Lo que ocurrió cuando el bichito azul perdió la cola (del libro El planeta azul)

29 04 1987

Sobraba tanto mar para ellos solos, que la hierba verde y el primer bicho azul se aburrían un poco. Entonces él la visitaba.

—En algunos lugares el mar es tan caliente que las aguas se asustan y vuelan a las nubes. En otros, hace tanto frío que se vuelven duras y más blancas que la arena de las playas. No se parecen a las aguas de aquí, porque siento que queman si las toco, pero no queman de verdad.

Como el mundo era nuevo y muchas cosas no tenían nombre, el bicho azul no supo que había visto el hielo.

La hierba lo escuchaba asombrada y hasta le daba un poquitín de envidia, porque su amigo podía ver tantas cosas extrañas.

En cierta ocasión, el animal vio un volcán bajo el agua. Se asustó del calor y de las piedras, que subían envueltas en una piel de fuego. «Cuando le cuente esto» —se dijo— «a mi amiga la hierba». Y nadó muy rápido para encontrarla. Tan apurado iba, que cuando su cola se trabó entre dos piedras del fondo, no le dio tiempo a detenerse y ¡zas!, perdió la cola.

Al no sentir dolor, miró extrañado y vio una nueva cola saliendo muy azulita en el lugar de la otra. Así les ocurre ahora a lagartijas y chipojos, que si pierden la cola, les sale otra en el mismo lugar.

Pero cuando miró la cola que había perdido, entonces sí se quedó con la boca abierta. A la vieja cola le habían nacido dos ojos y una boca pequeña.

Le preguntó:

—¿Y tú quién eres?

—¿Yo? Un bicho azul.

—¿De dónde saliste?

—De tu vieja cola, ¿no lo ves?

Y sin hacerle demasiado caso, el otro se marchó, porque quería verlo todo con sus ojos nuevos.

El primer animalito quedó tan impresionado, que en el camino enganchó varias veces la cola entre las piedras y cada vez nació un nuevo bicho de la cola perdida.

Cuando se lo contó a la hierba, ésta le preguntó:

—¿Me ocurrirá lo mismo a mí?

—No sé. ¿Quieres probar? Si nacen nuevas hierbas, no te aburrirás tan sola entre las piedras.

(Las piedras hablan poco y en voz baja, como bien saben los geólogos y las hierbas).

—Me da  miedo. ¿Y si duele?

—A mí no me dolió.

—Bueno. Córtame un pedazo, pero chiquito chiquito para que no me duela.

Cuando el pedacito de hierba tocó la arena, le nacieron raíces y empinando las hojas, saludó:

—Hola. Soy una hierba verde.

Así el mar se pobló de hierbas verdes y de bichos azules. Y los mares están desde entonces muy contentos con tanta compañía en sus aguas. A veces, cuando creemos que el oleaje bate la costa, es la risa del mar: una risa de espuma.


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