióticos de uso local (cloranfenicol y suero antibiótico por vía endovenosa) y hemoterapia irrigatoria cada una hora. Esto es, inyectar su propia sangre en la conjuntiva del ojo para evitar la muerte de los tejidos por falta de irrigación, al ser destruida parte de la red arterial.

Cuarenta minutos después del accidente, cuando Hermis termina su trabajo, ya el buque navega a toda máquina hacia Saint Jones, Newfoundland, Canadá, donde hacen arribada forzosa tres días después.

El cónsul de España recibe el caso en puerto y lo entrega al jefe de oftalmología del Hospital Central, donde permanece once días antes de ser remitido a La Habana.

Pacífico sudoriental

Tres de septiembre de 1983. Buque Río Los Palacios. Grado 36 S. 23:30 Hora local.

Se presentan dificultades con el transmisor de red. El capitán Francisco Cangas ordena al radiotelegrafista que compruebe las pilas alcalinas de 1,2 volts en telegrafía. Pantoja toma una, la mide.

—¡Qué raro! Miren esto. Primera vez que veo una pila con defecto de fábrica.

Varios compañeros se acercan.

Van pasándola de mano en mano. El último es el sobrecargo, Miguel Hernández Brito. Mientras la sostiene a unos treinta centímetros de sus ojos, estalla como una granada. Corren hacia él.

—¡No me toquen los ojos! Llamen a Hermis.

—A ver, Miguelito, quédate quieto.

Ambos ojos, pero sobre todo el izquierdo, están llenos de partículas de carbón y metal incrustadas que afectan los párpados exterior e interior, la córnea, la conjuntiva y la esclerótica, dañadas también por la solución alcalina.

Hermis neutraliza con ámpulas de bicarbonato e irriga muy lentamente con suero fisiológico. Después, con instrumental quirúrgico elemental, extrae una por una las esquirlas durante dos horas y veinte minutos. El mar fuerza cuatro impide el acceso del médico, que se encuentra en otro barco. Por eso, después de resecar, se decide navegar rumbo a puerto lo más rápido posible.

Días después pasan el caso, en una ballenera, al Super BTM soviético Nikolai Boronian, más rápido, que se dirige a El Callao. Mantienen el tratamiento durante los nueve días que faltan para llegar a puerto.

Hermis

Durante una maniobra entre el trasbordador Océano Ártico y el pesquero Río Arimao, en el sudeste del Atlántico, a causa de un bandazo de los barcos se parte uno de los cabos, tensado como cuerda de guitarra, y golpea, velocísimo látigo, al marinero Alberto Marquetti.

Manuel Galindo, médico del Océano Ártico, y yo, pasamos al Arimao.

Ya en ese momento, Hermis Basso Valdés, enfermero naval desde 1980, había resecado la profunda herida desde los labios hasta la base del mentón, y se disponía a coser. Apenas un vistazo, dos o tres preguntas, y Galindo le dejó el caso. Quedaba en buenas manos.

Hermis en un hombre alto, delgado y conversador, que en sus 32 años ha navegado durante cuatro campañas en el Atlántico Noroccidental, dos campañas en el Pacífico Sudoriental y ahora en el Atlántico Sudoriental, en siete u ocho buques diferentes.

Pero, por encima de todo, Hermis es un hombre que ama su trabajo. Le gusta hablar de lo que hace, leer (sobre todo libros de medicina), practica acupuntura desde hace ocho años, juega dominó y discute fuerte de casi todo, mezclando con una naturalidad libre de remordimientos los términos clínicos más sofisticados con el argot de los barrios menos ortodoxos de Marianao.

Antes de que anochezca, ya Marquetti duerme con 27 puntos exteriores y 10 interiores en su mentón. Un fino trabajo de alta costura.

Dos finales

Cuando el capitán Néstor Gómez, director de la base de Saint Jones, recoge a Oscar Galano en el hospital de esa ciudad para su remisión a Cuba, se produce el siguiente diálogo:

—Muchas gracias, doctor, por salvarle la vista al muchacho.

—A mí no. Feliciten al oftalmólogo que lo trató en el barco.

Puerto de El Callao, Perú. Día 12 de septiembre de 1983. Hermis llega con Miguel Rodríguez a una clínica particular, donde un especialista norteamericano lo chequea rigurosamente.

—No hay nada más que hacer. Esperar la recuperación. ¿Usted lo atendió?

—Sí.

—Felicidades, doctor.

—No soy doctor. Soy enfermero naval.

—Entonces lo felicito dos veces.

Días más tarde, en el Hospital Hermanos Ameijeiras, donde Miguel Rodriguez fue remitido desde Lima, el profesor decide que el ingreso no es necesario y, antes de enviarlo a su casa, le comenta:

—Ese ojo no es suyo, mi amigo. Es del enfermero que lo atendió.

“Ese ojo no es suyo”; en: Somos Jóvenes, n.º 87, La Habana, enero, 1987.





Álvarez Cambras: la medalla invisible

20 08 1985

Se graduó de ortopédico en La Habana y posteriormente en
La Sorbona. Trabajó en un hospital cantonal de Suiza.
Ha tratado a algunos jefes de Estado y a numerosas
personalidades en decenas de países. Es el creador del fijador externo.
Ha dictado cursos sobre el fijador en Francia, Bélgica, España,
Kuwait y Nicaragua.

Ocho y cinco minutos de la mañana. Entramos a la oficina forrada en madera. “Un minuto, por favor”, mientras nos indica dos sillas frente al buró tapizado de documentos. “Tenemos que terminar este informe”.
Al fondo, en la pared, trofeos, copas, libros, revistas médicas. Sobre una mesa auxiliar: cinco teléfonos e intercomunicadores. A la izquierda, una foto, tomada desde un ángulo insólito, donde aparecen Fidel Castro y este hombre de mediana estatura con una respuesta siempre a mano.
Alrededor de la mesa, médicos e ingenieros van saltando de un asunto a otro entre llamadas telefónicas. Se discute sobre acero, rigidez y contenido de carbono, se dispone el alta de un dirigente de las organizaciones juveniles checoslovacas, se discuten ciertos casos: un boxeador cubano, un diplomático iraquí, un general del ejército chino. Alguna llamada pendiente en el teléfono cuyo auricular, colocado sobre una cajita de música, alivia la espera haciendo oír “Noches de Moscú”. Por fin:
—Vamos al lado, por favor, si no…
(Ya son las nueve y diez)

—Doctor, ¿qué es más difícil, una operación o una reunión?
—La reunión. Y más tensa.

—¿Cuándo decidió qué iba a ser?
—Por la medicina me decidí a los quince años. Hasta entonces me inclinaba hacia la arquitectura o la ingeniería. La profesión de mi padre me sedujo.

—¿Y por la ortopedia?
—En 1954. A causa de una manifestación. Ya estudiaba medicina desde el 52. La policía reprimió la manifestación y terminamos en la sala Gálvez del hospital Calixto García. Me enyesaron y después colaboré con los médicos mientras curaban a los compañeros. Desde entonces trabajé en esa sala hasta que fui alumno oficial.

—¿Qué hacía entre los catorce y los veinte años? ¿En qué invirtió su adolescencia?
—A los catorce cursaba el bachillerato y no me preocupaba mucho por los problemas sociales.

—¿Qué le peocupaba?
—Mi juventud. Tampoco en esa época había preocupación posible por la política. Sólo una sensación de asco. A los diecisiete, en el 52, nuestra reacción fue inmediata frente al golpe de Estado. Inmediata y explosiva: lo primero que hicimos fue ir a la Plaza Roja de la Víbora y organizar una manifestación. Eran las once de la mañana. La policía nos disolvió. Se rumoreó que estaban dando armas en la universidad y allí estuvimos hasta las seis de la tarde, pero no pasó nada. Regresamos al instituto de la Víbora y allí hicimos otra manifestación, reprimida más duramente. En septiembre del 52 ingresé en la Universidad. Entre el 52 y el 54 estudiaba, participaba en las luchas estudiantiles, las huelgas por el diferencial azucarero, mítines de apoyo, paros del transporte… El día 31 de diciembre tomamos la Casa de los Colonos, el edificio del diferencial azucarero, frente al teatro Martí. Esperamos el año en la cárcel. Ahí fue cuando cumplí los veinte años.

—Me han informado que usted tiene varios triunfos deportivos, que ha roto récords mundiales y ha ganado medallas olímpicas. ¿Cómo es eso?
—Bueno, no exactamente. He ayudado. Algunos de los casos más interesantes fueron las dos medallas de Juantorena en Montreal. Unos meses antes de la olimpiada, no cuadraba como corredor a causa de un neuroma plantar (quiste benigno muy doloroso en la planta del pie). Lo operamos y le hicimos corrección del pie plano. En el caso de María Caridad Colón… —Hay una interrupción para anunciarle visita: un grupo de cubanos residentes en Estados Unidos, y la espera de una delegación sudafricana en la tarde—. María Caridad sufrió, un día antes de su presentación en Moscú, una distensión con sacrolumbargia y siatargia. Decidimos hacerle un tratamiento especial en el mismo estadium que la libraría del dolor, pero le explicamos que el primer tiro sería el decisivo, que diera el máximo. Tú sabes cuál fue el resultado. En el mundial de La Habana, Stevenson sufrió una lesión muy dolorosa en el dedo gordo del pie. Sobre ese dedo descansa la movilidad. El tratamiento permitió que hiciera todas las peleas y obtuviera el título. Pero el esfuerzo principal fue de él, que terminó con el dedo muy hinchado. También recuerdo a Ruperto Herrera, a Margarita Skeep, a León Richard, que fue el primero en usar el fijador y que aún sigue compitiendo a pesar de la fractura en la tibia. En Laipzig, Juantorena se seccionó el tendón de Aquiles…

—Es el único en el mundo que haya seguido corriendo después de eso. Gracias a su operación.
—La operación influye, pero es sobre todo gracias a su coraje.

—¿Algún recuerdo especial?
—De Margarita Rodríguez en Montreal. Estaba muy mal el día antes, pero ganó medalla de oro. En ese momento saltó y me dio un beso. Dicen que me iba a buscar un problema con mi mujer.

—¿Cuál ha sido su mayor satisfacción desde el punto de vista humano relacionada con su trabajo?
—Este hospital. Cuando llegamos aquí el primero de enero de 1969, era un hospital chiquito y en malas condiciones. Pronto tendrá 700 camas y en tres o cuatro años podrá autofinanciarse. Producimos casi todos los equipos ortopédicos y, en especial, los fijadores. Se exportaron el año pasado por valor de US$400.000, y evitaron US$800.000 de importaciones. Esto se está convirtiendo en un complejo ortopédico. Durante los últimos cinco años, ha sido el mejor hospital de especialidades del país, y eso es una labor de todos: su prestigio internacional (hay lista de espera de extranjeros para ingresar).

—¿Me permite salir un momento?
—Sí, como no —algo perplejo.

—Cuénteme la historia de esta foto —mostrándole la foto donde  aparece con Fidel Castro.
—Fue el primero de mayo de 1983. Yo regresaba del extranjero y el Comandante me llamó para que le contara mis impresiones. Estaba muy contento ese día.

—¿Usted operó a Alain Delon?
—Mira —riendo, nos ofrece un ejemplar de Ici Paris con un gran titular: “Alain Delon operè à Cuba”, donde se explica su operación, realizada por Álvarez Cambras en el hospital Frank País y aparece la foto y se describe el Hermanos Ameijeiras—. Todo es mentira. Quizás la leyenda procede de un ministro o viceministro de comercio exterior que por el físico y por el nombre (Alan) se parecía un poco. Dos días después de su alta, teníamos cola  de muchachas en la puerta preguntando por Delon. A él  lo ví en Montecarlo casualmente.

—¿Cuál es el personaje más interesante que usted ha tratado?
—El primero no te lo puedo decir.

—¿El segundo?
—Tampoco. Ni el tercero. Ni… Pero si quieres, pon a Velasco Alvarado. Era un hombre extraordinario.

—¿Su mejor consejo a los jóvenes que buscan un objetivo para la vida?
—Que piensen desde temprano cuáles son sus esperanzas de futuro, sus intereses esenciales, hasta dónde pueden llegar. Y que sus sueños se entronquen con los sueños de nuestro país. Que entonces se organicen para llegar, que lo hagan todo para llegar. Que luchen.

“Rodrigo Álvarez Cambras: The Invisible Medal Winner”; en: Resumen Semanal de Granma (en inglés), La Habana, 1985.
“Álvarez Cambras: la medalla invisible”; en: Somos Jóvenes, n.º 70, La Habana, agosto, 1985.