Aquel 5 de marzo de 1960, un frío inusual batía La Habana. El día anterior, 136 hombres habían sido despedazados, al explotar en los muelles el buque La Coubre, que transportaba armas desde Bélgica. Otro frío, el de la muerte, flotaba sobre los asistentes al sepelio. En la tribuna, además de Fidel Castro, que haría la despedida, se encontraba, en un segundo plano, Ernesto Che Guevara. La muerte retórica también estaba en el aire: ese día se escuchó por primera vez la consigna «Patria o Muerte» que escucharíamos desde entonces como despedida macabra en cada discurso de FC.
A ocho o diez metros de la tribuna, cubría el suceso Alberto Díaz Gutiérrez, Korda, fotógrafo del diario Revolución. Enfocó el lente de 90 mm de su Leica y observó, a través del visor, al Che, que se había detenido junto a la barandilla, cercano a Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, para contemplar la multitud. El cuello alzado del abrigo, la melena escapando hirsuta de la boina con la estrella, la barba rala, el gesto adusto, la mirada (¿extraviada o concentrada?) en algún lugar del infinito. En menos de un minuto, Korda atinó a disparar dos veces su cámara. Inmediatamente, el Che se retiró a la segunda fila. Uno de aquellos negativos sería el más importante de su vida. La de ambos. Aunque, según Korda, sus encuentros con el Che fueron ríspidos y el retratado jamás vio la foto que ilustraría su leyenda.
Cuarenta y un años después de aquel suceso, a los 72, Korda ha muerto en París, mientras preparaba una exposición. Sus restos, repatriados a la Isla, han sido despedidos con toda solemnidad por el presidente de la UNEAC, en presencia de Fidel Castro.
Habiendo cursado estudios comerciales y ejercido diversos oficios hasta su establecimiento como fotógrafo publicitario y de modas, Korda, durante los sesenta, junto a Corrales, Salas y Liborio, se convirtió en uno de los más emblemáticos cronistas gráficos de la revolución. Suyas son varias fotos muy conocidas, como la de Fidel Castro y Camilo Cienfuegos entrando a La Habana sobre un tanque –con una fina intuición artística, política o ambas, de Hubert Matos sólo quedó en la foto el arma y una mano–, la del Quijote de la farola –un campesino que trepó hasto lo alto de una farola en una concentración– o la foto hierática de Fidel Castro en la Sierra, desechada por Korda, pero magnificada por Hoy, y más tarde empleada profusamente en un cartel de la UJC. Suyo fue el reportaje de la visita de FC a la Sierra, donde intimó con el líder cubano, a quien acompañó como fotógrafo personal en diferentes viajes.
Más tarde, se dedicó a la fotografía submarina en la Academia de Ciencias y se le concedió la Distinción por la Cultura Nacional (1982).
Ya en los 90, reivindicada su autoría de la famosa foto, expuso en diferentes países de Europa y América y recibió la Orden Félix Varela (1994). Fotografías suyas de los sesenta engrosan prestigiosas colecciones, como el Archivo de la Comunicación de Parma, la Roy Boyd Gallery de Chicago, el Consejo Mexicano de Fotografía y la Fototeca de Cuba.
Aquel día de 1960, una vez revelado el rollo, Korda entregó la foto al periódico, pero nunca fue publicada. Siete años después, en el verano de 1967, con una nota manuscrita de Haydée Santamaría como presentación, le visita el editor italiano Giangiacomo Feltrinelli, conocido por haber sacado de la URSS y publicado, el manuscrito de El doctor Zivago. Había llegado a La Habana directamente desde Bolivia, donde tuvo contacto con Regis Debray, y conocía la presencia del Che en la guerrilla, cuya situación presagiaba desastre.
Korda le obsequió dos copias de la foto. Tres meses más tarde, al conocer la muerte del Che, Feltrinelli, con un envidiable olfato de empresario comunista, imprimió la foto en un cartel de 70 x 100 cm, firmado con su nombre por todo copyright. Korda afirmaba que vendió entre uno y dos millones de ejemplares en unos meses, a razón de cinco dólares cada uno. La denuncia de los derechos de autor en Cuba como una práctica capitalista que debía ser obviada, garantizó la impunidad del editor italiano y la indefensión de Korda.
Recuperados sus derechos sobre la foto en los 90, Korda se ha querellado contra una firma de perfumes y con la empresa de publicidad británica Lowe Lintas y la firma Rex Features, acusadas de uso indebido de la foto para promocionar el vodka Smirnov, algo que según el fotógrafo, atentaba contra la imagen del Che. La fuerte indemnización, según él, sería destinada a la compra de medicamentos para el pueblo cubano.
Afirmaba tajante: «no fui guerrillero ni peleé en la Sierra, pero supe ganarme la confianza de un hombre como Fidel Castro (…) privilegios que le debo a la vida y que no se pueden comparar con todo el oro del mundo».
No obstante, la personalidad del Korda amante de las mujeres hermosas y los alcoholes selectos, con su cigarrillo siempre a mano, se aleja del ideal estoico de su retratado más famoso, de los votos de pobreza y la renunciación como sistema. Por eso no es raro (ni censurable) que aprovechara la recuperación de sus derechos para disfrutar las ventajas del ayer denostado copyright burgués y recorrer el mundo exponiendo su obra; aunque mantuviera su fidelidad al Comandante en Jefe y a la retórica de la abstinencia.
¿Fue Korda un gran fotógrafo del siglo XX? A pesar de que aprecio ese uso tan personal de la luz natural en sus fotos o la oportunidad de sus instantáneas (y la oportunidad no es casualidad, sino trabajo, paciencia y mucho oficio), no me corresponde afirmarlo o negarlo. Otros más versados que yo juzgarán su obra. Pero es indiscutible que, cuando cualquier ser humano, desde cualquier perspectiva, recuerde a Ernesto Che Guevara, la imagen que aparecerá automáticamente en su memoria será la que Korda vió aquel día de 1960, por el visor de su Leica. Una imagen que ya consta entre los iconos del siglo XX y que es, posiblemente, la imagen más perdurable en medio siglo de historia cubana. Por todo ello, que es más de lo que la mayoría de los hombres obtienen en una vida cumplida: Descansa en paz, Alberto Díaz Gutiérrez, alias Korda.
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