«La isla entera parece ser por debajo un
laberinto de cuevas y que reposa su suelo
sobre una prolongada bóveda»
Miguel Rodríguez Ferrer
(Naturaleza y civilización de
la grandiosa isla de Cuba, 1876)
Extenuado mientras exploraba una caverna al sur de Matanzas, en el occidente de Cuba, el joven espeleólogo se quitó el casco y, sentado sobre una estalagmita, bebió un sorbo de agua. A los pocos minutos se puso bruscamente de pie y ahí fue cuando el tiburón lo mordió. Fue necesario atenderlo, restañar la sangre y vendarlo. Cuando miraron hacia arriba se percataron que del techo sobresalía un diente de Carcharodon megalodon, el tiburón que, veinticinco millones de años después de muerto, seguía mordiendo. Y de qué modo. Cada uno de sus dientes mide veinte centímetros.
Miguel Rodríguez Ferrer tenía razón: cualquier cosa es posible en las cavernas cubanas. Aunque no baten récords, aunque ninguna de las exploradas alcanza los 1332 metros de profundidad de Pierre Saint‑Martin (Francia‑España) o los 297,08 kilómetros de Flint‑Mamouth (Kentucky, Estados Unidos), han sido descubiertas decenas de miles, que en algunos lugares hacen pensar que los cultivos y las casas, las arboledas y los caminos, no son más que la segunda planta de ese archipiélago que es Cuba.
Otro archipiélago lo subyace, y no son sólo las maravillas, como el sumidero del río Guaso, que se adentra hasta 400 metros de profundidad, o los sistemas cavernarios de Perdidos y Majaguas, de treinta kilómetros cada uno. La maravilla espera por quienes se adentren en la cueva de Martín, en el Escambray, hasta el salón donde crece la estalagmita más grande de Cuba, con cuarenta metros de diámetro en la base y sesentiocho metros de alto; por quienes lleguen hasta la Sierra de Cubitas y busquen la sima de Rolando, con sus 85 metros de caída libre, que terminan en un lago subterráneo de cuarenta metros de diámetro y hasta siete de profundidad. Espera la maravilla en el sistema Los Perdidos, uno de los más grandes de las Antillas, poblado de sifones y lagunas. Espera por quienes se atrevan con Cueva Jíbara, la más brava de Cuba, porque hay que bajarla casi en vertical, bajo los chorros de ocho cascadas, la mayor de las cuales tiene 41 metros de alto; una cueva que varias expediciones no han podido vencer, y que continúa siendo un reto.
Bellamar,
la cueva más famosa de Cuba por la afluencia turística, descubierta en 1861, en el lugar donde había una cantera, se abrió a los ojos del hombre por obra de la casualidad. Un esclavo que horadaba la roca, perdió de pronto la barreta. La tierra se la tragó y desde entonces ha tragado (devolviéndolos siempre) a miles de turistas. Allí esperan por el visitante «El Manto de Colón», «La Mano de Piedra», «La Teta de Ubre Blanca», «La Marimba de Cristal» y «El Baño de la Americana», e incluso se puede beber en «La Fuente de la Juventud».
El trino de las cuevas
No siempre el descubrimiento de una caverna es tan casual como el de Bellamar. Como las aves, también las cuevas tienen su trino que las denuncia.
En ocasiones, es la voz de un campesino que anuncia: «Al pie de aquella loma pelada hay una cueva. Esa debe salir en China de lo honda que es». Y ahí van los espeleólogos, pero la malograda exploración concluye a pocos metros de la entrada, en una gatera impracticable, precisamente bajo una cochiquera, cuyas aguas pestilentes se filtran sobre los jóvenes que esperaban llegar por galerías encantadas al otro lado del mundo.
Pero hay trinos más sutiles.
Es común el nombre «cueva del Jagüey» entre las espeluncas cubanas, dado que ese árbol siempre verde, alto, frondoso, suele crecer en la boca de las cuevas. Sus raíces penetran profundamente en la cueva en busca de humedad. Localizar jagüeyes es, con frecuencia, encontrar cuevas.
O la menos usual práctica del Dr. A. Núñez Jiménez en la Sierra de Cubitas. Después de los aguaceros torrenciales, limpio y frío el aire, de las bocas de las cuevas se elevan corrientes de vapor, corrientes con casi 90% de humedad, que se condensan rápidamente formando columnas de neblina que se divisan desde la distancia. Aunque no pocas cavernas fueron detectadas así, más fácil es
Descubrirlas desde el sofá
Y ese es el caso de la gran caverna Majagua‑Canteras. Cierto día Manuel Acevedo examinaba un mapa de la Sierra San Carlos sentado en el sofá de su casa, cuando descubrió que el arroyo Majagua corre en dirección a la pared de las montañas y allí desaparece, surgiendo otro arroyo, que desemboca en el Cuyaguateje, del lado opuesto de la serranía, a 2,5 km de distancia. La realidad sobrepasó sus esperanzas, dado que el sistema cavernario tiene treinta kilómetros mapeados de galerías. Aunque, según los campesinos de la zona, el verdadero descubridor de la caverna fue otro. Cuentan que durante cierto ciclón, el agua del río crecido arrastró un puerco desprevenido que paseaba por sus márgenes. Envuelto en las aguas turbulentas, se sumergió en la cueva y fue arrastrado por debajo de la sierra saliendo, sanito y comestible, al otro lado de la ensenada de Bordayo. Días más tarde, el cerdo fue rescatado por sus auténticos dueños.
Comunicarse con los dioses
parece ser otro empleo de las cavernas, como lo demuestran los reiterados motivos de las pictografías indígenas, prácticamente idénticos en lugares tan distantes entre sí como Punta del Este (Isla de la Juventud), Península de Hicacos (Matanzas), Cayo Caguanes (Villa Clara) y Sierra de Cubitas (Camagüey), casi todos elaborados con ocres naturales de color negro y marrón, aplicados a las paredes y techo de las cuevas.
Hay casos excepcionales, como son los murales rupestres de la cueva de Los Generales, que consta de una galería de 31 metros de largo. Desde 85 centímetros de altura hasta 2,30 metros se elevan, uno frente al otro, dos murales. En el principal aparecen, en el extremo superior izquierdo, siete figuras de mujeres y niños. A su derecha, catorce aborígenes armados con lanzas, listos para la guerra. Hacia la parte inferior encontramos soldados españoles con caballos, armas, escudos y hasta una cruz. Quizás la escena sea el reflejo de los enfrentamientos con las partidas de Diego Velázquez, Francisco Morales y Pánfilo de Narváez, en los mismos albores de la conquistas, o quizás señale la gran matanza de Caonao (1513) a pocas decenas de kilómetros de la cueva.
Cenotes y no sagrados
En los cenotes de Yucatán han sido hallados valiosas joyas y esqueletos de doncellas inmoladas a las deidades por los mayas. También en Cuba abundan los cenotes, sobre todo en Guanahacabibes, al extremo occidental de la Isla. Son pequeños y en forma de pozos, casi siempre llenos de agua. Alimentados desde abajo y desde arriba por las aguas marinas y pluviosas respectivamente, la salinidad se incrementa hacia abajo.
Los aborígenes cubanos eran, en sus ofrendas a los dioses, de costumbres menos truculentas que los mayas, o acaso los dioses eran menos exigentes. Sólo una excepción de esta regla ha sido confirmada. Es
La cueva de los sacrificios,
una caverna vertical, horadada por las aguas de lluvia cerca de Bacuranao. En ella se ha estudiado uno de los entierros más grandes de Cuba: en el centro de la cueva fue exhumada una pareja de adultos rodeada por seis hombres y, lejos, formando un círculo a su alrededor, los esqueletos de 26 niños. El hombre de la pareja central probablemente murió como consecuencia de varias fracturas en los huesos del cuerpo y una en el cráneo. El resto habían sido sacrificados del mismo modo: un golpe contundente en el cráneo. Quizás el hechicero decidió que, muerto el jefe, en su viaje al otro mundo fuera compañado por selectos guerreros, su mujer y los niños de la tribu.
ET en la cueva
Tal como en la famosa caverna del Sahara, en la Cueva de Ambrosio, situada en la Península de Hicacos, un pintor aborigen dibujó una figura humana con una orla radiante alrededor de la cabeza y una protuberancia breve y roma entre las piernas, que recuerda el atuendo de un cosmonauta con un tubo propulsor personal, similar al empleado en la inauguración de la olimpiada de Los Ángeles.
En toda la Isla abundan, en cuevas y asentamientos, idolillos, adornos de barro y piedras talladas que representan figuras semejantes. Pero no se apresuren los extraterretólogos. Quizás la explicación más sencilla de estas figuras es que en ellas se ha tratado de reproducir, de modo inexperto, los adornos más complejos de los rituales. El tubo propulsor podría ser una simple cola, dado que ya Colón recibió noticias de que vivían hombres con cola en el interior de Cuba. Postizos que, durante los rituales propiciatorios, los asemejaban a los animales que cazaban.
Aunque el nombre Cueva del Indio lo tienen numerosísimas espeluncas cubanas, por las huellas de siboneyes, taínos y guanajatabeyes, ellos y los ET no han sido los únicos habitantes de las cuevas.
Los cuevícolas
no son escasos. Antiguos y modernos. Casi a la llegada de los seres humanos al archipiélago desaparecieron, como consecuencia de los fuertes cambios climáticos producidos durante el Pleistoceno, las águilas gigantes que dominaban el cielo diurno y los buhos y lechuzas gigantes, que se adueñaron de las noches. El Megalonnus rodens, hervíboro tan corpulento como un oso pardo, nos ha legado en las cuevas sólo sus huellas y sus huesos.
En Boca del Purial, una cueva de Sancti Spíritus, fue donde primero se hallaron dientes de simio. Más tarde se encontraron restos en La Chorrera y Laguna Limones, mientras en Cueva Limón hay un simio claramente dibujado en una estalactita. Se pudo comprobar que era un tipo de mono araña bien distinto del que hoy existe en Centro y Sudamérica.
La espeleofauna incluye arácnidos, insectos pequeños y peces ciegos, oriundos del mar pero que se fueron adaptando paulatinamente a las aguas dulces al ser confinados al interior de la isla por los levantamientos de la costa. Peces blanquecinos, ciegos, silenciosos y un tanto tristes, pero, sobre todo, los pobladores por excelencia de las cuevas son las 27 especies vivas de murciélagos (de ocho especies ya extintas se han hallado huellas). La más pequeña es el murciélago mariposa, con un peso de 2 a 3 gramos y una envergadura de 18 a 23 centímetros; y el mayor es el murciélago pescador, con un peso de 54 a 87 gramos y envergadura de 55 a 71 centímetros. Animalitos que, a pesar de su mala fama y pérfido aspecto, son completamente inofensivos, a menos que usted desee estrangularlos y pretenda que ellos reaccionen con alegría.
Las grandes colonias de murciélagos atraen a sus enemigos naturales. En la Cueva de los Gatos, situada en la meseta del Guaso, en Guantánamo, al este de la Isla, fueron hallados varios gatos comunes cazando murciélagos, en plena oscuridad, a 150 metros de la entrada de la cueva. Suceso muy raro.
Lo que sí es espectáculo cotidiano, no sólo en esa cueva, sino en la Cueva de los Majaes, al oeste de Santiago de Cuba, y donde quiera que haya grandes concentraciones de murciélagos, es el rito de la caza vespertina. Si usted se para frente a alguna de esas cuevas a la caída de la tarde, verá decenas de majaes de Santa María que esperan. Minutos más tarde, como un anuncio de la sombra, saldrá por la abertura un chorro de murciélagos.
Los ofidios, aprovechando la brevísima temporada de caza (en varios minutos la cueva se habrá vaciado), lanzan dentelladas casi sin mirar, atrapando cuanto murciélago salió ese día a volar con el ala izquierda, para retirarse después, concluida la función, a deglutir con calma sus presas.
Las cuevas de calor
En las Escaleras de Jaruco hay una (de las tantas) Cueva del Indio, que mide 300 metros de norte a sur a lo largo de una galería bastante rectilínea con pendiente de 12 a 17 grados, y termina en un río subterráneo que corre de Este a Oeste. Basta penetrar algunas decenas de metros en la cueva para sentir un calor agobiante. La luz de los faroles despierta a decenas de miles de murciélagos que se agolpan en el techo. Trastornado su reloj biológico por esa iluminación repentina, vuelan como locos en todas direcciones golpeando, a pesar de su infalible radar, a los exploradores, que se ven obligados a lanzarse al piso, donde los espera una capa mullida de excrementos frescos de murciélago, habitat ideal para pulgas, cucarachas, arañas peludas, garrapatas y ciertas arañas blancas de patas delgadas y larguísimas. Estas son las cuevas de calor, producido por la descomposición del guano y por la respiración de las enormes colonias de murciélagos.
De todos modos, los murciélagos siguen siendo bichitos simpáticos. Y agradezcamos que sean ellos los habitantes de las cuevas cubanas. Peor sería habérselas con los
Vampiros de Mayajigua,
localidad donde cincuenta y cuatro cuevas pequeñas, que suman apenas 2.000 metros de galerías, se reúnen en Punta Judas en la zona central de Cuba. Allí, en la Cueva del Vampiro, han sido hallados restos de estos parientes del murciélago que vivieron hace algunas decenas de miles de años en la Isla, y que hoy son la pesadilla de numerosos granjeros en México, Centro y Sudamérica. Aunque pequeñitos, al morder no solo chupan sangre, sino que transmiten la rabia a los animales domésticos, enfermedad que puede pasar al hombre a través de la leche. Los granjeros eliminan a los vampiros tapiando las entradas de las cuevas o incendiando el interior. Por suerte, alguna maldición ecológica nos evitó el problema y nos dejó el recuerdo.
Aunque quizás el más raro habitante de las cavernas cubanas sea
El yeti cubano,
un animal avistado con cierta frecuencia por los campesinos de Pinar del Río. Se le describe como un ser fuerte, peludo, de color carmelita claro, de rabo largo y que alcanza el tamaño de un ternero. Algunos lo han visto pararse en dos patas.
Cuenta la ya casi leyenda de un hombre que lo encontró en medio del camino, se enfrascó en lucha con él y perdió un brazo. Otros dicen haberlo visto destrozar un cerdo de dos zarpazos, y según otros, en menos de una semana se comió cincuenta gallinas.
Durante los años 60, un miembro de un grupo espeleológico le disparó y logró ahuyentarlo. En la carrera hacia las lomas altas fue partiendo ramas y bejucos, abriendo una verdadera trocha bien expedita y visible.
Poco después, se le tendió un cerco. Eran veinte hombres armados que al cabo de dos días infructuosos, escucharon un gran alboroto en la cueva Los Soterráneos, logrando divisar desde lejos a varios animales que escapaban por otra entrada. Al penetrar a la cueva, hallaron bosta y huellas frescas.
Los estudios determinaron que se trata de animales omnívoros con grandes patas provistas de fuertes garras. ¿Un animal autóctono y diferente? ¿Un relicto de otras épocas? ¿O será acaso un animal exótico, escapado allá a mediados de siglo cuando un político local, deseoso de crear su coto de caza particular y ahorrarse el viaje hasta Kenya, importó animales oriundos de Africa y Asia? Por ahora, quién sabe. No obstante, la más variada fauna es la de
Los huecos azules
En dirección al norte, frente a Bacuranao, se puede ver desde lejos en el mar una mancha casi circular y añil, que interrumpe el azul verdoso del Caribe ¾en inglés, blue holes, huecos azules¾. Si te sumerges, encontrarás, a 45 metros de profundidad, una abertura circular de ocho metros de diámetro, cuyo fondo se difumina entre el azul y el negro. Si continúas bajando, verás que las paredes se separan, el hueco se amplía hasta alcanzar cien metros de diámetro en el fondo, que yace a 70 metros de profundidad bajo la superficie.
El piso de la caverna es irregular, quizás por los bloques desprendidos del techo. En ella habitan corales, algas, langostas y numerosísimas especies de peces.
Aun se discute el origen de este tipo de cuevas que en Cuba son frecuentes ¾Carapachibey, Isla de la Juventud, norte de La Habana, Matanzas y Gibara, etc.¾. Una de las hipótesis supone que el manto freático descarga parte de sus aguas en ciertas regiones costeras por debajo del nivel del mar, sobre todo cuando las aguas provienen de una zona aledaña elevada. A cierta distancia, ya dentro del mar, el agua logra encontrar caminos para subir, va disolviendo la roca y construye cavernas verticales de abajo hacia arriba. El chorro de agua dulce no se mezcla inmediatamente con el mar, y se aprecia desde lejos en forma de borboteo. Son los ojos de agua que emplean con frecuencia los pescadores para reabastecerse sin regresar a tierra. Basta sumergir un balde en estos pozos de agua dulce en medio del mar.
La segunda hipótesis es que estas cavernas submarinas se formaron cuando las rocas se encontraban en la superficie terrestre. Al desprenderse el techo de la cueva, luego de sumergida la región, se origina el blue hole.
Ríos que no suben
La Cueva de la Amistad, en Pinar del Río, ha sido horadada por el arroyo Alcalde, afluente del Cuyaguateje. Las exploraciones de la cueva han demostrado que además del cauce actual hay otro nivel superior de galerías por donde alguna vez corrió el río.
En Santo Tomás esto es mucho más complejo, no solo porque hay ya 25 kilómetros mapeados, sino porque aparecen cinco niveles superpuestos de galerías, el más alto de los cuales se encuentra a 66,33 metros sobre el nivel del inferior, por donde corre el arroyo actual. ¿Cómo pudo la corriente de agua subir y correr por las galerías superiores? La pregunta tendría sentido si pensáramos en las montañas tal y como son hoy, pero la respuesta es bien sencilla si sabemos que la región se ha ido elevando paulatinamente. A medida que esto ocurría, el río iba buscando cauces más bajos y abandonando los anteriores. De este modo, los cauces superpuestos son como una especie de regla para medir el crecimiento de las montañas.
Gas
La exploración de las cavernas depara no solo bellezas que ver, sino también algunos riesgos, conjurables mediante el uso de los medios de protección, el conocimiento de las técnicas de alpinismo subterráneo y la sabiduría que cada hombre debe acumular acerca de sus propias posibilidades.
Pero a veces hay sorpresas, como ocurrió a algunos espeleólogos en la Cueva de Gas, allá en la Sierrra de Cubitas. En una galería poco ventilada se les apagaron de pronto los faroles. Varios intentos de encenderlos resultaron infructuosos, hasta que elevaron las lámparas, por pura casualidad, cerca del techo de la caverna, y comprobaron que se encendían, para apagarse tan pronto las bajaban.
Resultó que las aguas, saturadas de CO2, lo desprendían continuamente y el gas, más pesado que el aire, en el ambiente tranquilo y sin circulación del pequeño salón, se acumulaba como un estrato en la parte inferior. Fue mayor el susto que el riesgo, dado que las concentraciones nunca llegan a ser letales.
Sin noción del tiempo
Pero los espeleólogos cubanos son empecinados, y hasta se mudan a las cuevas, como ocurrió entre el 10 y el 17 de agosto de 1977, cuando, en colaboración con la Academia de Ciencias de Cuba y la Escuela de Psicología de la Universidad de La Habana, un grupo de espeleólogos se sumergió en una caverna, sin relojes. Durante la semana que transcurrieron sin ver el Sol, cada cual se hacía su horario e informaba de la ejecución del plan de trabajo a través de un teléfono militar.
Durante esas 160 horas sin noción del tiempo, para algunos el día se extendía por veinte horas y para otros por treinta. Cuando hubo llegado el momento de salir, solo uno tenía una idea más o menos cercana del lapso transcurrido.
¿Para qué
arriesgar la piel en la exploración de una caverna? Hay razones sin razones, como el amor por la aventura o por la belleza, que ningún espeleólogo necesita explicar. Recordemos que la explicación más convincente de por qué los alpinistas arriesgan la vida para subir picos de 8.000 metros es “porque están ahí”. También existen razones más pragmáticas, porque las cuevas son, ante todo, importantes fuentes de agua. Los embalses en suelos cavernosos incrementan la afluencia de agua a ciertos manantiales, como ocurre con la presa Lenin, en las cercanías de La Habana, que alimenta los manantiales de Vento y los pozos de Paso Seco. O las cuevas de Laguellón, en montañas con rocas impermeables con cascos de calizas. Las aguas se filtran desde arriba y al llegar a la base del casquete, salen por cientos de manantiales que se mantienen activos mucho tiempo después de las lluvias, porque la piedra caliza actúa como una esponja y permite a los campesinos tender acueductos de bambú con que atender las necesidades cotidianas. También en muchas cavernas cubanas hay sanatorios antiasmáticos y se les suele emplear con fines militares ¾la cueva Los Portales fue el puesto de mando para la defensa del territorio occidental cubano, comandado por Ernesto Che Guevara, durante la Crisis de Octubre de 1962¾. Sirven para cultivar champiñones, agricultura subterránea que comenzó por Paredones y se ha extendido a otras cavernas cubanas. O para extraer guano de murciélago, excelente abono natural.
Un conde perdido y un túnel hallado
La Cueva del Túnel, al sur de La Habana, tiene una entrada natural y otra artificial, abierta a pico hasta el más profundo salón. Un túnel de 150 metros de longitud en la dura roca no es tarea fácil. Se comprobó que en su suelo existen aún las huellas de antiguos rieles por donde corrieron vagonetas transportando algún (?) material, huellas que mueren justamente en la pared de uno de los salones principales.
Iniciadas las excavaciones por los espeleólogos, hallaron clavos de hierro antiguo, forjados a mano, en cantidades tales que les hicieron pensar en un cofre o arcón, cerámica fina francesa, lámparas rústicas de aceite y una medalla de plata con la inscripción: «Conde de Pozo Redán, 1810».
Cuenta Pedro Blanco, campesino de los alrededores, que en los años 40 una compañía norteamericana instaló un cercado alrededor de la cueva y durante varios meses trabajó en la extracción de varias cajas metálicas desde el interior.
Algunos han supuesto la existencia de un tesoro escondido. ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por quién?
La primera versión, inadmisible, supone que el pirata Morgan, en su intento de atacar La Habana desde el sur, atravesó toda la provincia saqueando caseríos y, por alguna razón inexplicable, enterró en la cueva su botín. Pero Morgan murió en 1668, muchísimo antes de acuñada la medalla.
La segunda versión es que durante la colonia se enterró en la cueva un tesoro para evitar que lo robaran en La Habana, pero un gran derrumbe que cegó el paso a la cueva los obligó a abandonarlo.
Hay algo cierto: por la vía natural el paso es sumamente peligroso a causa de un derrumbe, y quizás esa sea la razón de la apertura del túnel.
Ahora bien, ¿quién es el Conde de Pozo Roldán? ¿Por qué el Túnel? ¿Qué hubo (hay) bajo el suelo de esta cueva?
Quizás un conde y un túnel esperen por los espeleólogos.
De momento, se puede visitar cierta
Catedral subterránea
que yace en el vientre de la cueva Paredones, en la llanura sur de Habana‑Matanzas.
Una amplia galería se extiende por 300 metros, y termina en una poza de aguas límpidas y frías poblada por peces ciegos. Pero un poco antes, a doscientos metros de la entrada, el techo de la galería alcanza un puntal de treinta metros, y en el centro de la bóveda se asoma todos los días el sol a la hora del cenit, dejando caer un chorro de luz amarilla a través de una claraboya. La cascada de luz ilumina un pozo de veinte metros de profundidad cortado a pico en la roca; seguramente por manos esclavas, que fueron las encargadas de tallar figuras humanoides en las estalagmitas que rodean el pozo, como si hubieran querido dejar allí, para siempre, a sus dobles de piedra: evadidos de la esclavitud y sumergidos en el chorro de luz del mediodía y en ese silencio reverente que inspira la belleza.
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