El todopoderoso Slobodan Milosevic ha sido mudado a una nueva residencia oficial, donde dispone de habitación privada, recibe comida a la carta, visitas, prensa y libros. Pero nada es perfecto, porque en la prisión de Belgrado también hay rejas. Han transcurrido casi quince años desde que se alzara al liderazgo regional del Partido Comunista Serbio. Su travestismo político en aras del poder, desde comunista a socialista y nacionalista, algo que suena pavorosamente parecido a nacionalsocialista, su tesis de la Gran Serbia –“Serbia alcanza hasta donde esté la última tumba de un serbio”, afirmó en 1992 Radovan Karadzic–, y su ejercicio de las limpiezas étnicas –¿recordará ahora las 10,000 víctimas de su amigo Ratko Mladic durante el asalto a Srebrenica?– consiguió convertir a uno de los países más prósperos del Este, en una nación en ruinas. La explosión de Yugoslavia. Las guerras de Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina y Kosovo.
El hombre que fue depuesto en las urnas, pero no lo aceptó hasta que el pueblo tomó las calles de Belgrado en un irreversible referendo, no ha sido detenido por los 200.000 muertos y los dos millones de desplazados que causaron sus guerras, ni por decenas de asesinatos políticos, sino acusado de malversación y abuso de poder, para los que el código penal serbio contempla entre 5 y 15 años de prisión. “Acusaciones provisionales de que abusó de su poder para desviar fondos del presupuesto con vistas a su enriquecimiento y a mantener a su partido en el poder”, reza la escueta noticia aparecida en el diario Granma.
Ante el anuncio de la detención, Milosevic se atrincheró en su mansión de Dedinje, con toda su familia y su guardia personal al mando de Sinisa Vucinic, armada hasta los dientes. A las puertas, 500 miembros de las “guardias populares” ofrecían sus vidas antes que permitir la detención. El ejército, según declaración del Ministro del Interior de Serbia, Dusan Mihajlovic, retrasó la detención entregando las llaves de la residencia a la guardia personal del ex dictador, en lugar de entregarlas a la policía. A la casa le fueron cortadas el agua y la luz, y en medio de la tensa espera, Milosevic amenazaba pistola en mano con suicidarse y matar a su familia. Mira Markovic, su esposa, tuvo que ser atendida por problemas cardíacos. Tras “el enfrentamiento entre un comando armado de hombres enmascarados con la guardia personal de Milosevic, en uno de los dos fallidos intentos de detenerlo”, como reza el diario Granma, aludiendo a los “malos” de esta historia, los policías “enmascarados”; y al cabo de tensas negociaciones, Milosevic, tras recibir la garantía de no ser extraditado al Tribunal Penal Internacional de La Haya, se entregó pasadas las 4:30 de la madrugada del domingo.
El presidente de Yugoslavia, Vojislav Kostunica, había ordenado a los “enmascarados” detenerlo sin héroes y sin mártires. Y Milosevic colaboró, desoyendo al coro de jóvenes que a 200 metros de su residencia le gritaban: “¡Slobo, salva a Serbia y suicídate!”. De la aguerrida guardia pretoriana sólo se detuvo a tres. El resto corrió con las botas puestas. Los “guardias populares” se esfumaron sin dejar rastro. El domingo amaneció apacible, y en Belgrado no se registró ni una sola manifestación de apoyo al diseñador de la Gran Serbia, al constructor de la Miseria Serbia.
El Partido Socialista de Serbia declaró de inmediato que Milosevic se entregó para evitar un derramamiento de sangre. Es decir, de “su” sangre, porque si algo no ahorró durante 10 años fue sangre ajena. Y también declaran que ha sido vendido “por un puñado de dólares”. Un puñado de 50 millones, más el aval de Estado Unidos ante el FMI y el Banco Mundial. Una hora y veinte minutos antes que concluyera el ultimátum de Washington, fue detenido Milosevic, desbloqueándose así la posibilidad de conseguir un préstamo vital para una nación en ruinas. Colin Powell, secretario de Estado norteamericano, certifica que Belgrado ha cooperado. No obstante, los fondos no serán automáticamente liberados. El senador republicano Micht McConnell opina que esto se condicionará a la entrega del prisionero al Tribunal de La Haya. Punto en que concuerdan la Unión Europea y la OTAN, concediendo de plazo hasta fines de año.
¿Será entregado Milosevic a la justicia internacional?
Dado que sus crímenes han sido de lesa humanidad, sería justo que así fuera. Dada la imperfección del tribunal, como toda obra humana, por no decir parcialidad, un argumento de los serbios –20 croatas acusados, todos de Bosnia, y ni uno solo de Croacia acusado por crímenes a la minoría serbia–, se prevén objeciones de Belgrado, además de la no existencia (por el momento) de una legislación yugoslava que permita la entrega. Si, además, tenemos en cuenta el delicado proceso de transición que lidera Vojislav Kostunica, quizás lo más afortunado sería que purgara sus crímenes inmediatos en Serbia, y más adelante fuera extraditado.
Lo cierto es que este domingo arroja varias lecciones:
El hombre pródigo con la sangre ajena, fue ahorrativo con la propia.
Los incondicionales, dispuestos a morir por el líder “con las botas puestas”, suelen tener un plan B para casos de emergencia.
El mundo es más pequeño, y la inviolabilidad de la “soberanía nacional”, que los tiranos gustan invocar para eludir el término impunidad, es una coartada cada vez más débil.
Y el pueblo, arrastrado en su día a mítines y guerras, es el mismo pueblo que primero lo depuso y más tarde contempló entre el silencio y la alegría su última caída.
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